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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.22 no.63 México may./ago. 2015

 

Entrevista

 

De identidades, regiones y fronteras. Entrevista con Andrés Fábregas Puig al celebrar sus 70 años de vida

 

María Teresa Ejea Mendoza

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH.

 

En el campo de la antropología social, Andrés Fábregas Puig ocupa, sin lugar a dudas, uno de los honorables lugares que corresponden a nuestros clásicos. Su trayectoria curricular da cuenta de su creciente compromiso con la formación de antropólogos a lo largo de varias décadas; una vasta bibliografía revela el permanente cultivo de la investigación y la abundancia de sus frutos; de su involucramiento en el campo de la administración ha resultado la gestación de reconocidos espacios académicos, de educación e investigación.

A lo largo de 45 años de actividad profesional y con una sólida formación en los campos de la etnología, la etnohistoria y la antropología social, Andrés Fábregas es referente indispensable para tratar temas de antropología política, fronteras, configuraciones regionales, identidades religiosas, étnicas y del deporte.

Como esta entrevista deja ver, sensibilidad social y estética, involucramiento en diversas realidades políticas con un sentido crítico, un vivo entorno intelectual, el disfrute de viajar, conocer gente y paisajes, y la relación afectiva con seres de diversos orígenes socioculturales durante la infancia y la adolescencia son ingredientes adicionales a la formación académica que han alimentado la búsqueda que Andrés Fábregas emprendió en el terreno de la etnografía y del análisis sociocultural. Vida y trabajo entretejidos perfilan su fuerte y serio compromiso con la antropología social.

Andrés, es un placer conversar contigo, particularmente por el aprecio que te tengo al ser tú uno de mis grandes maestros.

En algunas semblanzas bien se dice que provienes de una familia catalana-chiapaneca. Platícanos sobre esa herencia y cómo eso te ha marcado, ¿te sientes chiapaneco-catalán?

—Nací en Tuxtla Gutiérrez, la ciudad capital del estado de Chiapas, un 14 de febrero de 1945. Es el año de la segunda posguerra. Mi padre, Andrés Fábregas Roca, nació en la ciudad de Barcelona, Cataluña, España. Fue estudiante de medicina con maestros tan importantes como el médico Gregorio Marañón. Asimismo, formó parte del grupo que fundó el Partido Proletario Catalán, que después pasaría a ser parte de la coalición de partidos catalanes de izquierda conocida como Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) que en realidad fue el partido político de los comunistas catalanes. Con ello, España fue el único país en el que la Internacional Comunista reconoció a dos partidos representativos de ese movimiento: el Partido Comunista Español (PCE) y el PSUC. Como la mayoría de los jóvenes catalanes de su época, mi padre se alistó en las filas de la República para defender del golpe de Estado que fraguó el general Francisco Franco, traidor a su juramento de lealtad a la República y dictador por 40 años en España al gobierno legítimamente constituido.

Como miles de españoles, mi padre llegó a México exiliado, y fue asignado a Chiapas por los agentes del gobierno del general Lázaro Cárdenas, que recibió a los republicanos incondicionalmente proveyéndoles de la oportunidad de rehacer su vida en la tierra mexicana. Pedro Garfias, el poeta salmantino, expresó lo que los republicanos sintieron al avistar las costas de México, en un poema extraordinario, "Entre España y México", cuyo primer verso dice: Qué hilo tan fino, qué delgado junco/—de acero fiel— nos une y nos separa/con España presente en el recuerdo/con México presente en la esperanza/Repite el mar sus cóncavos azules/repite el cielo sus tranquilas aguas/y entre el cielo y el mar ensayan vuelos/de análoga ambición, nuestras miradas.

Mi padre se asimiló a la sociedad chiapaneca, entre la que goza de un amplio reconocimiento. Rosario Castellanos, la poeta mayor de Chiapas, le dedicó a mi padre el "Soneto del emigrado" cuyo último verso dice: Y al llegar a la Mesa del Consejo/nos diste el sabor noble de tu prosa/de sal latina y óleo y vino añejo.

En cambio, mi abuelo materno, Antonio Puig y Pascual, llegó a las costas de Yucatán hacia 1904, naciendo el siglo XX. Grumete en un barco, mi abuelo venía buscando la vida y navegando llegó a México. De Yucatán se fue como pudo a Chiapas, sin saber a dónde iba, siempre en búsqueda de su destino. Era joven, relojero de oficio; eso le proveyó de un medio para ganarse la vida. Llegó a Tuxtla Gutiérrez cuando esta ciudad era casi una aldea, y allí fue contratado por el ayuntamiento para mantener funcionando el reloj del Palacio Municipal. Con sus ahorros instaló una librería y una imprenta, las primeras en existir en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Bautizó su empresa con el nombre de El Progreso. Durante años, fue el gran proveedor de libros en la pequeña ciudad y en los pueblos aledaños.

Por el lado materno también, mi abuela, Margarita Palacios, fue la hija de una madre soltera (una verdadera hazaña en aquellos tiempos) que provenía del pueblo de Terán, hoy una delegación del municipio de Tuxtla Gutiérrez, pero en aquellos años de despunte del siglo XX, un poblado aparte, a 5 km de la capital chiapaneca. Don Antonio Puig y Pascual se casó con doña Margarita Palacios, de cuya unión nacieron mi tío materno, el actual médico Juan Puig Palacios (que actualmente reside en Villahermosa, Tabasco, estado del país donde es pionero de la medicina) y mi madre, Carmen Puig Palacios (fallecida en su ciudad natal). Mi padre conoció a mi madre en Tuxtla Gutiérrez, pero se casaron en la ciudad de Puebla y procrearon seis hijos: Andrés, Margarita, Miguel, Mercedes, José y Mari Carmen.

La cuestión catalana me marcó desde pequeño porque viví con mis abuelos una parte de mi niñez. Fue mi abuelo quien me habló por vez primera de Barcelona, de sus barrios, de los pescadores. Es curioso que no me hablara en catalán, quizá por la influencia de mi abuela, que insistía en que sólo se me hablara en castellano. Sólo se le permitió dirigirse a mí con el apelativo de "noy", niño. Mi abuelo hizo dos viajes a su ciudad natal e insistió en llevarme, pero no se lo permitieron, ni mis padres ni mi abuela. Al regresar, me relataba las peripecias del viaje, de lo que había visto en su ciudad y de sus aventuras a bordo. En el segundo viaje vino con su hermana Rafaela, que vivió un tiempo en Tuxtla, pero terminó regresando a Barcelona. Al morir mi abuela pasé a vivir con mis padres.

En la casa paterna nunca se habló el catalán, pero sí escuchábamos las historias de la guerra de España y mi padre se explayaba conversando acerca de su ciudad, Barcelona, a la que nunca regresó. Mi padre insistió en que mi preocupación debería ser México. No me enseñó el catalán. Pero sí me sentí identificado con el "sentimiento catalán" desde pequeño y lo conservo. Soy chiapaneco por nacimiento y por convicción, pero lo catalán es parte de mi vida. He visitado en varias ocasiones Cataluña. Me emociona hacerlo. Conozco la tierra catalana y aspiro, en algún momento, a poder vivir un tiempo en una ciudad como Tarragona o Gerona, cuando no en la misma Barcelona. Además, esa multiculturalidad de mi propia familia, me familiarizó con la diversidad y algo influyó en mi futuro, en haberme decidido por la antropología.

Considerando esa herencia de la que hablas y las historias que de ahí se desprenden, ¿qué temas, asuntos, preocupaciones que tus padres y tus abuelos manifestaron a lo largo de sus vidas has hecho tuyos? ¿Cuáles han orientado tus motivaciones, tus inquietudes, tus anhelos?

—Mi abuelo materno murió en 1955, justo la fecha en que cumplí 10 años de edad. Mi abuela había muerto dos años antes. La muerte de mis abuelos fue un duro golpe. De mi abuelo recuerdo los viajes por Chiapas. De la mano de don Antonio Puig y Pascual recorrí en cayuco el río Grijalva, mientras escuchaba las conversaciones entre los barqueros y mi abuelo. Con él me subí a las avionetas que transportaban café y carga en general, volando los cielos de un Chiapas sin carreteras. Amarrados con lazos, sentados en los costales rellenos de maíz o de café, mi abuelo me indicaba cómo ver el paisaje desde las ventanillas de la avioneta. Con mi abuelo viajé a Villahermosa, a visitar a mis tíos, Juan Puig y Eve Zurita, su esposa, ya fallecida. En las calles de Villahermosa jugábamos al béisbol con mis primos y los niños del vecindario. Alguno de esos niños llegó a ser gobernador del estado de Tabasco. Con mi abuelo conocí las impresionantes cuevas de Teopisca y de San Cristóbal. Con él aprendí a disfrutar la maravilla de viajar y conocer gentes, paisajes. Ello me quedó grabado. He sido un viajero constante.

A través de mi padre tuve mi introducción al ámbito intelectual. Andrés Fábregas Roca fue un lector compulsivo. Leía hasta en la mesa mientras comíamos. La sobremesa era dominada por sus relatos de la guerra de España, los combates, las luchas internas entre los propios republicanos, el sufrimiento de la derrota y del destierro, los campos de concentración en Francia y el infame trato que recibieron en aquel país. Pero también su agradecimiento a México, al general Lázaro Cárdenas y a Gilberto Bosques, que tantas vidas rescató en la Francia ocupada por los nazis. Así que términos como izquierda, comunismo, imperialismo, derecha, reaccionario, revolución, revolucionario, los escuché por vez primera de labios de mi padre. Él me enseñó a cantar la "Internacional", que invariablemente entonábamos al despuntar el primer día del año, una vez terminada la cena respectiva. La imagen que de él conservo es leyendo libros y periódicos. Fue un editor notable.

A mi casa llegaban los intelectuales locales a conversar. Recuerdo que abrí la puerta de la casa de mis padres a Jaime Sabines, a los poetas de la Espiga Amotinada, a Carlos Navarrete, que después fue mi maestro en la ENAH. A esa casa llegaba Luis Alaminos, introductor del teatro moderno a Chiapas. En fin, esa casa fue un centro muy vivo de la actividad intelectual de Tuxtla Gutiérrez. Ése fue el mayor legado que adquirí de mi padre.

De mi abuela materna aprendí el gusto por la vida, no obstante que fue una mujer enferma. La recuerdo mucho. Mi madre me enseñó a disfrutar la música, el baile, las marimbas y el buen humor. Fue una excelente observadora y tuvo siempre el término preciso para describir personas y situaciones. Mi madre fue una chiapaneca enraizada en su tierra a la que quiso entrañablemente. El día de su muerte, mientras caminábamos por las calles de Tuxtla detrás del féretro, contraté a una marimba, como sé que a ella le hubiese gustado.

Dos personas más me influyeron durante mi niñez y adolescencia: Flora y Clara Aguilar, la Florita y la Clarita, mis nanas zoques. Aprendí con ellas a apreciar la sabiduría de la gente, su capacidad de asimilar la cotidianidad y crear con ello un uso espléndido de la palabra. Las disfruté mucho. Jugué en su huerta de Tuxtla Gutiérrez en medio de los olores de las plantas, de los árboles de mango y de las rosas. Me pasé tardes de gloria en aquella huerta. Quizá allí aprendí el sentido de la libertad.

De la libertad, y también podríamos decir que de la diversidad humana. ¿Cómo fue que llegaste a la antropología social? Sabemos que primero te incorporaste a la UNAM a estudiar ingeniería. ¿Cómo fue el salto de allí a la carrera de etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), allá por 1965?

—Al terminar los dos años de la escuela preparatoria en el legendario Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), el horizonte que tenía era quedarme y estudiar derecho en San Cristóbal de las Casas o ingresar a la Escuela Normal para prepararme como profesor de educación básica. Ni lo uno ni lo otro. En la adolescencia tuve un amigo —muy querido— que falleció hace algunos años. Se llamó Guillermo Escoffié. Era un apasionado de la mecánica y de la invención. Mientras yo leía, él armaba barcos o aviones, o inventaba un motor. Al terminar ambos el ciclo preparatorio decidimos que la Ciudad de México era nuestro próximo destino. Él se inscribió en el Instituto Politécnico Nacional y yo logré ingresar a la Facultad de Ingeniería de la UNAM.

Tuve la suerte de que desde el primer día de clases me apersoné en las canchas de básquetbol. Fui practicante de ese deporte en Chiapas. Llegué a formar parte de la selección de básquetbol del ICACH, primero; de la de Tuxtla Gutiérrez, después y, finalmente, de la Selección Chiapas que obtuvo el tercer lugar nacional (medalla de bronce) en los VII Juegos Juveniles Nacionales celebrados en Veracruz allá por 1960. Mi habilidad en el deporte me salvó de las "perradas"—así se nombraba a las novatadas— que estaban en boga en la UNAM y que consistían en humillar a los estudiantes de nuevo ingreso. Lo más temido era que lo metieran a uno en el "culometro", que consistía en competir desnudo, arrastrándose con las nalgas; esto en la azotea de la Facultad de Ingeniería. El problema es que mientras no se ganaba, era imposible salir de dicho tormento. Lo de menos era la "peloneada". Me salvé porque los integrantes del equipo de la selección de ingeniería me protegieron. Ingresé a ese equipo y en 1964 ganamos el campeonato interno de la UNAM con lo que pasé a la selección Puma de básquetbol. Fue para mí un triunfo.

Pero no avancé mucho en el campo escolar. Así que mi padre hizo un viaje al D. F. para conversar conmigo sobre mi futuro. Eran los días en que se anunciaba con insistencia el Museo Nacional de Antropología y había carteles por todos lados con las fotos del mismo. Vi uno de esos carteles en los gimnasios donde entrenaba. Además recordé las conversaciones de mi padre con varios antropólogos, allá en Tuxtla Gutiérrez. Así que expresé tranquilamente que lo que deseaba era estudiar antropología. Presenté el examen de admisión en la ENAH, situada en la Calle de Moneda 13, en pleno centro defeño. Pasé el examen e ingresé un buen día de 1965 al recién inaugurado local de la ENAH en el Museo Nacional de Antropología. Pertenecí a la generación que cursó la carrera cuando no se necesitaba la licenciatura para llegar a la maestría: uno salía de la escuela con el grado académico de Maestro en Ciencias Antropológicas después de un ciclo de cuatro años.

El salto de la Facultad de Ingeniería a la ENAH fue el equivalente a cruzar un abismo. Desde el ambiente intelectual hasta la politización, todo era un contraste. Por supuesto, el deporte se concebía como una práctica banal, digna de los burgueses ociosos; así que me olvidé de practicar el básquetbol porque además no había lugar dónde hacerlo. Si en la Facultad de Ingeniería la discusión sobre política estaba ausente, en la ENAH era un asunto cotidiano. El marxismo y la militancia caracterizaban a la mayoría de los estudiantes. El término "lucha de clases" estaba en boca de todos. La revolución cubana era el ejemplo a seguir y el Che Guevara, la figura máxima, el personaje más admirado.

Los maestros eran excepcionales: Paul Kirchhoff, Wigberto Jiménez Moreno, Carlos Navarrete, Román Piña Chan, Roberto J. Weitlaner, Johana Faulhaber, Bárbara Dhalgren, Beatriz Barba de Piña Chan, Julio César Olivé Negrete, Luis González y González, Guillermo Bonfil Batalla, Arturo Warman, José Luis Lorenzo Bautista, Carlos Martínez Marín, Rosa Camelo, Concepción Muedra, Jorge A. Vivó, Bertha Pinto Pech, Jaime Litvak King, Leonardo Manrique, Moisés Romero. En 1966 Ángel Palerm dictó su curso histórico: "Introducción a la teoría etnológica", que influyó de forma definitiva a una parte de mi generación; entre ellos, a mí. En la ENAH conocí a mis entrañables amigos Victoria Novelo, a Pepe Lameiras y Brigitte Böehm, en cuya casa pasé innumerables veladas y tuve animadas e importantes conversaciones no sólo con ellos, sino con otros compañeros y compañeras, además de antropólogos de diferentes procedencias. Con Pepe Lameiras decidimos cursar la carrera de etnohistoria, situada entre la etnología y la arqueología. Fui el primer graduado de mi generación presentando una tesis titulada El nahualismo y su expresión en la región de Chalco-Amecameca; tuve la fortuna de escribir bajo la dirección de Guillermo Bonfil. Corría el año de 1969. Mi documento de graduación dice: título de etnólogo, con especialidad en etnohistoria y el grado de Maestro en Ciencias Antropológicas. A la antropología social llegué por la influencia de Ángel Palerm, de quien fui discípulo. Él me hizo leer a clásicos como Evans-Pritchard, Malinowski, Radcliffe-Brown, al lado de los llamados "evolucionistas multilineales": Julian Steward, Eric Wolf, Sidney Mintz, Elman Service y el propio Palerm. Al seguir estudiando, me incliné por combinar la etnohistoria y la antropología social. Creo que ése es el sello de mis trabajos.

—Mucho se ha dicho sobre el ambiente que reinaba en la ENAH a fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo XX, en el plano académico y político. ¿Cómo recuerdas tú la ENAH de aquellos tiempos? ¿Cuáles son las impresiones más significativas en tu paso por la escuela?

—Ingresé a una ENAH de excelencia académica. Era el centro formador de antropólogos más importante de América Latina y, en realidad, del orbe de habla castellana, porque en España no había antropología, no la hubo en serio durante la dictadura de Franco. En la ENAH se habían graduado estudiantes como Pedro Carrasco, Ángel Palerm, Federico Katz, Carlos H. Aguilar, Miguel Acosta Saignes, Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil, para nombrar a quienes recuerdo en este momento. El personal académico configuraba como uno de los planteles de antropología más importantes de aquel momento en el mundo. Ya he mencionado a varios de ellos. Salíamos de clase con Paul Kirchhoff para entrar a otra con Pedro Bosch Gimpera, prehistoriador de prestigio internacional. Un gran maestro. Acudíamos a las aulas con verdadero interés, con el ansia de escuchar a Palerm, a Luis González y González, a Carlos Navarrete, a Guillermo Bonfil o a Ricardo Pozas, figura legendaria de la antropología mexicana. Tuvimos innumerables discusiones con Gonzalo Aguirre Beltrán, aunque no era maestro regular en la ENAH, además de con los antropólogos indigenistas como Alfonso Villa Rojas, etnógrafo destacado.

La política flotaba todo el tiempo en el ámbito de aquella ENAH. La Guerra Fría estaba a toda su intensidad. Tomamos partido por el socialismo y repudiamos al imperialismo. Nuestros libros más socorridos eran El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Federico Engels; El manifiesto comunista, de Federico Engels y Carlos Marx; El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx, entre otros. Llegaban los manuales, terribles manuales, de la URSS y las Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín. Leíamos a Lenin. Pero también leímos antropología: Lewis Henry Morgan, los evolucionistas, los estructural-funcionalistas, las escuelas estructuralistas; las discusiones entre antropología y marxismo; las polémicas acerca del modo asiático de producción. Hicimos semanas de solidaridad con los pueblos en lucha en aquellos años en que las dictaduras eran lo normal en América Latina. "Gobiernos de gorilas", les llamamos. Eran los "gorilatos". Vivimos un México en el que la Revolución mexicana iba en retirada.

Habían pasado los años cardenistas. El gobierno de Díaz Ordaz tenía un rasgo autoritario y de desconfianza a la juventud muy marcado. Repudiamos la guerra que los Estados Unidos hacía al pueblo de Vietnam y marchamos en inmensas columnas junto a los estudiantes de otros centros universitarios por las calles de Reforma, para reclamar frente a la embajada de los Estados Unidos el continuo intervencionismo de su gobierno en los asuntos de otras naciones. Vivimos con intensidad esos años de Guerra Fría. Nos unimos a la juventud mexicana que buscó transformaciones para el país en aquel año de la globalización juvenil que fue 1968. No sólo tomamos parte. La ENAH fue uno de los principales contingentes en las calles, en las brigadas, en la representación ante el Consejo Nacional de Huelga. Y en medio de todo ello, estudiamos antropología tan intensamente como participamos en la vida de México.

Me quedó la huella de aquel grupo excepcional de maestros y de compañeras y compañeros de generación. De aulas llenas de luminosidad intelectual. De compañeros y compañeras de generación realmente brillantes. Me quedó la lección de la solidaridad con América Latina. Me quedó la convicción de la pelea contra los prejuicios, contra las herencias coloniales, contra los dogmas y las verdades absolutas o los pensamientos únicos. La ENAH fue un centro incomparable de formación antropológica, de modelaje intelectual.

Por lo que platicas, en esa ENAH que vivía una época de gloria académica aprovechaste los conocimientos de los grandes maestros, y creo que los has recompensado bien con el gran aprecio que les tienes. Recuerdo que cuando fuiste mi profesor en la UAM, hará unos 35 años, estos maestros estaban presentes en tus enseñanzas. Por ejemplo, cuando en la práctica de campo en Xalapa-Coatepec nos mostrabas cómo se debía hacer etnografía, nos hacías caminar horas y horas subiendo y bajando lomas y cerros, y luego, ya agotados y descansando a la sombra de los árboles de mango de Jalcomulco, nos decías que ese modo de reconocer una región lo habías aprendido con Ángel Palerm, tu querido maestro. ¿Qué otras cosas aprendiste de él?

—Con Ángel Palerm aprendí a leer teoría antropológica, teoría social. Palerm insistió en que deberíamos leer a los sociólogos, a los politólogos, a los historiadores, en breve, a quienes se dedican a la ciencia social. Pero, sobre todo, Palerm me enseñó el aprecio por los clásicos. Ésa es una lección que me ha servido para no perder de vista la importancia de obras señeras como la de Marx, Weber, Durkheim, Pareto, entre los más destacados. Con Palerm aprendí lo que hoy se llama "leer el paisaje" en caminatas interminables. Era un observador sagaz. Tenía la capacidad de ligar de inmediato lo que observaba con las teorías antropológicas. Aprendí la importancia de usar la información y transformarla en preguntas de investigación y en planteamientos.

Repitiendo a Pedro Armillas, Palerm solía decir, "la antropología se hace con los pies", refiriéndose a la importancia de caminar y observar. Con él aprendí también la importancia del intercambio de ideas, rechazando los dogmas y los argumentos de autoridad. Palerm convirtió la cafetería en un aula. Estableció la agradable costumbre —hoy diluida— de hablar del mundo en la cafetería. En una palabra: con Ángel Palerm uno aprendía lo que es un intelectual y la importancia del pensamiento libre.

Además de Ángel Palerm, ¿quénes más han sido tus grandes maestros?

—He mencionado en varias ocasiones mi deuda intelectual con Guillermo Bonfil, a quien debo el haber aprendido el trabajo de campo, cómo hacer el contacto directo con la gente y la apreciación de los ámbitos en los que se mueve el antropólogo cuando está investigando. Pero con él también leí al pensamiento crítico de América Latina. Recuerdo mucho que en uno de mis cumpleaños —cuando aún era estudiante— me regaló un volumen de las Obras del Che Guevara, con la dedicatoria: "Andrés, con un fuerte abrazo". Con Bonfil aprendí a sentir a la gente. Me mostró, por ejemplo, la importancia de la música. Aprendí la disciplina de escribir el diario de campo, de ordenar las ideas, de preparar las notas que después se convierten en textos, en artículos o libros.

Con Phil Weigand tuve un aprendizaje que no podía ser mejor para enlazar la teoría antropológica con la arqueología y la etnohistoria. Fueron los años de 1972-1973, mientras estudié en la Universidad del Estado de Nueva York. Phil vivía con su esposa, la jalisciense y doctora en artes Celia García, en un poblado llamado Rocky Point, en Long Island. Varios sábados me pasé comiendo, bebiendo y hablando con Weigand en su casa. Caminábamos por la playa fría de Long Island, pero en cálida conversación. Aprendí mucho con Phil.

Y no puedo dejar de mencionar a quien fuera maestro de Phil Weigand y lo fue también mío: Pedro Armillas. Con él aprendí a manejar los argumentos de una "antropología integral" y a darle valor a la etnografía que se relaciona con la arqueología. Tengo a Armillas como uno de los arqueólogos más importantes del siglo XX. Fue también un gran observador. Mientras caminaba hacía reflexiones agudas, inteligentes, sobre la vida de la gente en el pasado y cómo el presente era el punto de referencia para entender ese enlace entre el ayer y el hoy. Todos estos maestros me transmitieron un agudo sentido crítico, un convencimiento de que la mejor manera que tenemos de cumplir nuestro compromiso es haciendo bien nuestro trabajo y éste no puede serlo si no se aplica una orientación crítica en el análisis.

En términos generales, podría decir que contigo aprendí cómo puede uno aproximarse al estudio de una localidad en un contexto regional, cómo aplicar las técnicas de investigación antropológicas y cómo pensar la realidad más allá de lo que resulta aparente en una primera mirada. Pero otra cosa que te debo y que valoro mucho (y estoy segura que muchos alumnos de la UAM también te deben) es el haberme familiarizado con el pensamiento marxista tal como podía aplicarse a la antropología social; en tus enseñanzas destacaba la mancuerna antropología y marxismo (por lo demás, muy en boga en la antropología mexicana y del mundo, en los años setenta y ochenta del siglo XX). Desde tu punto de vista, ¿qué cabida tiene el pensamiento marxista hoy en día para la comprensión de las relaciones sociales y su vínculo con la cultura?

—En mi opinión, los planteamientos de Marx siguen vigentes. Su propuesta de usar el concepto de modo de producción para periodizar la historia conserva su utilidad, su capacidad explicativa. La explicación que él propuso para entender las transformaciones de las sociedades sin Estado, sin clases sociales y sin economía política a sociedades que contienen esos tres factores, sigue vigente. La antropología ha sido eficaz para explicar esa descomposición de las formas del parentesco para dar paso a las sociedades desiguales, que no otra cosa son las sociedades con Estado, con clases sociales y con economía política.

Asimismo, su propuesta de que el Estado es la estructura de la sociedad, sigue siendo muy provocativa y fértil para entender la doble actuación de los Estados como supresores de los intereses de las clases subordinadas y como árbitros de las propias clases hegemónicas. Es un planteamiento que entiende a la política como el ámbito de la lucha entre intereses divergentes y al poder como un factor que emerge del resultado de esas luchas.

Finalmente, el mundo contemporáneo muestra los rasgos básicos del modelo capitalista que Marx describe en sus obras: sociedades desiguales en donde la lógica de la producción es la acumulación de capital. Desigual distribución de la riqueza, pobreza en las clases subalternas (para usar el término de Gramsci), abismo cada vez más ancho entre los poseedores del capital financiero y las clases del trabajo social; conflictos por el poder para imponer los intereses que dominan. En fin, el mundo de hoy es como Marx lo describió en el modelo presentado en El capital, con una tecnología diferente, pero con relaciones de producción basadas en la explotación del trabajo social en beneficio de los menos.

La pregunta anterior la podemos ligar con otra más general. Es evidente que la historia y las relaciones de poder están presentes en tu obra, por un lado. Por otro, en algunos artículos recientes manifiestas tu inclinación por la ecología cultural como método de análisis. ¿En tu obra interactúan una perspectiva marxista y una de la ecología cultural? O, considerando lo dicho, ¿cómo se ha ido transformando al paso del tiempo tu mirada antropológica en términos teóricos y de método, desde aquella época (o antes) en la que Marx como etnólogo, de Lawrence Krader, te parecía una lectura obligada y hasta hoy?

—Marx puso bases para lo que la antropología desarrolló bajo el concepto de ecología-cultural. La transformación del medio ambiente que la actividad de las sociedades logra fue planteada por Marx a través de su propuesta para entender los procesos productivos y las relaciones que lo median: las relaciones de producción. La antropología agregó a ello la dimensión cultural, la elaboración del ámbito propio de los seres humanos y su capacidad de simbolizarlo y transmitirlo socialmente.

Mi punto de vista es que aquellos planteamientos de la unilinealidad de la historia nunca fueron propuestos por Marx sino por un sector de quienes se asumían como sus seguidores; más guiados por las conveniencias políticas y las luchas por el poder, cuando no por la ignorancia. Así, por ejemplo, Marx advirtió que la secuencia esclavismo-feudalismo-capitalismo era exclusiva de Europa occidental. Con ello, introdujo el planteamiento de que la modernidad es una criatura europea, planteamiento que asumió el propio Max Weber. Es una idea provocativa. Es una invitación a la reflexión, a la discusión. ¿Existe una sola modernidad? Recordemos que casi al final de su vida, en intercambio epistolar con Vera Zasulich, Marx afirmó que los modelos de vida campesinos podían ser aprovechados para evitar el paso de la sociedad rusa por el capitalismo y pasar a la elaboración de sociedades que apuntaran el camino hacia la igualdad. Son textos que hoy adquieren relevancia ante lo que ha pasado.

Así que a Marx, como a los clásicos en general, hay que seguir revisándolo y dejar atrás aquellas ideas mecánicas y dogmáticas sobre el "único camino", la "única forma de hacer las transformaciones sociales" y afirmaciones de manual semejantes que, creo, están lejos del pensamiento de Marx. Sigo pensando que el Marx como etnólogo de Krader es una lectura vigente, provocativa y estimulante. Es una lectura que revela lo que Marx aprendió leyendo a los antropólogos de su época. Me quedo con ese Marx que escribió, palabras más, palabras menos, "no tengo una teoría que sea el pasaporte de la historia, que lo explica todo, y que en todo caso, es una teoría supra histórica". Ahora incluso pueden leerse las notas etnológicas de Marx en forma completa gracias a la traducción que publicó la editorial Siglo Veintiuno y que contiene un impresionante trabajo de Krader en cuanto a las notas de aclaración y la ordenación del material.

Recuerdo que para ti la categoría trabajo era una categoría fundamental, además de que era indisociable de la relación entre cultura y naturaleza. ¿Cómo la miras ahora y a la cultura?

—Sigo pensando que la categoría de trabajo es básica en el planteamiento de Marx y se enlaza con la ecología-cultural. El trabajo es la actividad por medio de la cual la humanidad transforma su medio ambiente y crea un mundo propio y esto último es la cultura. En congruencia, el análisis de la situación concreta del trabajo nos lleva a entender a la sociedad y a la cultura. Por supuesto, el trabajo ocurre en el contexto de mediaciones y de lógicas de producción. En nuestro mundo contemporáneo, el trabajo está mediado por las relaciones de producción entre los trabajadores directos,
la amplia clase del trabajo social, y los detentadores de los medios de producción, incluyendo por supuesto al dinero, dentro de una lógica de producción para la acumulación.

La complejidad de nuestro mundo radica en la capacidad que ha mostrado y muestra la organización capitalista de incluir en su lógica económica relaciones de producción del pasado y refuncionalizarlas en su propio beneficio. La llamada globalización no es más que la mundialización del capitalismo que para ello usó al colonialismo. No por ello el mundo ha dejado de ser variado. Por ello la complejidad tan densa del capitalismo contemporáneo al abarcar la diversidad humana en sus múltiples expresiones. El trabajo y su condición concreta, sus mediaciones, es también lo que permite distinguir un modo de producción de otro, esto es, identificar el paso de una época a otra.

Lo más significativo para entender nuestra contemporaneidad es que el trabajo actual no está atado a una relación de producción específica, sino que se mueve en un "mercado libre", lo que vuelve aún más compleja a la clase del trabajo social. En fin, sigo pensando que las relaciones entre los diferentes componentes de una sociedad no son mecánicas, pero es imprescindible entender las mediaciones relacionales del trabajo y, con ello, los contextos en que la humanidad va creando la cultura, simbolizando y transmitiendo socialmente esa dimensión de la vida.

Como dices bien, no por ello el mundo deja de ser variado, y pienso que de algún modo en tu trabajo has acogido esa diversidad. En tu trayectoria como investigador has ido del nahualismo y su expresión en la región Chalco-Amecameca (tema de tu tesis de licenciatura en la ENAH) a la articulación entre grupos chichimecas y sociedades rancheras en situación de frontera (tema de tu investigación actual), pasando por estudios de la conformación política-cultural regional (Altos/Norte de Jalisco, Xalapa-Coatepec, Frontera Sur de México), estudio de las religiones, etnografías indígenas y la antropología del deporte. Todos estos representan objetos de investigación disímiles a primera vista pero, ¿crees que existe un común denominador en el enfoque que has empleado en tus análisis? Pienso por ejemplo que hay algo en común entre El nagualismo y su expresión... y Lo sagrado del rebaño: la religiosidad popular, ejercida en diferentes ámbitos, pero haciendo referencia a identidades similares. ¿Consideras que existe alguna constante en tus investigaciones?

En efecto, mi tesis presentada en la ENAH en 1969 se abocó a estudiar y explicar el nahualismo en una región, pero también a la identificación de un ámbito regional a través de la distribución de un rasgo cultural. Es decir, allí inicié un tipo de análisis que insiste en entender las configuraciones regionales en México. Ello conlleva la discusión de cómo se elaboran las identidades, tomando a éstas como ámbitos relacionales y no como esencias inamovibles.

Si revisas mi más reciente publicación, Configuraciones regionales mexicanas, allí está la reflexión de 40 años de investigación antropológica con el marco regional como referencia y con problemáticas que abarcan el estudio de formas de poder, formación de identidades (que incluye la religiosidad), el nacionalismo y el localismo, y temas relacionados.

En ese sentido, la antropología del deporte me introdujo a otros ángulos y ámbitos para percibir las identidades, el nacionalismo, el sentimiento local, las comunidades de identificación, temas que están relacionados con mis estudios de frontera, incluyendo los enfoques regionales. Así que el hilo conductor es el gran tema de la diversidad mexicana y su relación con el Estado nacional.

Y desde luego esos temas y esos enfoques están presentes en tu amplia experiencia docente. En tu currículum se puede observar que ésta incluye instituciones mexicanas, pero también de España y América Latina. Por lo que narras, pareciera que en tus tiempos de estudiante los profesores asumían un fuerte compromiso con sus alumnos, de enseñanza más allá de las aulas, con mucha disposición para encauzar las inquietudes particulares de los alumnos. Los estudiantes de mi generación todavía vivimos eso, pero me da la impresión de que ya no es así en muchos casos. Más allá de mi opinión, ¿cómo evalúas la formación de antropólogos en México actualmente? ¿Cuáles serían las carencias, cuáles las fortalezas?

Como has dicho, mi experiencia como profesor de antropología abarca un buen número de años y varios países. Mi impresión es que los antropólogos mexicanos en general (y, por supuesto, las antropólogas), tienen un excelente nivel académico, como el mejor de cualquier otro país con tradición en la enseñanza y en la práctica de la antropología. Quizá una de las debilidades es no reconocerlo y seguir con la inercia colonialista de pensar que la teoría se hace en otros lados y nosotros sólo la aplicamos.

Noto también un cierto "despegue" de los antropólogos más experimentados de los programas básicos de formación de antropólogos para concentrarse en los posgrados y, paralelo a ello, la preferencia por el trabajo individual. En los tiempos en que me formé, los estudiantes de licenciatura estaban ligados a proyectos de investigación y hacían trabajos de campo más o menos prolongados. Creo que se han acortado mucho esos tiempos. Hay programas de doctorado, incluso, en los que una salida de tres días a un recorrido, rural o urbano, es una novedad. Me parece que se han olvidado los procedimientos en los que un profesor salía al campo con estudiantes que preparaban sus tesis y los introducía a la discusión y al trabajo colectivo. Si revisas las tesis de licenciatura de la ENAH o de la Ibero de finales de los años sesenta, notarás que tenían un excelente nivel. Y eso se debía a esa práctica de cercanía con los profesores y con la discusión colectiva en el marco de un proyecto.

Aun en los programas de doctorado, las discusiones colectivas se reservan a los seminarios y a los coloquios. No en el terreno mismo de la investigación. Entiendo que hay obstáculos cada vez mayores para prácticas pedagógicas que difieran de los criterios que va imponiendo el Conacyt y que nos han llevado a poner desmedida atención en, por ejemplo, los porcentajes para ajustarse a la "eficiencia terminal". Es una obsesión.

Pero además la violencia en México ha hecho que se repiense el trabajo de campo, tanto urbano como rural, tal y como lo ilustra el video dirigido y concebido por Victoria Novelo, El trabajo de campo en tiempos violentos. Es decir, no es sólo que la antropología y su pedagogía en México han cambiado sino el país mismo se alteró. Los cambios demográficos son impresionantes. La violencia está generalizada. La migración alcanza cifras muy altas. La urbanización domina en el país. La propia variedad cultural se ha profundizado con los cambios en, por ejemplo, las preferencias religiosas. El nacionalismo se ha diluido o, por lo menos, el Estado no hace énfasis en ello. En el México neoliberal, la antropología tendrá que desarrollar nuevas estrategias pedagógicas y, por supuesto, abarcar los problemas torales del país.

Y en ese escenario tan cambiante en muchos sentidos y tomando en cuenta que la investigación también es una actividad rectora en tu trayectoria, y por lo tanto tienes muy claro el panorama en ese campo, ¿consideras que podemos decir que existe o existió una escuela mexicana de antropología?

La escuela mexicana de antropología existió y existe. Su aporte son los estudios regionales integrales, como el que llevó a cabo Manuel Gamio en el Valle de Teotihuacan. El otro sello de la antropología mexicana, que quizá se perdió, es su estrecha vinculación con el Estado nacional, aplicando el conocimiento antropológico para lograr la formación de una sociedad nacional planeada "desde arriba", en la que la variedad de la cultura no cabía. Es decir, la antropología mexicana en un tiempo fue reconocida mundialmente como un ejemplo de "antropología aplicada". Pero incluso ahí, los enfoques regionales siguieron privando con teóricos de la integración regional tan lúcidos como Gonzalo Aguirre Beltrán. Esa escuela mexicana aún existe: los estudios regionales siguen siendo una de las marcas de la antropología de hoy en México. Pero la característica que resalta es la preocupación por la variedad de la población mexicana, la concentración de los antropólogos en el estudio del país y su variedad múltiple: religiosa, política, socio-económica, de identidad, cultural, lingüística. Asociado a ello, está la compleja problemática de la desigualdad social, la más importante de analizar.

Menciona tres antropólogos mexicanos que a tu modo de ver marcaron época en la antropología mexicana del siglo XX.

—Desde mi punto de vista, los tres antropólogos que marcaron época en el México del siglo XX son Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo Bonfil y Ángel Palerm. Soy consciente que no existe unanimidad de los antropólogos en torno a esta opinión. Recalco: es mi parecer. Lo digo porque Gonzalo Aguirre Beltrán, aparte de ser el líder de la teoría de la aculturación inducida ("el indigenismo"), fue quien sentó las bases teóricas de una teoría de las regiones en México. Además, la antropología mexicana de los años básicos de 1965-1990 se desarrolló en contrapunto con el indigenismo. Guillermo Bonfil fue artífice del trabajo de campo y lúcido teórico contra-colonial. Ángel Palerm innovó las pedagogías de la antropología en México e introdujo discusiones que aún nos persiguen, como la relación entre antropología y marxismo. Aportó una visión nueva a la antropología en México. Los tres, en medio de sus notables diferencias, supieron unirse para forjar instituciones que hoy son pilares del desarrollo de la antropología mexicana. En mi libro Los años estudiantiles bauticé su actuar conjunto como "el liderato tripartito".

Sí, y también los tres, en medio de sus diferencias, asumieron un fuerte compromiso con la antropología. ¿Cuál es hoy el papel/compromiso del antropólogo social con la sociedad? ¿Cómo concibes la relación entre la antropología académica y la antropología aplicada?

—A esta pregunta, recalco que mi respuesta expresa un punto de vista personal que no intento sea unánime, ni mucho menos. En mi caso, mi compromiso es hacer lo mejor que pueda mi trabajo, con congruencia y honestidad, sin simulaciones. Siento que debo colaborar en la creación de conocimiento que nos perfile a mejores ámbitos de convivencia. En ningún caso me prestaría a ponerme al servicio de intereses que claramente están en contra del bienestar general, en un país tan desigual como es el nuestro.

Creo que la antropología académica y la antropología aplicada (distinción, por cierto, sobre la que insistió Aguirre Beltrán) son dos caras de la misma moneda. Más aún, me parece que un buen porcentaje de los problemas más agudos del país no se resuelven porque no existe la voluntad en los círculos de poder de que se soluciones y, por lo tanto, de aplicar el conocimiento que crean las ciencias sociales en general. Para el juego de intereses que existe actualmente en México, los problemas son alfiles que se mueven en el terreno de la lucha por el poder. Así que la aplicación de los resultados de la investigación, en antropología o en otras ciencias sociales, tendrá que ponderarse en el contexto anterior.

Rescato esto que dices: "Creación de conocimiento que nos perfile a mejores ámbitos de convivencia" y pienso también en la convivencia-relación del investigador con el "otro". ¿Cómo miras hoy la relación del antropólogo con su "sujeto de estudio"? ¿Qué piensas, por ejemplo, de la investigación dialógica y colaborativa, del conocimiento situado?

En México hemos desarrollado una antropología preocupada por los problemas del país. El "otro" para el antropólogo mexicano es un reflejo de la variedad en la que uno está contextualizado. El concepto del "otro" es un resultado de las antropologías colonialistas que vieron en los pueblos dominados a una cultura extraña. Pero en México nos estudiamos a nosotros mismos cuando estamos en un estadio de futbol, en una comunidad campesina o en un poblado totonaco. En todos los casos, terminamos haciendo referencia al país y su compleja problemática. Bonfil insistía en que los antropólogos tenemos interlocutores y no informantes. Reconocerlo es parte de una antropología dialógica que se inició con el propio Fray Bernardino de Sahagún y es una característica de la antropología en México. Lo que hoy se llama "etnografía multisituada" es una añeja insistencia de la antropología en general como disciplina basada en la comparación. Los antropólogos han desarrollado la capacidad de explicar macro contextos a partir de un contexto concreto y ello se debe en mucho a la comparación como método.

¿Cuáles son los retos de esta antropología social mexicana preocupada por los problemas del país, y de la antropología social en el mundo? ¿Qué perspectivas se vislumbran y qué desafíos? ¿Qué hay de la interdisciplinariedad, de las inquietudes de los antropólogos jóvenes?

—Me parece que el reto más importante de la antropología social en México, en particular, y en el mundo, en general, es no diluirse y perder su bagaje teórico y de método. En el caso de México, la antropología social no sólo tiene la tarea de explicar la variedad del país, sino demostrar que ésta es el mayor recurso con el que contamos para resolver los problemas que afrontamos colectivamente. En esa tesitura, las perspectivas en México para la antropología social dependen de su capacidad para mantenerse vigente. Es decir, depende de las estrategias de investigación de los antropólogos y antropólogas en concreto, para situar en los escenarios de discusión los problemas que importan: la desigualdad social y sus derivados; la articulación no jerarquizada de la variedad cultural; los controles sociales y culturales al poder; la reconfiguración de la nación y, por consiguiente, del propio Estado nacional.

Es decir, la antropología social en México tiene ante sí el reto de no perder de vista la complejidad contemporánea y traer a la discusión qué derroteros son viables para transformar este país. Relacionado con ello está la cuestión de la interdisciplinariedad, es decir, la articulación de las disciplinas que componen a las ciencias sociales en explicaciones conjuntas. Ello sólo es posible lograrlo en el nivel de la teoría. Trabajar juntos sin más es multidisciplina. Explicar juntos es el problema de la interdisciplina. Me parece que esto último es una preocupación de los jóvenes que estudian antropología, aunque habría que preguntarles a ellos cuáles son los tópicos que les preocupan.

De mi experiencia docente actual con estudiantes de posgrado deduzco que existe un amplio abanico de temas que están siendo abordados, pero la interdisciplina es una demanda que surge a cada momento en las discusiones de aula. Los temas concretos constituyen una gama amplia, pero las preocupaciones se centran en cómo transformar al mundo y cómo hacerlo desde disciplinas sociales que no se ignoren sino que se complementen.

Hablando de complementariedad, y regresando a tu vida profesional, ¿cómo caracterizarías tu trayectoria, considerando que te has desempeñado en la investigación, en la docencia y en la administración? ¿Qué peso y qué valor le atribuyes en tu vida profesional a tu experiencia en cada una de esas tres líneas de trabajo?

Considero que he tenido una trayectoria "multisituada" y por lo tanto, una experiencia variada. Mi investigación de la configuración regional de México me llevó a conocer la profundidad histórica de la variedad mexicana. Ligué la investigación con la docencia, por lo que ambas se complementan. No me concibo como un investigador alejado de la docencia, ni como un profesor de antropología que no investiga. Ambas, docencia e investigación, son dimensiones de mi trayectoria profesional; conforman una unidad. La administración me enseñó la gran complejidad que enfrenta la ciencia en México para avanzar, para abrirle camino a la investigación, para lidiar con la burocracia y con el poder. Es un camino lleno de riesgos y uno debe estar dispuesto a asumirlos. El mayor riesgo es el de la cooptación: traicionarte a ti mismo y olvidar tu compromiso con la creación de conocimiento que es el compromiso con la gente. En los cargos que desempeñé, busqué contribuir a la obertura de nuevos ámbitos para la investigación y la docencia de la antropología, así como para la difusión de los resultados de la misma. Incluso mi experiencia frente al Instituto Chiapaneco de Cultura la veo como un caso de antropología aplicada. Mostrar y hacer comprender la variedad de la cultura en Chiapas, en México y en el mundo, nutrió a esa experiencia. Diseñamos el Instituto Chiapaneco de Cultura siguiendo criterios antropológicos. Así que en mi experiencia se articularon la investigación, la docencia y la administración para configurar una sola trayectoria.

¿Qué reflexión podrías compartir sobre la relación entre lo que esperabas cuando llegaste a la ENAH y lo que ahora has logrado en tu trayectoria profesional?

—Le debo a la ENAH mi formación básica, mis primeros profesores(as) y maestros(as), y una generación excepcional de compañeros y compañeras. Una parte de mis amistades más entrañables las forjé en la ENAH. Le debo a la escuela un ámbito de inquietud intelectual que me auxilió en la forja de una visión de la antropología y de lo que quería hacer. De hecho, mi trayectoria se inicia allí. En la escuela aprendí a investigar, a leer, a discutir, a no ser insensible ni indiferente ante los problemas del país y del mundo; aprendí el valor del compañerismo en aquel inolvidable año de 1968. Lloramos a nuestros muertos, cuyas jóvenes vidas fueron truncadas en aras de los intereses y los rejuegos del poder. La ENAH fue la matriz que forjó mis objetivos como antropólogo y eso es invaluable para mí. Después vinieron otras experiencias muy valiosas, pero estaba la base de la escuela, lo que me ayudó a sortear muchos caminos y, sobre todo, me salvó de ser un acomplejado ante los retos que nuestra formación en otros países representa. En muchos sentidos, lo que aprendí en la ENAH no le pedía nada a ninguna escuela. Lo básico estaba logrado. Cuando la escuela cayó en una crisis severa por la salida de los antropólogos en las circunstancias represivas en las que se dio, allí en los ámbitos donde fuimos recibidos y continuamos el camino, llevamos a la ENAH con nosotros. En mi caso mi trayectoria muestra el desarrollo de las bases intelectuales que aprendí en aquella ENAH de los años 1965-1969.

Encaminándonos hacia el final de esta elocuente conversación que nos invita a nuevas reflexiones y a redoblar los esfuerzos, platícanos, Andrés, ¿qué estás haciendo actualmente y cuáles son tus planes futuros?

Actualmente, después de trasladarme en 2014 al CIESAS-Occidente desde el CIESAS-Sureste y regresar a vivir a Jalisco, estoy trabajando en tratar de explicar que resultó de la articulación entre las sociedades rancheras como las de Los Altos de Jalisco o el norte de ese estado y los grupos con los que se enfrentaron al tratar de recorrer la frontera colonial. Me interesa comprender esa articulación a finales del siglo XVIII y en el siglo. Es un proyecto de largo plazo que se combina con una nueva exploración de los clásicos, entre ellos, el propio Marx y los clásicos de la antropología en el país, lo que se enlaza a una reflexión acerca de la trayectoria de la antropología en México. Combino ese proyecto de investigación con la docencia, tanto en seminarios de teoría como en los dedicados a examinar los enfoques regionales. En ese contexto, sigo trabajando estrechamente con el Seminario Permanente de Estudios de la Gran Chichimeca que fundamos hace ya unos 15 años y ha resultado un ámbito de reflexión muy importante.

En otro ángulo, pero enfocándome al tema de las identidades y de "lo regional", sigo preocupado por estudiar los contextos sociales y culturales del deporte. Por fortuna, después de que publiqué el libro Lo sagrado del rebaño, en México se han multiplicado quienes están interesados en este tema y lo hacen muy bien. Mi libro es ya sólo una referencia histórica. Los actuales estudiosos son teóricos refinados que han logrado explicaciones muy sugerentes.

Estaremos a la espera de lo que derive de estos planes que te mantienen muy activo. En esta fecha tan especial, 70 años de vida, ¿qué puedes decir acerca de cómo has vivido la antropología? Recuerdo que Javier Guerrero decía que la antropología es un estilo de vida. Para ti, ¿qué ha sido y qué está siendo la antropología social?

—Cumplir 70 años me recordó aquel tango que dice "es un soplo la vida". Te confieso que tuve un golpe de nostalgia. Conforme se acercaba la fecha, el 14 de febrero pasado, venían a mi cabeza los recuerdos. Me espanté un poco porque dicen que eso pasa cuando ronda la muerte. El caso es que viví en la memoria mis días infantiles en Tuxtla Gutiérrez y mi juventud chiapaneca. Recordé mi arribo a la Ciudad de México hacia 1963, con 18 años de edad, lo enorme que me pareció la ciudad. Mi breve estancia en la UNAM que fue en provecho de familiarizarme con la música clásica y la vida estudiantil tan atractiva de una gran universidad. Por supuesto, vinieron a mi mente mis días en la ENAH, el año de 1968, las lecciones de Palerm, las amistades entrañables (varios amigos ya fallecieron) y las múltiples actividades que hicimos en aquellos años. Me he prometido preparar una segunda edición de mi libro Los años estudiantiles que, por cierto, está dedicado a mis compañeros y compañeras de generación.

He vivido como antropólogo estas décadas, desde que ingresé a la ENAH. Es una forma de mirar que no se puede y, digo, que no se debe evitar. En donde uno está, en cualquier circunstancia, uno es antropólogo. Para mí ello ha sido un disfrute pero también un dolor. La antropología te abre los ojos y no es posible no ser sensible ante los horrores del mundo. Como dice Javier Guerrero, la antropología es un estilo de vida. Eso lo decíamos en aquellos años de brevedad demográfica entre los antropólogos. Nos asumíamos como un gremio. Hoy no sé si eso está vigente. Ustedes los jóvenes son los que tendrán que decidir si la antropología es hoy un estilo de vida.

Muchas gracias, Andrés, por la entrevista y por tus aportaciones a la antropología, por tu compromiso con la creación de conocimiento y la educación.

—Te agradezco, Tere, tus preguntas. Todas muy estimulantes. Gracias porque ello me ha hecho reflexionar y transmitir sentimientos e ideas que es difícil expresar en un texto académico. Ha sido un disfrute conversar contigo.

Un gusto Andrés. Felicidades. Y no te espantes, seguro que todavía disfrutarás la vida y tu trabajo durante muchos años más.

 

Semblanza

Andrés Fábregas Puig es doctor en antropología social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Cursó la carrera de etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) con la especialidad en etnohistoria; e hizo estudios de posgrado en antropología en la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Estatal de Nueva York.

Su trayectoria profesional gira alrededor de tres ejes principales: la investigación, la docencia y la administración. En el primer campo, Andrés Fábregas ha realizado estudios regionales en Los Altos de Jalisco, en la zona Xalapa-Coatepec, en el Norte de Jalisco y en la frontera sur de México, además de investigaciones sobre religión y sociedad, etnografía de grupos indígenas de Chiapas y sobre el futbol como integrador de identidades, en Jalisco. Actualmente hace una investigación sobre la articulación entre los grupos chichimecas y las sociedades rancheras en situación de frontera, en la región Norte de Jalisco.

En el campo de la docencia su trabajo ha sido muy amplio, ha contribuido en la formación de antropólogos de múltiples generaciones, alumnos de la Universidad Iberoamericana, de la Universidad Autónoma Metropolitana, de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en la Universidad Autónoma de Yucatán, en la Universidad Nacional de Costa Rica, en el Instituto Politécnico de Castelo Branco en Portugal, en la Universidad de Salamanca, en el Colegio de Jalisco, en el Colegio de Michoacán, en el CIESAS, en la Universidad de Guadalajara, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en el Colegio de la Frontera Sur, en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Además, ha participado en actividades académicas próximas a la docencia en diversas instituciones de cultura. Ha sido director de tesis o miembro del comité de tesis de más de 50 estudiantes de licenciatura y posgrado.

En el campo de la administración, Andrés Fábregas fue profesor-fundador y jefe del Departamento de Antropología Social de la UAM-I, director y fundador honorífico del CIESAS Unidad Sureste, director general del Instituto Chiapaneco de Cultura, fundador de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas de la que fue el primer rector; en la misma universidad fundó el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica. Además fue coordinador académico en El Colegio de Jalisco, fundador de la Universidad Intercultural de Chiapas y primer rector de la institución, miembro fundador de la Red de Universidades Interculturales (RedUI, de la que fue el primer presidente; fue coordinador de Programas de Posgrado del CIESAS Unidad Sureste.

 

Libros y ensayos de Andrés Fábregas, ya referentes obligados para los estudiosos de la antropología social:

Fábregas, Andrés 1976 Antropología política. Una antología. Prisma. México.

---------- 1986 La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco. CIESAS. México.

---------- 1989 El estudio antropológico de la religión, en Religión y sociedad en el Sureste de México, Andrés Fábregas Puig et al. SEP/Conafe/CIESAS (Cuadernos de la Casa Chata). México. 8 vols.: 4-50.

---------- 1997a El concepto de región en la literatura antropológica, en Ensayos antropológicos. 1990-1997, Andrés Fábregas. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez: 123-149.

---------- 1997b Ángel Palerm Vich. Una Semblanza. El Colegio de Jalisco. Zapopan.

---------- 2001 Lo sagrado del rebaño. El futbol como integrador de identidades. El Colegio de Jalisco. Zapopan.

---------- 2003 Reflexiones desde la tierra nómada. Universidad de Guadalajara/El Colegio de San Luis. Guadalajara.

---------- 2005 Los años estudiantiles. La formación de un antropólogo en México. Universidad de Guadalajara/El Colegio de San Luis/Universidad Intercultural de Chiapas. Guadalajara.

---------- 2006a Chiapas antropológico. Gobierno del Estado de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez.

---------- 2006b Sí se puede. Etnografía de una semana en California. Editorial Viento al Hombro. Tuxtla Gutiérrez.

---------- 2008 Chiapas. Culturas en movimiento. Editorial Culturas en Movimiento. Tuxtla Gutiérrez. [Traducido al inglés y al italiano.]

---------- 2010a El mosaico chiapaneco. Etnografía de las culturas Indígenas. CDI. México.

---------- 2010b Lo sagrado del rebaño: el nacimiento de un símbolo, en Futbol-espectáculo, cultura y sociedad, Samuel Martínez (coord.). Universidad Iberoamericana/Afinita Editorial. México: 331-339.

---------- 2010-2011 Configuraciones regionales mexicanas. Un planteamiento antropológico. Gobierno del Estado de Tabasco/CEDESTAB. Villahermosa.

---------- 2012a El mosaico chiapaneco. Etnografía de las culturas indígenas. Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. México.

---------- 2012b Chiapas: futbol y modernidad, en Afición futbolística y rivalidades en el México contemporáneo. Una mirada nacional, Roger Magazine, J. Samuel Martínez y Sergio Varela (coords.). Universidad Iberoamericana. México: 177-197.

---------- 2012c Fronteras y colonialismo: una reflexión desde la frontera México-Guatemala. The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology, 17, marzo: 6-23. [Publicado en línea el 15 de marzo de 2012.]

---------- 2012d Chicago: futbol, identidad, migración, en Offside/Fuera de lugar. Futbol y migraciones en el mundo contemporáneo, Guillermo Alonso Meneses y Luis Escala Rabadán (coords.). El Colegio de la Frontera Norte/Clave Editorial. México: 47- 63.

---------- 2012e La etnografía: el descubrimiento de muchos Méxicos profundos. Entrevista a Andrés Fábregas Puig, Nicolás Olivos Santoyo y Hadlyn Cuadriellos Olivos. Andamios. Revista de Investigación Social, 9, 19, mayo-agosto: 161-199.

---------- 2013a Fray Matías de Córdova y las raíces liberales del indigenismo mexicano. Anuario 2011. Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica/Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez: 217-232.

---------- 2013b Identidades en movimiento: la frontera sur de México, en Fronteras culturales, alteridad y violencia, Miguel Olmos Aguilera (comp.). El Colegio de la Frontera Norte/Departamento de Estudios Culturales. México: 97-115.

---------- 2014a El estudio de la vida política en antropología: una evaluación. Unicach/CESMECA (Cuadernos del Sur, 1). San Cristóbal.

---------- 2014b El estudio de la vida política: una evaluación. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas/CESMECA (Colección Apuntes del Sur, 1). México.

---------- 2014c Víctor Bretón Sólo de Saldívar, Toacazo en los Andes Equinocciales tras la Reforma Agraria. Liminar, reseña. Estudios Sociales y Humanísticos, XII, 1.

---------- 2014d Comentarios finales, en Memoria visual. Producción y enseñanza de la antropología visual universitaria en México, Victoria Novelo y Everardo Garduño (coords.). UABC-Instituto de Investigaciones Culturales-Museo. Baja California: 168-179.

---------- 2014e La antropología del deporte: un tema emergente en la antropología de las orillas, en Temas emergentes en la antropología de las orillas, Victoria Novelo y Juan Luis Sariego (coords.). Conaculta. Tuxtla Gutiérrez: 35-49.

Fábregas, Andrés, Juan Pohlenz, Mariano Báez y Gabriel Macías 1985 La formación histórica de la frontera sur. CIESAS. México.

Fábregas, Andrés y Pedro Tomé 1999 Entre mundos. Relaciones interculturales entre México y España. El Colegio de Jalisco. Zapopan.

---------- 2001 Entre mundos. Estudios de caso entre México y España. El Colegio de Jalisco. Zapopan.

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