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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.21 no.61 México sep./dic. 2014

 

Dossier: Memoria y territorio

 

Pasado y presente de la presencia oaxaqueña en Teotihuacán, México

 

Verónica Ortega Cabrera, Jorge Nukyen Archer Velasco

 

Zona Arqueológica de Teotihuacán, INAH.

 

Resumen

Las poblaciones que habitan el actual estado de Oaxaca se caracterizan por tener una alta movilidad desde los tiempos prehispánicos, un claro ejemplo de esto es la que se dio en el periodo Clásico mesoamericano en Teotihuacán, donde se han hallado evidencias de la presencia de grupos procedentes de aquel territorio, principalmente en un área conocida como Tlailotlacan o Barrio Oaxaqueño [Millon, 1973; Spence, 2002 y 2005]. Si bien los estudios en el asentamiento prehispánico han tomado relevancia en los últimos años [Archer, 2012; Ortega, 2009, 2010 y 2012; Palomares, 2007], se ha dejado de lado un fenómeno que se inicia a partir de la década de los años ochenta del siglo pasado: la migración de familias de origen oaxaqueño y su asentamiento en la misma área que conformó el antiguo barrio.

En este artículo abordaremos el fenómeno migratorio que ha caracterizado al área, tanto en la época prehispánica como en la contemporánea, como un ejemplo de las dinámicas que las comunidades oaxaqueñas generan al dejar su lugar de origen.

Palabras clave: población, arqueología, migración, Teotihuacán.

 

Abstract

The populations inhabiting the state of Oaxaca are characterized by high mobility since pre-Hispanic times; a clear example of this is seen in the Mesoamerican Classic Period of Teotihuacan, where evidence has been found of the presence of groups from the southern state, mostly from a neighborhood known as Tlailotlacan or Oaxacan [Millon, 1973; Spence, 2002, 2005]. While studies at this pre-Hispanic settlement have gained importance in recent years [Archer, 2012, Ortega, 2009-2012, Palomares, 2007], a phenomenon that dates back to the 1980s has been neglected: the migration of families of Oaxacan origin and their settlement in the same area that formed the old neighborhood.

This article addresses the migratory phenomenon that has characterized the area, both during the pre-Hispanic era and in contemporary times, as an example of the dynamics that generate the movement of Oaxacan communities from their place of origin.

Keywords: Population, archeology, migration, Teotihuacan.

 

Introducción

La migración es uno de los fenómenos más importantes para medir los cambios demográficos en las poblaciones, junto con la fecundidad y la mortalidad [Blanton et al., 1995]. Desde la antropología, los estudios de migración se enfocan en las causas que promueven los movimientos de grupos humanos, en cómo estas afectan a las culturas de origen y a las de destino, a la organización social interna del grupo migrante y al grupo huésped [Brettell, 2000 y 2009].

El fenómeno de la migración implica un alto costo social, sobre todo, por el impacto que genera en las relaciones afectivas y familiares, pero también por las consecuencias que tiene en la estructura de las comunidades involucradas [Castles y Miller, 2009; Sowell, 1996: 2]. Es un hecho comprobado que los movimientos poblacionales transforman los componentes sociales, culturales y demográficos de las comunidades huésped, generando nuevas fuentes de diversidad cultural [Castles y Miller, 2009]. Dicha diversidad implica la convivencia de símbolos, tradiciones, música, comidas e historias que viajan, atraviesan fronteras, son reinterpretadas, difundidas o rechazadas; se entremezclan con otras, compiten, se olvidan, son traducidas, y pasan a través de fronteras jurídicas y políticas, desafiando la idea de que cada cultura ocupa y se identifica únicamente con un territorio [véase Giménez, 2007: 32-34].

En este contexto se construyen las identidades, definidas como el vínculo que nace de la unidad y la unicidad, mismo que surge de las similitudes y las diferencias inherentes con los "otros" [Martínez, 2008]. Cuando existe un grupo minoritario en una sociedad, tiende a crear unidades territoriales, donde se mantiene una "continuidad" cultural con su lugar de origen [Casasa, 2008].

La creación de una identidad implica una memoria colectiva, la cual es conformada en parte con mitos, narrativas, fantasía y mitología que tiene relación con el inicio o con el lugar de origen [Hall, 1990].

La identidad entre migrantes conlleva procesos que preceden a la conformación de una diáspora, como una unidad poblacional dispersa y fuera de su lugar de origen. Las causas de la generación de esta población diaspórica pueden ser variadas, como la búsqueda de nuevas oportunidades para el mejoramiento del nivel de vida. La población que integra la diáspora por lo regular comparte un origen étnico o geográfico común, lo cual genera un fenómeno de aceptación, empatía y solidaridad entre sus miembros, y una memoria colectiva en función de una continuidad ideológica hacia el lugar de origen [Cohen, 1996].

La migración implica un proceso de separación entre la cultura y el territorio del lugar origen, y una nueva conformación cultural-territorial en los destinos por medio de un fenómeno de transpertenencia basado en la etnicidad [Giménez, 2000a; Ramírez, 2006]; en otras palabras, los migrantes reconstruyen su territorio, identidad y memoria basándose en su etnicidad, retomando los valores culturales e ideales de su lugar de origen. En las poblaciones migrantes el olvido y la nostalgia desempeñan un papel importante tanto en la creación de la memoria como en la generación de identidades. El papel del olvido es importante en la conformación de una nueva memoria cultural si se toma en cuenta que se idealiza el lugar de origen y la nostalgia [Todorov, 2002].

 

Los oaxaqueños en Teotihuacán durante el Clásico

La comprensión del asentamiento teotihuacano, como un fenómeno urbano a gran escala, marcó el inicio de una nueva etapa en la arqueología del centro de México, pues permitió el desarrollo de líneas de investigación en las que la organización urbana fue tomada como indicador arqueológico de la complejidad social, la organización política y la economía, entre muchos otros temas que se relacionan con la presencia del Estado como fenómeno sociopolítico.

Las relaciones espaciales de conjuntos y complejos arquitectónicos observadas por el arqueólogo René Millon y su equipo, a partir del análisis del mapa de la ciudad antigua y los materiales arqueológicos recolectados en superficie, respaldaron el supuesto de que la urbe estuvo dividida en barrios o vecindarios, algunos habitados por grupos especializados en determinadas actividades [principalmente productivas) y otros en los que residieron comunidades de extranjeros [Millon, 1973: 40], entre los que destacaban aquellos originarios de la región que actualmente conocemos como Oaxaca y grupos relacionados con la costa del Golfo de México y el área maya.

La presencia de una gran cantidad de conjuntos departamentales le permitió a Millon proponer que esas construcciones fueron habitadas por grupos corporativos que compartían rituales, actividades económicas y parentesco, organizados en barrios cuyo principal elemento de cohesión era el ritual, el cual debió llevarse a cabo en los templos más prominentes, a los que denominó "templos de barrio" [1973].

Bajo esta perspectiva, por primera vez en la historia de la arqueología de Teotihuacán se utilizó el término "Barrio Oaxaqueño" para referirse a un área en la parte oeste de la ciudad antigua, que posiblemente fue habitada por personas procedentes del actual estado de Oaxaca. De acuerdo con René Millon, "La primera evidencia de esto fue una concentración de cerámicas finas de Oaxaca en nuestras colecciones de superficie..." [Millon, 1973, vol. 1: 41].

El Barrio Oaxaqueño, nombrado así por Millon [1967], Fowller y Paddock [1975] y Rattray [1993], también conocido como Tlailotlacan [Spence, 1989], se asentó en la ladera sur del Cerro Colorado Chico, el cual es una de las elevaciones que delimitan al Valle de Teotihuacán en su extremo poniente. Se ubica aproximadamente a tres kilómetros al poniente de la Calzada de los Muertos, abarcando los sectores N1W6 y N2W6. Tlailotlacan se compone de 10 a 15 conjuntos, por lo que Michael Spence propuso una nomenclatura basada en anteponer las letras TL seguidas por el número de conjunto correspondiente al plano de sector, así, el conjunto 1:N1W6, por ejemplo, es también nombrado como TL1 [Spence, 1989].

En la década de los años sesenta John Paddock y René Millon realizaron diferentes aseveraciones sobre el papel que desempeñó el "Barrio Oaxaqueño" en Teotihuacán, haciendo énfasis en el vínculo que hubo entre la élite teotihuacana y la clase gobernante de Monte Albán, catalogando al asentamiento como un "enclave", una "embajada" y un "barrio étnico", sin embargo, aún no se ha identificado la función o rol que cumplió dentro del sistema económico y político de Teotihuacán [Paddok, 1983; Millon, 1967; Rattray, 1987, 1993; Spence, 1989, 1992, 1998; Palomares, 2007].

Ambos investigadores difirieron sobre la duración u ocupación del asentamiento, ya que, en su momento, Millon [1973] consideró que el sitio contaba con una larga ocupación, mencionando la posibilidad de varios siglos, mientras que Paddock [1972 y 1983] pensaba que había sido fundado por un grupo reducido de zapotecas y ocupado durante un corto periodo, escasamente un siglo, basándose en los tiestos recolectados hasta ese momento, ubicándolos principalmente en la fase Transición II – IIIA de Monte Albán (200-350 d. C. en la cronología de Caso, Bernal y Acosta, 1967), no obstante, no descartó la posibilidad de que el área hubiera sido ocupada durante la época Monte Albán II. A través de numerosas investigaciones realizadas en los últimos años se ha podido vislumbrar con mayor claridad el desarrollo que tuvo el barrio, así como las posibles implicaciones de la presencia de grupos procedentes de Oaxaca.

Plano 1

Plano 2

 

La arqueología del Barrio Oaxaqueño

Los trabajos de recorrido de superficie del Teotihuacan Mapping Project aportaron los primeros registros sistemáticos de material cerámico foráneo en la urbe prehispánica, su ubicación espacial y sus asociaciones cronológicas. Entre 1966 y 1967 John Paddock realizó excavaciones al lado de Evelyn Rattray en el conjunto TL7, bajo los auspicios de la Universidad de las Américas, descubriendo varios cuartos y espacios arquitectónicos de estilo teotihuacano, así como tres entierros, uno de los cuales estuvo asociado a fragmentos de una vasija efigie de la época Monte Albán II-IIIA (200-350 d. C.) y tiestos de incensarios teotihuacanos. La cerámica oaxaqueña localizada en estas exploraciones se puede clasificar principalmente en tres grupos: 1) la cerámica gris fina, importada de Oaxaca, 2) la cerámica gris hecha localmente en Teotihuacán, que incluye vasijas y figurillas, y 3) las urnas de Monte Albán [Rattray, 1993: 35].

A finales de 1967 René Millon y Juan Vidarte excavaron la parte noroeste del conjunto TL7, complementando las investigaciones de Paddock y Rattray al reportar la presencia de un depósito funerario cuyas características lo relacionaban con el área oaxaqueña, pues se trataba de una tumba en cuya entrada se localizó una piedra con la inscripción del glifo "nueve movimiento", perteneciente al sistema de escritura zapoteca; además registró una vasija efigie de estilo Monte Albán III-A que había sido rota intencionalmente dentro de una habitación en un evento ritual fechado hacia la fase Metepec (600 d. C.). Los materiales cerámicos analizados permitieron determinar que los grupos foráneos ocuparon este sector urbano entre los años 300 y 650 d. C. [Millon, 1967: 42-44]. La arquitectura del conjunto era de características teotihuacanas, incluso se reporta la presencia de un basamento con fachada de talud-tablero y una escalinata central, que probablemente formaba parte de un espacio público (plaza). Si consideramos las excavaciones de manera integral, tenemos a la vista un conjunto conformado por al menos una plaza delimitada por basamentos con talud-tablero, asociada a diversos cuartos, en algunos de los cuales se localizaron entierros extendidos, así como los restos de una tumba que fue reutilizada en diferentes momentos. De acuerdo con Millon [1967: 43], el conjunto contaba con al menos cuatro momentos constructivos, lo que nos muestra la dinámica constante de ampliar, modificar y reconstruir los espacios.

Estos trabajos permitieron observar que la presencia de grupos foráneos no era casual o superficial, sino que cabía la posibilidad de definir un grupo con filiación cultural en el que había vestigios de costumbres funerarias, artefactos, arquitectura y tradiciones religiosas que indicaban una ocupación prolongada de gente con rasgos culturales semejantes a los de los zapotecos de los valles centrales de Oaxaca. Así, la excavación parcial de uno de los más de 14 conjuntos que hipotéticamente conforman el Barrio Oaxaqueño [Rattray, 1993: 10] aportó elementos para delinear modelos explicativos de la amplia relación que debieron tener Teotihuacán y Monte Albán como centros rectores de regiones distantes, modelos que perduraron por 20 años, hasta que en el año 1987, bajo los auspicios del Social Sciencies and Humanities Research Council of Canada, Michael Spence retomó el problema del Barrio Oaxaqueño a través de sus excavaciones en el conjunto TL6, localizado justo al poniente del TL7 que habían intervenido Millon y Paddock.

Las excavaciones realizadas entre 1987 y 1989 pusieron al descubierto una plaza con altar central, rodeada de tres plataformas, debajo de las cuales se hallaron dos tumbas. La presencia de cerámica zapoteca alcanzó 3.3% del total registrado [Spence, 1989c: 36] y se componía de vasijas de tipo utilitario, entre las que sobresalían los cajetes cónicos, apaxtles y macetas, así como comales, ollas, jarras, platos, cajetes zoomorfos, sahumadores, figurillas, vasijas con desgrasante de mica y fragmentos de urnas, todos correspondientes a tipos de la época Monte Albán II-IIIA (200-350 d. C.]; un dato importante es que la mayoría de esta cerámica es de arcilla local, es decir, fue fabricada en Teotihuacán, aunque existen algunos ejemplares importados [1989c: 36]. En cuanto a los entierros, se localizaron 15 contextos funerarios, entre los que hay individuos depositados en posición extendida, así como una gran cantidad de entierros secundarios y huesos sin asociación anatómica, producto de las constantes remociones y reutilizaciones que se hacían de las tumbas.

A decir de Spence, por los datos recabados era probable que los inmigrantes zapotecos llegaran a Teotihuacán hacia la fase Tlamimilolpan tardío, cerca del año 300 d. C. y, dados los canales excavados en el tepetate que registró, que antes de establecerse el terreno estuviera ocupado por un campo de cultivo. Este autor comparte la idea de una ocupación prolongada por parte de los oaxaqueños, ya que les asigna una estancia aproximada de 450 años, tiempo en que mantuvieron su identidad cultural a partir de los rituales domésticos y las costumbres funerarias [Spence, 1989b y 1996]. La ausencia de rasgos arquitectónicos foráneos, más allá de la presencia de recintos funerarios (tumbas), es uno de los argumentos que Spence utilizó para establecer que la arquitectura era típica teotihuacana, por lo que los oaxaqueños tuvieron que adaptarse a un entorno urbano ajeno, lo que los llevó a luchar por su identidad desde la trinchera doméstica, donde se reproducía la ideología, las costumbres y la cosmovisión propios de su lugar de origen [véase Spence, 1999 y 2002]. Sin embargo, es importante anotar que él registró por lo menos ocho etapas constructivas, lo que nuevamente nos habla de una dinámica constante de renovación y cambio al interior del conjunto, que bien podría estar reflejando un flujo frecuente de ideas en el que los grupos que habitaban el espacio tenían necesidades que variaban con cierta periodicidad, por lo que requerían modificar, renovar y reconstruir. Lo anterior no quiere decir que no se tratara de una comunidad específica, ya que al parecer las costumbres y rituales responden a un mismo modelo, pero quizá sí nos indique que no hubo una estructura estable en cuanto a la integración de los grupos que ocuparon el conjunto.

Durante la década de los noventa el área fue intervenida a través de excavaciones de salvamento arqueológico, así se intervino parte del conjunto TL1 [Gamboa, 1994] y, en el año 2008, se continuaron las excavaciones a través del Proyecto de Investigación Arqueológica Barrio Oaxaqueño, auspiciado por el INAH y dirigido por Verónica Ortega Cabrera, el cual, además de excavar parcialmente TL2, TL9, TL11 y TL67, amplió la información de TL1 y de su entorno geográfico, con lo que se logró determinar que la ocupación foránea tuvo lugar desde momentos muy tempranos, probablemente durante las fases Tzacualli- Miccaotli (100-200 d. C.). La arquitectura es de uso doméstico; los pisos de patios, plazas y pasillos están cubiertos con lajas, como una característica propia de este sector, y las habitaciones se distribuyen en torno a estos espacios abiertos, conformando un patrón claro de unidades habitacionales individuales, integradas en conjuntos arquitectónicos amurallados. Dentro del patrón arquitectónico se incluye la tumba, un recinto funerario construido de manera previa a las plataformas de los templos domésticos y debajo de los patios y las plazas, lo que nos indica que el diseño de los conjuntos ya incluía la presencia de este elemento. El sistema hidráulico para el desalojo de aguas pluviales y residuales se encuentra muy desarrollado, pues debajo de los pisos corren los ductos que canalizan los escurrimientos desde los patios hasta el exterior de los conjuntos, además existen ductos a cielo abierto que rodean algunas plataformas. Todo este complejo sistema constructivo es un indicador de la accesibilidad a los recursos con que contaron estos grupos y hace surgir la idea de una permanencia continua en el lugar, pues realizaron construcciones sólidas que no requerían mucho mantenimiento y que les permitirían habitar el sitio por más de una generación, es decir, se trata de una población migrante.

Las funciones de los conjuntos arquitectónicos estaban orientadas al ámbito doméstico, distinguiéndose diferencias internas que podrían indicar distinciones jerárquicas entre los habitantes de los mismos, en las que sobresalían ciertas familias, dada la presencia de objetos suntuarios, la calidad de construcción de su unidad residencial y la complejidad del ritual funerario de sus integrantes, los cuales fueron depositados mayoritariamente en tumbas.1

 

Se aprecia, además, la circulación de bienes foráneos al interior del barrio, provenientes de por lo menos tres regiones: Oaxaca, el Valle de Toluca y el Occidente de México (posiblemente Michoacán), situación que podría estar determinando la participación de estos grupos en circuitos de intercambio hacia dichas regiones. Las diferencias significativas entre los conjuntos se dieron con base en el tipo de materiales foráneos que circularon en su interior, pero aquellos que son de procedencia oaxaqueña se encontraron en todos los conjuntos, sin que se haya detectado hasta el momento la presencia específica de un tipo de objeto, materia prima o artefacto determinado para un conjunto en particular, lo que nos habla de cierta homogeneidad respecto de los bienes procedentes de Oaxaca.

 

En el nivel ideológico es claro que existió un culto a los ancestros, dada la presencia de tumbas que fueron reabiertas en diferentes momentos para depositar cadáveres más recientes, así como la reutilización de segmentos de esqueletos (principalmente cráneos), quizá para asegurar la cercanía parental con las familias de mayor prestigio.2 La mayoría de los individuos enterrados en tumbas son adultos, en muchos casos se trata de hombres y mujeres, a manera de parejas "primordiales", posiblemente las parejas fundadoras de los grupos familiares, y están acompañados, ya sea de esqueletos completos de cánidos o de objetos elaborados con partes de cánido, como colmillos engarzados en pendientes, mientras que aquellos que fueron enterrados de manera individual, en fosas excavadas debajo de patios o habitaciones, no mostraron un patrón de edad o género [Archer, 2012; Ortega, 2012].

 

Hacia las fases Xolalpan-Metepec (450-600 d. C.) el área del barrio continuó densamente ocupada, sin embargo, TL11 se distinguiría del resto por un nuevo patrón arquitectónico que incluía una traza en la que predominaban los espacios abiertos (patios, plazas) y construcciones con materiales de mejor calidad, lo que disminuía las evidencias de actividades domésticas para dar mayor preponderancia a las actividades de carácter ritual y colectivo.

Los conjuntos muestran ya una tendencia a la especialización en ciertas actividades, de hecho es probable que en algunas unidades domésticas se estuviesen produciendo objetos de concha que no eran para el autoconsumo, sino para el intercambio, pues hay evidencias de los procesos productivos, pero los objetos terminados no se encuentran en el vecindario, sino formando parte de los ajuares y vestimentas de grupos sociales identificados en el sector central de la ciudad.

Esquema 1

Es posible que las jerarquías sociales contaran con un sustento ideológico en el que predominaban los conceptos de linaje y pertenencia jerárquica, pues el único entierro localizado en una tumba de esta fase en TL11 es el de una niña, cuya identidad grupal fue marcada con un ajuar funerario que incluía objetos locales y foráneos.

La cerámica oaxaqueña utilizada en los conjuntos continuó perteneciendo a las vajillas domésticas y utilitarias (cajetes cónicos, apaxtles, macetas, vasos, figurillas antropomorfas y zoomorfas), mientras que las vasijas efigie parecen escasear, pues sólo se registran fragmentos de ellas en depósitos rituales de TL11, así como una pieza "matada" en TL7 [Millon, 1967].

La evolución del barrio tiene una correspondencia directa con el desarrollo urbano que se dio en el Valle de Teotihuacán, pues aquí podemos observar el mismo ciclo de crecimiento poblacional y desplazamiento de la mancha urbana, por lo que es posible proponer que su historia está ligada a la del resto de la ciudad, desde su traza primigenia hasta los últimos momentos del fenómeno urbano del Clásico.

Hoy sabemos que no necesariamente todo el denominado Barrio Oaxaqueño estuvo ocupado por migrantes de aquella región, pero una buena parte de su población sí procedía del área de Oaxaca, aunque también había población local con relaciones estrechas con migrantes de ese barrio, ya sea por alianzas matrimoniales, económicas o políticas, así como migrantes de otras zonas de Mesoamérica.

Por el flujo constante de migrantes, los fuertes vínculos con los lugares de origen y la relativa independencia cultural suponemos que los migrantes no fueron coptados por el estado teotihuacano, sino que su migración fue más bien voluntaria, incentivada por el desarrollo económico de Teotihuacán (un mercado focalizado, un enorme volumen de bienes y servicios, posibilidades de empleo y los recursos suficientes para mantener a especialistas y trabajadores en general).

Este tipo de migración en busca de mejores oportunidades coincide con los resultados del análisis de materiales arqueológicos, mediante el cual no se detectaron evidencias de una actividad dominante o función específica para el Barrio Oaxaqueño. Por el contrario, detectamos evidencias de una multiplicidad de labores desempeñadas por sus habitantes, lo cual no implica que ciertos individuos no desarrollaran actividades muy particulares, desconocidas o no realizadas por los teotihuacanos, lo que dudamos es que el barrio como unidad social hubiera tenido una función específica y desarrollado una misma actividad para la urbe.

 

La colonia El Mirador. Un asentamiento de oaxaqueños en el Teotihuacán contemporáneo

Debido a la existencia de poblaciones durante el Posclásico en el Valle de Teotihuacán, algunos terrenos actualmente presentan su nombre en lengua náhuatl. El área en donde se encuentra el Barrio Oaxaqueño pertenece al poblado de San Juan Evangelista Tlailotlacan, vocablo que significa: "los de afuera" o "gente de tierras lejanas". En algunas fuentes [Aubin, 1851] se menciona la existencia de tribus llegadas al Altiplano Central, procedentes de la Mixteca, denominadas tlailotlaque, que se establecieron en el Anáhuac bajo el reinado de Quinatzin y habitaron en uno de los barrios de Tetzcuco, conocido como Tlailotlacan; ellos se hicieron notar por su habilidad para pintar y redactar historias. Por otro lado, en su obra La población del Valle de Teotihuacán, Manuel Gamio consigna la siguiente traducción para Tlaylotlacan: "De tlayloa, revolver a otros; de tlacatl, persona, y el sufijo n, indicativo de lugar: lugar donde se revuelven personas, o de gentes extrañas que se avecinan" [Gamio, 1979: 666].

 

Este locativo pasa al Valle de Teotihuacán probablemente en el Posclásico, pues de acuerdo con los registros existentes en el Archivo de la Catedral de San Juan Bautista en Teotihuacán, para 1575 ya se denomina Tlaylotlacan al Barrio de San Juan Evangelista. Es probable que algunos grupos del Barrio de Tlailotlacan de la ciudad de Texcoco se hubiesen avecindado en lo que ahora conocemos como San Juan Evangelista durante el dominio de aquella ciudad sobre Teotihuacán, pues según referencias de Gamio [1922, t. I: 307], los señores acolhuas de Texcoco tuvieron como tributario a Teotihuacán. En la misma obra incluso se consigna que:

Consta que a principios del siglo XVI (1502-1515), y desde mucho antes, este pueblo (Teotihuacan) era cabeza de señorío en el reino de Acolhuacán, al cual pertenecía. Su jurisdicción como señorío debe haber sido sin duda la misma que en la época colonial abarcaba el cacicazgo Alva Cortés, el cual, aunque no se puede precisar exactamente, se sabe que comprendía los pueblos de San Luis Tecuautitlán, San Martín Teyácac, San Andrés Oztoyahualco, San Francisco Mazapan, San Juan Evangelista Tlaylotlacan, La Purificación, Santa María Coatlán, San Sebastián Chimalpa y San Lorenzo Atezcapan [1922, t. III: 385].

El Archivo Municipal de Teotihuacán resguarda documentos de los siglos XIX y XX, de los cuales hemos revisado el libro en el que consta la adjudicación de terrenos y los ciudadanos que los poseen, con arreglo a las leyes del 25 de junio de 1856 y sus relativas. En este documento se identifica a los terrenos del antiguo Barrio Oaxaqueño con los nombres de Tlaixco Primero y Tercero, propiedad del señor Sixto Contreras de la O, quien a partir de 1974 comenzó la lotificación del mismo debido al fenómeno de migración y colonización del área, estrechamente relacionado con la ampliación de las instalaciones del Cuartel Militar del Quinto Regimiento de Artillería de la Sedena, cuando se estableció en el municipio un contingente de la Primera Brigada Blindada, conformado por una tropa de 120 soldados, transferidos del Tercer Regimiento Armado de Oaxaca. Esta migración de soldados con sus familias a la región promovió la colonización del área, principalmente porque los predios eran de bajo costo, pero también porque colindaban con las instalaciones de la Zona Militar. Las construcciones que proliferaron fueron pequeñas casas hechas con materiales precarios, que no contaban con los servicios básicos, los cuales se fueron regularizando con el pasar de los años conforme se fue consolidando la colonia El Mirador.

Fue común escuchar desde entonces la referencia al "paisanito", al "oaxaco" al "indio" de manera despectiva por parte de los habitantes de San Juan Evangelista, pues los nuevos inmigrantes procedían de poblaciones oaxaqueñas, como Huajuapan de León, Huautla de Jiménez, Nochixtlán, Oaxaca de Juárez, Yanhuitlán y Santa María Ocotlán, así como de Tepeji de Rodríguez Puebla y Michoacán. Es un hecho que los soldados migraron con sus familias nucleares, quienes ante la necesidad de un espacio donde vivir, comenzaron alquilando cuartos o casas, y con el tiempo compraron un lote donde comenzaron a edificar; una segunda oleada de migrantes ocurrió en la siguiente década, cuando ya estaban establecidas las primeras familias, quienes motivaron a sus familiares a adquirir un lote cercano a ellos, apoyados económicamente por parientes que habían migrado a Estados Unidos (a California, Arizona o Chicago).

 

La identidad colectiva

No existe una correlación estable o inmodificable entre los conceptos de cultura e identidad, ya que esta última se define en principio por sus límites y no por el contenido cultural que en un momento dado marca o fija esos límites. De acuerdo con Giménez [1996: 5] "... la identidad no es más que la cultura interiorizada por los sujetos, considerada bajo el ángulo de su función diferenciadora y contrastiva en relación con otros sujetos"; es decir, es la percepción colectiva de un "nosotros" relativamente homogéneo por oposición a "los otros", en función del reconocimiento de caracteres, marcas y rasgos compartidos (que funcionan como signos o emblemas), así como de una memoria colectiva común. En otras palabras, la identidad es una estrategia de manifestación apoyada en una serie de criterios, marcas o rasgos distintivos que permiten afirmar la diferencia y acentuar los contrastes. Estamos claros además de que éste no es un hecho observable, al no constituir un dato empírico, sino una construcción analítica, con una dimensión objetiva y otra subjetiva, que se puede comprender a través de comportamientos, interacciones y objetos, así como de narrativas e interpretaciones, ya que es una construcción social, que se fabrica, se relata, se construye continuamente y se relaciona con un espacio y tiempo determinados.

En el caso que nos ocupa es importante discurrir acerca de la existencia de comportamientos que nos permitan asignar una identidad específica, que cohesione a los inmigrantes oaxaqueños. Como hemos visto, la población que compone la colonia El Mirador está conformada mayoritariamente por familias de origen oaxaqueño, además de por poblanos y michoacanos. Los colonos comparten tradiciones religiosas, vínculos de parentesco y dinámicas de colaboración entre las familias originarias que año con año cooperan y reúnen recursos para colaborar con la fiesta del santo patrono del pueblo de origen.

Esta cooperación intracomunitaria entre el lugar de origen y el de destino ha llevado a la generación de cofradías y de peregrinaciones anuales, por ejemplo la de la fiesta del Señor de los Corazones de Huajuapan de León, Oaxaca, la cual se lleva a cabo del 15 al 23 de julio en aquella ciudad, mientras que en la colonia El Mirador el 15 de julio los devotos salen a recorrer las calles con la imagen del Señor de los Corazones. Por otro lado, las familias originarias de Nochixtlán, Oaxaca, organizan peregrinaciones anuales para la celebración de Nuestra Señora de la Asunción, ocasión que aprovechan para visitar a los parientes.

Otro elemento de cohesión social es la organización del trabajo a través del "tequio", con el cual se han concretado las obras de infraestructura para la colonia, como son la introducción de drenaje y agua potable, así como la pavimentación. Pero el tequio no sólo implica la colaboración colectiva para realizar obras materiales, también es una práctica que se mezcla con la cultura y tradición de la comunidad en la realización de fiestas o mayordomías a través de la participación de sus habitantes, bien en la aportación de los insumos y comestibles que serán utilizados, bien en la colaboración voluntaria en las actividades inherentes a la festividad.

Los habitantes de esta colonia se distinguen de otras por su constancia en la gestión de los servicios ante las autoridades, tanto federales como municipales; por su trabajo comunitario y por el interés en mantener lazos de solidaridad, tradiciones y el contacto constante con sus lugares de origen, a pesar de que en la actualidad, quienes ejercen el liderazgo en la colonia, son adultos jóvenes de entre 30 y 40 años, pertenecientes a la segunda generación desde la fundación de la colonia. Se tiene registro del uso a nivel doméstico de lenguas indígenas como el zapoteco, el mixteco y el náhuatl, principalmente entre adultos mayores, y como no hay evidencia de que estas lenguas sean transmitidas a las generaciones sucesivas, es probable que no persistan por mucho tiempo.

 

Entonces, ¿podrían indicar estos elementos la existencia de una identidad cultural, diferente a la del resto de los vecinos del Valle de Teotihuacán? En los términos que apunta Giménez [2000b] nos encontramos ante una comunidad que refleja una adscripción adicional a la de ser vecino teotihuacano. Ya Tamayo y Wildner [2005] señalan que los individuos nunca reflejan una sola identidad, ya que son "pluri identitarios" [2005: 23] y sólo alguna de esas identidades, a veces una sola, se impone y determina la personalidad y justifica las acciones.3 Los colonos de El Mirador comparten una historia común en términos de su origen foráneo y de la motivación para avecindarse en este valle; por lo que asumen que sólo a partir de la unión podrán obtener un reconocimiento que les permita demandar su derecho a los servicios básicos. De esta forma orientan una parte de sus acciones al reforzamiento de los lazos identitarios a través de un conjunto determinado de rituales y prácticas, las cuales permiten a los sujetos involucrados asumir valores o modelos culturales susceptibles de adhesión colectiva [Giménez, 2000b]. Así, el tequio y la gestión comunitaria incentivan la participación y el reconocimiento mutuo, enfatizando la pertenencia a una comunidad que comparte condiciones de vida, una historia reciente y un origen similar.

Pero además mantienen los vínculos y pertenencias con sus comunidades de origen a partir de la reproducción de los ciclos festivos y la visita anual a los pueblos, resguardando una memoria que les permite continuar perteneciendo a ellas, a pesar de la distancia y del tiempo. Así que podemos afirmar que en esta colonia existe una identidad cultural diferente, lo que no significa que ésta entre en conflicto con el resto de la comunidad teotihuacana, por el contrario, enriquece la diversidad de la misma.

 

Creando una nueva memoria

A partir de los trabajos arqueológicos desarrollados en el área en los últimos años, comenzamos a observar un marcado interés de los habitantes, sobre todo de los de origen oaxaqueño, en los vestigios arqueológicos del área. Cuando les informamos que los pobladores prehispánicos tenían fuertes vínculos con los valles centrales de Oaxaca, muchos de ellos, principalmente los adultos mayores, se acercaron al equipo de investigación para intercambiar opiniones acerca de su experiencia de encontrar "idolitos" en sus comunidades de origen, así como de la sorpresa que sintieron al enterarse de que los "oaxaqueños" habían llegado a Teotihuacán desde hacía tanto tiempo, aunque ellos no se reconocían como descendientes directos.

Desde el punto de vista antropológico este paralelismo es interesante, ya que estamos ante un fenómeno que lleva consigo la conformación de una diáspora poblacional oaxaqueña, derivada de la llegada de familias procedentes de aquella región a Teotihuacán. El actual "Barrio Oaxaqueño" se presenta ante nosotros como un fenómeno que merece ser estudiado, ya que es una comunidad que se desarrolla como una diáspora, la cual va ganando fuerza en los últimos años, tanto culturalmente como en territorio. Esta comunidad se ha visto identificada con sus predecesores prehispánicos, lo cual está generando un sentido de identidad y memoria en un territorio común.

En este contexto, y siguiendo una tradición enraizada en el estado de Oaxaca respecto de la conformación de Museos Comunitarios, los habitantes de la colonia solicitaron al INAH, con el fin de mostrar que la presencia oaxaqueña es ancestral en el valle, la integración de un espacio cultural en el que se presentaran las evidencias arqueológicas recuperadas en los últimos años. Además manifestaron su interés por contar con un área en la que pudieran exponerse elementos de sus localidades de origen con el objetivo de que los jóvenes tomaran conciencia de lo que ellos llaman "sus raíces". Así, aunque las poblaciones prehispánicas no se relacionan de manera directa con las modernas, ni hay lazos de consanguinidad, es un hecho que ambas comparten un fenómeno migratorio que curiosamente se ha manifestado en el mismo espacio geográfico.

 

Conclusiones

Por razones diferentes, que no guardan correspondencia directa entre sí, inmigrantes del territorio que hoy conocemos como Oaxaca han llegado a Teotihuacán y se han asentado en la misma área, en la ladera baja del Cerro Colorado Chico, en dos momentos específicos: el primero hacia el año 200 d. C., y el más reciente a partir de la década de los años ochenta del siglo XX. Ambos poblamientos forman parte de las dinámicas de movilidad que configuran el paisaje social de Teotihuacán y ponen de manifiesto la diversidad cultural que ha caracterizado a este valle desde épocas muy tempranas.

 

El autorreconocimiento y la construcción de una identidad de grupo son acciones intrínsecas a la vida en sociedad, por lo que las comunidades a las que nos hemos referido han tenido que invertir importantes cantidades de tiempo en la conceptualización individual y colectiva, sobre todo por tratarse de comunidades urbanas, donde las dinámicas de movilidad e integración son una constante cotidiana.

La identidad colectiva de la comunidad prehispánica es evidente en los patrones de comportamiento que refieren los materiales arqueológicos, mismos que muestran la autorreferenciación de los grupos a partir del uso de determinados objetos, formas de vida, tradiciones funerarias y conceptos arquitectónicos, marcando una diferencia con otras identidades colectivas que hubo en la ciudad. Lo anterior no los ubicó necesariamente en un espacio geográfico cerrado ni único, pues hemos visto que los límites de la identidad son sociales más que físicos.

En este sentido, consideramos que en la Ciudad de Teotihuacán del Clásico existieron diversas identidades colectivas, las cuales incluso permearon los grupos sociales, familiares, de oficio, religiosos, políticos, militares, por mencionar sólo algunos, y que muchas de esas identidades definitivamente tenían que ver con lo étnico, sin embargo, sería muy aventurado afirmar que podemos hablar de grupos étnicos si no tenemos los elementos suficientes que definen dicha identidad.

En la actualidad se aprecia un fenómeno similar, los habitantes de la colonia El Mirador se reconocen como una comunidad de inmigrantes; desarrollan estrategias de ayuda mutua y comparten complejos simbólicos que les permiten seguir ligados a sus comunidades de origen. El estudio del proceso histórico de esta colonia podría dar luz para la comprensión del fenómeno de diversidad cultural que caracterizó a la sociedad prehispánica, pues constituye un ejemplo vivo desde el cual se pueden construir puentes de interpretación hacia el pasado.

 

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Notas

1 De acuerdo con González Licón [2011: 17], en el contexto arqueológico los niveles de estratificación o evidencia de clases sociales están indicados también por una mayor cantidad de bienes o de riqueza en general. Sin embargo, se debe tener en cuenta que las clases sociales no pueden identificarse por su relación directa con algunos bienes u objetos suntuarios, sino que deben distinguirse por una evaluación multicausal de diferencias cuantitativas y cualitativas de bienes de prestigio y no prestigio, ubicación de lugar de residencia, tamaño de la casa, condiciones de salud y tratamiento funerario, entre otros.

2 Contextos en los que se reutilizan cráneos humanos han sido localizados en unidades domésticas del Clásico tardío en Monte Albán. González Licón [2011: 207] subraya que algunos etnógrafos reconocen el significado de estos cráneos que son recuperados por sus descendientes como un símbolo político y un elemento de legitimación en el interior del grupo doméstico.

3 En este sentido, ya Giménez [2007: 7-10] establecía que la teoría de la identidad se inscribe dentro de una teoría de los actores sociales y que dichos actores se mueven en diversas esferas sociales que les confieren adscripción, por lo que podemos agregar que no existen las identidades únicas ni monolíticas, ya que tanto el individuo como las colectividades asumen identidades contextuales.

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