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Cuicuilco

Print version ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.21 n.60 México May./Aug. 2014

 

Diversas temáticas desde las disciplinas antropológicas

 

Miedo social, intervención comunitaria y promoción cultural en Chihuahua. Reflexiones sobre un estudio de caso

 

Jorge Carrera Robles

 

Centro para el Desarrollo Cultural y la Educación Artística, INBA, El Colegio de Chihuahua, Centro INAH-Chihuahua.

 

Resumen

La escalada del crimen organizado en el estado de Chihuahua a partir de 2008 trajo consigo un sinnúmero de expresiones de violencia extrema cuyos efectos más evidentes son el miedo social y la angustia colectiva. En contraposición a la visión militarista, Umbral A. C., para contrarrestar o prevenir dichos efectos entre uno de los grupos socialmente más vulnerables, como son los adolescentes, puso en marcha un Programa de Intervención Comunitaria (PIC) basado en la promoción cultural. El cambio social esperado se orienta básicamente a mejorar los consumos culturales y la participación organizada de los beneficiarios a través de prácticas autogestivas. El estudio de esta experiencia se propone desembocar en la construcción de un modelo de intervención enriquecido y aplicable a contextos sociales semejantes. Toca en este artículo ahondar sobre las cuestiones teóricas esenciales que orientan la investigación, los fundamentos metodológicos que acompañan el estudio de caso, así como la información sobresaliente resultado del trabajo de campo.

Palabras clave: intervención comunitaria, comunidad, autogestión, violencia extrema, miedo social, promoción cultural, estudio de caso.

 

Abstract

As of 2008, the escalating organized crime in the state of Chihuahua has brought with it countless expressions of extreme violence, the most obvious social effects being a generalized fear and collective anguish. In contrast to the militaristic vision, the non-governmental organization 'Umbral A.C.' launched a Community Intervention Program (PIC) based on cultural promotion so as to counteract and prevent these effects amongst the most socially vulnerable groups, such as adolescents. The objective of the PIC —regarding social change— is basically aimed at improving cultural consumption and the organized participation of the beneficiaries themselves through selfmanagement practices. A study of the experience gained from the PIC has led to the construction of an enriched intervention model which is applicable to similar social contexts. This paper delves into the essential theoretical questions which guide the research, the methodological foundations that accompany the case study, and the outstanding information resulting from the said fieldwork.

Keywords: community involvement, community, self-management, extreme violence, social fear, cultural promotion, case study.

 

Los términos de la cuestión

El miedo social como efecto de la violencia extrema

A inicios de 2010, de nueva cuenta una noticia relacionada con la violencia extrema, específicamente sobre la pugna entre los cárteles de la droga en disputa por la plaza de Ciudad Juárez, recorrió el mundo incrementando la leyenda negra que sigue pesando en esta, tan lastimada, ciudad fronteriza.

Se trató de un salvaje asesinato masivo de 19 personas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, que acudían a una reunión social de fin de semana en la colonia Salvárcar. Este fatal hecho no sólo fue el preludio de lo que resultó a final de cuentas 2010: el año en que el estado de Chihuahua, principalmente Ciudad Juárez, alcanzarían los nada honrosos primeros lugares de violencia extrema e inseguridad en México y el mundo.1

También exhibió, de manera coincidente, el ya avanzado deterioro del modelo económico regional basado en la industria maquiladora de exportación: un esquema que privilegió el crecimiento de la inversión y el empleo sobre cualquier otro indicador de bienestar social y humano, desoyendo las advertencias de lo que suele generar la falta de equilibrio en el desarrollo local y regional.

No sin fluctuaciones, la década de los noventa del siglo pasado fueron los años del boom maquilador que le permitió al estado de Chihuahua escalar peldaños en la economía nacional, llegando a ocupar el quinto lugar en relación con el aporte al Producto Interno Bruto en el periodo de 2007 a 2008. Sin embargo, la crisis mundial de 2008 cimbró de raíz la economía estatal, arrasando empleos e inversión. Y peor aún, como si fuera una mala pasada de la historia, a estos problemas estructurales se les aparejó la violencia extrema, provocando una crisis generalizada de desconfianza, inseguridad, miedo y falta de oportunidades de trabajo y negocios.

Así, justo en el marco de la conmemoración del primer centenario del inicio de la Revolución, Chihuahua fue escenario de una guerra declarada desde el gobierno federal que provocó devastación y muerte. Una coyuntura de fatalidad y agravio llena de dificultades para reencauzar el camino de la paz, seguridad y progreso en las áridas tierras del norte mexicano.

Pocos hubieran imaginado que aquel Chihuahua maquilador, que transformó de raíz su estructura social y económica, y que a escala nacional fue pionero en la apertura de mercados, en pocos años se convertiría en arena de confrontaciones permanentes.

La leyenda negra fronteriza recobró fuerza con los asesinatos de mujeres, identificados como feminicidios. Tal atrocidad, que conmocionó a la sociedad chihuahuense, como noticia fue una especie de reguero de pólvora que justificó las más airadas protestas en foros y redes sociales a escala nacional e internacional.

Vaya paradoja, la mayoría de las víctimas fueron jovencitas cuyo "pecado" principal fue haber sido trabajadoras de maquiladora con rasgos acentuados de mexicanidad (piel morena, estatura baja, pelo negro). El uso de la violencia dejó sentir su saña ante las vidas aún sin vivir, esperanzadas en que con el salario mínimo se podía vencer las adversidades y salir adelante. Violación, asfixia y cuerpos arrojados en despoblado marcaron el imaginario de una sociedad atónita que no alcanzaba a entender el fondo de lo que estaba sucediendo: el actuar de una mano ejecutora con propósitos y mensajes explícitos de que no estaba dispuesta a ceder el menor dominio en su territorio.

La otrora frontera chihuahuense, la de las oportunidades, en pocos meses convirtió sus calcinantes días de verano y sus gélidas mañanas de invierno en escenarios de violencia extrema. La globalidad de ahora también incluye el narcotráfico internacional, y para mala fortuna de las mujeres y hombres de estas tierras semidesérticas, Chihuahua está situada justamente en uno de los corredores más importantes para el trasiego de drogas hacia Estados Unidos.

En efecto, numerosos espacios públicos, y no pocos privados, fueron la palestra donde las disputas del crimen organizado comenzaron a cobrar vidas. Las ejecuciones, por ejemplo, se convirtieron en parte del acontecer cotidiano —del "paisaje urbano", como se suele afirmar—, en la dinámica de un proceso "natural" encaminado a "limpiar" el territorio de personas de uno y otro bando.

Los robos a casa-habitación y a mano armada a automovilistas (carjacking) se incrementaron exponencialmente. En pocos meses el crimen organizado y no organizado diversificó sus actividades ilegales de manera sorprendente. De forma directa, o a través de algún pariente, vecino o compañero de trabajo, la mayoría de los chihuahuenses de las principales ciudades padecieron de esta vorágine delictiva que tanto ha lastimado al tejido social [Castillo, 2011].

Otras expresiones de la violencia extrema que ahondaron el malestar y la molestia, y terminaron por socavar la confianza frente al Estado de derecho, fueron la extorsión y el secuestro. La extorsión, mejor conocida como "derecho de piso", constituye una especie de cuota que se cobra a cientos de negocios —muchos de ellos, como los taxistas o modestos establecimientos de barrio, apenas con capacidad para subsistir—, para dejarlos trabajar sin la amenaza de afectar sus instalaciones y personal.

El secuestro, por su parte, fue tan lacerante para la sociedad que el Congreso del Estado, a iniciativa del ejecutivo, a poco menos de 20 días de haber tomado protesta el nuevo gobernador, aprobó el 21 de octubre de 2011 la pena de cadena perpetua a quienes cometieran este delito en el estado de Chihuahua, incluso en contraposición a las disposiciones federales correspondientes [El Universal, 2010].

Como pocas veces había sucedido en Chihuahua, ante la amenaza flagrante del crimen, los segmentos de la población con mayor capacidad económica se vieron obligados a disimular su estatus y condición. Vaya paradoja, la propiedad y el dinero se revirtieron como la principal amenaza para la propia seguridad y bienestar de quienes lo detentaban.

Y lo peor de este caso, sobre todo para la adolescencia y juventud, fue la multiplicación del narcomenudeo. Esa membrana feroz que progresivamente devora esperanzas y energías, cercenándoles capacidades intelectuales y motrices, desgarrando familias, y con ello buena parte de la esencia comunitaria. El mercado se inundó y el norte, el septentrión semidesértico, comenzó a corromperse desde dentro cuando al trasiego agregó el consumo.

El incremento de la violencia extrema ha tenido lamentables repercusiones sociales, las cuales son identificadas por Patricia Ravelo y Sergio Sánchez [2010] como "miedo social". Esto es, un estado emocional que limita o interrumpe los comportamientos de confianza, encuentro y convivencia entre compañeros de trabajo, vecinos y familiares, además de desesperanza ante la impunidad. Así, de tajo, se modificó radicalmente la vida cotidiana en las principales ciudades del estado.

De los grupos de la sociedad, el más vulnerable a la violencia extrema es el de los adolescentes, en los que genera temor, insatisfacción, poco interés por el aprendizaje y escasos deseos de participación en acciones comunitarias que fortalezcan su identidad. Más aún, resultan presa fácil del consumismo, del desinterés por las "utopías sociales" y de la tentación por consumir drogas y de evadirse en el mundo digital intrascendente. Cabe mencionar que Chihuahua contó en 2010 con una población de 646 000 adolescentes (18.98% del total estatal) de entre 10 y 19 años de edad, de los cuales 73% habitaron las ciudades de Juárez y Chihuahua.

 

La intervención comunitaria como construcción sociohistórica

Superar o contrarrestar el miedo social constituye una tarea de primer orden. Sin duda, el centro de lo que debería conformar el eje rector de la política pública que sume a todos los sectores de la sociedad para reencauzar el desarrollo regional y fortalecer el tejido social en entidades como Chihuahua, donde sigue latente el escenario de violencia extrema.

La intervención comunitaria, en ese sentido, representa una alternativa que puede actuar como revulsivo en comunidades urbanas poco dispuestas a transformar parte de su realidad, ensombrecida por el miedo social en sus expresiones de aislamiento, falta de convivencia y ausencia de participación organizada, sobre todo en proyectos de bienestar comunitario.

No son pocas las acepciones que se han construido en torno al concepto de intervención comunitaria. Entre ellos conviene recuperar, en primer lugar, la connotación que le da el Instituto Interamericano para el Desarrollo Económico y Social (INDES), dependiente del Banco Interamericano de Desarrollo:

[...] la Intervención Comunitaria es el conjunto de acciones destinadas a promover el desarrollo de una comunidad a través de la participación activa de ésta en la transformación de su propia realidad. Por lo tanto, pretende la capacitación y el fortalecimiento de la comunidad, favoreciendo su autogestión para su propia transformación y la de su ambiente. Dando a la comunidad capacidad de decisión y de acción se favorece su fortalecimiento como espacio preventivo [Mori, 2008: 81].

En su mayoría, las acciones asociadas a la intervención comunitaria, política e históricamente han desempeñado un papel en favor de la integración y la cohesión social. Una tarea que en esencia ha estado bajo la responsabilidad del Estado moderno, en aras de su mejor funcionamiento y la igualdad.2 Para 1958, a pocos años de concluida la Segunda Guerra Mundial y al amparo de los ideales del Estado de bienestar, las Naciones Unidas definían: "Desarrollo comunitario es el proceso a través del cual el propio pueblo participa, se esfuerza, se une con las fuerzas de las autoridades gubernamentales con la finalidad de mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales de las comunidades" [Castro, 2011: 96].

En esa época la intervención comunitaria fue concebida como acto de gobierno, orientada a resolver lo que para la clase dirigente de los países subdesarrollados, como México, representaban los grandes problemas nacionales, y con ello avanzar en la consecución de las promesas de la modernidad.

Años después, de manera alterna y crítica, sobre todo a partir de los años setenta del siglo pasado, se fueron construyendo otras propuestas de intervención en aras de la educación popular, la salud, los derechos humanos y de la mujer, los pueblos indígenas y la cultura.3 Su actuar político fue diverso, hubo desde quienes propusieron el diálogo con el Estado hasta quienes decidieron su confrontación.

Una visión crítica de la intervención comunitaria nos lleva, por lo tanto, a despojarla de su supuesta "neutralidad". Como estrategia de transformación que involucra a los actores sociales en la construcción de propuestas para resolver los problemas que limitan su desarrollo, siempre contendrá principios epistemológicos que la orienten en la teoría y en su consecuente práctica.

Como construcción sociohistórica, conviene subrayarlo, la intervención comunitaria responde a principios, necesidades, visiones, intereses y compromisos [Muñoz, 2011]. Para su mejor comprensión se puede retomar la propuesta de Gianinna Muñoz, quien sugiere explicarse el contenido y lógica de cualesquier intervención a partir de responder las siguientes preguntas [Muñoz, 2011: 97]:

•¿Cómo se concibe la intervención?

• ¿Para quién es un "problema" el fenómeno que se interviene?

• ¿Por qué se produce o qué/quién es responsable de que se produzca el fenómeno que se interviene?

• ¿Cómo se comprende al profesional que interviene?

• ¿Cómo se comprende al sujeto al que se dirige la intervención?

• ¿Cuál es el fin último de la intervención o cuál es "el mejor mundo posible" por el que se trabaja?

 

Neoliberalismo, posmodernidad e intervención comunitaria

Una reflexión crítica sobre intervención comunitaria también nos lleva en la actualidad a dimensionar su viabilidad en el contexto del neoliberalismo y la posmodernidad. El posicionamiento ascendente de la globalización significó, por muchas razones, el agotamiento del Estado de bienestar. Esa visión del capitalismo que razona la necesidad de la participación del Estado en el conjunto de la economía de mercado como agente regulador y responsable de atender tareas sustantivas relacionadas con el desarrollo social, enmarcadas en el discurso de la igualdad y la justicia [Ramos, 2000].

No fueron pocos los programas y proyectos de intervención comunitaria operados por los Estados nacionales que vieron reducidos sus recursos y alcances, mientras otros más desaparecieron. En términos ideológicos, la discusión perdió relevancia frente a la visión de la aldea global, cuya utopía renaciente insistía en las bondades de la propiedad privada y la "mano invisible del mercado" como la mejor fuerza de regulación y equilibrio social.

El transcurrir de las últimas décadas del siglo XX, y los primeros años de la centuria actual, dejaron en claro que la mundialización actuó con eficacia en construir redes de intercomunicación basadas en sistemas digitales, en armonizar procesos productivos internacionales, en la aplicación intensiva de las tecnologías basadas en la microelectrónica, así como en la consolidación de grandes nodos urbanos. Sin embargo, los rostros particulares y nacionales del gran capital se diluyeron dando paso a bloques y asociaciones regionales. El consumo, como nunca antes, impone estándares a millones de personas en un flujo inimaginable de cauces y significados [Castells y Borja, 2002].

Contradictoriamente, mientras que millones de personas quedaron integradas en la lógica de la aldea global, el neoliberalismo ha sido incapaz de resolver la exclusión de otros millones más, agravando sus condiciones de pobreza y marginación. Y justo en este escenario dominado por el consumismo, la falta de oportunidades y el agravamiento de la desigualdad, es que suele enraizar el crimen organizado y sus diversas expresiones de violencia extrema.

No se trata del simple silogismo de a mayor pobreza, mayor violencia, sino de reconocer las condiciones históricas en que las comunidades urbanas populares se ven expuestas a tan grave situación. Tal es el caso de adolescentes y jóvenes pertenecientes a familias de trabajadores, que debido a su acceso a los medios electrónicos, vehículos y armas se vuelven más vulnerables a los intereses del crimen organizado.

La globalidad, en términos culturales, no sólo pretende modificar los patrones de consumo, también insiste en excluir lo tradicional en la innovación. Los espacios comunitarios locales, llámense barrios, colonias o pueblos, pierden importancia como referentes identitarios en aras de los grandes pactos regionales, en un marco de feroz competencia. El discurso de la mundialización se empeña en demostrar lo intrascendente del quehacer local.

Como consecuencia, muchos Estados nacionales abandonaron la discusión y práctica estructurada de la intervención comunitaria como factor indispensable para la construcción de política pública. Propuesta que se fortalece al quedar al descubierto el uso discrecional de los recursos de numerosos programas sociales, así como el papel de control político que han desempeñado muchos de ellos.

El pensamiento posmoderno, por el contrario, presupone el respeto a la diversidad como principio indispensable para avanzar en la democracia, la cohesión social y la convivencia internacional. Además, en sentido estricto, reconoce que la labor de intervención comunitaria ha dejado de ser responsabilidad única o exclusiva de los Estados, para convertirse en una estrategia de acción de las organizaciones de la sociedad civil [Ramos, 2000].

En los hechos, los espacios comunitarios se ven lastimados, pero no perecen, menos en los tiempos de crisis del neoliberalismo. La exclusión y desigualdad implícitas han encontrado valiosos actos de resistencia, prendidos de una tradición popular heredera de numerosas expresiones simbólicas y creativas, acostumbrada a las dificultades económicas y que gusta de la convivencia familiar. Como continuo histórico se niega a morir, buscando nuevos derroteros frente a hechos tan avasalladores como la violencia extrema.4

Por otra parte, el debate en torno a la globalidad y el espacio comunitario nos obliga a precisar sobre el significado de comunidad. En su sentido antropológico, el uso del concepto de comunidad nos remite a grupos sociales culturalmente cohesionados, los cuales comparten tradiciones, costumbres, fines, valores, territorio y espacios de alto significado para su identidad [Bartle, 2007].

La identidad comunitaria constituye un baluarte fundamental frente a posibles acciones que alteren la vida local. Sin embargo, también puede constituir, sobre todo cuando los liderazgos se cierran a los procesos de innovación, o bien promueven una visión utilitarista de estos últimos, un factor determinante para frenar acciones que redunden en la solución de problemas socialmente reconocidos por la propia comunidad.

Más aún, autores como Phil Bartle advierten de las dificultades para explicar la noción de comunidad en los contextos urbanos:

En general (con excepciones), una comunidad urbana tiene vínculos más imprecisos, es más difícil de delimitar, es más heterogénea, más compleja, más difícil de organizar utilizando métodos ordinarios de desarrollo de comunidades, y tiene metas más complejas y sofisticadas que las comunidades rurales [Bartle, 2007: 3].

Esta advertencia debe motivar una reflexión más profunda con el propósito de lograr el éxito en acciones de intervención comunitaria, sobre todo en espacios urbanos permeados por el miedo social, donde existe poco o nulo camino recorrido. La esencia del concepto de comunidad debe persistir como unidad social y cultural, sin olvidar que, como toda elaboración teórica, hoy enfrenta también los retos de la realidad virtual, cuyos efectos han modificado el sentir y actuar de las propias comunidades.

En un interesante escrito de Iráis Barreto, Luis Fernández y Claudia Martínez [2011: 62] se insiste en que, desafortunadamente, en "las agencias de cooperación internacional, los organismos internacionales y los mismos estados todavía tienden a relacionar y a encasillar lo local y lo comunitario con el territorio y con lo rural". Lo anterior incide en detrimento de propuestas creativas e innovadoras construidas desde las comunidades urbanas, más todavía si se mantienen reservas o posiciones de prejuicio y oposición frente a la capacidad autogestiva de aquéllas; o bien, una posición unilineal de entender la intervención comunitaria como asunto exclusivo de las instituciones de gobierno.

 

Promoción cultural y desarrollo de competencias autogestivas

Si la esencia de comunidad radica en sus componentes culturales, es de suponerse que la promoción cultural, como acto planificado de intervención comunitaria —identificada como animación sociocultural por algunos estudiosos de la materia—, nos tiene reservada un sinnúmero de oportunidades para contrarrestar y prevenir el miedo social en grupos sociales urbanos expuestos a la violencia extrema.5

Ante el miedo, desesperanza y descomposición social, la cultura representa una valiosa alternativa que ofrece oportunidades inigualables para la convivencia, el diálogo y la participación, soportadas en la lógica de la tradición de los participantes. Como expresión artística puede irradiar su mensaje estético de respeto a lo diverso, de trabajo colaborativo y aprendizajes permanentes. De igual forma, sabrá potenciar las bondades de la inteligencia creativa a pesar de las circunstancias de adversidad presentes [Carrera, 2011].

Se insiste en las potencialidades de la cultura y las artes por su naturaleza recurrente de confrontar la realidad del entorno con lo sensorial. Una sociedad con miedo demanda espacios de expresión individual y colectiva cuyo margen de libertad permita ir retomando paulatinamente la confianza perdida. La participación activa se vuelve el punto de ida y retorno en fascinantes viajes que nos hacen imaginar, reflexionar, descubrir potencialidades y seguir construyendo utopías inspiradoras.

Compartir tradiciones, actuar, exponer objetos significativos, cantar, pintar, plantar árboles, promover el respeto por los perros callejeros, recuperar los saberes gastronómicos, visitar museos y exposiciones, impulsar la lectura, los huertos familiares y la construcción de espacios culturales, entre otras acciones, pueden formar parte del mismo proceso de intervención comunitaria.

Como harina que amasa el mismo pan, todas estas acciones se dirigen a detonar procesos de enseñanza autogestivas, y con ello comunidades más sólidas y fuertes que logren prevenir y contrarrestar el miedo social bajo el criterio de aprender a construir caminos al andar.

Ahora bien, dado el contexto mundial y nacional actual, resulta más previsible el éxito de las organizaciones de la sociedad civil para llevar a cabo este tipo de intervención comunitaria, siempre y cuando reúnan las condiciones mínimas para llegar a buen puerto con tan importante reto. Por supuesto que no es, en sí, la condición de organización de la sociedad la que augura los buenos resultados, sino su claridad programática, operativa y de gestión.

Punto esencial de la agenda a lo largo de la intervención lo conforma la credibilidad y reconocimiento que se logre establecer con los actores sociales participantes. Su participación organizada y compromiso dependen en buena medida de esta compleja tarea: sumar voluntades en un proceso basado en el desarrollo de competencias autogestivas.6

 

Estudio de caso de un programa de intervención comunitaria (PIC) en el estado de chihuahua (criterios metodológicos)

La organización social Umbral A. C., ante el escenario de inseguridad presente en el estado de Chihuahua, a partir de agosto de 2011 decidió poner en marcha el Programa de Intervención Comunitaria basado en la promoción cultural. Desde entonces trabaja en 20 colonias populares: 12 en Ciudad Juárez y 8 en la capital del estado, con la intención de completar entre 25 y 28 meses efectivos de labor sistemática.

El programa tiene por objetivo mejorar los consumos culturales de los adolescentes y niños expuestos al miedo social producto de la violencia extrema y, con ello, favorecer su convivencia, creatividad y participación organizada. Establece que la promoción cultural y la educación comunitaria hacen posible la socialización, el trabajo en equipo, el uso adecuado del tiempo libre y las prácticas de ciudadanía. Las actividades se realizan a través de núcleos comunitarios.7

El núcleo comunitario representa el espacio principal de trabajo para impulsar las actividades de intervención. Su coordinador, el educador comunitario, organiza junto con los adolescentes, niños, padres de familia, líderes de colonia, talleristas y promotores, los talleres de animación sociocultural, el arte en comunidad y la educación comunitaria. El supervisor de programa da seguimiento permanente a la labor de los núcleos desde una posición externa.

Son tres las vertientes de trabajo coordinadas desde el núcleo comunitario:

1. Talleres de animación sociocultural. Los adolescentes y niños participan de manera organizada en un proceso creativo y de socialización durante cinco horas semanales, aprendiendo pintura, música, teatro, canto, video o arte urbano. Es la parte más activa de los 20 núcleos comunitarios. Los talleres están a cargo de artistas y creadores de reconocido prestigio.

2. Arte en comunidad. Consiste en eventos culturales y artísticos que se llevan a cabo en las colonias donde se localizan los núcleos comunitarios. Promueve la convivencia, la mejora en los consumos culturales y la participación organizada. Los productos de los talleres de animación sociocultural, así como los eventos artísticos profesionales, nutren la programación de Arte en comunidad.

3. Educación comunitaria. Se enfoca en promover prácticas de ciudadanía y gestión comunitaria. Incluye desde acciones de limpieza en espacios públicos, forestación, pláticas sobre temas de la adolescencia, la familia y buena alimentación, visitas a museos y parques, hasta la participación organizada en redes para el diseño y realización de proyectos de beneficio comunitario.

El estudio de caso es de carácter antropológico. Toma el PIC que desarrolla actualmente Umbral A. C. como hipótesis de trabajo con el firme propósito de construir un modelo de intervención comunitaria enriquecido y replicable en circunstancias semejantes. La investigación se profundiza en cinco casos representativos (tres en Ciudad Juárez y dos en Chihuahua, la capital).

Para la recuperación de información de campo se aplican tres instrumentos de investigación en los 20 núcleos:

1. Perfil básico de la colonia.

2. Encuesta a adolescentes y niños sobre la familia y la percepción de la violencia, los consumos culturales y la participación comunitaria (tres veces en el lapso de un año).

3. Registro de los informes de educadores y supervisores.

En los cinco núcleos representativos se emplean otras cuatro técnicas que permiten documentar procesos más "finos y significativos", relacionados con la intervención comunitaria:

1. Observación directa y participativa para las actividades del núcleo.

2. Entrevistas individuales a profunidad con los actores sociales de la intervención.

3. Historias de vida.

4. Entrevistas grupales a profundidad con los actores sociales de la intervención.

 

Diez conclusiones iniciales a manera de reflexión

Ocho meses de investigación de campo hacen posible elaborar las siguientes conclusiones iniciales sobre el tema del miedo social y las posibilidades que abre la promoción cultural como mecanismo de prevención, o bien, para contrarrestar sus efectos. Son construcciones reflexivas, más no acabadas, que apuntan cuestiones sobresalientes sobre un programa de intervención comunitaria a la luz de conceptos teóricos recuperados y su contrastación obligada con información de campo, cuyos resultados nos alientan en tanto alternativa de trabajo frente a ese gran flagelo que es la violencia extrema.

1. Un primer aspecto a destacar refiere al "miedo social". Más allá de su contenido teórico-conceptual, éste es un hecho presente en la vida cotidiana de las colonias donde se lleva a cabo el programa de intervención. La evidencia es abrumadora: 199 adolescentes y niños participantes en los talleres de animación sociocultural dejaron constancia, en mayo de 2012, de que prácticamente todos habían presenciado actos relacionados con la violencia extrema en su colonia (véase la figura 1).

Lo cierto es que el discurso de los medios de comunicación masiva sobre la violencia extrema se empequeñece ante el testimonio de los adolescentes encuestados. Con la posibilidad de la respuesta múltiple, dejaron evidencia tácita de la gravedad del problema que se enfrenta en los espacios públicos y privados del entorno. Quienes se negaron a contestar no dejaron duda de su temor ante la pregunta, según testimonio de los encuestadores.

Cabe mencionar que la encuesta "Entorno social, consumos culturales y participación comunitaria" se diseñó con el propósito de recuperar datos básicos sobre las familias de los adolescentes y niños participantes en los talleres de animación sociocultural del Programa de Intervención Comunitaria (PIC), así como su percepción en torno a tres cuestiones esenciales: la violencia extrema, los consumos culturales y la participación comunitaria. En total, la encuesta incluyó 33 reactivos con un índice de confiabilidad de 95 por ciento.

La percepción de los adolescentes sobre cómo estos hechos afectan la vida de su colonia, básicamente responde a ideas vinculadas con el miedo social (56.4%), identificándolo como el escenario que cohíbe realizar actividades habituales y cotidianas debido a las condiciones de riesgo y adversidad. Otro 27.5% relacionó los hechos con la generación de delincuencia en sus diferentes manifestaciones.

Más aún, cuando la pregunta anterior se enfocó en cómo le afectan en lo personal los hechos de violencia extrema, el referente del miedo social aumentó de forma considerable al ser una constante en 65.3% de los adolescentes y niños.

Cabe mencionar, asimismo, que en algunas colonias de Ciudad Juárez los eventos de Arte en Comunidad se decidieron realizar en espacios cerrados y seguros, y no en calles o parques, tal como lo sugiere el programa de intervención, dado el escenario de inseguridad presente, sobre todo a finales de 2011 y el primer semestre de 2012.

2. Un segundo aspecto a subrayar es que, a pesar de las condiciones de inseguridad, es posible mantener un esfuerzo organizado cuyas actividades logren efectivamente influir en la población seleccionada: los adolescentes. La gráfica de la figura 2, resultado de la encuesta ya mencionada, así lo corrobora.

La mayoría de estos adolescentes asisten a la escuela (96.5%) en el turno matutino (90.1%). De ellos 54.8% son mujeres, uno de cada 10 trabaja y en promedio tienen 10 años viviendo en su colonia. Este último dato nos alerta sobre el arraigo del lugar donde se vive.

Los beneficiarios del programa de intervención lo valoran de manera positiva. Los verbos "convivir", "aprender", "mejorar" y participar", así de llanos y directos, emergen como razonamiento simple y práctico, a la distancia del discurso, por demás elaborado y avasallador, que pregona desde diversas tribunas el "fortalecimiento del tejido social".

Dicho en otras palabras: la documentación en el día a día del proceso de intervención enriquece el debate teórico más que la predeterminación conceptual, que termina por agobiar la percepción de la propia realidad.

3. Hablemos ahora de las colonias. Como espacio vital de la vida comunitaria presenta el denominador común del miedo social. Sin embargo, conviene insistir en que se trata de un todo heterogéneo donde es posible identificar tres tipologías básicas:

a) Colonias de pobreza extrema con viviendas de autoconstrucción: presentan carencias de servicios y espacios públicos; sus habitantes tienen los niveles más bajos de escolaridad y son los que están más expuestos a las consecuencias de la crisis económica. Ejemplos: Anapra, Ampliación Felipe Ángeles y Josefa Ortiz de Domínguez.

b) Colonias con vivienda de autoconstrucción asentadas de manera irregular con más de 20 años de existencia: han vivido experiencias organizativas producto de un largo proceso de gestión relacionado con la dotación de servicios, escuelas, espacios públicos y escrituración de terrenos. Ejemplos: la Unidad Proletaria, La Popular y Héroes de la Revolución.

c) Colonias de viviendas de interés social construidas por el Infonavit o desarrolladores privados. La dotación de servicios públicos es buena y poseen espacios públicos. Son familias con un poco de mayor capacidad económica, aunque también prevalece la desatención a los hijos por motivo del empleo de los padres. Ejemplo: Infonavit Nacional, Infonavit Saucito, Santa Cecilia, Zaragoza y Granjero.

4. Un análisis más detallado de las familias de los 199 adolescentes encuestados nos alerta sobre el mito de la desintegración familiar. Contrario a lo que pudiera pensarse, 65.8% afirmó vivir en una familia nuclear compuesta por padre, madre y hermanos, y 15.1% en una familia ampliada; es decir, con otros parientes, aparte de los del orden nuclear tradicional. De los 199, 11.1% reconoció pertenecer a una familia nuclear sin la presencia del padre de familia. Estas tendencias, si bien no significan garantía de atención a los hijos, al menos nos acercan a una dimensión menos caótica a la que se suele presuponer en los estudios sociales de esta naturaleza.8

Otra información relevante refiere a quién sostiene el gasto familiar. Se trata de familias donde las mamás desempeñan un papel determinante. El porcentaje de familias en las que las madres aportan a la economía del hogar es 71.9%, en tanto que el de familias en las que aportan los padres es 49.2%, y muy distantes de ellas están las familias en las que los tíos y hermanos también aportan a la economía familiar, 13.1% y 7%, respectivamente. Mención especial merecen 34% de las familias donde son dos los integrantes que aportan a la economía familiar.

5. Si bien es cierto que la disposición de instalaciones es fundamental para el desarrollo de actividades relacionadas con la promoción cultural y la educación comunitaria, resulta conveniente subrayar que es la "fuerza organizativa" —el núcleo comunitario en el caso que estudiamos— la que permite mantener activo un trabajo de intervención, más aún si es evaluado a la luz de objetivos y metas específicas.

Para asegurar el éxito de los programas de intervención, las diversas instituciones y programas de gobierno han dado prioridad a la construcción de espacios públicos, como centros comunitarios o salones multiusos. Lo cierto es que muchos de estos espacios exhiben burocratismo, subutilización e incluso desuso por la falta de una propuesta organizativa vigente. Si a esto le añadimos el manejo político de los espacios, la actividad cultural y educativa tiende a perder relevancia y el rumbo del propósito de la intervención adquiere otras connotaciones.

Lo valioso de la experiencia del PIC es que demuestra cómo un núcleo comunitario puede ser capaz de adaptarse a las condiciones prevalecientes en escuelas, centros comunitarios, viviendas particulares y hasta en la calle. Esto no sugiere, desde luego, dejar de pelear por más y mejores espacios públicos comunitarios, sino hacerlo desde la intensidad que genera la organización local. Hablamos de un proceso complementario y no excluyente.

6. Observar el trabajo con adolescentes obliga a construir una visión flexible, más todavía si se trata de menores de colonias donde el miedo social ha echado raíces. Aquí están en juego procesos de cambio de orden biológico, de adaptabilidad social, de cognición y, por supuesto, los asociados a la maduración de la identidad individual.

En este sentido, la permanencia en el programa de intervención sufre alteraciones continuas. Finalmente, no se evalúa la pertinencia de lo que se hace desde el "pase de lista" a la manera tradicional del salón de clases, sino desde los resultados obtenidos en productos y consumos culturales, en un rico y diverso camino de participación comunitaria.

Lo cierto es que, con el tiempo, la participación de los adolescentes se ha ido consolidando. No obstante, lo más valioso del caso es ver cristalizar su esfuerzo y creatividad.

7. Entremos ahora al fascinante mundo de los consumos culturales. El programa de intervención tiene en el centro de su propuesta la meta de mejorar los consumos culturales de los adolescentes participantes y, en una proporción menor, la de sus familias.

Tiene sentido suponer que, ante la inseguridad de las calles de la colonia, la mayoría de las familias adopten una estrategia de autocuidado en la vivienda para evitar la vulnerabilidad. Aquí, desafortunadamente, no hay muchas alternativas para mejorar los consumos culturales de los adolescentes. Descontando el tiempo de comida y cena, así como el de aseo personal, hay no menos de seis horas por utilizarse.

Entre los adolescentes encuestados encontramos que el tiempo promedio que emplean para elaborar tareas son 58 minutos. En cambio, el tiempo dedicado a ver televisión suma dos horas y media con programación intrascendente, como Bob Esponja, El Chavo, I Carly, Hanna Montana, Los Simpson, entre otros. Aunque más de 20% admitió verla más de cuatro horas al día.

Otra actividad predominante en los adolescentes es escuchar música, 96% de ellos lo tiene como actividad recurrente. Entre los grupos y cantantes predilectos señalaron a Los Vázquez Sounds, La Arrolladora Banda Limón, LMFAO, Espinoza Paz, Metallica, Linkin Park, Jesse y Joy, Shakira y Ha-ach, entre otros.

Con respecto a los espacios culturales a los que asistieron entre enero y mayo de 2012, las respuestas resultan aleccionadoras, abriendo un espectro amplio para el debate y la reflexión: cine 35.65%, museo 25.62%, biblioteca 17.58%, teatro 11.55% y sala de exposiciones 5.52 por ciento.

En lo que respecta a la computadora y uso de internet, a pesar de las limitaciones económicas familiares la tendencia marca un aumento en el empleo de estos medios. De los adolescentes encuestados, 70.9% respondió contar con computadora en casa.

Sin tener relación con el reactivo anterior, 62.3% consignó usar internet, marcando 63.5% de ese porcentaje no tener horario específico para hacerlo; 75.8% indicó contar con correo electrónico y 46.7% usar el Facebook, donde 61.3% de estos últimos lo hace la mayoría de los días.

Ante esta realidad tan avasallante, desde luego que las actividades del PIC son una alternativa que logra mejorar los consumos culturales, no obstante, hay que reconocer que distan mucho de ser un mecanismo que logre transformaciones de mayor envergadura a un año de iniciada la intervención comunitaria.

Los talleres de animación sociocultural de cinco horas semanales, los eventos periódicos de Arte en Comunidad, así como las actividades comunitarias, han comenzado a marcar una diferencia entre los adolescentes. Su comportamiento adecuado en los teatros, museos y parques también deja constancia de su maduración.

El arte ha despertado creatividad y compromiso, justo allí donde el miedo social socava la esencia de las personas. Diversos productos de teatro, video, música, canto, arte urbano y pintura son el resultado del compromiso de artistas y creadores que animan los talleres.

Los encuentros de los núcleos comunitarios, no previstos en el plan original de la intervención, dejan constancia de la iniciativa de los educadores comunitarios y la viabilidad de la convivencia y aprendizaje entre quienes viven problemas comunes pero sin muchas posibilidades de unir fuerzas.

8. El llamado a la participación organizada de los padres de familia es quizás el rubro que mayores dificultades ha encontrado. Es cierto, las acciones comunitarias se diversificaron a través de la limpieza de parques, siembra de árboles, apoyo en recorridos y realización de eventos, hasta confección de vestuarios, asistencia a talleres de capacitación y pláticas orientadoras sobre la adolescencia y la familia. No obstante, aún se está lejos de acercarse al cometido de canalizar esa actividad en redes de participación comunitarias más sólidas.

Incluso, vale la pena subrayarlo, siguen presentes conceptos "utilitaristas" alrededor de la participación. Los adultos suelen asociar la participación a cambio de beneficios materiales; se trata de esa herencia muy propia del asistencialismo y paternalismo que suele alcanzar su cúspide en tiempos electorales. En este sentido, debe entenderse la actitud de una señora de Ciudad Juárez cuando se presentó ante la educadora comunitaria alegando que iba por cemento, en alusión a la denominación completa de la asociación civil: Umbral Construyendo Comunidad A. C.

Sin duda, lograr la participación organizada de los adultos es el desafío más importante al que se enfrenta el programa de intervención, sobre todo si se plantea el tránsito por las prácticas autogestivas y ciudadanas.

9. Las vicisitudes de la gestión de recursos que hacen posible un programa de intervención es esencial para evaluar sus resultados. Al no existir un presupuesto asegurado para los más de 25 meses de labor que se supone durará este esfuerzo, la variable de gestión adquiere una connotación superior a lo que suele atribuírsele en las investigaciones de este orden.

Debido a esta circunstancia, dos núcleos comunitarios de Ciudad Juárez se vieron obligados a suspender actividades, y los que continuaron operando en 2012 retrasaron su plan de trabajo por unos meses.

En contraparte, la labor de procuración permitió que tres talleres de animación sociocultural se vieran apoyados todos los sábados con dotación de desayunos que, con imaginación, se convierten en desayuno y comida ante la evidente carencia de alimentos de los asistentes por tratarse de las colonias más pobres de Ciudad Juárez.

De igual forma, la consecución de 60 instrumentos y recursos para iniciar una banda y coro de cien integrantes aceleró el proceso de intervención en una de las colonias de la ciudad de Chihuahua, y favoreció la reflexión sobre la viabilidad de multiplicar este tipo de determinaciones.

En resumen, la gestión constituye un factor insoslayable de la intervención. Un indicador clave para los buenos resultados que suelen ser acompañados por sorpresas de todo tipo.

10. Por último, propongo una reflexión que quizás sea la más controversial por su hondo contenido crítico hacia la política gubernamental asumida. Hasta ahora, buena parte del problema de la descomposición del tejido social comunitario se ha centrado en la crisis interna de las familias, donde la pérdida de sus soportes tradicionales —se afirma— ha causado, desafortunadamente, visiones y actitudes equivocadas por parte de las nuevas generaciones.

De entrada, no sólo suena lógico, también es posible encontrar numerosos casos que atestigüen en este sentido. Sin embargo, los hallazgos hasta ahora documentados en el presente estudio de caso nos acercan a una perspectiva diferente. El fondo del asunto tiene más rostro de entorno comunitario que de crisis familiar. Remito a ese espacio de barrio donde la violencia, organizada o desorganizada, es parte del paisaje cotidiano, y que daña de diversas formas la relación comunitaria, causando una situación tan grave que ni como sociedad ni como gobierno hemos tenido la capacidad de resolver.

 

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Notas

1 A principios de 2011 Victoriano Garza afirmó que "Ciudad Juárez está considerada hoy en día como la ciudad más violenta del mundo. Las muertes por asesinato alcanzaron la tasa de 123.6 por 100 000 habitantes en 2008, cifra que fue rebasada en 2009, cuando presentó una tasa de 200.3 por 100 000 habitantes. La tendencia al alza continuó en el año 2010, con una inercia imparable hasta alcanzar los 234 por 100 000 habitantes" [Garza, 2011: 11].

2 De las experiencias más trascendentes de intervención comunitaria, sin duda tenemos el caso de la escuela rural mexicana. Una propuesta creativa de la posrevolución que tuvo el encargo de impulsar la integración nacional a través de la educación primaria y la alfabetización de los adultos. Véase Antología de Moisés Sáenz [Aguirre, 1970] y Concepción Jiménez, Rafael Ramírez y la escuela rural mexicana [1986].

3 Quizás uno de los mejores ejemplos lo conforma Paulo Freire, cuya propuesta de intervención presupone una educación no sólo como agente de conocimiento y alfabetización, sino que también le otorga una capacidad emancipadora y de concienciación ante las circunstancias superiores de pobreza y subdesarrollo que la determinan históricamente (véase Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad [1986]).

4 A pesar de la distancia geográfica y cultural con Alicante, España, conviene recuperar la afirmación de Natividad de la Red, quien, en el V Congreso Estatal de Intervención Social, apuntaba: "Los procesos de fragmentación social provocan que los sectores impactados por los procesos de exclusión tiendan a organizarse en el contexto local a través de experiencias locales compartidas" [Ramos, 2000: 196].

5 Para Ezequiel Ander-Egg [2000] "hay animación sociocultural cuando se promueven y movilizan recursos humanos, mediante un proceso participativo que desenvuelve potencialidades latentes en los individuos, grupos y comunidades". En esa misma vertiente, la UNESCO [2012] define la animación sociocultural como "el conjunto de prácticas sociales que tienen como finalidad estimular la iniciativa y la participación de las comunidades en el proceso de su propio desarrollo, y en la dinámica global de la vida sociopolítica en la que está integrada".

6 Barreto, Fernández y Martínez [2001: 66] subrayan que una intervención comunitaria exitosa parte de una demanda efectiva, la cual genera procesos de aprendizajes y se soporta en tres valores: el reconocimiento, la solidaridad y la comunicación.

7 Véase <http://www.umbral.org.mx>.

8 No es nuestra intención generalizar a partir de estos datos, sino poner atención en un estudio que arroja información diferente a la percepción dominante.

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