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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.21 no.59 México ene./abr. 2014

 

Reseñas

 

Los niños, el hogar y la calle

 

María de la Paloma Escalante Gonzalbo

 

María Eugenia Sánchez Calleja y Delia Salazar Anaya (coords.), Los niños, el hogar y la calle, México, Conaculta/INAH (Historia), 2013.

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH

 

Cuando éramos niños nos emocionaba la historia que nos enseñaban, al menos si estaba bien contada y resultaba en un relato atractivo y lleno de acción; a pesar de que, al menos hasta hace unos 20 años, la historia que nos enseñaban los libros de texto era bastante poco verídica y la que era verdad, de cualquier forma, se refería a los próceres, las guerras, los asuntos políticos; en fin, no a las cosas que pudieran ser cercanas o tener que ver con la vida de todos los días de los niños y niñas a quienes se dirigía. La manera de hacer historia ha ido cambiando de entonces para acá, tras ocuparse los historiadores de las mentalidades, de la vida cotidiana, de contar las historias que nunca se narraron, las de las mujeres, las de la gente común; las de todo eso que no parece trascendental, pero que hace la vida de todos los días.

Los nuevos enfoques en la historia llevaron a buscar nuevas fuentes y nuevas formas de interpretarlas, crearon nuevas preguntas porque se necesitaban respuestas a cosas que nunca habían sido consideradas importantes. Empezamos a saber cómo se vivía en el campo y la ciudad, cómo eran las familias, quiénes iban a la escuela y qué aprendían, cómo se distribuía el espacio de la casa, a qué se dedicaban los miembros de las diferentes familias, qué problemas tenían los matrimonios, qué libros se leían, qué actividades podían hacer las mujeres... en fin, muchas cosas que ni se consideraban en otro momento. Hoy en día, gracias a esos primeros esfuerzos, la historia se enseña de otra forma, pero también se le da un sentido diferente en la vida contemporánea, porque la historia que consideramos nuestra forma parte de lo que somos y de cómo miramos el mundo.

El libro que hoy presentamos aquí es parte de esta nueva historia, se ocupa de los niños ¿A quién se le podría haber ocurrido hace cuarenta o cincuenta años que valía la pena hacer la historia de los niños? Sin embargo, hoy resulta indiscutible y según la vamos conociendo nos va quedando claro también que hay que seguir descubriéndola, es la pieza que sigue faltando para terminar de entender y para construir un presente y un futuro mejores.

Según vamos leyendo Los niños, el hogar y la calle, por otra parte, nos damos cuenta de la diferencia que hay entre hacer la historia de los hombres o las mujeres adultas y hacer la de la infancia; por una parte no la pueden hacer los mismos niños, por lo que no tenemos su mirada y sus preguntas sino las miradas y preguntas de los adultos sobre los niños, con las fuentes disponibles, que son pocas, precisamente por el lugar que los niños han tenido en la sociedad. Al buscarlos los encontramos en algo de la iconografía, como la utilizada en los trabajos de la última parte del libro, o en las campañas de salud y los preceptos de la educación (las cosas que los adultos hacían para el cuidado y educación de los niños principalmente). Es muy interesante entonces ver cómo se opinaba sobre lo que los niños necesitan para crecer sanos y ser útiles, lo que hay que hacer para educarlos y que sean ciudadanos de provecho, y cómo eso es importante porque ellos son "el futuro".

Mientras se analizan políticas y principios, doctrinas y técnicas pedagógicas, los niños son objeto de la preocupación de los adultos de la época, sólo en tanto deben ser controlados, preservados y educados para la obediencia y la utilidad. Ellos están ausentes en las preguntas, sus voces no se encuentran y las emociones no se abordan porque no hay elementos para hacerlo. Esto es precisamente lo que nos da información sobre su lugar en esa sociedad. Según se avanza un poco en la historia, nos vamos encontrando que cambia el lugar que la sociedad de la época da a la infancia, las fuentes cambian un poco y la cercanía en el tiempo permite una mayor empatía. Quizá la posibilidad para la historiadora de identificarse con esa infancia se deba a un referente propio o de los padres o los abuelos, el recuerdo de una época que les es familiar la hace cambiar de perspectiva. Las fuentes son más abundantes, ahora existe la posibilidad del testimonio directo y, por más que la memoria sea trastocada por la distancia en el tiempo, las emociones evocadas se hacen presentes en el relato y se transmiten al lector.

El primer bloque de los capítulos del libro: "Educación moral y cívica del infante", revisa lo que se decía sobre el niño o lo que se escribía para atender las que se consideraban cuestiones importantes para la infancia en el siglo XVIII y XIX. Se trata de qué deben aprender, qué es adecuado para cada sexo, qué derechos tienen en términos de su reconocimiento legal y la herencia.

Según se avanza un poco en la historia, nos vamos encontrando que cambia el lugar que la sociedad de la época da a la infancia. En "Educación, lectura y protección de la niñez", descubrimos un interesante panorama de inicios del siglo XX, es el que Ellen Key llamó "El siglo de los niños". Por su parte, el capítulo sobre "Infancia y revolución social" nos presenta lo que empieza a cambiar ciertamente en la concepción de la infancia y en la vida de los niños en el siglo XX. No me puedo resistir a la tentación de parafrasear a la propia Ellen Key citada en este capítulo y que dice: "El niño, en cierta medida, ha de tener derecho a una voluntad, a una voluntad propia, personal, de lo que es necesario a su naturaleza individual. El niño turbulento, de voluntad firme, el niño conquistador es más precioso para la vida que el niño constantemente "bueno", que es bueno porque carece de fuerza expansiva que pueda desbordarse, de voluntad que pueda hacer resistencia, de imaginación que pueda inventar, de ideas que puedan rebelarse contra la autoridad.". Con estos principios se forma la "escuela moderna", una educación de corte anarquista y antiautoritaria; la misma que se trataba de desarrollar en la España republicana y de la que se hablará después, al recordar al colegio Luis Vives. En el siglo XX se crean nuevas pedagogías y en México se inician acciones asistenciales para resolver algunos de los problemas que resultaba evidente que vivía la infancia.

En el apartado "Niños y niñas en riesgo y reclusión" encontramos a los niños en las calles del México posrevolucionario y a las niñas dedicadas desde temprana edad a la prostitución, la cual era en aquel momento legal para las adultas, pero equiparada al robo o al homicidio y castigada con la reclusión para las menores. El tema de los consejos tutelares y las casas de observación y orientación es muy importante y muestra las contradicciones que se viven en una sociedad que comienza a dar un nuevo lugar a la infancia pero no tiene claridad sobre el rumbo correcto para hacerlo, o prefiere no enfrentar el tema, sino resolverlo por la conocida vía de lograr que los niños obedezcan y estén bajo control.

Las fuentes cambian un poco y la cercanía en el tiempo permite una mayor empatía quizá porque la historiadora se identifica con esa infancia al estudiar "Infancias en tránsito permanente", esas migraciones de inicios y mediados del siglo XX, de niños de Europa, en general de Francia, niños judíos o refugiados españoles. El recuerdo de una época que les es familiar a las autoras y a los lectores de mediana edad, al menos los que fueron niños migrantes o hijos de migrantes franceses, ashkenazitas o españoles del siglo pasado. Ellos forman parte de nuestro mundo, de nuestra realidad de todos los días. Al conocerlos nos identificamos con ellos y entendemos mucho de lo que se plantea sobre ellos, sobre lo que es sentirse agradecidos con el país de acogida, pero diferentes y con alguna remota idea de retorno a otra realidad. Nos remiten a la identidad del migrante, del refugiado, del inmigrante construido de manera diferente a la de otros niños y, posteriormente, adultos. Los conflictos que se dan en este proceso son ocasión para reflexionar sobre este problema y las autoras lo hacen con una interesante perspectiva que nos ayuda a entender a los que, seguramente conocemos, o son los papás de nuestros amigos de la infancia, o los compañeros de trabajo, o los profesores de las escuelas a las que asistimos nosotros o nuestros hijos, son parte de nosotros, sin duda, tanto como los niños que siempre fueron mexicanos.

En fin, que este libro, considero que representa una aportación importante a la historiografía de la infancia, una lectura amena y un acercamiento ahora indispensable para los estudios sobre la antropología de la infancia.

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