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Cuicuilco

versão impressa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.20 no.56 México Jan./Abr. 2013

 

Diversas temáticas desde las disciplinas antropológicas

 

La antigua ciudad de Cantona. ¿Ciudad-Estado con redes corporativas excluyentes?

 

Stephen Castillo Bernal

 

Museo Nacional de Antropología, INAH

 

Resumen

En este artículo se debate la aplicabilidad de los modelos de ciudad-Estado y de la teoría dual-procesual con el sitio de Cantona, Puebla. Se efectúa una revaloración del Periodo Epiclásico mesoamericano en el Altiplano Central, la inserción de Cantona en esta coyuntura histórica, así como sus referentes arqueológicos característicos. Se propone, tras la aplicación de los modelos mencionados, que la entidad política de Cantona puede explicarse a partir de ambos modelos, esto es, como una ciudad-Estado con diferentes estrategias políticas y económicas encaminadas al fortalecimiento del poder de los otrora dirigentes de la llamada antítesis teotihuacana.

Palabras clave: Cantona, ciudad-Estado, teoría dual-procesual, Epiclásico.

 

Abstract

This article considers the applicability of the city-state and the dual-processual models to the site of Cantona, Puebla. A reevaluation is made of the Mesoamerican Epi-Classic period of the Central Highlands, the insertion of Cantona at this historic juncture, as well as the characteristic archeological reference points. After applying the aforementioned models, it is proposed that the political entity of Cantona could be explained on the basis of both models. That it so say, as a city-state with various political and economic strategies intended to strengthen the power of the former heads of the so-called Teotihuacan antithesis.

Keywords: Cantona, city-state, dual-processual theory, Epi-Classical.

 

Preámbulo

Caracterizar la complejidad de las sociedades es un tema que difícilmente puede dejar de ser abordado por la arqueología, la cual no puede desprenderse de las categorías de tiempo, forma y espacio. A lo largo del desarrollo de esta disciplina se han construido diversos modelos que han tratado de dar cuenta del desarrollo que las sociedades van adquiriendo con el devenir temporal, así como de las peculiaridades que emanan de la parcialmente infinita diversidad cultural [cfr. López Aguilar, 2011]. Existen modelos que privilegian los componentes tecno-económicos, así como la especialización artesanal y que traen como consecuencia la aparición de la jerarquía social y las desigualdades de clase [Bate, 1984; Brumfiel y Earle 1987], en tanto que otros apelan a los "contratos sociales" emanados de la praxis e integración política [Service, 1984], mientras que otros recurren a los conflictos bélicos y a la necesidad del control de territorio, por citar algunos casos. Independientemente del enfoque adoptado para la explicación del surgimiento de la jerarquía social y eventualmente de los sistemas políticos estatales o "complejos", el común denominador de éstos es que todo modelo privilegia uno o varios componentes de la realidad en detrimento de otros. Esto es lógico, ya que toda abstracción analítica de la realidad implica un empobrecimiento de las calidades de ésta para volverla asequible al intelecto humano.

Es necesario aclarar que los modelos teóricos de caracterización socio-cultural deben tomarse como lo que son: esto es, como modelos hipotéticos falsables y perfectibles en principio [Gándara 1986, 1992, 2008 y 2009], algunas veces construidos desde diversas posiciones teóricas y que, siguiendo a Gándara [1993], son susceptibles de "impregnarse" de la justificación ético-política del investigador, como sería el caso de la arqueología de índole materialista histórica que busca entender el surgimiento de las desigualdades de clase para tratar de transformar el presente. Sin embargo, se ha tendido en ocasiones a tomar los modelos teóricos como abstracciones que deben seguirse al pie de la letra para corroborar si una sociedad "encaja" en el modelo analítico empleado. Ejemplos de lo anterior lo constituye el famoso "prototipo mesopotámico", modelo empleado para explicar el surgimiento del Estado en Mesopotamia y que fue aplicado acríticamente en diversos casos mesoamericanos [cfr. Manzanilla, 1986]. Dicho modelo colapsó cuando se enfrentó a las sociedades del México antiguo. El hecho de encajar estudios de caso o sociedades en determinados modelos implica la asunción de que éstos son infalibles y que si la realidad, materializada en correlatos arqueológicos, no encaja en las nociones teóricas iniciales, ¡peor para la realidad! [Castillo, 2006] Este dogmatismo académico debe dejarse en el olvido, por lo que es menester asumir que los modelos teóricos no son infalibles y que sólo alumbran segmentos de la realidad social, en detrimento de otros. o Como han advertido Popper [1972] y posteriormente Lakatos [2007], la continua refutación de hipótesis y el derrumbe sucesivo de postulados son lo que le otorgan su cientificidad a cada disciplina, aunado a que toda teoría será más fructífera cuando pueda predecir o generar mayores conocimientos de los que se disponían originalmente.

El objetivo cognitivo de este manuscrito es someter dos modelos teóricos a prueba, bajo el supuesto de que éstos son falibles e hipotéticos. El primero será el de ciudad-Estado y el segundo la llamada "teoría dual-procesual", con sus dos estrategias económicas y políticas fundamentales. Dichos modelos serán aplicados a un estudio de caso: la urbe epiclásica de Cantona, lo cual nos llevará a postular el nivel socioevolutivo alcanzado por la llamada "antítesis teotihuacana". Vale la pena comentar que los referentes empíricos con los que operará este ensayo son los construidos por otros investigadores y que se encuentran publicados en diferentes lugares. Finalmente, la adopción de estos dos modelos obedece a un interés particular del autor, puesto que existen otras construcciones teóricas como el modelo de sociedad clasista inicial, formulado desde la posición teórica de la arqueología social ameroibérica [Bate, 1984 y 1998], por sólo citar un ejemplo, aunado a que el modelo de ciudad-Estado puede ser empleado desde cualquier postura teórica arqueológica al no indicar cómo es el mundo o realidad en sí (si es material, ideal o mixta [cfr. Gándara, 1993]), lo cual lo dotaría de una "ontología aséptica" que lo vuelve capaz de ser retomado desde cualquier posición teórica o arqueología temática.1 De la misma forma, el enfoque de la ciudad-Estado pudiera permitirnos explicar de mejor forma al sitio de Cantona, en tanto que los restantes modelos emanados de la teoría dual procesual pudieran convertirse en estrategias que toda sociedad, de índole clasista, desplegaron para abastecerse y controlar diversas clases de bienes. Así, el artículo será dividido en tres secciones. En la primera definiremos los cimientos teóricos de los modelos referidos, en tanto que en la segunda daremos un panorama histórico del Epiclásico y del surgimiento de Cantona. En el tercer bloque aplicaremos los modelos teóricos en el estudio de caso arqueológico.

 

I. Nociones teóricas

El modelo de ciudad-Estado

El modelo conocido como ciudad-Estado no es nuevo. Su génesis se dio aproximadamente a finales del siglo XIX como una abstracción derivada por los pensadores europeos para explicitar algunas formas pretéritas de gobiernos, tomando como marco de referencia los escritos griegos y romanos [Charlton y Nichols, 1997:2]. Siguiendo este argumento, no es difícil deducir que el concepto bajo escrutinio se encuentra imbuido de una importante carga occidental. A pesar de lo anterior, consideramos que todo modelo teórico es válido, siempre y cuando se someta a la crítica constructiva y modifique sus postulados cuando sus elementos constituyentes no correspondan a la realidad. Bajo este supuesto, Charlton y Nichols [1997:4] argumentan que "reexaminando críticamente las polis desde una perspectiva comparativa, y no como un tipo ideal de ciudad-Estado, es posible detectar similitudes y diferencias entre las polis como ciudades-estado y ejemplos de ciudades-Estados en otros lugares y tiempos".

 

¿Qué entendemos por ciudades-Estado?

De acuerdo con Charlton y Nichols (ibid. :5), los criterios fundamentales que permiten a los arqueólogos "detectar" ciudades-Estado son:

[...] un sistema estatal concentrado en una ciudad capital o pueblo; un territorio pequeño integrado o entorno; una pequeña población total; independencia política; una relativa autosuficiencia económica; y una percibida distinción étnica [...] La organización de las ciudades-estado, incluyendo el tamaño de los territorios, asentamientos urbanos y la naturaleza de la integración urbe o entorno, está reflejada en muchos niveles del patrón de asentamiento arqueológico [desde] patrones de distribución de artefactos hasta patrones regionales de asentamiento.

Como podemos notar, la cualidad fundamental de las ciudades-Estado radica en que el concepto remite a un patrón de asentamiento que puede inferirse a partir de las manifestaciones arquitectónicas y artefactuales, por lo que existe una posibilidad de identificar arqueológicamente la suposición anterior. Asimismo, existen diferentes niveles de análisis de las ciudades-Estado: el patrón de asentamiento regional; la fragmentación de poder en el interior de una ciudad-Estado o entre varias; la organización de las ciudades-Estado; la etnicidad, así como la ideología imperante en una ciudad-Estado.

1. Patrón de asentamiento

Constituye uno de los tópicos de mayor relevancia en los análisis que se basen en el modelo ciudad-Estado. Lo anterior en virtud de que es imprescindible definir esferas geográficas de interacción y control antes de asignar categorías como ciudades rectoras o entornos (hinterland). En otras palabras, el patrón de asentamiento regional es vital para definir el tamaño de una ciudad-Estado, así como su organización interna. Asimismo, los análisis centrados en esta temática brindan interesantes datos para inferir los procesos de formación, consolidación y decadencia de una ciudad-Estado (ibid.). Sin embargo, definir de manera plausible el territorio de una entidad política compleja es una labor titánica, al menos dentro de la región cultural mesoamericana. No obstante, es necesario argumentar que los diferentes estudios de caso presentan características geográficas y climáticas distintas, las cuales en ocasiones sí permiten distinguir fronteras territoriales. Claro está que podemos discernir, por ejemplo, entre estilos arquitectónicos que nos permitan postular a centros rectores y subordinados. Además, ¿cómo asignamos las fronteras entre una ciudad-Estado y otra? Quizá la solución sea la utilización de registros escritos, aunque si carecemos de éstos, nuestras interpretaciones se tornarán especulativas.

2. Tamaño y especificidades de las ciudades-Estado

Ya habíamos comentado que las ciudades-Estado se caracterizan por tener un tamaño pequeño. Esta reducida dimensión territorial se encuentra relacionada con los factores ecológicos y tecnológicos (ibid.:8) ya que, por ejemplo, dependiendo de las condiciones naturales imperantes en un espacio se crearán distintas adaptaciones tecnológicas que, en consecuencia, influirán en las tecnologías de transportación. Las tecnologías de transportación impactan en los tamaños de los territorios, el tamaño de las poblaciones urbanas y rurales, así como en la integración de ambas. Con base en lo anterior, "generalmente los límites de la mayoría de las ciudades-Estado yacen dentro de un radio de un día de camino desde el pueblo central o ciudad (de 10 km hasta no más de 30" [ibid.]). Por otro lado, en el interior de una ciudad-Estado se encuentran imbricados distintos grupos sociales que buscarán acceder al poder, liberarse de ciertos tipos de obligaciones, esto es, buscar satisfacer una necesidad o deseo cualesquiera.2 En este sentido, el estudio de las facciones dentro de una entidad política del tipo ciudad-Estado puede verse reflejado materialmente con "una separación física de centros administrativos, religiosos y de mercado" [ibid.:10]". Bajo este esquema de análisis sobre las facciones, nuestros autores vuelven a argumentar que, por ejemplo [ibid.], "Teotihuacan exhibe algunos de los elementos descritos para las capitales de las ciudades-Estado: separación del espacio del mercado, pirámides-templos y palacios, residencias dispersas de la clase dominante en todas las partes de la ciudad, evidencia de corporaciones de grupos emparentados, y una predominancia de talleres en áreas residenciales".

3. Organización de las ciudades-Estado

Los criterios básicos para definir la organización de una ciudad-Estado son reflejados en los tipos de estructuras que caracterizan al emplazamiento, así como su organización, distribución y disposición dentro de la urbe. Si partimos del supuesto de que las ciudades-Estado tienen ciudades capitales y emplazamientos de segundo orden, es ineludible distinguir a los mismos empíricamente. En este sentido, las ciudades capitales serán, probablemente, aquellas que presenten una mayor cantidad de símbolos públicos monumentales [ibid.:7], además de que es factible que existan caminos que conecten a los sitios de segundo orden con el emplazamiento capital. Sobra decir que en los centros primarios y secundarios se tomarán decisiones políticas importantes, además de que en la ciudad capital se monopolizará el trabajo y uso de determinados bienes de lujo y algunos de uso común, en tanto que en las zonas periféricas o rurales se trabajará, preponderantemente, en la producción de bienes alimenticios y artesanales, aunque la mayoría de estos últimos difícilmente podrían constituirse como bienes de demarcación de jerarquía social.

Es importante mencionar que las entidades políticas de esta naturaleza se caracterizan por la continua segmentación y fragmentación [Charlton y Nichols, 1997:11], los acuerdos consensuales, así como por una ideología dominante que permea a todos los habitantes. Además, el surgimiento de las ciudades-Estado es cíclico, bajo el entendido de que "cada ciclo comienza con un periodo inicial de numerosas ciudades-estado pequeñas y competitivas y fue seguido por un periodo dominado por una sola ciudad-Estado [...] que subsecuentemente fue fragmentada en numerosas y pequeñas ciudades-Estado" [ibid.]. Con base en lo anterior, podemos decir que una ciudad-Estado tiene la capacidad de englobar a otras entidades políticas en su seno, además de que la existencia de las mismas demanda la competencia entre diferentes asentamientos humanos de diversa complejidad sociocultural.

4. Ideología

Para que exista una ciudad-Estado es necesario que exista una capital que simbolice materialmente el poder de las elites, la autonomía política, la etnicidad, la ideología, además de que deben existir centros secundarios que refuercen lo anterior. Siguiendo esta línea de pensamiento, las ciudades-Estado tienden a distinguirse de otras a partir de las manifestaciones particulares de su etnicidad y de sus construcciones míticas y religiosas [Brumfiel 1994, cit. en Charlton y Nichols, 1997:13]. Debemos estar en lo cierto acerca de que los modelos constituyen abstracciones de la realidad, por lo que, ineludiblemente, privilegian ciertos factores de ésta en detrimento de otros. No obstante, estamos convencidos de que tanto el modelo "dual procesual" como el de ciudad-Estado son falsificables e hipotéticos en principio, tornándose como una heurística o herramienta de análisis, por lo que asumimos, a primera vista, que sí pueden permitirnos entender parte de los motores fundamentales del Periodo Epiclásico mesoamericano, específicamente el comportamiento del importante emplazamiento de Cantona. Los referentes empíricos o "indicadores arqueológicos"3 que se pueden utilizar para interpretar este fenómeno constan de la arquitectura monumental religiosa, utensilios suntuarios y representaciones escultóricas o pictóricas de deidades patronas, aunque los registros escritos pueden ayudar en estas labores. Finalmente, cuando una ciudad-Estado subsume a centros secundarios (pequeñas ciudades-Estado o comunidades rurales periféricas) en su propio sistema, tiende a readecuar sus idearios cosmovisionales a sus propios sistemas taxonómicos y legitimadores.

El modelo dual-procesual

En la segunda mitad de la década de los noventa del siglo pasado, Blanton et al. [1996] propusieron un modelo clasificatorio de las sociedades humanas. Reaccionando en contra del uniformismo espacial y tecnológico del evolucionismo clásico y del neoevolucionismo, dichos autores buscaron conformar una propuesta teórica que diera cuenta de la conducta humana, más específicamente de la capacidad de acción de los individuos en la toma de decisiones y estrategias económicas y políticas.4 Bajo la lupa de estos académicos, dicho enfoque permitiría entender y explicar los desarrollos sociales a partir de la agencia humana. No es difícil dilucidar por qué aparece Giddens [1984] y Bordieu [1977] en la bibliografía del "paradigmático" artículo.

Blanton y sus colegas apuestan al entendimiento de las estrategias que cada actor o grupos de actores despliegan para alcanzar determinados fines o intereses. Estos intereses particulares dan origen a la competencia y pugna faccional gestada en el interior de las colectividades [Brumfiel y Fox, 1994] con la finalidad de obtener poder y control político. En este sentido, Blanton y partidarios indican que dentro de las sociedades se pueden llegar a desarrollar dos tipos de estrategias de poder: la excluyente y la corporativa, que "coexisten de cierta forma en las dinámicas políticas de todas las formaciones sociales, aunque una u otra es propensa a ser dominante en cualquier tiempo y espacio particular" [Blanton et al., 1996:2]. Dentro de la estrategia de poder excluyente, los agentes sociales preponderantes construyen un sistema organizativo basado "en el control monopólico de fuentes de poder" [ibid.]. En la estrategia excluyente, el poder se canaliza a través de pequeñas redes dominantes a partir de una relación patrón-cliente. Esta relación se gesta en el exterior de las entidades políticas que hacen uso de esta estrategia, y es "una forma burocrática del gobierno quien suplanta el control personalizado presente en las relaciones patrón-clientes" [ibid.].

En consecuencia, células burocráticas adscritas al poder tienden a subordinar a otros regímenes políticos, controlando el flujo de diferenciales fuentes de poder.

La estrategia corporativa es opuesta a la excluyente. A decir de Blanton et al. [ibid.]:

[...] el poder es compartido entre diferentes grupos y sectores de la sociedad como una forma de inhibir las estrategias excluyentes. Esto no necesariamente implica [...] una sociedad completamente igualitaria; jefes, dirigentes, burocracias, consejos administrativos, pueden ser encontrados dentro de la estructura del gobierno corporativo [...] En las entidades políticas corporativas la distribución del poder está estructurada, determinada, legitimada y controlada por los límites establecidos en el código cognitivo de la entidad corporativa predominante.

Estos tipos de ejercicios de poder han bautizado al mencionado modelo como la "teoría dual procesual", donde ambos se conjugan para dotar de peculiaridades a las sociedades. Así, tanto la estrategia corporativa como la excluyente produjeron sistemas políticos y económicos de diversas escalas y grados de complejidad, la gran mayoría vinculados con sistemas políticos de corte jerárquico o estatal [Manzanilla, 2006]. A decir de Blanton et al. [1996:3]: "Las estrategias de poder excluyentes se asocian principalmente con pequeñas entidades políticas autónomas vinculadas con otras en grandes redes de interacción a través del comercio, guerra y alianzas matrimoniales de dirigentes". Desmenucemos las estrategias de poder en las sociedades dual-procesuales.

Estrategia de redes excluyentes

En esta estrategia un restringido sector poblacional controla diversas fuentes de poder, entre las que se encuentran materias primas, objetos suntuarios o de lujo, así como el conocimiento especializado, en donde podríamos incluso insertar las cosmogonías. Las relaciones gestadas en este tipo de estrategia social se sustentan en el desarrollo de relaciones de intercambio centradas en un grupo social pequeño o en un solo individuo, las cuales no sólo se efectúan dentro de la colectividad, sino que también tienen verificativo en el exterior de la misma, cubriendo redes de intercambio de bienes e idearios a grandes escalas geográficas. Asimismo, la práctica continua del intercambio trae como consecuencia el desarrollo de un liderazgo en el interior de la sociedad, aunque éste se vuelve efímero en virtud de que, al existir facciones que buscan acceder al poder, los grupos preponderantes tienden a competir con nuevos aspirantes y, eventualmente, pueden perder su posición privilegiada en el sistema hegemónico.

En el sistema de redes, los bienes económicos juegan un papel fundamental. No sólo se comercia e intercambia con bienes de uso común o doméstico, sino que también se hace lo propio con bienes de prestigio. Conviene mencionar que el control de bienes de lujo o exóticos le confieren a su portador y al administrador de su abastecimiento un estatus especial dentro de la sociedad [Helms, 1993]. Esta idea es retomada por Blanton et al. [1996:5] cuando argumentan que:

las manipulaciones de bienes de intercambio llevan a las elites emergentes a monopolizar las redes de intercambio y sus resultantes políticas, reduciendo el número de familias a un sistema local que puede adquirir preeminencia mediante una red basada en la economía política.

La reducción de los bienes de lujo que las unidades domésticas podían adquirir antes de la instauración de un sistema centralista de redistribución se aminora mediante el continuo flujo de bienes primarios, utilitarios o alimenticios. Lo anterior constituye el desplante de la exclusión política a través del acceso a diversas clases de bienes. Esto no es otra cosa que la desigualdad social, entendida como el acceso diferencial a los recursos [Paynter, 1989:369]. Finalmente, si el sistema político tiene éxito y es capaz de mantenerse a través de esta estrategia excluyente, la entidad política podrá monopolizar la mayor cantidad de bienes de lujo en el interior de la sociedad, intercambiando éstos con otras entidades políticas y estructurando de esa forma redes comerciales macrorregionales. Lo anterior legitima a las elites frente a otras sociedades, "aunque de una forma en la cual ninguna sociedad tenga la habilidad de establecer sus cánones simbólicos o estilísticos" [Blanton et al, 1996:5].

Estrategia corporativa

Como se esbozó, en la estrategia corporativa, el poder sobre los productos vinculados con el poder es compartido entre varios sujetos o grupos sociales. Asimismo, se indicó que existen acuerdos o consensos que regulan e la apropiación y flujo de bienes; en pocas palabras, un contrato social. En este sentido y para reforzar el consenso social, en esta estrategia se "enfatizan las representaciones colectivas y sus rituales asociados basados en O amplios temas como la fertilidad y la renovación de la sociedad y el cosmos" [ibid.:6]. Este tipo de rituales "colectivos" genera una cohesión social de distintos grupos étnicos contenidos en una sociedad, legitimando de esa forma la apropiación de plusproductos agrícolas, bajo el amparo de la regeneración simbólica y social de la entidad política.

La forma de mantener el contrato social en una entidad política donde el poder es compartido por diversos sujetos se vincula necesariamente con las tendencias de consumo de los bienes de lujo. En efecto, el acceso a los bienes de lujo debe ser homogéneo en toda la sociedad, ya que si un grupo social comienza a monopolizar una cantidad mayor de los bienes permitidos, ello traería como consecuencia un quebranto al contrato social y, muy probablemente, al descontento y a la aparición de facciones que buscaran acceder al control de la entidad política. Lo anterior, irremediablemente, desestabilizaría a la estrategia corporativa, fortaleciendo entonces a la excluyente. Esto queda de manifiesto cuando nuestros autores enuncian, aunque de forma cautelosa, que "la orientación corporativa puede implicar un consumo reducido de bienes de prestigio e igualdad de la riqueza dentro de la sociedad, aunque esas son cuestiones que requieren pruebas empíricas adicionales" [ibid. :7].

II. Lo que se ha escrito sobre el Epiclásico. A propósito de la ciudad arqueológica de Cantona

El periodo transicional del Clásico al Posclásico Temprano ha sido denominado en la literatura arqueológica mesoamericana como Epiclásico. La discusión en torno de las calidades fundamentales de este periodo sigue estando vigente. El término Epiclásico fue acuñado por primera vez por Jiménez Moreno [1959] como un estadio que daba cuenta del periodo transicional situado tras el ocaso de la urbe teotihuacana y el inicio de las sociedades militaristas del Posclásico. El autor consideraba que este clima de inestabilidad política se debía a que grupos menos civilizados, procedentes del norte y del occidente de Mesoamérica, se trasladaron a esta región [Jiménez Moreno, 1962].5

Para entender el fenómeno del Epiclásico es menester dar cuenta de los acontecimientos que le dieron forma, siendo el gradual debilitamiento de la Ciudad de los Dioses su detonante inmediato. Teotihuacan comienza a decaer alrededor del 600 dC por causas aún desconocidas, siendo las propuestas más fuertes los desequilibrios ambientales, las revueltas internas tras el trastocamiento de la red de control de la producción de bienes [Manzanilla, 2006; Moragas, 2007], así como la intervención de grupos foráneos que incendiaron la ciudad, trayendo como consecuencia la aparición de una época de grandes transformaciones en el altiplano central mexicano. Lo anterior ocasiona diversos reordenamientos poblacionales, modificaciones en el patrón de asentamiento, nuevos mecanismos de integración interregional a partir de cultura material, destacando la aparición del complejo cerámico coyotlatelco en la mayor parte de la Cuenca de México [Rattray, 1987; Sugiura, 2005b y 2009; Solar, 2006], así como el uso recurrente de obsidiana gris de Zinapécuaro y Ucareo, de la región michoacana (cfr. Darrás, 2005 y 2008], fragmentaciones políticas y la reconformación de estructuras regionales de poder a través de diferentes unidades políticas autónomas [Sanders et al., 1979; Sugiura, 1995 y 2005a]6. En este tenor, destaca, para la Cuenca de México, el asentamiento de Tula Chico, Chapantongo y el Pahñú en Hidalgo [Mastache et al., 2002; López Aguilar y Fournier, 2009], el emplazamiento de Xochicalco en el valle de Morelos [López Luján, 2001; Hirth, 2000], Cacaxtla-Xochitécatl [López de Molina, 1981; Serra Puche, 1994; Serra Puche y Lazcano, 2011] en el valle de Tlaxcala y el propio emplazamiento de Teotenango en la región del Alto Lerma [Sugiura, 1995:349], sin olvidar el complejo sitio urbano de Cantona y del que más adelante hablaremos.

Muchas han sido las hipótesis que han tratado de explicar el debilitamiento del gran Estado del Clásico mesoamericano del Altiplano Central. Yadeun, basándose en planteamientos del propio Parsons [1971], comenta que:

la declinación del Clásico teotihuacano y la desintegración de su vasta cadena simbiótica y extractiva, fueron originadas por la centralización del poder y la monopolización del mercado ejercidas por la alta población que residía en Teotihuacan, situación que finalmente ahogaría a la ciudad, por problemas entre el centro y su hinterland [Yadeun, 1975:10].

Siguiendo con esta línea de pensamiento, varios estudiosos han postulado que otras entidades políticas, contemporáneas a Teotihuacan, fueron las culpables de su colapso, destacando Tula7 y Xochicalco. En efecto, cuando la gran urbe del Clásico comienza a decaer, surgen o terminan de desarrollarse nuevos centros de poder: "Cholula, Xochicalco y Tula toman el control en escala reducida; Xochicalco lo hace en el valle de Morelos, Tula en la cuenca de México y en el norte del altiplano central, y Cholula en la región de Puebla-Tlaxcala" [Parsons, 1971, cit. en Yadeun, 1975:10; Diehl 2006]. Es conveniente argumentar que algunos de estos sitios fueron contemporáneos a Teotihuacan, sin embargo, es durante el Epiclásico cuando adquieren su auge como centros políticos independientes y regionales, pero con una breve duración ocupacional y con un fuerte énfasis en la defensa territorial [Diehl, 2006]. El colapso teotihuacano, parafraseando a varios estudiosos del tema, se gesta en función de la pérdida del control de sus redes comerciales, específicamente la que conectaba al Altiplano Central con la Costa del Golfo, ello en función de la aparición de otras entidades políticas que comienzan a minar el monopolio de redistribuidor que gozaba Teotihuacan. Diehl [1989], por su parte, menciona que el colapso de Teotihuacan se gestó en función de un decaimiento de los niveles de vida de sus habitantes urbanos, lo cual orillaría a un abandono gradual de la ciudad. Lo anterior lleva a pensar a Diehl y Berlo [1989] que los artesanos especializados en utensilios de uso cotidiano como la cerámica, lítica y otra clase de bienes, pudieron asentarse en sitios cercanos a la otrora gran ciudad teotihuacana, en tanto que los sujetos encargados de la producción de utillajes suntuarios engrosaron las filas poblacionales de los nuevos centros políticos emergentes, lo cual puede ser una propuesta plausible [Rojas, 2001]. Por ejemplo, Xochicalco debió constituirse como un obstáculo teotihuacano, ya que este sitio ubicado en el valle de Morelos y emplazado entre la Cuenca de México y el sistema del río Balsas en Guerrero no presenta materiales vinculados directamente con Teotihuacan, lo que hace suponer que este último sitio no ejercía un control directo ni indirecto sobre Xochicalco; el propio Litvak [1970] indicaba hace tiempo que esta entidad política era independiente, lo cual le hubiera podido permitir bloquear la red de mercados en su área de interacción, debilitando de esa forma el abastecimiento de recursos que llegaban directamente a Teotihuacan para así ser redistribuidos a diferentes puntos de Mesoamérica. Esta hipótesis es consistente con que algunos de los sitios epiclásicos más importantes, incluyendo a Xochicalco, se encontraban fortificados [Hirth, 2000], constituyéndose como emplazamientos de carácter defensivo, y asentados en lugares de difícil acceso. Incluso se podría decir lo mismo con respecto a la ciudad de Cacaxtla, la cual se encuentra rodeada de fosas y diques, lo cual, aunado a las representaciones bélicas de sus famosos murales, nos habla al menos de un clima de inestabilidad y conflictos bélicos [Serra Puche y Lazcano, 1997]. Este tipo de prácticas beligerantes y defensivas se corrobora empíricamente a través del uso significativo de iconografía bélica y militarista "cuyos mejores ejemplos se encuentran en Xochicalco y Cacaxtla", sobresaliendo los famosos motivos pictóricos de esta última entidad política [Sugiura, 1995:349]. Este cúmulo de hipótesis para explicar el decaimiento de Teotihuacan es resumido en un ya clásico estudio de Yadeun [1975:14]:

Se ha postulado como hipótesis para explicar "la caída del Clásico", la existencia de una relación asimétrica entre Teotihuacan y sus subcentros más importantes dentro de su esfera de influencias; estos subcentros serían Tula, Xochicalco y Cholula, los que al alcanzar cierto grado de desarrollo cuestionan dicha relación asimétrica para alcanzar posteriormente su independencia.

Una vez que la urbe teotihuacana colapsa, muchos de sus pobladores, irremediablemente, se ven en la necesidad de trasladarse a nuevos centros políticos o a las periferias de la gran ciudad. Ésa es la razón por la que se inicia un periodo de ruralización y dispersión poblacional, pero que trae como consecuencia la aparición y consolidación de ciertas entidades políticas, como Xochicalco, Tula Chico, Cacaxtla, Xochitécatl, Tajín y Cantona. Por supuesto, estas nuevas constelaciones políticas no alcanzaron el nivel estatal teotihuacano, pero ello no les impidió que se configuraran diferentes estados de índole clasista que controlaron regiones durante un breve periodo cronológico.8 Estas flamantes entidades políticas comenzaron a albergar una considerable cantidad de inmigrantes y sujetos locales, generando un aumento demográfico que provocó conflictos bélicos y políticas expansionistas, características innatas de los posteriores estados mesoamericanos [Sugiura, 2009]. Como habíamos mencionado, con los reacomodos políticos derivados de la caída teotihuacana surgieron nuevos centros políticos que, en virtud de su variada composición poblacional, generaron innovaciones arquitectónicas y cosmovisionales, lo cual lleva a Diehl y Berlo [1989:3] a indicar que el Periodo Epiclásico es un momento histórico de gran eclecticismo cultural, donde se sintetizan las tradiciones fundamentales de diversas culturas, como las provenientes del área maya y de la Huasteca, de lo cual son ejemplos característicos algunas de las representaciones materiales de los emplazamientos de Cacaxtla y Xochicalco. Lo anterior es consistente con lo que Linda Manzanilla [2001:392-393] propone para este mismo lapso histórico, ya que:

Durante el Epiclásico [...] el poder político seguramente fue [utilizado] para los intercambios de bienes de prestigio a larga distancia, y los logros individuales de guerra e intercambio fueron una mayor fuente de legitimación política. En la Cuenca de México se gestó un decremento poblacional, un incremento en la dispersión de la población y una mayor disgregación de las ocupaciones nucleadas -la antítesis de Teotihuacan.

Por otro lado, Berdan y Smith [2004:26-27], siguiendo un planteamiento más cercano a los sistemas mundiales de Wallerstein para explicar el mundo mesoamericano durante el Posclásico, argumentan que durante el Epiclásico

[...] se extendió un conjunto de símbolos comunes pintados o grabados en cerámica (incluidos diseños geométricos como serpientes step-fret y estilizadas), a través de las rutas comerciales costeras [...] nosotros llamamos a estas figuras el "Conjunto Internacional de Símbolos del Postclásico Temprano", la iconografía de las cuales ha sido interpretada como evidencia de la diseminación de una nueva religión internacional que giraba en torno a Quetzalcoatl, la serpiente emplumada [...] Se acepte esta propuesta o no, está claro que varias zonas de Mesoamérica vivieron un periodo de intenso contacto económico y político en el Epiclásico.

El planteamiento anterior refuerza nuevamente las innovaciones culturales y cosmogónicas gestadas durante el Epiclásico, ello en función de los continuos flujos migratorios derivados del debilitamiento teotihuacano. Con respecto al intercambio de bienes de prestigio, Solar [2002] ilustra, a partir del estudio de diferentes placas y pendientes de piedra verde, las redes de intercambio, contactos ideológicos y cosmogónicos gestados durante el periodo aquí abordado, así como la interacción regional mesoamericana mediante la utilización del modelo del Sistema-Mundo de Wallerstein.9 Asimismo, la investigadora enuncia las notables semejanzas entre las placas de piedra verde recuperadas por César Sáenz en el Templo de la Serpiente Emplumada de Xochicalco y las excavadas por el mismo arqueólogo en el Templo XVIII de Palenque [Solar, 2002:15; Sáenz, 1964].10 Las similitudes continúan con las placas de piedra verde recuperadas en una caja de piedra por Jorge Acosta [1956-1957] en el Edificio 3, o Palacio Quemado de Tula, lo cual nos permite suponer que dichos utillajes estuvieron cargados de un simbolismo especial, y su conservación en épocas más tardías da prueba de ello. En efecto, las figuras labradas en piedra verde, jade, o serpentina, pueden considerarse, a manera de hipótesis, como un marcador cultural del Epiclásico, ya que dichos objetos se ubican en diferentes emplazamientos, como Xochicalco, Monte Albán, Tula, Palenque, Chichén-Itzá, cuyas morfologías e iconografía son bastante análogas entre sí. Para la autora aquí reseñada,

[...] el fenómeno de su amplia distribución puede circunscribirse a un espacio temporal más o menos preciso, por dos razones. En primer lugar, el fechamiento absoluto o relativo de aquellas piezas que lo permiten, coincide en un rango cronológico que abarca aproximadamente del año 650 d. C. al 950 d. C., es decir, finales del Clásico a principios del Postclásico Temprano [...] En segundo, resulta significativo el encontrar ejemplares de este tipo en sitios que, a pesar de sostener una continuidad ocupacional prolongada, experimentaron un periodo de auge en esos siglos. De este modo, podría considerarse al estilo de las placas y sus variantes regionales, como un marcador del Epiclásico [Solar, 2002:20].

Estos utillajes, al ser depositados en edificios de importancia cívica y religiosa, debieron insertarse en actividades de corte cosmogónico, ritual, o incluso como parte de una "moda" generalizada durante el periodo aquí abordado. No en balde la mayoría de los diseños antropomorfos muestran a personajes ricamente ataviados que, presumiblemente, reflejarían ya sea a sujetos de la elite o actores sociales vinculados con oficios religiosos. Siguiendo con ese argumento, dichas placas de piedra verde probablemente fueron empleadas por sacerdotes que realizaron rituales en diversas áreas de Mesoamérica durante el Epiclásico, aunado a que esto abre la posibilidad de una suerte de culto generalizado, lo cual puede ser motivo de futuras reflexiones e investigaciones. En este sentido, y si la hipótesis de Solar [ibid. :64] es correcta, entonces "aquél criterio uniforme [...] es evidencia de la expansión de una ideología compartida, la cual se expresa en el simbolismo de las imágenes sobre piedra verde pero también en la asociación cualitativa de los diversos objetos que la acompañan en los contextos arqueológicos". Pero incluso más allá del referente simbólico, la amplia dispersión de placas de piedra verde, ya sea en grandes sitios arqueológicos como en asentamientos rurales o periféricos, nos está hablando de una integración social mesoamericana que sólo pudo gestarse en el Epiclásico, periodo en el que Teotihuacan, el gran redistribuidor de bienes, colapsa y deja el paso libre para que nuevos centros políticos controlen y hagan circular diversos materiales a lo largo y ancho de Mesoamérica. La pregunta a esclarecer sería: ¿quién distribuye y controla este tipo de placas? Ahora bien, este movimiento de bienes suntuarios nos lleva a pensar que las redes comerciales que en su momento abrió Teotihuacan permanecieron abiertas durante el Epiclásico, aunque ahora controladas por diferentes entidades políticas que, para mantenerlas, adoptaron modos de vida beligerantes.

Como podemos darnos cuenta, el periodo intermedio entre el Clásico y el Posclásico Temprano no debe ser catalogado y estereotipado como un lapso de índole belicosa, sino que también permitió un importante flujo de bienes y de idearios de diversas regiones culturales [Hirth, 2000]. Claro está que no sólo circularon objetos de piedra verde durante el Epiclásico; al contrario, una intrincada red de conexiones panmesoamericanas nutrieron de bienes, estilos y cosmogonías a las constelaciones políticas del antiguo territorio mexicano, aunque, por ejemplo, en el caso del abastecimiento de obsidiana, los yacimientos del vidrio volcánico tendieron a cambiar, cobrando así una mayor importancia la obsidiana de Zinapécuaro, al igual que la de Zacualtipan y la de Oyameles-Zaragoza, en detrimento de la obsidiana verde de Sierra de las Navajas, la cual fue monopolizada por el Estado teotihuacano durante el Clásico y que volvió a ser explotada tiempo después por los tol-tecas en el Posclásico Temprano [Domínguez y Pastrana, 2006; Pastrana y Domínguez, 2009]. La propagación de la cerámica coyotlatelco es otro de los "marcadores" culturales de este lapso histórico de Mesoamérica [Sugiura, 1995 y 2009]. Bastará con recordar, por ejemplo, las conexiones culturales gestadas entre Xochicalco y Guerrero, el Estado de México, Oaxaca, Hidalgo, el Área Maya y la Costa del Golfo [Litvak, 1972 y 1987; López Luján, 1995; Hirth 1989], ello en función de su estratégica posición con respecto a diversos sistemas comerciales [Solar, 2002:145]. Lo mismo podríamos decir con respecto a los nexos establecidos entre Tula y la Huasteca, Veracruz y la misma región de Morelos, así como el sureste mexicano.

Como muchos autores han mencionado, los años comprendidos del 650-700 al 900-950 d. C. constituyen un parteaguas en la historia cultural del México antiguo. Por un lado, constituye el debilitamiento y caída de un régimen económico, político e ideológico dominante durante varios cientos de años como el del Estado teotihuacano, la famosa diáspora teotihuacana. Sin embargo, la decadencia de las sociedades no conlleva al vacío cultural; es decir, cuando una sociedad es eclipsada por diferentes procesos causales e no se da un vaciamiento de sus rasgos culturales, sino más bien algunos de o ellos son retomados y re-significados por diferentes agentes sociales o colectividades, como por ejemplo la herencia arquitectónica teotihuacana del O talud y del tablero, la misma que, con variaciones, aparece en Xochicalco.

Derivado de lo anterior, algunas regiones, como por ejemplo el valle de Toluca [Sugiura, 1995,2005a y 2005b], comienzan a recibir una fuerte cantidad de gente producto de las migraciones poblacionales causadas por el debilitamiento urbano de Teotihuacan. En consecuencia, los actores sociales que en algún momento residían en la otrora Ciudad de los Dioses, se refugiaron en otros centros políticos del Altiplano Central como Xochicalco, Tula Chico [Paredes, 2005], Cacaxtla-Xochitécatl [Serra Puche y Lazcano, 2005], Cantona y Teotenango, o incluso en sus propias áreas rurales, lo que dio como resultado una mixtura cultural, donde coexistieron los pobladores "nativos" y los "extranjeros", estos últimos una especie de "otros cercanos"11 para los residentes de los nuevos centros políticos. No está de más recalcar que las rutas de intercambio mesoamericanas se siguieron utilizando para abastecerse de vasijas, obsidiana, piedra verde y artículos marinos, aunque ahora por diferentes actores políticos, beneficiándose de ellas y conformando así el estilo ecléctico que caracteriza al Epiclásico, donde la cultura material y el flujo de mercancías de diferentes locaciones mesoamericanas tuvieron un papel fundamental. Una prueba de ello es el vínculo sostenido entre los pobladores de Cacaxtla, en el valle de Tlaxcala, con la Costa del Golfo y, consiguientemente, con el Área Maya, lo que generó una plurietnicidad en esta ciudad a través de diversos flujos migratorios. En pocas palabras, tras el debilitamiento de Teotihuacan cobran importancia otros sitios que anteriormente fueron de segundo orden y que sintetizaron diferentes tradiciones culturales, conformando así constelaciones políticas independientes que interactuaron entre sí para abastecerse de recursos y legitimar su poderío regional. La ideología religiosa también fue re-significándose y adquirió una preponderancia por temáticas de corte bélico (partiendo de la distinción de Pasztory [1974, cit. en Palavicini y Garza, 2004:206] de un Tláloc A y de un Tláloc B en Teotihuacan, donde la primera advocación se vincula con la deidad dadora del agua, en tanto que la segunda se relaciona con la guerra y la sangre como dadora de la vida y que, a decir del mismo autor, se desarrolla en la Ciudad de los Dioses entre el 300 y el 350 dC.), como por ejemplo la interesante hipótesis iconográfica y artefactual de Palavicini y Garza [2004], donde se argumenta que el complejo Tláloc, tanto en la región cultural maya como en el centro de México, comenzó a adquirir mayores connotaciones bélicas, siendo el uso de las máscaras con advocaciones del referido Dios una facultad de los dirigentes de las entidades políticas del Epiclásico. A decir de las autoras:

[...] Tláloc A es el objeto del culto popular al que acuden con sus ruegos, peticiones y ofrendas los campesinos [...] mientras que los gobernantes se invisten con la imagen de Tláloc B, apropiándose de ciertos aspectos de esta deidad, uno de los cuales puede ser el de fertilizar la tierra con el líquido precioso (la sangre obtenida del sacrificio del prisionero [ibid.:215]).

Los gobernantes-guerreros, empleando representaciones alusivas al Tláloc B, justificaron su jerarquía a partir de un sustrato divino: otorgar el líquido divino a sus pobladores, para así garantizar el mantenimiento del universo mesoamericano. En Tula, por ejemplo, existen representaciones escultóricas que permiten apreciar esta alianza de Tláloc con actividades beligerantes [Jiménez, 1998]. Siguiendo esta línea de pensamiento de justificación ideológica del ejercicio militar, estamos de acuerdo con Marcus [1989] en que durante la transición del Clásico al Posclásico, la mayoría de las pujantes entidades políticas del Epiclásico se transformaron de sistemas centralizados en ciudades-Estado, las que, por definición, se encuentran en competencia entre sí por el abastecimiento de recursos y para incrementar su área directa de interacción, o hinterland. Por supuesto que las causales para la estructuración de una sociedad militarizada son múltiples y variables de sociedad en sociedad, aunque estamos en lo cierto de que la búsqueda del control económico es uno de los principales motores de complejización y conflicto social, que es instituido y fortalecido por un aparato ideológico que "justifica lo injusto" a partir de la generación de desigualdades en el interior y en el exterior de cada entidad política [cfr. Bate, 1984].

Éste quizá fue el panorama histórico que vio surgir a la antigua ciudad de Cantona, sin duda la urbe más grande del Epiclásico, y concebida objetiva y subjetivamente por sus habitantes como la antítesis teotihuacana.

Cantona: la antítesis teotihuacana

En la Cuenca de Oriental de Puebla se desarrolló Cantona. El emplazamiento fue edificado sobre un malpaís producto de diversos escurrimientos de lava, generando un pobre suelo que le permitió a sus pobladores hacerse de materiales para la construcción arquitectónica, así como de obsidiana de los yacimientos de Oyameles-Zaragoza, separados 10 km de Cantona. El clima permite la generación de una flora semidesértica y de coníferas. Asimismo [García Cook y Merino, 1997 y 1998; Rojas, 2001], la explotación y control de la obsidiana de Oyameles-Zaragoza fue sobre lo que se basó el poderío de Cantona, permitiéndole a sus dirigentes entablar redes comerciales con diferentes entidades políticas.

El sitio cuenta con una superficie de 12.6 km2, pero lo interesante es que o en el interior del mismo se encuentran las unidades domésticas de elite y de la gente común conectadas por diferentes vías de acceso. Hasta el momento han sido detectadas 2 000 unidades domésticas en la unidad sur del sitio, y un patrón recurrente es un muro periférico que delimita a cada unidad habitacional [García Cook y Merino, 1998:203]. Cantona es un sitio urbano que presenta tanto plataformas y estructuras piramidales de gran envergadura, como recintos palaciegos, plazas cívico-ceremoniales (en el sitio han sido detectadas alrededor de 100 [ibid. :197], juegos de pelota y unidades residenciales y domésticas, así como una compleja red de accesos y caminos que conectaban los espacios internos del sitio. De la misma forma, el sitio se caracterizó por tener un control fortificado con atalayas y puestos militares de vigilancia, con lo cual se controlaba el movimiento tanto dentro como fuera del emplazamiento [Martínez Calleja, 2004].

Cantona posee una gran cantidad de juegos de pelota, de los cuales han sido detectados 24 hasta el momento, cuestión que torna a esta ciudad como el emplazamiento precortesiano con mayor cantidad de éstos [García Cook y Merino, 1998:200].

Se cuenta con 34 fechamientos de radiocarbono (todas de carbón vegetal). De los 22 fechamientos aceptables y que corresponden el material cultural en su contexto, se tienen cinco dataciones correspondientes a la primera ocupación del Preclásico Superior; 13 son correspondientes a un Clásico Temprano y Medio; y cuatro fechamientos equivalen al Clásico Tardío o Epiclásico [.] Con base en todo lo anterior proponemos por el momento la siguiente secuencia: Ocupación I de 600 a 100 a.C., Ocupación II de 150/200 a 600 d.C., Ocupación III de 600 a 900/950 d.C. y Ocupación IV de 900/950 a 1000/1050 d.C. [García Cook y Merino, 1998:213].

No obstante, su auge se suscita durante la ocupación III y IV, que corresponde al Epiclásico [García Cook, 2004]. Siguiendo los planteamientos de García Cook [1994:80; García Cook y Merino, 1998], durante este periodo se modifica la traza inicial norte-sur del sitio que se mantuvo en la primera etapa de Cantona, pues se construyó una importante cantidad de edificios siguiendo ahora una orientación este-oeste, y es el lapso en el que se fortifica mayormente la urbe. En este segundo momento ocupacional se suscita un incremento poblacional, probablemente derivado de las continuas migraciones producto de la diáspora teotihuacana. Lo característico de Cantona es su planeación arquitectónica y el uso de los espacios. En efecto, la gran mayoría de las ciudades de Mesoamérica cuentan con una traza definida, simétrica, y el ejemplo más característico de ello es el Estado teotihuacano. En Cantona se suscita lo contrario, pues no existe simetría en la disposición de los conjuntos arquitectónicos; por el contrario, en este emplazamiento existe una asimetría intencional [García Cook y Merino, 1998:197]. Lo anterior se puede deber a dos motivos. El primero de ellos tiene que ver con el terreno sobre el cual desplantaron las estructuras. Como habíamos comentado, Cantona se encuentra construido sobre un malpaís, por lo que la edificación de los edificios se condicionó a las características irregulares de la región. Lo anterior no constituyó un problema, pues los habitantes del sitio se adaptaron a la superficie: "aprovechaban las barrancas forrando sus lados para obtener espacios hundidos; o bien construían sobre crestas o elevaciones naturales transformando [...] su superficie [...] para obtener plazas o construcciones elevadas" [ibid.].

La segunda hipótesis concerniente a la traza de Cantona se ubica en el ámbito ideacional de los sujetos del pasado. Para los autores mencionados, la total asimetría de Cantona obedece a una negación de los estándares teotihuacanos, siendo el orden y la simetría la característica angular de la Ciudad de los Dioses, así como el de otras entidades políticas del Clásico mesoamericano. La negación de los atributos del Clásico se objetiva en la arquitectura y la disposición de ésta en el sitio, lo que trajo como consecuencia una legitimación simbólica de Cantona que probablemente perneó en la experiencia espacial de sus pobladores, así como en la de los extranjeros.

Cantona, además de su asimetría característica, es una ciudad fortificada, lo cual obedece al clima de inestabilidad política del Epiclásico. El auge de este sitio se debió, muy probablemente, a la explotación y control de la obsidiana del yacimiento de Oyameles-Zaragoza y del cerro Pizarro, razón por la cual en muchas partes del sitio se detectaron áreas de producción de utensilios de obsidiana [Rojas, 2001]. Los cantonenses "comerciaban —en gran escala— la obsidiana abundante en la región [...] y cuyos yacimientos mayores —Oyameles y Guadalupe Victoria— no están lejos de la ciudad y muy probablemente fueron controlados por ella. La presencia de amplios talleres de procesamiento de este material, en el sitio además de los familiares, corroboran esta hipótesis" [García Cook, 1994:88]. Sin embargo, los sujetos residentes en una ciudad no se pueden mantener únicamente a través del intercambio de bienes de uso común, como los utillajes de obsidiana, sino que debieron haber producido alimentos. Por ello se ha postulado que la base de subsistencia de la población debió ser la agricultura de temporal, probablemente realizada a las afueras del recinto fortificado de Cantona.12 Pese a lo anterior, la economía principal de Cantona fue el intercambio de bienes de obsidiana con otras regiones de Mesoamérica.13 De acuerdo con García Cook y Merino [1977], el "corredor teotihuacano" establecido a partir del 100 al 750 d. C. en la región de Puebla-Tlaxcala ha dejado evidencias empíricas de cacicazgos fortificados que denotan una fuerte influencia de la Ciudad de los Dioses. En este sentido, "es posible que Cantona fuese en ese momento un importante cacicazgo que compite con otros en la región por el control de la distribución de la obsidiana, así mismo comienza a competir por los mercados a largas distancias con Teotihuacan" [Rojas, 2001:513].

Cuando Teotihuacan comienza a decaer y Cantona empieza a convertirse en una pujante ciudad durante el Epiclásico, tras los beneficios de ubicarse en un punto estratégico del corredor teotihuacano, "junto con Cacaxtla, Xochicalco y Teotenango, sitios contemporáneos e importantes en ese momento, controló y filtró los bienes y productos procedentes de diversas regiones con dirección a Teotihuacan, y logró con ello la caída de esta gran urbe" [García Cook, 1994:89]. Por su parte, Rojas [2001] comenta que en la zona del Golfo, específicamente en el sitio de Matacapan (postulado por Santley [1983] como un enclave teotihuacano), ubicado en la región de los Tuxtlas, sólo la zona nuclear presenta materiales adscritos a Teotihuacan, donde es factible encontrar obsidiana verde. No obstante, los asentamientos que rodean a Matacapan presentan abundante obsidiana de Oyameles-Zaragoza. Una vez cerrado el corredor teotihuacano durante el Epiclásico (750-950 d. C.), la población del valle poblano-tlaxcalteca comienza a crecer, trayendo como consecuencia la edificación de asentamientos urbanos. Éste es el momento en el que Cantona cobra mayor importancia política y regional, llenando el hueco dejado por Cholula y Teotihuacan. Cantona, sin lugar a dudas, fue "la ciudad más grande e importante en el Altiplano Central durante el Epiclásico, del 700 al 950 de nuestra era" [García Cook, 1994:91]. Con la competencia cultural y económica diezmada, Cantona expande su mercado de control hacia zonas anteriormente procuradas por Teotihuacan. Así, en la Mixtequilla, al centro-sur de Veracruz, Stark y Curet [1994] indican que en dichos sitios, a partir del debilitamiento teotihuacano, existe una carencia de obsidiana verde, no así de la procedente de Oyameles-Zaragoza, por lo que se puede deducir que la distribución de esta obsidiana no fue dependiente de las elites teotihuacanas, sino de alguna otra entidad política. Actualmente nos queda claro que el centro político que controló esta obsidiana y, consecuentemente, el corredor teotihuacano, fue el emplazamiento de Cantona, rival teotihuacano y heredero de sus antiguas rutas de intercambio, ello junto con Cacaxtla-Xochitécatl. Todo lo anterior, a decir de Rojas [2001:518], permitiría

[...] romper con la idea de un monopolio teotihuacano en la explotación y distribución de productos de Obsidiana. Cantona, como centro minero ubicado en la porción oriental del Altiplano mexicano, compite fuertemente por introducir sus productos en áreas que tradicionalmente se pensó como coto de la cultura Teotihuacana. Tal vez esto y la gran aceptación de los productos líticos de la gente de Cantona contribuyó, en cierta medida, a la desintegración política y económica de Teotihuacan.

Como ya se mencionó, el sitio urbano de Cantona abarca una extensión de alrededor de 12.6 km2, y está dividido en tres áreas: área norte, área central y área sur, aunque las mayores labores arqueológicas se han llevado a cabo en esta última debido a que es la mejor conservada y quizá la más urbanizada del sitio [García Cook y Merino, 1998; Villanueva, 1996:4-5]. En la parte norte del área sur se encuentra la Acrópolis, en tanto que en la sección sur se ubica la Plaza Central, compuesta por estructuras de gran importancia como la Pirámide Principal o Estructura 1, un juego de pelota, así como la Estructura 6 o Pirámide Menor [Villanueva, 1996:5]. Las peculiaridades del sitio son su traza asimétrica, la gran cantidad de juegos de pelota, la carencia de cementante en sus construcciones, la numerosa cantidad de plazas cívico-religiosas y sus numerosos accesos a través de calzadas y pasillos. Existen más de 100 plazas cívico-ceremoniales en Cantona, de las cuales 45 se encuentran en el área sur del sitio, en tanto que otras 80 se hayan en el área habitacional. Esta profusa cantidad de plazas y estructuras "arquitectónicas de carácter ceremonial" [García Cook, 1994:86] demuestra la importancia de las prácticas religiosas en Cantona, quizá para legitimar el poderío de las elites. Destaca, por ejemplo, el hallazgo de nueve esculturas fálicas "localizadas sobre el mascarón al pie de la escalinata de la pirámide de la plaza central, sobre un par de cráneos y un atado de huesos humanos, habla del culto a la fertilidad, un ceremonial para el renacimiento y la reproducción agrícola" [ibid. :86-87].

A decir de Villanueva [1996], en la Plaza Central de Cantona se suscitaron prácticas chamánicas,14 aunque el mismo autor no descarta la posibilidad de que este tipo de actividades se llegaran a realizar en otras áreas ceremoniales de Cantona, como en la Plaza Oriente del sitio. Los enterramientos depositados como ofrendas de diversos edificios ceremoniales demuestran la importancia de este tipo de prácticas legitimadoras del poder a través de la violencia. Entre 1992 y 1994 fueron recuperados 97 enterramientos humanos que han permitido dilucidar datos concernientes a la antigua población del sitio. De la misma forma, los análisis bioarqueológicos de los restos óseos han permitido inferir actividades rituales de canibalismo, mutilaciones y decapitaciones humanas [Talavera et al., 2001]. Como es costumbre mesoamericana, las plazas se encuentran delimitadas por plataformas alargadas de uno o dos cuerpos, en tanto que el cuarto lado de las mismas se encuentra cerrado por una estructura piramidal. Las plazas de Cantona, así como las plataformas, fueron conectadas por diferentes vías de acceso.

Al parecer, la práctica del juego de pelota fue de gran importancia en la vida social y ritual de los cantoneses. Existen 24 juegos de pelota en Cantona, pero lo importante y a la vez característico del sitio es que 12 de éstos presentan un estilo único. Como plantean García Cook y Merino [1998:200], estos 12 juegos de pelota integran conjuntos arquitectónicos alineados y la cancha forma parte del conjunto arquitectónico, en tanto que los restantes son del tipo "mesoamericano", donde la cancha no se encuentra alineada con otras estructuras arquitectónicas.

Los conjuntos de tipo Cantona se integran por tres elementos. Estos incluyen (1) una pirámide o estructura formada por basamentos superpuestos, colocados en uno de los extremos del conjunto; (2) una o dos plazas, delimitadas por plataformas alargadas, también con varios cuerpos superpuestos, y en cuyo interior puede o no estar presente un altar, y (3) la cancha propia para el desarrollo del juego, la que se ubica al otro extremo (opuesto al de la pirámide) del conjunto. Todas estas estructuras interconectadas y alineadas forman una sola unidad arquitectónica [ibid.].

La mayor parte de los juegos de pelota se encuentran distribuidos en la sección sur y se concentran 19 en esta porción, cuatro más en la zona central de Cantona y uno más en la porción norte del emplazamiento [ibid.:201]. De los 19 juegos de pelota edificados en la parte sur de Cantona, 12 se encuentran en la Acrópolis, donde se ubican la Plaza Central y la Plaza Oriente, así como las construcciones importantes y administrativas que la componen, como El Palacio. Finalmente, 10 de los 12 juegos de pelota de esta zona son conjuntos "tipo Cantona" [ibid.]. El conjunto de juego de pelota 7 es el más grande del sitio, se ubica en la misma parta alta del emplazamiento y cuenta con una "gradería de ocho cuerpos [...], así como un 'palco'. Todo ello hace a este conjunto no sólo el más grande de Cantona (de 230 m x 90 m de promedio), sino también el más elaborado y complejo" [ibid.:202].

Las vías de comunicación son características de Cantona. El sitio se encuentra interconectado a través de calzadas empedradas con muros laterales sin cementante y que evitan la circulación descontrolada por el sitio. Cantona tiene dos calzadas fundamentales. La Calzada 1 tiene 575 m de longitud y arranca de la orilla sur de la ciudad "(al interior del foso), cruza toda la parte habitacional (baja) y comunica con las terrazas medias que limitan el acceso a la Acrópolis" [ibid.: 205; García Cook, 1994:23-24; García Cook, y Martínez Calleja, 2008]. Por su parte, la Calzada 2 mide aproximadamente 540 m y también se inicia a la orilla de la ciudad y lleva por rumbo la Acrópolis, aunque ahora esta calzada finaliza en una plataforma suroeste que lleva a la parte cívico-religiosa de Cantona [García Cook y Merino, 1998:205]. García Cook y Merino [ibid. :205, 207) consideran que la Calzada 2 pudo constituirse como un acceso rápido del sitio o de acceso restringido, "ya que aun cuando cruza por 27 'patios', sin embargo sólo da acceso directo a siete unidades habitacionales y en forma indirecta a dos más. Además, buena parte de su recorrido está libre de obstáculos". Lo anterior es evidencia directa de uso restringido, el uso por parte de la elite del sitio, aunque es necesario indicar que esta calzada no cuenta con muros laterales en toda su extensión y es un poco más estrecha que la Calzada 1 [García Cook, 1994:76].

Existen otro tipo de accesos en Cantona que permiten demostrar la importancia del control poblacional. Así pues, estos dos tipos de accesos son

[...] los que sirven de entrada-salida a la ciudad y los que permiten la comunicación con la Acrópolis (y el área cívico-religiosa en general). En ambos casos están fortificados o construidos de tal manera que exista un fuerte control, o vigilancia, de la circulación hacia el interior o al exterior de la ciudad. Para entrar o salir de la ciudad había un buen número de accesos, alrededor de 20 en la Unidad Sur, pero para ingresar o salir a la Acrópolis su número es menor; sólo existen 9 o 10 accesos, y su construcción denota un control riguroso del tránsito por estos lugares [García Cook y Merino, 1998:207-208].

Tras las exploraciones del sitio se ha propuesto la finalidad de estos accesos. El Acceso Poniente es un acceso escalonado "limitado por terrazas construidas por muros de contención, edificados de tal manera que obligan a quien desee ingresar o salir de la Acrópolis a utilizar forzosamente la escalinata" [ibid. :208]. En la parte final del recorrido estrecho de las escalinatas se encuentra una atalaya, "en cuya parte superior se encuentra un 'cuarto' dividido en dos" [ibid.]. Éste era un punto estratégico de la ciudad, ya que por su posición topográfica permitía vigilar y controlar el acceso a la Acrópolis de Cantona, el espacio destinado para las funciones cívico-ceremoniales, a donde sólo un restringido sector de la población podía acceder. Era el espacio de las elites de Cantona, desde donde se tomaban las decisiones políticas más importantes.

Pero la complejidad social de una entidad política no sólo se refleja a través de su arquitectura, sino que también tiene mucho que decir la cultura material. Con respecto a la cerámica recuperada en los rellenos de diferentes estructuras de plazas y unidades habitacionales, así como en algunas ofrendas mortuorias, la loza preponderante ha sido una de carácter local, "característica de la urbe y de su área directa de interacción" [ibid.: 210]. Lo anterior se sustenta en función de que la mayoría de los tipos reportados en Cantona tienen la misma composición de pasta, tal como advierte el mismo García García [1999:82] en el caso de las estructuras de la Plaza Oriente. Incluso la cerámica de Cantona no presenta una marcada variación con el paso del tiempo, ya que abundan las vasijas monocromas con engobe rojo o café, así como las formas con baños blancos, aunque sus formas completan toda la vajilla de servicio. Es digno de mencionar en este momento que existe una carencia total de figurillas de barro en Cantona, así como de asas y soportes en las vasijas [Merino y García Cook, 2007], "por lo que muchas piezas cuentan con agujeros cerca del borde en paredes opuestas con la finalidad de colocar algún cordel para cumplir con dicha función" [García Cook, 2004:104]. Sólo un tipo cerámico de Cantona, llamado Águilas Incensarios, sí presenta asas laterales. Además de la loza local cantonesa, también existen materiales cerámicos provenientes de otras latitudes de Mesoamérica, ya que [García Cook y Merino, 1998:210].

[...] entre las piezas completas hay algunas que recuerdan, por sus formas, acabado y decoración a tipos presentes en otras regiones y correspondientes a otras culturas. Estas vajillas tienen semejanza con la cerámica del centro y sur de Veracruz, del Altiplano Central, sobre todo de la región del Bajío, de la Mixteca poblana, y en cierta medida, del Occidente de México.

Es casi nula la presencia de cerámica Anaranjado Delgado, lo que demuestra la poca influencia de la urbe teotihuacana en Cantona, reafirmándose la hipótesis de que este sitio fue rival de la Ciudad de los Dioses. Por otro lado, la industria lítica predominante fue la de obsidiana, en tanto que una baja proporción la constituye la lítica manufacturada sobre basalto, tezonte y andesitas, incluyéndose aquí la industria de piedra pulida. El instrumental lítico tallado, en su gran mayoría, se compone de navajas prismáticas que eran confeccionadas, en su parte final, en el emplazamiento de Cantona, pues en el yacimiento de Oyameles se extraían grandes bloques de obsidiana, se desbastaban y llegaban como macronúcleos de percusión [García García, 1999:92], los que permitirían elaborar tanto navajas como otro tipo de utillajes. Estos grandes núcleos permitieron a los habitantes de Cantona manufacturar diversos artefactos, como navajas, puntas de proyectil, tanto sobre lascas como puntas sobre navajillas, raspadores, raederas, así como tranchets,15 artefactos que, siguiendo a Rojas [2001], fueron empleados para amputar extremidades humanas, lo cual relaciona a estos instrumentos con prácticas ceremoniales o belicosas, ya que muy probablemente fueron artefactos enmangados [cfr. Merino y García Cook, 2005]. Sin embargo, no todos los materiales líticos fueron empleados para actividades rituales, sino que la mayoría de éstos se insertaron en actividades cotidianas, pero lo que sí queda claro es que en la mayoría de las unidades habitacionales se producían instrumentos de obsidiana para el autoconsumo y para el intercambio a larga distancia. La economía de Cantona se basó en la producción, control y redistribución de artefactos de obsidiana hacia otras entidades políticas.

En Cantona han sido detectados muchos talleres de obsidiana en el interior de la ciudad, además de que se conoce "la presencia de un sector de la Unidad sur —al sureste inmediato de la Acrópolis— de alrededor de 17 ha, en el que se han localizado 335 talleres para la terminación de artefactos" [García Cook, 2004:102]. La disposición de este taller, tan cerca de las unidades de elite, ha llevado a postular a los estudiosos que estos talleres eran estatales; esto es, fueron talleres donde residieron artesanos especializados controlados por el Estado y sometidos, probablemente, a trabajos de medio o tiempo completo. Ahora bien, si Cantona controló la producción y distribución del vidrio volcánico de Oyameles-Zaragoza, en consecuencia, entabló relaciones con otras entidades políticas mesoamericanas. Así, el sitio fortificado, "aparentemente tuvo contacto con regiones situadas a grandes distancias, según la presencia de vajillas de cerámica semejantes a las de Oaxaca, Campeche, sur y suroeste de Puebla, Bajío, e incluso de la Cuenca de México" [García Cook y Merino, 1998:213; Merino y García Cook 2006]. Otros materiales alóctonos son los caracoles marinos, provenientes de la Costa del Golfo y entre los cuales destaca un caracol trompeta elaborado sobre un molusco de la especie Pleuroploca-Gigantea [García Cook, 2004; Vakimes y García Cook, 2010], así como muy pocos ornamentos de piedra verde [García Cook, 2010: comunicación personal], lo cual nos habla de un constante flujo de ideas y de materiales de diferentes zonas geográficas. De la misma forma, los pobladores del sitio debieron abastecerse de otros productos como cacao, hule, textiles y productos agrícolas, los que intercambiaban por productos de obsidiana [ibid.]. Cantona, la urbe fortificada de la Cuenca de Oriental, fue la entidad política más fuerte durante el Epiclásico de esta zona, controló los yacimientos de obsidiana de Oyameles-Zaragoza y ello le permitió desarrollarse en un lapso corto de tiempo. La negación del mundo clásico es indiscutible en Cantona, quizá tratando de legitimar la transición de gobiernos de corte teocrático hacia gobiernos más seculares [García Cook, 1994], donde el uso de la fuerza y la milicia se convierten en instrumentos indispensables para garantizar la supervivencia del grupo social. La asimetría arquitectónica, así como la nula presencia de cultura material vinculada con el mundo teotihuacano (obsidiana verde y vasijas Anaranjado Delgado) demuestran que "Cantona se preocupaba por negar todo aquello que estaba de moda en las demás ciudades contemporáneas" [García Cook y Merino, 1998:214]. Finalmente, el decaimiento de Cantona se comenzó a gestar entre el 1000 y el 1050 d. C., cuando "se entabló la lucha por el control regional y por la hegemonía en el altiplano central. Cantona [...] no resistió las presiones bélicas ni las oleadas de otros grupos deseosos de conquistar y controlar el área" [García Cook, 1994:90]. El e surgimiento de la entidad política de Tula y su afán expansionista pudo ser o uno de los factores de debilitamiento y abandono definitivo de Cantona, al igual que el cambio climático que volvió más cálida y seca a la Cuenca de Oriental.

 

III. Aplicabilidad de los modelos en el caso de Cantona. A manera de conclusiones

Con respecto a la aplicabilidad del modelo de ciudad-Estado podemos decir lo siguiente. Primeramente, la urbe de Cantona sí puede circunscribirse a los límites que toda ciudad-Estado debe tener, ya que el núcleo urbano de Cantona es de alrededor de 12.5 km2. No obstante, es necesario conocer el área de interacción del mayor sitio epiclásico de la Cuenca de Oriental, para lo cual será tarea indispensable detectar todos los sitios secundarios y satélites adscritos al poderío de Cantona, ya que el propio García Cook y Leonor Merino [1998] indican que existen accesos que conectan a Cantona con pequeñas aldeas o villas.16 Debemos estar en lo cierto que el radio de control cultural de toda ciudad-Estado, bajo los ojos de Charlton y Nichols [1997], no debe exceder los 30 km2, por lo que podríamos proponer, como hipótesis de trabajo, que al menos Cantona controló un radio de 12 o 13 km a la redonda, ello en función de que el yacimiento de obsidiana de Oyameles se encuentra a una distancia de 10 km al norte del emplazamiento. Asimismo, es indudable que a las afueras del recinto fortificado de Cantona también se asentaron villas o pueblos, los que, en teoría, se debieron haber dedicado primordialmente a la agricultura de temporal, tal como propone el mismo García Cook [1994], lo cual vuelve a ser consistente con la formulación de toda ciudad-Estado que controla un área de interacción, o hinterland, abocado a la producción de bienes consumibles. En este sentido, la extensión espacial de Cantona como una ciudad-Estado puede considerarse en este momento como una propuesta plausible, hasta que se demuestre empíricamente lo contrario. No obstante, es casi un hecho que la economía principal de Cantona se basó en la extracción y distribución de la obsidiana de Oyameles, por lo que los productos y materias primas de este vidrio volcánico muy probablemente se concentraron en el núcleo urbano, con la finalidad de redistribuirlo hacia otras entidades políticas. En este sentido, ¿estaremos frente a un proceso de especialización artesanal controlada por las elites cantonesas? Los mercaderes de otras constelaciones políticas probablemente acudieron a los grandes espacios abiertos de Cantona, razón por la cual han sido postulados como probables "mercados".

Lo anterior nos lleva de la mano a otra de las características de las ciudades-Estado: la organización interna. Las manifestaciones arquitectónicas y artefactuales del núcleo de Cantona permiten distinguir entre actividades cívico-ceremoniales que se vinculan con la religiosidad y con actividades de corte político-administrativo. En efecto, si bien es cierto que abundan en el sitio, y más específicamente en el área sur del asentamiento, las plazas cívico-ceremoniales, es en la Acrópolis donde se encuentran las edificaciones más importantes y es donde, con seguridad, residieron los integrantes de las elites, como en El Palacio, que además de servir como un espacio cotidiano para la toma de decisiones políticas y administrativas, también fue un locus para realizar faenas astronómicas [ibid.], conocimientos especializados que sólo un restringido sector de la población podía poseer y que, posiblemente, fue utilizado para legitimar el poderío y jerarquía social de los sujetos de la elite al asociarlos con designios divinos. Vale la pena señalar que los espacios en Cantona se encuentran conectados por una serie de caminos y calzadas que permiten que la circulación de la ciudad se haga de forma ordenada. No obstante, la circulación por el área de la Acrópolis es restringida y controlada, tanto por angostas escalinatas como por puntos de vigilancia o atalayas, lo cual demuestra que el uso de los espacios fue restringido en Cantona y que la mayoría de la población podía tener acceso a prácticas cívicas y religiosas, pero no así en las reuniones de toma de decisiones importantes, como es el caso de la Acrópolis. De ahí que abunden las plazas ceremoniales en Cantona, para que la mayor cantidad de gente tenga acceso a ellas.

Volviendo al tema de la jerarquía social, la numerosa cantidad de unidades domésticas han permitido inferir la coexistencia de sujetos de diferentes estratos sociales, ya que a pesar de que la residencia en el sitio se llevó a cabo únicamente en las terrazas-habitación, dichas unidades no son homogéneas, ya que algunas acusan una mayor inversión de fuerza de trabajo en su edificación, en tanto que otras son más modestas, razón que permite alumbrar la existencia de jerarquías sociales en el núcleo urbano de Cantona.

Los patios-habitación y las terrazas habitacionales indican no sólo la diferenciación social de sus ocupantes sino también la existencia de cierta propiedad privada, decidida y otorgada por los dirigentes. En Cantona, al menos en la parte sur, que es la conocemos un poco más, nadie vive fuera de los patios o terrazas [García Cook, 1994:87].

La ideología y etnicidad compartida es otro de los puntos medulares de toda ciudad-Estado. En este sentido, creemos que el culto religioso fue generalizado en Cantona, debido a la profusa cantidad de plazas cívico-ceremoniales en el sitio. Los rituales de fertilización de la tierra cuya evidencia empírica se encuentra sustentada a partir de la ofrenda de falos de la Pirámide de la Plaza Central, demuestra lo anterior [García Cook y Merino, 1998]. La identidad étnica, por su parte, es más difícil de inferir arqueológicamente, más aún porque la identidad es efímera, dinámica y en constante readecuación; a ello debemos sumar la multietnicidad que con seguridad se desarrolló durante el Epiclásico. A pesar de ello, los estudios de osamentas procedentes de diferentes entierros por parte de Talavera [1996, cit. por García Cook y Merino, 1998] ha permitido, a través de una muestra de 13 individuos, postular que la talla promedio de hombre de Cantona era de 1.61 m, en tanto que la de las mujeres, de 1.55. No obstante y en el caso de la ideología religiosa y cosmovisional, los estudios realizados por Talavera et al. [2001] sobre los restos óseos de Cantona han permitido inferir prácticas rituales características del sitio, como por ejemplo el canibalismo ritual.

La interpretación más probable que puede darse a los diferentes tratamientos culturales observados en los materiales osteológicos es que se trata de los despojos de víctimas sacrificadas, habiendo sido los cadáveres desmembrados intencionalmente como preludio a la ingestión ritual de carne humana. Los despojos humanos de Cantona nos permiten inferir que luego de la occisión ritual los segmentos del cadáver terminaban en tres contextos distintos. Una vez consumida la carne los huesos eran desechados para: a) Enterrarlos como relleno de las estructuras. b) Sepultarlos como ofrendas en áreas cívico-ceremoniales. c) Arrojarlos en basureros domésticos.

En ciertas ocasiones algunos huesos largos eran seleccionados para ser utilizados en la manufactura de herramientas [Talavera et al., 2001:37-38]. Si partimos del supuesto de que las osamentas analizadas por Talavera y colaboradores fueron procedentes de las exploraciones de todo el sitio de Cantona, es plausible suponer que existió una concepción generalizada concerniente al canibalismo ritual. Ello, sin lugar a dudas, es otro elemento identitario que objetiva concretamente las prácticas de violencia que se gestaron durante el Epiclásico; es la coexistencia de la violencia y el sacrificio humano para el devenir de una colectividad: la justificación de la vida e social a partir de la violencia real y simbólica. Lo mismo podríamos decir con respecto a la traza irregular y asimétrica del sitio, que a la par de ser un elemento característico y único del sitio, debió ser un elemento que otorgó identidad a los pobladores del recinto urbano de la Cuenca de Oriental, aunque, por supuesto, lo anterior de momento es una mera especulación. Lo que sí es claro es que la traza característica del sitio, su urbanismo con carácter defensivo, sus calzadas y unidades residenciales, sus construcciones sin cementante ni estuco, su profusa cantidad de juegos de pelota, así como los conjuntos de juegos de pelota hasta el momento únicos en Mesoamérica, son elementos característicos que distinguen a Cantona de otra entidad política y podrían permitir identificar más sitios secundarios adscritos a su poder. Cantona, sin problema alguno, podría ser catalogada como una ciudad-Estado, a pesar de no encontrarse en pugna directa con otras entidades políticas en su época de desarrollo, aunque creemos que el modelo es demasiado mecánico como para tratar de englobar a esta gran urbe del Epiclásico, la cual logró rivalizar con Teotihuacan y suplantar su papel mesoamericano como gran redistribuidor de bienes de obsidiana.

En este sentido, consideramos que el modelo de ciudad-Estado puede verse enriquecido con la propuesta de Blanton et al. [1996], donde las estrategias políticas excluyentes o corporativas le imprimen su especificidad a las entidades políticas. Dicho en otras palabras, consideramos que la estrategia de redes excluyentes fue la que se gestó en Cantona. Tal como advierten los autores mencionados [ibid.], es a raíz de la caída de Teotihuacan cuando vuelven a ponerse de relieve los sistemas basados en las redes mercantiles excluyentes, las cuales habían sido aminoradas con la preeminencia corporativa gestada en la otrora Ciudad de los Dioses. Los intercambios a larga distancia se ven en cada esquina de la urbe de Cantona. Las redes de intercambio entabladas por los dirigentes de Cantona les permitieron hacerse de recursos no disponibles en la región a cambio de productos manufacturados sobre obsidiana, abundante en la región. Parece ser que el trabajo de la obsidiana fue generalizado, pues el trabajo lítico se llevaba a cabo en muchas unidades domésticas, de elite y de la gente común. Lo anterior nos permite inferir que el trabajo lítico desplegado en dichos espacios obedecía a dos motivos: autoconsumo e intercambio. Si esto es cierto, los sujetos adscritos a los estamentos sociales más bajos también tenían la posibilidad de intercambiar productos de obsidiana con mercaderes de otras 2 entidades políticas en los amplios espacios abiertos de Cantona. Esto abre, a su vez, dos posibilidades más. La primera es que, si todos los cantonenses o podían comerciar con productos de obsidiana, estaríamos ante una estrategia corporativa, no de toma de decisiones políticas, aunque sí económicas, o donde imperan códigos de igualdad económica, donde el acceso y posibilidades para abastecerse de los recursos tiende a ser un tanto homogéneo. Recordemos que la estrategia corporativa no es sinónimo de una sociedad igualitaria, pues el modelo dual-procesual da cuenta de entidades políticas estatales. La segunda alternativa interpretativa que derivamos es diferente, ya que quizá los plusproductos elaborados en las unidades domésticas fueron recaudados por los dirigentes estatales y almacenados en algún espacio para posteriormente venderlos o intercambiarlos por otros bienes. Esta posibilidad se enmarcaría en una especialización artesanal controlada, en parte, por las elites, así como en la estrategia de redes excluyentes, aunado esto a que, para corroborar dicha hipótesis, sería menester detectar empíricamente espacios empleados como almacenes.

Es muy probable que la ciudad-Estado de Cantona haya adoptado una estrategia de redes excluyentes, ya que ello podría haber permitido que los sujetos adscritos a las cúpulas de poder se hicieran de bienes que denotaban prestigio social. La obsidiana de Oyameles-Zaragoza fue el hilo conductor de este desplante de la jerarquía social en Cantona. La sistemática producción de utensilios de este vidrio volcánico, sumado al desabasto originado por el decaimiento de Teotihuacan, tornó a este asentamiento poblano en el máximo proveedor de obsidiana en la Cuenca de México y regiones circunvecinas. El poderío y fama alcanzados por este emplazamiento no se hizo esperar. Los utensilios suntuarios o de lujo no fueron circulados de forma homogénea entre los pobladores de este sitio, lo cual conlleva a la aparición de la desigualdad social, así como al monopolio de poder y de los símbolos materiales por parte de un restringido sector poblacional, el cual se encargaba de gestionar y administrar las faenas mercantiles a larga distancia. Por otro lado, la práctica recurrente del canibalismo ritual y donde se insertaron los tranchets, donde suponemos que el grueso de la población participó, quizá no sólo reflejó el clima de inestabilidad política del Epiclásico, sino también los códigos y sanciones que se podían llegar a desplegar dentro de Cantona si las normas se llegaban a quebrantar. Eso es una mera suposición. Lo que es innegable es que los pobladores de Cantona no eran iguales, en el sentido de los estamentos sociales, pues es evidente que las estructuras domésticas con mayor inversión de fuerza de trabajo son las ocupadas por los sujetos de mayor prestigio y poderío social; dicho en otras palabras, sus pobladores vivían dentro de las murallas de Cantona, aunque cada uno poseía un lugar en función de su estatus social. Lo mismo sucede con los accesos restringidos en cuanto uno se acerca a la acrópolis del emplazamiento, ya que la vigilancia y la estrechez de los pasillos nos habla de un minucioso control de acceso y que, con seguridad, estaba pensado para evitar el contacto entre gente de diversos estratos sociales.

En pocas palabras, el papel de Cantona como ciudad-Estado epiclásica es factible a la luz de este análisis, pero su preponderancia regional e ideológica a raíz del control de la obsidiana, que, dicho sea de paso, fue la industria económica por excelencia de las complejas formaciones sociales mesoamericanas [Alejandro Pastrana 2012: comunicación personal], no sólo puede abordarse desde el modelo explicitado por Charlton y Nichols [1997], sino que también puede hacerse desde la teoría dual procesual y el enfoque de redes excluyentes, más centrados en los individuos. Así, la fuente de poder que le confirió jerarquía a Cantona fue la obsidiana de Oyameles-Zaragoza. Esta materia prima potenció que los integrantes de las elites se abastecieran de bienes de lujo, como los productos marinos u ornatos de piedra verde. Los gobernantes de Cantona obtuvieron un liderazgo a partir del intercambio de productos, tanto en el exterior como en el interior del recinto urbano. Aquí es donde vuelve a entrar el fenómeno simbólico, y es el canibalismo ritual, así como las ofrendas a la fertilidad y el culto fálico cantonés, uno de sus referentes empíricos inmediatos, aunque es conveniente mencionar que los cultos generalizados como los de fertilidad, a decir de Blanton et al. [1996], han sido postulados como característicos de los estados corporativos, aunque tampoco consideramos que ello se torne en un universal. ¿Estaremos ante una ciudad-Estado que compartió, en diferentes escalas, el modelo corporativo y el de redes excluyentes? Solamente lo podemos suponer en este momento, pero es necesario argumentar que las sociedades no deben encasillarse en modelos teóricos rígidos, ya que, de hacerlo, negaríamos su diversidad cultural. En este sentido, no podemos rechazar ni aprobar categóricamente esta suposición. La caída de Cantona, explicada a partir de incursiones de nuevos grupos en el Altiplano Central a principios de los años 1000 d. C. y donde el pujante Estado tolteca tiene mucho qué decir, también puede explicarse a la luz del modelo seguido hasta el momento. Una de las consecuencias de un sistema político de redes excluyentes es la aparición de facciones, las cuales aspiran al m poder, por lo que los mismos Blanton et al. [1996] han argumentado que las entidades políticas que gozan de esta estrategia se mantienen poco tiempo en la cúspide. En ese sentido, quizá las pugnas internas derivadas 2 de una marcada diferenciación social entre los pobladores de Cantona pudieron orillar a un debilitamiento de la ciudad-Estado, lo cual probablemente fue aprovechado por otras colectividades para minar definitivamente la preponderancia regional de la antítesis teotihuacana. Concluimos este manuscrito con una advertencia. Los modelos son eso, modelos, falsables en principio. Ofrecimos un poco de luz al fenómeno de Cantona mediante la formulación de la ciudad-Estado y de la teoría dual-procesual. Ninguno de estos modelos es infalible, ya que toda hipótesis o teoría, al ser una abstracción de la realidad, tiende a empobrecer las calidades de ésta cuando se reduce a categorías o nociones abstractas. Las dos formulaciones empleadas no se contradicen entre sí ni epistemológicamente ni ontológicamente hablando, ya que la primera indica las características de un específico tipo de sociedad, clasista o jerárquica, en tanto que las estrategias políticas de la teoría dual-procesual son eso: estrategias o mecanismos para abastecerse de recursos y poder y en donde las decisiones políticas se toman de diferentes maneras, desde un enfoque centrado en los individuos. Como pudimos ver ambos modelos pueden ser aplicados al estudio de caso para acercarnos a la ignota complejidad social de esta urbe, pero la última palabra la tendrá el lector, así como los ulteriores hallazgos en la ciudad de Cantona.

 

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Notas

1 Por ello los modelos hipotéticos de caracterización sociocultural no siempre deben <s considerarse como formulaciones teóricas de índole mayor o como teorías sustantivas, sino más bien como heurísticas teóricas e identificatorias que, en ocasiones, dictan cómo es el mundo (sobre todo en lo correspondiente a los dos tipos de ontologías de lo social —estructurales o agenciales—, lo cual los acercaría a determinadas posiciones teóricas que sí expliciten su entendimiento por la realidad), pero sólo para alumbrar el entendimiento de un componente del mundo, en este caso el surgimiento de los sistemas estatales o los mecanismos culturales que le imprimieron vida y dinamismo.

2 De ahí que los estudios sobre la etnicidad cobren importancia en esta propuesta. No obstante, arqueológicamente, es casi imposible volver inteligible el fenómeno de la etnicidad, por lo que su estudio demandaría investigaciones de ADN o, incluso, de fuentes escritas. Si el lector desea profundizar con respecto a las construcciones teóricas edificadas desde la arqueología para comprender la etnicidad, puede revisar el trabajo de Jones [1997].

3 Estamos de acuerdo con Embree [1992] cuando argumenta que "los indicadores arqueológicos" no existen en la realidad (¿cuándo hemos visto caminar al indicador del origen del Estado?). No obstante, estos indicadores existen a través del filtro subjetivo que el investigador conforma a través de sus objetivos cognitivos. Así las cosas, los referentes empíricos o "indicadores arqueológicos" que nos permitirán someter a prueba los modelos mencionados con el sitio de Cantona serán, precisamente, los correlatos materiales recuperados en esta gran urbe del Epiclásico.

4 Adam Smith [2003] critica el enfoque del neoevolucionismo clásico, argumentando que éste acusa un absolutismo espacial, donde lo único que cuenta es la "forma clasificatoria" de la sociedad y se deja de lado la explicación de los verdaderos motores del mantenimiento cultural y, por supuesto, del cambio social.

5 Nótese cómo Jiménez Moreno no puede escapar al imaginario construido en torno de la "inferioridad cultural" de las sociedades no pertenecientes al escurridizo territorio mesoamericano.

6 Sugiura [1995:349] escribe respecto del fenómeno escurridizo del Epiclásico: "Es importante mencionar que no todo se desvaneció con la caída de Teotihuacan [...] Quizás, en el nivel ideológico, algunos aspectos forjados por Teotihuacan no desaparecieron bruscamente, tal y como lo atestigua la similitud en algunos atributos que conformaron las figurillas coyotlatelcas. En resumen, el Epiclásico se define como un estadio histórico en el cual se encuentran en juego procesos antagónicos: por un lado, las consecuencias inevitables de la caída del sistema teotihuacano y, por el otro, la gestación de nuevas pautas que se consolidarían en el Posclásico".

7 No obstante, las recientes investigaciones en la zona arqueológica de Tula han permitido desechar la hipótesis de que Tula fue una de las entidades políticas que causó el debilitamiento definitivo de Teotihuacan. De hecho, se ha indicado, a través de análisis cerámicos y estratigráficos, que el surgimiento de la ciudad de Tula se gestó en tiempos más tardíos a los de la caída teotihuacana [cfr. Cobean et al, 1981; Mastache y Cobean, 1989; Cobean, 1990]. Incluso Sterpone [2006], tras realizar labores de mantenimiento de los drenajes del Edificio o Palacio Quemado de Tula, logró fechar una muestra de carbón contenida en las entrañas iniciales del edificio, obteniendo una fecha calibrada C14 1170, con un rango de error de 18 BP, indicando "que la última remodelación llevada a cabo para ampliar las plataformas Mazapa habría comenzado hacia finales del siglo VIII d. C." [Sterpone 2006:84]. Partiendo de este supuesto, la fundación de la mítica ciudad de los atlantes se gestó cuando Teotihuacan ya había sucumbido, por lo que Tula Grande nada tuvo que ver con la desaparición de la Ciudad de los Dioses. "Tula Chico, sitio localizado al norte de Tula Grande, es considerado como el [emplazamiento] más importante del Clásico terminal y quizá antecedió a la zona urbana de Tula [Sugiura, 1995:362]". Asimismo, la cerámica contenida en las primeras fases constructivas del Palacio Quemado corresponden al complejo cerámico que en su momento definiera Jorge Acosta como Tula-Mazapa, por lo que nuevamente se abre a la discusión la cronología cerámica de la urbe de Tollan.

8 De acuerdo con Diehl y Berlo [1989:6], la geopolítica mesoamericana durante el Epiclásico se estructura en función de ciudades-estado que ocupan los vacíos dejados por las entidades políticas del Clásico. Para que estos nuevos emplazamientos lograran mantenerse económicamente debieron recurrir a "los nexos con genealogías dinásticas hegemónicas" [Rojas, 2001:505]. Asimismo, estas nuevas ciudades-estado se extendieron hacia otras regiones a través del uso de la fuerza, por lo cual resemantizaron ciertas tradiciones culturales del pasado generando una nueva ideología.

9 Modelo que, aunque se encuentra muy bien estructurado por Wallerstein, sólo puede tener cabida en el análisis de sociedades capitalistas (de hecho fue pensado sólo para este fin, no para sociedades de otra naturaleza). Incluso la autora hace uso de la propuesta de Chase-Dunn y Hall [1991], el cual constituye el intento arqueológico de tornar inteligible y aplicable la propuesta del padre de los sistemas mundiales.

10 Sáenz, a partir de la similitud de las placas de piedra verde encontradas en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas y en la Estructura C de Xochicalco, así como en el distante sitio en Palenque, postula que el área maya fue el emisor de esta tradición cultural: "Todo lo anterior nos demuestra la contemporaneidad entre las construcciones de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas y la Estructura "C", que podemos considerar dentro del Periodo Clásico Tardío. Nos hace creer además en una fuerte influencia u ocupación de pueblos procedentes del sur de México, principalmente de la región maya" [Sáenz, 1964:14].

11 Una muy interesante reflexión antropológica sobre la construcción de la alteridad cercana y radical se encuentra en el trabajo de Augé [1996].

12 García Cook [2004:101] menciona que, si bien es cierto que el valle este y oeste de la ciudad no tenía mucha capacidad para la producción de alimentos debido a heladas y suelos poco profundos, hacia el sur, "en las laderas y lomeríos al poniente se la Sierra de Citlaltepec, como del Pico de Orizaba y laderas occidentales del Cofre de Perote, se observa que en esta sí se logran buenas cosechas anuales de los cultivos [...] y lo mismo sucede hacia el norte inmediato".

13 Lo anterior quizá se relacione con la existencia en el sitio arqueológico de Cantona de dos grandes espacios abiertos de 200 x 80 metros y de 160 x 70 metros, "una ubicada en la Unidad Sur y otra en la Unidad Central, delimitadas por muros bajos y plataformas. La existencia de estas áreas abiertas sugiere la posibilidad de que hubiese aquí lugares para realizar intercambios, o sea 'mercados'" [García Cook y Merino, 1998:197]. Si esta hipótesis es cierta, cabe plantear la posibilidad de que en estas áreas se llevaran a cabo intercambios de diferentes clases de bienes, no solo alimenticios, sino utilitarios, donde los residentes de la propia urbe se hicieron de materiales para su reproducción biológica y social. También es factible que a estas áreas llegaran caravanas de mercaderes de otras entidades políticas, siendo la "moneda de cambio de Cantona" los productos de obsidiana de Oyameles-Zaragoza.

14 Algunas propuestas teóricas y metodológicas para el estudio del debatido término de chamanismo, desde la arqueología, ha sido propuesto por Price [2001].

15 Instrumentos de corte distal, similares a pequeñas hachas. Son objetos cuyo borde funcional carece de retoque y "se obtiene retocando una lasca o navaja alargada en dos o tres de sus lados y dejando el extremo distal con filo natural. Al parecer sirvieron para desmembrar" [García Cook y Merino, 1998:210].

16 Los integrantes del Proyecto Arqueológico Cantona ya han detectado asentamientos periféricos vinculados con la urbe y que podríamos considerar como centros secundarios. Al respecto, García Cook, [2004:101] indica que "conocemos [...] la presencia de asentamientos humanos contemporáneos y relacionados con Cantona en esta parte oriente y sureste de la Cuenca de Oriental, que nos permiten pensar que esta área en gran medida aportaba una considerable parte de su producción agrícola hacia la gran ciudad, ya sea vía tributo, obligación o intercambio. Desconocemos aún que sucede del lado norte y noreste, pero es posible [...] que también esta región sirviese de sustento de la ciudad".

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