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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.19 no.55 México sep./dic. 2012

 

Reseñas

 

El ocaso de la diosa, de Florence Rosemberg y Estela Troya

 

María de la Paloma Escalante Gonzalbo

 

Florence Rosemberg y Estela Troya, El ocaso de la diosa. Incesto, género y parentesco, México, Ed. Porrúa, ILEF, 2012.

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH

 

"Los hombres y las mujeres no tenemos esencia —por lo menos demostrable— sino historia; una historia plural y diversa [...] La naturaleza de los sexo-géneros, a diferencia de la naturaleza de los sexos, es de origen social e histórico, resultante de una humanización, no del proceso de hominización". Esto nos dice Xavier Lizárraga en su magnífica presentación del trabajo de Florence Rosemberg y Estela Troya, El ocaso de la diosa, y lo tomo para iniciar esta presentación porque en esas sencillas frases se encierra mucho del contenido que desarrolla la obra.

Parece ser el signo de nuestro tiempo el dividir y subdividir las disciplinas académicas. La antropología, que se ocupa del estudio del ser humano en todos su aspectos y dimensiones, no ha escapado de esa tendencia y así tenemos diversas ramas, como la antropología física, la antropología social, la lingüística, la arqueología, la historia... como si eso no fuera esencialmente contradictorio en relación con el propósito fundamental y el sentido de la antropología: conseguir una comprensión integral, "holística", de lo humano.

Es muy difícil, sin embargo, lograrlo, ya que la formación que recibimos y reproducimos es para cubrir, de inicio, una de las parcialidades.

Florence Rosemberg y Estela Troya, a lo largo de su búsqueda, de ese recorrido en pos del sentido y de las respuestas, fueron abordando los saberes de las diversas disciplinas antropológicas, más que por un plan predeterminado, para satisfacer la necesidad que fue surgiendo en ese proceso de llegar al fondo de las cosas en busca de su verdadero sentido y la auténtica respuesta a la pregunta original.

Las autoras nos dicen que su pregunta inicial fue acerca del incesto, y con ella trataban de entender cómo éste llega a convertirse en lo que es y significa hoy. Plantean el tema del incesto osadamente, pues éste significaba una grave herejía con respecto a los planteamientos bastante aceptados de Lévi-Strauss, que hubiera sido una prohibición universal, omnipresente y, de hecho, fundadora de nuestra especie.

Lo herético y osado tiende a ser atractivo, por lo que se antoja desde el inicio el seguir la aventura que, sin mayores pretensiones, nos proponen y empezamos entonces a caminar con ellas, sin darnos cuenta al principio de las consecuencias que esta aventura nos va a traer.

Por lo que hace estrictamente a su pregunta inicial, por qué existe y por qué se transgrede siempre la prohibición del incesto y si se puede aludir al tabú como un tema de naturaleza o de cultura, realmente, en mi opinión, queda claramente respondida y despachada de un plumazo en la introducción, pues, recuperando simplemente sus reflexiones sobre el texto de Robin Fox, La roja lámpara del incesto, el asunto no es de relaciones sexuales o procreación, sino de uniones matrimoniales, vínculos políticos y legislaciones. Entonces ¿por qué seguir y llegar a hacer un libro tan voluminoso?

Pues bien, continúan porque su respuesta les abre la verdadera pregunta que seguirá guiando la aventura de su investigación: ¿Cómo es que se establece, consolida, permite y perpetúa el orden patriarcal en las sociedades humanas desde que comienzan a ser hasta nuestros días?

No valía una respuesta simple que afirmara que el incesto se relaciona con la fuerza física, la división del trabajo, la crianza, etc., como se ha considerado generalizadamente. La respuesta tenía que ser mucho más profunda porque sus implicaciones son inmensas, graves y profundas, porque determina y marca quiénes somos, cómo construimos la identidades sexo-genéricas que se vuelven destino en nuestra vida y en nuestra muerte.

En vista de esto, se atreven a decir que podríamos imaginar sociedades sin parentesco y, por tanto, sin la idea de incesto, pero no sin género, y es ésta, a mi parecer, la idea más importante que nos transmite la obra y que, si se coloca en el lugar que le corresponde, es un planteamiento revolucionario para la antropología hecho desde aquí, desde México y desde dos mujeres, desde donde solemos aceptar ya como un lugar común que no se produce teoría o conocimiento nuevo, que siempre nos conformamos con lo que nos llega del "primer mundo".

Probar una idea tan audaz no es fácil y el camino que escogen para hacerlo no es corto ni sencillo, ya que, comprometidas con la teoría de la complejidad, de la que son fieles seguidoras, deben abarcar cada aspecto posible, cada explicación y cada relación imaginable, y no le sacan al bulto, sino que toman al toro por los cuernos.

En un ejercicio realmente erudito, nos van conduciendo por los trabajos de los antropólogos sociales en los temas de estructura y organización social, repasando lo que son los aspectos del trabajo, la edad, el sexo, desde cada perspectiva posible, tomando las etnografías clásicas y muchas no tan clásicas ni tan conocidas, desmenuzándolas para encontrar paralelismos y divergencias que nos van mostrando cómo se construye realmente la organización en sí, el lugar de cada uno y el mito que la legitima. Nos muestran sociedades con predominio masculino y femenino y cómo se construye en cada una el género, hablan de los papeles establecidos para cada género, los atributos que se les asignan y la forma en que se simbolizan, así como el tránsito de esta formación a un sistema político. Hay muchas cosas sumamente interesantes en este recorrido, en el cual se resaltan aspectos que otros autores habían dejado muchas veces como información colateral o irrelevante. Es una nueva lectura que nos hace conscientes de la necesidad de seguir haciendo nuevas lecturas desde el mundo actual de los viejos trabajos que ya pensamos conocidos.

El siguiente apartado, "Evolución", es apasionante, sorprendentemente accesible y necesario, ya que nos presenta, desde la antropología física y los vestigios paleontológicos, el proceso de hominización, indispensable para entender su diferencia con el de humanización y cómo es que la construcción del género no puede, de ninguna forma, establecerse en el primero. El tema no es de esencia o naturaleza, evidentemente.

"La gran diosa, la gran madre" es un capítulo, desde luego, central, y en su recorrido por el paleolítico y el neolítico, ámbitos que no son visitados nunca por los antropólogos sociales, descubrimos elementos realmente entrañables y necesarios para entender nuestra cultura, nuestra realidad, pero sobre todo el fundamento de esa añoranza de que la vida pudiera ser diferente, de que los seres humanos pudiéramos alguna vez ser diferentes. Sentirnos y vivirnos de otra forma encuentra aquí su origen, algo que, en verdad, nunca se me hubiera ocurrido pensar y que nos vuelve a recordar que, sin incorporar todos los elementos de la compleja realidad que pretendemos entender, nunca podremos ni siquiera intentar explicarla.

El capítulo sobre el patriarcado es igualmente sólido, y no es lo que esperemos tras la lectura del de la diosa una descripción de cómo se fragua el complot contra las mujeres, que comienzan a ser relegadas y sometidas a partir del surgimiento de los monoteísmos y las sociedades con predominio masculino, sino que es una ecuánime revisión que nos va presentando cómo es que se fueron formando, consolidando y legitimando las formas de monoteísmo dominantes y las formas de organización social que venimos llamando patriarcado. Fue una etapa construida en conjunto, en la que quizá la fortaleza y consistencia de los mitos de origen, compartidos por hombres y mujeres, enraizó demasiado profundamente, ya que daba una sensación de estabilidad y sentido a la vida, una seguridad en el complejo mundo de relaciones entre grupos que había surgido en la medida en que la expectativa de vida, la densidad de población y la competencia por los recursos naturales se acrecentaba. En fin, no es un proceso simple y así queda demostrado.

Los capítulos 5 y 6 están absolutamente interconectados y son reflexiones, a partir del camino andado, en las que se incluyen aún algunos elementos nuevos de etnografías no muy conocidas sobre pueblos en que la construcción de género es diferente, analizando la relación entre esa construcción de género, la sexualidad, la organización social, las relaciones políticas y la convivencia con pueblos vecinos. Las conclusiones que se nos presentan no son un cierre que se regodea en haber demostrado una valiosa hipótesis, eso lo dejan de lado, pues ya cayó por su propio peso; lo que plantean es lo que todos empezamos a soñar desde la mitad del libro: una sociedad distinta es posible y es deseable para todos, hombres y mujeres que hemos deformado las relaciones entre nosotros a partir de una particular apreciación de las construcciones de género que no es ni ineludible ni esencial ni una fatalidad. Es una construcción con un proceso milenario que se puede revertir o transformar en un proceso en el que sólo podemos obtener ganancias. Otro mundo es posible y está en las manos de cada uno de nosotros. No está fuera de nuestro alcance y no necesitamos designios divinos. Sólo hay que poner manos a la obra.

Para cerrar, sólo quiero decir que este trabajo es realmente importante; ojalá tenga el reconocimiento y la difusión que merece porque es una obra que debe ser, a partir de ahora, obligada en la formación y en el trabajo de quienes se dedican a la antropología, además de ser una disfrutable y deliciosa lectura.

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