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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.19 no.55 México sep./dic. 2012

 

Reseñas

 

Descifrar la Revolución

 

Pablo Yankelevich

 

Javier Garciadiego, Ensayos de historia sociopolítica de la Revolución mexicana, México, El Colegio de México, 2011, 386 pp.

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH

 

El conocido refrán que asegura que una cosa es el árbol y otra muy distinta es el bosque bien podría aplicarse a la docena de ensayos reunidos en este libro. Sucede que Javier Garciadiego, al compilar en este volumen parte de su obra desperdigada en un sinfín de libros y revistas, pone al descubierto la amplitud de los asuntos que estudia y la originalidad de sus estrategias de investigación.

Visto en su conjunto, los ensayos se significan como un renovado esfuerzo por examinar la complejidad de la historia mexicana en la década del novecientos diez. Garciadiego ajusta cuentas, contradice mitos, previene sobre modos y modas con que se han abordado personajes, circunstancias y sucesos de la Revolución. Frente a cuadros de la historia nacional pintados exclusivamente en blanco y negro, esta obra es un recordatorio de los peligros que conlleva mezclar las pasiones del pasado con las banderías del presente. En este sentido, Garciadiego hace suya aquella observación de Marc Bloch acerca de que la costumbre de juzgar en muchos historiadores los conduce fatalmente a perder el gusto por explicar.1

En las páginas de este libro, una notoria frontera separa viejos y nuevos temas de la historia y la historiografía de la Revolución mexicana. En buena medida, algunos de los ensayos son un buen ejemplo de la consustancial provisionalidad del conocimiento histórico. Toda historia está sujeta a revisión, todo lo escrito puede y debe ser reexaminado con base en nuevas perspectivas analíticas, con base en nuevos fondos documentales. En relación con esto destacan tres ejemplos.

El primero. Es sabido que el puntapié inicial al proceso que animó a Madero a competir por la presidencia de la república fue el anuncio de Porfirio Díaz al periodista James Creelman de que México estaba listo para un régimen democrático. En aquella entrevista, el envejecido dictador dejó entrever la posibilidad de retirarse de la vida política, señalando además que vería con buenos ojos la presencia de un partido opositor en las elecciones de 1910. Garciadiego no cuestiona este canon de la historiografía; sin embargo, se encarga de explicar que esa entrevista se pactó en un ambiente político muy complejo tanto en México como en Estados Unidos, y además, una vez publicada, abrió las puertas a una coyuntura mucho más enmarañada de lo que habitualmente se ha creído. Es decir, el problema no radica en que don Porfirio no cumplió su palabra, sino en explicar por qué no lo hizo.

Para ello, el historiador dialoga, recupera y confronta lo escrito sobre esta entrevista para luego formular las preguntas que orientan su pesquisa. Con la célebre entrevista y con todos los temas tratados en el libro, procede de igual manera: traza las coordenadas historiográficas y a partir de ellas interroga a sus fuentes, que, por cierto, no son pocas: documentos en archivos públicos y privados de México y Estados Unidos, prensa periódica, revistas, epistolarios, memorias, novelas y ensayos literarios. En la búsqueda de respuestas construye una narración verosímil que no deja cabos sueltos, explorando las aguas profundas que corren por debajo de los hechos, de los personajes, de los sucesos. Garciadiego conecta lo local, lo regional, lo nacional y lo internacional, lo accesorio con lo sustancial, el gran personaje con el pequeño.

Segundo ejemplo: el asesinato de Emiliano Zapata. ¿Qué de nuevo se puede decir ante la traición de Jesús Guajardo que ha servido para explicar y opacar la comprensión del declive de la gesta zapatista? Sin poner en duda la importancia del caudillo y del ejército que lideró, Garciadiego explora las causas que condujeron a Zapata a la hacienda de Chinameca. Sucede que la popularidad de Zapata y el tamaño del mito que alimenta una memoria colectiva de lucha contra las injusticias en el campo mexicano, ha obturado la reflexión sobre el desastre que clausuró esa experiencia revolucionaria. "A la historiografía, sentencia, le ha sobrado simpatía por el zapatismo y le ha faltado perspectiva crítica" [p. 175]. Garciadiego demuestra que el debilitamiento de los alzados de Morelos antecedió con mucho al asesinato del caudillo. Por ello, reconstruye episodios que incomodan a la memoria oficial: fusilamientos, expulsiones y una despiadada purga en las filas del zapatismo. La desconfianza, producto del acoso de las fuerzas carrancistas se instaló en el Cuartel General de Zapata, y condujo al fusilamiento de Otilio Montaño, el principal redactor del Plan de Ayala: muchos corrieron la misma suerte; otros, como Manuel Palafox, salvaron su vida después de ser expulsados de las filas surianas. Escudriñar en los orígenes del trágico final no sólo es dar cuenta de la superioridad militar del carrancismo, sino también de una sagacidad política que produjo fracturas, enfrentamientos y cambios en las estrategias del zapatismo. En este contexto cobra sentido la traición, y, para entenderla, Garciadiego subraya la inmoralidad de Guajardo y del generalato carrancista, pero también insiste en la necesidad de comprender los motivos de Zapata para intentar un acuerdo con quien sería su victimario.

Tercer y último ejemplo sobre estos acechos a viejos temas y sobre las posibilidades de repensar un pasado que se cree conocer. El fraude electoral y el partido oficial constituyen una díada indisoluble en la historia contemporánea de México. No por casualidad la primera gran denuncia de fraude se localiza en la primera contienda electoral en la que participó el recién creado pnr. El sistema político mexicano de la posrevolución nació a la sombra de la campaña electoral de 1929, sobre la que se ha instalado la idea de que un gran fraude arrebató la presidencia a José Vasconcelos. ¿En qué evidencias se apoya esta idea? El último capítulo del libro da respuesta a esta pregunta y, para ello, Vasconcelos y sus colaboradores son sometidos a un acucioso análisis que conjuga trayectorias personales y colectivas, perfiles sociales de los simpatizantes, características del movimiento vasconcelista, y también la naturaleza del aparato político y de la campaña electoral que encumbró a Pascual Ortiz Rubio. Garciadiego pasa revista a cada uno de estos asuntos, para terminar demoliendo un gran mito, construido por "los intelectuales, que son los que escriben la historia y que casi siempre la escribieron a favor Vasconcelos" [p. 353].

Las virtudes del libro están en las entradas a antiguos tópicos de la historia revolucionaria, y también en un conjunto de ensayos que iluminan asuntos desconocidos. Personajes y sucesos del campo revolucionario y del campo contrarrevolucionario se hacen presentes, y en el tratamiento de estos asuntos brotan las pasiones, las preocupaciones y los intereses del trabajo de Garciadiego como historiador. A mi juicio, tres vectores surcan esta obra: el dominio del género biográfico; el exhorto a estudiar a los derrotados, y el imperativo de la erudición como premisa metodológica.

El gran desafío de escribir biografías no es investigar y narrar la historia o de una vida, de toda la vida de un ser humano, sino descubrir los momentos en que esa vida se conecta con la historia universal. Jorge Luis Borges comprendió a cabalidad ese problema y así lo expresó en un breve relato titulado "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz". En ese cuento, Borges se detiene en sólo una noche en la vida del personaje; no revela acontecimientos anteriores, salvo unos pocos datos necesarios para entender qué sucedió aquella noche. El héroe, Tadeo Cruz, en medio de un combate nocturno en el que se está jugando la vida, descubre quién es en realidad. Esa noche, dice Borges, "agota la historia de Tadeo Cruz, mejor dicho un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo. Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".2

Javier Garciadiego hace justamente esto: descubrir los momentos y los actos en que los personajes que estudia se conectan con la historia de México. En este libro no hay historias completas de vidas, sino destellos de esas vidas incursionando en la vida de una nación como México, de un estado como Michoacán, de una región como la huasteca veracruzana, de una zona como la Sierra de Milpillas en Nuevo León, de un poblado como Mineral del Monte en Hidalgo, o de una hacienda como la de San Diego Apapasco en Puebla.

Señalé que Garciadiego conecta lo local, lo regional, lo nacional y lo internacional, agrego ahora, y lo hace a través de las biografías. Ningún personaje es importante o minúsculo en el esfuerzo por reconstruir su vida. Así, se ocupa de Venustiano Carranza para contrapuntearlo con Felipe Ángeles, dos porfiristas que transitaron hacia la revolución para convertirse en enemigos irreconciliables. Con el mismo rigor traza la biografía de José Inés Chávez García, complejísimo personaje, mezcla de delincuente, revolucionario, contrarrevolucionario, bandido social, y precursor del movimiento cristero en los linderos entre Michoacán y Jalisco.

Un par de capítulos están dedicados a estudiar la trayectoria de dos contrarrevolucionarios ejemplares: Gaudencio de la Llave e Higinio Aguilar. La corrupción, la mendacidad, la inmoralidad, la indecencia de estos militares porfirianos comprometidos con todos los bandos y todas las bandas contrarrevolucionarias, permiten acceder a una reflexión sobre la naturaleza de la oficialidad del ejército federal, sobre los vínculos de la institución militar con el poder político, y sobre la arquitectura de ese muy heterogéneo sector que apostó por el Cuartelazo de febrero de 1913, para alzarse en armas cuando el triunfo de los revolucionarios, un año y medio más tarde.

La revolución fue una guerra y en la guerra los ejércitos son los protagonistas. Entender esa guerra obliga a estudiar a las tropas y a sus jefes. Garciadiego no hace historia militar, no se encontrará recuentos de batallas, ni análisis sobre estrategias, tácticas y armamentos, pero sí se hallará en este libro una historia de la política militarizada, es decir, una historia de cuando la política se expresó a través de las armas. En este sentido, tanto en las incursiones sobre personajes y partidas de contrarrevolucionarios, como en la investigación sobre la política militar del carrancismo, es posible hallar las claves de la derrota del huertismo y de la abigarrada lucha entre facciones revolucionarias que se extendió con intensidad variable hasta el asesinato de Carranza en 1920. Y, de nuevo, las entradas a estos asuntos son momentos en las trayectorias de prominentes militares carrancistas: Jacinto Treviño, Federico Montes, Francisco L. Urquijo, Alfredo Breceda, entre otros.

Por otra parte, este libro está surcado por una preocupación: la derrota, es decir, estudiar a los que perdieron. Ya he señalado los casos de Zapata y Vasconcelos, quienes desafiaron al orden establecido, uno con las armas, otro con las urnas; ambos fracasaron. Buena parte de los capítulos restantes proponen un acercamiento a la historia de la revolución desde su reverso; es decir, aquellos que siendo gobierno fueron derrotados: porfiristas, maderistas, huertistas y carrancistas. No hay vencedores sin vencidos, y la historiografía de la revolución, por simpatías ideológicas, siempre cargó las tintas hacia los que se alzaron con la victoria. Garciadiego vuelve a insistir en la necesidad de estudiar a los derrotados como estrategia para mejor comprender a los victoriosos.

En la lucha política, si se logra preservar la vida o conservar la libertad, no hay signo más inequívoco de la derrota que el exilio. El exilio es el fracaso, es la huida cuando todo se ha perdido. Uno de los textos reunidos en este libro analiza este tema y al hacerlo traza una cartografía de los diferentes destierros y de los principales desterrados que produjo la revolución de 1910. Tema que, por cierto, ha estado ausente de la historiografía mexicana, quizá porque la imagen de un país solidario con exilios de otras latitudes ha impedido ver a México como una nación que también generó exilios. El esfuerzo de Garciadiego de reconstruir este proceso, en realidad es un exhorto a dirigir la mirada a los que se fueron, los que debieron irse para resguardar sus vidas. Puesto que, señala, el exilio es "un termómetro considerablemente fiel y preciso, para medir la intensidad y la profundidad de la ruptura revolucionaria, así como para precisar la posterior moderación del nuevo régimen político" [p. 255]. Desde los magonistas, aun antes que estallara la revolución, son revisadas todas las facciones que vivieron la derrota y que conocieron el exilio a lo largo de la década de 1910: porfiristas, reyistas, maderistas, felicistas, huertistas, convencionistas y villistas. Las rutas y países del exilio (Cuba, Centroamérica, Estados Unidos y Europa), los liderazgos, las propuestas políticas, los conflictos entre los desterrados, las redes personales y grupales que contuvieron vidas desenvueltas en el exilio, son algunas de las aristas analizadas en este capítulo.

Para concluir, un trabajo de reconstrucción histórica como el emprendido por el autor sólo es posible gracias a la erudición. Se trata de un saber profundo, un conocimiento histórico amplio, una inmensa cantidad de lecturas, un manejo experto de los fondos documentales. Así se explica que, en cada capítulo, Garciadiego dé cuenta de todo lo escrito sobre el asunto que investiga. Por ello, las notas a pie de página pueden ser valoradas como el borrador de un largo ensayo sobre el quehacer del historiador de la revolución, sus métodos, sus fuentes, sus incertidumbres y, sobre todo, sus estrategias para enfrentarlas.

En la tarea del historiador todas las huellas son importantes, todas merecen ser seguidas si de verdad se aspira a entender el significado y la naturaleza de un proceso histórico. Y eso hace el autor, sigue huellas, critica sus fuentes, interroga, selecciona, jerarquiza, imagina, vincula hechos, hurga en las vidas de sus personajes, vuelve a interrogar, intuye, contrasta testimonios y vuelve a interrogar hasta alcanzar respuestas convincentes. El libro, en este sentido, es un muestrario de erudición histórica y de rigor metodológico

En síntesis, en esta docena de ensayos Javier Garciadiego relata y explica historias, y lo hace con tal maestría que esas historias y las maneras de contarlas desde hace tiempo se han convertido en referencia obligada para todo interesado en saber y en investigar los sucesos y los procesos de la revolución de 1910.

 

Notas

1 Marc Bloch, Introducción a la historia, México, FCE, 1957, p. 110.         [ Links ]

2 Jorge Luis Borges, "La biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)", en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1989, vol. 1, p. 562.         [ Links ]

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