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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.16 no.47 México sep./dic. 2009

 

Dossier

 

Espacio, tiempo y asentamientos en el Valle del Mezquital: un enfoque comparativo con los desarrollos de William T. Sanders

 

Fernando López Aguilar Patricia Fournier

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia

 

Resumen:

El enfoque y el modelo metodológico aplicado por William T. Sanders a la cuenca de México y aplicado al Valle del Mezquital, han permitido conocer algunas dinámicas socioculturales y el tipo de población que pudo haberse establecido en diferentes periodos de tiempo en esta región. En el Preclásico existieron pequeños asentamientos con influencia Chupícuaro y Ticoman, pero, aparentemente, la región se encontraba despoblada; durante el periodo Clásico se inició el poblamiento en el noroccidente por los grupos Xajay, con posibles herencias de Chupícuaro–Mixtlan, mientras que los grupos de filiación teotihuacana, posiblemente accediendo por el sureste del Valle, fundaron cabeceras en las inmediaciones de Tula. Para el periodo Epiclásico se abandonaron los sitios teotihuacanos y se desarrollaron sistemas autónomos vinculados con Coyotlatelco, mientras que los asentamientos Xajay permanecieron ocupados, en especial sus centros cívico–ceremoniales. En este momento se inició el poblamiento de la región árida a partir del río Tula, aunque el valle no parece haber sido densamente poblado. Con el surgimiento de la ciudad de Tula se dio un incremento poblacional en el valle que ocupó la cabecera, mientras que en el resto de la región bajó la densidad de la población, concentrándose en núcleos de asentamiento específicos. En el Posclásico Tardío la región es dominada por la Triple Alianza, se observa un fuerte incremento poblacional con la ocupación de todo el Valle mediante sistemas de asentamiento dispersos y centros ceremoniales en las cimas de los cerros. La presencia del grupo etnobiológico otomí, en estas dinámicas, es evidente desde el Epiclásico.

Palabras clave: Valle del Mezquital, otomíes, sistema de asentamientos precolombino, altepetl

 

Abstract:

The application in the Mezquital Valley of the theoretical and methodological model applied by William T. Sanders in the basin of Mexico has allowed us to learn about some of the socio–cultural dynamics and the types of settlements that could have been established in different time periods in this region. In the pre–classic there were small settlements with Chupicuaro and Ticoman influence, but, apparently, the Mezquital was a region sparsely populated. The settlement of the north–west began during the Classic period by Xajay groups with possible Chupicuaro–Mixtlan connections, while groups with Teotihuacan affiliation, possibly entering from the southeast, founded towns in the vicinity of Tula. By the Epiclassic period the Teotihuacan sites were abandoned and autonomous systems linked with the Coyotlateclo sphere were developed, while the Xajay settlements remained occupied especially their civic–ceremonial centers. At this time, the settlement of the dry region beyond the Tula River was begun even though the valley does not appear to have been densely populated. With the rise of Tula there was an increase in the population of the valley zone that it occupied while in the rest of the region the population density decreased concentrating in specific core villages. In the Post–classic the region is dominated by the Triple Alliance and a strong population increase is observed throughout the valley through systems of disperse settlements and ceremonial centers on hilltops. The presence of the Otomi ethno–biological group in these dynamics is evident starting during the Epiclassic.

Key words: Mezquital Valley, Otomi, Pre–Columbian settlement system, altepetl

 

Prolegómeno

Aunque no fuimos directamente estudiantes del doctor William T. Sanders, nos constituimos desde nuestros tiempos de estudiantes de licenciatura, en la ENAH, en ávidos lectores de obras de gran trascendencia en la investigación arqueológica de México; citamos, por ejemplo, la conocida coloquialmente como la "Biblia Verde", The Basin of Mexico: Ecological Processes in the Evolution of a Civilization, que desarrolló en conjunto con Santley y Parsons [Sanders et al., 1979], Mesoamerica: The Evolution of a Civilization en coautoría con Babara Price [Sanders y Price, 1968], además de la serie de volúmenes que coordinó Sanders del "Teotihuacan Valley Project" [v. Sanders, 19942000], entre otros.

Sanders fue un generoso investigador, pues entre sus múltiples amabilidades, a través de Thomas H. Charlton, nos hizo llegar precisamente los volúmenes de ese afamado proyecto que supervisó en Teotihuacan. En varios eventos académicos nacionales, y en Estados Unidos de América, tuvimos la oportunidad de establecer un diálogo constructivo con Sanders, quien, firme en sus postulados, nos habló en varias ocasiones de que Teotihuacan debería haber sido la sede de un estado nahua. Ante ello, nos atrevimos a preguntarle algo que era de nuestro interés básico debido a las investigaciones que desde 1985 iniciamos en el Valle del Mezquital y, de manera franca, surgió en charlas sumamente productivas una pregunta que le formulamos: ¿doctor Sanders, y dónde quedan entonces los otomíes?

Pasados varios años a lo largo de los cuales no sólo Sanders fue un atento escucha de ponencias y conferencias que presentamos, sino que le entregamos copias de algunas de nuestras modestas publicaciones y nos felicitó por nuestros estudios, en el seno nuevamente de foros académicos, Bill —que mediante los nexos establecidos propició tutearlo— mencionó, en breve aunque categóricamente, que consideraba que en el estado multiétnico teotihuacano una fuerza dominante debió ser de filiación nahua, además de que los otomíes fueron un importante componente poblacional de ese estado precolombino, aspecto que eventualmente registró en publicaciones [v. Sanders, 2006:184].

Sin duda, esos planteamientos, que ya en el siglo xxi elaboró Sanders, fueron música para nuestros oídos. En este ensayo pretendemos mostrar que la recuperación de múltiples planteamientos de William T. Sanders respecto a los procesos de desarrollo cultural en la cuenca de México, son de amplia aplicabilidad para regiones periféricas como el Valle del Mezquital.

 

La zona otomí del Valle del Mezquital

El Valle del Mezquital (Figura 1) cubre más de 7,000 km2 en el límite septentrional mesoamericano. Su delimitación se basa en aspectos culturales, históricos y ecológicos con énfasis en los hidrológicos, es decir, en la localización de los parteaguas de las subcuencas de los cauces afluentes del río Tula y San Juan (los ríos Alfajayucan, Arroyo Zarco, Rosas, Salado, Tecozautla, Tlautla, Actopan y Tula) [v. Arellano Zavaleta, 1970:139–150; López Aguilar, 1993]. La región forma parte del altiplano central mexicano, dentro de la provincia fisiográfica de la meseta neovolcánica. Comprende el occidente del estado de Hidalgo, parte del norte del Estado de México y una limitada zona del sureste del estado de Querétaro [v. López Aguilar, op. cit.; López et al., 1988:103].

En el Valle se han practicado investigaciones arqueológicas de diferentes escalas, en particular, destacamos la prospección de nivel regional, símil de la encabezada por Sanders en la cuenca de México [Sanders et al., 1979], con recorridos de superficie con cubrimiento total campo por campo en amplias zonas, combinada con reconocimientos por medio de informantes, al igual que búsquedas puntuales con base en diferentes estrategias, con la colecta de materiales cerámicos, líticos, macológicos, etc. En ese aspecto, uno de los principales problemas con los que se enfrentó fue que a raíz del desarrollo de los sistemas de riego derivados del río Tula, se destruyeron prácticamente todas las evidencias arqueológicas en las planicies de Ixmiquilpan, Actopan, Mixquiahuala, Tula, Tlahuelilpan y Ajacuba, lo cual reduce significativamente el conocimiento de los sistemas de asentamiento para las diferentes épocas. También se realizaron excavaciones controladas en sitios representativos de varias de las etapas de ocupación precolombina, seleccionados con la finalidad de resolver problemas específicos de investigación, así como el acopio de información etnográfica, etnohistórica, arqueoastronómica y etnoarqueológica [Fournier, 2007; Fournier y Bolaños, 2000, 2007; Fournier et al., 1996, 2001; Fournier y Castillo, 2004; Fournier y Cervantes, 1997, 1998; Fournier y Chávez, 2002, 2003; López Aguilar y Vilanova, 2008; López Aguilar et al., 1998].

Como extensión austral de la provincia del desierto chihuahuense, la vegetación se puede dividir por zonas: la correspondiente a bosques de pino y encino en las sierras y serranías intermedias; la del semidesierto y la del llamado Mezquital Árido en las planicies, además, existen áreas con clima tropical por la humedad de los ríos y el efecto de inversión térmica que se produce en barrancas y encañonamientos.

En los contextos arqueológicos, en muestras de adobes y tierra, se identifican especies como ahuehuete (Taxodium mucronatum), pino (Pinus sp.), sauce (Salix), ciprés (Cupressus), encino (Quercus), mezquite (Prosopis), maguey (Agave sp), nopal (Opuntia), huizache (Acacia), cardón (Ilex o Lemaireocereus), biznagas (Echinofossulocactus), yuca o palma (Yucca), heno (Typha), huapilla (Hechita), cucharilla (Dasyiirion), uña de gato (Mimosa), zacate (Setaria o Mu–hlenbergia macroura), chipil (Crotalaria), pasto de agua (Potamogeton pusilus) y tule (Scirpus o Typha), así como de la familia de las Compositae (posiblemente jarilla o limpia tuna). Asimismo, aparecen plantas cultivadas como el maíz cónico (Zea mays), frijol (Phaseolous sp.), calabaza (Cucurbita moschata), tomate de bolsa (Physalis), cacahuate (Arachis hypogea), posiblemente capulín (Phicus sp.), al igual que especies de la familia de las Moraceae y de las So–lanácea, tal vez la papa cimarrona. De igual forma, están representadas otras cuya obtención pudo ocurrir mediante recolecta o cultivo, por ejemplo, el chile (Capsicum sp.), la chía (Salvia), la verdolaga (Portulaca olereacea) y el girasol (Helianthus annuus), a las que se agregan otras de la familia de las Amarantha–ceae como el amaranto, huautli (Amaranthus leucocarpus), quelite (Amaranthus hybridus) y epazote o huauzontle (Chenopodium) [Álvarez del Castillo, 2007; González Quintero, 1999; Morett, s.f.:222–233; Rodríguez López, 2009; Sánchez y Morett, s.f:144–154; Xelhuantzi y González Iturbe, 2008:214–221].

En la época prehispánica las poblaciones humanas del Valle del Mezquital habían generado un aprovechamiento eficiente del ambiente físico en toda la región, a partir de una economía que se basaba en el aprovechamiento de los gradientes del ecosistema por medio de diversos tipos de prácticas agrícolas con sistemas de terraceado e incluso de irrigación (al menos en la subregión de Tula), utilización de lloraderos y manantiales locales para huertas familiares, recolecta de abundantes productos estacionales como el piñón, la flor y el fruto del garambullo, la flor de la palma, el fruto de mezquite, tunas y nopales de diversos tipos, así como la explotación intensiva del maguey. Este sistema agrícola se complementaba con la recolección de diversos tipos de insectos comestibles que proliferaban de forma estacional, así como con los productos de los diversos sistemas de caza; en las fuentes etnohistóricas se destaca que estas actividades se realizaban de forma colectiva [Torquemada, 1975:366–367].

En la Matrícula de Tributos se registra para todas las cabeceras del Pos–clásico Tardío de la región otomí del Valle del Mezquital, la tributación de mantas de algodón de diversas calidades y los productos de la fibra de algodón son mencionados de forma reiterada para Actopan y otras cabeceras en las fuentes históricas [González de Cossío, 1952:90–91], aunque en documentos como los Papeles de la Nueva España [Paso y Troncoso, 1905:125–126] se señala que solamente en la tierra de riego se sembraba algodón y chile. Este fue un tema de debate, pues algunos autores, pensando que el medio ambiente desértico no permitía el cultivo de algodón y apoyándose en otras fuentes, consideraron que era un producto de importación de las regiones tropicales vecinas, en especial de los rumbos de Metztitlán [Mendizábal, 1947:43]. Sin embargo, tanto el algodón como el tabaco tienen factibilidad de cultivo en la zona de las barrancas al crearse en ellas un microambiente cálido húmedo, en especial en aquellas que se encuentran en la parte norte del Valle del Mezquital, tanto en los encañonamientos del río Tula al poniente de Taxquillo, como en las grandes barrancas que se encuentran en la Sierra Juárez y que vierten sus aguas hacia el río Amajac, en el municipio actual de Nicolás Flores, donde en el siglo xvii los jesuitas fundaron el trapiche de Quetzalapa para la producción de caña de azúcar [López Aguilar, 2005:296]. Un caso contrario es el del cacao (Teobroma cacao), para el cual, a pesar de que se ha encontrado en contextos arqueológicos [González Quintero, 1999] y tener gran importancia en las festividades y en los ritos actuales, no existe evidencia de que haya sido cultivado en la región y hasta hace unos años se traía de Zacapu, Michoacán.1

En general, el paisaje se ha mostrado sin grandes cambios desde la época prehispánica y tal vez su fluctuación sólo tuvo que ver con pequeñas variaciones en la distribución local de las especies. Algunos autores proponen que posiblemente desde el Posclásico Temprano la región fue severamente afectada por procesos erosivos y se iniciaron tendencias hacia la desertificación [Cook, 1989:37–41; Melville, 1990:27, 48–49]. La evidencia arqueológica e histórica sugiere lo contrario, pues al parecer los grandes procesos de deforestación y erosión se dieron a partir del siglo xvi por un conjunto de factores concurrentes, entre los que se incluye la plaga de ovejas [Melville, 1994], la rápida aceptación del ganado menor por parte de las comunidades cuyos integrantes habían sufrido un dramático colapso demográfico a causa de plagas y pestilencias, el desarrollo de la ganadería por las encomiendas y haciendas y la deforestación de la cubierta de bosque de pino y encino para el abasto de carbón necesario para la minería y para la ampliación de las tierras destinadas al ganado y al cultivo [v. Fournier y Mondragón, 2003; López Aguilar, 2005:108–109; McCaa, 1995].

 

Tula en el Mezquital Verde

Una de las unidades sociopolíticas que se ha asumido tuvo mayor impacto en el centro de México durante el Posclásico Temprano tuvo su sede en el sur del Valle del Mezquital: Tula, un sitio que llamó la atención de los investigadores desde los albores de la arqueología como ciencia. Correspondió a Antonio García Cubas [1874:340–359] realizar un primer informe para la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, donde destacó, con base en la lectura de las fuentes, que los toltecas fueron los primeros habitantes del continente americano y que fueron el poder que logró el nivel de desarrollo de la civilización en la época prehispánica; además, realizó las primeras descripciones del sitio y de las piezas de escultura que tenía un coleccionista privado. A partir de este informe, Désiré Charnay [1887:75–127] efectuó las primeras exploraciones en el sitio para asociarlo con el proceso civilizatorio de Quetzalcóatl, con la Tula de las fuentes y con "los más civilizados de los grupos chichimecas, las tribus nahuas". Esta idea se mantuvo en el imaginario de los investigadores hasta que fue sometida a debate a partir de inicios del siglo xx, cuando se pensaba que la Tula de las fuentes era Teotihuacan, en una postura que defendió Enrique Juan Palacios [Palacios, 1941:113–134] en la Primera Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología que se celebró en 19402 dedicada al problema de Tula. La posición de Palacios no era de extrañarse, ya que desde 1920, y en conjunto con Mendizábal [1920], había encontrado en las fuentes etnohistóricas datos suficientes para sustentar que la metrópoli precolombina de Teotihuacan era a la que en los documentos se refería con el nombre de Tula.

Según Wigberto Jiménez Moreno [1941:83], hacia 1930 Walter Krickeberg mantenía la idea de que los toltecas históricos fueron los representantes de una antigua cultura nahua, y afirma que, en 1934 y desde el Museo Nacional, se propuso la identificación de Tula, Hidalgo, con la Tula de las tradiciones. Alfonso Caso [1941:85–95], para responder a las preguntas ¿dónde estaba Tula, cuándo floreció, quiénes eran los toltecas? partió de una postura crítica y desde datos arqueológicos, "literarios" y etnográficos diferenció entre la historia, el mito y el complejo arqueológico tolteca. En el nivel cronológico señalaba que la cerámica Mazapan tenía tres etapas, la más antigua asociada con los últimos niveles de Teotihuacán (fase V, año 900), la media, sin Teotihuacán y sin Azteca, la época de Quetzalcóatl y del gran florecimiento de Tula (años 950–1100) y la última asociada con la cerámica Azteca I3 y II "Negro sobre Anaranjado" (año 1224).

Respecto la composición poblacional de Tula, se ha interpretado que el grupo dominante era de filiación nahua y otro otomiano, de lengua diferente que pertenecía al tronco otomangue, correspondía a los nonoalca, que significa los mudos. Jiménez Moreno [1942:136–137] fundamenta estos planteamientos al registrar que: "... en Tula había, al lado de los tolteca–chichimeca —indudablemente nahuas—, otras gentes de origen no–nahua, las cuales... se distinguían por su especial devoción al dios Quetzalcóatl y por una manera peculiar de raparse el pelo...", individuos que, según este investigador, estaban conectados con Teotihuacan III4 y, al parecer, eran "supervivientes de la antigua población de cultura teotihuacana". Adicionalmente, y retomando a Kirchhoff [1940], Jiménez Moreno [op. cit.:139], detalla que: "Los nonoalcas parecen identificarse con los mazateco–popolocas, parcialmente nahuatizados, y haber sido... los últimos representantes de la cultura teotihuacana, especialmente en la época Teotihuacan IV–V", la del decaimiento de la urbe y la asociada con la tradición epiclásica Coyotlatelco.

En lo que toca a trabajos de campo, José Reygadas Vértiz y Enrique Díaz Lozano realizaron, en 1923, un reconocimiento en Tula y sus alrededores; posteriormente, Francisco Mújica y Diez Bonilla, considerado como un gran dibujante de sitios y objetos arqueológicos,5 realizó un reconocimiento en Tula, y en 1934 llevó al Museo Nacional de Arqueología un grupo de monolitos [Jiménez Moreno, 1941:83].

Por otro lado, Jorge R. Acosta, antes del debate que surge en la Primera Reunión de Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología "Tula y los Toltecas", inició exploraciones en Tula [Acosta, 1940:172–194], y ya para la décima temporada de campo, en 1954, efectuó exploraciones de las estructuras piramidales del Cerro del Tesoro en las inmediaciones del Salitre, además realizó inspecciones en zonas como la de Ajacuba y excavaciones en el cementerio de Mixquiahuala, continuando los trabajos en Tula hasta la década de los sesenta [v. Acosta, 1941, 1944, 1945, 1956, 1956–1957, 1957, 1960, 1964].

Por su parte, en 1942 Antonieta Espejo [1976] llevó a cabo exploraciones arqueológicas en la gruta de Binola, en el embalse de la presa Endó. Por esas fechas, Carmen Cook de Leonard [1956–1957] excavó en Tepeji del Río y localizó ocupaciones del Preclásico, finalmente, en la década de los setenta se desarrolló un estudio interdisciplinario en la región de Tula que intentaba recuperar los estudios integrales desarrollados por Manuel Gamio en Teotihuacan en 1917, proyecto dirigido por Eduardo Matos del INAH y del cual derivaron investigaciones en Chingú, en Ajacuba además de prospecciones y excavaciones en la región de Tula [de Vega y Díaz, 1976; Díaz, 1980; Matos, 1974, 1976; Mastache y Crespo, 1974]. Cabe destacar que, paralela y complementariamente, la Universidad de Missouri inició un proyecto en la zona arqueológica de Tula y sus inmediaciones [Diehl, 1974, 1983], que fue la base para ulteriores estudios [v. Mastache et al., 2002].

 

Arqueo–historiografía del Valle del Mezquital

El Mezquital ha sido asiento del grupo etnobiológico y lingüístico otomí, cuya profundidad ocupacional en la región y su desarrollo hemos investigado a lo largo de cerca de cinco lustros, buscando recuperar el olvido del que ha sido objeto por parte de la arqueología del centro de México. Es notorio que las investigaciones arqueológicas en ese valle hayan puesto énfasis en el sitio de Tula y regiones circunvecinas y que se enfocaran hacia una perspectiva en la que lo nahua predomina sobre lo otomí. Fue Roberto J. Weitlaner quien, en el ambiente de la Primera Mesa Redonda de la SMA y desde su perspectiva disciplinaria, destacó que al eliminar a los nahuas del mapa lingüístico generado por la información de la Historia Tolteca–Chichimeca [Kirchhoff et al., 1989], se evidencia su llegada tardía al centro de México y se obtiene la perspectiva de los grupos precedentes, su extensión geográfica y las relaciones que pudieron sostener. Resaltó, así, al otomí y las lenguas otomangues como un sustrato anterior al tolteca [Weitlaner, 1941:249].

Según nuestros estudios, que iniciaron formalmente en 1985, la cronología precolombina del Valle del Mezquital abarca desde el Formativo hasta el Posclásico, aunque se han hecho investigaciones que comprenden los periodos colonial y republicano. En etapas tempranas la región estaba poco poblada, dejando amplios territorios vacantes, aunque hay una presencia ocupacional que data del Formativo Terminal asociada con tradiciones de las fases Ticomán a Tzacualli y Miccaotli de la cuenca de México, al igual que, conforme a algunas interpretaciones,6 con la región del Lerma medio de las fases Chupícuaro y Mixtlan (ca. 500 aC–250 dC) [v. Darras, 2006; Saint Charles et al., 2005]. Desde una perspectiva más amplia es factible suponer que estas presencias se asocian, por un lado, con la ocupación Chupícuaro del Cerro de la Cruz, Querétaro, en San Juan del Río y, por el otro, con el poblamiento de la ribera norte de la cuenca de México, desde donde se introdujeron sobre territorios despoblados.

Chupícuaro, ubicado a unos 100 km al oeste del Cerro de la Cruz, tal vez generó una pequeña ocupación tardía en ese lugar, dejando evidencia de pequeñas construcciones y ofrendas. Cabe la posibilidad de que desde la zona donde se ubican asentamientos como Cerro de la Cruz también provinieran algunos grupos herederos de los Chupícuaro–Mixtlan asentándose en el Mezquital [v. Darras, 2006; Nalda, 1975; Saint–Charles y Argüelles, 1991:68–77]. Por su parte, Carmen Cook de Leonard [1956–1957:39] encontró enterramientos con ofrendas vinculadas con materiales Chupícuaro y Ticomán en Tepeji del Río, sitio que podría constituir un pequeño asentamiento de esa época. Esto parece indicar que el ámbito de las interacciones en este periodo se dieron al occidente del Valle del Mezquital, pues también se han localizado materiales del Fomartivo en Pahñú, Zethé, en el abrigo rocoso de La Vero en Tecozautla [López Aguilar y Fournier, 1992a], mientras que es escasa la presencia de esa clase de materiales en el sitio de Peña Cerritos, en Santuario de Mapethé, y en Peña Actopan [López Aguilar y Trinidad, 1987].

Asumimos que antes del apogeo del Clásico en la cuenca de México, los territorios del Mezquital ya eran conocidos por grupos de Teotihuacan, de manera que se fincaron las zonas vacantes, tal vez mediante un proceso de segmentación de linajes desde la Ciudad de los Dioses con pobladores que, muy probablemente, incluían a sujetos de filiación otopame.

Es posible que los asentamientos Xajay de la sub región de Huichapan, que datan del periodo Clásico, se relacionen con un desplazamiento de grupos vinculados con los Chupícuaro y Mixtlan, ya asentados en lugares como el Cerro de la Cruz. El proceso pudo darse, también, por segmentación de linajes y como consecuencia de posibles limitantes ambientales en el valle de Acámbaro, algo acorde con modelos aplicados por Sanders y sus colaboradores para la cuenca de México [Sanders et al., 1979]. Así, se configuraron dos polos culturales distintos desde fines del Preclásico. Por un lado, los grupos del norte–centro de Michoacán y sur de Guanajuato y, por otro, los de la cuenca de México; es factible que estas interacciones se resolvieran mediante la configuración de una frontera cuyas características aún están por definir.

Es difícil averiguar la naturaleza de la transición hacia las ocupaciones del periodo Clásico, ya que es muy probable que los sitios de la cultura que hemos denominado Xajay, en especial el Pahñú y el Zethé para su etapa ocupacional más antigua, tengan un papel importante en la solución de este dilema. Ambos asentamientos tienen una ocupación inicial que originalmente fue fechada en 512 a 600 dC por paleomagnetismo7 [López Aguilar y Morett, s.f.], aunque también se han obtenido fechas de C14 que ubican las primeras evidencias arquitectónicas de estos sitios en 327 o (380, 385) 443 dC [De los Ríos, 2002]. Para el caso del Zethé, se trata de pequeñas plataformas, mientras que el centro cívico–ceremonial del Pahñú tenía una pequeña plaza con un palacio localizado al oriente y la pirámide principal al norte, sobre el borde de la mesa donde se localiza el sitio. El patrón de distribución de los centros cívico– ceremoniales podría tener una orientación fundamentada en aspectos cosmovisionales, con una disposición en el paisaje de forma triangular (Zidada, Zethé y Pahñú). Los sectores cívico–ceremoniales se ubicaban en mesas, mientras que el conjunto de la población y las milpas se encontraban dispersas en los valles relativamente áridos.

La subestructura del edificio principal del Pahñú tiene una arquitectura especial que, al parecer, no se encuentra representada en ningún otro sitio de Mesoamérica. Ubicado en el borde de la plaza y con una orientación de 10° 27' al oeste del norte, indica una disposición tal, que el sol sale perpendicular a la fachada entre los días 13 y 14 de abril, lo que la puede ° hacer miembro de la familia de orientaciones conocida como Cocijo para la j región zapoteca8 durante el Clásico [Galindo, 2002:22–28]. Desde un gran talud muy alto, de cerca de 1.2 m se desplanta un tablero de cerca de 2.6 m de altura (Figura 2), que a primera vista recuerda el llamado talud escapulario de Monte Albán. Sin embargo, el Pahñú presenta dos paneles en los que sólo existe un remetimiento del marco en la parte superior, lo que quizá configure un estilo distintivo local asociado con el número 3, el fuego, Zidada9 (Venerado Padre o Sol), y el grupo otomí [Sandoval et al., 2007:140–160]. En su lado norte, la fachada muestra una doble escalinata recubierta de barro, delimitada por alfardas que rematan, al menos en la parte conservada, en un dado, semejante al estilo arquitectónico conocido para los aztecas del Posclásico tardío. En la fachada sur, que da hacia la plaza, existe, al parecer, una sola escalinata. El templo estaba delimitado por anchos muros de adobe que al exterior mostraban un pequeño talud, existían en el interior dos salas separadas por un muro en dirección este–oeste y con pórticos hacia los lados norte y sur con un vano separado por dos columnas [López Aguilar, 2008:222–231].

Es difícil fijar con precisión el tiempo en que se dio el poblamiento del centro de México hacia el Valle del Mezquital como región periférica (Figura 3), aunque integrada al sistema teotihuacano. La primera evidencia ocupacional moderada de grupos insertos en éste se encuentra hacia la fase Tlamimilolpa, conforme a las características tipológicas de la cerámica arqueológica. Las fechas de C14 más tempranas con que contamos para la sub región de Tula (fecha media, 2 sigma) son 130 (260, 290, 320) 420 dC para el sitio El Calvario en las inmediaciones de Tepetitlán [Fournier et al., en prensa]; además, para ese mismo asentamiento se cuenta con fechamientos que abarcan de Tlamimilolpa tardío a Xolalpan tardío: 150 (340) 430 dC y 400 (460, 480, 520) 610 dC [ibid.; Fournier, 2007].

Cabe destacar que los asentamientos muestran una vinculación clara con los recursos del entorno físico–ambiental, pues las ocupaciones básicamente se ubican en las proximidades de cauces y manantiales, es decir, evidencian un patrón de disposición espacial que, como modelo, fue planteado y fundamentado por Sanders y sus colaboradores para la cuenca de México [Sanders et al., 1979] con sitios con evidente nucleación y arquitectura monumental como Chingú (Municipio de Atitalaquia), El Mogote de San Bartolo (Municipio de Chapantongo), El Calvario (Municipio de Tepetitlán), el Jagüey, en Nopala, y otros en el Municipio de Tula que corresponden a aldeas con varios conjuntos residenciales [Díaz, 1980; Fournier, 2007; Polgar, 1998; López Aguilar et al., 1998; Mastache y Crespo, 1974]. Las características del asentamiento de San Bartolo indican que, aproximadamente entre 200 y 550 dC, en el Mezquital se consolida un modelo simbólico–espacial–ritual propio de Teotihuacan; sin embargo, la distribución de los asentamientos que datan del apogeo del periodo Clásico apenas rebasó los límites de la región de Tula hacia el norte.

Es importante hacer notar que en épocas correspondientes a la fase Xolapan tardío de la cuenca de México, parece haber un énfasis hacia la producción local de vasijas en estilo "teotihuacanoide" que integran el complejo Atlán, que provisionalmente hemos ubicado entre ca. 550 y 600 dC [Fournier, 2007], mismo que se estableció con base en observaciones de materiales que se encontraron en San José Atlán (Municipio de Huichapan), sitio que se encuentra al noroeste del cerro Hualtepec. La producción de piezas que emulan a las teotihuacanas pudo deberse a que los objetos denotaron, afirmaron o reforzaron simbólicamente los vínculos económicos con la Ciudad de los Dioses [v. Cohodas, 1989], aun cuando para las fases Xolalpan tardío–Mete–pec parece darse una ruptura con el sistema hegemónico y la participación en las redes de intercambio teotihuacanas [v. Fournier, 2007; López Aguilar y Fournier, 1992b; Torres et al., 1999].

Un aspecto que requiere ulteriores estudios es el análisis detallado y tipificado de la frontera que se configura entre la sub región con desarrollo Xajay temprano y la de Tula. Igualmente, se requiere analizar qué clases de interacciones económicas, religiosas o de otra índole se asociaron con esa frontera que nos resulta evidente con base en la cultura material propia de dichos polos excluyentes. Por ejemplo, el acceso a la obsidiana verde de Sierra de las Navajas, la de yacimientos locales como Fuentezuelas y otros, así como el consumo de vasijas de la vajilla de servicio producidas o redistribuidas a través de Teotihuacan para la sub región de Tula o con similitudes con lo teotihuacano para los desarrollos Xajay y Atlán.

En una de las líneas de investigación desarrollada en el Mezquital, se ha buscado definir el patrón de desplazamiento por jornadas y la ubicación de caminos, algo que es también inspiración de las investigaciones de Sanders [Sanders y Santley, 1983] y de Charlton [1978, 1991]. Al menos dos patrones de distancia se evidencian en la región, la primera con una distribución de o sitios a 17 km y la otra a 25 km [López Aguilar y Bali, 2002]. Considerando que un paso normal en situación plana alcanza los 4 k/h, los sitios se encuentran a 4 horas de camino entre sí, lo cual destaca la noción de proximidad y lejanía entre las áreas metropolitanas y esta región periférica: Chingú (Tula) se encontraba a 4 jornadas de cuatro horas de Teotihuacan, lo cual igualmente ocurre de Cerro de la Cruz a de Chupícuaro.

En la transición del Clásico al Epiclásico se incrementó la población y el número de centros nucleados con arquitectura cívico–ceremonial, en tanto que es limitada la presencia de comunidades rurales (Figura 4). Los sitios con arquitectura cívico–ceremonial se ubicaron en mesas (sitios Xajay, así como en la subregión de Tula los de Xithi, El Águila, La Mesa, Batha, Magoni y Atitalaquia) y en lomas de pendiente suave o valles (Chapantongo–Los Mogotes, San Gabriel y Tula Chico) [Fournier y Bolaños, 2006]. Tal vez fue una política de permisibilidad, posiblemente reforzada por los nexos de parentesco, la que, ante la oportunidad de un territorio franco para ocupar y explotar recursos naturales y desarrollar prácticas agrícolas, provocó una movilización de grupos de linaje que arribaron al Valle del Mezquital desde la cuenca de México, el Bajío y la región de los lagos al oeste en el marco de la diáspora teotihuacana [v. Fournier, 2007; Torres et al., 1999].

Los nuevos emplazamientos en la sub región de Tula se fundaron en la cercanía de los centros del Clásico afiliados con lo teotihuacano, pero también en esta época, y quizá como consecuencia de esa misma diáspora, se tiene la primera evidencia de ocupación en el Mezquital Árido, en la Teotlalpan, con asentamientos que se encuentran en las inmediaciones del río Tula (Mesa Tanthé en Chilcuautla y Boxaxum en Ixmiquilpan).

De acuerdo con los estudios de adn de muestras óseas de enterramientos humanos del sitio de Chapantongo, la Malinche y el Grupo Charnay en Tula, la población copartícipe de la esfera Coyotlatelco era de filiación biológica otomí [Fournier, 2007; Fournier y Vargas Sanders, 2002], al igual que los habitantes de asentamientos que se ubican en el valle de Toluca, dadas las afinidades genéticas observadas en el adn de los antiguos pobladores de esa región [Buentello et al., 2009].

En asentamientos Coyotlatelco, como Chapantongo [Fournier y Bolaños, 2006], existen patios hundidos, plazas, estructuras residenciales de planta rectangular y circular, las primeras con espacios porticados que se lograron con el desplante de pilastras para sostener cubiertas, mientras que, a veces, las jambas están ornamentadas con pintura mural; asimismo, se observan patios con altares, paramentos cubiertos con frisos labrados y fachadas con el estilo de talud–tablero (Figura 2) o talud–friso, almenas y clavos arquitectónicos labrados y, en algunos casos, uso de estuco para el recubrimiento de paramentos con pintura policroma. Bajo el piso de varias de las estructuras residenciales se encontraron entierros primarios en su interior, y son patentes elementos complejos de ritualidad que incluyen sacrificios humanos como parte de un elaborado sistema cosmovisional con énfasis en el culto selenita que se plasma tanto en la orientación de algunos de los edificios como en ofrendas funerarias dedicadas a la luna, con una simbología que remite a las deidades otomíes Zináná10 (la Venerada Madre o luna) y Zidada (el Venerado Padre o sol). Resaltan la figurillas moldeadas en cerámica con soporte trasero en las que se conservan múltiples elementos de aquellas de Teotihuacan de fines del Clásico, y que representan personajes o númenes sobre tronos, además de que hay pipas con efigies de Tláloc y sahumadores con mango hueco, forma que se encontró en una tumba zapoteca ubicada en Tepeji del Río [Hernández, 1994] y que, asimismo, ocurre en otros asentamientos epiclásicos del centro de México [Fournier et al., 2006]. Cabe destacar que muchos de estos elementos arquitectónicos, ornamentales y de cultura material, así como patrones funerarios también se han identificado en el sitio de La Mesa [Bonfil, 2005; Mastache et al., 2002].

Para Chapantongo contamos con cinco fechas de radiocarbono (2 sigma y fecha media) que permiten afinar la secuencia epiclásica en la región de Tula y fijarla alrededor de 600 y 900 dC, considerando que los resultados de los fechamientos son: 343 (600) 772 dC, 530 (640) 690 dC, 670 (770) 880 dC, 670 (720, 740, 760) 870 dC, así como 770 (880) 980 dC [Fournier et al., en prensa].

Por otra parte, para la sub región de Huichapan todo parece indicar que en los asentamientos Xajay la transición se realizó sin abandonar los centros cívico–ceremoniales, por lo que es probable que la misma población los desacralizara y los volviera a sacralizar a partir de ofrendas de renovación y la construcción de nuevas estructuras piramidales, sobre ellas, que modificaron radicalmente el viejo estilo arquitectónico hacia el del Epiclásico regional. Una ofrenda de la fase Xajay tardío, localizada en el Zethé, expresó una fecha de 595 (640, 771) 811 dC [De los Ríos, 2002]. La distribución y orientación de los edificios se mantuvo, aunque se construyeron nuevas estructuras sobre las mesas donde se ubican los antiguos centros cívico–ceremoniales y, tal vez hacia el final del periodo, se inició la construcción de dos nuevos centros cívico–ceremoniales, El Cerrito y Taxangú, en las inmediaciones del Pahñú.

La subregión Xajay se insertó en la dinámica general del Epiclásico, caracterizada por el proceso de regionalización con énfasis en tradiciones locales, lo que conformó dos sistemas claramente diferenciables en el Mezquital: el Xajay y el Coyotlatelco. En este segundo sistema, parte de las pautas de la Ciudad de los Dioses se preservaron en el marco del dinamismo de la reconformación identitaria de grupos otomíes que se gestó al no existir Teotihuacan como centro de filiación. Paralelamente se dio una amplia apertura y se manifiestan vínculos con el Bajío que se plasman en algunas tradiciones cerámicas con Michoacán debido a la abundancia de obsidiana del yacimiento de Ucareo,11 e incluso con asentamientos de San Luis Potosí, por ejemplo, Río Verde [v. Fournier, 2007; Fournier et al., 2006; Fournier y Pastrana, 2009]; lo anterior es una consecuencia del vacío dejado por Teo–tihuacan como poder centralizador y proveedor de diversos elementos de cultura material y símbolos.

Es factible que el ámbito de interacciones entre los grandes sitios del Epiclásico, en el Mezquital, que pudieron ser de carácter conflictivo, dieron lugar al abandono de centros como Chapantongo, la Mesa, Mesa Tanthé y los asentamientos Xajay. El proceso de abandono y desacralización pudo no haber sido sincrónico para todos los sitios, pero se asocia con el surgimiento de Tula Grande, ciudad sin par que cubre 17 km2, que tuvo además un influjo poblacional ajeno al Mezquital, como lo evidencian las prácticas funerarias, los estilos y atavíos en figurillas de cerámica, las mismas tradiciones cerámicas, la iconografía en esculturas y frisos [v. Fournier, 2007].

En el Posclásico Temprano la mayor parte de la población se concentró en el valle de Tula, mientras que en el resto del Mezquital solamente hay pequeños asentamientos nucleados (Figura 5) como El Fraile, en la frontera con la barranca de Metztitlán; Peña Actopan, en la ladera de la sierra de los Frailes, y Monta Albán en la ladera sur de la sierra Xajay; además, hay sistemas de asentamientos dispersos de amplia extensión con plataformas, terrazas y, ocasionalmente, estructuras piramidales, como el complejo Tepetitilán–Loma Taxhuada y Sabina Grande–Estación Huichapan–Vitejé, este último asociado con los manantiales permanentes de San José Atlán, Huichapan y Sabina Grande [Fournier, 2007; López Aguilar y Fournier, 1992a]. Cabe hacer notar que alrededor de la Sierra de Xithí y de los lomeríos próximos en los municipios de Tezontepec, Tepetitlán y Chapantongo, hay una gran cantidad de sitios próximos a arroyos y manantiales con una extensión que alcanza varios kilómetros cuadrados donde abundan conjuntos residenciales espaciados considerablemente entre sí e infinidad de terrazas agrícolas que se habilitaron en el pie de monte bajo y medio cuya productividad, sin duda, rebasaba las necesidades alimentarias de las poblaciones que ahí habitaron. Este patrón podría vincularse tanto con un notable incremento demográfico respecto al Epiclásico, como con, potencialmente, la instauración de un sistema de tributación mediante el cual las comunidades agrícolas rurales habrían abastecido a las poblaciones de la urbe tolteca [v. Fournier, 2007].

Por otra parte, hubo importantes asentamientos fuera de la región durante el Posclásico Temprano que indican tendencias al establecimiento de interacciones con la colindante cuenca de México, evidentes en sitios como Tizayuca [Juan Carlos Equihua, comunicación personal, 2007], Tlalpizahuac [Tovalín, 1998] y otros, al parecer de menor jerarquía dispersos en las márgenes de los lagos de la cuenca de México [Sanders et al., 1979]. Sin embargo, las ofrendas mortuorias encontradas en Sabina Grande muestran que los sitios periféricos de nuestra región de estudio participaron también de las amplias esferas de interacción suprarregional en las que se encontraba inmersa Tula, pues contienen materiales como turquesa, alabastro y jadeíta [López Aguilar, 2003; Carrasco y Farías, 2005; Olivares, 2004].

Un aspecto que cabe resaltar es que para un conjunto residencial que se ubica en el sitio de Taxhuada donde efectuamos excavaciones, contamos con dos fechas calibradas de radiocarbono (2 sigma y fecha media): 980 (1030) 1180 dC y 980 (1020) 1060 dC o 1080 (1020) 1150 dC.12 Sin duda se requieren fechamientos adicionales para comprender cuándo ocurre el decline de Tula, así como cuáles fueron los factores causales vinculados con la desarticulación de este sistema estatal hegemónico.

La discusión acerca de que los toltecas eran grupos nahuas, como refiere el Códice Xolotl [Dibble, 1980], el Códice Chimalpopoca [1975] o la Historia Tolteca–Chichimeca [Kirchhoff et al., 1989], es antigua y queda como una interrogante pendiente de solución. Lo que sí es claro es que hay una fusión de elementos herencia de lo teotihuacano, lo Chupícuaro y los que introdujeron los grupos de nueva inserción, individuos, tal vez, de diversas filiaciones, persistiendo un componente poblacional otomí que continúa en la región hasta la actualidad. El adn de los entierros que datan del Posclásico y que se recuperaron en Tula, demuestra la variabilidad etnobiológica de la sociedad tolteca [Paredes, 2007].

Respecto al Posclásico tardío, en las fuentes etnohistóricas se documenta que a raíz de las conquistas de la Triple Alianza tepaneca, y posteriormente la Triple Alianza con Tenochtitlan como fuerza dominante, las poblaciones otomíes del Valle del Mezquital quedaron sometidas al yugo de los estados hegemónicos y expansionistas de la cuenca de México, de manera que pasaron a formar parte de las provincias tributarias imperiales. El patrón de asentamiento de tipo disperso del Posclásico Temprano se mantiene en gran medida, aunque es notable el incremento en el número de sitios y, por ende, demográfico (Figura 6); predominan las comunidades dedicadas a la agricultura y amplios sistemas de terrazas para cultivo con un número restringido de centros con arquitectura monumental. Estos asentamientos rurales, así como los pocos que muestran elementos de urbanismo o planeación, eran parte de unidades sociopolíticas del tipo altepetl, constituidas por conjuntos de caseríos y aldeas dependientes de centros provinciales donde se concentraban los distintos objetos y consumibles destinados al pago de tributo [v. Fournier, 2007; López Aguilar, 2005].

Las relaciones de dependencia que se establecen entre las poblaciones del Valle del Mezquital y sus dominadores son evidentes en la cultura material, ya que el porcentaje mayoritario de la cerámica proviene de la cuenca de México —vasijas, figurillas e incluso malacates—, mientras que la obsidiana se redistribuyó desde esa región; en el Mezquital Árido, con base en la cerámica, es posible inferir que existían nexos de intercambio con el señorío independiente de Metztitlán, región proveedora de lozas caoliníticas [Fournier, op. cit.; López Aguilar y Vilanova, 2009].

La limitada existencia de sitios con basamentos piramidales de uso ceremonial en valles y lomeríos, fundamentalmente está en función de la instauración del culto a los cerros, cuevas y ojos de agua en zonas relativamente elevadas donde abundan pequeñas vasijas de factura regional que emulan a los vasos Tlaloc de la cuenca de México, conocidas en el Mezquital como uema. Los adoratorios en cerros, como el que se ubica en la cima de El Calvario (Mpio. de Tepetitlán) donde se edificó un recinto con una estructura porticada como templo, al igual que otros de menor complejidad arquitectónica en la sierra de Xithi, debieron ser foco para la concentración de sujetos de distintas comunidades ubicadas en los alrededores. Es factible que en esos emplazamientos se efectuaran festividades cíclicas que bien pudieron contribuir a establecer alianzas y reforzar lazos identitarios con base en la pleitesía a deidades asociadas con la lluvia, ya que los uema tal vez contenían agua y pudieron ofrendarse para propiciar la intervención de los tlaloque [v. Fournier, 2001, 2007].

Es probable que la constitución de un paisaje cultural con una fuerte sacralización ocurriera, al menos, desde el Posclásico Temprano. El cerro Hualtepec, una de las mayores elevaciones del valle y ubicado casi en el centro de la región, muestra una arquitectura de dos templos unidos por una amplia calzada y esculturas en forma de serpientes. Su advocación a Huitzilopochtli y su relación con el Coatépec, lugar donde pudieron (re)presentase los sucesos míticos de su nacimiento y los conflictos con los Centzonhuitznahua, se fundamenta en la etnohistoria, la etnografía y la toponimia regional [Gelo del Toro y López Aguilar, 1998]. Cabe recordar que, según se registra en fuentes etnohistóricas [Chimalpain, 1991:37], los mexicas llegaron al Mezquital desde Pátzcuaro, tal vez por la ruta seguida en la antigüedad por los grupos Chupícuaro–Mixtlan–Xajay, y realizaron ceremonias de fuego nuevo en Acahualzingo y en el Coatépec antes de ingresar a la región de Tula.

Otro cerro, conocido como Tuni o del Elefante, llevaba por nombre Tezcatepec, como la comunidad que se encuentra en la ladera noroeste. De acuerdo con las tradiciones locales ahí tuvo su asiento la fortaleza que construyó Cópil para guerrear con su primo Huitzilopchtli, atrincherado en el Coatépec. Se encuentra asociado con la historia mexica, ya que se vincula con el grupo disidente que se segregó de la migración en Pátzcuaro y siguió a Malinali, madre de Cópil. En su cima existe un recinto encerrado con varias estructuras arquitectónicas y se encontró una escultura de un personaje masculino con un hueco en el pecho donde debería ir alguna incrustación, que bien pudiera ser la representación del propio Cópil [Martínez, 1994]. Alrededor de estos cerros, y en la cima de elevaciones menores, se encuentran diversos centros ceremoniales en los que pudieron realizarse festividades del ciclo calendárico que probablemente estan vinculadas con el conjunto de mitos fundacionales en la cosmovisión mexica y con sus referentes otomíes. Tal es el caso del xocotl huetzi que se encuentra representado en las pinturas rupestres de la región [Ochatoma, 1994].

Las características de los distintos asentamientos que datan del Posclásico tardío y de la cultura material, además de los registros acerca de las poblaciones que figuran en diversas fuentes etnohistóricas, atestiguan la importancia del grupo otomí en el desarrollo socioeconómico de las provincias tributarias de la Triple Alianza, así como la influencia de ésta en los ámbitos rituales y religiosos de los otomíes. En su conjunto evidencian la construcción de un paisaje sacralizado. Algunos de estos lugares presentan estructuras arquitectónicas de diferente magnitud, pero, a fines del Posclásico, las prácticas rituales de las diversas comunidades pudieron realizarse en las cimas de los cerros sin la necesaria presencia de basamentos, pero con otro tipo de marcadores como los que parecen indicar las ceremonias otomíes que se realizan hasta la fecha13 y que siguen vigentes en la imagen de los xita (los antepasados, los ancestros), en la advocación a Venus (Dätso, 'Bomi), en la 'Bok'ya (la serpiente negra asociada con la lluvia), K'entsibi (la serpiente de fuego, el fuego sagrado), en el floreo de banderas (potse ya 'bext'e), en los combates rituales y en el "mata pollos" o "cortagallo" (kuk'oni), para los que actualmente se realizan rituales a nivel regional.

En el momento del contacto, las unidades sociopolíticas estaban constituidas por un sistema de dobles cabeceras, aparentemente una con gobernante y población hablante de otomí y otra con gobernante mexica, con población hablante de nahua (Actopan–Tenantitlan, Ixmiquilpan–Tlazintla, Tepeji–Otlazpa, por ejemplo), cada una con su glifo identificador. El territorio de las cabeceras era amplio y no hacía referencia a un asentamiento nucleado. En los casos conocidos, la iglesia del siglo xvi fue colocada en las fronteras existentes entre las cabeceras, de manera que la mitad de la iglesia correspondiera a cada parte [López Aguilar, 2005].

El estudio combinado de diversas disciplinas para la época colonial enfocado a entender la forma en que se desarticuló el sistema altepetl en la unidad político territorial de Ixmiquilpan, nos muestra que el proceso fue asincrónico y de forma discontinua en el territorio, sin una tendencia lineal de la periferia hacia el centro o a la inversa, que los flamantes pueblos nuevos también eran susceptibles a ese proceso, pues algunos de sus sujetos se segregaron al mismo tiempo que lo hicieron algunas de las viejas dependencias de la cabecera original y que el número de pueblos segregados está correlacionado con la extensión territorial [López Aguilar y Márquez, 2007]. Este fenómeno de desintegración del viejo altépetl puede ser ilustrativo para construir analogías con aquellos que ocurrieron en los grandes sistemas prehispánicos, como el teotihuacano, el tolteca y otros, y puede iluminar sobre nuevas formas de ver el espacio y el tiempo prehispánicos en regiones y localidades específicas.

 

Comentarios finales

El legado de Sanders es incuestionable no sólo en cuanto a heurísticas y formas de aproximarnos al conocimiento de los patrones de asentamiento, sino, además, en lo relativo a la importancia de las condiciones físico–ambientales para el desarrollo de las grandes culturas precolombinas del centro de México y otras áreas mesoamericanas. Sin duda han sido, y continúan siendo, ejemplos paradigmáticos en la investigación arqueológica nacional, los trabajos sistemáticos de prospección que encabezó, el mapeo acucioso de sitios, el interés por ubicar temporalmente las ocupaciones con base en el análisis tipológico de colecciones, así como el énfasis a caracterizar la relación entre los centros poblacionales de distintos niveles con la explotación de recursos ambientales. Aun cuando podemos o no concordar del todo con sus planteamientos e inferencias, el cúmulo de información que recabó Sanders es de excepcional utilidad.

El modelo de investigación desarrollado por William T. Sanders para la cuenca de México sigue siendo válido para conocer el desarrollo de las sociedades de la Mesoamérica prehispánica, como hemos ilustrado en este ensayo. La visión de largo plazo y a escala regional ha mostrado ser una de las mejores estrategias para fundamentar los conocimientos en la perspectiva arqueológica, ya que permite ubicar la dinámica de las transiciones de un periodo a otro y establecer los modos de interacción entre las sociedades y los grupos culturales que ocuparon las subregiones. En el caso del Valle del Mezquital, lo hemos aplicado con modificaciones sin adherirnos a la ecología cultural sanderiana, pues hemos tomado en consideración aspectos cosmogónicos que consideramos importantes para la mejor comprensión de los procesos acaecidos en la región para, así, comprender la presencia del grupo biocultural otomiano y su papel protagónico en las dinámicas del área cultural del Altiplano Central mexicano.

 

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Notas

1 En el caso de la región purepécha, los valles fértiles con abundancia de agua, como la cuenca de Pátzcuaro, eran propicios para cultivos tropicales, por ejemplo, el cacao; durante el periodo ColonialTemprano existían huertas de cacao en Huricho y en Apatzingan se cultivaba desde la época precolombina [Castro Gutiérrez, 2004:10, 44, 70].

2 En las discusiones participaron Jorge R. Acosta (quien entonces efectuaba excavaciones en Tula, Hidalgo), Alfonso Caso, Wigberto Jiménez Moreno, Isabel Kelly, Paul Kirchhoff, Miguel Othón de Mendizábal, Ignacio Marquina, Eduardo Noguera, Enrique Juan Palacios y Eric Thompson.

3 Recientes fechamientos de radiocarbono para el sur de la cuenca de México, evidencian que la cerámica Azteca I Negro sobre Anaranjado es, en gran medida, coetánea con el apogeo de Tula [Parsons et al., 1996].

4 Esta etapa abarca el esplendor de la Ciudad de los Dioses [Müller, 1978].

5 Recientemente se compilaron parte de los dibujos que ejecutó este artista argentino [Schávelzon y Tomasi, 2005].

6 Darras [2006:77] reporta la presencia de materiales cerámicos Chupícuaro o afiliados a esa tradición en la región de Tula, Atitalaquia y Tepeji del Río.

7 El fechamiento se realizó para un piso de estuco quemado de la subestructura del templo principal del Pahñú. El quemado de este piso pudo estar asociado con los procesos de desacralización del templo para la renovación y edificación de la última estructura, [ que presenta características arquitectónicas asociadas con el Epiclásico.

8 Esta clase de orientación no es de extrañarse, dado que existen evidencias categóricas de la interacción entre Oaxaca y Teotihuacan para el periodo Clásico, donde se asentaron en un barrio particular sujetos de filiación zapoteca portadores de pautas culturales relacionadas con Monte Albán [v. Croissier, 2007; Rattray, 1993; Spence, 1989]. Es factible que hubiera una presencia de hablantes de esa lengua del tronco lingüístico otomangue en el Valle del Mezquital, ya que se han encontrado materiales cerámicos oaxaqueños o copias de factura regional [Crespo y Mastache, 1981; Díaz, 1980], además de que en Tepeji del Río se localizó una tumba zapoteca [Hernández, 1994]. Por otra parte, en el asentamiento Epiclásico de Chapantongo se encontraron placas de mica, al parecer de Oaxaca, que tal vez se recuperaron de algún sitio próximo con ocupación del Clásico, considerando que con esta materia prima se elaboraban elementos ornamentales en Teotihuacan [Winter et al., 2002].

9 La transcripción fonética de todos los vocablos en otomí se basa en Victoria Torquemada et al. [2004].

10 En las voces otomíes que incluimos se emplea la transcripción fonética de Victoria et al.

11 Que constituye una industria básicamente sobre navajas prismáticas, evidencia de que el acceso al vidrio volcánico de Ucareo se limitaba a esta clase de artefactos [v. Fournier, 2007].

12 Las muestras fueron procesadas en Beta Analytic gracias a un financiamiento de la Smithsonian Institution que obtuvo M. James Blackman.

13 Conforme a la información etnográfica que hemos recabado en varias localidades del Valle del Mezquital.

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