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Cuicuilco

versão impressa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.15 no.44 México Set./Dez. 2008

 

Reseña

 

Rubén Ruiz Guerra, Más allá de la diplomacia. Relaciones de México con Bolivia, Ecuador y Perú, 1821–1994

 

Pablo Yankelevich Rosembaum

 

México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2007

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia–INAH

 

"¿Vale le pena realizar el esfuerzo de estudiar una ausencia de más de 170 años?", con esta pregunta Rubén Ruiz abre este libro. En realidad el autor se cuestiona sobre el sentido de reconstruir un vínculo diplomático que carece de antecedentes historiográficos, y sobre el que sólo existen series documentales escasas y fragmentarias. Para responder, Ruiz dedicó más de doscientas páginas de una obra que estudia las relaciones diplomáticas de México con Bolivia, Ecuador y Perú.

La pregunta es por demás sugerente. No se trata de investigar lo que no ha existido, sino de dar cuenta de la naturaleza de una relación diplomática que comenzó a forjarse hace más de 170 años y que a pesar de los escasos logros y una muy delgada densidad, México y las tres naciones andinas se han esforzado en mantener y acrecentar. ¿Por qué?

Hasta finales del siglo XIX, las naciones latinoamericanas se vincularon al mundo exterior en busca de seguridad, financiamiento y prestigio, y lo hicieron con instituciones de política exterior pequeñas y mal informadas. Es decir, durante buena parte de aquella centuria, la prioridad estuvo puesta en el ámbito interno y la política exterior era una especie de categoría residual cuyos objetivos fueron, en primer lugar, el reconocimiento internacional y la defensa de una independencia puesta en tela de juicio por los centros del poder mundial. Eso que hoy podríamos llamar política exterior apareció como una extensión del poder del caudillo de turno o de un reducido grupo de dirigentes; no hubo en esa conducta objetivos de largo plazo, ni se diseñaron mecanismos para dar seguimiento o continuidad a propuestas diplomáticas.

En este sentido, la promoción de una política interna tendiente a garantizar el orden y el control apuntó, al igual que la política exterior, a la construcción de un Estado. Pero, ante la carencia de recursos para financiar los proyectos estatales, las relaciones exteriores estuvieron marcadas por la contratación de créditos internacionales cuya renegociación, ante las periódicas suspensiones de pagos, determinaron buena parte de los conflictos internacionales que debió enfrentar América Latina.

Si los primeros pasos de la política exterior tuvieron como objetivo salvaguardar la existencia de un Estado en formación, el reconocimiento internacional resultaba prioritario. Esta es una de las razones que permiten entender los acercamientos frágiles, improvisados y en muchos casos fracasados que tiñeron las relaciones de México con América del Sur a lo largo de casi todo el siglo XIX. Se trató de una estrategia interesada en activar mecanismos defensivos entre los menos diferentes en medio de un mundo que se percibía lleno de amenazas. ¿En donde buscar apoyo y solidaridad si no entre aquellos que como México se habían desprendido del mismo tronco imperial?

Esa comunidad de origen es explorada por Rubén Ruiz en las primeras páginas del libro. A lo largo de los siglos coloniales, y en la vertiente pacífica del imperio español, se forjó un vínculo comercial y político entre los puertos de Acapulco, el Callao y Guayaquil. A partir de estos antecedentes, una vez proclamadas las independencias, transitaron un sinfín de misiones diplomáticas y enviados plenipotenciarios. Sobre sus actividades, pero sobre todo acerca de sus expectativas, el autor dedica los primeros capítulos del libro. El más antiguo de estos lazos diplomáticos se remonta a 1816, cuando el jalisciense Tadeo Ortiz se lanzó a una aventura que alcanzó a Lima, Quito y Guayaquil, entre otros destinos. Pocos años más tarde, tocó el turno a Joseph Morales y Ugalde, primer ministro de Perú acreditado en México. El armazón institucional de la política exterior era pobre, como también lo eran las posibilidades materiales para acreditar funcionarios en América del Sur. No hay mejor muestra de ello que la misión encomendada a Juan de Dios Cañedo en 1830: representar a México ante los gobiernos de Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Paraguay y el Imperio Brasileño, claro que, en atención a la bastedad del territorio que debía atender, el gobierno de Bustamante concedió a Cañedo un secretario que debía auxiliarlo en tan gigantesca como absurda misión. Casi 50 años más tarde no fue distinta la comisión que recibió Leonardo López Portillo al ser acreditado como ministro de México en Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela: por supuesto que también fue auxiliado por un secretario. Mientras tanto México, Bolivia, Perú y Ecuador iniciaron un nutrido intercambio de cónsules, en quienes pareció depositarse la responsabilidad de conferir alguna sustancia a relaciones que muy esporádicamente alcanzaban la formalidad de algún tratado, un acuerdo o un intento de mediación.

Sin embargo, esta realidad surcada por distancias que disponían que una simple carta demorara más de dos meses en recorrer el trayecto entre Lima y México, también afloraba como un espacio capaz de contener una utopía, "una conciencia de identidad" en palabras del autor de este libro. Detrás de cada una de las siempre fallidas empresas diplomáticas entre México, Perú, Ecuador y Bolivia a lo largo del siglo XIX siempre estuvo presente la idea de que un pasado y un presente compartido eran el sustento de un futuro también común. Se había nacido a la vida independiente en condiciones de extrema vulnerabilidad, y esa marca de origen determinó que en clave defensiva surgiera aquella idea que desde entonces no ha dejado de rondar en los imaginarios políticos y culturales del continente. Desde las mismas independencias, esa utopía se ha hecho presente en las más diversas coyunturas históricas donde dirigencias políticas, agentes diplomáticos, pero también intelectuales y poetas, soñaron con un continente unido y poderoso capaz de enfrentar a un mundo que no deja de amenazar. Un "sueño" latinoamericano que parece más reflejo del Segismundo de Calderón de la Barca que del Ariel de Rodó; una utopía que nació de unir el destino con la libertad de un continente, sueños que, como dice Calderón, sólo sueños son.

Pero aquella utopía pareció materializarse en 1910. México desafió con éxito poderosos intereses nacionales y extranjeros para alzarse en una revolución que prometía justicia y libertad. Entre el trasegar de los ejércitos revolucionarios, México encarnó el ideal de una nación preocupada por la suerte de sus campesinos, sus obreros, sus comunidades indígenas y sus recursos naturales, y todo ello en abierto desafío a un vecino que muy escasas simpatías despertaba en el resto del continente. México, como nunca antes, volvió la mirada hacia el sur, se trataba de obtener reconocimiento internacional pero también se trataba de sentar el precedente de un esfuerzo en defensa de la soberanía y la independencia. En palabras de Venustiano Carranza: "ya era tiempo que la América Latina sepa que nosotros hemos ganado con la lucha interior el restablecimiento de la justicia y el derecho, y que esta lucha servirá de ejemplo para que nuestros pueblos afirmen su soberanía, sus instituciones y la libertad de sus ciudadanos" [1970:345].

La Revolución de 1910 alentó aspiraciones libertarias, pero también alarmó a las élites políticas de América Latina que, abroqueladas en regímenes de privilegio y exclusión, vieron con temor el ejemplo que pregonaba una muy activa diplomacia mexicana. Ese temor es retratado en los capítulos consagrados a analizar la relación de México con los gobiernos de Bolivia, Perú y Ecuador hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Ese temor explica la frialdad del vínculo diplomático que condujo a la ruptura de relaciones con Perú en 1932, y el distanciamiento que llegó al borde de la suspensión de relaciones con Bolivia en 1944. Ese mismo temor estuvo detrás de las palabras del conservador Neftalí Bonifaz Ascázubi, quien en plena campaña presidencial en Ecuador sostuvo: "mientras haya países como México, la América será una vergüenza" [p. 143].

Los espacios de coincidencia entre aquellos gobiernos y el de México eran estrechos y en algunos casos inexistentes. ¿Qué tipo de acuerdos podían alcanzarse con un Augusto Leguía empeñado en la consagración de la nación peruana al culto del Sagrado Corazón de Jesús? El anticlericalismo de México y la guerra cristera desató una violenta campaña de prensa alentada por el Vaticano y los sectores más conservadores de las élites políticas de Bolivia, Perú y Ecuador. Poco pudo hacer la diplomacia mexicana ante estos ataques a México, y de ello da sobrada cuenta este libro.

Sin embargo, la Revolución Mexicana y sus diplomáticos también animaron espíritus contestatarios, y ese fue el espacio donde los éxitos fueron contundentes. En México, el núcleo de intelectuales que capitaneó José Vasconcelos proyectó su liderazgo a una juventud rebelde latinoamericana para terminar convenciendo de que el programa de la Reforma universitaria de 1918 cristalizaba en las realizaciones del gobierno mexicano. Educación popular, nacionalismo cultural, florecimiento de actividades artísticas, establecimiento de bibliotecas y edición de millares de libros, todo ello como parte de un frontal combate a desigualdades e injusticias que habían encontrado legitimación al amparo de un positivismo de cuño porfiriano.

El vínculo entre el estudiantado limeño y el programa vasconceliano se consolidó cuando, en agosto de 1921, Antonio Caso llegó a Lima en cumplimiento de una misión cultural por América del Sur. La oratoria del profesor mexicano sedujo a los universitarios peruanos, y entre ellos destacó Víctor Raúl Haya de la Torre. La visita de Caso originó una amplia movilización por la reapertura de la Universidad de San Marcos, clausurada por Augusto Leguía desde tiempo atrás. En este contexto, los estudiantes limeños organizaron una reapertura simbólica de la Universidad. No es de sorprender entonces que, cuando en octubre de 1923, Haya de la Torre fue apresado y posteriormente desterrado a Panamá, Vasconcelos hiciera gestiones para su traslado a México. "Hayita" como lo llamaba Vasconcelos, se incorporó a su oficina convirtiéndose por una corta temporada en su secretario particular. El futuro fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) recibió un nombramiento como maestro misionero, colaboró en los proyectos editoriales de la Secretaría de Educación Pública, recorrió el país junto a Vasconcelos y, en su nombre, en alguna oportunidad pronunció más de un discurso.

La diplomacia mexicana dio cobijo a distintas personalidades de una generación de políticos e intelectuales andinos. El contingente de perseguidos fue encabezado por Haya de la Torre, pero no dejó de engrosarse hasta la década de los setenta con el asilo a líderes obreros, políticos e intelectuales de Bolivia, Perú y Ecuador hostigados por los dictadores de turno.

Estas conductas solidarias fueron las matrices por donde transitaron proyectos, encuentros y realizaciones que tendieron vínculos poderosos entre las naciones que se estudian. En este sentido, el título de la obra Más allá de la diplomacia es una auténtica declaración de propósitos. Durante décadas, y en el terreno de la diplomacia oficial, fueron escasos los lugares de convergencia, los acuerdos y los proyectos gubernamentales. Sin embargo, los contactos no necesariamente oficiales, alentados en muchos casos por activos agentes del servicio exterior mexicano, tendieron puentes por donde décadas más tarde transitaron políticas que acercaron a estos pueblos. Rubén Ruiz se detiene en algunas de estas experiencias: el trabajo de técnicos mexicanos en proyectos de irrigación en el altiplano boliviano, y las políticas indigenistas que cristalizaron desde los años cuarenta en emprendimientos conjuntos entre el área mesoamericana y andina.

El libro se cierra destacando algunas coyunturas que permitieron la confluencia de proyectos políticos, culturales y comerciales. La revolución de 1952 en Bolivia y el reformismo militar peruano que encabezó Juan Velasco Alvarado, animaron giras presidenciales, programas de cooperación y entendimientos en la arena multilateral. Desde entonces, los vínculos diplomáticos parecen haber alcanzado un considerable grado de institucionalización, gracias al cual fue posible participar en los más diversos emprendimientos de cara a los problemas que enfrentó la región: la crisis de la deuda externa, la búsqueda de soluciones pacíficas a través de mecanismos de mediación ante conflictos armados, la lucha en favor de la desnuclearización de América Latina, entre muchos otros.

En síntesis, Más allá de la diplomacia se revela como un trabajo pionero que, por primera vez, intenta una visión de conjunto de las relaciones diplomáticas de México con tres naciones del área andina. No elude, por el contrario, enfrenta con éxito las limitaciones impuestas por la escasez de fuentes documentales. La obra es valiosa tanto por lo que presenta como por lo que sugiere; y en este último sentido puede también ser leída como una agenda de investigación que señala una variedad de temas sobre los que se tienen vagas referencias.

 

Bibliografía

Carranza, Venustiano 1970. "Discurso pronunciado en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, (29 de noviembre de 1915)", en Fabela, Isidro y Josefina E. de Fabela, Documentos Históricos de la Revolución Mexicana, vol. 1., tomo 2, México, FCE–JUS, 1970, p. 345.         [ Links ]

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