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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.15 no.44 México sep./dic. 2008

 

Reseña

 

Dunbar, Robin. La odisea de la humanidad. Una nueva historia de la evolución del hombre

 

Hilario Topete Lara

 

(Trad. Natalia Fernández Matienzo) Barcelona, Crítica (Col. Drakontos), 2007, 209 pp., s/ilustraciones y 6 figs.

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia–INAH

 

Robin Dunbar, catedrático en la Universidad de Liverpool y uno de los más conspicuos exponentes de la psicología evolutiva (que no psicología evolucionista), en 1998 ya había sorprendido al mundo paleoantropológico con su Groming, Gosip and the Evolution of Language, colocando al acicalamiento y al chismorreo (una forma de acicalamiento, según propone) como prácticas que incidieron considerablemente en el desarrollo del lenguaje. En 2004 había culminado un trabajo no tan específico pero sí más maduro: The Human Store. A New History of Mankind's Evolution, cuya traducción castellana para América y España realizaría Natalia Fernández Matienzo, tres años más tarde, para Editorial Crítica. Los lectores hispanohablantes monolingües de América Latina tuvimos que esperar hasta la inicios de 2008 para poder degustarlo. Literalmente lo degustamos porque no se trata de un libro cuyo rebuscamiento conceptual desanime al lector poco avezado en la jerga neurofisiológica, endocrinológica, paleoantropológica, anatomofisiológica, que sólo unos cuantos iniciados pueden comprender; al contrario, es un texto asequible aun para los simples curiosos y neófitos en las ciencias que investigan en torno a la hominización/humanización. En esto radica su segunda virtud: acercar la ciencia al extenso público presentándola de manera atractiva, fácilmente comprensible, sin caer en la procacidad, la vulgaridad; la primera es el conjunto de tesis propuestas, muchas de ellas novedosas, ágilmente dispuestas y lógica y documentadamente sustentadas en indagaciones propias, de sus alumnos y otros investigadores e intelectuales conspicuos de la talla de Putnam, Tattersall, Tomasello, Godall, Barret y Morris, por citar sólo algunos de los que constituyen el poco más de medio centenar de los autores de las obras referidas en la bibliografía.

La obra está dispuesta en siete capítulos de extensión equilibrada y agrega, al final, un índice alfabético de cuidadosa manufactura. No posee un prólogo o introducción, pero no le es necesario toda vez que el primer capítulo, "Visiones en piedra", cumple ese papel con creces. Y justamente en el primer capítulo define un estilo que se sostiene a lo largo de la obra: una apertura con un ejercicio de motivación que parte de un relato literaturizado (en cursivas, de tal manera que podrían seguirse sólo los introitos y armar prácticamente, y con algún género de puente, un nuevo relato de prehistoria literaria) al que le sigue un desarrollo de la tesis central del capítulo siempre apoyada en investigaciones científicas propias y de otros (en normales). Al final de cada capítulo ofrece una breve conclusión, excepto, incomprensiblemente, en el sexto y en el séptimo.

El autor, decía, es un virtuoso de la palabra escrita, pero de su obra voy a tomar lo que quizá es su virtud principal: la diversidad de tesis. Una de ellas es la que centra su atención en un problema medular de la antropología: la relación naturaleza–cultura o, más precisamente ubicado, las bases materiales sobre las que es posible que se levante la cultura, que coadyuvan a la cultura, que hacen posible la cultura. Esto, más allá de las ideas generales en torno de la universal capacidad del Homo sapiens de pensar, de producir pensamiento abstracto, de darle sentido al mundo, a la vida y a la vida en el mundo; más allá de la simple enunciación de la posesión del lenguaje, de la vida gregaria, por citar sólo algunas, Dunbar se propuso eliminar esa "capa de cebolla" de la superficialidad, de la generalidad, para ahondar en la fisiología endocrina, en el lenguaje y en la teoría de la mente y de allí, de esa médula, extraer nuevas tesis que coadyuven a entender el proceso de hominización/humanización (esta expresión es mía, no del autor) y los orígenes mismos de la cultura.

Dunbar es psicólogo, psicólogo evolucionista, y aunque —debería decir que precisamente porque— sus preocupaciones son psicológicas, no queda atrapado en la jaula de la mente, en la neurofisiología y en el funcionamiento endocrinológico humano, sino que incursiona en la primatología comparada y en el dato etnográfico para proporcionar consistencia a sus tesis, mismas que empiezan a desgranarse luego del preámbulo interrogatorio y motivante que es el Capítulo I.

La cuna es África, el ambiente es de sabana y perilacustre. El animal es un "simio erguido", genéticamente obligado a la bipedestalidad, naturalmente seleccionado por su condición de homínido con una pelvis "preparada para... ε equilibrar el peso del tronco, y... proteger las vísceras". Pero los homínidos han poblado el planeta por más de tres millones de años, por eso, y a guisa de comparación, a la vez que de deslinde, separa velozmente de su obra a los Homo sapiens del resto para dejarlo "abandonado" en su supervivencia, solitario, arrojado a la naturaleza, obligado a ser, desde hace 28 mil años, el único ejemplar de homínido sobre la tierra. Como subespecie cumpliría muy bien con dictum existencial sartriano de ser arrojado en el mundo, solitario y condenado a ser responsable de los demás miembros de sus especie (al menos, agregaría).

Pero Homo sapiens, a pesar de no ser el único animal inteligente, sí es el único capaz de imaginar que una muñeca está viva, y más complicado aún: imaginar que su muñeca (que está viva) tiene en mente conversar con otra muñeca; o más complejo todavía: imaginar que su muñeca está viva y tiene en mente que la otra muñeca piensa que ella está desaliñada, etc. En efecto, diría el autor, cualquier animal sabría que tiene hambre o podría creer que un ruido cualquiera pudiese haber sido producido por un depredador; cualquier madre podría saber que su crío tiene hambre o corre peligro. A esto lo llama primer grado de intencionalidad. Pero tener una creencia acerca de otra creencia (o intención) constituye el fundamento para una teoría de la mente: "José cree que María sabe que su muñeco de peluche está dentro del armario". Esto constituye el segundo grado de intencionalidad y la forma más básica de la teoría de la mente, un tipo de procesamiento mental que rebasa el nivel primigenio de la "lectura de la mente" o "mentalismo" ("yo creo que tú..."). La intencionalidad, a partir del segundo grado, es algo que ningún otro animal posee y que nadie más puede realizar.

Dunbar rastrea en la prehistoria una correlación entre tamaño de cerebro/ tamaño de grupo que le permite distanciar al Homo sapiens de otros animales: evolución del tamaño de los cerebros homínidos en los últimos tres millones de años. Sin embargo, no piensa que el asunto sea una simple cuestión de cantidades. El mayor tamaño se vincula con el enriquecimiento del córtex y esto le permite, mínimamente: a) correlacionar directamente el mayor crecimiento de la capacidad craneana con el número de miembros del grupo al que pudo pertenecer el homínido al que refiere el fósil (a mayor volumen, mayor número de miembros del grupo); b) deducir que a mayor capacidad craneana, aunada al mayor del diámetro del hipogloso (mayor inervación y por ende mayor control de la lengua), más posibilidades de un lenguaje diversificado y complejo; c) mayor número de miembros del grupo, mayor cerebro, mayores imposibilidades de acicalamiento, sustitución del acicalamiento físico por un acicalamiento oral; y, entre otras, d) mayor capacidad craneana se vincula inexorablemente con lo que el autor llama "Alta Cultura", expresión con la que distancia la cultura humana de las culturas no humanas. Controvertida tesis, sin duda, pero novedosa.

El papel que juega el lenguaje en la evolución humana, según sostiene el autor, es fundamental: el lenguaje no es solamente comunicación, que puede realizar cualquier animal con cerebro, según sus propias palabras, sino que hace posible dos fenómenos inusitados: a) la teoría de la mente en segundo, tercero y más grados de intencionalidad; y b) el acicalamiento verbal, decía. Ambos no pueden menospreciarse por las implicaciones que podemos desvelar. Veámoslo siguiendo los propios argumentos del autor: en primer lugar, la intencionalidad supone categorización, implica un juego gramatical de enlazamientos caracterizables, al menos, como oraciones yuxtapuestas, por ejemplo, "yo pienso que tú haces lo posible para que Manuel se convenza de la imposibilidad de su victoria", cada una reflejando un grado de intencionalidad mediante sujetos y predicados (la caracterización es mía). Y la manera de lograr los grados de intencionalidad sólo es posible mediante el lenguaje. En segundo, Dunbar propone que, si el acicalamiento es fundamental entre los primates y más intenso entre más grande es el grupo en que se integra un individuo, ante la imposibilidad de acicalamiento físico en grupos enormes, como los que conformó tempranamente Homo sapiens, el lenguaje, mediante susurros, cantos y relatos, se convirtió en una forma sutil de acicalamiento grupal.

Cantidad de miembros de grupo, teoría de la mente, acicalamiento, tienen una estrecha correlación y tienen consecuencias inusitadas, por ejemplo, nos propone el autor, un producto que es único en el ser humano, que no ha sido posible en ningún otro primate: la religión, un producto —o una creación— cultural; por supuesto, el autor enfatiza en el hecho toda vez que considera que los primates contemporáneos, así como los pre–sapiens y los sapiens sobrevivientes han creado —y crean— cultura. La religión, como la cultura superior, supone grados de intencionalidad diversos: "Yo pienso que Dios nos creó a imagen y semejanza de él"; "Yo pienso que Dios tuvo razón al expulsar a Adán y Eva porque ambos lo desobedecieron", etc. La religión cohesiona grupos y lo hace mediante relatos y ritos, los unos que "acicalan" y los otros que, con base en prácticas extremas, logran la intervención de un ingrediente cohesionador y gratificante: las endorfinas. Este componente coadyuvante en la gestación de estados placenteros, es convocado reiteradamente para referir a —y explicar— temas tan diversos como el triunfo selectivo de los cromañones sobre los neandertales, el enamoramiento, la necesidad de cercanía en la pareja y con los críos, el acicalamiento verbal y sus productos, cantos y arrullos que estimulan la producción endorfínica, el papel de los cantos religiosos y las danzas en las religiones para liberar endorfinas hasta alcanzar estados extáticos y, en otros momentos, para generar cohesión mediante el logro —y efectos— de la risa, entre muchos otros más.

La obra es del tipo que el lector no puede abandonar una vez que ha iniciado su lectura. La disposición en subcapítulos relampagueantes, empero, posibilita interrumpir prácticamente a discreción la revisión del texto, pero difícilmente podrá postergarla de manera definitiva. El oficio del autor para escribir, y su erudición sobre el tema son tales que un lector cuidadoso puede sobresaltarse cuando tropiece con aquél párrafo desafortunado en el que se sostiene que el poblamiento de América se realizó hace quince mil años o aquel otro en el que, a no dudar, por un descuido de la traductora o del editor, se hizo distanciar en cientos de años a los australopitecinos más antiguos y a los autores de las huellas de Laetoli; por supuesto, al antropólogo que piense que cualquier dato etnográfico debe ser empleado exclusivamente en su encrucijada espaciotemporal y circunstancial, seguramente chocarán algunas de las extrapolaciones a las que libremente recurre Dunbar con frecuencia. Pese a estos detalles, que pueden considerarse pecata minuta, y que no maculan a la obra en general, podemos considerar desde ya a este obsequio de Dunbar como una referencia imprescindible para cualquier estudioso del proceso de hominización/humanización que, despojado de la clásica explicación de la relación naturaleza–sociedad mediada por la cultura, busca encontrar los posibles puentes entre los elementos del binomio con la finalidad de entender "El fenómeno humano" y, necesariamente, comprender los orígenes y soportes naturales de la cultura, así como comprendernos como sociedad(es) y como individuo(s) en el más extremo de los casos.

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