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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.15 no.43 México may./ago. 2008

 

Miscelánea

 

Imaginación y cartografía: un estudio sobre el proceso del descubrimiento americano

 

Enrique Delgado López Miguel Nicolás Caretta

 

Resumen:

El presente trabajo es un acercamiento a la idea de que el espacio cartográfico se conforma tanto por los mitos y las leyendas, como por la historia y la realidad. Para ello, parte de una serie de mapas que describen los contornos continentales, elaborados en las primeras décadas del descubrimiento americano. En varios de ellos se aprecia al mapa como resultado de un aplicado conocimiento de acuerdo con los avances y la tecnología de la época, pero también según los atavismos y preceptos ideológicos vigentes en el momento.

Palabras clave: descubrimiento, historia de América, cartografía, mapas.

 

Abstract:

This paper presents an approach to the idea that cartographic space is the result of myths and legends as much as it is history and reality. As such, the present work starts with a series of maps that describe the continental contours made within the first decades of the discovery of America. In several of these maps can be observed the applied knowledge in agreement with the advances and the technology of its time, but at the same time they also valued the atavisms and effective ideological rules of that historic moment.

Key words: Discovery, History of America, cartography, maps.

 

J. B. Harley y D. Woodward dicen que los mapas no constituyen solamente una mera pintura en la cual tierras y mares se delinean de acuerdo con las coordenadas de latitud y longitud [Harley y Woodward, 1987:XVIII], sino que son un "mediador entre un mundo mental interno y un mundo físico externo", mismo que revela el sentimiento del hombre sobre su universo en varias escalas, por lo que nos facilita percatarnos de las formas e ideas que dicho hombre ha tenido sobre su entorno y su planeta. Paul Zumthor acierta al señalar que el mapa iconiza el espacio; por su valor histórico, es contemplado como un testimonio del pasado, en el que aparecen reflejadas concepciones intelectuales y cualidades estéticas que permiten imaginar el ingenio, el talento y la creatividad de algunos autores o protagonistas [Zumthor, 1994:304].

Ciertas aptitudes humanas han sido determinantes en la elaboración de los documentos cartográficos, y entre ellas está la habilidad innata de la conciencia, que da lugar a la exploración como una acción pensada. En este marco, la vista provee bases sensoriales necesarias para un esquema mental del espacio y, derivado de ello, para la especialización, uno de los más primitivos aspectos de la conciencia. A la lista se suman los atributos del entorno, tales como distancia, localización o área contigua, impregnando a los territorios de pensamiento humano. No se deja de lado la capacidad para relatar la información adquirida, así como la abstracción y la generalización de las cosas.

Con esto el hombre ordena el entorno dándole valores y significados propios, a la vez que inicia una exploración o reconocimiento, que por lo demás no ha tenido fin, para su posible mejor uso y conocimiento de "la realidad del planeta" [León–Portilla, 1989:3 ] en que vive. Entonces, el mapa "establece un vínculo directo entre percepción y representación del mundo" y ofrece "información sobre un espacio dado (reducido a formas más o menos elementales), su descriptor y los destinatarios del documento" [Musset y Val Julian, 1998], a la vez que archiva conocimientos del grupo humano y "si éste convierte su propia historia en un objeto de reflexión, el mapa memoriza de una u otra forma esta historia" [Zumthor, op. cif..305].

Cuando se elabora "un mapa, por rudimentario que éste sea, lo que hacemos es tener presente la forma de una parte de la tierra" [Crone, 1956:15]; esta representación encuentra eco en la capacidad del relato y ambos dejan una descripción del territorio. Por ejemplo, en los poemas homéricos se puede encontrar la unidad humana enfatizada por el círculo oceánico, el Todo protegido, el mundo interpretado como una isla [Harley, 1987:132]. Los mitos griegos primitivos —habla Carlos A. Turco Greco— consideraban a la tierra "como un disco flotante circundado por un río caudaloso, el Océano", idea que bien pudo ser introducida por marinos que posiblemente llegaron al Atlántico [Turco Greco, 1968]; la concepción del mundo griego añadió una gran techumbre cóncava apoyada en pilares que sostenía el poderoso Atlas y esta imagen homérica perduró por muchos siglos, los necesarios para que el modelo quedara en el colectivo europeo.

Por largo tiempo muchas cuestiones que sobre la estructura del planeta fueron discutidas superaron el terreno del mapa y se integraron a una conciencia o colectiva que fue reticente a desecharlas. Es casi seguro que desde la antigüedad se concibiera la forma esférica de la Tierra y del Universo; Aristóteles llega a la conclusión de la esfericidad por medio de argumentos filosóficos, pues el mundo tendría que ser "la más perfecta y bella de todas las formas posibles", es decir —concluye— la esfera. La concepción de la esfericidad perduró por siglos en contraparte al mundo plano que obedece a argumentos de la cristiandad.

Ptolomeo (II dC) desarrolló su obra cartográfica y astrónomica a través de una monumental recopilación de datos proporcionados no solo por viajeros, sino también por sabios contemporáneos a él y, sobre todo, obedeciendo a herencias culturales. Al tener como base las fajas climáticas y la concepción previa de las zonas tórrida y gélida, amparó su inhabitabilidad. Tal idea, como muchas otras, teniendo a él como autoridad, persistió por largo tiempo a pesar de que muchos viajeros y exploradores demostraron con su experiencia lo contrario.

La cultura medieval recibió una explicación dogmática no sólo sobre la configuración de tierras y mares, sino también sobre las condiciones de habitabilidad de las regiones o fajas climáticas que componen el orbe. Tales esquemas se mantuvieron sin cuestionamiento alguno por parte de la religión cristiana.

Una autoridad en las geografías del siglo XV como lo fue Pierre D'Ailly, en su Imago Mundi, dice:

El mundo es de forma esférica o redonda y ofrece gran variedad en sus diversas partes. En primer lugar, se compone de 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego; en segundo lugar de 9 esferas[... ] sobre ellas se dice que está la esfera cristalina y después de todas la última esfera, Empirea, donde se halla la sede de Dios y la morada de los santos. Después de este cielo está la octava esfera que se llama firmamento, esto es, el cielo estrellado [D'Ailly, 1991:29–30].

Y sobre las cualidades de la tierra, señala que

La tierra, como el cielo, se divide proporcionalmente en cuatro círculos menores y cinco partes desiguales[...] la primera está entre el polo ártico y el círculo ártico; la segundo entre el círculo ártico y el trópico estival; la tercera entre el trópico de verano y el trópico hiemal; la cuarta entre el trópico hiemal y el círculo antártico. La quinta entre el círculo antártico y el polo antártico.

La primera y la última de estas zonas o regiones de la tierra, según algunos, debido a la gran lejanía del Sol, son inhabitables por culpa del mucho frío. La tercera se encuentra enmedio del camino del Sol y demasiado cerca de él. Por eso se le llama zona tórrida y se le tiene por inhabitable a causa de su excesivo calor. Las otras dos, o sea la segunda y la cuarta, ni están demasiado cerca del Sol ni demasiado lejos de él. Por eso están atemperadas entre el calor y el frío. Por consiguiente, según esto, si no tienen ningún otro impedimento, son habitables. [Ifoid.:39]

Sitúa al tan ansiado paraíso terrenal en la "tercera zona", en la tórrida; los antípodas están ubicados en la "cuarta zona", habitable, como la segunda en la que viven los europeos, "pero no existe comunicación entre nosotros y ellos", dice D' Ailly, "ya que sería menester pasar por la zona tórrida y especialmente bajo los trópicos" [ibid.: 4041]. Al trópico de Capricornio lo ubica en "la parte superior y más noble de la tierra", según lo hace también el Filósofo árabe–español Averroes [ibid.:50].

El trabajo del cardenal francés es de sumo valor para entender la geografía medieval. Es en esta autoridad en la que se basa Colón para justificar su proyecto, por lo que es preciso tomarla para entender, en términos generales, el periodo medieval, en el que cabe la realidad, lo mítico, lo fantástico, los monstruoso y lo maravilloso. Este último término no está referido únicamente a las cosas que el hombre es capaz de admirar con el sentido de la vista, ya que "todo un mundo imaginario puede ordenarse alrededor de esa apelación en un sentido, el de la vista", pero también se deben agregar imágenes y etáforas, que son igualmente "metáforas visuales" [LeGoff, 1986:9].

Los tres continentes que conformaron el orbe establecido no se conocieron plenamente. Las remotas zonas de Asia y África, las que no convivieron directamente con Europa, fueron sede de imágenes y leyendas; lo mismo pasó con el Atlántico, este mar tenebroso que fue fermento para la imaginería [Lois, 20052006–2007].

En cuanto a la estructura simbólica, el mundo se compuso con base en principios religiosos reflejados en los mapas T en O (Orbis Terrarum). Dominó entonces una cosmografía religiosa, esa que defendió la forma plana del mundo con Jerusalén en el centro y el Paraíso literalmente orientando el mapa; por consecuencia, las representaciones paradisíacas alimentaron aventuras en busca de la añorada Edad de Oro. Ubicado primero en el oriente, el Paraíso cambió de residencia cuando la apertura de las fronteras del mundo; Gerardo Mercator (en 1569) lo cambió nada más y nada menos que al Polo Norte [Buxó, 1988].

La forma orbicular de los T en O encerró a los tres continentes divididos por un mar interior, el Mediterráneo; un eje transversal a dicho mar configuró la T, formada por el Nilo con prolongación hacia el Don; en algunos casos esta barra la componen los Dardanelos, el llamado Helesponto, con la continuación hacia la Mare Indicum. En este tipo de mapa, el Mediterráneo como eje de referencia no varía, pero los otros dos mares cambian con frecuencia [Kapler, 1986:25].

En este contexto el mar Mediterráneo fue el eje de un mundo conocido, habitado y habitable; el alma de la antigüedad y del medioevo. En torno a él se ubicaron las tierras templadas, el ecúmene, los lugares en donde los climas gélidos del invierno y los intensos calores del verano forjan la personalidad, la inventiva de los hombres; esa variedad de climas se traduce en la condición esencial para el correcto desarrollo del hombre. El Mediterráneo es el punto de partida para toda concepción sobre lugares distantes y la noción se elabora sin el más mínimo cuestionamiento; tal criterio, al fin y al cabo, es una de las fuentes que servirán para alimentar el "imaginario geográfico" [Lois, op. cif. ], de tal forma que el orbe medieval —dice Weckman— se rodeó de un cinturón de islas reales o imaginarias, forjando una "geografía visionaria" [Weckman, 1984] que se encargó del diseño del mundo. Las islas se contaron a montones y habitaron en ellas, entre otros seres, las amazonas; por su parte, los mares fueron prácticamente interminables. Con este supuesto se alimentó no sólo el mar, sino el desierto, las tierras distantes, simplemente... lo lejano.

Otro tipo de documento cartográfico es el portulano, que "determinó un cambio fundamental en el ordenamiento de los elementos geográficos que constituían el contenido de los mapas" e inspiró nuevas rutas hacia lo desconocido" que pronto habrá de tentar a navegantes y exploradores [Turco Greco, op. cif.:33 y s.]. Su objetivo fue el registro de posibles rutas para tomar al momento de llegar a un punto en el océano o, mejor dicho, en el Mediterráneo. En el portulano se encuentran las costas continentales e insulares perfectamente delineadas; no parten de una imagen o simbolismo alguno sino que resultan de la experiencia en el "arte de marear" y persiguen una mayor seguridad en las aguas navegables. Su uso "se limitaba al mar Mediterráneo y a las costas occidentales del océano Atlántico, que empezaban a conocerse" [ibid. :37]. Las costas fueron elaboradas con precisión pero se nota la ausencia de meridianos y paralelos, así como de información de tierra adentro. Ejemplo de ellos es la carta atribuida a Pizzigano que data de 1424, donde es interesante notar que a mitad del océano se dibujan unas islas llamadas Anfilla.

Este proceso de las ideas seguirá su curso y aplicará más tarde en el descubrimiento y colonización de América, concebida al principio como aquella tierra legendaria del Gran Can, territorio verdadero, real, pero que también se construye por la obra de Marco Polo al sembrar la añoranza de tales sitios. La visión que se tenga de ella, de América, se confunde con tierras asiáticas tal y como lo manifestó en sus escritos Cristóbal Colón [Mollat, 1990:97]. No en balde los marinos y exploradores buscaron no "lo que se antojaba novedoso, sino más bien la confirmación de la existencia de lo maravilloso" [Weckman, op. cif.: 28].

¿Cómo explicar esta nueva realidad, cómo entenderla y, sobre todo, cómo organizarla?, ¿qué tomar de ella para un posible beneficio? Para responder estas interrogantes se hace imprescindible consultar la obra de cronistas que vieron por primera vez este otro mundo, y la respuesta estará matizada siempre no sólo por el bagaje cultural que los acompañó, sino también por los intereses propios que 8 cada uno perseguía.

Antonello Gerbi [Gerbi, 1978:265] señala que con las Indias se sintió "un ensanchamiento del mundo conocido" que rompió los esquemas espaciales existentes, a la vez que posibilitó "la contemplación de la esfera sin más regiones incógnitas ni distancias incalculables", pues el hecho histórico de la "Nuevas Indias" marca el inicio de un proceso, al pensar, por ejemplo, que esas regiones hasta entonces ignoradas en el globo estarán vigentes hasta el siglo XX, cuando se explore la parte meridional del planeta. German Arciniegas [Arciniegas, 1983:11] hace ver la nueva dimensión que toma la vida con el descubrimiento, pues del año "1500 hacia atrás los hombres se mueven en pequeños solares, están en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia adelante surgen continentes y mares océanos." Su conocimiento fue lento pues podía más la preocupación por "exagerar la fertilidad y riqueza" de las tierras que "proporcionar los datos geográficos exactos". Carmen Veláz–quez [Velázquez, 1980:X] dice que los cartógrafos españoles elaboraron multitud de cartas de los contornos del continente después del descubrimiento; esto se explica, dice, por el número de viajes "autorizados y no autorizados" que se llevaron a cabo. Aun más: la cartografía que se ocupó de la configuración del espacio americano quedó señalada tanto por el cartógrafo que trabajó en el sitio, como por aquél que realizó su trabajo de gabinete en los talles europeos, por lo que el resultado muestra una peculiar postura ideológica. Cada mapa es testigo fiel de esta aseveración.

El océano Atlántico se pobló de islas y seres fabulosos durante siglos; en las centurias del xv y del XVI, ese mar da un giro y la frontera del imaginario geográfico sólo se mueve de lugar, pues el Atlántico se convierte en un espacio de comunicación, y el carácter fantástico que ostentaba lo cede al Nuevo Mundo y luego a los territorios no explorados dentro de él.

Este carácter fantástico o extraordinario estará plasmado tanto en las crónicas de la época, como en los primeros mapas que se elaboraron del continente. Es a Colón a quien le tocará describir esa primicia y se sabe de sobra que el navegante no logró asimilar la novedad que se le presentaba ante sus ojos. Se habló de un género literario líneas atrás y ahí mismo aludimos a los mapas. Hay que ser enfáticos en que ambos son marcos de referencia para plasmar las quimeras de la época. En un ejemplo concreto, cuando se observa el territorio representado en un mapa atribuido a Cristóbal Colón (Mapa 1), se puede apreciar de manera confusa la delineación del territorio de la isla La Española. Como una cuestión aparte, si verdaderamente el almirante realizó este mapa, es sin duda y de acuerdo con Nebenzahl, el primero del Nuevo Mundo [Nebenzahl, 1990:26].

Poco después del viaje de Colón, en 1493, se imprimen en la ciudad de Barcelona las Cartas del Almirante que luego serán editadas en varios lugares de Europa. En una de estas ediciones, la de Basilea de 1493, los escritos de Colón se acompañaron con ilustraciones de las islas Isabela, Española, Fernanda y San Salvador, entre otras. En un primer plano (Imagen 1), está una carabela y en las islas se dibujan castillos medievales.

Es conveniente tomar en consideración la manera en que Colón describió el paisaje americano, teniendo siempre en cuenta que la descripción en geografía es lo que nos permite valorar los elementos que son motivo de análisis [Dollfus, 1982:12]. En tal sentido, Gerbi subraya el interés de Colón por la flora y la fauna de América [op. cif.:25], y, sutilmente, también lo considera Morison [Mo–rison, 1992:73; O'Gorman, 1992], biógrafo del genovés, cuando escribe que "el Almirante comenzó a coleccionar muestras de plantas, con las cuales esperaba convencer a la gente de España de que, al fin, había llegado a los linderos de Asia". El padre Las Casas, al hablar del primer desembarco de viaje colombino, destaca que la tierra era "toda baja, sin montaña alguna, como una huerta llena de arboleda verde y fresquísima, como son todas las de los lucayos que hay por allí" [1992:200]; de la isla Fernandina dirá que es "llana, muy verde y fertilísima" [ibid.: 212]. Otra forma de apreciar la vegetación la muestra cuando describe un río en la isla de Cuba, el cual "nunca cosa tan hermosa vio; todo el río cercado de árboles verdes y graciosísimos, diversos de los nuestros, cubiertos de flores y otros de frutos... la hierba grande como en Andalucía" [ibid. :221].

También por medio de los escritos del padre Las Casas, Colón muestra resabios de la visión medieval sobre el mundo que vive, el código vicarial, como diría Joaquín Sánchez Macgregor [1991:27] esto es, "el código de la época, de la re–presentatividad histórica", pues cuando navega por Cuba, más tarde bautizada como Juana, creerá que es Cipango y en ella anhela encontrar grandes naves. En la isla que los indígenas llamaban Bohío espera descubrir el deseado oro y la añorada especiería, al tiempo de cumplir las órdenes reales en la ciudad de Quinsay para mostrar la embajada de los Reyes Católicos al Gran Khan [op. cif. :221].

Es necesario enfatizar que en el navegante no cabía otra forma de pensar; fue un hombre de su época. Haciendo a un lado cualquier otra explicación, es justo indicar que Colón "llegó" a la tierra que Marco Polo describió, y que sólo la experiencia le demostrará su error.

Una de las particularidades sobre el nuevo espacio que se tiene ante los ojos, es sin duda el punto de parangón, que comienza al mismo momento del encuentro o descubrimiento. El punto de comparación lo establece el mundo del que somos parte, pues simplemente no existen parámetros para señalar "cualidades" o "deficiencias" en aquello que escapa a nuestra cotidianeidad. El cotejo para el Nuevo Mundo es Europa y, de manera particular, España, es decir, el mundo conocido. Catherine Smith, escribe que América nace europea y no india.

Desde luego que con toda la maravilla que observa no deja de mostrar su visión práctica de la tierra al describirla también como "tierra llena de puertos maravillosos y grandes ríos", y el interior de la isla lleno de "montañas muy hermosas aunque no muy altas" y, de acuerdo con los indígenas entrevistados, con "diez ríos grandes". Su afán mercantilista, de igual modo propio de la época, le hace ver que en esa tierra "había minas de oro y perlas" [ibid.: 222]. En la relación de su cuarto viaje habla de la provincia de Ciamba y dice que allí supo de "las minas de oro[...] que yo buscaba"; Consuelo Varela observa que Ciamba es para Colón la Conchinchina de Marco Polo [Varela, 1982:293].

Ante el tamaño de Cuba, el Almirante queda sorprendido y piensa que pisa tierra firme, por lo que no debe de haber más islas al rumbo del occidente. La punta oriental de esta parte del territorio la bautiza con el nombre de Alpha ef Omega, "que quiere decir principio y fin", pues creyó que aquel cabo era el fin de la tierra firme.

Será común entre los exploradores y conquistadores que lleguen a estas nuevas tierras que su propio lenguaje les fuera insuficiente para describir la nueva realidad. Esto le sucede al mismo Colón y más tarde a Cortés e incluso al descriptivo y ameno Bernal Díaz del Castillo. Colón escribe a los Reyes Españoles, en "palabras formales", sus vivencias en la isla española:

Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles, en especial estas desta isla española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer sino lo viese. Y crean que esta isla y todas las otras son así suyas como Castilla.

El paisaje que le toca describir a Colón en los viajes que realizó, se convierte en un tema amplio; sin embargo, me obligo a dejarlo porque no es lo que ocupa mi atención en un primer plano. Tengo que reconocer que es de sumo valor considerar sus observaciones y subrayar esos rasgos característicos de sus descripciones; pero quiero centrar mi atención en el hecho de que a partir de él se desencadenan toda una serie de exploraciones y —más aún—, de obras cartográficas, que de igual manera revelan la ideología de la época. En su mayoría sólo configuran los contornos del continente y subrayan en más de un caso la Terra Incógnifa que tanto alimentaría las ansias de exploración.

En el año de 1500, uno de los pilotos de Colón, Juan de la Cosa, elabora un interesante documento cartográfico (Mapa 2). Como un claro ejemplo de mapa colombino, se configura el mundo conocido y comienza a delinearse el Nuevo; se aprecian muy bien las islas del Caribe y alguno que otro rasgo de tierra firme, principalmente de las costas del norte de América del Sur; la "costa de perlas" en lo que actualmente es Venezuela, y un poco más al sur se aprecia un "mar dulce" c además de ciertos cauces del Orinoco y Amazonas. La técnica empleada es la del portulano medieval, visualizando las líneas de rutas en el mar así como la costa con los innumerables puertos en potencia con los respectivos estandartes de Portugal y España.

Se debe enfatizar que en el mapa el Mediterráneo, como es típico en el portulano, está muy bien delineado. Como otros, no incluye latitud ni longitud y la escala no es la misma para Europa que para el Nuevo Mundo. Al parecer este mapa es el primero que incluye los descubrimientos llevados a cabo por Colón, pues su autor lo realizó con conocimientos propios de la experiencia del viaje, así como lo que pudo recoger en las expediciones de Ojeda y Vespucio, además de datos del viaje de Juan Caboto en América del norte [Nebenzahl, op. cif.:30].

El mundo que se representa contiene referencias de la época. En primer lugar, señala la división que de él se hacen entre las potencias ibéricas. África aparece un poco ancha y los océanos se comunican entre sí dejando de lado las tendencias ptolemaicas sobre la existencia de un mar interior que sería el océano Índico; por supuesto que la elaboración del mapa implica ya el conocimiento que vino a la luz como fruto de los viajes que los portugueses hicieron a la India.

Y así como Juan de la Cosa esquematizó lo descubierto por Colón, el planisferio llamado Canfino (Mapa 3) expuso para Europa las navegaciones que los portugueses realizaron por el mundo, destacando desde luego los viajes de Vasco de Gama, Cabral y los hermanos Corte–Real [ibid..34].

Se esquematizan las costas de América del Sur, las "Antillas del Rey de España"; la península de la Florida y las islas Azores están como "tierra del Rey de Portugal"; igualmente señala el meridiano que indica la repartición del mundo entre los países ibéricos. En el caso de América del Sur, en la costa brasileña, el paisaje tropical despierta una sensibilidad de quien expuso el dato y, más aún, de quien lo plasmó en el papel. Las aves y la vegetación son motivos que dominan en el documento. Por su parte, dentro de África, las obras arquitectónicas, al unísono con el verdor de la vegetación, hacen resaltar el entorno. En lo que pudiera ser el desierto del Sahara, hay un verdadero Edén y perfectamente se lee la frase: "los montes claros en África". La porción norte del continente asiático es una tierra desconocida; sobresale por su escala Jerusalén, así como una gran península más allá del subcontinente indio. En Europa, como dictó la tradición del portulano, los estandartes gobiernan la imagen y una enorme construcción, localizada al norte del Adriático, despunta en el espacio (quizá aluda a la ciudad de Ferrara).

En suma, Hércules de Este, duque de Ferrara, al extender el mapa, según Isabel Soler "pudo observar el rigor y la firmeza de la mano que había dibujado una imagen del mundo que empezaba a aproximarse a la realidad. La carta concentraba el saber occidental del mundo al yuxtaponer, sin perspectiva histórica, la concepción geográfica del pensamiento clásico, la representación simbólica medieval y la lectura renacentista del espacio ya conocido" [Soler, 2003; 85]. Habrá que agregar, como veremos adelante, la confusión del espacio que se está conociendo.

Soler aprecia que en el Canfino hay "una mezcla de informaciones, conocimientos geográficos y técnicas de navegación"; subsisten en él "espacios tratados según los procedimientos de navegación estimada que los primeros portulanos habían establecido", al tiempo que presenta, "por primera vez en una carta náutica", las líneas "del ecuador y de los trópicos", indicando con ello que los navegantes ya se movían por el océano por medio del cálculo de latitudes y no solamente con rumbos y distancias como en el portulano [ibid.:86].

Es necesario señalar que los primeros mapas americanos plasmaron formas territoriales muy controvertidas debido prácticamente al desfasamiento entre el relato, el mapa y la asimilación de la información. En este caso, en el mapa se representa el hecho geográfico llamado Florida que no "existía" en 1502. Aparece en el norte de lo que pudiera ser Cuba una saliente de territorio que —para algunos—crea la presencia de la península aludida, y —para otros— forma parte de Asia. Algunas ideas existen al respecto, que son presentadas por Nebenzahl [op. cif.:34].

Una de ellas dice que tal punto no es la Florida e indica que es resultado de una confusión, pues los cartógrafos portugueses interpretaron erróneamente reportes españoles de la configuración de nuevas islas y ampliaron Cuba, primero como isla y luego como un área explorada parcialmente al noroeste. Otra interpretación considera a la isla Isabella como Cuba, pero aquí como una península de Asia de acuerdo con Colón y Cabot. Se tiene que señalar que la Florida fue formalmente descubierta en 1513, y recordar que el mapa Canfino se elaboró en 1502. Es necesario tener en cuenta la especulación de que Américo Vespucio realizó un viaje temprano y así explicar tal aparición. Al respecto, Miguel León Portilla dice que este primer viaje, "cuya veracidad se ha discutido", se realizaría entre 1497 y 1498, y que "en su relación se describe lo que parece haber sido un recorrido alrededor del golfo de México, la Florida y una parte de la costa atlántica septentrional" [León Portilla, 2007:26].

Una hipótesis más habla de un desconocido piloto portugués que pudo haber realizado un viaje no oficial por parte de España antes de 1500, y costeado la Florida [Nebenzahl, op. cif.:34]; otra considera que Cuba y Florida fueron pino tadas con dosis de imaginación, obedeciendo a los prototipos para los mapas importantes de las series lusitano–germánicas, al ser enteramente configurados por europeos, es decir sin que hayan pisado estos cartógrafos alguna vez suelo americano. Y con dosis de imaginación abundan los casos de mapas, como el de Bartolomé Colon, 1503–1506 (Mapa 4), que representa tierras más bien amorfas o sencillamente inexistentes; una isla en el Caribe con el nombre de Canibali; Florida como parte de Asia; y nombres de tradición ptolemaica como "Serica", o bien "Serci Montes". En las costas brasileñas, se lee anfhipodi y además Mondo Novo.

Nicolás Caveri elabora entre 1504 y 1505, en Génova, su Carfa del Mundo (Mapa 5). No hay en él trazo de los Trópicos y del Ecuador y es más bien un portulano en el que se representan las costas de Norteamérica, y el golfo de México está plagado de islas. En términos generales, en el mapa no se presenta un cambio trascendental respecto al Canfino.

Es necesario detenernos para hablar de la forma en la que los descubrimientos se agregaron a la cartografía universal. Tales conocimientos reestructuraron el mundo entero y, a la vez, como resultado de propagar este otro entendimiento todavía poco concreto, se crearon formas e imágenes desligadas de la realidad. El mundo clásico y medieval cayó con los descubrimientos y con él su herencia milenaria; por lo mismo, resultó extremadamente difícil digerir rápidamente esos cambios y ese atavismo determinó la postura ante lo nuevo. Ese es el proceso de invención de América: se parte del hecho de "una imagen estática y finita de un universo que, creado en perfección, está ya hecho" [O'Gorman, op. cif. :94]. Sin embargo en ese mundo el hombre, "huésped extraño... siervo temeroso y agradecido", se libera "de su antigua cárcel cósmica y de su multisecular servidumbre e impotencia" o, si se prefiere, de esa "arcaica manera de concebirse a sí mismo" [ibid.:95] en la isla que le toca vivir como servidor de Dios. Entonces, de objeto que está a las órdenes del Creador cristiano, el hombre pasó repentinamente a ser sujeto activo del escenario cósmico; aquí su problema y aquí también su reto.

En los mapas la cuestión está vista de esta manera: se representó una unidad cristiana determinada por el Orbis Terrarum, circunscrito por una sola isla situada también en un sólo hemisferio y, dentro de esa conformidad que aboga la cristiandad, se obligó al ser humano a pensar una tierra lejana y meridional habitada por seres antípodas, vetada a cualquier posible "visita" debido a las condiciones naturales adversas.

Con toda esta carga, se llega a la necesidad de elaborar nuevos esquemas que permitan dar cuenta de lo que a sus ojos y conceptos resulta inaudito. Sin base en las autoridades bíblicas o grecolatinas cualquier explicación resulta titubeante. Resumiendo, y para poner el caso de América, el continente no puede ser visto sólo como una ampliación de horizontes (geográficos), pues era ante todo —dice Gonzalo Menéndez Pidal— "un mundo con personalidad propia" y pasar de un mundo tripartito a uno formado por cuatro porciones "no se hizo sin tener que revisar desde las mismas raíces el concepto que el hombre tenía de su mundo" [Menéndez Pidal, 1944:3].

El nuevo esquema tardará algún tiempo en ser admitido. Así también se ha visto en los documentos cartográficos que aludimos hojas atrás y también está en uno elaborado por Juan Mateo Contarini (Mapa 6) en 1506. En esta carta hay una diferente visión de América, pues no sigue la línea de conocimiento que presentan las otras. El Nuevo Mundo, o más concretamente las islas caribeñas, se ubican en medio de dos masas continentales y en dirección al poniente se encuentra la isla de Zipango; muestra la inmensa península del extremo oriente llamada por los antiguos Quersoneso Áureo, y que no es sino la tierra que Colón creyó encontrar en su viaje a las hoy costas venezolanas. En la masa que está al sur, la tierra interior es completamente desconocida, pero de mayor sorpresa resulta, independientemente de las razones, el hecho de que no brinda cuenta de porciones continentales ubicadas en Norteamérica como la Florida o Yucatán.

Continuando con la lista de mapas publicados en Europa y que exponen la imagen del mundo americano, en 1507 se edita en Estrasburgo uno del mundo conocido hasta la época y cuyo autor es el cartógrafo Martín Waldseemüller (Mapa 7). Este mapa representa un parteaguas en la historia de la imagen americana al ser el primer documento en el que aparece la palabra América, particularmente en referencia a la porción sur, gracias al uso como fuente, entre otras cosas, del Mundus Novus de Américo Vespucio. Si bien está latente la tradición de Ptolomeo, se registraron los entonces recientes descubrimientos de españoles y portugueses, y las tradiciones del alejandrino se hacen patentes en esa sobresaliente península asiática y en el registro de lugares e información atiborrados particularmente en lo correspondiente al viejo mundo. El objetivo de los que participaron en el Gimnasio Vosguense [León Portilla, 2007:10] y que por cierto lograron, era una "nueva edición de la Geografía de Pfolomeo que superara a las anteriores, dando entrada al mayor número posible de noticias derivadas de los descubrimientos geográficos.

Basado al parecer en datos portugueses, en lo que corresponde al Caribe presenta las islas Española y Cuba con proporciones exageradas y recoge una línea de costa continental incompleta. América, ya literalmente dicha, es alargada pero interrumpida en dos partes, aunque aparece para Europa una parte desligada del conjunto asiático; se nota en él la forma de lo que será el seno mexicano y Florida es península, hecho que hace recordar el tan controvertido viaje de Ves–pusio; Yucatán, la península, está dividida en dos islas; y en lo que corresponde a Asia sigue latente la presencia de la península de Malaca con proporciones que la ubican más allá del trópico de Capricornio.

Gonzalo Menéndez Pidal habla acerca de la información geográfica de la época, misma que se convierte en algo absolutamente secreto, pues su fin está mezclado no sólo con objetivos mercantilistas o geopolíticos, sino también bélicos. Por si fuera poco, a la par de estas tareas, esa información desempeña un papel en el seno de las civilizaciones y nos ubica en un periodo histórico determinado. Por ejemplo, hay que tener en cuenta la tarea con la que fue creado en los albores del siglo XVI el Padrón Real, institución perteneciente al Consejo de Indias. Su creación sobre todo indica que nunca antes los confines del mundo habían crecido en forma tan rápida como lo hacían en esos momentos; "muchas gentes no se encontraron capacitadas para adaptarse a las nuevas condiciones de la vida científica". Geógrafos, cosmógrafos, historiadores y filósofos, "temerosos ante lo incierto y desconocido de los caminos que se ofrecían a sus respectivos estudios, prefirieron proseguir sin sobresaltos en el multisecular derrotero de sus concepciones" [Menendez Pidal, op. cif. :"Prólogo"].

Para 1540 otro cartógrafo de gran fama, Sebastián Münster (Mapa 8), edita la Novae Ínsula con una forma singular en el trazo. Están ya las tres partes del continente, América del Norte, del Centro y del Sur, conformando así una unidad y sólo su litoral oriental bien delimitado. Yucatán es una isla muy cercana a Cuba y tierras colombinas como Veragua y Paria estructuran el istmo americano. A poca distancia del continente se esquematiza la isla de Zipangri. Hay en el documento conceptos que fueron comunicados por los primeros exploradores cuando se destaca la tierra de caníbales y la región de los gigantes.

Desde luego que a la par que se presentan mapas con elaboraciones fantasiosas, se tiene que echar mano de documentos cuya elaboración implica estar al tanto de las últimas noticias que se tienen de los descubrimientos. La imagen de América se distorsiona o se aclara; aunque con pasos cortos y titubeantes, se avanza en el conocimiento de las tierras hasta entonces desconocidas para occidente.

Independientemente de los diversos motivos con los que se representó el continente, se hablará aquí del Mar Caribe como un espacio ya definido en la concepción europea (baste revisar nuevamente los mapas para darse cuenta que en todos ellos aparece esquematizada la figura caribeña). Las islas de este mar se convirtieron no sólo en las primeras tierras americanas que guardaban el codiciado oro, sino también en el punto al que llegan las flotas europeas para luego desparramarse en expediciones hacia nuevas tierras. Este mar, por decirlo de alguna manera, se ensancha constantemente, y de la misma forma se abren posibilidades para extenderlo.

El Caribe refleja literalmente otro orden. Si en el principio de la cultura occidental fue el Mediterráneo el que dio sustento a las pueblos clásicos, de acuerdo con la idea de Germán Arciniegas el nuevo mar americano sirve como punto de atracción para empresas que tienen exactamente el mismo fin: nutrir a Europa de diferentes productos e incluso ideas [Arciniegas, 1993:19].

América, con una personalidad propia, tardaría en conformarse. Se mostró en diversos mapas con rasgos muy diferentes a los reales a pesar de las fechas ya muy "tardías" al descubrimiento. Para 1556 (Mapa 9) América todavía es representada como una península de Asia. La traza del mapa, juicio de valor aparte, es simplemente grotesca. En el hemisferio norte de este continente aparece la Nueva España, México y, al septentrión, la Florida. Siguiendo la línea continental, después de una cadena montañosa, se ubican la India y Asia oriental; junto se distingue la Tierra de Bacalaos. Se marca un "mar rojo" en litorales novohis–panos, quizá el golfo de California en su apelativo de mar Bermejo; luego, como una forma de estuario, las especierías Molucas.

El Viejo Mundo le reclama al Nuevo todo lo que pueda darle. Las expediciones son para todos los rumbos: "aquí están las islas. Al frente la Tierra Firme que no es sino un trazo de la costa", al principio "el continente no existe, es sólo un presentimiento [...existen] ríos, montañas, ciudades, minas, reyes, que no se saben pero se imaginan" [ibid.:49].

Junto con los mapas, o mejor aún, antes que los mapas, están los viajes de los exploradores que con sus nombres identificarán los lugares descubiertos. Sólo por mencionar algunos: Balboa y el Mar del sur; Orellana y la travesía por el Amazonas, lo mismo que Cabeza de Vaca a través del ahora septentrión mexicano. Otros, como Ponce de León en la Florida y, ya para particularizar, los tres que están relacionados con las primeras visiones no sólo de las costas de lo que será México, sino del interior del continente, Hernández de Córdoba (1517), Grijalva (1518) y de alguna manera todavía más definida, Hernán Cortés (1519).

Desde luego, no son los doctos hombres los que elaboran la primitiva imagen del Nuevo Mundo para Europa. Es de sobra sabido que a los aventureros y a los exploradores les tocó describir este espacio que se abre ante sus ojos, y que la mayoría de las veces el propio lenguaje traicionará sus sentidos al relatar las "maravillas" vistas.

Es posible seguir el ritmo de los descubrimientos y de la configuración del Nuevo Mundo por medio de los mapas, en tanto son un lenguaje elaborado por medio de imágenes que muestran más que formas, nombres de lugares, sitios muchas veces estigmatizados por la tradición y vistos con motivos canibalezcos; tales imágenes nunca podrán ser leídas como un textos escrito, pero al igual que ellos requieren de una interpretación.

El mapa queda lejos de ser solamente una configuración elaborada por métodos matemáticos. Si bien implica producirlo luego de un conjunto de actividades, como la misma exploración o la recopilación de información de incursiones anteriores, su propósito queda lejos del punto referenciado y, dado que es leído como imagen, no niega su aspecto humanista.

En el conjunto de mapas que mostramos se representó una peculiar concepción que Europa forjó del Nuevo Mundo. En el contexto de los descubrimientos americanos los mapas mostraron un continuo vaivén de imágenes que dibujaron los descubrimientos, pero que frazaron también la reticencia por aceptarlos. Quienes elaboraron esos documentos cartográficos partieron de una idea, de una percepción de espacio, al fin y al cabo de una historia.

El proceso de lecfura de un mapa es distinto que el de un texto escrito, porque el acceso resulta restringido. Pensando por ejemplo en el de Colón, o el del Canfino o el elaborado por Münster, lo que vemos es la visión de un grupo de especialistas que tienen información, que están sumido en un enredado social y cultural. El mapa brinda una imagen que despierta y altera los sentidos y contribuye a la conformación de un concepto de lo que expone; deja de ser un testimonio netamente geográfico y se convierte en un documento que desvela las cualidades de la sociedad que lo crea, sus actitudes, valores y sentimientos. De esta manera hay que pensar que el "nuevo" continente fue, primero, una parte de Asia, pues era esa la concepción que se imponía; que se transforma luego en un archipiélago; y que sólo después figura como un continente. Ya continente, América se convierte en un espacio de explotación y de atraso.

 

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