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Cuicuilco

versión impresa ISSN 0185-1659

Cuicuilco vol.15 no.43 México may./ago. 2008

 

Miscelánea

 

Juárez: la construcción del mito

 

Alma Silvia Díaz Escoto

 

Universidad Nacional Autónoma de México

 

Resumen:

El documento aborda el proceso de construcción del mito de la figura del presidente Benito Juárez, entre su muerte en 1872 y el centenario de su nacimiento en 1906. Se consideran elementos tales como los festejos oficiales tras su fallecimiento, las celebraciones y honores en cada aniversario de su nacimiento y muerte, los debates constantes entre sus admiradores y detractores en el Congreso y en la prensa, las controversias políticas en torno a su figura, y su utilización como símbolo de cohesión durante el porfiriato, así como las manifestaciones populares y estudiantiles en apoyo al personaje en los años posteriores a su defunción. Se concluye que en este proceso Juárez pasó de ser el benemérito de la patria para convertirse en símbolo mítico que se consolidó con el tributo literario que le rindieron los refutadores de la polémica obra contra Juárez que Bulnes publicó en 1904, y con los fastuosos eventos para celebrar el centenario de su nacimiento en 1906.

Palabras clave: Benito Juárez, porfiriato, Francisco Bulnes, prensa, mito.

 

Abstract:

The paper refers the process of shaping a mythicfigure of the president Benito Juárez between his death in 1872 and his birthday's centenary in 1906. It submits for instance:the government celebrations after his death and in every anniversary of his birthday and death, the persistent debates in the Congress and press, the politic controversies during Porfirio Díaz'regime and the popular expressions in many dates after his death. The work concludes that this man became a myth after two events:the literary tribute of the writers that refute the book that Francisco Bulnes wrote against Juárez in 1904 and the great festivities to commemorate the centenary of his birth in 1906.

Key Words: Benito Juárez, Porfirio Díaz, Francisco Bulnes, press, myth.

 

En el contexto de los festejos del bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana, forzosamente salta a la palestra el nombre de Benito Juárez. Se hace necesario reflexionar sobre este personaje y toda la carga simbólica que tiene su mítica figura, sobre aquél que a decir de sus biógrafos salvó a la patria, consolidó la libertad de nuestra nación y marcó la evolución de un pueblo; el héroe inmaculado de inquebrantable voluntad, que "decretó la Reforma, triunfó contra la invasión, derrocó el Imperio y dejó respetada, libre e independiente a la Patria mexicana" [Reyes, 1906:15].1

 

De Héroes y Mitos

Los mitos o leyendas se construyen a partir de hechos preservados en la memoria de los pueblos y, no en pocas ocasiones, se remiten a un origen o suceso fundacional. Su relato se crea poco a poco y se transmite de generación en generación. Una vez que se han fortalecido, se universalizan y se vuelven una forma de pensar y de creer en un espacio y tiempo determinados. Los mitos cubren una necesidad humana que ayuda a comprender la realidad y a dar sustento al sistema de creencias; el mito nos remite a un asunto de fe, se acerca más a la emotividad de los individuos que a su razonamiento. En este sentido, se corresponde más con la memoria que con la historia, ya que como expresa el historiador Pierre Nora la

La memoria, por naturaleza, es afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones, inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual [2006:2]

Bajo estas condiciones, el mito no se cuestiona, pero, como dice Julio López Saco,

A pesar de sus elementos contradictorios, fantasiosos o incomprensibles, el mito es profundamente serio y debe considerarse como verdadero[...]. Su verdad no se refiere directamente a la realidad mundana, sino a su modo de expresar las condiciones vitales del hombre, llenas de paradojas, contradicciones y contrasentidos, [2004:83]

Así, las figuras míticas se vuelven intocables, alcanzan un carácter divino y están compuestas de símbolos que sintetizan aquello que la mayoría de las personas quisieran ser o tener. Más aún, al contar cómo "fueron hechas las cosas, los mitos revelan por quién o por qué lo fueron y en qué circunstancias. Todas estas revelaciones comprometen más o menos directamente al hombre puesto que constituyen una historia sagrada." [Eliade, 2000:127.]

Como valor cultural el mito ha estado presente en todos los pueblos desde los tiempos más remotos. De acuerdo con Lawrens Krader, el mito "es tan complejo, y siempre está incrementándose en su variedad, que ninguna teoría acerca de él puede cubrir sus múltiples formas o cambiante sustancia; sus únicos rasgos unificadores se hallan en nuestra relación con él" [2003:27].

Además, es necesario decir que el mito cumple funciones sociales que son vitales para los pueblos, pues son útiles para disminuir la angustia de los grupos humanos por lo inexplicable, incomprensible o perecedero, y al mismo tiempo dan seguridad y certeza sobre cuestiones elementales y profundas de la vida. Por lo tanto, los mitos relajan y armonizan las relaciones sociales. En el mito —dice Krader— "expresamos también nuestros íntimos sentimientos de miedo y de esperanza, de ansiedad y de confianza" [2003:208].

Obvia decir que las figuras míticas cubren una función política y que las elites dominantes, con mucho éxito, han sido factores importantes en su construcción y utilización a lo largo de la historia, ya que articulan una serie de elementos que son básicos en la correlación de fuerzas políticas y sociales. Cubren además otras muchas funciones, por ejemplo: a) pedagógicas, es decir, sirven para transmitir valores a los niños a través de la educación; b) sociales, ya que tienen la función de ejercer cohesión y dar identidad a un pueblo o grupo humano; c) axiológicas, ya que establecen lo que es bueno y aceptado socialmente; d) existenciales, pues dan sentido a la vida; e) metafísicas, porque dan cuenta de lo que es esencial [Cambell, 1989:65–69].

Por eso, al cubrir todas estas funciones dentro de una sociedad, el mito como relato narrativo

nos atrapa y nos ata a él; tiene el elemento afectivo de lo familiar y lo tradicional al que nos aferramos como a tierra firme en un mundo plagado de peligros e incertidumbres. El mito no sólo es relato, es también ley, y con una fuerza unificadora en la sociedad todavía más poderosa que aquél; el mito tiene un elemento cognoscitivo, tanto en el relato como en la ley; con ello explicamos el proceso que va del caos al orden, a las formas definidas de la luz y la oscuridad, del día que tiene luz y calor, y de la noche que es oscura y fría [Krader, 2003:208].

El mito cívico moderno es mucho más complejo ya que en el mundo occidental contemporáneo, tras la separación de la Iglesia y el Estado, el ejercicio político adquirió reglas y etiquetas basadas en recursos rituales inspirados en los sistemas religiosos con el fin de regir sus manifestaciones públicas [Solange Alberro, 1995:2]. De tal suerte, en el contexto del liberalismo racional de finales del Siglo XIX y principios del XX, la construcción de Juárez como figura mítica fue apuntalada por el discurso cívico, apoyado al mismo tiempo por un discurso literario, pero también histórico y pedagógico. Todo esto, a pesar de la Iglesia y con un importante apoyo de la prensa. En el discurso político, la figura de Juárez se fortalecía en cada crisis del porfiriato, toda vez que se le utilizaba para la unidad y cohesión de la clase política liberal.

La prensa del periodo y los textos de Bulnes y sus refutadores son mis principales fuentes de apoyo para exponer la evolución que tuvo la figura de Juárez a partir de su muerte y de qué manera el héroe se convirtió en mito con los festejos del centenario de su nacimiento después de 1906. Por ello seleccioné básicamente los textos que muestran al Juárez heroico.

La polémica editorial generada por diversos escritores que refutaban la obra que Francisco Bulnes publicó, descalificando al presidente Juárez en 1904, junto con los concursos literarios de los festejos por el centenario de su nacimiento, son piezas fundamentales para comprender cómo se forjó la enorme figura del personaje que quedaría impresa en la memoria colectiva y en el discurso histórico oficial.

El discurso cívico en torno al héroe de la Reforma y la intervención extranjera se construyó principalmente a partir de las ceremonias y festejos de los aniversarios de su nacimiento y muerte, aunque también influyeron una serie de decisiones acordadas por los congresos federal y estatales, tales como declarar a Juárez benemérito de la patria en grado heroico, dar su nombre a calles y plazas en todo el país, construir monumentos en su honor, colocar su retrato en oficinas de gobierno, izar la bandera a media asta en el aniversario de su muerte y colocar su nombre con letras de oro en la sala de sesiones del Congreso de la Unión.

Al mismo tiempo, se elaboraron biografías para niños que cumplieron la misión pedagógica de transmitir valores y utilizar la figura del personaje como ejemplo.

 

El sol se apaga

En el acto cívico del 15 de septiembre de 1867, un amigo preguntó a Juan de Dios I Peza si había visto bien al presidente Juárez. El poeta respondió: "No, porque me ha deslumbrado con su gloria. ¿Quién puede mirar al sol frente a frente?" [Peza, 8 1904:24]. Sirva esta anécdota para sopesar la admiración y veneración que ya se le tenía a Juárez en vida.

No obstante, para esa época Juárez había perdido popularidad principalmente entre los lerdistas y los porfiristas, y su figura se había visto disminuida luego de sus reelecciones en 1867 y 1871. Porfirio Díaz había sido su contrincante en ambas elecciones y encabezó la revuelta de la Noria, acusando al personaje de querer convertirse en dictador. Sin embargo con su muerte en 1872, la figura se revaloró, en medio de cierta polémica de la clase política, ventilada principalmente en la prensa y los congresos federal y estatales.

De cualquier manera, el 18 de julio de 1872, fecha en que murió, se le consideraba un héroe nacional, principalmente por su actuación en la guerra de Reforma y durante la intervención francesa. Basta revisar la prensa para corroborar esta afirmación. Un editorial de El Siglo XIX firmado por Julio Zárate, José María

Vigil, Emilio Velasco, Jesús Castañeda, Agustín R. González y Pedro Landázuri, expresaba el día de su muerte:

La personalidad política del C. Juárez pertenece a partir de hoy más a la historia, cuyo buril inflexible y severo juicio, le asignará el lugar que por derecho le corresponde, siendo incuestionable que su recuerdo vivirá siempre en México por hallarse ligado con dos de las épocas más importantes de la república.

Al mismo tiempo, El Monitor Republicano aprovechaba para descalificar algunas de las críticas contra Juárez, proponiendo dejar a la historia la tarea de juzgarlo:

El presidente Juárez ha pagado a su vez un tributo al error humano: muchas de sus acciones no correspondieron en sus últimos días a sus antecedentes, pero sus faltas no pueden ser juzgadas por sus contemporáneos. Virtudes, crímenes o errores, pesan ya en el platillo de la balanza eterna[...]. La historia vendrá después a decir sobre la vida del hombre que ha muerto bajo el solio de la república [20 de julio de 1872].

El pueblo también expresó su duelo y admiración por el personaje. El Diario Oficial informó sobre la cantidad de personas y organizaciones populares que tan pronto como se dio a conocer la noticia de la muerte del presidente invadieron el palacio para darle el último adiós [El Siglo XIX, 20 de julio de 1872]. Durante el sepelio, el cortejo fúnebre cubría todo el recorrido entre el panteón de San Fernando y la Plaza de la Constitución [El Monitor Republicano, 24 de julio de 1872].

En agosto, las principales logias organizaron en la Ciudad de México una ceremonia fúnebre en honor de Guillermo Tell, nombre que Juárez utilizó en la masonería [El Monitor Republicano, 23 de agosto de 1872].

En todos los estados de la república se efectuaron honores fúnebres. El ayuntamiento de la capital invitó a la población a colaborar con la construcción de un monumento a Juárez. Algunas legislaturas estatales decretaron para sus recintos la inscripción de su nombre en letras de oro, lo declararon benemérito de la patria y ordenaron la construcción de plazas con su nombre ["Decreto del Congreso del Estado de Hidalgo y del Congreso de Querétaro", en El Monitor Republicano, 27 de septiembre y 14 de noviembre de 1872]. El congreso de Oaxaca propuso izar la Bandera Nacional a media asta cada 18 de julio y poner un retrato de don Benito en todas las oficinas gubernamentales.

El presidente interino Sebastián Lerdo de Tejada, al inaugurar las sesiones del Sexto Congreso Constitucional de la Unión, correspondiente al tercer periodo de sesiones ordinarias del año de 1872, aludió así a Juárez:

Innecesario es encomiar el esclarecido mérito del C. Benito Juárez, ni enumerar sus altos servicios. Ellos se hallan registrados en las más ilustres páginas de nuestra historia, y están profundamente grabados en nuestros corazones. Los proclama la nación agradecida, y no dudo que sus dignos representantes acordarán un título de honra perdurable a la memoria del autor de la reforma, y darán a su familia un testimonio de la estimación del pueblo mexicano [Diario de los debates, 16 de septiembre, 1872:5].

Mientras tanto, en el Congreso se hacían evidentes las pugnas entre las facciones juaristas, lerdistas y porfiristas. Los primeros insistían en la necesidad de realizar ceremonias apologéticas a Juárez. Los diputados Alfredo Chavero y Gabriel Mancera expresaron que el propio Juárez había inmortalizado su nombre por su virtud y valor y que a los representantes del país tocaba ahora honrar su memoria "transmitiendo su nombre a la posteridad y señalándolo con monumentos imperecederos, para que sus virtudes sirvan de ejemplo a las generaciones venideras". Además propusieron inscribir el nombre de Juárez en el salón de sesiones del congreso, imprimir un libro con su biografía y construir un monumento en la glorieta central de la calzada de la Reforma, que debía estar terminado para el 18 de julio de 1874 [ibid.].

La controversia también se manifestó en la prensa. Los redactores de El Siglo XIX expresaron que era "necesidad y justicia" honrar a Juárez, pero no estaban de acuerdo en colocar su retrato bajo el dosel, ni en declararlo padre de la patria; la prensa cuestionó las facultades del Congreso para erigir un monumento y para imponer nombres a calles y plazas. Al mismo tiempo, El Monitor Republicano publicaba:

El más suntuoso de los monumentos no puede compararse con una página de la historia [...] sólo la barbarie pagana llevaba monedas de oro a las tumbas [...] no queráis hacer un dogma de la existencia de Juárez: le falta el juicio de la historia. Hoy no es Iturbide lo que en 1821. Equivocáis la honra con la deificación. Cuando las opiniones del partido desaparezcan y quede la frialdad imponente de la historia, es un misterio el fallo que sobrevenga. No hay que apresurarse a declarar el dogma [...] La historia suele matar a los vivos y resucitar a los muertos. ¡Cuidado con las sentencias que se escriben en los bronces de los sepulcros! [21 de septiembre de 1872.]

A pesar de la discusión y el descontento de algunos, el decreto emitido por el Congreso el 18 de abril de 1873 declaró a Benito Juárez benemérito de la patria en grado heroico, y se determinó que su nombre se fijaría con letras de oro en el salón de sesiones del Congreso de la Unión. Además se estableció que cada 21 de marzo se enarbolaría la bandera en edificios públicos y cada 18 de julio se izaría a media hasta en señal de duelo. Asimismo se autorizó la construcción de dos monumentos, uno conmemorativo y otro sepulcral.

 

El debate fortalece al héroe

En los años posteriores sería frecuente el debate en torno a la figura del benemérito de la patria, toda vez que paulatinamente se volvió el símbolo de cohesión entre los liberales, figura que Porfirio Díaz utilizaba muy bien cuando se presentaban diferencias entre la clase política.

Si bien Porfirio Díaz se había convertido en opositor del presidente Juárez en vida, una vez que logró acceder al poder, ilegalmente, por medio de la rebelión de Tuxtepec, necesitó legitimarse y se sirvió para ello de la figura de don Benito.

El espacio de discusión, por excelencia, sobre la figura de Juárez y los principios que representaba era la prensa. Ahí se manifestaban los defensores de los símbolos juaristas. También se hacían oír aquellos que cuestionaban el culto a los principios emanados del triunfo liberal y el endiosamiento a las personas, en clara alusión a la veneración por Juárez. Por ejemplo, el 13 de octubre de 1880 se publicó en La Libertad un artículo que decía:

Que Dios nos perdone, pero se nos antoja que nosotros somos ahora los revolucionarios como ustedes, Sr. Altamirano, lo fueron en 1857. Revolucionarios de poco calibre, es verdad, por cuanto a que ya pasó en México la edad de los semidioses y los héroes; pero revolucionarios al fin, dado que tenemos el atrevimiento de revisar, comentar, modificar, mutilar acaso, ¡que horror! en nombre de ciertos principios que decimos científicos, el venerable, el inconmensurable, el tres veces sagrado, el eterno cuerpo de doctrinas que nació en Ayutla.

El mes de julio de 1887 fue crucial en el desarrollo de este debate y, por ende, en la construcción del mito de Juárez, todo en el contexto de las intenciones de Porfirio Díaz para postularse nuevamente como candidato a la presidencia. Las manifestaciones de inconformidad entre la clase política en contra de esta intención reeleccionista no se hicieron esperar. Con la habilidad que le caracterizaba, Díaz desvió la atención sobre su persona y supo encauzar las protestas en contra de su reelección hacia el clero. Por medio de la prensa manipuló el debate para mostrar que el clero era el gran infractor de las Leyes de Reforma y de los principios liberales, todo para después convocar a la unidad del partido liberal, por encima de los grupos de oposición [Guerrero, 1998]. Acto seguido, el nombre de Don Benito aparece en el discurso oficial. Así, se lograría la unidad en torno a los principios de la doctrina liberal establecidos en la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma.

Más allá de la vocación liberal de Porfirio Díaz, el discurso se orientó hacia el símbolo máximo de los liberales: Benito Juárez. El presidente Díaz sabía cómo convencer a la clase política de que él era el sucesor de los principios juaristas y el único personaje capaz de darles continuidad, obviamente, mediante el orden, la paz y el progreso.

En este contexto, salían los apologistas de Juárez a engrandecer su figura, en contraste con sus detractores, quienes al final se veían opacados por la fuerza del poder político y literario de sus admiradores. De tal suerte que estas polémicas periódicas lograban robustecer a la figura del héroe y acrecentar la descripción de sus méritos: mientras más se le criticaba o descalificaba, más grande se hacía su figura.

Por ejemplo, el 7 de julio de 1887, José Vicente Villada convocó con estas palabras a la prensa liberal a celebrar con un homenaje nacional el aniversario luctuoso de Juárez:

El espíritu de Juárez vive en la conciencia de un gran partido, el partido nacional. Pero los enemigos de la libertad han querido mancillar su nombre, los tartufos impenitentes quieren minar solapadamente su obra, y es necesario reivindicar su memoria como el símbolo de nuestra regeneración social, y estar dispuestos a pelear como pelearon los hombres de 1856 y 1867, los vencedores de la reacción y del Imperio [El Partido Liberal, 7 de julio de 1887].2

En contraposición, el 15 de julio en El Tiempo, Victoriano Agüeros habla, oponiéndose, de la

Mentida grandeza del personaje público, la falsificada gloria que por intereses bajos de banderías y odios de partido se ha querido adscribir a su nombre. Hemos combatido y combatiremos sin tregua esa falaz grandeza, porque es, ha sido y será por muchos años una bandera de errores y de engaños al pueblo mexicano [15 de julio de 1887].

El editor exponía que Juárez había enfrentado al clero para herir a los conservadores y para quitarles sus bienes y dárselos a extranjeros; cuestionaba el patriotismo de Juárez al asegurar que siempre estuvo sujeto a la influencia norteamericana; expresaba además que Juárez no había tenido "ni fuerza ni energía, ni habilidad para dominar las pasiones, ni grandeza de espíritu, ni corazón generoso para perdonar la vida a los que a él se la habían perdonado"; que era un hombre que "no creyó lo que sostuvo a costa de mucha sangre ajena: aconsejaba ser católico y educarse a la juventud católicamente, y murió aparentemente como masón" [ibid.].

El 17 de julio El Partido Liberal respondió contundente a Agüeros:

[Juárez fue] caudillo hasta 1857, filosofo reformador en 1859 y el héroe, el salvador de la patria más tarde. Tal es la figura que los patriotas veneran y los liberales aman. Las glorias por Juárez conquistadas no podrán oscurecerlas el odio y el desprecio de sus enemigos que ahí está la historia para ver más grande a ese hombre [...] no debemos ocuparnos en recriminar a las orugas que se arrastran a los pies del gigante, cuando se consagra un recuerdo de veneración y gratitud a Juárez.

Porfirio Díaz también respondió: ese mismo día Don Victoriano y siete de sus trabajadores fueron aprehendidos por el delito de "ultrajes a la nación", y para evitar problemas durante los festejos luctuosos de Juárez el gobierno cerró por once días las instalaciones del periódico [El Tiempo, 27 de julio de 1887]. Con el camino libre y el grupo liberal cohesionado, los festejos del 18 de julio tuvieron carácter de apoteosis. En su discurso don Porfirio se refirió así al Benemérito de las Américas y a sus contemporáneos:

Yo que conozco la índole de mis compatriotas coetáneos, interpretando sus nobles sentimientos, me permito ofrecer [... ] que hemos de pretender con toda la diligente voluntad de que somos capaces, copiar su esencia en nosotros mismos y reproducirlas por muchos siglos en nuestros hijos. Sí señores, Juárez y sus compañeros coetáneos y precedentes serán nuestros modelos en la vida pública y doméstica y sabremos crear hijos dignos de su linaje, para que sus espíritus puedan contemplar la patria que nos legaron, siempre pacífica y laboriosa [...], [El Siglo XIX, 19 de julio de 1887]

De ahí en adelante, las ceremonias luctuosas de cada año brillarían más que las del natalicio. Al revisar la prensa de años posteriores puede observarse, tanto los 21 de marzo como los 18 de julio, la forma en que se iba fortaleciendo la imagen del héroe, consderado "apóstol de la Reforma, patriarca de la libertad, segundo libertador de México" [El Monitor Republicano, 18 de julio de 1873], "emancipador de la conciencia humana" [El Federalista, 18 de julio de 1874], K "personificación de la causa del pueblo", "cóndor de las sierras de Oaxaca" [El 5 Siglo XIX, 18 de julio de 1876].

He aquí cómo se va perfilando el personaje sobrehumano, con una serie de atributos casi divinos. Ya se pronostica que la imagen del héroe vivirá a través de los siglos y servirá de ejemplo para ser imitado. Otro hito en la construcción de la figura mítica de Juárez fue el año de 1891: finalmente se presentó su estatua en la Secretaría de Hacienda, lugar en que falleció; el presidente Díaz develó el monumento y el secretario de Hacienda, Manuel Dublán, en tono profético señaló:

La estatua que acabáis de descubrir, tiene una altísima y trascendental significación en la vida política de nuestro país. No sólo importa un tributo debido al reformador, sino que este monumento es una prueba más de que la memoria del ilustre repúblico [...] no será relegada al olvido por las generaciones que nos sucedan, pues las grandes ideas que llegó a implantar en nuestras instituciones, constituyen una condición incontrastable del modo de ser político y social de esta nación [Sierra, 1984:53].

Pueden advertirse aquí el firme propósito de concentrar en este personaje el Ser de la nación y la intención de evitar que se le olvide, perpetuando su imagen monumental. Entonces podemos ya decir que en 1891 el culto a Juárez, impulsado básicamente por el Estado, se consolidó y adquirió un carácter nacional.

Este culto se va a seguir nutriendo constantemente, en gran medida por la prensa y por el discurso oficial y, de manera muy importante, se verá reforzado, a nivel nacional, a través de la educación. Desde entonces, la figura de Don Benito simboliza ya la unidad nacional y la independencia [Guerra, 1988:430–431]. En este sentido, se empezó a concebir como la figura fundacional, razón del Ser de esta nación, pues a él se debe la unidad nacional y la segunda independencia.

 

El porfiriato en crisis

Como es sabido, los liberales no formaban un cuerpo monolítico. Más aún, la influencia de la filosofía positivista agudizó, en la década de los ochentas, la brecha entre los liberales de la generación juarista y los políticos e intelectuales más jóvenes, esto sin contar con las pugnas entre las distintas facciones liberales que se habían formado a partir del triunfo de la República.

Al paso de los años estas divisiones se fueron ensanchando, de tal suerte que poco antes de que se empezara a planear la tercera reelección de Díaz en 1892, groso modo podemos identificar a los siguientes grupos:

Uno. Los liberales positivistas o científicos o, como ellos se denominaron, liberales conservadores: grupo conformado por los políticos e intelectuales más jóvenes, encabezados por Justo Sierra. Se les llamaba científicos porque en la Convención Nacional Liberal de 1892, promovieron reformas constitucionales apoyadas en el conocimiento científico [El Siglo XIX, 26 de abril de 1892].

Dos. Liberales radicales o liberales ortodoxos o metafísicos o ultraliberales. La mayor parte de estos liberales eran porfiristas de Tuxtepec o pertenecían a la generación juarista. Casi todos eran intelectuales y políticos sobrevivientes de la Guerra de Reforma y la intervención extranjera.

Tres. Liberales porfiristas. Fieles al presidente Díaz.

Cuatro. Clubes antireelecciónistas, que en 1901 conformarían el Partido Liberal Mexicano. En este grupo destacan Ricardo Flores Magón, José Antonio Rivera y Camilo Arriaga.

En abril de 1892, Porfirio Díaz trató una vez más de conseguir la unión de todos para apoyar su reelección. Se propuso conformar un partido liberal único y surgió entonces la iniciativa de realizar la Convención Nacional Liberal. La posición de la prensa estaba muy dividida, tanto a favor como en contra de la reelección.

En un contexto político con muchas confrontaciones y muy dividido, el 15 de mayo grupos de obreros estudiantes y miembros de los clubes antireeleccionistas salieron a manifestarse a las calles, pronunciaron discursos, recitaron versos y gritaron consignas. Al día siguiente estos grupos inconformes con la reelección recibieron a un grupo de becarios lanzándoles panes para hacer notoria su subordinación al gobierno: a este enfrentamiento se le denominó el motín de los pambazos [El Siglo XIX, 17 de mayo de 1892].

Después de esto, la mayoría de la clase política reafirmaría su convicción de que el país necesitaba ser gobernado por un hombre fuerte [ibid., 29 de mayo de 1982]. Una vez más surgió la figura de Juárez para justificar y lograr la reelección:

Juárez, por sí y ante sí, se prorrogó el Poder Ejecutivo durante la guerra de intervención; y este atentado enorme contra nuestra constitución fue saludable para la conquista de la segunda independencia. La historia ha hecho justicia a Juárez en contra de la constitución, en contra de los principios democráticos, en contra de esa generalización de retirarse del poder, suceda lo que suceda y a determinada hora[...], hay que cuidarse mucho de los principios absolutos [ibid., 28 de abril de 1892].

Con el fin de apaciguar las aguas, una vez reelecto Díaz incorporó a algunos de los liberales científicos a su gobierno. El siguiente año, Sierra llevó al congreso sus propuestas reformistas, mismas que bloqueó el propio presidente. Aún los más duros detractores de Díaz consideraban a Juárez como su líder ideológico y se rendían ante la exaltación de sus atributos. En 1901 los liberales de los clubes antireeleccionistas, que no tenían cabida en el gobierno, organizaron el Primer Congreso Liberal en San Luis Potosí [Bañuelos, 1983:10]; formaron el Partido Liberal Mexicano con base en los principios esenciales del liberalismo con el propósito de retomar los principios de la Leyes de Reforma y la Constitución de 1857. Así se expresaron del benemérito:

Hemos trabajado con la plena seguridad de que el pueblo que deificó a Juárez, veneró a Ocampo y ensangrentó con su heroica sangre el inviolable suelo de nuestra patria, de que ese pueblo está hoy aletargado y de que, educándose y evolucionando pacíficamente llegará a las más altas y luminosas cimas [Flores Magón, 1977:116].

Antonio Díaz Soto y Gama, como portavoz de la Convención Liberal Potosi– g na, habló del significado histórico de quien "dio el golpe de gracia a la opulencia del clero" y mató al imperio en la persona de Maximiliano, de aquel que triunfó "porque supo hacerse superior a las circunstancias", expresó la necesidad de que renaciera el espíritu de Juárez para que "sus manos inexorables purifiquen aplaudirlos", decía, es

maldecir a Juárez; y renegar de Juárez[,] compatriotas, es renegar del progreso. Y como el enemigo cuenta con aliados, y aliados poderosos, y posee inmensos caudales y tiene pendientes de sus labios legiones de fanáticos, y día a día aumenta sus tremendos recursos, ya es tiempo de exclamar con el ministro de Juárez: ahora o nunca las instituciones se salvan [ibid.:136–141].

Así llegó 1903, año preelectoral, con tensiones mucho más profundas entre la clase política. Para entonces, además de cuestionar la reelección, había gran preocupación por la avanzada edad de Don Porfirio. Un grupo de liberales científicos propuso la realización de una segunda Convención Liberal: a pesar de que la propuesta tuvo muchas críticas, fue bien vista por el Partido Liberal, que así lo expuso:

El Partido Liberal se une no porque algún peligro amenace a las instituciones; no porque vaya a defender sus derechos, definitivamente afianzados en nuestras instituciones. El Partido Liberal se une, precisamente para demostrar que bajo estas leyes que él mismo elaboró esa libertad existe[...], también para popularizar el ejercicio del voto y para infiltrar en el pueblo las prácticas democráticas; para demostrar que están resueltos, por todos los medios que la ley les impone en las manos, a impedir que la anarquía vuelva a interrumpir el progreso del país, ni a amenazar la estabilidad de las instituciones que nos rigen [El Imparcial, 19 de junio de 1903].

Al mismo tiempo, reconocidos científicos atacaban, a través de la prensa, las ideas dogmáticas de los liberales ortodoxos, lo cual puede observarse en el discurso de Pablo Macedo ante la Convención Nacional Liberal [ibid., 20 de junio de 1903]. Francisco Bulnes, orador ante la Convención el 21 de junio, leyó un discurso incendiario que daría lugar a la más grave polémica del periodo, y que más tarde culminaría con la consagración definitiva de Juárez en la historia nacional.

 

El polemista Bulnes

En su discurso del 21 de junio de 1903, Bulnes arremetió contra los militares porfiristas y atacó a los jacobinos. Expuso que la reelección era necesaria, que era "un acto nacional indispensable y honroso para el pueblo mexicano". Aunque reconocía el valor de las Leyes de Reforma y los triunfos de los liberales entre 1856 y 1867, expuso que la reelección era necesaria para que Díaz, después de darle al país gloria, paz y riqueza, pudiera darle instituciones, y expresó además que el país "ya no quiere hombres, quiere partidos políticos, quiere instituciones". Asimismo invitaba a "reconocer que el jacobinismo ha sido y será siempre un fracaso". Por lo tanto, en una clara alusión a Juárez, según Bulnes se imponía la revaloración de los héroes liberales [El Imparcial, 22 de junio de 1903]. Todo sin saber que al desatar esta feroz polémica sólo lograría impulsar la consolidación de la figura mítica de Juárez.

Es muy difícil ubicar políticamente a Bulnes, pese a que por generación y por ideología se le debería considerar en el grupo de los científicos. Su personalidad crítica y controvertida lo llevó a identificarse con distintas tendencias del liberalismo mexicano. En la medida en que compartía los postulados del positivismo, se le puede considerar científico aunque pudiera discrepar con el proyecto de nación de este grupo. Apoyaba a Díaz, pero no por simpatía personal, sino por mantener la figura del dictador como una institución. De hecho criticó a Díaz por no haber establecido las condiciones para la sucesión del poder hacia otro hombre fuerte, y no por su incapacidad para llevar al país por el camino de la democracia. Por lo mismo, tampoco se le puede identificar como un liberal ortodoxo, aunque reconoció los méritos de este grupo en la conformación del Estado mexicano. Lo más que se puede, es definirlo como un liberal sui generis, que lo mismo pudo trabajar con Justo Sierra en la Convención Nacional Liberal de 1892, que estar en desacuerdo con él sobre temas tan importantes como la forma de concebir la historia y los problemas nacionales.

Los motivos políticos de Bulnes para desencadenar la polémica en torno a la figura de Juárez son imprecisos. Acerca de los motivos intelectuales, he aquí una explicación de su puño y letra:

La historia no es ni puede ser generosa, sino justiciera; la clemencia le está prohibida; su tarea no es hacer desaparecer a los hombres en el sepulcro sin epitafio, sino desenterrar, investigar, escudriñar, procesar, agobiar, abrumar, remoler a los hombres, tamizarlos entre las mallas de una crítica sin piedad, sin límite, sin vacilaciones, sin más temor que el de no haber descubierto lo bastante para formar la lección que debe servir a los hombres del presente para preparar su porvenir [Bulnes, 1956:869–870].

Luego de la sexta reelección de Díaz, el siempre polemista Bulnes publicó en el mes de agosto de 1904 su libro El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el Imperio, en el que enfatizaba lo que había planteado en su discurso de junio.3 En este libro Francisco Bulnes insiste en sus ataques a los jacobinos a través de la crítica al principal héroe liberal. Sin pretender ser el "perito de la historia", se proponía

establecer una mina en los cimientos de ese edificio monumental de falsedades que el espíritu de partido, de facción, de camarilla, abusando de la ignorancia y la vanidad nacionales, ha levantado y pesa ya mucho sobre nuestras conciencias. Los hombres de buena voluntad y de buena ilustración se encargarán de fallar en definitiva sobre la figura de Juárez, llevando en consideración los fundamentos emanados de una crítica sana, apoyada en hechos y pruebas incontestables [ibid., 1956:870].

El libro está dividido en cinco partes: en el primer apartado, que se refiere al origen de la intervención francesa en México, pone énfasis en las torpezas de Juárez para evitar la intervención extranjera; en los apartados dos y tres, que se refieren a las características diplomáticas y militares de la intervención, nuevamente el chivo expiatorio es Don Benito; el cuatro apartado, que se refiere al periodo imperial de Maximiliano, lo dedica a desacreditar la idea de que Juárez fue el salvador de la patria en este período; el último apartado es una especie de juicio en el que divide a los protagonistas en héroes y villanos.

 

Los refutadores a escena

Los primeros en reaccionar negativamente contra el libro fueron los masones, quienes calificaron a Bulnes de "tránsfuga del partido liberal", y desacreditaban "las apreciaciones erróneas" que no solamente atacaban a Juárez, sino que eran un "insulto contra la nación" [Contra Bulnes, 1905:23]. Y van un poco más lejos: frente a las injurias al "Sol, a la hostia de la libertad" —dicen—, "quien se precie de buen hijo mexicano sentirá hervir la sangre en sus venas, chispear sus ojos, vibrar sus nervios con la fuerza del león de la tribu de Judá" [ibid.].

La siguiente protesta fue de los obreros, que así se expresaban:

Hemos seguido nutriéndonos y nutriendo a nuestros hijos en ese reverente y sincero culto porque tenemos la conciencia de su credo honrado y la persuasión de la valía del Benemérito Juárez y porque ese legado simboliza para nosotros un deber de gratitud. Pero es que también el Gobierno, reconociendo los altos méritos del patricio JUÁREZ, nos enseña en sus decretos y en sus demostraciones oficiales, que ese culto es nacional, que es el cumplimiento de un deber [ibid. :26–29].

Siguieron los estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia. El 29 de agosto de 1904, realizaron una marcha en la que evitaron atacar a Bulnes, sólo porque preferían hacer patente su admiración a Juárez [El Imparcial, 31 de agosto de 1904].

Después reaccionó el Comité Patriótico Liberal, que el 4 de septiembre acordó realizar otra marcha de protesta contra el libro de Bulnes [ibid., 1 de septiembre de 1904].

Por último aparecieron, primero en prensa y luego en folletos y libros, las g refutaciones de la clase intelectual y política perteneciente a los distintos grupos liberales. El primer libro fue de Genaro García (1904); le seguirían en el mismo año los de Victoriano Salado Álvarez, Carlos Pereyra, Francisco G. Cosmes, Fernando Iglesias Calderón, José María Romero, Ignacio Mariscal, Leonardo R. Pardo, Ramón Prida, Adalberto Carriedo, José R. Del Castillo, Gabriel González Mier y Pedro Didapp; en 1905 los de Hilarión Frías y José T. Pérez, y en 1906 para I cerrar el ciclo, el de Justo Sierra.

Todos los autores manifestaron indignación por el trato que Bulnes dio en su libro al presidente Juárez. Sin embargo, la naturaleza de las refutaciones fue variada. Algunos autores cuestionaron todo el libro y otros sólo algunas partes; unos se dejaron llevar por la pasión y el encono, y otros fueron más reflexivos y profundos tanto en sus críticas como en la forma de tratar ellos mismos al personaje tan duramente criticado por Bulnes.

García, Carriedo, Pereyra, Salado, Prida, Iglesias y Frías cuestionaron, además, el método de Bulnes y fueron especialmente críticos de su manejo documental. Escribe Frías:

Si en el curso de su obra aparece Bulnes como un escritor mediano de talla y pésimo estilo literario, buscando y rebuscando datos y documentos para truncarlos y formar con esos fragmentos capítulos de acusación contra el Sr. Juárez, en el final de su libro, ya no es el sociólogo y crítico Bulnes, parece más una vieja comadre de casa de vecindad, espiando la vida íntima del Presidente[...] [1905:6].

La mayoría critica a Bulnes por manejar los documentos según le convenía y por decir verdades parciales. De acuerdo con Salado,

al momento de considerar los conjuntos, los árboles le impiden ver el bosque y empieza a contemplar todo por fracciones, como si su catalejo histórico fuera de esos telescopios minúsculos que necesitan se les varíe la orientación, cada vez que se trata de observar una pulgada de cielo [1904:17].

Justo Sierra no utilizó fuentes ni criticó a Bulnes al respecto; se dijo poco afecto a esas minucias, recurrió a sus recuerdos y escribió: "todo ello se mueve y existe en mi espíritu, impresionado por lo que creo la verdad. Por eso aquí no hay citas, ni notas, ni andamiada de erudición, nada hay" [1956:338]. La reconocida autoridad intelectual de este escritor le permitía tomarse tales atribuciones y concluir simplemente que Bulnes era iconoclasta e irreverente.

Varios autores acusaron a Bulnes de sustentar sus argumentos en suposiciones y hechos que debieron o pudieron haber sido de tal o cual forma; de no ser imparcial y decir, además, verdades a medias. Ignacio Mariscal, de plano, consideró la obra de Bulnes como un "incidente lamentable" Mientras Del Castillo expresó que en aquel momento el libro de Bulnes era "inoportuno e impolítico y apasionado y su fin preconcebido era causar daño y escándalo" [1904:212]. Los § menos abordaron temas como el papel del historiador, la verdad en la Historia y sus fines. Carlos Pereyra expresó que el texto de Bulnes, lejos de ser un libro de historia, era un drama histórico.

Como resultado de esta polémica, puede afirmarse que en medio de la discusión estaba presente el compromiso de dar a la historia un tratamiento científico. El historiador debía ser crítico, objetivo, imparcial, y su interpretación debía ser producto del análisis lógico y del uso de la razón. Lo anterior sin olvidar que nunca antes, ni nunca después, personaje alguno de la historia de México ha sido objeto de tal homenaje literario.

En 1905 Francisco Bulnes contestó con la obra: Juárez y las revoluciones de Ayutla y Reforma. En este libro el polemista se centró en otros dos momentos históricos en los que Juárez fue protagonista, y aprovechó para descalificar las biografías del benemérito, a las que bautizó como "caramelos literarios". Su único deseo, según lo expresa en el libro, era que "la nación silbe a todos los infalibles y proclame como base de su progreso moral e intelectual la libertad de la crítica implacable" [Bulnes, 1905:5–6].

El 26 de octubre de 1905, el diario El Tiempo da cuenta de la indiferencia con que fue tratada esta segunda obra por los refutadores, que antes habían respondido tan apasionadamente a su primer libro: "Ya no gritan los jacobinos como gritaron el año pasado, al leer o al ver El Verdadero Juárez, hoy han formado la conspiración del silencio [...], pero no porque callen dejará esa obra de producir todos sus resultados."

La verdad es que no se le prestó tanta atención a este libro de Bulnes porque no era necesario. La abrumadora reacción de los refutadores al primer libro fue tan extensa y tan vehemente que no hacía falta decir más. Sin embargo, estaba por salir la tan anunciada obra de don Justo Sierra, quien era la máxima autoridad para los científicos. El libro titulado Juárez: su obra y su tiempo empezó a publicarse a finales de 1905 y se terminaría en 1906 como parte de las actividades conmemorativas del centenario del nacimiento de don Benito. Este texto es considerado, hasta el día de hoy, como uno de los más importantes sobre la figura de Benito Juárez.

Sierra deja ver su preocupación por la debilidad del régimen de Díaz y, por lo tanto, del estatus de paz y progreso, así que hace un llamado a la unidad en torno a los grandes héroes nacionales y descalifica cualquier crítica contra Juárez, a quien le hablaba así:

Periódicamente se levanta al margen de tu memoria la voz airada de la detracción y del odio, en nombre de la patria, en nombre de la historia. Es inútil[...]. Todos estamos contigo; el día que el pacificador, el gran adversario de tus postreros días de lucha, llevó reverente a tu mausoleo la corona del recuerdo nacional, todo lo pasado quedó en la sombra y surgió definitivamente al sol tu ideal y tu gloria. Todavía será turbada la paz de reposo augusto, que ganaste bien, perenne batallador; pero no podrá nadie arrancar tu nombre del alma del pueblo, ni remover tus huesos en tu sepulcro: para llegar a ellos será necesario hacer pedazos la sagrada bandera de la República, que te envuelve y te guarda[...] [1905:565].

Con esto se cierra el ciclo de los refutadores de Bulnes. La clase política e intelectual del porfiriato dicta su veredicto final a favor de Juárez, quien está punto de consolidarse ya como un mito, cargado de atributos sagrados.

 

Festejos del centenario

En 1903 se conformó la comisión encargada de los festejos del centenario del natalicio de Benito Juárez. Las propuestas para las celebraciones fueron innumerables. He aquí algunas de las más importantes: a) que en cada población del país una calle o plaza llevara el nombre de Juárez [El Imparcial, 22 de octubre de 1905]; b) que se colocaran retratos de Juárez en todas las escuelas primarias oficiales el día del centenario;4 y c) que todos los ferrocarriles y los tranvías llevaran retratos de Don Benito en el frente. Además la comisión emitió una convocatoria para la elaboración de textos sobre Juárez, en tres categorías: poesía, biografía y ensayo sociológico.

Al mismo tiempo el gobierno porfirista impulsó con mucho ahínco distintos eventos para promover la figura de Juárez en toda la república. Muestra de ello fueron las esculturas del benemérito que se colocaron en distintos estados del país durante 1906, y el principio de la construcción del Hemiciclo a Juárez, que pudo inaugurarse hasta 1910. Por otra parte, el secretario de Instrucción Pública, Justo Sierra, convocó a los profesores a participar en un concurso especial de biografías para niños.

Todo esto, ante las miradas inconformes de quienes se oponían al culto juarista y que no dejaban de manifestar su malestar. El 11 de noviembre de 1905, en medio del revuelo del centenario, El Tiempo publicó un artículo descalificando los excesos para tal festejo, sin imaginar la trascendencia que tendría el personaje:

Por fortuna, será la única vez que se celebre esa fiesta, pues en el año 2006, que ya no quedará ni semilla de los jacobinos y que se habrá escrito la verdadera historia, nadie se acordará del partido ni de su prohombre, y todas las rencillas que aún hoy dividen a los mexicanos se habrán olvidado enteramente.

Los festejos duraron varios días. Al alba del 21 de marzo de 1906, se advirtió la llegada del gran día con salvas y repiques de campanas. Más tarde el Presidente encabezó un desfile rumbo al panteón de San Fernando: don Porfirio depositó una ofrenda floral en la tumba del benemérito. Posteriormente se colocaron lápidas conmemorativas en la casa de la calle de Moneda y en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional; Rafael de Zayas, vencedor del concurso en los géneros de poesía y biografía, declamó la poesía triunfadora. Luego el presidente entregó los premios a los ganadores del concurso literario: De Zayas y Ricardo García Granados, quien obtuvo el premio en la categoría de ensayo sociológico.

Por la noche, Victoriano Salado, secretario de la comisión, en el informe que leyó en el Teatro Abreu, dijo:

Juárez recibe, en el Centenario de su natalicio, la prueba más palpable de que su figura ha entrado en la historia como años hace entró su espíritu en la inmortalidad. Juárez resistió a la calumnia, resistió a la crítica fría y documentada, resistió a la diatriba con pretensiones de historia, resistió al odio póstumo y ahora —lo estamos mirando— resiste al tiempo, que es el gran reactivo de la fama humana [Salado, 1906:1].

Para continuar con los festejos, al día siguiente el Presidente Díaz plantó un árbol en la calzada de la Reforma, al que posteriormente se le colocaría una verja y una lápida ofrecida por la Fundición Artística Mexicana.

Los últimos actos se efectuaron en todas las escuelas primarias públicas del país. En todas se leyó la biografía para niños ganadora del concurso entre los profesores. Se colocaron en los salones retratos del benemérito y se cantó el himno patriótico de Tello.

 

¿Quién puede mirar al sol de frente?

Las biografías que se escribieron para el centenario son fundamentales para comprender la consolidación del culto al personaje. Su propósito didáctico no buscaba la comprobación histórica, por lo mismo su carácter es más emotivo que científico y por ello su impacto en la memoria colectiva es contundente. Estas biografías muestran a Juárez como un héroe inmaculado que superó todos los obstáculos y supo unir su destino al destino liberal de la nación. Para sus biógrafos, es a partir de la figura de Juárez que se conforma la nación y, a la vez, es el propio personaje quien la encarna.

Por ejemplo Leonardo S. Viramontes afirmó:

Juárez, como revolucionario, es una personalidad casi única en la Historia. Más grande que Mirabeau, porque unió la acción a la palabra; más grande que Danton, porque no lleva en sus puras manos ni una sola gota de sangre; más grande que Jorge Washington, porque lejos de aceptar la esclavitud, arrancó a la conciencia sus cadenas[...]. La Reforma sola basta para hacerlo inmortal [Viramontes, 1906:167–168].

[...]Juárez fue hombre de destino extraordinario. Apareció para marcar con su nombre la evolución de un pueblo; para ser la cifra, la síntesis, el heraldo de una nueva época histórica. Por eso fue tan amado y tan aborrecido: bandera de los hombres que comenzaban; bandera del progreso, de los débiles, de los oprimidos, de los libres, de los pobres; y látigo inflexible, azote eterno de los viejos ídolos, de los corrompidos, de los privilegiados y de los tiranos [ibid.:258].

Adalberto Carriedo, por su parte, afirmaba que Juárez representaba la síntesis de todos los héroes y de todos los anhelos, que a él se debía la consolidación de la libertad de nuestra nación. "Por eso y a pesar de los errores que como hombre falible pudo tener" —decía— "es y será el héroe genuinamente nacional; el hombre de la Patria y no de un partido, la representación de[l] México en que nacimos y nacieron nuestros padres" [Carriedo, 1906:66].

Se utilizaba en exceso aquella imagen idealizada que construyó Anastasio Zerecero, su primer biógrafo; esa imagen quedaría impregnada en el imaginario popular para siempre. Como muestra está lo escrito por Bernardo Reyes:

Juárez, no lo olvides, era el niño huérfano y desvalido que a fuerza de empeño, con voluntad inquebrantable se instruyó, se elevó y ocupó al ser hombre los más altos puestos, salvó las instituciones, decretó la Reforma, triunfó contra la invasión, derrocó el Imperio y dejó respetada, libre e independiente a la Patria mexicana [Reyes, 1906:15].

"¿Cómo negar la excelsitud de la inmortalidad a Benito Juárez" —se pregunta Rafael de Zayas, el ganador del concurso general de biografía—, "quien no fue crucificado porque no fue vencido, sino que venció al invasor y salvó a la patria, libró de esclavitud a su raza y redimió a sus conciudadanos?" [1972:45].

En torno a estas biografías se creó la imagen de Juárez que se trasmitiría de generación en generación a través de la educación.

 

Juárez en el Olimpo

Como bien expone Federico Navarrete, si la figura del héroe se define "y se transforma a través de las narraciones de su vida cuando éste todavía vive, después de su muerte, el proceso se acentúa. La heroificación póstuma es, en efecto, una de las formas más frecuentes de constitución de las figuras heroicas" [2000:12].

En el caso de Juárez esto es muy claro, sobre todo porque su muerte llegó en un momento muy oportuno, cuando su fama empezaba a declinar y —debido a sus reelecciones— estaba siendo muy cuestionado sobre todo por Porfirio Díaz.

Como expresó Sartre, "Morir no basta: hay que morir a tiempo" [2000:15]. Al morir a tiempo, Juárez pudo ser glorificado y su figura heroica fue impulsada por uno de sus principales detractores: Porfirio Díaz.

No cabe duda de que la consagración del héroe se debió fundamentalmente a sus biógrafos, pero como puede observarse en lo que aquí se expone, los constantes debates en torno a la figura de Juárez durante el régimen porfirista lo fueron perfilando claramente como una figura mítica, cargada de atributos sobrenaturales, y generaron la imagen de un ser que sólo y por sí mismo había creado, salvado y consolidado a la nación. Así, más allá de haber funcionado como símbolo para cohesionar a los liberales, la figura de Juárez trascendió las fronteras del porfiriato. Tras el culto casi religioso a este personaje, se estableció una identificación entre Juárez y la conformación de la patria y su liberación del yugo extranjero.

Como corolario de este proceso, podemos ubicar la polémica que desencadenó la obra de Francisco Bulnes, por un lado, y por el otro los festejos del centenario de su natalicio. Fueron éstas las últimas piezas del rompecabezas en la consolidación de la construcción de Juárez como mito.

Apoyo la anterior afirmación en el hecho de que en este contexto se logró pasar del simple intercambio de adjetivos a la acuciosa investigación e interpretación histórica basada en documentos. Ello le imprimió al debate un carácter formal e ilustrado, al mismo tiempo que ubicó al personaje en otro nivel, ya que con esto, la figura de Juárez trasciende a la memoria colectiva y pasa a ocupar un lugar, como relato científico, en la Historia.

Es en torno a esta figura que empezaron a cuestionarse temas como el de la verdad en la Historia, el de la ética en el uso de las fuentes y el del manejo documental que sustenta argumentos.

Si bien la fortaleza del mito no radica en su construcción histórica, el carácter científico del debate literario en torno a Juárez le puso candados a la figura mítica, es decir, una vez que se consolidó el mito, el discurso histórico construido en los textos de los refutadores sirvió para apuntalar y proteger el estatus de la figura en cuestión. Entonces el Juárez–mito dejó de ser sólo un relato y se volvió ley. Con toda la narrativa y la carga afectiva que se construyó en torno a él, se convirtió en la fuerza unificadora de la sociedad mexicana.

La Reforma y el triunfo sobre la intervención extranjera son hechos fundadores de la nación. Juárez logró vencer a los invasores extranjeros, al clero, a los conservadores que se oponían a la Constitución de 1857 y a quienes habían traído a un emperador austriaco; fue sin duda un estadista brillante de inquebrantable voluntad. No obstante, no consiguió todo esto por sí sólo, pues el benemérito contó con una generación de intelectuales, políticos y militares muy destacados que lo apoyaron política, militar e intelectualmente en el logro de tales objetivos. Además, los eventos en los que participó son parte de procesos de más larga duración, en los que actuaron muchos más personajes en un ambiente político muy complejo y contradictorio.

No obstante, en el terreno del mito Juárez es la figura fundacional de la nación mexicana. Tras los festejos del centenario, el personaje se deshumaniza para transformarse en un símbolo inmaculado. Se convierte en el icono ejemplar para mostrar a los niños los valores patrios y morales, sirve además para enseñarles lo que pueden llegar a ser si imitan la vida de aquel niño huérfano y desvalido. En adelante será factor de cohesión social "bajo cuya sombra se ampara todo el pueblo de México" [Viramontes, 1906:167].

Se consolidó como mecanismo de identidad política, pues en él se representaban los valores liberales fundamentales de la república, que los propios gobiernos revolucionarios del siglo XX respetarían y utilizarían posteriormente. Se trata de un mito cívico que está ligado indiscutiblemente a la construcción de la identidad y los valores nacionales. En el proceso de apropiación social de esta figura, la memoria colectiva y la correlación de fuerzas políticas le van dando forma y sentido a la figura mítica que, una vez consolidada con el discurso histórico, será indestructible.

Ya convertido el hombre en mito, Juárez representa todos los principios y virtudes de mayor reconocimiento y aceptación social, aquello que la mayoría de las personas quisieran ser. Como símbolo, puede decirse que se convierte en la esencia de la patria. De esta manera cumple con funciones de carácter social, político, pedagógico, axiológico, existencial y metafísico, en el sentido que plantea Cambell [1989:65–69].

En conclusión, el homenaje literario y monumental rendido a don Benito, aunado al manejo político y mediático del personaje durante los 35 años posteriores a su muerte, todo junto, dio lugar a la construcción de una figura mítica que se remite a un suceso fundacional, y así este mito, como expresa Eliade, "cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos" [2000:16].

 

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Notas

1 El presente trabajo es parte de un esfuerzo mucho más amplio que no se ha concluido. Algunos de los materiales aquí expuestos fueron localizados y discutidos en el Seminario de Historiografía Mexicana dirigido por la Doctora Gloria Villegas Moreno.

2 Charles A. Hale comenta al respecto que dentro de la política de conciliación del gobierno de Díaz fue financiado El Partido Liberal, "consagrado a la fusión de los liberales" [1991:25].

3 La casa editora de la viuda de Charles Bouret imprimió la obra ese año en París.

4 Incluso días antes de la gran ceremonia, el gobierno del D.F. regalaría a todas sus municipalidades el retrato de Juárez que debían colocar en los palacios municipales.

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