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Estudios políticos (México)

versión impresa ISSN 0185-1616

Estud. polít. (Méx.)  no.22 Ciudad de México ene./abr. 2011

 

Teoría

 

Las desventajas de la desorganización. La Ciencia Política mexicana en su encrucijada

 

Godofredo Vidal de la Rosa*

 

* Profesor–Investigador del Departamento de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana–Azcapotzalco.

 

Resumen

El artículo expone que la ciencia política mexicana se encuentra en una encrucijada. Para el autor, la falta de sustento institucional que le dé cobijo a sus practicantes repercute en el aislamiento y la falta de madurez teórica y metodológica. A lo largo del texto se exponen algunos de los elementos que considera importantes tales como: la ausencia de reflexión sobre su estado actual como disciplina, la ausencia de debates internos que aborden sus logros y limitaciones, sus nuevas problemáticas y su situación en el contexto de la ciencia política en el mundo.

Palabras clave: Ciencia política mexicana, organización, profesionalización, metodología, crisis.

 

Abstract

The article exposes that Mexican political science is at its crossroads. For the author the lack of a institutional support that gives shelter to their practitioners impact on the isolation and lack of methodological and theoretical maturity. Throughout the text are some of the elements considered important as: the lack of reflection on its current status as a discipline, the absence of internal debates that address their achievements and limitations, their new problems and their situation in the context of modern political science.

Keywords: Mexican Political Science, organization, professionalization, methodology.

 

La Ciencia Política mexicana está en crisis. Esta tiene dos aspectos. El primero es la ausencia de reflexión sobre su estado actual como disciplina, y el segundo, es la ausencia de debates internos que aborden sus logros y limitaciones, sus nuevas problemáticas y su situación en el contexto de la Ciencia Política en el mundo. La cuestión es que la ciencia política mexicana padece una condición de desorganización interna, lo cual contrasta notoriamente con las pautas mundiales, donde la creación de asociaciones locales y nacionales converge en una asociación nacional. Las asociaciones nacionales han sido, en el último siglo de desarrollo disciplinario, instrumentos fundamentales para agrupar temas, organizar líneas de discusión, articular enfoques teóricos y en general, discutir y debatir el estado de la disciplina. Contrariamente, está en auge la profesión de la Ciencia Política.

 

Profesionalización

En México existe una larga tradición y una lista creciente de estudios y estudiosos que han conducido a la profesionalización de la disciplina. Es verdad que el mundo académico ha sido siempre entusiasta con las modas, sobre todo francesas y alemanas en la Teoría social. Así que la Ciencia Social y política en México ha oscilado entre la Gran Teoría y las teorías de mediano rango. Las primeras tienen su propia historia en la forma en que se han asimilado al medio académico, empezando, en nuestra era contemporánea, por el marxismo, para saltar a la teoría crítica y por último a las versiones algo bizarras de posmodernismo. La variante interpretacionista de esta variante se explica probablemente porque no requiere pasar por las pruebas de contrastación, prueba y confirmación metodológicas que la teorías de mediano rango requieren. Sin embargo, éstas han estado presentes en la disciplina mexicana; de hecho, la ciencia social y política mexicana encuentra en esta forma de trabajo a sus mejores exponentes.

Simultáneo a este florecimiento, empieza un proceso continuado de la profesionalización. Este paso es natural a la creación de numerosas universidades regionales, con financiamiento estatal y a que éste es regulado por el gobierno federal en función del número de egresados, y el número de profesores con estudios de posgrados. Jacqueline Peschard, de larga trayectoria en organismos gubernamentales, ve la definición del perfil del politólogo "en función de un mercado de trabajo que había que ensanchar para reafirmar el conocimiento en ciencia política en la búsqueda de solución a los problemas nacionales" (citado por Torres Mejía, 1990: 155). El "mercado de trabajo" es por supuesto, la nómina gubernamental, impulsada por los acontecimientos políticos de los años ochenta. La Ciencia Política y la Sociología Política —que en México no han establecido sus fronteras aún— fueron fertilizadas por los cambios en el régimen de una manera ambigua, en el sentido de que con frecuencia las investigaciones surgieron derivadas de la "demanda" gubernamental, y por supuesto el mercado gubernamental. Las iniciativas gubernamentales en los años setenta para generar una "apertura democrática" favoreció la presencia del llamado euro–marxismo en las escuelas de educación superior públicas y promovió nuevas instituciones académicas, como el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el cual contribuyeron a crear algunos distinguidos profesores chilenos que huían de la dictadura en su propio país. El marxismo era todavía el gran dogma de muchos, con el defecto que veía la política como una excrescencia de problemas de fondo —estructurales. Costó trabajo establecer una agenda en la cual la política y el Estado debían ser estudiados como fenómenos sociales, y más precisamente, políticos, con identidad propia. Junto a esta dificultad, coincide el arribo impetuoso de la Ciencia Política estadounidense y la mexicanología. Como Juan Molinar Horcasitas (1993), alto funcionario federal y político profesional de larga trayectoria, observó cuando se dedicaba a la investigación, se distinguieron escuelas de pensamiento del análisis político. La escuela estadounidense a que se refiere es la llamada behaviorista y en particular los enfoques convencionales sobre la modernización establecidos en la academia estadounidense (Vidal, 2006). Los estudios estadounidenses tuvieron una enorme influencia en el desarrollo de formas no marxistas de leer la política mexicana. Impulsados por la Guerra Fría, los estudios de área estadounidenses dieron lugar a una rama de mexicanologos (Meyer y Camacho, 1977), donde los trabajos pioneros de Brandenburg, seguidos por los de Roger Hansen —quizás el más influyente en los años setenta al introducir nociones convencionales como desarrollo político y sistema político no muy comunes en la literatura nativa. Ya en los ochenta y noventa, mexicanólogos como Wayne Cornelius de UCLA–La Joya y Roderic Ai Camp, entonces en Tulane University —que destaca por su impresionante archivo biográfico de políticos —civiles, militares y religiosos— nacionales,1 Jorge Domínguez y Peter Smith fueron los primeros en estudiar los "laberintos" de la cultura burocrática de la clase política mexicana. Conforme avanzaron los eventos, prosperó la mexicanología y una lectura a los textos que menciona Domínguez (2004) muestra a un amplio grupo de investigadores estadounidenses estudiando a México y en su reporte éstos predominan sobre los estudiosos mexicanos.

La escuela estadounidense está bien asentada en México,2 y Molinar Horcasitas (1993), como Torres Mejía (1993) ofrecen un panorama bastante completo. En las tres décadas precedentes, la actividad profesional se ha intensificado estimulada por lo que de manera genérica puede llamarse la "transición" del régimen de partido único hasta el actual estadio tripartidista (Vidal, 2007). El profesor Adrián Acosta Silva, de la Universidad de Guadalajara, encuentra que los temas se ajustan a la agenda convencional de tres etapas en el estudio de las transiciones (Acosta Silva, 2009; Vidal, 2006) elaborada por politólogos estadounidenses: crisis del régimen autoritario, democratización y consolidación. Como observó Soledad Loaeza (2005), hubo un auge de la profesionalización, acompañado de la aparición de las publicaciones y del prestigio de hacer análisis político. La profesionalización avanzó y actualmente existen decenas de programas de Sociología y/o Ciencia Política a nivel Licenciatura y Posgrado

La profesionalización ha sido impulsada por el gobierno federal y los gobiernos estatales (Hamui Sutton, 2005; Grediaga, 2007) con fondos reducidos pero no desdeñables. El CONACYT creó algunos fondos para investigaciones sociales, y aunque los proyectos de análisis político están en inferioridad no es imposible acceder a recursos básicos para emprender investigaciones originales. Se creo el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) que ofrece bonos mensuales por períodos trianuales, de entre 600 a 1,000 dólares.3 Tener un título de Doctor es esencial para obtener estos apoyos y CONACYT ofrece becas trianuales de 600 dólares mensuales a estudiantes de doctorado en Ciencias Sociales y políticas en México, y equivalentes para estudios en el extranjero. Con algunas universidades estadounidenses y europeas existen convenios para que estudiantes mexicanos accedan a ellas como becarios. Por ejemplo, existe un programa llamado Fondo México firmado con la Universidad de Harvard para diversas disciplinas pero donde hacen maestrías muchos políticos en ascenso. Sin embargo, somos profesionales completamente desorganizados.

 

Las desventajas de la desorganización

La situación de la Ciencia Política mexicana es anómala cuando es comparada con la gran mayoría de países de desarrollo medio. Ya no digamos los Estados Unidos, donde la American Political Science Association (APSA) se fundó en 1903, y antes de esa fecha ya había asociaciones regionales. O en Europa Occidental, donde en Alemania o Inglaterra e Italia la profesionalización avanza sólo interrumpida por las dos grandes guerras mundiales. Como se sabe, apenas terminó la Segunda Guerra Mundial, la Ciencia Política europea, bajo los auspicios de la UNESCO y la APSA estadounidense, resurgió tanto como actividad organizada nacionalmente como las redes internacionales. La Internacional Political Science Association (IPSA), que aglutina a cincuenta asociaciones nacionales de Ciencia Política y a más de 3,000 miembros individuales. IPSA es el resultado más perdurable de este esfuerzo, encabezado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por su acrónimo en inglés) al final de la Segunda Guerra Mundial, que permitió el resurgimiento de la Ciencia Política europea. Y que aunque aún no logra agrupar una verdadera federación mundial, tiene un alcance considerable y pronto podría cambiar la primera palabra de su acrónimo por World Political Science Association (WPSA en vez de IPSA); hay que mencionar que ahora existen muchas asociaciones nacionales y transnacionales de Ciencia Política de enorme prestigio como la European Consortium of Political Research (ECPR), que funciona como federación que agrupa más de cuarenta asociaciones nacionales y miles de asociados individuales.

Afortunadamente existe una suficiente literatura que ha explorado el desarrollo de la Ciencia Política en relación a los contextos políticos generales. El asunto no es si es posible la Ciencia Política en regímenes no democráticos. La Ciencia Política ha florecido en ámbitos autoritarios como Italia o Alemania de principios del siglo XX. En los países emergentes, las Ciencias Sociales están organizadas en casi todas partes, y destaca el auge de la Ciencia Política en países como Rusia e India. Aunque la Asociación China de Ciencia Política está inactiva —probablemente debido a que IPSA reconoce a la Asociación taiwanesa—, existe una asociación china de Sociología, la cual organizó hace cinco años un Congreso Mundial del Institute of Social Sciences (ISA), otra gran organización que agrupa redes internacionales, y países pequeños como Armenia, Georgia o Costa Rica poseen instituciones nacionales que agrupan a los profesionales.

En América Latina la historia es bien conocida. Tenemos, una tradición de respeto a la Ciencia Social. La creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) bajo los auspicios de la UNESCO, fue importante en los años sesenta. Hubo una vez donde en América Latina se produjeron proyectos teóricos importantes, como la Teoría de la dependencia, que influyeron en todo el orbe. Después de la oscuridad de los gobiernos militares y aun estando éstos en el poder, las asociaciones nacionales de Sociología y Ciencia Política, empezaron a reorganizarse y actualmente muestran una actividad notable. Brasil, Argentina, Chile, y Colombia encabezan estas iniciativas, y seguramente pronto podremos hablar de una verdadera Federación Latinoamericana de Ciencia Política, incluso sobre las bases de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP)4 (Altman 2006a y 2006b).

En América Latina el panorama es alentador, a pesar de las grandes deficiencias materiales e intelectuales aún existentes. El interés por ir más allá de la profesionalización se puede ver en Brasil, Argentina, desde luego Chile5 y hasta tal vez veamos en menos de una generación a una Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) menos profética y más científica, capaz de competir y colaborar en pie de igualdad institucional, en prestigio con la Latin American Studies Association (LASA) que agrupa a la mayoría de los estudiosos de América Latina en Estados Unidos y a muchos latinoamericanos y europeos.

Pero existe la idea de que el problema central, la autonomía disciplinaria, depende más del grado en que el ethos científico está arraigado en las comunidades profesionales que en el tipo de régimen. Este, sin embargo, es importante en la medida en que permite la asociación voluntaria de las profesiones y su ordenamiento autónomo, y en el grado en que tolera la producción de Ciencia Social. La idea —debida a Samuel Huntington— (1987:7) de que "la Ciencia Política es fuerte cuando la democracia es fuerte y débil cuando la democracia es débil", es atractiva pero vaga. La autonomía disciplinaria no depende exclusivamente del tipo de régimen, como lo demuestra el trabajo de Max Weber en el Primer Reich, o Gaetano Mosca en la Italia pre–fascista, y es una cuestión que no tiene respuestas fáciles (Easton, Gunnell y Graziano, 1991: pp. 5ss; Easton, Gunnell y Stein, 1995). La respuesta más obvia que se me ocurre en la disposición de las "comunidades epistémicas" para asociarse con relativa autonomía de las presiones políticas y económicas, poniendo por encima un código de ética científica compartido. Pero las causas por las que un grupo de practicantes de una disciplina científica decide asociarse para ejercer su profesión con autonomía de las presiones políticas son complejas. Una respuesta es que actuamos racionalmente. Conviene asociarse y cultivar la autonomía disciplinaria a fin de mantener cierto grado de libertad de expresión y fuerza de presión colectiva. Pero es precisamente esto lo que no se ha logrado en México. Superar el problema del free rider, encarnado en el carrerismo profesional en la Ciencia Política no se ha logrado en México y en cierto sentido hay retrocesos francos y una persistente fragmentación organizativa e intelectual. Un caso dramático es la desaparición de la Asociación Mexicana de Sociología fundada por Lucio Mendieta y Núñez,6 o la falta de continuidad del Congreso de Ciencia Política de 1996 (Merino, 1999).

Además de esta razón práctica, que da a las comunidades profesionales la consistencia gremial para influir colectivamente en las políticas públicas, está otra ventaja, menos visible y hasta irrelevante para muchos, que es la de sentar las bases organizativas para los debates científicos. Esto es lo que comúnmente, desde Max Weber, se conoce como "vocación científica". Sin debate e intercambio de ideas no hay avance del conocimiento sólido. Sin la fuerza de la organización es básicamente imposible intentar crear líneas temáticas teóricas, metodológicas y temáticas propias y, en suma, es imposible disciplinar la disciplina. Como mencionan Easton y sus colegas (1991; 1995), existen muchas claves para explicar la ruta de la autonomía institucional o la del clientelismo profesional y la fragmentación institucional.

La capacidad de los gobiernos para cooptar a los académicos, su predisposición a transformarse en investigadores que anteponen la autonomía disciplinaria a sus carreras políticas, la ausencia de oportunidades de logro profesional académico, la creencia en que el intelectual orgánico (de procedencia izquierdista) o eminencia gris del político poderoso realmente puede cambiar las cosas, o la simple miopía o desprecio por la vocación científica, son todas explicaciones válidas.

 

¿Profesionalización vs. Institucionalización Disciplinaria?

La profesionalización no significa maduración disciplinaria, y ni siquiera conduce a ella. Quizás ésta sea la falacia básica detrás de la situación mexicana. Para aclarar el punto, primero mencionare las ventajas naturales de la organización disciplinaria, en segundo lugar los patrones de su emergencia, y en tercer lugar, trataré de responder no al por qué las asociaciones científicas son benéficas, lo cual trataré de mostrar, sino el por qué a pesar de este conocimiento en México no existen. La profesionalización también se identifica con su aspecto más visible, la credencialización de la ciencia, que ha sido inervada en muchas partes, incluyendo, por supuesto, Estados Unidos En todo el mundo, a profesionalización ha sido inducida por las políticas públicas gubernamentales destinadas a la educación superior. México no es una excepción. La diferencia es que paradójicamente el Estado promueve la profesionalización pero da mínima prioridad al desarrollo de la ciencia.7 Esto es peculiar y en las Ciencias Sociales podría estar generando un efecto perverso de aislamiento institucional de la disciplina. Algunos comentaristas empiezan a sospechar que son los programas de inducción de las profesiones las que producen la fragmentación de las comunidades epistémicas en las Ciencias Sociales en México (Aguilar Rivera, 2009). El profesor Aguilar describe dos mecanismos de la desorganización disciplinaria: archipiélagos para describir incomunicación institucional de trabajos académicos, y ausencia de núcleos metodológicos, que es un resultado natural de la ausencia de debates. Más lejos todavía, el antropólogo político Roger Bartra ha apuntado la existencia de cacicazgos académicos que se arraigan en el medio académico, impidiendo no sólo la circulación de ideas y el debate, sino frenando la posibilidad de estudios actualizados (Bartra, 2007).

Sin embargo, lentamente surgen programas académicos de Ciencia Política en instituciones como el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la Universidad de Guadalajara (UdG), en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) y recientemente en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). A pesar de estos esfuerzos, la fragmentación de los mismos es todavía la norma. No existen redes establecidas e institucionalizadas capaces de abrir su trabajo al debate académico (público) de investigadores ni Congresos regulares a nivel local o nacional. La profesionalización probablemente este impulsando el carrerismo antes que una estructura institucional adecuada al desarrollo de la disciplina. El carrerismo no es infrecuente, sobre todo porque es estimulado por las mismas Universidades. No se premia la calidad del trabajo —ya que raramente existen debates sobre los meritos o defectos de una obra— sino la cantidad. Y esta cantidad también es alterada por el hecho de que se cuenta como producción académica a las actividades burocráticas y a las tareas de asesorías generalmente en forma de reportes de distribución interna. Ser asesor del Instituto Federal Electoral (IFE) o del Instituto Federal de acceso a la Información (IFAI) o de algún partido político es un logro en prestigio y remuneración monetaria. La habilidad para promoverse en medio de la maraña de la política académica, que a secas el profesor Aguilar llama "mañas", es un recurso frecuente en el éxito profesional (Aguilar, 2008).

La Ciencia Política mexicana va a la zaga de las investigaciones estadounidenses. Por ello son éstas las que marcan la pauta. Como mencioné, en los noventa hubo una verdadera ebullición de mexicanología, disparada por la forma del Tratado de Libre Comercio. Estudios importantes sobre clientelismo y marginación urbana, actitudes cívicas, comparación actitudinal entre orientaciones cívicas estadounidenses y mexicanas, el ascenso de los multipartidismos, los nuevos enclaves políticos estatales son temas comunes.8 Poco en cambio se hace para estudiar los procesos de captura de las instituciones estatales por poderosas corporaciones capitalistas y sindicales, a pesar de que sus actividades —y escándalos— ocupan las principales páginas de la prensa cada día. Aunque desde hace tiempo existe un buen número de estudios sobre empresarios y sindicatos, parece eclipsado por la agenda de la transición democrática, dominada por los estudios sobre elecciones y partidos políticos y cultura política (Loaeza, 2005).

 

Ejemplos de reacción a estímulos burocráticos

Mauricio Merino menciona que en 1996, a un año de creado el IFE como organismo autónomo, se efectuó un Congreso nacional y menciona que participaron representantes de "la mayor parte de las Universidades donde se estudiaba e investigaba esta materia" (Merino, 1999:14) y auspicios de un Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública.9 El autor menciona una serie de memorias, que son ilocalizables aun recurriendo a expertos bibliotecarios. El mencionado Colegio todavía existe y firma convenios con la Cámara de Diputados. Pero para fines prácticos no tiene ninguna presencia en la investigación que se hace en las Universidades. Por esas fechas, a iniciativa de Porfirio Muñoz Ledo, viejo político de centroizquierda, se propuso una serie de discusiones para diseñar la Reforma del Estado. Los resultados quedaron olvidados en los archivos de la UNAM. La Reforma del Estado no es parte central en los esfuerzos de los politólogos profesionales, porque el tema de moda es el electoral. Estudios de distribución de votos, conteo de votaciones en elecciones, ascenso o retroceso del PRI, PAN o PRD en las votaciones, son temas que abundan en las revistas con calificación ciega. A pesar de esto, no existen "expertos" capaces de examinar procesos electorales como el de 2006, y el Tribunal Electoral declaró, para asombro de muchos, que es imposible realizar un estudio estadístico confiable de las anomalías que presentó la elección del año 2006.10

En los noventa, la presencia del IFE fue decisiva. Muchos politólogos se hicieron figuras públicas. El IFE recibió enorme financiamiento y las asesorías11 fueron codiciadas. Ha financiado pocos estudios de divulgación pública; el más interesante, a mi parecer, es la encuesta sobre cultura política dirigida por Isabel Flores y Yolanda Meyerberg, de la UNAM, que destaca por su seriedad, pero sigue muy de cerca el formato de The Civic Culture de 1962, y sigue promoviendo este enfoque según el modelo de hace medio siglo establecido por Almond y Verba.

En los noventa, el CIDE y el ITAM cambian su orientación de un nacionalismo de centro izquierda a un neoliberalismo abierto. El estilo de moda es la Ciencia Política behaviorista estadounidense, y empieza a introducirse algo de Rational Choice Theory aunque sin enfoques que puedan decirse críticos o innovadores. Pertenecer a APSA o a LASA, son símbolos de prestigio. La Ciencia Política y la Sociología Política que, contra lo que menciona Soledad Loaeza, no se diferencian bien en los planes de estudio de la mayoría de los centros académicos de Licenciatura y posgrado. Esto se refleja en la heterogeneidad de contenidos en las revistas de Ciencias Sociales. Con la probable excepción de la revista del CIDE Política y Gobierno, y Estudios Políticos y la Revista Mexicana de Ciencias Políticas, ambas editadas por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. La escasez de lectores y de dinero para editar explican esta situación. El profesor José Antonio Aguilar Rivera, del CIDE,12 ha hecho algunos comentarios similares a los que aquí se presentan. La Ciencia Política mexicana se encuentra fragmentada, en un archipiélago, con poca o nula comunicación. En estas islas se practica la endogamia intelectual y prevalecen las mañas y habilidades para pactar con la burocracia sobre el juicio sobre la calidad intelectual. Las cuestiones metodológicas no interesan porque no dan "puntos" acumulables cada año en la promoción de las carreras académicas. Los "puntos" y los niveles alcanzados en el sistema nacional de investigadores son las fichas de cambio, y aunque formalmente son medidas de logro intelectual, están guiados con frecuencia por consideraciones de política intrauniversitaria, favoritismos y odios personales. Tal vez sean la causa del archipiélago intelectual.13

Contrario a la desorganización de la Ciencia Política como disciplina, hay un interesante fenómeno de visibilidad pública que da el aura de "experto". Esto es muy diferente al mandarinato que caracterizó la Ciencia Social alemana entre guerras. Allá los líderes de la disciplina formaban escuelas y sentaban las bases de la formación generacional. Los estrellatos se asemejan a los descritos por Pierre Bordieu, que aparecen como "formadores de opinión" en la televisión privada y pública. La presencia de politólogos o expertos en análisis político en los medios y en agencias estatales se incrementa desde hace veinte años.

 

La Ciencia Social desde los noventa a la fecha

Precisamente porque los espacios institucionales están restringidos14 y son "capturados" por grupos de interés académicos, existe una práctica de análisis político menospreciada que se refugia en revistas sin arbitraje y publicaciones periodísticas. La crítica es inevitable en un clima político de constante escándalo. Así que los temas que interesan a los académicos y las publicaciones académicas calificadas de "excelencia" por la oficina estatal de promoción a la ciencia y tecnología —CONACYT—, están lejos de los que interesan al público (y aun a los analistas del aparato de inteligencia estadounidenses) como son el narcotráfico, la disfunción de los múltiples y vastos organismos gubernamentales, la corrupción en los órganos de gobierno, las componendas y sinrazones en el Poder Judicial, la ignorancia de los jueces, las violaciones de derechos humanos, la militarización de la vida política, la venta de contratos, la corrupción sindical, y lo que el Departamento de Defensa de EU simplemente llama "un probable Estado fallido".

Los estudios electorales, en cambio, atraen a un número de politólogos profesionales.15 Pero aún se extraña la discusión teórica y metodológica. Esto se debe a que los politólogos toman temas más visibles que profundos. Hay una ausencia de debate teórico metodológico, que es causa de la falta de institucionalización de la profesión y viceversa. El debate teórico, que en la ciencia política estadounidense es el bi producto más interesante de su longeva trayectoria institucional, al decir del profesor estadounidense Charles Lindblom, simplemente está ausente en México.

Literalmente no existe debate sobre preferencias electorales ciudadanas, sino sólo mercados partidistas. No hay investigación teórica ni metodológica, excepto la emprendida por los profesores estadounidenses asiduos visitantes al CIDE, FLACSO e ITAM. Paradójicamente a contrapelo del auge en el estudio de los procesos electorales, el estudio del Estado ha pasado a segundo término. El interés en procesos electorales ha desplazado el interés por problemas teóricos y empíricos asociados a la construcción del Estado, y suplantado el ethos original de la Ciencia Política mexicana, que en opinión de dos comentaristas fue expresado en los siguientes términos: "la meta es descubrir la forma de maximizar las capacidades de acción independiente de México en función de sus objetivos internos" (Meyer y Camacho, 1997: 41). Esta omisión en las agendas de la Ciencia Política mexicana va adosada a la suplantación de los enfoques realistas de la política por la adopción acrítica de los enfoques de la modernización y la democratización elaborados hace más de tres décadas en la ciencia política y las agencias gubernamentales estadounidenses (Vidal, 2006). Cuestiones básicas como el estudio de los grupos de poder, la política sindical, el crecimiento y/o eficacia de la burocracia, la corrupción, son temas asociados al estudio del performance institucional del régimen y no se agotan en los estudios de los partidos y las votaciones. Este cambio de foco en la atención es radical y sin mediación. Simplemente los politólogos descubrimos el inexplorado campo de los procesos electorales y dimos la espalda a los problemas originales de la Ciencia y Sociología política mexicana (Vidal, 2006). Las referencias de organismos de inteligencia y seguridad estadounidenses, o de la Organización de las Naciones Unidas, a la debilidad del Estado mexicano y la proliferación de la violencia no–política (JOE, 2008), son dejados a los periodistas, igual que las observaciones y denuncias sobre la "captura" del Estado por grupos de presión privados —antes llamados los "poderes lácticos"— (Matsuda, 2007),16 son simplemente inexistentes en las publicaciones académicas nacionales.17

Aunque en general los estudiosos reconocen que las posiciones de poder las ocupan los economistas con estudios en Estados Unidos, (Babbs, 2005). Los verdaderos spin doctors han sido los economistas con estudios a nivel Doctorado en universidades estadounidenses. Ellos han asesorado, orientado y decidido los tiempos y contenidos de las políticas públicas durante al menos tres décadas, en que los abogados fueron desplazados de los principales puestos de poder en el Ejecutivo. Pero la larga, inestable y sobre todo interminable transición del régimen autoritario a la alternancia democrática ha requerido nuevos expertos. Así ha surgido un mercado para politólogos, desde aquellos que ocupan posiciones de poder en las instituciones recientemente creadas para regular la competencia electoral, como el Instituto Federal Electoral, instancia autónoma, cuyos miembros son designados por la Cámara de Diputados, y que maneja enormes recursos financieros cada años (en 2008 ejerció unos $730 millones de dólares, pero en el año electoral 2006 su techo presupuestal llegó a los mil millones de dólares), hasta los niveles medios y bajos de las nuevas burocracias.

El estado de la Ciencia Social y Política en México es precario y ni siquiera hay un debate sobre esta situación. Algunos se inclinan por soluciones burocráticas como agrupar a los practicantes de las Ciencias Sociales en "colectivos" profesionales. Otros apostamos a la organización y autonomía institucional, sobre líneas disciplinarias básicas. Pero el debate aún no empieza. En suma, es difícil hacer un perfil de la disciplina de la Ciencia Política mexicana, a pesar de su fuerte presencia en algunas facultades de Ciencias Sociales. El rezago institucional, la ausencia de vínculos intra institucionales y de divulgación de la producción intelectual y la falta de congresos locales y nacionales, contrasta con la creciente profesionalización. Este rasgo puede tener muchas causas. Una de ellas es la organización de la profesión orientada hacia obtener cargos y encomiendas gubernamentales antes que priorizar la investigación científica. Lorenzo Meyer, dotado historiador, y Manuel Camacho, en un tiempo notable investigador de conflictos laborales y político profesional desde hace décadas, escribieron hace tres décadas lo que podría ser la hipótesis de trabajo más cercana a la realidad, y el obstáculo más serio a superar:

el servicio público es, además de una fuente de empleo, una fuente de prestigio y quizás una oportunidad de resolver a nivel individual las limitaciones económicas propias de las instituciones de enseñanza y de investigación. En muchos casos, esta situación va en detrimento de la calidad de la investigación, pues unos presentan el resultado de sus investigaciones pensando en esa posibilidad, hay muchos otros que simplemente dejan de escribir para evitar comprometerse en un medio político que tradicionalmente ha premiado la indecisión (Meyer y Camacho, 1977: 43).

 

Perspectivas

La profesora Loaeza (2005) tiene razón cuando dice que hay una transición de los estudios militantes hacia análisis con mínimos de objetividad. La meta de la Ciencia Política es la objetividad que surge de la aceptación de que es posible hacer análisis científico de los hechos sociales. Esta premisa ha sido la base de la Sociología y la Economía clásicas. El abandono de la premisa básica por la Sociología la ha condenado a su declive. La Ciencia Política tiene legados más antiguos. Al menos desde Aristóteles y Tucídides, existe la presunción de que podemos comparar, evaluar y registrar hechos con precisión empírica y consistencia lógica. La Ciencia Política moderna, desde Maquiavelo, Hobbes, los Federalistas, Tocqueville, Max Weber y Gaetano Mosca, Beard y Bentley, hasta la hegemonía del American Way se ha asentado sobre el ethos y el compromiso con la imparcialidad y objetividad de la ciencia social (Vidal, 2006).

La base de una institucionalización debe permitir el ingreso de corrientes incluso estrafalarias, como las que declararon la "muerte de la Ciencia Política", aunque éstas deberán ser disciplinadas a las reglas del método.18 Pero este proceso no es producido por la importación, sea de la Rational Choice Theory —a la que por cierto se le estigmatiza, teme y sobre todo se le ignora, debido a sus exigencias de rigor lógico y matemático—, las escuelas funcionalistas, las escuelas alemanas o la asistencia de gurúes de referencia obligada. El debate es sinónimo de la creación de instituciones regionales y nacionales donde debatir. Estas se forman desde las iniciativas surgidas del ethos académico y no de las agendas de los políticos.

 

Notas

1 Sus textos han sido traducidos y publicados, excepto las investigaciones sobre la organización militar y sus vínculos con la política nacional.

2 El profesor Aguilar (2009) dice lo contrario por que seguramente sólo puso atención a las corrientes más actuales, como neo institucionalismo y elección racional, pero la escuela behaviorista sobre la modernización ha sido durante décadas el eje de la politología mexicana. Molinar Horcasitas (1993) es más confiable para informarse sobre la influencia estadounidense hasta hace dos décadas.

3 Este Sistema se divide en seis secciones, y la Ciencia Política es considerada parte de las Ciencias Sociales, junto a la Sociología en la sección V. El sistema de calificaciones ha sido cuestionado por usar criterios cuantitativos como número de publicaciones y actividades "profesionales" antes que la calidad o solidez intelectual.

4 La sede de la ALACIP está ahora en Brasil, en la Universidad de Campinas, después de estar, durante los primeros años de su existencia, en la Universidad de Salamanca, en España.

5 La Revista de Ciencia Política (vol. 25, no. 1), que edita la Universidad Católica de Chile,         [ Links ] contiene un informativo panorama la Ciencia Política en América Latina.

6 Oficialmente aún existe un número telefónico de esta Asociación, virtualmente extinta, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

7 El Estado mexicano gasta 0.04% de su PIB en educación, por debajo del promedio de 1% en la OCDE, a la que pertenece.

8 Apenas seis meses después de las elecciones de julio de 2006, la revista PS, de la American Political Science Association (APSA), dedicó un número monográfico al asunto, mientras en México los primeros ensayos académicos empezaron a salir a la luz pública un año después.

9 El autor menciona que se presentaron más de 200 ponencias, que fueron editadas bajo auspicios del IFE, el Colegio de Ciencia Política y Administración Pública y la Universidad Nacional Autónoma de México. Ver el apéndice de este ensayo.

10 El profesor José Ángel Crespo, del CIDE, publicó en 2008 un libro; hizo un esfuerzo por sí mismo y demostró que sí es posible hacer estudios de ese tipo, que las metodologías existen y son accesibles a un científico social y que los resultados de la elección calificados son, a pesar de todo, inciertos.

11 En 2007, el IFE destinó mensualmente unos tres millones de pesos mexicanos (aproximadamente $250,000 dólares) a pago de "asesores" de los partidos políticos. http://www.elsemanario.com.mx/news/news_display.php?story_id=1363. El pago a sus propios asesores es desconocido, igual que el desembolsado en las Cámaras del Poder Legislativo, por no hablar de los honorarios por servicios al Poder Ejecutivo.

12 El profesor Aguilar fue Coordinador externo del Proyecto "Usos y Costumbres en Comunidades Indígenas y Procesos Político–Electorales", del IFE.

13 Recientemente empiezan ha aparecer dudas acerca de si el sistema de patrocinio del Estado mexicano favorece la interacción disciplinaria y su institucionalización, y no exactamente lo contrario, la fragmentación y los archipiélagos de que habla el profesor Aguilar.

14 Aunque se menciona (Loaeza, 2005) que en la mayoría de las universidades del país se enseña Sociología y Ciencia Política, la realidad es que el 50% de los estudiantes está matriculado entre la UAM y la UNAM, en el Distrito Federal.

15 La proliferación de empresas dedicadas a hacer encuestas de opinión es otro hecho notable.

16 Este informe elaborado por investigadores del Banco Mundial sobresale porque aborda cuestiones rara vez tratadas en las publicaciones académicas, más conservadoras, mexicanas.

17 Otro hecho es la proliferación de institutos y centros de expertos en "seguridad pública y nacional" al cobijo de fuentes de financiamiento nacional e internacional orientados a la "asesoría" y el cabildeo.

18 En realidad estoy conciente de que esta simple petición puede ser excesiva, sí, desde el inicio se niega la posibilidad de conocimiento de la realidad, como insistían algunas esoterias en la epistemología de moda en los años pasados. En realidad, sugiero que bastan reglas mínimas de discusión, donde prevalezca la consistencia lógica y la validación de las pruebas empíricas por observadores imparciales o, en pocas palabras, el ethos de la ciencia.

19 Esta lista es apenas representativa de la actividad académica en la Ciencia Política mexicana; un informe más exhaustivo lo han hecho Godofredo Vidal y David Luján, "La Ciencia Política mexicana en el claustro académico. Un estudio de los proyectos de investigación en Sociología y Ciencia Política registrados en las principales universidades mexicanas", fue elaborado por Vidal y Luján (2009).         [ Links ]

20 Según Merino, este Colegio organizó junto al IFE un Congreso Nacional de Ciencia Política en 1996, del que queda como testimonio el libro que Merino editó (1999), pero las ponencias son inaccesibles al simple investigador.

21 La Sociedad Mexicana de Estudios Electorales tiene sus raíces en el trabajo desarrollado por el Grupo Especializado en Estudios Electorales del Consejo Mexicano de Ciencias Sociales —COMECSO. Desde entonces, la trayectoria del grupo y sus encuentros anuales permitieron fomentar y difundir la investigación político–electoral tanto en las universidades del país como en los institutos y organismos electorales. En noviembre de 1997, durante el IX Encuentro Nacional en Zacatecas, se definió la necesidad de integrarse formalmente como asociación civil, para lo cual se discutieron los estatutos que sustentarían la nueva organización. El 10 de julio de 1998 se firmó el acta constitutiva bajo el cobijo institucional de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Desde entonces, la SOMEE ha organizado los Congresos Nacionales de Estudios Electorales, coordina Diplomados y publica la Revista Mexicana de Estudios Electorales,         [ Links ] entre otras actividades.

22 La AMEP es una asociación civil de estudiosos del Poder Legislativo en México y América Latina, integrada por académicos de diversas instituciones universitarias públicas y privadas del país. Creada en el año 2001, ha tenido participación en distintos congresos nacionales e internacionales y funciona con base en un seminario permanente sobre representación política y parlamentaria. En 2003 estableció un convenio con el Senado de la República para elaborar estudios varios. En 2006 organizó su Primer Congreso y reporta haber publicado diversos libros colectivos.

23 http://www.iglom.iteso.mx/. Fundado en 1996, reporta a la fecha seis documentos y cuatro foros.

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