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Estudios políticos (México)

versão impressa ISSN 0185-1616

Estud. polít. (Méx.)  no.22 Ciudad de México Jan./Abr. 2011

 

Sistema político mexicano

 

Élite episcopal y poder en la Iglesia Católica en México

 

Vicente Godínez Valencia*

 

* Maestro en Sociología por la Universidad Metropolitana de Tokio, Japón. Profesor adscrito al Centro de Estudios Teóricos y Multidisciplinarios en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

 

Resumen

El presente trabajo centra la atención en la estructura actual de la Iglesia Católica en México, mediante la cual se ubica, históricamente, a ésta como un poder "fáctico" en el ámbito sociopolítico. Ciertamente este acercamiento a la Iglesia no es idéntico, ni tiene la misma naturaleza que tiene una institución política, pero sí tiene analogías. De allí que los peligros son también análogos, no idénticos. Un análisis de la Iglesia en su mera dimensión institucional, comete el error de reducir el todo de la Iglesia a una de sus partes (la jerarquía), situación que sin duda empobrece su conocimiento.

Palabras clave: Iglesia católica, México, sistema político, participación política, instituciones.

 

Abstract

This paper focuses on the current structure of the Catholic Church in Mexico, by which it is located historically as a "de facto" power in the sociopolitical sphere. Certainly this approch to Church is not is identical, nor has the same kind that has a political institution, but has analogies. Hence, the dangers are too similar not identical. An analysis of the Church in its institutional dimension alone, makes the mistake of reducing all of the Church to one of its parts (the hierarchy), situation that undoubtedly impoverish their knowledge.

Keywords: Catholic church, Mexico, political system, political participation, institutions.

 

En sus más de dos mil años de existencia, la Iglesia Católica ha pasado por un largo, ambiguo, pero sin duda exitoso proceso de "institucionalización". De acuerdo con Max Weber, dicho proceso habría que entenderlo como el resultado de la objetivación y habituación de lo carismático, en un continuum orientado por la burocratización, así como por la complejización.1

Con estas reflexiones se quiere señalar que la dimensión institucional de la Iglesia es una necesidad antropológica, sociológica, psicológica e incluso teológica, ya que sin esa dimensión el "carisma" y el movimiento originario se pierden sin remedio. Pero también habría que decir que las instituciones concretas en que dicha dimensión se plasma, históricamente son relativas y precarias.

El presente trabajo centra la atención en la estructura institucional actual de la Iglesia, mediante la cual se ubica históricamente como un poder "fáctico" en el ámbito sociopolítico. Ciertamente este acercamiento a la Iglesia no es idéntico, ni tiene la misma naturaleza que tiene una institución política, pero sí tiene analogías. De allí que los peligros son también análogos, no idénticos. Un análisis de la Iglesia en su mera dimensión institucional, comete el error de reducir el todo de la Iglesia a una de sus partes (la jerarquía), situación que —sin duda— empobrece su conocimiento.2

El presente artículo está estructurado en cuatro partes: en la primera, se señalan las tendencias sociopolíticas al interior de la Iglesia Católica; en la segunda, se revisan, con base en los estudios de Héctor Acuña, Roberto Blancarte y Soledad Loaeza, las tendencias sociopolíticas al interior de la Iglesia Católica en México; en la tercera; se analizan los relevos al interior de la jerarquía católica mexicana; y en la cuarta, se plantean las perspectivas posibles para la elite institucional de la Iglesia Católica.

 

"Tendencias" sociopolíticas al interior de la Iglesia Católica

La Iglesia no es un "monolito" uniforme. Dentro de ciertos márgenes, la manera como la Iglesia se auto–comprende, así como el modo de entender su misión y presencia en la historia, varía de época en época y de región en región. Esto es lo que ha dado lugar a lo que aquí se denomina "tendencias".

Se trata por supuesto de "constructos teóricos" que intentan explicar lo que mueve a determinados individuos dentro de la Iglesia a agruparse (consciente o inconscientemente) para perseguir ciertas causas, ubicarse sociopolíticamente (ad extra y ad intra de la propia institución) y orientar su acción en una coyuntura histórica y eclesial determinada.

Los perfiles de tales "tendencias" se construyen resaltando algunos rasgos en detrimento de otros, de acuerdo con el marco teórico de quien realiza tal tarea, así como el propósito que guía su acción. Para el caso que aquí nos ocupa, el de la Iglesia respecto al ámbito político, es necesario contar, en un primer momento, con un cuadro de tendencias desde el interior de la misma institución, ya que al final de cuentas, la manera como sus miembros (y de manera especial los clérigos) comprenden su papel y su misión religiosa en el mundo contemporáneo, determina su ubicación y actitud respecto al ámbito sociopolítico.

Para tal efecto, volvemos al texto de Juan Bautista Libanio que señala, a manera de hipótesis, que a partir de Concilio de Trento (siglo XVI) la Iglesia construyó una "identidad católica", esto es, un cuerpo doctrinal, prácticas y estructuras institucionales jurídicamente firme, coherente y estable que se mantuvieron vigentes durante largo tiempo (por lo menos hasta 1960).

Dicha identidad podría caracterizarse fundamentalmente por una distinción ontológica y funcional al interior de la Iglesia entre "clérigos" y "laicos", por una estructura organizativa altamente jerarquizada, y por la uniformidad, ahistoricidad y universalidad en la doctrina y en las prácticas rituales. En opinión de Libanio, esta identidad llegó a su fin con el Concilio Vaticano II. A partir de éste, habría que explicar la coyuntura eclesial actual por los intentos de restauración o la destrucción de tal identidad católica por las diversas reacciones que ello ha generado y, consecuentemente, por los diferentes proyectos pastorales que de ahí se desprenden.3

Tal tensión y forcejeo ha generado en la Iglesia de hoy una cierta anomia que parece crecer de manera constante; y cuya causa —según el autor— radica en la inseguridad e incertidumbre de amplios sectores de la Iglesia, nostálgicos del "orden" anterior al Concilio. Teniendo como telón de fondo este contexto, Libanio distingue cuatro tendencias, cuatro comprensiones de la identidad católica:

1. La primera considera irreversible la situación y propugna por la desaparición de una identidad común, dejando a la libertad y a la espontaneidad de pequeños grupos la perpetuación del mensaje de Cristo. De acuerdo con esto se podría decir que, esta tendencia es una especie de postura "posmoderna" en la Iglesia.4

2. La segunda posición se localiza en el extremo opuesto. No sólo no reconoce la irreversibilidad del desmoronamiento de la identidad tridentina, sino que se lanza ardorosamente a su mantenimiento o reconstrucción. Se trata, en suma, de una postura "conservadora" que refuerza los pilares tradicionales que sustentaron la identidad tridentina, a fin de combatir a todos los factores disolventes, vengan de donde vengan. El obispo Marcel Lefebvre encarnó y vivió esta corriente como un símbolo.5

Entre estos dos extremos se sitúan las otras posiciones:

3. Una "neo–fundamentalista moderada", que se propone crear una identidad que sea la verdadera codificación del Concilio Vaticano II. Esta tendencia parte de dos presupuestos: la irreversibilidad de la disolución de la identidad tridentina y la necesidad de que haya siempre una identidad clara y común a todos. Su estrategia es, por tanto, proceder con el Vaticano II a la manera de Trento, o sea, elaborar de modo simple, compacto y conciso una identidad, e inculcarla recurriendo a la autoridad eclesiástica. Por consiguiente, desde esta perspectiva ya no se trata de experimentar en la Iglesia, sino de "encuadrar" para volver a "la gran disciplina". Esta postura de acuerdo con Libanio se identificaría más con la línea seguida, particularmente, por Juan Pablo II.6

4. La última tendencia es la que Libanio denomina como "vía del pluralismo y del compromiso". Tomando al Concilio Vaticano II como plataforma de lanzamiento y no como punto de llegada, esta tendencia propugna por una identidad católica más dialéctica, histórica y dinámica,7 que se construye por la vía del compromiso y del pluralismo en el contexto actual de América Latina; tal como lo intentaron las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968) y Puebla (1979). Esta tendencia se identifica con la denominada teología de la liberación.

 

"Tendencias" sociopolíticas al interior de la Iglesia Católica en México

Con relación a la Iglesia Católica en México, existen diferentes cuadros de tendencias propuestos por estudiosos del tema. Entre los más destacados expondremos, someramente, los propuestos por Héctor Acuña, Roberto Blancarte y Soledad Loaeza.

• Cuadro de tendencias de Héctor Acuña

De acuerdo con un estudio realizado por Héctor Acuña y otros autores, si se toman como criterio de ubicación las declaraciones del Episcopado Mexicano, léase la CEM,8 se pueden distinguir cinco tendencias:9

1. En primer lugar, tenemos la llamada tendencia vaticana que, encabezada generalmente por el nuncio apostólico, "manifiesta los intereses, objetivos y políticas entronizadas en el Vaticano con el arribo de Juan Pablo II […]; atribuye a la jerarquía una representación popular ante el Estado".10

2. Una segunda tendencia es denominada como la misión espiritual, y se caracteriza por sus postulados abstractos y doctrinales. Dicha tendencia afirma que "[…] la misión de la Iglesia es espiritual, eterna y no busca el poder […] el clero está por encima de los partidos".11

3. La tercera tendencia es la que llaman los autores denominan "chihuahuense", y la ubican como netamente conciliar, "liberal vaticana". Al respecto señalan que "la característica distintiva de esta tendencia es la demanda de su derecho a pronunciarse, en la perspectiva de la política del bien común, sobre asuntos que afectan a la sociedad mexicana, para lo cual requiere, entre otras cosas, el reconocimiento jurídico de la institución eclesiástica. Esta tendencia, pues, no pretende que la jerarquía represente a otro que no sea ella misma, para lo cual exige se le reconozca e intenta ganar el derecho de iluminar, con la luz de la fe, el campo de la realidad política".12

4. La cuarta tendencia es la denominada "tendencia del sur', la cual encabezan los prelados del Pacífico Sur. Esta tendencia "[…] se inspira en corrientes teológicas latinoamericanas, especialmente sensibles a las precarias condiciones de vida de las mayorías: pretende, además, promover la organización y la toma de conciencia popular para que sean los propios grupos campesinos e indígenas los que se representen y pronuncien".13 Los obispos que se ubican en esta tendencia se oponen a reproducir en sus diócesis la estructura verticalista de la Iglesia, por lo que propician el trabajo de sus fieles y comunidades a favor de un cambio de estructuras, ya que su proyecto de sociedad y de Iglesia (aunque indefinido) se opone al vigente.14

5. Finalmente se menciona un quinto grupo —que no tanto una tendencia— y se le denomina la "mayoría silenciosa". Para los autores constituye la tendencia más numerosa (cerca del 70% de un total de 106 obispos), y al mismo tiempo la más difícil de definir, ya que los prelados ubicados en este grupo evitan hacer declaraciones y expresar públicamente sus opiniones. No resulta fácil ubicarlos en alguna corriente, a partir de los criterios seguidos en este cuadro de tendencias. Sin embargo, los autores indican que lo más lógico sería pensar que la gran mayoría de sus integrantes están más cerca de la tendencia que representa los intereses y posturas tradicionales de la Iglesia.

• Cuadro de tendencias de Roberto Blancarte

Por su lado, otro analista de la Iglesia Católica en México, Roberto Blancarte, explica las diversas tendencias en el campo religioso católico mexicano, con la ayuda de categorías tomadas de connotados estudiosos.15 Este autor menciona que para un estudio serio de la Iglesia es necesario realizar un mínimo de análisis conceptual de adjetivos o definiciones que se emplean en el estudio a tal institución.

De principio propone abandonar esquemas dualistas (por ejemplo, conservadores contra progresistas; reaccionarios contra revolucionarios; izquierda contra derecha; etcétera), así como los esquemas cripto–dualistas que añaden un tercer grupo para esconder su esquema maniqueo (centro, reformistas o moderados).16 El cuadro de tendencias que construye Blancarte obedece básicamente a la relación que guardó la Iglesia en México en el segundo tercio del siglo XX con las cuestiones sociales y políticas.

Al respecto, el autor señala que en la Iglesia predominan dos tendencias: la integral–intransigente y la conciliadora (transigente) o pragmática. A estas dos tendencias se agregan por lo menos otras dos, las cuales se definen mejor en el periodo posterior al Concilio Vaticano II (1962–1965): la integrista y la neo–intransigente. Estas últimas son en gran medida producto de las primeras.

Expliquemos brevemente cada una:

1. La corriente "integral–intransigente" agrupa a todos aquellos que se oponen a un compromiso con el Estado e impugnan la imposición del modelo social de la Revolución Mexicana.

2. La corriente "conciliadora o pragmática" es aquella que, sin renegar de los principios y doctrina católicos, propone una cooperación con el Estado mexicano. Comparte con éste los anhelos de justicia del movimiento popular, aunque no la totalidad de sus valores.

3. La corriente "integrista" es un producto de la integral–intransigente y se desarrolla en la medida en que ésta no es dominante y pierde terreno ante las otras corrientes. Está integrada por los elementos más reacios a cualquier transformación o adaptación de la Iglesia al mundo moderno.

4. Por último la corriente "neo–intransigente" surgida tanto de las filas de la intransigencia cuanto de los grupos conciliadores, defiende las tesis conciliares que intentan poner al día a la Iglesia para difundir mejor su proyecto social en el mundo moderno.17

A pesar de que reconocemos que este cuadro de tendencias en la Iglesia Católica en México tiene valor (por ejemplo, su crítica a los cuadros simplistas de tendencias), también presenta serias limitaciones, entre otras, el autor trabaja una etapa (1938–1982) que no contempla los cambios ocurridos a partir del sexenio de Carlos Salinas (1988–1994). Esto podría ser irrelevante si no fuera por el importante giro que tomó la situación jurídica de las iglesias a partir de 1992 y el cambio, consecuente, ocurrido en el tono del discurso de obispos y políticos.

• Cuadro de tendencias de Soledad Loaeza

Finalmente, otra analista social, Soledad Loaeza, al hablar de la "distribución de fuerzas" al interior de la Iglesia Católica, hace mención de la izquierda cristiana o ala progresista "vinculada con organizaciones y movimientos sociales de origen popular"; de la derecha o fuerzas conservadoras; y de una posición centrista en el clero mexicano, centrismo político que significa obediencia a las posturas oficiales del Vaticano y crítica al Estado mexicano desde posiciones anti–autoritarias próximas a las de la derecha democrática.18

A manera de balance podemos decir que los tres cuadros de tendencias aquí presentados, tienen muchos elementos en común. Por nuestra parte, preferimos retomar el cuadro de tendencias de Héctor Acuña, que se ha mencionado, pues a pesar de que dicho cuadro se armó a partir de las declaraciones de los obispos referida a ellos, parece ser de utilidad, para ubicar a la Iglesia respecto al ámbito de lo político, con algunas precisiones que ahora se mencionan.

Hay hitos en la historia de la Iglesia Católica que se han convertido en parteaguas. Se trata de acontecimientos que, si bien ocurren al interior de ella, no por eso dejan de hacer referencia a cambios que se dan en la sociedad en su conjunto, tan universal como regionalmente. Es el caso precisamente del Concilio Vaticano II y de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín, Colombia, en el año de 1968; en donde se intentó marcar la orientación peculiar de la Iglesia en América Latina, a partir de los horizontes abiertos por el Concilio recién celebrado.

Con base en estos acontecimientos, se pueden diferenciar tres corrientes o tendencias al interior de la Iglesia Católica:

1. Tendencia pre–conciliar (premoderna o misión espiritual). Esta tendencia no acepta los cambios propuestos por el Concilio Vaticano II, esto es, no acepta al mundo moderno; mucho menos la misión que el Concilio le señala a la Iglesia en ese mundo, y por consiguiente la nueva concepción teológica de Iglesia planteada en dicho evento eclesial.

2. Tendencia conciliar modernizante (o chihuahuense). Se caracteriza por identificarse plenamente con el Concilio Vaticano II, tanto en lo que toca a la nueva concepción de Iglesia, como al papel de ésta en el mundo de hoy.

3. Tendencia progresista (o Pacífico Sur). Esta última tendencia asume el aporte conciliar, pero lo profundiza o complementa con las reflexiones y compromisos asumidos por la Iglesia Latinoamericana en la Conferencia de Medellín.

A nivel teórico, la tendencia predominante es la conciliar moderna. Sin embargo, por estados observamos que Guanajuato y Zacatecas manifiestan una fuerte presencia de la tendencia misión–espiritual o premoderna. Por último, en los estados donde se observa una notoria presencia de la tendencia progresista o Pacífico Sur son San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Tehuantepec, Oaxaca, Jalapa y Chihuahua.

El Bajío constituye una de las regiones geográficas mejor integradas del país. Es difícil establecer si la caracterización de esta región como integrada por una sociedad católica, agraria, tradicional e hispanista, es en realidad, la óptima para describirla en sus múltiples manifestaciones. Lo que queda claro es que es posible encontrar un número importante de expresiones, que hablan todas de la presencia de una formación social que sí se ajusta a esa caracterización de la región y que, sobre todo, es una formación social que se ha probado altamente eficaz en lo que concierne a la formación de cierto tipo de clero en el país, que se ha dado en llamar: "la hegemonía abajeña".

Así, el número abrumador de obispos nacidos en esa zona tendrían que agregarse rasgos muy significativos de esta relación entre el catolicismo mexicano y esta región del país. Entre ellos podría citarse el de la toponimia, que en su conjunto parece sacada de los últimos rincones del santoral católico y que expresa una cierta manera de entender el mundo y ubicarse en él.

Tampoco pueden perderse de vista hechos cruciales para la historia de la región, como lo fue la participación de importantes contingentes de abajeños en los ejércitos cristeros;19 todo ello ha favorecido el que esta región reúna características quizás únicas cuando se le compara con la geografía física o humana de otras regiones del país.

El Bajío parece tener varias vocaciones: cuna de jerarcas católicos, y de movimientos de fuerte raigambre campesina, como el sinarquismo guanajuatense o el cardenismo michoacano; principal proveedor, en México, de emigrantes hacia Estados Unidos; así como entusiasta aficionado al fútbol.

De igual modo parece ser propicio para el surgimiento de un marcado conservadurismo en distintos órdenes de la vida cotidiana que lleva a frecuentes confusiones entre los principios que tendrían que o podrían regir la vida de los individuos y aquellos que se imponen, gracias a las leyes, en la esfera de la vida pública.

En opinión de Pablo A. Serrano:

La homogeneidad territorial, geográfica, económica, social y cultural de la región del Bajío ha permitido caracterizarla como una región tradicional de México. La integración interregional y supra–regional ha sido una característica del Bajío como formación histórica, producto de la combinación integrada de las actividades económicas, la organización y relaciones sociales, la organización política, la geografía territorial y el sistema cultural.20

Las tendencias identificadas obligan a plantear el problema de las posibles consecuencias que tiene para la Iglesia el dominio de jerarcas nativos del Bajío o formados en seminarios de esa región. Es difícil establecer criterios definitivos sobre el particular, pues sería muy fácil caer en generalizaciones que podrían resultar groseras al espíritu crítico, pero sí es posible advertir claras tendencias en la información disponible.

Incluso si por alguna razón se deseara dejar de considerar a Aguascalientes, Durango y Zacatecas, el peso de Michoacán, Jalisco y Guanajuato es suficiente para ofrecer un perfil muy claro del episcopado en su conjunto.

Por lo anterior, es posible señalar que los patrones observados otorgan al Episcopado Mexicano una cierta identidad cultural adicional a la que por sí distingue a esta élite de otras que actúan en México. Este hecho que puede beneficiarle en la medida que, por esa homogeneidad cultural, puede ser más eficaz en el planteamiento y consecución de sus objetivos.

Al mismo tiempo que, por proceder de regiones distintas a la de la mayoría de los políticos, empresarios, intelectuales y militares, posee una visión distinta de la realidad y de los problemas que ésta plantea. Por otra parte, esta ventaja también puede resultar perjudicial en la medida que se convierta en una élite que no logre considerar las necesidades, problemas y perspectivas de otras regiones, especialmente de las zonas urbanas, así como regiones que no logran una representación significativa en el mosaico geográfico–cultural del episcopado.

Otro punto que también es interesante señalar, es el reducido número de obispos provenientes del llamado clero regular, las órdenes religiosas. Este factor funcionalmente hablando, ha generado algunas fricciones al interior de la Iglesia. Recuérdense los casos del Vicariato Apostólico de la Tarahumara (1993), cuando la Compañía de Jesús "perdió" el control de esa prelatura, cuando el Delegado Apostólico Prigione favoreció el nombramiento como obispo de un sacerdote ajeno a esa orden religiosa. Sin abundar en este rubro, es interesante destacar que las órdenes religiosas que más obispos han aportado son la de los Frailes Menores, los franciscanos, y la de los Misioneros de la Natividad de María.

Es digno de considerar también el hecho que en los últimos años de la gestión de Jerónimo Prigione haya aparecido un número importante de obispos seleccionados de congregaciones recientemente fundadas en México: Misioneros de la Sagrada Familia, Misioneros de San José, Legionarios de Cristo, Cruzados de Cristo Rey.

Por su parte, las órdenes tradicionales sólo se vieron beneficiadas con el nombramiento de Raúl Vera, de la Orden de los Predicadores (dominicos) como obispo coadjutor de San Cristóbal de Las Casas, mientras la gran perdedora de este proceso es la Compañía de Jesús, que de los dos prelados que contaba en 1986, ya no cuenta con obispo alguno en 2004, ni siquiera en su tradicional territorio de Misión en el norte del país, la Prelatura Tarahumara que fuera convertida en diócesis en 1993.

 

Relevos

A pesar de ser una élite mucho menos dinámica que la política o la militar, la jerarquía católica mexicana ha acumulado a lo largo de los últimos veinte años un número significativo de relevos. Estos cambios, unidos a otros elementos de análisis, podrían facilitar que se formara una imagen mucho más detallada y fiel de los procesos de cambio generacional que han tenido lugar en el interior de la jerarquía católica mexicana.

Ya se había apuntado en algunos párrafos anteriores, el carácter subjetivo del proceso de selección y nombramiento de los obispos en México. Este procedimiento incorpora una vasta y muy compleja red de transmisión en el interior de la Iglesia. Es por ello inevitable pensar que en esa "caja negra", que es el proceso de selección y nombramiento de obispos en México y en cualquier parte del mundo católico, el papel de los delegados o nuncios apostólicos es significativo en más de un sentido.

Son ellos los que, por ejemplo, tienen la obligación de integrar las ternas definitivas en cada caso y es su facultad informar sobre cualquier conducta impropia que eventualmente podría impedir el arribo de un presbítero a la condición de obispo o que favorecieran o inhibieran el nombramiento de un obispo ya ordenado para alguna posición que tuviera una mayor importancia.

Sería muy difícil emitir juicios definitivos sobre el asunto que nos ocupa, pues el impacto del papel desempeñado por Jerónimo Prigione en la Iglesia Católica en México está todavía por escribirse. A pesar de lo anterior, sí es posible apuntar que desde su llegada en 1979 hasta su retiro en 1997, el delegado y posteriormente nuncio apostólico tramitó el nombramiento de por lo menos 55 de los 117 obispos que existían en México a mediados de 1998. Si bien no es posible definir con precisión los alcances de la influencia del anterior representante papal en México, sí es posible pensar que esos obispos tuvieron el visto bueno (es decir, no fueron vetados) del nuncio Prigione.

 

Perspectivas

La Iglesia católica es, hoy por hoy, altamente vertical, centralizada y jerárquica. Esto se ha dado gracias a un largo proceso histórico, que se profundizó en el siglo XIX en el Concilio Vaticano I, donde el poder del Papa alcanzó una proyección importante.

En el Concilio Vaticano II, con el principio de "colegialidad" (contraparte, al interior de la Iglesia Católica, de la democracia en la sociedad), pretendió revertir un tanto esa verticalidad y centralismo.

Sin embargo, a partir de la década de los ochenta, se comenzó a mostrar una importante fuerza restauradora al interior de la jerarquía católica, misma que ha venido cobrando fuerza considerable a nivel mundial. Teólogos, seminarios, obispos, conferencias episcopales, movimientos eclesiales, institutos, órdenes y congregaciones religiosas, conferencias de religiosos, etcétera, han visto cómo la colegialidad se reduce tanto en la teoría (teología), como en la práctica (acción pastoral).

Este proyecto restaurador, si bien dependía de la voluntad de Juan Pablo II, adquirió una estratégica posición para el futuro, puesto que durante su papado nombró una enorme cantidad de obispos, que afianzaron y profundizaron su posición. De suyo, las corrientes conciliares y, aún más, las progresistas al interior de la Iglesia Católica han venido resintiendo esto en los últimos años.

Uno de los elementos clave de este proyecto restaurador es su carácter centralizador episcopal en la toma de decisiones. Todo parece indicar que dicho proyecto y sus sustentantes, no están dispuestos a negociar esto ni un ápice. De ahí que, dada su estratégica posición, sea ésta la "tendencia dominante" dentro de la Iglesia a nivel mundial.

Por su parte, la jerarquía católica mexicana ha sido, a raíz de los sucesos particulares de nuestra historia nacional, fiel seguidora de las líneas vaticanas, pues ante un Estado "agresivo", ésta ha buscado todo el apoyo político–diplomático exterior posible. Ello no significa que no haya voces disonantes e incluso radicalmente opuestas al interior del mismo clero en México, sobre todo aquellos sectores provenientes del denominado "bajo clero", los párrocos.

 

Notas

1 M. Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1988, pp. 193–217; 364–376.         [ Links ]

2 J. B. Libanio, La vuelta a la gran disciplina, Buenos Aires, Paulinas, 1986, p. 17.         [ Links ]

3 Ibid., p. 19.

4 Ibid., p. 125.

5 Ibid., p. 129.

6 Ibid., p. 146.

7 Ibid., p. 174.

8 Conferencia del Episcopado Mexicano.

9 H. Acuña et al., "La Iglesia y lo político: hacia una caracterización de la jerarquía católica mexicana", Estudios Sociales A.C., mimeo, México, 1987,         [ Links ] citado por E. Luengo, "La percepción política de los párrocos en México", en Religión y política en México, Universidad Iberoamericana, México, 1992.         [ Links ]

10 El Financiero, 6 de enero de 1989, p. 50.         [ Links ]

11 Idem.

12 Idem.

13 Ibid., pp. 50–51.

14 Idem.

15 R. Blancarte, Historia de la Iglesia Católica en México, FCE, México, 1992, pp. 23–26.         [ Links ]

16 Ibid., p. 14.

17 Idem.

18 S. Loaeza, "La Iglesia católica mexicana y el reformismo autoritario", Foro Internacional, vol. XXV, núm. 2, octubre–diciembre de 1984, pp. 151–152.         [ Links ]

19 Véase J. Meyer, La Cristiada, México, Siglo XXI Editores, 1979, pp. 8 ss.         [ Links ]

20 P. Serrano, La batalla del espíritu. El Movimiento Sinarquista en El Bajío (19321951), México, CONACULTA, 1992.         [ Links ]

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