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Estudios políticos (México)

versión impresa ISSN 0185-1616

Estud. polít. (Méx.)  no.21 Ciudad de México sep./dic. 2010

 

Materiales

 

La cultura política en Bolivia. La posibilidad del populismo autoritario

 

H. C. F. Mansilla*

 

* Doctor en Filosofía por la Universidad Libre de Berlín. Miembro de número de la Academia de Ciencias de Bolivia.

 

Resumen

Hay pocas investigaciones sobre la cultura política en Bolivia, fenómeno que no ha causado mucho interés entre los intelectuales de ese país. Los elementos centrales de la cultura política y de la mentalidad colectiva bolivianas se arrastran desde la época colonial. Han sufrido obviamente muchas alteraciones; la más importante ha sido la inducida por el proceso de modernización en la segunda mitad del siglo XX. Pero sus rasgos más importantes siguen vigentes hasta ahora: autoritarismo, paternalismo y centralismo, por un lado, y el funcionamiento lento, ineficiente y enrevesado del aparato burocrático, por otro.

Palabras clave: anomia, autoritarismo, centralismo, paternalismo, tradiciones culturales.

 

Abstract

There are few researches on Bolivian political culture, this phenomenon has caused little impact on Bolivian intellectuals. The main points of the Bolivian political culture and mentality arise from colonial times. They have suffered of course many alterations; the most important one has been caused by the modernization process in the second half of the 20th century. But the leading features of that culture are still alive: authoritarianism, paternalism and centralism, on the one side, and the poor, slow, inefficient, and complicated functioning of the state bureaucracy, on the other.

Keywords: anomie, authoritarianism, centralism, paternalism, cultural traditions.

 

1. Preliminares sobre el estudio de la cultura política

Por cultura política se entiende —por lo general— el conjunto de elementos y rasgos políticamente relevantes que caracterizan a una sociedad determinada, prestando especial atención a los valores de orientación, puntos de vista y actitudes reiterativas. La categoría usual de cultura política abarca los rasgos subjetivos y la esfera simbólica de los actores políticos, pero al tratarse de dilatados grupos sociales, estos elementos subjetivos y simbólicos se transforman en factores objetivos de primera magnitud, pues influyen, a veces de forma determinante, sobre las decisiones políticas de extensos sectores poblacionales. En el fondo, los estudios de cultura política tratan de establecer cuál es la mentalidad prevaleciente en la sociedad o en el grupo social que se investiga.

Milton Rokeach —uno de los fundadores de la disciplina— estableció una jerarquía de estos elementos subjetivos a lo largo de un plano axial: opiniones, actitudes y valores.1 En un extremo se hallarían las opiniones (llamadas a menudo creencias), que serían las predisposiciones más superficiales, precarias y cambiantes, mientras que en el otro extremo se encontrarían los valores, que serían perdurables, intensos y determinantes. Las opiniones serían numerosas y los valores escasos. Las actitudes estarían en el medio de ambas categorías. En los estudios contemporáneos de cultura política no se ha mantenido esta jerarquía diferenciadora, pues los límites entre las tres categorías son muy fluidos; éstas resultan a menudo intercambiables entre sí. Milton Rokeach elaboró también escalas y sistemas para medir algunas variables de la cultura política, como la tendencia al dogmatismo, pero también en este campo se ha evidenciado la dificultad de medir cuantitativamente procesos culturales y mentales de naturaleza cualitativa.

Al estar en medio de la psicología social, la ciencia política y la sociología experimental, los estudios sobre la cultura política se basan a menudo en el levantamiento y análisis de datos empíricos en torno a la realidad que se quiere estudiar, datos obtenidos generalmente por medio de encuestas de opinión pública, que —a su vez— deben gozar de una representatividad confiable. En las encuestas de opinión pública tienden a diluirse las diferencias entre creencias, actitudes y valores, pues lo que se intenta esclarecer (la mentalidad y las pautas de comportamiento de una sociedad o de un grupo) contiene elementos de las tres categorías en una amalgama que no admite fácilmente una separación de las mismas. Si bien es cierto que las opiniones son muchas y cambiantes y los valores pocos y duraderos, los estudios de casi todas las ramas de las ciencias sociales dan cuenta de que simples opiniones, consolidadas por los agentes rutinarios de socialización (la familia, la escuela, las cohortes de edades similares, los sindicatos, las agrupaciones profesionales y —sobre todo— los medios masivos de comunicación), pueden ser transformadas en valores más o menos perdurables. Y al contrario, valores de vieja data pueden ser diluidos y finalmente convertidos en creencias precarias.

Las investigaciones en torno a la cultura política de una sociedad tratan de establecer y analizar los fundamentos socio-culturales del orden político y de su funcionamiento cotidiano. El gran precursor, que impulsó asimismo la comparación sistemática entre modelos civilizatorios, fue Max Weber, quien estudió la influencia determinante de factores culturales en sentido amplio (por ejemplo, religiosos) sobre los ámbitos político y económico. Desde entonces muchas investigaciones sobre esta temática adoptan una perspectiva de comparación supranacional. El punto de vista comparativo ha sido combinado con estudios históricos en la importante obra de Howard J. Wiarda, quien con una escuela cada vez más extensa de discípulos, ha establecido el concepto de una tradición latinoamericana de cultura política "distinta" de la occidental (liberal-democrática e individualista), tradición que aun hoy estaría constituida por el catolicismo integrista de la España colonial, el centralismo administrativo, el monismo ideológico y el colectivismo en cuanto valor de orientación supremo.2

Los estudio de Wiarda, aunque controvertidos, se acercan al intento muy ambicioso de describir y analizar una mentalidad colectiva válida para toda América Latina o, como dice el autor, un "alma" de la región.3

Uno de los primeros estudios sobre esta temática, y seguramente el más influyente durante algunas décadas, fue la investigación de Gabriel A. Almond y Sidney Verba sobre los valores de orientación en regímenes formalmente democráticos. Esta obra, basada en la Teoría de Sistemas, indagó sobre los valores políticos de largo plazo en varios países: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Italia y México.4 Se ha reprochado a estos autores el haber atribuido un carácter normativo positivo a la cultura política actual de Europa Occidental y Norteamérica (la cultura cívica democrática por excelencia), a la cual se opondría sólo una alternativa de peso, la cultura política del autoritarismo. Almond, un gran conocedor del Tercer Mundo (fue uno de los exponentes más importantes de la teoría clásica de la modernización), introdujo la llamada behavioural revolution en las ciencias políticas: conocimientos, perspectivas y métodos de la antropología, la psicología y la sociología debían ser usados para comprender mejor la esfera política, precisamente la más influida por valores colectivos de orientación. Los últimos estudios de Almond se refieren al rol eminentemente político que juegan las convenciones y las rutinas, consolidadas y ennoblecidas por las tradiciones (por ejemplo, por la religiosidad popular) en numerosos ámbitos geográficos, sobre todo en la función de fijar valores normativos con enorme peso en la vida política de muchos países.5 Almond y otros analistas han insistido en la relevancia de la cultura política para comprender de manera adecuada algunos problemas que han incrementado su peso en las últimas décadas, como ser la identidad étnico-cultural, las diversas variantes del populismo y el surgimiento del fundamentalismo, que puede convertirse de un fenómeno religioso en un movimiento cultural y político de masas.

 

2. La cultura política en Bolivia y sus problemas

La temática de la cultura política ha concitado relativamente poco interés intelectual y académico en Bolivia. La situación es similar en gran parte del Tercer Mundo por el motivo siguiente. Las pautas normativas de comportamiento y los valores político-culturales de orientación colectiva están tan extendidas que permean casi todos los estratos y grupos sociales del país, incluyendo la mayor parte del estamento intelectual y universitario. Como los exponentes de este grupo están también influenciados por esas mismas pautas y valores, no las perciben como algo que deba ser analizado críticamente. Más aún: la indagación acerca de esta temática aparece como un ataque al corazón de la identidad nacional o grupal, ataque que es considerado a menudo como proveniente de fuentes externas. Una actitud crítica en este campo es vista como una de censura. En el Tercer Mundo no es una casualidad que muchos estudios en torno a la cultura política han sido realizados por extranjeros en relación al país respectivo, lo que vale ante todo para el ámbito islámico.

En el caso boliviano, los elementos centrales de la cultura política y la mentalidad colectiva se arrastran desde la época colonial. Han sufrido obviamente muchas alteraciones; la más importante ha sido la inducida por el proceso de modernización en la segunda mitad del siglo XX, por más modesto e insatisfactorio que éste haya resultado. Hay que señalar que la esfera cultural es mucho más reacia al cambio que el campo de lo técnico-económico: en las ciencias sociales se conoce ampliamente este fenómeno de la inercia histórica de las prácticas culturales. Por ello, en el terreno de lo político (sobre todo en las prácticas cotidianas y algo menos en el área institucional) es donde esa mentalidad sobresale más agudamente, y donde sus efectos son más perniciosos. Por ejemplo, la cultura política del autoritarismo, el paternalismo y el centralismo representa hasta hoy uno de los pilares más sólidos e inalterables de la mentalidad colectiva, y esta "cultura" no ha cambiado gran cosa desde el último periodo de la era colonial. A esto hay que agregar que estos factores estaban representados también en las culturas indígenas prehispánicas, sobre todo en el Imperio Incaico. En cuanto fenómeno histórico-cultural de larga duración, la colonia española aprovechó y consolidó elementos importantes de la cultura política incaica. Por motivos comprensibles, que tienen que ver con la identidad nacional en sentido enfático, esta temática todavía no ha sido estudiada y analizada como se merece por las ciencias sociales bolivianas, lo que representa una de las carencias más notables en la investigación histórico-cultural.

Como ejemplo ilustrativo es útil mencionar algunos rasgos característicos de la administración pública boliviana, que se originaron en la era colonial. Estas características se mantienen en el presente y, lo más llamativo, no han sido objeto de crítica de parte de intelectuales izquierdistas, movimientos indigenistas ni partidos socialistas. Entre ellas se encuentran: el funcionamiento lento, ineficiente y enrevesado del aparato burocrático, en especial de las instancias con intenso tráfico público; el mal diseño de los trámites y de las instancias involucradas en ellos; la inclinación a sobre-regular toda actividad humana por medio de estatutos legales; el bajo prestigio atribuido a los funcionarios del Poder Judicial; la escasa independencia de los tribunales y las fiscalías con respecto al Poder Ejecutivo, y el mediocre desempeño de jueces y fiscales en todo sentido. La sobreproducción de leyes y disposiciones, propensión que en Bolivia sigue vigente al comienzo del siglo XXI, y simultáneamente la desidia y lentitud administrativas, ocasionan la imposibilidad de aplicar racionalmente las leyes en la praxis, lo que conduce directamente al corolario: "Se acata, pero no se cumple", como se dice desde la era virreinal.

Ha resultado inevitable que surgieran sistemas extralegales para diluir el centralismo y la sobrerregulación, sistemas válidos hasta hoy y que a su vez producen burocratismo: laxitud en la aplicación de las leyes, sobreposición de normas, duplicación premeditada de funciones, impunidad de los funcionarios, desorganización e inflexibilidad de las organizaciones, rutinas innecesarias y superfluas e, inevitablemente, la predisposición a ejecutar trámites al margen de las regulaciones existentes. El ciudadano busca la aprobación de su trámite o la resolución del tribunal fuera de la legalidad en sentido estricto. La praxis anómica es casi siempre el correlato de la sobreproducción de reglas. Esto ha fomentado una mentalidad de astucia, disimulo, ventajas y picardía individuales, pero no una cultura cívica razonable y duradera, basada en el Estado de Derecho, en el respeto al ciudadano y en la pluralidad de opiniones.

Se percibe también una notable carencia en lo referente a estudios sobre otra faceta de la cultura política boliviana, que es el renacimiento de la herencia cultural indígena y endógena en la esfera del comportamiento cotidiano, paradójicamente en terrenos que pertenecen a prácticas político-institucionales occidental-modernas, como son los procesos electorales con voto universal, secreto e igual. Esto conlleva una revalorización del legado indígena en el campo político-institucional, pero en medio de una sociedad ya marcada por los medios actuales de comunicación y por los valores de orientación irradiados por el mundo globalizado moderno. Se da entonces el florecimiento concomitante de orientaciones propias, generalmente de corte particularista, aunque el rechazo de lo ajeno universalista resulte ser altamente selectivo, instrumentalista y, en ocasiones, arbitrario. Esta importante temática no ha recibido toda la atención que se merece, precisamente en el campo de la investigación empírica. El renacimiento de las tradiciones indigenistas y premodernas6 en general (que en Bolivia po-seen una clara índole particularista) es llevado a cabo por fuerzas políticas y sociales que demuestran una enorme popularidad, sobre todo entre las etnias aborígenes del país, los sectores urbanos de estratos medios y bajos y la población de las provincias y regiones alejadas o, mejor dicho, olvidadas de la acción modernizadora del gobierno central.

Finalmente hay que mencionar una carencia adicional de investigaciones sobre el tema de la percepción colectiva de la ley, donde se perciben claramente las limitaciones y los problemas de una mentalidad particularista y adversa al universalismo ético-jurídico. Lo que esta tradición cultural también ha provocado, es que para los estratos no modernizados la ley represente una realidad extraña, arbitraria y sin fuerza moral. La popular sentencia: "Para los amigos todo, para los enemigos la ley", es un buen ejemplo de esa situación, pues engloba —por un lado— la discrecionalidad y arbitrariedad de las autoridades cuando existe una voluntad política, y por otro la concepción, tan arraigada en toda la sociedad boliviana, de que la ley es básicamente un castigo y una maldición. (Contra esta opinión puede aducirse que todos los regímenes políticos del mundo denotan una distancia entre teoría y praxis y que esta diferencia puede ser fructífera y hasta indispensable para la reflexión filosófica y para la creación literaria y artística. Pero en el caso de la colonia española y la era republicana en Bolivia se puede aseverar que entre teoría y praxis tiende a formarse un abismo infranqueable; la separación entre los estatutos legales y las normativas de la actuación cotidiana se convierte en una fuente de estancamiento, resignación y desengaños perennes, lo que impide aquel impulso creativo y crítico de carácter colectivo que dimana de una discrepancia eventualmente conciliable entre los ideales y la realidad.)

 

3. Los precursores de los estudios sobre mentalidades

En Bolivia ha existido desde el siglo XIX una rica tradición consagrada a la vieja pregunta por el destino y la vocación de esta nación, tradición encarnada por nuestros grandes ensayistas e historiadores que se han dedicado a cuestiones devenidas clásicas, como a) la identidad colectiva de nuestra sociedad, b) los modelos adecuados de ordenamiento social, c) los vínculos complejos con los países altamente desarrollados y d) el futuro de la región. Estos puntos están estrechamente ligados con la indagación, por más incompleta que sea, sobre la mentalidad colectiva y la incipiente cultura política del país. Estas primeras investigaciones sobre la cultura política boliviana no estaban fundadas en investigaciones empíricas confiables y comprobables, sino en observaciones individuales de carácter más bien aleatorio, aunque el conjunto de las mismas exhibía una cierta coherencia. No empleaban los géneros actuales del informe analítico-estadístico, el documento técnico o el trabajo de consultoría para presentar sus intuiciones y resultados, sino el ensayo clásico, lindante con la creación literaria. El ensayo, género difícil de ser clasificado, pero abierto y exploratorio, permite un enfoque multidisciplinario de las temáticas tratadas, evitando los extremos de la erudición y del diletantismo. Y, sin embargo, no pueden ser acusados de arbitrariedad y falta de respaldo documental, porque se basaron en formas elementales de lo que hoy llamaríamos la observación participativa. Reunieron además una considerable cantidad de datos de la más variada especie y recopilaron toda la información impresa disponible en su tiempo, aunque sean datos dispersos y diversos.

Los primeros historiadores del país que trabajaron con fuentes primarias, como Gabriel René Moreno, hicieron una serie importante de observaciones sobre la mentalidad colectiva, es decir, sobre el fundamento de la cultura política de su época.7 A fines del siglo XIX y comienzos del XX se mencionaron factores convencionales y rutinarios como: a) la actividad política considerada como el procedimiento más expedito de enriquecimiento individual; b) el cambio de filiación ideológica y partidaria (transfugio) como un hecho habitual e inofensivo de la praxis cotidiana, y c) la creencia de que Bolivia es un país potencialmente riquísimo, cuya pobreza actual se debe principalmente a agentes externos y a la incuria de las clases altas.

Esta creencia constituye hasta hoy uno de los elementos centrales de la mentalidad colectiva, especialmente en el seno de los estratos sociales con menor grado de instrucción y menores posibilidades de acceso a fuentes independientes de información. Como en otras sociedades, estas leyendas colectivas fuertemente arraigadas representan factores recurrentes de la mentalidad colectiva que pueden ser fácilmente manipulados por motivos político-partidarios. Las izquierdas bolivianas y las corrientes indigenistas e indianistas han preservado porciones de esa concepción cómoda y simple, que sirve para que la "nación" (o, más exactamente, los que hablan por ella) se atribuya un notable potencial en recursos y posibilidades y simultáneamente para imputar a agentes externos todos los males presentes del país.

Esta alusión a Gabriel René Moreno tiene además una cierta actualidad, porque este autor hizo algunas observaciones importantes sobre el persistente rechazo a la tradición liberal-democrática y acerca de la renovación —siempre intentada una y otra vez— de una herencia nacionalista-particularista. Aunque las generalizaciones son peligrosas e inexactas, se puede aseverar que estos procesos de renacimiento cultural incluyen un vigoroso florecimiento de tradiciones, costumbres y valores endógenos, que en el siglo XXI nuevamente han comenzado a ejercer una notable influencia sobre la esfera política boliviana. Este rechazo de normas liberal-democráticas y el florecimiento concomitante de prácticas convencionales tiene —empero— consecuencias más graves, que fueron vislumbradas por los primeros historiadores. La indiferencia ante los derechos humanos, el menosprecio de la democracia pluralista (en cuanto producto aparentemente foráneo) y el desdén por la proporcionalidad de los medios, que son palpables, asimismo, en el movimiento sindical y en el indianismo e indigenismo radicales, pueden, en ciertos contextos, ser proclives al surgimiento de la violencia política.

En varios puntos, las premoniciones de la llamada "Generación de la Amargura" (Gabriel René Moreno, Manuel Rigoberto Paredes, Alcides Arguedas, Carlos Romero y varios otros) han resultado verídicas y parcialmente comprobables en la actualidad: 1. en la descripción de algunos fundamentos recurrentes de la cultura política; 2. en el análisis de los orígenes (las fuentes) de dicha cultura, y 3. en la descripción de la clase política boliviana. El representante más distinguido y controvertido de esta generación fue Alcides Arguedas. Pese a errores de observación e interpretación, Arguedas logró confeccionar un espejo crítico para retratar a la sociedad boliviana y, especialmente, a su mentalidad colectiva, a su clase política y a sus grupos con vehementes ansias de ascenso social. La veracidad de su descripción a este respecto y su tesis de que los males nacionales no provienen de factores externos o agentes foráneos, siguen perturbando hoy como en el primer día a los lectores de su obra. Arguedas y los intelectuales de su generación percibían los males de la patria en la contextura sociocultural y en los comportamientos anti-éticos de los gobernantes y los partidos, y no tanto en las condiciones socio-económicas que se arrastraban de larga data. Esto, que puede parecer equivocado y anacrónico, adquiere hoy una cierta eficacia explicativa ante el fracaso de una masa gigantesca de teorías economicistas, institucionalistas y afines que han demostrado su incapacidad para comprender (y hasta para describir) la cultura política y las pautas recurrentes de comportamiento de la población.

Arguedas y su generación llamaron la atención en torno a la falta de memoria histórica de los bolivianos, que a menudo cometen el mismo error o eligen a políticos desacreditados por experiencias anteriores. El país ha cambiado mucho desde entonces, pero algunos aspectos de esta Bolivia profunda han permanecido relativamente incólumes: el desprecio por la cultura genuina, la literatura y los libros, el desdén por las esfuerzos científicos y teóricos, la indiferencia hacia los derechos de terceros, la admiración por la fortuna rápida, la envidia por la prosperidad ajena, la productividad laboral substancialmente baja, la celebración de la negligencia y la indisciplina y, como lo expresaba Arguedas, hasta la "innata tendencia a mentir y a engañar, porque [...] éstas son condiciones indispensables para alcanzar éxito en todo negocio"8

Esta parece ser una descripción del político normal y corriente de comienzos del siglo XXI. Constituye un sobrio inventario de cualidades realmente existentes y florecientes en grupos y personas de variado origen étnico-cultural. Lo preocupante para el presente es que esta actitud sigue siendo la que conduce al éxito público. Los estratos medios, considerados no como un segmento definido y delimitado étnicamente, sino como un amplio grupo portador de normativas culturales específicas, constituyen la fuente más importante para el reclutamiento de políticos, parlamentarios, jueces y otros altos funcionarios de la administración pública, y justamente en el ambiente político es donde las cualidades mencionadas y criticadas por Arguedas experimentaron a partir de 1952 y posteriormente a comienzos del siglo XXI una clara consolidación y exacerbación. Ampliando las observaciones de Arguedas y otros sobre el estamento político a otros sectores de la población boliviana, se puede afirmar que esta última en cuanto totalidad puede ser caracterizada como conservadora y convencional porque preserva pautas y normativas anticuadas de comportamiento, a pesar de los incipientes procesos de modernización técnico-económica. Estos valores de orientación configuran una porción de lo que puede llamarse la identidad colectiva actual. Por ejemplo, el análisis que hizo Arguedas del consumo de alcohol, de las curiosas prácticas de sociabilidad asociadas a esta costumbre y sus consecuencias nocivas es válido hasta hoy.9

Uno de los fragmentos más valiosos en estos estudios primigenios de la cultura política es el análisis de sus orígenes histórico-sociales, es decir, de su proveniencia, no la más remota, pero sí la de más peso y significación. Aquí brilla con luz propia Carlos Romero, autor hoy totalmente olvidado, que se consagró a analizar críticamente el legado político-cultural de la era colonial española. Es común en estos autores una impugnación severa de las presuntas bondades de la conquista y de los conquistadores españoles. De acuerdo a Carlos Romero, el "establecimiento de los peninsulares en América" tuvo los caracteres de "crueldad, rapacidad y parasitismo"; los conquistadores, "despreciadores del trabajo material", ejercieron una "enorme presión sobre los pueblos sojuzgados, esquilmándolos en todas las formas imaginables".10 Hasta los censores más acerbos de la herencia autoritaria ibero-católica, como Carlos Romero, han reconocido la naturaleza histórica (es decir: transitoria y pasajera en última instancia) de los males que analizaban, proponiendo como principal remedio una auténtica y profunda reforma de los sistemas educacionales (desde la escuela primaria hasta la universidad), la que estaría destinada a todas las clases sociales y a todos los grupos étnicos.11

Las críticas más conocidas a las tesis provenientes de la "Generación de la Amargura" dejan vislumbrar un sesgo nacionalista o marxista que impide precisamente reconocer la originalidad de casi todo análisis en torno a la cultura política.12 La alusión a los largos años de la "explotación secular" bajo la era colonial española o a las condiciones "capitalistas" o "neoliberales" de la base económica, parece eximir a estas posiciones de toda discusión científica en torno a los valores de orientación y a las pautas recurrentes de la mentalidad colectiva. Hasta los llamados "estudios post-coloniales" o "subalternos", que se han consagrado a esta temática, no pasan de ser una ingeniosa combinación de marxismo diluido con teoremas postmodernistas a la moda del día, que no aportan ningún avance ni a la crítica de la "Generación de la Amargura" ni al mejor conocimiento de la cultura política boliviana.13

 

4. Los estudios recientes sobre la temática

Uno de los aportes del presente más importantes y mejor documentados en torno a la cultura política boliviana es el de Jorge Lazarte Rojas, quien ha alcanzado además un encomiable nivel de penetración analítica. Sus estudios nos ayudan a entender la cultura política y las concepciones prevalecientes de democracia en la población en general y en los sectores campesinos y sindicales en particular, concepción signada hasta hoy por rasgos arcaicos de corte autoritario. Tempranamente Lazarte incursionó en esta temática, preocupado especialmente por el potencial democrático de la población boliviana y los obstáculos concomitantes. Refiriéndose a la Central Obrera Boliviana (COB), Jorge Lazarte aseveró que la democracia propugnada por ésta no estuvo orientada por el "derecho al disenso", sino por la "obligación al consenso".14 Esta noción de democracia y su praxis no han estado, empero, limitadas a los tiempos gloriosos de la COB (1952-1985) ni exclusivamente al ámbito sindical, puesto que configuran modos de organización política existentes hasta hoy en algunos sectores campesinos del Occidente boliviano. Provienen de una tradición precolombina y no se les puede negar una cierta originalidad. La izquierda boliviana ha celebrado largamente esta concepción de democracia y sus prácticas y las ha estimado como una alternativa válida frente a la democracia representativa y pluralista de procedencia europea. Este modelo organizativo exhibe, sin embargo, unos vestigios muy serios de la tradición autoritaria: convenciones y rutinas que pertenecen indudablemente al acervo más prístino de la nación, pero que han demostrado ser obstáculos para la convivencia razonable en una sociedad pluralista y altamente diferenciada. La tan alabada democracia directa del movimiento sindical y de las comunidades campesinas tuvo y tiene una forma asambleística, donde existe plena libertad de palabra, pero que finalmente resulta ser, como afirma Lazarte,

un ejercicio deliberativo entre y para "iguales". En la asamblea sólo participaban los que se parecen y formaban parte de una misma colectividad. Es la democracia para los que son homogéneos socialmente. Pero, además, fue el escenario para los iguales "ideológicamente", es decir, para los que pensaban igual o, mejor, tenían una idéntica representación de las cosas, y, por tanto, manejaban los mismos códigos. La asamblea "expulsaba" de sí todo lo que le era extraño, declarándolo "enemigo".15

Lazarte señaló que este asambleísmo solía convertirse en un torneo verbal en torno a quién era más radical e intolerante; en este modelo los activistas (aunque representasen grupos muy reducidos) podían obtener fácilmente el control sobre las asambleas e instaurar la dictadura de los más alborotadores.16 Es sintomático que este tipo de democracia, reputado en ambientes izquierdistas e indianistas como alternativa genuinamente popular y participativa, termina habitualmente en manos de una élite muy pequeña y privilegiada, negando todo derecho a las minorías y a los disidentes y favoreciendo las formas más groseras del consenso compulsivo. En este contexto y en vista del surgimiento de la llamada "antipolítica" (outsiders en cuanto líderes políticos exitosos y partidos populistas antisistema de gran arrastre, por ejemplo en Perú y Venezuela), Lazarte acuñó con notable anticipación el concepto de la informalización de la política: los partidos políticos tradicionales estarían perdiendo terreno frente a líderes y organizaciones que, en el fondo, no serían favorables a la moderna democracia representativa.17 Y esta popularidad de los líderes y partidos "informales" tuvo que ver —como se sabe hoy— con una primera y profunda desilusión de las masas con respecto a la democracia representativa pluralista y con un retorno a los aspectos autoritarios de la cultura política tradicional.

En abril y mayo de 1999 se llevó a cabo la encuesta sobre "Democracia y valores democráticos", encomendada por la Corte Nacional Electoral (CNE). Mediante el análisis de la misma, Jorge Lazarte brinda pistas decisivas para comprender por qué comportamientos modernos y democráticos no se han consolidado en Bolivia pese a todas las reformas modernizantes a partir de 1985. Por un lado, se puede constatar empíricamente que una mayoría notable de la población boliviana (71%) prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno y estaría dispuesta a defenderla si estuviera amenazada (85%), y esto pese a que sólo el 48% de los encuestados está satisfecho con los resultados tangibles de la misma.18 Como asevera Lazarte, se ha desarrollado en las últimas décadas una nueva sensibilidad, bastante moderna, que es "la aversión al riesgo" (que conllevan por ejemplo las propuestas y programáticas de tinte radical); de ahí se derivan la predisposición al diálogo y el rechazo a la violencia política (esta última es favorecida sólo por el 5% de la población19). Pero, por otro lado, existen y persisten valores de orientación y comportamientos colectivos de vieja data que obstaculizan la praxis efectiva de la democracia moderna, como la poca importancia atribuida por la población al cumplimiento de las leyes vigentes (los cuerpos legales siguen siendo percibidos como mera formalidad), acompañada por la opinión generalizada de que la justicia es algo reservado para pocos privilegiados.20 Más preocupante aún es el hecho de que algunos derechos humanos fundamentales aparezcan cuestionados en su ejercicio, sobre todo el derecho a la libre expresión, que una buena parte de la población no está dispuesta a conceder a los otros, a los disidentes; la tolerancia en cuanto normativa tiene una apreciación muy baja por el grueso de la población (5% de la muestra). En conexión con este punto se halla la visión positiva del bloqueo de carreteras (vulneración de derechos de terceros) y la inclinación a no acatar una decisión de autoridad competente si ésta resultara contraria a los intereses de los encuestados. Como dice Lazarte, una buena porción de la sociedad confunde autoridad con poder y este último con arbitrariedad, lo que tiene ciertamente una razón de ser histórica, pero lo grave es que esto no ha sido modificado por la modernización. Los bolivianos están cada vez más conscientes de sus derechos, pero no así de sus deberes, lo que conduce a trivializar fácilmente la vulneración de derechos de terceros.21 Como asevera Lazarte, la evidencia empírica muestra la coexistencia de nuevas orientaciones democráticas junto con viejas normativas autoritarias: las mismas personas que apoyan la democracia persisten en practicar valores autoritarios, y viven así "entre dos mundos".22 Se trata de un fenómeno muy generalizado en todo el planeta, pero en Bolivia la brecha entre ambos sistemas de valores puede consolidarse de tal modo que la implantación de la democracia moderna quede básicamente en el papel. Las normativas autoritarias provenientes de la Bolivia profunda son las que entorpecen el surgimiento de una sociedad más abierta, tolerante y pluralista. Queda el consuelo de que también estos fenómenos son históricos y pasajeros.23

En octubre y noviembre de 2004, la Corte Nacional Electoral (CNE) encargó la realización de un Segundo estudio nacional sobre democracia y valores democráticos en Bolivia. El cuestionario abarcaba cien preguntas y fue aplicado a 3,000 personas (mayores de 18 años) elegidas de manera aleatoria en todo el país.24 En líneas generales, se puede afirmar que esta encuesta de 2004 fue técnicamente más refinada que la del año 1999, pero concitó menos la atención de los intelectuales y los especialistas. Aquí faltó un buen estudio interpretativo, como el libro de Jorge Lazarte referido a la encuesta de 1999, Entre dos mundos, cuyo título ya es altamente expresivo y muy bien elegido. Entre los datos interesantes que salieron a luz se deben mencionar los siguientes: la crisis de representación política y, simultáneamente, el desprestigio del Poder Legislativo se manifestaron en el hecho de que 57,3% de los encuestados no se sentían representados por los parlamentarios de entonces.25 El estudio estableció que los bolivianos perciben mayoritariamente sólo tres derechos como fundamentales e importantes: los derechos a la vida, al trabajo y a la educación (en este orden descendente). Otros derechos clásicos, como los llamados políticos y el de la propiedad privada, concitan un interés mucho menor.26 Muy preocupante es la constatación del poco respeto a los derechos de terceros y a los deberes; los propios encuestados estimaban en un 88,2% que el "respeto a los derechos ciudadanos" era muy bajo.27 Como dice el propio estudio, "Bolivia es un país de escasa tolerancia": 50,6% de los encuestados no está dispuesto a convivir con personas de otras razas, credos, ideologías o con enfermos (por ejemplo, SIDA).28 Es sintomático que la mayoría de los encuestados manifestaron tener una baja participación social (86,2%) y también una baja participación en asuntos políticos (80,4%), lo que concuerda con una concepción fundamentalmente negativa sobre la política en general: 47,8% de los encuestados aseveraron que asocian corrupción con política; 19,4% identifican política con lucha por el poder, y sólo 1,5% de los mismos definen la política como una "actividad honrosa.29 A esto no hay mucho que agregar:

Los estudios en torno a la cultura política boliviana más amplios y mejor fundamentados son los producidos por Mitchell A. Seligson y su escuela. Dentro de la conocida tradición empirista del mundo anglosajón, los estudios de Seligson se basan estrictamente en encuestas de opinión pública de alta representatividad y confiabilidad, encuestas que son repetidas con periodicidad de dos años para poder realizar un seguimiento de calidad documental "densa" al problema tratado. El hallazgo más notorio, que se encuentra ya en el primer estudio de Seligson sobre Bolivia, consiste en haber descubierto un alto índice de intolerancia política expresado por la población, tanto internamente como en comparación con todos los otros países de América Latina.30 Los resultados de estas encuestas son (o deberían ser) muy preocupantes para la élite gobernante y las instituciones políticas y educativas del país, ya que los resultados tienen que ver con los deficientes niveles educativos de la población boliviana. "El factor más importante", dice Seligson, "parece ser la falta de un programa de contenidos curriculares básicos orientado a elevar los valores democráticos de las personas en el sistema educativo boliviano [...]".31 Es muy razonable que el estudio-informe lo establezca con toda evidencia: la carencia de tolerancia política es la falta de una cualidad social indispensable para la vida en una sociedad moderna (o en una que quiere modernizarse rápidamente). Se trata de una intolerancia que se manifiesta como opuesta a la diversidad de opiniones y valores; es un rechazo colectivo a valores divergentes de los propios.32

Con una situación política muy diferente (después de la toma del gobierno por el Movimiento al Socialismo en enero de 2006), el estudio-informe del grupo Seligson para ese año hace énfasis en aspectos de autoidentificación étnica y lingüística, tolerancia/intolerancia política y temas nuevos como el capital social y la percepción colectiva de la Asamblea Constituyente. En contra de opiniones muy difundidas, el estudio-informe establece que Bolivia es una sociedad mayoritariamente urbana (56,6%, con un adicional 12,7% de habitantes en centros urbanos relativamente pequeños), cuyo idioma es el castellano (72,6% lo tienen como lengua materna).33 Es interesante anotar que el índice boliviano de confianza interpersonal es uno de los más bajos de América Latina; los encuestados consideran que la gente de su propia comunidad (barrio) es poco confiable.34 Como en las encuestas de años anteriores, la tolerancia, entendida como respeto por aquellas personas que expresan puntos de vista e intereses diferentes, permanece bastante alta. La falta de tolerancia predispone a actitudes autoritarias (la "aversión a la diversidad"), las que se hacen más evidentes en niveles educativos inferiores.35 En el análisis del capital social, se percibe a través de la encuesta que el nivel de confianza interpersonal es bastante bajo (47,0%), aunque los bolivianos participan activamente en asociaciones (religiosas, profesionales, comunales, partidos políticos, juntas vecinales, de padres de familia, etcétera), y asisten a las reuniones pertinentes en una proporción relativamente alta en relación con otros países latinoamericanos.36 Aquí se reconoce que son necesarios estudios suplementarios para aclarar esta paradoja. Como también no deja de asombrar que en 2006, el 83,0% de los encuestados responden que es necesario cambiar la constitución (por consiguiente, fuerte apoyo a la realización de una Asamblea Constituyente), aunque muy pocos ciudadanos saben qué es una constitución y cuál es su contenido.37 El 45,8% de los encuestados opina que los principales problemas del país continuarán después de realizada la Asamblea Constituyente y aprobado el nuevo texto constitucional, pero de todas maneras un 44,5% cree que la nueva constitución resolverá los problemas del país (y un 40,3 % supone que la Asamblea Constituyente debería solucionar "todos los problemas del país"38). Si se pregunta a los encuestados directamente si es importante o no el respeto a las leyes, éstos contestan en un 86,8% lo previsible: "es importante obedecer las leyes". Si se les pregunta por la actitud de los bolivianos, como si se tratase de terceras personas, entonces los encuestados dan respuestas más diferenciadas y probablemente más cercanas a la verdad: 11,5% afirma que los bolivianos "no quieren cumplir la ley, pero creen que los demás sí deberían" cumplirlas; 17,2% asevera que los bolivianos cumplen la ley solamente cuando están de acuerdo con lo que ésta prescribe; 38,4% admite que los bolivianos "obedecen las reglas sólo cuando [éstas] los benefician y las desobedecen cuando los perjudican"; y únicamente el 26,1% dice que los bolivianos "tratan de cumplir las leyes la mayor parte del tiempo".39 Estas cifras son realmente preocupantes, pues del respeto permanente a las reglas pactadas dependen la existencia y el buen funcionamiento del régimen democrático y del Estado de Derecho.

El estudio-informe del grupo Seligson más amplio hasta ahora es el correspondiente a 2008, que retorna al tema de la gobernabilidad. Los indicadores y su tratamiento son más complejos y refinados, las referencias bibliográficas más amplias y las representaciones gráficas más abundantes. Pero no contiene sorpresas o datos genuinamente innovadores sobre la cultura política de los bolivianos.40 En términos comparativos internacionales, Bolivia ocupa en el hemisferio occidental uno de los últimos lugares en cuanto a conductas ciudadanas conducentes a una democracia estable; debido a la baja tolerancia política, el apoyo (legitimidad) a una democracia estable puede ser considerado como precario. Con esta tolerancia baja, la "estabilidad autoritaria" tendría un apoyo de 38,5% de los encuestados y la "democracia en riesgo" un 32,1%. La conclusión de los autores es inequívoca: "En total 68% de los entrevistados en 2008 revelan poca disposición a tolerar a aquellas personas que expresan opiniones políticas diferentes de las propias".41 Estos datos son (o deberían ser) preocupantes para el futuro de la democracia pluralista en Bolivia.

Es ineludible redondear este acápite con una apreciación crítica. No hay duda del gran mérito del enfoque de Seligson y su escuela: establecer una base sólida, empíricamente asegurada, para todo análisis ulterior en torno a la cultura política boliviana. Después de publicados estos estudios no se pueden negar los rasgos centrales de esta cultura, y tampoco sus graduaciones y peculiaridades según criterios geográficos y sociales. Con rigor científico y métodos modernos (es decir, usando instrumentos y procedimientos universalmente válidos), Seligson y su escuela nos han brindado una visión veraz y confiable de ese ámbito tan importante conformado por valores de orientación y pautas recurrentes de comportamiento referidas a la cultura política. Con respecto al plano operativo, se puede aseverar que políticas públicas, campañas educativas, programas para ganar adherentes partidarios y hasta proyectos de investigación científica pueden ser elaborados más adecuadamente si se consideran los resultados de estos estudios.

Por otra parte, es indispensable recordar las limitaciones de la tradición empirista. No todo se puede medir, y menos aun en el azaroso campo de los comportamientos humanos. Problemas y aspectos cualitativos, como son la mayoría de los culturales, se dejan aprehender dificultosamente mediante procedimientos cuantitativos. Fenómenos que podemos llamar clásicos de la cultura política boliviana (el paternalismo, el patrimonialismo, la aversión al pensamiento crítico, la renuencia a ponerse en cuestionamiento, el desdén por toda perspectiva supranacional y comparativa, la desinstitucionalización como fenómeno recurrente en la historia boliviana, etcétera) son difícilmente operacionables y medibles. Por ello, las múltiples facetas del autoritarismo, como signo visible de nuestra cultura política, no pueden ser abordados directamente por el método de las encuestas, y sólo mediante preguntas indirectas, que por ello no adquieren la categoría de una confiabilidad plena. Además, existe un factor de inseguridad por lo menos en ciertos terrenos donde las encuestas pueden brindarnos sólo una visión aproximada de la realidad: la gente no dice necesariamente lo que en realidad piensa, o lo aminora para no llamar la atención del encuestador. Las encuestas, cada vez más refinadas técnicamente, no aportan grandes novedades con respecto a conocimientos previos. Muchas veces (por suerte, no siempre) las encuestas confirman intuiciones o conocimientos previos, ganados mediante una observación cuidadosa.

 

5. Aspectos poco estudiados de la cultura política: anomia, autoritarismo y desinstitucionalización

En América Latina podemos observar un fenómeno recurrente, el populismo autoritario, que representa en realidad un fundamento básico de tradiciones culturales muy arraigadas y resistentes frente a cambios de mentalidad y valores culturales. Un ejemplo se encuentra en el área andina, donde las sociedades parecen repetir cíclicamente periodos breves de democracia efectiva y épocas largas de autoritarismo caudillista. En numerosos países, entre ellos Bolivia, la cultura política está determinada hasta cierto grado por la existencia de los llamados códigos paralelos. En toda el área andina se puede observar la existencia simultánea de dos sistemas "legales" de orientación: los códigos informales, de naturaleza oral, por un lado, y los códigos formales, transmitidos como estatutos escritos, por otro. A simple vista los primeros tienen un carácter gelatinoso, cambiante e irracional, mientras que los últimos poseen una estructura lógica y pueden ser enseñados e interpretados de manera homogénea, sistemática y permanente. Los códigos informales no se aprenden mediante libros, cursos y universidades, sino en la práctica de cada día. Esta es su gran ventaja: tienen una vigencia prerracional, obvia y sobreentendida. No requieren de teorías y explicaciones para ser aceptados, y su validez está por encima o más allá de los ejercicios de la lógica discursiva. Los códigos informales viven en el silencio y la sombra, pero son seguidos por una gran parte de la población con un acatamiento sumiso y hasta con obediencia afectuosa. Los códigos formales son respetados sólo de cara al gran público, es decir, cuando hay que suponer una extensa audiencia mixta, dentro de la cual pueden hallarse personalidades y autoridades ya modernizadas, que no tolerarían una apología de los códigos premodernos. Por ello los códigos formales escritos son celebrados con cierta solemnidad (y sin ironía) en toda ocasión pública o académica y están presentes en infinidad de leyes escritas, pero su vigencia es limitada y circunstancial.

Los efectos resultantes de los códigos paralelos para la cultura política son los siguientes. Esta estructura dual no coadyuva a edificar una confianza pública en la igualdad ante la ley ni en la objetividad de cualquier actuación de la administración pública. El caudillo político que puede distribuir cargos estatales es visto, por ejemplo, como el propietario legítimo del aparato gubernamental. El funcionamiento diario del Estado deja de ser algo impersonal y se convierte en un embrollo de "relaciones" que puede ser influido exitosamente por intereses particulares, personas con buenos "contactos" y amigos del gobernante de turno. El Estado de Derecho (que puede muy bien existir en el papel) no se difunde hacia abajo, no influye en la mentalidad de las capas populares. La población no tiene confianza de las actuaciones estatales.

La dualidad legal antes mencionada se complica hoy en día en Bolivia debido a un proceso acelerado de urbanización y modernización, que conlleva más problemas que soluciones, ya que genera más demandas, esperanzas e ilusiones de las que puede satisfacer. La cultura política prevaleciente engloba ahora el fenómeno de la anomia. La complejidad de las nuevas estructuras sociales y la variedad inesperada de normativas de orientación han producido prolongados fenómenos de desestructuración general, desilusión masiva e inseguridad ciudadana. Peter Waldmann, a quien debemos notables estudios sobre los fenómenos de anomia en América Latina, señaló que la falta de reglas claras, generalmente aceptadas y practicables o, a menudo, la evaporación de las mismas con extraordinaria facilidad, ocurren paralelamente a la expansión y modernización de un aparato estatal deficiente y corrupto, que no puede asegurar para sí el monopolio de la coacción física legítima ni garantizar la prestación de servicios sociales indispensables.42 La carencia de investigaciones sobre la anomia social en Bolivia nos deja en la oscuridad con respecto a la posibilidad de que la dualidad legal haya consolidado diversos aspectos del autoritarismo, cuya aceptación tácita por los partidos izquierdistas, el movimiento sindical, los maestros de escuela y los intelectuales progresistas representa una muestra evidente de rutinas y convenciones de enorme fuerza normativa y orientadora, ante todo en el terreno de la praxis cotidiana.

La cultura de la legalidad y el Estado de Derecho no han adquirido una carta segura de ciudadanía y siguen sometidos en gran escala a consideraciones de oportunidad y a los vaivenes del poder político. En el caso específico de la cultura de la legalidad, se puede adelantar la hipótesis de que las prácticas cotidianas de una buena parte de la población boliviana y de las instancias gubernamentales prosiguen pautas culturales de carácter premoderno y a menudo irracional, que dificultan una convivencia razonable de los bolivianos en la época actual. Se trata, por otra parte, de padrones de comportamiento colectivo que están muy difundidos en casi todos los sectores sociales del país, y que son apreciados positivamente por los mismos, lo que impide un cambio sustancial en el corto plazo.

En Bolivia se puede observar un fenómeno recurrente: los avances en la educación democrática y la ampliación de la vigencia de los derechos humanos suceden a veces paralelamente a un vigoroso renacimiento 1) de la aun vigorosa tradición cultural del autoritarismo, 2) de corrientes indigenistas y 3) de movimientos populistas teñidos de nacionalismo y socialismo. Estos movimientos poseen rasgos exteriores de una gran visibilidad simbólica. Sus características "públicas" están concebidas para el consumo popular masivo, y no siempre tienen una significación profunda y duradera. La constelación actual en Bolivia es confusa a primera vista porque el movimiento populista y los sectores políticos afines tienen la reputación de encarnar la progresividad histórica y una auténtica modernización según las verdaderas necesidades del país. Esta opinión está muy difundida en la sociedad boliviana y lamentablemente también en círculos de la cooperación internacional. Simultáneamente, esta misma corriente fomenta de manera muy efectiva actitudes, valores y normas que denotan un marcado carácter premoderno, una propensión a lo antidemocrático, iliberal y antipluralista y un talante anticosmopolita, provinciano y nacionalista. La tentación de formular promesas irrealistas, el vituperio radical de los adversarios, la práctica de la improvisación a todo nivel y la demagogia permanente, representan las prácticas más usuales de los liderazgos populistas.

En el fondo, es una tendencia a la desinstitucionalización de todas las actividades estatales y administrativas. Esta desinstitucionalización afianza paradójicamente el poder y el uso discrecional del aparato estatal por parte de la jefatura populista. Este acrecentamiento del poder de los de arriba (con su correlato inexorable: la irresponsabilidad) sólo ha sido históricamente posible a causa de la ignorancia, la credulidad y la ingenuidad de los de abajo. Existen varias causas para explicar el retorno de un populismo autoritario en América Latina y con él la consolidación de la antigua cultura política contraria a la institucionalidad y al respeto irrestricto de normas y leyes. Una de las causas reside en la baja institucionalización de los partidos políticos y en la pervivencia de una cultura premoderna de la legalidad.

Los estudios favorables al populismo, que a comienzos del siglo XXI son una verdadera legión, a) atribuyen una relevancia excesiva a los (modestos) intentos de los regímenes populistas de englobar a los explotados y discriminados, a las etnias indígenas y a los llamados movimientos sociales, y b) descuidan simultánea y deliberadamente los aspectos concomitantes del autoritarismo, puesto que, pese a su euforia revolucionaria, son corrientes profundamente conservadoras (en sentido de preservar rutinas y convenciones no escritas, pero de vieja data). Estos enfoques auspician inclinaciones colectivistas, descuidan el potencial de autoritarismo inmerso en los sectores populares de la sociedad y en sus prácticas políticas consuetudinarias, dejan de lado las consecuencias globales de la problemática ecológico-demográfica y no dejan vislumbrar una posición genuinamente crítica frente a los fenómenos de regresión que también entrañan todos los procesos de modernización.43 Estos estudios, en el fondo favorables al autoritarismo, están generalmente disfrazados de ideas progresistas, altruistas y a la moda del día.

El rechazo de normas liberal-democráticas y el florecimiento concomitante de prácticas convencionales tienen —por lo tanto— consecuencias graves. La indiferencia ante los derechos humanos, el menosprecio de la democracia pluralista (en cuanto producto foráneo) y el desdén por la proporcionalidad de los medios, que son palpables asimismo en el movimiento sindical y en el indigenismo radical, pueden —en ciertos contextos— ser proclives al surgimiento de la violencia política permanente. El anti-imperialismo de estos partidos populistas es, parcialmente, un rechazo de la democracia representativa y pluralista, del racionalismo e individualismo modernos, de la cultura cívica liberal y del Estado de Derecho, y, por consiguiente, una regresión hacia modelos de pensamiento y acción de corte nacionalista y hasta irracional y hacia costumbres y procedimientos políticos signados por el caudillismo, la atracción carismática, el colectivismo y las jerarquías autoritarias.

 

Notas

1 Milton Rokeach, Beliefs, Attitudes, and Values, San Francisco, Jossey-Bass, 1968;         [ Links ] cf. también Milton Rokeach, The Open and the Closed Mind, New York, Basic Books, 1960.         [ Links ]

2 Howard J. Wiarda (comp.), Politics and Social Change in Latin America. The Distinct Tradition, Amherst, Massachusetts University Press 1982;         [ Links ] Howard J. Wiarda, Democracy and Its Discontents, Washington, Rowman Littlefield, 1992.         [ Links ]

3 Howard J. Wiarda, The Soul of Latin America. The Political Theory and Political Tradition of Latin America, New Haven, Yale University Press, 2001.         [ Links ]

4 Gabriel A. Almond/Sidney Verba, The Civic Culture. Political Attitudes and Democracy in Five Nations, Princeton, Princeton University Press, 1963;         [ Links ] Gabriel A. Almond/Sidney Verba (comps.), The Civic Culture Revisited, Boston/Toronto, Little Brown, 1980.         [ Links ]

5 Gabriel A. Almond/R. Scott Appleby/Emmanuel Sivan, Strong Religion. The Rise of Fundamentalisms around the World, Chicago, Chicago University Press, 2002.         [ Links ]

6 El testimonio más conocido e importante de ese fundamentalismo indianista atenuado es la obra colectiva [sin compilador], Por una Bolivia diferente. Aportes para un proyecto histórico popular, La Paz, CIPCA, 1991, pp. 20, 63 et passim.         [ Links ] Cf. también la crítica con respecto a esta corriente: Javier Medina, "¿Por una Bolivia diferente?", en Mario Miranda Pacheco (comp.), Bolivia en la hora de su modernización, México, UNAM, 1993, pp. 303-308.         [ Links ]

7 Cf. Gabriel René Moreno, Estudios de literatura boliviana, Potosí, Editorial Potosí, 1955, vol. II, p. 216;         [ Links ] G. R. Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú [1896], La Paz, Juventud 1970, p. 299.         [ Links ] Sobre Moreno, cf. la monografía de Josep M. Barnadas, Gabriel René Moreno (1836-1908). Drama y gloria de un boliviano, La Paz, Altiplano, 1988, sobre todo pp. 143 sqq., 243 sqq.         [ Links ]

8 Alcides Arguedas, "Pueblo enfermo. Contribución a la psicología de los pueblos hispanoamericanos [1909 + 1937]", en Arguedas, Obras completas (compilación de Luis Alberto Sánchez), México, Aguilar, 1959, tomo I, p. 483.         [ Links ]

9 Arguedas, "Pueblo enfermo...", op. cit. (nota 8), pp. 430 sqq., 524-536.

10 Carlos Romero, Las taras de nuestra democracia, La Paz, Arnó, 1919, p. 106.         [ Links ]

11 Ibid., p. 235, 239, 243.

12 Mariano Baptista Gumucio (comp.), Alcides Arguedas. Juicios bolivianos sobre el autor de "Pueblo enfermo", La Paz, Amigos del Libro, 1979;         [ Links ] René Zavaleta Mercado, Bolivia: crecimiento de la idea nacional, La Habana, Casa de las Américas, 1967, p. 26.         [ Links ]

13 Cf. Dora Cajías/Magdalena Cajías/Carmen Johnson/Iris Villegas (comps.), Visiones de fin de siglo. Bolivia y América Latina en el siglo XX, La Paz, IFEA/Coordinadora de Historia, 2001.         [ Links ]

14 Cf. el interesante e instructivo artículo de Jorge Lazarte, "Los mitos del sindicalismo boliviano", en Historias, La Paz, vol. 2000, no. 4, p. 244.         [ Links ]

15 Ibid., p. 245.

16 Lazarte, ibid., p. 245 sq.; Jorge Lazarte, "El desafío de la democracia. Introducción al tema", en Carlos F. Toranzo Roca (comp.), Desafíos para la izquierda, La Paz, ILDIS, 1991, pp. 65-72.         [ Links ]

17 Jorge Lazarte, "Problemas de la democracia e informalización de la política", en Mario Miranda Pacheco (comp.), op. cit. (nota 6), pp. 381-408.

18 Jorge Lazarte R., Entre dos mundos. La cultura política y democrática en Bolivia, La Paz, Plural, 2000, p. 32 sq., 46 sq.         [ Links ] Estas cifras del apoyo general a la democracia coinciden casi exactamente con las de la encuesta de Mitchell A. Seligson, La cultura política de la democracia en Bolivia: 2000, La Paz, Universidad Católica Boliviana/USAID/Encuestas y Estudios, 2001, p. 55.         [ Links ]

19 Lazarte, ibid., pp. 48, 64.

20 Ibid., pp. 50-52.

21 Ibid., pp. 67, 71 sq. La tendencia es coincidente con la encuesta de Seligson, sobre todo en lo que se refiere al bajo nivel de tolerancia que denotan los bolivianos. Cf. Mitchell A. Seligson, op. cit. (nota 18), p. 19.

22 Lazarte, ibid., p. 110, 115. El nivel de tolerancia es muy bajo en términos comparativos, es decir, dentro del contexto latinoamericano. Cf. Mitchell A. Seligson, op. cit. (nota 18), pp. 18, 76, 81.

23 De este modo la comprobación empírica ha confirmado las intuiciones de historiadores, ensayistas y escritores acerca de un sustrato intolerante, autoritario, colectivista y centralista que obviamente no pertenece a la esencia de la identidad nacional (es dudoso que tal cosa metafísica realmente exista), pero que como fenómeno histórico de larga duración influye desde hace mucho tiempo sobre el quehacer político de la nación.

24 Cultura política y democracia en Bolivia. Segundo estudio nacional, La Paz, Corte Nacional Electoral, 2004, p. 16.         [ Links ] La obra no contiene ningún dato sobre autores ni compiladores.

25 Ibid., p. 46.

26 Ibid., pp. 47-48.

27 Ibid., pp. 49-51.

28 Ibid., pp. 102-103.

29 Ibid., p. 99, 105, 107.

30 Mitchell A. Seligson, op. cit. (nota 18), pp. 18, 71-82, especialmente pp. 76, 81.

31 Ibid., p. 160.

32 Ibid., pp. 153, 160-170.

33 Mitchell A. Seligson et al., Auditoría de la democracia. Informe Bolivia 2006, Cocha-bamba, Ciudadanía/LAPOP/Vanderbilt University 2006, p. 3, 10.         [ Links ]

34 Ibid., p. 32.

35 Ibid., pp. 52-55.

36 Ibid., pp. 66-67, 70-79.

37 Ibid., p. 104.

38 Ibid., pp. 117-119.

39 Ibid., 158.

40 Daniel E. Moreno Morales (comp.), Cultura política de la democracia en Bolivia 2008. El impacto de la gobernabilidad, Cochabamba, Ciudadanía/LAPOP/Vanderbilt University, 2008, p. 12.         [ Links ]

41 Ibid., pp. 94-96.

42 Peter Waldmann, El Estado anémico. Derecho, seguridad pública y vida cotidiana en América Latina, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2006, pp. 11-20;         [ Links ] explícitamente sobre la situación boliviana, cf. pp. 197-216.

43 La apología del populismo más erudita y conocida de la actualidad es la ambiciosa obra de Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2008,         [ Links ] libro de difícil digestión, que combina un marxismo diluido por el psicoanálisis de Jacques Lacan con enfoques postmodernistas y temas de la lingüística estructuralista. Cf. también: F. Panizza (comp.), Populism and the Shadow of Democracy, Londres, Verso, 2004.         [ Links ] Como contrapeso cf. la obra clásica, que no perdió vigencia: Gino Germani, Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, Buenos Aires, Temas, 2003.         [ Links ]

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