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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versão impressa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.38 no.109 Ciudad de México Set./Dez. 2016

https://doi.org/10.22201/iie.18703062e.2016.109.2582 

Reseñas

Ciudad y arquitectura. Seis generaciones que construyeron la América Latina moderna

Alejandrina Escuderoa 

aDoctora en Historia del Arte por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Arango Cardinal, Silvia. Ciudad y arquitectura. Seis generaciones que construyeron la América Latina moderna. México: Fondo de Cultura Económica, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2012.


Ciudad y arquitectura. Seis generaciones que construyeron la América Latina moderna es la primera historia general del siglo XXI que aborda el tema; la investigación tomó a Silvia Arango Cardinal 15 años, en los que recorrió las ciudades latinoamericanas y exploró trabajos históricos de la arquitectura citadina, monografías, estudios de caso, libros, revistas y tesis, lo mismo sostuvo entrevistas, conversaciones, hizo consultas a especialistas, y puso especial atención en la lectura e interpretación de los documentos gráficos, fuente entrañable para la investigadora colombiana. En 451 páginas y cerca de 300 imágenes, el libro explica un proceso histórico de 90 años (1885 y 1975), en los que los contemporáneos de cada generación insistieron en autoidentificarse como modernos y construyeron esa “obra prodigiosa” que es la ciudad latinoamericana; ellas son la cientificista (1885-1900), la pragmática (1900-1915), la modernista (1915-1930), la panamericana (1930-1945), la progresista (1945-1960) y la técnica (1960-1975).

Antes de ofrecer una glosa del libro, en compañía mano de la autora, tengo dos observaciones; la primera es mi beneplácito por la manera en la cual la autora logra abordar el tema, que al historiador actual pudiera sorprender; se refiere a la metodología generacional, por tradición utilizada en la literatura, lo cual resulta un acierto de Arango, al aprovecharla en un campo diferente con el propósito de englobar y explicar un dilatado proceso de larga duración, desplegado en varios países; la segunda apunta a su inmediato impacto no sólo en la academia, sino en el ámbito estudiantil universitario; de ahí mi interés por rescatar un estudio publicado hace algunos años, no obstante muy vigente en la casi inexistente historiografía de la modernidad arquitectónica y urbanística latinoamericana, libro que desde su aparición se ha convertido en un “clásico”.

El primer asunto por dilucidar se refiere al concepto de generación que, de acuerdo con Julián Marías, es el lapso mínimo para entender una estructura histórica; de esta manera, el texto se organiza con el método generacional, herramienta metodológica que permite pensar el pasado a partir de un sujeto colectivo: la generación, entendida ésta en la acepción propuesta por el filósofo español José Ortega y Gasset, cuando dice que los lazos que unen a cada uno de sus integrantes son sus vigencias, es decir, el “conjunto de ideas, percepciones, creencias, valores y costumbres que forman la interpretación de la realidad.” (16). Éstas, aclara la escritora, se forman como respuesta a las circunstancias que se viven y constituyen un soporte desde el cual se enfrentan los retos. La generación vista así no está directamente relacionada con la fecha de nacimiento sino con el desarrollo profesional de sus integrantes en su etapa creativa o participativa, que va de los 45 a los 60 años. El desafío de Arango Cardinal es explicar cómo, en cada generación, circunstancias y vigencias (incluso sueños y deseos) dan forma a las ideas urbanísticas y arquitectónicas, que no son puras sino que se mezclan con vigencias heredadas y en las que se sobreponen tres generaciones.

1.

La llamada generación cientificista (1885-1900) funciona como bisagra entre dos estructuras históricas, porque a la vez que rompe, hereda de la generación emprendedora que le antecedió. En ella se da una enorme importancia a las formas de pensamiento deductivo que parten de la evidencia inmediata. Un término que la define es la curiosidad.

La cientificista se encargará de culminar el prolongado proceso decimonónico de conformar las unidades nacionales, una vez delineados los perfiles de sus territorios y de sus historias patria, por lo que se trata de la primera generación “plenamente nacional”. Al respecto dice la autora: “El alcance de la incidencia de ciertas ideas positivas, científicas o políticas en América Latina sólo puede entenderse dentro de su articulación, con una lógica vital, con el propósito de construir naciones modernas, contando con la herencia de vigencias subsistentes de largo plazo como la vastedad territorial y la escasez de minorías educadas” (32). La noción de la ciudad capital simboliza y consolida su idea de nación, ya que constituye el lugar donde se concentra el liderazgo espiritual, la evolución y el progreso.

Esta generación se ocupará del transporte y del saneamiento con obras de canalización y alcantarillado; entre ellas, se distingue: “Una de las obras de ingeniería más prodigiosas del siglo XIX en América Latina: la construcción del Gran Canal del Desagüe del Valle de México, el cual retoma, rectifica y amplía proyectos que se remontan a la época precolombina” (43).

En las ciudades latinoamericanas se inician expansiones ya planificadas, mediante lotificaciones periféricas que, a la manera de barrios, se incorporan a la ciudad y siguen, por lo general, el mismo trazado. Gran parte de los fraccionamientos —o colonias en el caso de México— son propuestas de empresarios privados. Una característica común es la introducción de uno o dos ejes que marcan el centro a una ciudad entendida como un todo neutro, por encima de las viejas divisiones de barrios, parroquias o cuarteles. Un fenómeno naciente es la aparición de las nuevas urbes, como La Plata en Argentina y Bello Horizonte en Brasil.

En el periodo de creación de la generación cientificista, la arquitectura la hacen los ingenieros, y las obras públicas ejecutadas se relacionan con la idea de saneamiento ambiental y moral, con el fin de resolver aspectos de la vida cotidiana, por ello destaca la construcción de mercados, rastros, cementerios, hipódromos y plazas de toros.

2.

Aunque en la generación pragmática (1900-1915) predomina la confianza en el progreso, su relación con la técnica varía y se centra en los inventos y de ella surgirá un grupo de inventores.

Algunas metrópolis como Buenos Aires y Río de Janeiro superan el millón de habitantes y en ellas se experimenta un crecimiento paulatino, con rasgos comunes, como la construcción de una arquitectura monumental, la apertura de grandes avenidas y la inauguración del primer metro de Latinoamérica. La Avenida de Mayo en Buenos Aires y la Avenida Central (Río Branco) en Río de Janeiro sirven de modelo para las demás ciudades; se trata de calles rectas y amplias que enlazan lugares simbólicos y, a sus flancos, se construyen edificios de seis a siete pisos. Avenidas, paseos y calzadas tienen una función higienista y, a la vez, funcional en su relación con el tráfico.

Además, se despliega un frenesí constructivo, público y privado, sin precedentes, que sigue las tendencias académicas y cuyas obras serán de los arquitectos; se concretan importantes trabajos de saneamiento y electrificación y despuntan puertos, parques, avenidas y un repertorio significativo de edificios monumentales, llamados comúnmente “palacios”, tales como capitolios, casas de gobierno, tribunales de justicia, estaciones de ferrocarril, edificios de correos, teatros, escuelas, bibliotecas y museos, ubicados por lo general en la ciudad consolidada. Por otro lado, se produce un desplazamiento de varias cuadras del núcleo simbólico tradicional; en Buenos Aires, la Plaza Lavalle, en Río de Janeiro, la Plaza Floriano y en la ciudad de México, La Alameda. Los teatros sustituyen a las catedrales, como edificios simbólicos, y logran aglutinar, a su alrededor, el corazón de la vida urbana; entre los principales están el Teatro Colón de Buenos Aires, el Teatro Municipal de Río de Janeiro y el Teatro Nacional de México (después, Palacio de Bellas Artes); de igual forma, se advierte un contraste entre la ciudad antigua y la moderna.

3.

Simultánea a las ideas, percepciones y valores está la relación que cada generación establece con la técnica; la cientificista la consideró la promesa de un mundo interconectado, la pragmática, un instrumento útil para el bienestar y la modernista (1915-1930), un recurso para la diversión y para hacer placentera la vida, lo que lleva a privilegiar hallazgos técnicos como el radio, el fonógrafo y el cine.

La modernista presupone la libertad y una escasa intervención del Estado, porque éste es superado por la iniciativa privada. Ahora la ciudad se ve como un negocio, al volverse las urbanizaciones una actividad muy rentable por lo que se puede “vivir de la renta”. Esta generación aspira al ocio y a las formas de evasión, quiere tiempo libre para dedicarlo a la diversión, al deporte, al vértigo de la velocidad y a las sensaciones límite; se le otorga gran importancia al cuerpo y se practica el futbol, tenis, polo y remo; de cara al placer de viajar abunda la edificación de hoteles, balnearios y casinos.

La ciudad se conforma por un núcleo central y una gran cantidad de urbanizaciones, fenómeno ya existente, pero del cual ahora se desprenden de manera aleatoria, enfrentados al ajedrezado antiguo, los nuevos trazos hechos, a veces, con calles curvas o siguiendo las sinuosidades de la topografía. En esta comparecencia, el centro tendrá signos negativos y las periferias, positivos.

En la generación modernista predominará la arquitectura ecléctica y la profesión se afianzará mediante escuelas, revistas, congresos y asociaciones; el primer Congreso Panamericano de Arquitectos se celebra en Uruguay en 1920.

4.

En los años que van de 1930 a 1945 se confrontan tres generaciones de muy distinto carácter; todavía se hace visible la declinante modernista y aparece tumultuosa la progresista (1945-1960); en el medio, resistiendo el empuje, está la panamericana (1930-1945), que saldrá victoriosa en la década de 1930.

En lo político, 15 de los 21 países latinoamericanos tienen regímenes militares; de esa manera, la generación panamericana “vive la creencia de que no sólo la política sino todas las actividades que busquen legitimidad moral deben tener como objetivo fundamental mejorar las condiciones del pueblo” (210). En la noción de pueblo confluyen tres conceptos: raza dominada, desposeídos y masa. Dos pensadores que exploran el espíritu de los pueblos americanos, apelando a las nociones de raza y cultura, son el mexicano José Vasconcelos y el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. En los arquitectos hay un sentimiento americanista, al enfrentar el problema de conseguir una obra verdaderamente americana y a la vez moderna.

A pesar de las conmociones políticas y de los dramáticos años que van de 1928 a 1933, en la década de 1930, los arquitectos panamericanos serán prolíficos y responsables. En su búsqueda por modernizarse salen en defensa del estilo nacional, mezclado con otras referencias artísticas y culturales; al sentirse iniciadores de un mundo totalmente nuevo dieron a conocer manifiestos con los medios que pudieron; por ejemplo en el VI Congreso Panamericano de Arquitectos (1930, Río de Janeiro) “se sepulta simbólicamente a la generación modernista y su concepción del arquitecto como un defensor de la belleza”. En México destaca el ciclo “Pláticas de arquitectura”, celebrado en 1933.

La ciudad se considera un organismo único y homogéneo y los planos reguladores son los instrumentos para transformarla, involucrando ahora a la región; en ellos se incluyen los anillos concéntricos, cuyos ejemplos característicos son los esquemas de Francisco Prestes Maia para São Paulo, de Karl Brunner para Santiago de Chile y de Carlos Contreras para el Distrito Federal; paralelo a un plan vial, que tiene por objeto la regulación urbana, estará la zonificación, es decir, la división de la urbe por funciones.

Ahora, la técnica se referirá no tanto a los sistemas constructivos o a la introducción de nuevos materiales, sino a la posible producción en serie de los elementos industrializables; el arquitecto se ve como un servidor social, al desarrollar los repertorios del Estado, con obras dirigidas al bienestar colectivo, como hospitales, escuelas y equipamientos deportivos, aunque no deja la práctica privada, una fuente de trabajo importante, con la edificación de casas individuales y edificios en renta para la clase media.

5.

Después de la guerra, la generación progresista (1945-1960) ejerció plenamente su profesión en ciudades en franco crecimiento y transformación. Las circunstancias y vigencias que vivió se dieron en una situación política, la cual se explica no sólo por las polarizaciones que resultan de la segunda guerra mundial sino por las inercias continentales y nacionales, centradas en la derecha e izquierda. Arango Cardinal argumenta que la vigencia más compartida por esta generación es “el anhelo de garantizar el desarrollo como sinónimo de progreso, plasmado en realizaciones urbanas y arquitectónicas, con un sentimiento desarrollista. En donde las nociones de modernización e industrialización se identifican” (277).

Así vista, la arquitectura se convierte en un vehículo privilegiado de transmisión de ideas y proyectos, logrando las obras más interesantes, creativas y originales. Para las grandes masas de población latinoamericana, el desarrollo se concretará en obras públicas, en las cuales se aplican las técnicas más avanzadas, reforzando la idea de progreso, y se plantea una arquitectura diáfana y luminosa; “la responsabilidad de los arquitectos de la generación progresista fue la de plasmar una idea de desarrollo que se identificara con lo moderno” (276).

Durante la segunda guerra mundial, América Latina experimentó un desarrollo industrial y económico, que a partir de 1945 se traduce en una aceleración del crecimiento urbano; las principales ciudades casi duplicaron su población; Buenos Aires, México, Río de Janeiro y São Paulo superan los cuatro millones de habitantes, en tanto que La Habana, Bogotá, Santiago, Montevideo, Lima y Caracas, el millón.

En la posguerra inmediata construir vivienda se convirtió en el objetivo central de todos los gobiernos latinoamericanos, al obedecer a las demandas del acelerado crecimiento; es la época de construcción de grandes conjuntos habitacionales, que aprovechan las experiencias anglosajonas de los green belt towns y las reflexiones sociales de la Escuela de Chicago. Entre 1945 y 1950, los conjuntos estatales se diseñaron a la manera de unidad vecinal, cuyo paradigma fue Radburn (1928, Nueva Jersey), formada por las llamadas súper manzanas y separando el tránsito vehicular del peatonal; algunos casos sobresalientes son la Unidad Vecinal Número 3, en Lima, el Centro Urbano Miguel Alemán, en la Ciudad de México, el Conjunto Habitacional Pedregulho, en Río de Janeiro, el Conjunto Residencial Várzea do Carmo, en São Paolo. Obras características del periodo fueron las ciudades universitarias modernas y una paradigmática nueva ciudad, Brasilia, con la que los arquitectos de la generación progresista culminan su prolífica aventura arquitectónica y sus planteamientos urbanos.

Los arquitectos buscan expresarse en sus obras con sinceridad, autenticidad y verdad, objetivos éticos de una estética. Como signo de modernidad, la arquitectura significa un trabajo individual y expresivo y será de gran calidad, original y auténticamente latinoamericana. La experiencia vital se vuelca en un interés por la libertad plástica y por las situaciones contingentes cambiantes, como la luz, el viento y la vegetación, cuyos casos característicos son las obras del mexicano Luis Barragán y del brasileño Roberto Burle Marx.

6.

Para la generación técnica (1960-1975) la industrialización y el desarrollo se convierten libros en una creencia indiscutible, por lo cual se asume la racionalización y la organización de los procesos de producción arquitectónica; la manera de ser modernos de este grupo radicará en la eficiencia y eficacia. La técnica no será un medio ni un fin sino una destreza, una habilidad, que tiene sus propias reglas, jerarquías y programas autónomos. El sentimiento de radicación fundamental de la técnica es la pertenencia a una comunidad de naciones, cuando Latinoamérica se inserta en los procesos generales mundiales de manera subordinada, en lo económico, como países subdesarrollados, y en lo político, como tercer mundo.

El periodo que abarca las décadas de 1960 y 1970 marca la cúspide del crecimiento urbano; a finales de 1970, Buenos Aires, México y Sao Paulo se han convertido en conglomerados inmensos; las ciudades sufren grandes cirugías en respuesta al incremento del tráfico; las vías rápidas tasajean las ciudades, cortan barrios y separan las orillas; al mismo tiempo, se construyen con gran alarde técnico pasos a desnivel y tréboles. Las obras serán de una sorprendente homogeneidad, de gran envergadura y pericia técnica, entre ellas están centros de producción energética, carreteras, puentes y sistemas de transporte masivo.

Los ingenieros vuelven a alcanzar un papel importante en las decisiones formales, mientras que los arquitectos alcanzan una sólida formación en los procesos constructivos y se dedican a experimentar, muestra de ello son las estructuras laminares de concreto reforzado, comúnmente llamadas “cáscaras”, siendo célebres las de forma paraboloide-hiperbólicas de Félix Candela. En el diseño de las casas-habitación, los arquitectos técnicos miran hacia las experiencias de Mies van der Rohe, que resultan “una sencilla caja alargada de concreto que enmarca grandes planos de vidrio y parece estar suspendida en el aire” (408).

En la década de 1960, en particular, persiste la marca de esta generación, en obras tales como el edificio sede de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL) en Santiago de Chile, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de São Paulo, el Banco de Londres en Buenos Aires, el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México.

Bajo un clima desarrollista, habrá una nueva actitud ante la vivienda masiva; se construyen unidades vecinales semejantes a las de la generación anterior, pero ahora con una marcada tendencia hacia las altas densidades, los edificios de altura y un urbanismo más cercano a los congresos internacionales de arquitectura moderna (CIAM), entre ellos se hallan el Centro Urbano Antonio Nariño en Bogotá, la Unidad Vecinal Portales en Santiago, la Unidad Vecinal Habana del Este y la Unidad Vecinal 2 de Diciembre en Caracas, así como la Unidad Habitacional Jardín Balbuena en la Ciudad de México.

Finalmente, con la generación técnica, argumenta la investigadora colombiana, se cierra un ciclo construido a lo largo de seis generaciones que, en términos arquitectónicos y urbanos, podemos llamar moderno.

* **

Ciudad y arquitectura. Seis generaciones que construyeron la América Latina moderna de Silvia Arango Cardinal no se reduce a la narración de acciones y menos aún da cuenta de un repertorio de constructores u obras arquitectónicas y urbanas sino desentraña cómo seis generaciones latinoamericanas viven la modernidad, y si bien hay una apropiación de los avances internacionales existe un amplio margen para la creatividad. Con razón, la autora explica: “Las formas arquitectónicas y urbanas que se hicieron en América Latina en la época moderna no vienen de formas generadas en otra parte, que copiamos, adaptamos o adoptamos, sino del hecho de compartir y debatir ideas generales que produjeron, creativamente, alternativas arquitectónicas en suelo latinoamericano” (15).

Recibido: 09 de Diciembre de 2015; Revisado: 09 de Febrero de 2016; Aprobado: 10 de Marzo de 2016

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