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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versão impressa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.36 no.105 Ciudad de México Set./Nov. 2014

 

Semblanza

 

In memoriam. Nelson Mandela (1918-2013). Aprendizaje desde la celda

 

Peter Krieger

 

Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

 

Texto recibido el 29 de enero de 2014.
Devuelto para revisión el 3 de abril de 2014.
Aceptado el 28 de agosto de 2014.

 

Advertencia: este obituario rompe el formato tradicional de dicho género, determinado por el resumen biográfico completo. Es un texto híbrido, escrito desde la perspectiva de la iconografía política (como subcategoría de la historia del arte), que relaciona una fotografía sintomática, una tipología arquitectónica represiva (la celda), con información e interpretaciones políticas actuales y con fragmentos de los dos libros que escribió y dictó Mandela, mismos que giran en torno a cuestiones de la imagen y la memoria.

*

En diciembre de 2013 murió uno de los políticos más sobresalientes del siglo XX: Nelson Mandela (fig.1). Distintos periódicos internacionales reprodujeron, un día después de su muerte, una fotografía instantánea de su trascendencia mundial. Unos niños paquistaníes están en cuclillas alrededor de un extenso cartel con el retrato del político sudafricano, cada uno con una vela en la mano —una escenografía de luto con dos elementos prestablecidos en la cultura mortuoria global contemporánea, el retrato como representación del cuerpo fallecido y la vela como elemento natural (fuego) en servicio mnemotécnico de innumerables cultos religiosos en el mundo. Es la forma más simple y eficiente de conmemorar a una persona admirada y amada; un modo que contrasta con el monumental esfuerzo escenográfico que los herederos políticos de Mandela emplearon después, en las conmemoraciones oficiales en la ciudad capital de Pretoria.1

Tal vez, la conmemoración de los niños paquistaníes, y miles de otros actos espontáneos en memoria de Mandela, en diversas partes del mundo, coincidieron más con la personalidad pública de este emblemático, pero también humilde político. Considero que el Estado de Sudáfrica intentó disimular su grave ­crisis política mediante la monumentalidad de una escenografía funeraria impresionante, sin relación directa con la imagen pública y privada de Mandela, una incuestionable figura política de orientación ética para la fase post-apartheid de ese país. A semejanza del esfuerzo escenográfico en los monumentos fúnebres de corruptos obispos y papas romanos durante el periodo barroco, el manejo de la impresión colectiva por medio de la imagen cumplió una función importante: canalizar las emociones e impedir las críticas.

De hecho, no faltan los cuestionamientos a las políticas de los sucesores de Mandela en la presidencia sudafricana. Con sus desarrolladas capacidades de resistencia, con violencia militar, pero también con diplomacia ensayada durante muchas décadas, Mandela había logrado la conversión gradual del brutal sistema apartheid en una democracia estable, al menos en la apariencia; empero, la separación brutal de seres humanos por sus diferentes colores de piel se convirtió en una extrema segregación social, en un apartheid clasista. Parecido a muchos otros países con alto índice de segregación —según las estadísticas de la ONU: Estados Unidos, Rusia y México— un sector mayoritario de la población queda excluido del bienestar y de las engañosas cifras del crecimiento económico. La pobreza es un fenómeno global con enfoques territoriales críticos, como los encontramos en los townships de Sudáfrica o en otras zonas marginales de las megaciudades del mundo.2 Todo indica que la condición poscolonial de Sudáfrica es, de hecho, una condición neocolonial del sistema económico global, cuyos mecanismos son ineficientes para disolver la segregación y equilibrar la estructura social.

Estos problemas del continuo apartheid social en el país son una herencia difícil para los sucesores políticos de Mandela. Ni Thabo Mbeki ni Jacob Zuma lograron resultados satisfactorios en sus gobiernos. En especial el último, presidente en funciones el día de la muerte de Mandela, ha actuado con escasa eficiencia mediante una política populista —además de haber recibido acusaciones legales de soborno, malversación de fondos, defraudación y violación (sin condena). Por todo ello, a Zuma se le recibió con silbidos durante los actos funerarios oficiales de Mandela.

En un texto inédito, planeado como continuación de su exitosa autobiografía Long Walk to Freedom, Mandela justamente criticó esta actitud irresponsable del político revolucionario-libertador, que decae en la avidez de desviar fondos públicos a su propia bolsa, y con eso engaña a su pueblo y traiciona sus propias bases ético-políticas —esto sin mencionar nombres concretos, ni el de Zuma, compañero en la lucha antiapartheid, y también prisionero en la cárcel de Robben Island durante largo tiempo.3

Regreso a la cuestión de la imagen que funge como elemento discursivo en toda acción y postura política. La decisión de escenificar el sepelio de Mandela como show mediático provoca otro tema crítico del cual escribió Mandela en su compilación de textos, editados en 2010, Conversations with Myself. Durante la fase del apoyo internacional para su liberación, él estaba ya preocupado por la sacralización de su imagen en el mundo mediático. Mandela rechazó tajantemente cualquier intento de codificar a un político como "santo".4 Es más, en un tono irónico (en una carta del 1 de enero de 1975) descarta el culto exagerado de conmemoración a un político: "Viejos y famosos caballos caen muertos antes de ellos. Algunos permanecen en el olvido por todos los tiempos, otros sólo sirven como objetos de reflexión histórica y sólo son interesantes para académicos."5

Sin embargo, el interés académico en un político sobresaliente, articulado en el formato discursivo del obituario, es capaz de revelar facetas desconocidas de Mandela, más allá de la rutina político-diplomática mundial, con sus formulaciones estandarizadas de condolencia.6 Y ese interés incluye también las esferas específicas de las investigaciones estéticas —y no sólo de las ciencias políticas.

En concreto, surgen preguntas clave de la iconografía política.7 ¿Cómo se configura la memoria de un político, sus ideas e iniciativas, en la imagen? ¿Qué imagen persiste en la memoria colectiva de la humanidad a largo plazo, más allá del día del funeral? Y, ¿qué potencial epistemológico contienen las imágenes que circu­lan en los medios masivos, en Internet y en diversas publicaciones conmemorativas sobre Mandela? Por el momento, como primer paso para convertir el interés académico en proceso de reflexión e investigación, conviene basarse en los escritos de Nelson Mandela, en su autobiografía de 1994 y en sus Confesiones,8 publicadas en 2010, tres años antes de su muerte. Frente al muy obvio kitsch sepulcral en torno a la muerte de Mandela, parece revelador recurrir primero a su propio discurso, para perfilar las "imágenes del pensamiento" (Denkbilder) de ese político clave para la liberación poscolonial de África. Antes de analizar los tipos y funciones de las imágenes con las cuales se representa el pensamiento político de Mandela, considero valioso revisar ese mismo pensamiento tal como aparece en el testimonio de sus dos libros autobiográficos, enfocados a la perspectiva de la iconografía política.

La revisión de la palabra escrita sirve como antídoto virtual a la momificación posible de la vida y obra política de Mandela, tal como la conocemos de los casos de Lenin, Mao, y recientemente, aún sin éxito, Hugo Chávez, cuyos restos físicos y sus representaciones visuales se prestan para prácticas semirreligiosas de adoración para construir memoria política. El cuerpo físico de Mandela no coincide con el cuerpo político, y tampoco su imagen sirve como medio para materializar el concepto medieval-europeo de "los dos cuerpos del rey"; es decir, los retratos, tales como lo miran los niños paquistaníes, no reflejan ni hacen ­perdurar la postura polí­tica de Mandela.9 Sino, que el corpus de sus ideas políticas, entelequias y registros de la lucha está presente en sus textos en contra del sistema represor del apartheid.

De estas dos fuentes de textos autobiográficos escogí un topos, es decir, un lugar y una idea clave para generar otra iconografía política y estética mnemotécnica de Mandela: la celda de la cárcel en Robben Island,10 donde Mandela permaneció casi dos décadas a partir de su encarcelamiento en 1964, condenado a cadena perpetua por el régimen sudafricano del apartheid.11 La sección aislada de la cárcel, correspondiente a los presos políticos, era "una fortaleza de un piso, con un patio empedrado de aproximadamente treinta por diez metros en medio. En tres de los cuatro lados se ubicaron las celdas. El cuarto lado consistió en un muro de siete metros de altura con una pasarela, donde los guardas patrullaban con perros de la raza pastor alemán".12 Con estas palabras simples, Mandela describe su hábitat represor. Treinta celdas, de las cuales veinticuatro eran individuales, con dos puertas (al patio y al pasillo), una ventana enrejada, paredes húmedas, en el piso sólo una colchoneta dura y rasposa de henequén y posteriormente de fieltro.13 El prisionero político sufrió frío en un espacio reducido, que pudo cruzar en tres pasos. "Cuando me acosté", anotó Mandela, "pude sentir el muro con mis pies, y mi cabeza tocó la pared de concreto en el otro lado."14

Un espacio reducido, "refugio" de los duros trabajos diarios en la cantera de la isla en la bahía de Ciudad del Cabo; también lugar de contemplación filosófica y reflexión política; y el sitio donde Mandela escribe, en secreto, su autobiografía. La celda ha sido un espacio determinante en la vida de Nelson Mandela, el lugar donde mantuvo firme su postura política en contra del apartheid, pero también donde exploró el cambio de la estrategia violenta de resistencia al plan de negociación; un proceso que finalmente resultó en la transición pacífica del régimen a una democracia incluyente, post-apartheid, a partir de 1990, culminando en las primeras elecciones democráticas del país en 1994, cuando a Mandela se le eligió como presidente.

Pero este devenir político-mental, concebido en la soledad de la celda y en las reuniones con sus compañeros encarcelados, exigió toda la fuerza psíquica y emocional de Mandela. Prohibieron el uso de relojes, para que los prisioneros perdieran la noción del tiempo y con ello, el control de sí mismos y entraran en una rutina amortiguadora, con el fin de dañar su salud mental.15 Pero ese lugar reducido, minimalista de la celda también sirvió como medio de introspección crítica y realista, base para las fantasías de liberación y las utopías políticas de un Estado sin represión racista. En una carta de principios de febrero de 1975, desde la cárcel de Kroonstad, donde lo trasladaron temporalmente, Mandela escribió a su entonces esposa Winnie, que la celda de la cárcel es el lugar idóneo para la introspección y la definición de valores éticos. Más allá de los factores externos del mundo —como el estatus y la importancia social, la riqueza económica y el nivel de educación—, son los factores internos —como honestidad, sencillez, generosidad, entre otros— que emanan en la contemplación dentro de los muros encerrados de la celda.16 He aquí casi un motivo conocido de la religión cristiana temprana, con los ermitaños que escapan de las "tentaciones" del mundo exterior para explorar su condición espiritual. Sin embargo, en el caso de Mandela —encarcelado en contra de su voluntad en cuatro muros estrechos— no surge un deslumbramiento religioso, sino una visión política. Es el poder político de la fantasía, la fuerza de la utopía, lo que deja a Mandela despierto como zoon polítikon, aun bajo condiciones adversas de tortura sublimada en la cárcel. En una carta de agosto de 1970 al senador Douglas Lukehele, Mandela claramente expresa: "Sólo encarcelaron mi carne y sangre detrás de estos muros impenetrables. Lo demás, mi visión permanece cosmopolita. En mis pensamientos estoy tan libre como un halcón."17

En este contexto mental también se codifica el cielo como forma política: "Soy optimista, aun detrás de los muros de la cárcel puedo ver las densas acumulaciones de las nubes y el cielo azul en el horizonte. [...] Confío en que un día saldré con pasos firmes a la luz del sol, porque la firmeza de mi organización y la firme resolución de nuestro pueblo conllevarán este acontecimiento."18 He aquí el uso de un simbolismo establecido del movimiento obrero de finales del siglo XIX, donde el sol simboliza la liberación de condiciones oscuras, represoras. Pero más allá de este simbolismo simple y su iconografía política relacionada,19 cabe destacar que la celda es un topos núcleo para el desarrollo de la teoría y práctica política de Nelson Mandela, en su "largo camino a la libertad" (el título de la autobiografía).

Sin duda, las fotografías documentales de las atrocidades racistas del régimen de apartheid podrían catalizar la ilustración política; pero la descripción de una condición represora y de los esfuerzos para superarla, posiblemente sea más sorprendente, y además, ofrece material esencial para la lectura de las imágenes históricas de la lucha de Mandela.

Sin embargo, surge el problema de cómo materializar, es decir, visualizar la memoria de ese político clave para los movimientos de liberación poscolonial, no sólo en Sudáfrica. Mientras tanto, Robben Island es patrimonio de la humanidad, un destino turístico (para una clientela ilustrada), en resumen: la celda es un museo.

En 1996, Mandela anotó en su libreta algunos parámetros clave para la conversión de la cárcel en un lugar conmemorativo, entre ellos primero: "El museo debe ser fuente de inspiración, no de dinero", y segundo: "destrucción por turistas".20 En medio de muchos apuntes sobre reuniones políticas, asuntos familiares, Mandela expone breve y claramente los peligros del peregrinaje a sitios de memoria: comercialización y erosión —tema y problema también para el sitio donde enterraron su cadáver. En otro fragmento incluso cuestiona la musealización de la memoria política y narra cuando visitó el museo arqueológico de El Cairo. Pasó toda una mañana en el museo, y luego habló con un curador sobre los orígenes de la cultura en el continente africano, pero al final consigna: "después no supe mucho más sobre el tema que antes de mi visita al museo" —es decir, Mandela expone implícitamente otro problema de la musealización, la didáctica fallida y la incomunicabilidad del especialista del museo.21

¿Cómo retomar esa crítica y buscar escenografías intensas, ilustrativas e interesantes para preservar y activar la herencia política de Nelson Mandela? ¿Cómo evitar el kitsch mnemotécnico? ¿Cómo aprovechar el potencial de la imagen, en el sitio auténtico de la celda, para hacer entendible a un público amplio, que incluye a los jóvenes que crecieron durante la presidencia sudafricana de Mandela, bajo condiciones post-apartheid ? ¿Y cómo aprenden los adinerados del país, encarcelados voluntariamente en sus gated communities, la lección política de la celda de Mandela?

Son preguntas que surgen después de la muerte del gran político, cuestionamiento que la mayoría de las imágenes producidas y distribuidas del show sepulcral no provocan. Por ello, sugiero buscar alternativas, iniciando en el núcleo conceptual y simbólico de la celda de Robben Island, un imaginario ascético, un espacio minimalista, del que emana el poder virtual de la ilustración política. Tristemente, el sueño político de Nelson Mandela se ha convertido en pesadilla social, pero mantener viva la memoria de su pensamiento y sus sutiles imágenes abre paso para la reflexión autocrítica sobre el camino continuo de la libertad, que —para los innumerables pobres de Sudáfrica, la mayoría negros— sería la libertad de vivir en condiciones dignas. La intensa introspección en la celda conmemorativa abre más opciones para la reflexión política que una tumba monumental y un inflado aparato visual que estiliza a un gran político fallecido como héroe y santo. La revisión crítica del topos de la celda permite cuestionar los parámetros determinantes de la continua "sociedad del espectáculo",22 una sociedad que fácilmente equipara la muerte de Mandela al funeral de Michael Jackson o a otros dramas del espectáculo globalizado.

 

Notas

1. El funeral en la aldea de Qunu (provincia del Cabo del Este) se realizó como acto familiar, según las tradiciones de la tribu. En Qunu, en 1925, el joven Mandela de siete años entró a la primaria, momento clave en que su maestra le cambia el nombre a "Nelson". Cuando nació el 18 de julio de 1918 en Mvezo, sus padres Nosekeni Fanny y Nkosi Mphakanyiswa Gadla Mandela le habían dado el nombre de "Rolihlahla".

2. Véase, al respecto, Peter Krieger, "El habitat contemporáneo como locus terribilis. Las ­experiencias de Barack Obama", en XXXIII Coloquio Internacional de ­Historia del Arte. La estética del mal, ed. Erik Velásquez García (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 2012), 425-434.         [ Links ]

3. Nelson Mandela, Bekenntnisse (Múnich y Zürich: Piper, 2010 [ed. original: Conversations with Myself, 2010]), 408.         [ Links ]

4. Mandela, Bekenntnisse, 411.

5. Mandela, Bekenntnisse, 211; la traducción de la versión alemana al español es del autor.

6. Cabe mencionar el caso curioso y revelador de la oficina del ex presidente estadounidense George W. Bush, desde donde se enviaron las condolencias anticipadas, unos meses antes de la muerte biológica de Mandela.

7. Véase Handbuch der politischen Ikonographie, eds. Uwe Fleckner, Martin Warnke et al., 2 vols. (Múnich: Beck, 2011);         [ Links ] y XXV Coloquio Internacional de Historia del Arte. La imagen política, ed. Cuauhtémoc Medina (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 2006).         [ Links ]

8. Confesiones es la traducción del título alterado de la edición alemana de Conversations with Myself (véase n. 3): Bekenntnisse.

9. Al respecto véase: Ulrich Pfisterer, "Zwei Körper des Königs", en Handbuch der politi­schen Ikonographie, 559-566 (con bibliografí         [ Links ]a especializada sobre ese tema).

10. Robben Island es una isla en la bahía de Ciudad del Cabo [Cape Town], con una extensión de 3.4. por 1.9 kilómetros, que desde la colonización holandesa en el siglo XVII sirvió como isla-cárcel. Mandela estuvo en Robben Island entre 1964 y 1982 (luego se le trasladó a otra cárcel), y Jacob Zuma de 1963 a 1973.

11. Los antecedentes del encarcelamiento: en 1961 exculpan a Mandela en el juicio por alta traición; de enero a julio de 1962 se encuentra ilegalmente fuera del país para pedir apoyo al ANC, y en agosto lo detienen, en noviembre lo condenan a cinco años de cárcel. En octubre de este año aumenta el cargo por sabotaje en el proceso Riviona a cadena perpetua.

12. Nelson Mandela, Der lange Weg zur Freiheit. Autobiografie (Hamburgo: Spiegel-Verlag, 2006 [Long Walk to Freedom. The Autobiography of Nelson Mandela (Boston, Nueva York, Toronto y Londres: Little Brown and Company, 1994]; [primera ed. en alemán, Fráncfort del Meno: Fischer, 1994), 485.         [ Links ]

13. Mandela, Der lange Weg zur Freiheit.

14. Mandela, Der lange Weg zur Freiheit, 486.

15. Mandela, Der lange Weg zur Freiheit, 492.

16. Mandela, Bekenntnisse, 212-214 (n. 3-5).

17. Mandela, Bekenntnisse, 183.

18. Mandela, Bekenntnisse, 246 (fragmento de un manuscrito inédito, escrito en la cárcel).

19. Henrik Ziegler, "Sonne", en Handbuch der politischen Ikonographie, 358-365.

20. Mandela, Bekenntnisse, 183 (n. 60).

21. Mandela, Bekenntnisse, 95.

22. Guy [Ernest] Debord, La Société du spectacle (París: Éditions Buchet Chastel, 1967).         [ Links ]

N.B. Agradezco los comentarios de Ana Garduño.

* Doctor adscrito al Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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