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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.35 no.103 Ciudad de México nov. 2013

 

Libros

 

Los estigmas de Bernal Díaz del Castillo*
Christian Duverger


Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España? México: Taurus, 2012

 

por Arturo Pascual Soto

 

 

 

* Texto recibido el 21 de junio de 2013.
Aceptado el 21 de agosto de 2013.

 

Yo, Bernal Díaz del Castillo, regidor de esta ciudad de Santiago de Guatemala, autor de esta muy verdadera y clara historia, la acabé de sacar a la luz, que es desde el descubrimiento, y todas las conquistas de la Nueva España [...] digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos.

"Prólogo," Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Madrid: Alianza, 1991).

Podría sentirme engañado al haber creído en la autenticidad de la rúbrica de un soldado, en la memoria prodigiosa de un anciano redactando en su escribanía los folios que se convertirían a la postre en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Ese viejo que Torquemada conoció en la ciudad de Guatemala y le pareció "hombre de todo crédito", ¿habrá conseguido burlarnos?

No es nuevo que se acumulen sospechas en torno a Bernal; en realidad, hay razones de sobra para suponer que Díaz del Castillo no fue el autor de tan célebre crónica, de esta extraordinaria pieza literaria acerca de la gesta de un puñado de soldados llevados a la aventura en tierras mexicanas. Aun pudiendo no ser su creador, tampoco hay motivo para suponer que no estuvo en México ni pudo ser testigo del encuentro de Cortés con el gran Montezuma. Quizá no siempre colocado junto al capitán, como se desprende de la lectura de la Historia verdadera, escuchando la voz de doña Marina y hasta oliendo la sangre seca untada en el cuerpo de los sacerdotes totonaques de Cempoala. El asunto de fondo consiste en saber si este soldado de a pie a quien prácticamente nadie menciona, cuya existencia permanece bajo un velo de misterio y que en la Historia verdadera aparece como un personaje cercano a Cortés, muy cercano al Capitán General, aún conservaba fuerzas y se hacía acompañar de la lucidez y la capacidad literaria indispensables para dar forma a este clásico de la lengua española.

 

I

No han sido pocas las veces que he disfrutado de la compañía de Duverger en un café del barrio universitario de París. Mi buen amigo es poseedor de una erudición extraordinaria, Cortés sencillamente no podría haber encontrado mejor biógrafo, y aunque de ordinario conversamos largamente, sólo con la aparición de su nuevo libro tuve oportunidad de "mirar" al Bernal que allí propone. Crónica de la eternidad ¿Quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España? pone en crisis la interpretación tradicional. Díaz del Castillo aparece aquí como un usurpador, como un hombre grosero e iletrado que Dios sabe con qué mañas logra hacerse de un manuscrito ajeno. En realidad, serían dos los manuscritos conservados en el seno de la familia de Bernal: un borrador original y un traslado en limpio. Siempre argumentando con elegancia y haciéndose cargo de toda la información bibliográfica y documental disponible, prueba —cuando menos está muy cerca de lograrlo— que Bernal no es el hombre culto reflejado en la Historia verdadera, que alude constantemente al mundo clásico, cita a Homero o se refiere en más de una ocasión a Jugurta, rey de Numidia.

Todo podría ir bien hasta aquí, pero de tenerlo ahora como un tramposo, qué hacer entonces con un Bernal convertido en encomendero y hasta en regidor en Guatemala, con un soldado reconocido beneficiado por la corona que al final de su vida no podía hallarse más distante de aquel muchacho del cual sospecha Duverger habría llegado a México como "cocinero", un tal Sánchez Pizarro, quien terminaría por cambiar de nombre para hacerse de una vida mejor en Centroamérica. En fin, son tantas las interrogantes en torno a Bernal que, aún embelesado por el libro de mi buen amigo, hay momentos en los cuales me rebelo y no consigo mirarlo como un usurpador. Aunque la evidencia ciertamente no le favorece, habrá que reconocer que el Bernal "viejo" tenía razones de sobra para escribir esta crónica, para enemistarse y combatir los "escritos viciosos" de López de Gómara en su Historia de la conquista de México. El Bernal de ese momento continuaba solicitando mercedes a la Corona y no sería imposible suponer que, tal como lo hizo su hijo Francisco, él mismo también encontrara en la Historia verdadera una inmejorable probanza de méritos.

 

II

Duverger no podía dejarnos con la incógnita. Ya desautorizado Bernal, oscurecido por las dudas y marcado como embustero, comenzará la búsqueda del autor "real" de la Historia verdadera. Haciendo gala de erudición, en un texto de factura extraordinaria, Duverger no tarda en "tropezar" con la figura de Cortés. Entre misterios y secretos revelados, vemos al "muy esforzado y valeroso capitán" retirado en España, viviendo en Valladolid rodeado de una corte de intelectuales de la que participa López de Gómara. Cortés dará forma escrita al repaso de sus recuerdos a través de la pluma de su capellán, pero en la soledad de sus aposentos, luego de haberle relatado sus hazañas, curiosamente decide escribir él mismo otra versión de los hechos, una abiertamente en conflicto con la que ha mandado redactar, y que además, escrita de modo popular —como venida de la mano de un soldado—, confrontará el estilo culto de López de Gómara. Son estos folios, al decir de Duverger, los que se convertirán en la Historia verdadera y Cortés en su "legítimo" autor.

Aunque es una idea atractiva, incluso fascinante, me parece montada en un conjunto de presunciones, de hechos no comprobables que le estorban de tal manera que no logra ni siquiera transitar con firmeza al terreno de las hipótesis. Esto no significa que Duverger pudiera tener razón. Cuántas veces al leer la Historia verdadera no nos ha parecido estar escuchando al propio Cortés narrando sus andanzas, pero aún así —a pesar de ser la pluma de un cronista que en momentos desborda la figura del testigo para convertirse en parte misma de la historia— no convencen por ahora sus argumentos. Según Duverger, la Historia verdadera posee un marcador estilístico que hace transparente la mano de Cortés y corresponde al recurso del binarismo, esto es, el uso constante — "de punta a punta en la crónica"— de pares de palabras con sentido complementario usadas de manera conjunta para reforzar una idea: caciques y señores o señor y rey. Para nuestro autor dicho recurso lo habría tomado Cortés del náhuatl, por razón de una suerte de mestizaje de lenguas que estaría ocurriendo en su persona. Pero esto no es cierto; puede ser una característica del náhuatl, no lo pongo en duda, pero ciertamente no se halla exento del español. Por otro lado, llama poderosamente la atención que Cortés haya envilecido la lengua, que decidiera estropear el uso de las palabras para acentuar el estilo popular de esta "nueva" obra, escondiendo detrás de ellas la identidad del autor culto de las Cartas de relación. Duverger propone aceptar de inicio que hay un desdoblamiento de la figura de Cortés: en las Cartas de relación el héroe máximo y en la Historia verdadera el portavoz de sus soldados. Pero el fondo de la cuestión es saber qué se proponía Cortés que lo obligaba a asumir semejante desdoblamiento. He de reconocer que no encuentro respuestas en el libro, aunque pueda ver trazados los varios caminos que intenta seguir mi buen amigo.

 

III

Si aceptamos que Cortés conoce bien los escritos de fray Antonio de Guevara —lo cual no supone mayor problema— y ha tomado partido por escribir la historia a la manera de un cronista, dejándole a López de Gómara hacerlo como un erudito, deberemos admitir que la versión que preparaba en secreto terminaría por salir de España. Nuestro autor la hace llegar a una Nueva España agobiada por los conflictos y las revueltas indígenas en manos de alguno de los herederos varones de Cortés, probablemente de su hijo Martín, como símbolo de una bien planeada conspiración para restaurar el poder cortesiano (1562-1567), que sin embargo será brutalmente aplastada por la Audiencia de México. Muertos unos y otros desterrados, alguien que les era cercano, al huir "debió partir para esconderse en Guatemala llevándose consigo el libro bajo el brazo". Fue entonces cuando Bernal —que sorpresivamente vuelve a escena— "se convierte por la fuerza de las circunstancias en guardián del templo y depositario de la memoria de Cortés" (p. 215). ¡Cuánta fortuna la de este raro manuscrito! Lamentablemente, Duverger lo sabe bien, no existe un solo testimonio de ello, ningún escrito lo sugiere y menos todavía lo revela. Extraña decisión la de este personaje imaginario de entregarle a un "segundón" iletrado semejante documento. ¿Por qué dárselo a su hijo Francisco? Que este último lo hallara de utilidad y se diera a la tarea de modificarlo, calando entre las fojas —una y otra vez— el nombre de su padre y hasta agregándole capítulos enteros relativos a "Guatemala" no debe sorprendernos, con independencia del autor o de las circunstancias en que así ocurrió. Pero si echamos mano del modo como argumenta Duverger, ¿no confiesa acaso esta conjeturada entrega la dignidad de las palabras de Torquemada?, ¿no reconoce implícitamente a Bernal como hombre probo, alguna vez cercano al círculo de Cortés y quizá hasta simpatizante de la fallida "conjura"?, ¿no le retira por añadidura los estigmas ganados en el libro que lo muestran aquí como un tramposo que arrebatará la gloria a Cortés?

No, mi buen amigo, Bernal no buscó burlarnos. La eternidad le corresponde.

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