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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.26 no.85 Ciudad de México sep. 2004

 

Libros

 

El malestar por la ciudad. Crítica y propuesta en torno al fenómeno urbano, Héctor Quiroz Rothe

 

por Peter Krieger

 

México, UNAM-Facultad de Arquitectura, 2003

 

El tema "malestar por la ciudad" cobra una innegable importancia dentro de los estudios sobre la ciudad; aún más, es un tópico provocativo para los habitantes de las mega-ciudades violentas y contaminadas que llevan consigo un cierto presupuesto mental del malestar cotidiano. Sin embargo, la lectura misma de las 180 páginas del libro causa un cierto malestar porque presenta un concepto anacrónico de lo que es construir una historiografía urbano-arquitectónica.

Con el tema escogido, Quiroz Rothe despliega la dimensión psicológica de la arquitectura, un conocimiento necesario para entender y fomentar la comunicación visual de la arquitectura y el metabolismo espacial de la urbe. En su presentación, Felipe Leal, entonces director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, cita a uno de los autores claves del siglo pasado para la comprensión psicológica de la cultura urbana: Sigmund Freud. Su ensayo sobre el "malestar en la cultura", publicado en 1930, hubiera brindado un hilo conductor firme a Quiroz Rothe en la interpretación del "malestar por la ciudad". Freud explica cómo la cultura, una sublimación mental colectiva, reprime el carácter destructivo de los seres humanos. Sin embargo, la represión de las pulsiones, constata Freud, produce neurosis, y con ello, cierta hostilidad contra la cultura. A pesar de las múltiples revisiones críticas del pensamiento freudiano a lo largo de todo el siglo XX, este mecanismo psíquico todavía convence como modelo para entender el malestar con los avances de la civilización moderna.

He aquí el modelo para capturar la historia oscura de las ciudades. Es un modelo que el teórico Anthony Vidler, actual director de la muy reconocida escuela de arquitectura Cooper Union, adoptó en su ensayo sobre el malestar por la arquitectura, publicado en 1992. Sorprende que en la bibliografía acumulada por Quiroz Rothe no registre a Freud ni a la reconsideración inteligente en el campo de la arquitectura de Vidler. Tampoco se encuentran los trabajos esquemáticos de Kevin Lynch sobre la codificación mental de los espacios urbanos, aunque precisamente estas hipótesis requieren una actualización y revisión profundas. En tiempos de la hiperurbanización descontrolada, los arquitectos-urbanistas deberían dedicarse con mayor profundidad al análisis de la función mnemotécnica del elemento arquitectónico en sus contextos. Esto es una línea de investigación arquitectónica con innegable utilidad sociocultural: conocer el malestar colectivo por la ciudad es el primer paso para intervenir en el ecosistema urbano, y posiblemente mejorarlo.

No obstante, el autor opta por un acercamiento enciclopédico a la problemática. Reproduce, sin mucha interpretación propia, las ampliamente conocidas historiografías urbanas de Lewis Mumford, Leonardo Benevolo y Spiro Kostof, de cuyo libro The City Shaped toma además la mayoría de las ilustraciones. En la renarración de estos libros enciclopédicos, Quiroz Rothe pierde el hilo conductor de la tesis que propuso sobre el malestar por la ciudad. No cabe duda de que las sinopsis de Mumford aún sirven a generaciones de estudiantes de arquitectura y urbanismo, pero al mismo tiempo es claro que, dada la complejidad y cantidad del saber, ya no es posible escribir obras tan generalizadas con la pretensión de crear un conocimiento canónico sobre la ciudad. Pareciera que el último refugio del saber enciclopédico son los seminarios panorámicos sobre la historia del urbanismo, aunque este tipo de enseñanza se ve sucesivamente reemplazado por accesos críticos y puntuales a la historia y cultura de las ciudades.

Muchos detalles del texto hacen visible el peligro de la generalización inoperante que caracteriza tal historiografía urbana. Lugares comunes como nombrar a la ciudad griega antigua "cuna de la democracia" (p. 15), imprecisiones como 'se desarrollaron diversas corrientes críticas " (p. 32) y, peor aún, trivialidades como "se comienza a hablar de posmodernismo" (p. 17) —sin explicar quién, dónde y por qué— apoyan poco a la elaboración del argumento central del libro.

Tampoco refuerza la claridad analítica de este texto el uso de cierta jerga cercana a un marxismo vulgar; esto, por ejemplo, ocurre cuando el autor explica la creciente urbanización global ocurrida al inicio del siglo XXI como "una manifestación de la globalización del sistema capitalista a partir de su fase imperialista" (p. 52). Sin definir con precisión los contenidos actuales de las políticas globalizadoras, capitalistas o imperialistas, estas palabras son reductos anacrónicos del siglo pasado.

Gran malestar para el lector es el name dropping permanente. Casi en ninguna parte del libro, Quiroz Rothe se compromete con el estudio de las fuentes primarias. Menciona la importancia de Karl Marx para la crítica de la ciudad industrial (pp. 17 y 24), pero no cita ningún texto de este influyente filósofo. Menciona el texto clásico de Friedrich Engels, La situación de la clase trabajadora en Inglaterra (p. 24), pero no lo destaca como una de las críticas del malestar urbanístico con efecto a largo plazo, vigente hasta hoy como descripción de la miseria socio-espacial de los slums del mundo.

Pensadores urbanos tan diversos y con posiciones políticamente contradictorias como Georg Simmel, Werner Sombart, Ferdinand Tönnies o Walter Benjamin (pp. 2728) se encuentran registrados en un solo párrafo cada uno, de manera tan reducida como pueden ser los apuntes de alumnos en una clase de licenciatura; y desafortunadamente este tipo de enciclopedia minimalizada de la filosofía y la sociología urbana no configura una propia y actualizada interpretación del tópico "malestar por la ciudad". Además, faltan las referencias bibliográficas de la corriente psicológica de la crítica urbana propia de Carl Gustav Jung (p. 22) y Alexander Mitscherlich (p. 26). Tampoco cita a los representantes claves de la psicología social, Alfred Lorenzer y Heide Berndt, cuyos escritos, traducidos al español desde hace muchos años, marcaron pautas en la crítica del funcionalismo urbano-arquitectónico. En el montaje de ideas fragmentadas no se explica por qué, cuándo y dónde la periodista Jane Jacobs ganó atención mundial por su lucha contra la saneación urbana unidimensional; no conocemos los filtros ideológicos del filósofo Henri Lefebvre en la percepción urbana ni las fijaciones estructurales del arquitecto Christopher Alexander en su modelo didáctico (p. 35).

También los muy interesantes orígenes filosóficos del discurso sobre la habitabilidad de la ciudad no se muestran porque Quiroz Rothe satisface su interés en el pensamiento aristotélico con un resumen de Benevolo (pp. 75 y 89) y no con una lectura refrescante del teórico de la Grecia antigua y, de esta manera, pierde material ilustrativo sobre el malestar de la polis por la tiranía —un tema con mucha actualidad en un mundo dominado por un solo país.

En casi todos los casos, Quiroz Rothe no realiza el esfuerzo filológico e historiográfico de consultar los textos originales. No aprovecha su innegable riqueza intelectual, no contextualiza pensamientos urbanos —como de Le Corbusier (p. 23), entendible a través de la filosofía de Nietzsche—, ni ofrece las referencias bibliográficas correspondientes para que el lector pueda estudiar estos textos en la búsqueda del fenómeno urbano de "malestar"; sólo retoma las investigaciones de Benevolo, Choay y otros autores recientes.

Su argumentación desaprovecha muchas informaciones mencionadas a lo largo del texto. No desarrolla preguntas, dudas, críticas. No diseña sus propias pistas en la investigación urbana. Cuando, por ejemplo, trata la "Haussmanización" de París durante la segunda mitad del siglo XIX (p. 97), no explica la dimensión político-militar de esa radical saneación, fomentada por las autoridades parisinas para controlar las rebeliones de "los olvidados". En cambio, sí convence su idea de describir el boulevard de París como un "gran salón a cielo abierto" (p. 99), pero precisamente aquí hubiera sido interesante desarrollar la idea de que una medida urbanística extrema virtualmente produce una actitud mental colectiva oscilando entre malestar y bienestar. La saneación de las zonas antiguas de la urbe casi siempre, como menciona el autor, mejoran la condición higiénica del hábitat, pero al mismo tiempo funcionan como saneación política —como lo han demostrado estudios puntuales sobre el urbanismo fascista en Italia y Alemania.

Otra línea desaprovechada para definir el carácter emocional de las ciudades es el caso de la reconstrucción urbana después de terremotos. Quiroz Rothe menciona el famoso caso de San Francisco (p. 101), pero no especula sobre el efecto de la reconstrucción moderna para la memoria colectiva. Aquí le hubiera ayudado consultar el modelo teórico del sociólogo Maurice Halbwachs, quien disertó sobre los efectos mentales en los habitantes de París por los drásticos cambios en la configuración de la urbe.

El principio de listar datos y hechos históricos sin integrarlos en una argumentación profunda sobre el presunto malestar por la ciudad también aparece en los apartados dedicados a la tradición socialdemócrata de Alemania y Suecia de construir unidades habitacionales para las clases bajas y media bajas. Detrás de estas "utopías construidas" (p. 134) existe una historia palpitante que el autor relata con cierta indiferencia, aunque sus tópicos centrales, como el compromiso estatal con la vivienda y el control rígido de la especulación inmobiliaria (pp. 136-138) merecen una reconsideración actualizada, especialmente en las ciudades latinoamericanas. Es fácil constatar, como lo hace el autor, que las crisis económicas permanentes en América Latina causan una separación del hábitat en la "ciudad legal" y la "ciudad informal" (p. 68), pero es una tarea complicada interpretar este fenómeno conforme al tópico "malestar". Hubiera sido interesante conocer la opinión de Quiroz Rothe sobre la creciente separación de clases sociales en "las ciudades blindadas", como principio socio-espacial que excluye islas del "bienestar" en un mar de "malestar".

El equilibrio social por medio de la planeación urbana-arquitectónica fue uno de los puntos centrales de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM); y el autor concreta estos debates con la mención del cuarto congreso CIAM en Bridgewater, donde los arquitectos modernistas presentes pretendieron "satisfacer las necesidades emocionales y materiales del hombre" por medio de diseños funcionalistas (p. 146). Conocemos, después de décadas de investigación extensa sobre el fracaso conceptual del funcionalismo, que esta pretensión no se cumplió con la producción de vivienda estandarizada, sino que produjo un malestar cultural que fomentó sustancialmente el retorno al kitsch posmoderno hasta su última expresión reaccionaria, el New Urbanism. Sería tarea de una investigación sobre la historia urbana demostrar estas tendencias y sus efectos; sugiero no sólo citar las fórmulas ideológicas del movimiento moderno sino, sobre todo, cuestionarlas.

Esta crítica, casi ausente en el libro, por supuesto requiere profundos conocimientos de la historiografía y filosofía de la arquitectura moderna. No sirve reducir a la Bauhaus al "racionalismo funcional" (p. 133), cuando esta institución educativa, de hecho, en su primera fase se dedicó más a los experimentos visuales que a la construcción funcionalista. Diferenciar las corrientes plurales del modernismo y evaluar sus expresiones estéticas, valores culturales y efectos sociales hubiera sido necesario para entender el fenómeno del "malestar" por la ciudad moderna.

El tema del "malestar" se perfila con mayor claridad en la última parte del libro, donde Quiroz Rothe explica el concepto de la ciudad no lineal como una alternativa para fomentar el "bienestar" del ciudadano por su hábitat. Frente a la ciudad lineal y comercial, separada por autopistas y segregada en enclaves sociales —prototípicamente la ciudad estadounidense—, el autor presenta la "ciudad orgánica", con su caos organizado y su pluralidad socio-espacial. Esta propuesta alternativa para una ciudad habitable surge de la "sabiduría popular" y garantiza una "escala humana" (pp. 150-151). Ambos términos, tal como el de la ciudad "orgánica", provocan problemas terminológicos: ¿qué diferentes factores culturales determinan la "sabiduría" de los pueblos?, ¿no es el ser humano el único ser vivo con la capacidad mental de rebasar su propia "escala"? y ¿la definición de lo "orgánico" se refiere a la filosofía práctica de Aristóteles, o sólo es una analogía morfológica?

El autor no responde a estas aclaraciones conceptuales, pero encuentra en la ciudad medieval europea un modelo del hábitat favorable (pp. 155 y ss.), con vigencia hasta hoy. Lo atractivo de este modelo es la configuración espacial, la composición estética y la organización social de la ciudad. La traza de la ciudad medieval se adapta a la topografía del lugar, su diversidad visual proporciona un "factor sorpresa" (p. 150) y sus reglas de construcción garantizan cierto compromiso colectivo de cada intervención arquitectónica en el tejido urbano (p. 157), estimulando, de esta manera, los complejos procesos de la identificación espacial. Además, existió en muchas de estas ciudades, de los siglos XII hasta el XV, un alto nivel de los servicios comunitarios (p. 155), prueba infalible para medir la calidad democrática de un organismo urbano. Aun en la megaciudad actual, con problemas muy diferentes, es posible repensar algunos de los parámetros medievales de la organización comunal.

En su elogio entendible de la "belleza de los espacios colectivos" en la ciudad medieval (p. 159), el autor no olvida mencionar el lado oscuro de esa alta cultura urbana: los problemas de higiene, la violencia en los espacios no iluminados y la oligarquía como forma política que ahuecaba la organización democrática de la comunidad (p. 161). Quiroz Rothe completa este capítulo con una reflexión sobre la mirada histórica a la ciudad medieval como catalizador de un romanticismo que posteriormente sirvió a Camillo Sitte y Patrick Geddes como medio para criticar al urbanismo materialista-funcionalista (pp. 161-162).

Sin duda, este capítulo es el más estimulante, porque cumple en gran parte con las exigencias de un texto académico sobre la cultura urbana y además delinea perspectivas interesantes. Una de estas perspectivas es la idea de repensar la ciudad latinoamericana como expresión contemporánea de la ciudad no lineal (p. 163) —yo personalmente me niego a llamarla "orgánica"—, con la idea de descubrir un potencial sustentable en el caos de las colonias populares que crecen en las periferias de la zona metropolitana del Valle de México. El autor reconoce la "lógica empírica" de las autoconstrucciones (p. 168) como una fuerza creativa que aun fomenta "la recuperación del sentido comunitario" (p. 174). Es una pena que Quiroz Rothe no se haya ahorrado los capítulos anteriores y se ocupara, en cambio, de explicar esta transferencia de un modelo histórico a la megaciudad actual con mayor profundidad y desarrollar, sobre esta base hipotética, un modelo de intervención urbana.

Esta tarea deberá realizarla el lector creativo. Él puede considerar las informaciones sobre la política, ecología y estética de la ciudad medieval como parámetros para convertir el "malestar" difuso por la ciudad actual en un "bienestar" concreto, por medio de una planeación urbana responsable y sustentable. En este sentido, el libro contribuye a un proceso necesario de concientización colectiva sobre la ciudad como instrumento de lucha por la civilidad.

Un acceso clave a la problemática urbana, según mi punto de vista, es explorar el potencial epistemológico de la imagen. El libro cuenta con una estimulante acumulación de fotografías, planos, dibujos y reproducciones de pinturas con escenas urbanas; no obstante, esta argumentación visual carece de una interpretación profunda. Es notable la falta de capacitación visual que permita entender la imagen urbana y la imagen de la urbe como fuentes históricas que rebasan el conocimiento de las fuentes escritas. Con análisis profundos del imaginario urbano se perfilarían diferentes, y tal vez más efectivas, facetas del "malestar por la ciudad".

La imagen de la solapa, que también aparece en la página 15 como lema visual al inicio de la argumentación, muestra la pintura Tarde en la calle Karl Johann del pintor noruego Edward Munch. Esta composición visual no sólo compensa, sino enriquece la investigación sociológica y psicológica sobre las neurosis urbanas en el fin de siècle. En el cuadro, Munch enfoca, desde un ángulo terrestre y con una entrada visual directa, la relación de los peatones con su espacio urbano. La imagen revela, de manera enfática, el anonimato de las masas en la urbe, su falta de relación emocional con sus escenografías cotidianas —todos estos fenómenos descritos por literatos como Edgar Allan Poe, sociólogos como Georg Simmel y psicólogos como Sigmund Freud. El cuadro, configurado por la arquitectura monumental, la linealidad del espacio vial y las fisionomías ansiosas de los paseantes, claramente materializa un "malestar por la ciudad", pero su mensaje utiliza una específica construcción visual que requiere un análisis estético. La imagen no habla por sí misma.

Otro ejemplo de la argumentación visual en el libro demuestra las opciones de la historia del arte: para ilustrar su hipótesis general, el autor recurre (en la p. 20) a la vista de una ciudad industrial en la Inglaterra del siglo XIX y a una gráfica publicitaria de una imprenta de la Alemania de los años veinte del siglo XX (p. 27). En ambas ilustraciones se muestran chimeneas humeantes, pero no como crítica ecologista —como lo veríamos hoy—, sino como fórmula visual de progreso tecnológico y éxito económico. Si un autor selecciona tales imágenes para ilustrar un "malestar" por la ciudad, debe conocer la historia de un motivo visual y sus recodificaciones contradictorias; sin estos conocimientos, el potencial epistemológico de la ilustración se agota en la superficialidad.

Es problemática también, en algunos casos, la combinación de imagen y texto, otra herramienta básica para la producción de un discurso entendible y convincente. Cuando Quiroz Rothe explica el problema de la exclusión social de los jóvenes pobres en la megalópolis contemporánea, aparecen (en las pp. 49-50) una vista del Paseo de la Reforma con el Ángel de la Independencia y una remodelación posmoderna de una plaza en un pueblo italiano, pero no un rincón degenerado de Ciudad Nezahualcóyotl.

Peor aún resulta la estrategia visual utilizada en algunos párrafos sobre la estructura e iconografía política de las ciudades históricas, en donde se coloca una fotografía de un joven que finge dormir en la plataforma panorámica de la Torre Latinomericana de México, subtitulada Sueño urbano (p. 77). En los "créditos de imágenes y fotografías" (pp. 181-182) se notifica que el autor de la fotografía es Ernesto Ramírez, pero no se registra la fecha de la fotografía pseudoartística y mucho menos su función epistemológica en este capítulo.

Para lectores capitalinos que sufren la brutalidad visual del Distribuidor Vial San Antonio en las colonias Nápoles y Nochebuena, impresiona ver la imagen aérea de "Viaductos superpuestos en una ciudad norteamericana" (p. 45), pero, más allá de comentarios superficiales sobre el efecto urbano de la "revolución digital", el autor no aprovecha para interpretar esta imagen como una ecoestética destructiva y anacrónica de los años sesenta, que desafortunadamente celebra un revival en la ciudad de México al inicio del siglo XXI.

Pese a estas críticas, es recomendable consultar el libro. Creo que frente a la dominante presencia de megaacumulaciones de imágenes como ABCDF (véase mi reseña en Anales, núm. 81, pp. 183-186), que aplastan visualmente la reflexión sobre la condición humana en las megaciudades, es importante promover, con una perspectiva crítica de la historia cultural, la conciencia sobre las crisis urbanas. Quiroz Rothe constata que "la calle es una especie de texto que ofrece múltiples lecturas" (p. 84) e invita a conocerlas. A pesar de los déficit mencionados, en el nivel conceptual, historiográfico y filológico, el libro exige al lector la reflexión. Por medio de la lectura compensativa, aprovechando la creatividad cerebral de los múltiples receptores, el tópico "malestar" se convierte en catalizador para la autocrítica de los arquitectos-urbanistas y todos aquellos actores que configuran la cultura urbana. El libro inicia virtualmente un proceso de concientización que, según mi punto de vista, debería desencadenar una serie de revisiones profundas de los procesos autodestructivos que vivimos actualmente en las megaciudades del planeta. Queda pendiente profundizar el estudio empírico sobre el "malestar por la ciudad" para evitar el refugio cómodo en la investigación autosuficiente sobre la ciudad y la arquitectura.

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