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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.26 no.85 Ciudad de México sep. 2004

 

Libros

 

Preserving the World's Great Cities, Anthony Max Tung

 

Peter Krieger

 

Nueva York, Three Rivers Press, 2001 (1a. ed. en tela Nueva York, Clarkson & Potter, 2001)

 

Sin duda, Tony Tung es uno de los mejores conocedores y defensores de la herencia arquitectónica de Nueva York. Fungió nueve años, entre 1979 y 1988, como dictaminador en la Comisión de Monumentos Históricos de su ciudad (The New York City Landmarks Preservation Commission), donde recibió profundas y duras lecciones sobre la lucha por preservar los valores arquitectónicos y urbanísticos, frente a una aplastante especulación inmobiliaria en sinergia con una modernización urbanística unidimensional. Éstas fueron experiencias determinantes que además sembraron en la mente del autor la inquietud por acercarse a esa misma problemática en el contexto internacional.

Gracias a un contrato generoso de su casa editorial, Tung realizó en 1995 una serie de viajes que lo llevaron (en orden de aparición en el libro) a Roma, Varsovia, El Cairo, Moscú, Pekín, Singapur, Amsterdam, Viena, Atenas, Londres, París, Venecia, Kyoto, Berlín, México, Charleston y Jerusalem. Casi todas las ciudades seleccionadas comprobaron los alarmantes datos sobre la precaria preservación del patrimonio de la humanidad: a lo largo del siglo XX, guerras, modernizaciones y una creciente contaminación ambiental han causado la destrucción de un cincuenta por ciento de los objetos arquitectónicos y urbanísticos con valor histórico-estético. No sorprende que el autor califique el siglo pasado por su culture of destruction (p. 1).

Tung presentó un primer resumen de sus investigaciones en el coloquio internacional "Megalópolis: la modernización de la ciudad de México en el siglo XX" (UNAM-Instituto de Investigaciones Estéticas, en prensa); ahora los lectores tienen a su disposición la magna obra de 470 páginas, llena de informaciones e interpretaciones tan interesantes como incriminantes. Porque el autor menciona a los autores de la destrucción del patrimonio, las diferentes sociedades urbanas, sus políticas, sus presiones económicas, sus condiciones sociales y sus valores culturales. Tung parte de la idea de que la forma física del paisaje urbano articula los valores sociales de sus habitantes (p. 275, explicado en el ejemplo de Londres y París) y, en consecuencia, la cuestión de la preservación del patrimonio arquitectónico rebasa los círculos de expertos en la materia y cobra importancia como tema y problema de todas las culturas del mundo y su memoria.

Cada uno de los análisis de Tung proporciona datos históricos sobre la ciudad escogida y sus procesos de urbanización; elabora además una arqueología de la modernización y una historia breve de las tecnologías constructivas, y también perfila las dimensiones políticas, jurídicas, económicas, sociales, ecológicas, religiosas y estéticas de las culturas urbanas y su destrucción.

Un hilo conductor en la reconstrucción historiográfica de la urbanización es la escenografía —"visual urban effects" (p. 43)— y su descomposición. Mientras ciudades como Atenas y El Cairo se desfiguraron de manera extrema durante el siglo XX, marginando aquellos monumentos declarados patrimonio de la humanidad como islas de la alta cultura en un mar de fealdad urbana, otras ciudades como Amsterdam y Viena lograron mantener cierto equilibrio social y constructivo. En el caso de Amsterdam sorprende la larga tradición del espíritu cívico de arreglar la convivencia urbana con parámetros sociales y con límites constructivos, los cuales incluso los habitantes ricos aceptan. Para los lectores actuales, acostumbrados a las no-políticas urbanas, guiados por la omnipresente ideología neoliberal, es refrescante leer la historia de la vivienda social en la "Viena roja" durante los años veinte del siglo XX, cuando la administración municipal gastó hasta un treinta por ciento de su presupuesto en la construcción de bloques de vivienda con alta calidad funcional y estética. Además, las cuatrocientas unidades habitacionales construidas durante la administración socialdemócrata de Viena se integraron en el tejido tradicional de la ciudad de palacios y casas de alquiler. Tung relata esta historia social de la vivienda con mucho espíritu, y lo contrasta con la miseria de las favelas del mundo que —tristemente— en la actualidad albergan a una cuarta parte de la población mundial.

Otros ejemplos de la historia urbana demuestran cómo fallaron los programas de una modernización unidimensional y brutal para resolver la cuestión social. Los arquitectos de la vanguardia como Le Corbusier, autonombrados ingenieros sociales, pensaban resolver los problemas de la ciudad con una estricta separación de las funciones y una imposición de megaestructuras viales. Con toda razón, el autor caracteriza a utopías funcionalistas tipo "Plan Voisin" —cuyo resplandor fatal aún es visible en la anacrónica construcción de segundos pisos viales en la ciudad de México— como actos de violencia cultural y estética (p. 301).

En contraste con la unidimensionalidad constructiva de la arquitectura moderna, que se fijó en los fetiches concreto armado, acero y vidrio, se mantiene la vigencia de la gran herencia de las técnicas inteligentes del pasado. Los famosos restauradores polacos, tanto como los expertos del rescate de Venecia, estudiaron cuidadosamente los principios estéticos y estáticos de la arquitectura histórica, y de esta manera no sólo garantizaron la perdurabilidad de la herencia cultural, sino también ofrecieron alternativas para las construcciones en la actualidad. Incluso, como demuestra el caso de la preservación de la ciudad imperial japonesa de Kyoto, se rescatan los edificios históricos con el uso de tecnologías y diseños tradicionales, pero con elementos contemporáneos.

Estas técnicas de reconstrucción arquitectónica cobran una especial importancia política en la reconfiguración de ciudades en la posguerra. Para los habitantes de Varsovia, la reconstrucción de los edificios que fueron destruidos sistemáticamente por los nazis durante la última fase de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un asunto central para restablecer la identidad nacional; y, por eso, la reconstrucción de la herencia cultural, específicamente de la arquitectura, ganó un alto reconocimiento por parte del Estado, y los apoyos presupuestales correspondientes.

También se preservan los documentos de la historia atroz e inhumana, como los sótanos de tortura de la SS en Berlín, donde una "topografía del terror" mantiene viva la memoria del fascismo alemán para que esto nunca se repita. O, en downtown Manhattan, el cementerio de los esclavos africanos, por siglos sellado con edificios colocados encima, se rescató como sitio conmemorativo —gracias al compromiso incorruptible del mismo Tony Tung— pese a que ese terreno tiene un alto valor inmobiliario. Una innegable dimensión política también reviste el caso del Templo Mayor en la ciudad de México, que el autor explica como un rescate arqueológico en servicio de una redefinición de la identidad nacional.

Sin embargo, no siempre hay voluntad estatal de preservar y/o reconstruir el patrimonio nacional. El valor y sentido de las diferentes legislaciones, cuyos orígenes se remontan hasta el Imperio Romano, muchas veces se pierden en los trámites burocráticos. A pesar de la legislación impresionante para preservar el patrimonio en Roma, su sustancia histórica está perforada por un sinnúmero de construcciones ilegales que alteran notoriamente esta ciudad monumental y eterna. Peor el caso de El Cairo, donde un aparato administrativo inflado, inefectivo y corrupto acelera el decaimiento de la magnífica herencia cultural.

Otro gran obstáculo para la preservación de la arquitectura histórica es la condición económica de un país y de una ciudad. En ambientes urbanos de pobreza, donde crecen los slums como un cáncer en el cuerpo social, la preservación de valores histórico-estéticos no aterriza porque estos habitantes, ocupados intensamente en la sobreviviencia cotidiana, no se permiten el lujo de reflexionar sobre sus orígenes culturales ni tienen contacto con expertos que les expliquen la importancia del patrimonio construido. Así, muchos edificios en los centros históricos de las ciudades caen en el olvido y sólo se presentan al público urbano como espacios degenerados, cuyo rescate y mantenimiento no vale la pena.

Tung claramente expresa el axioma de que la preservación arquitectónica requiere cierta estabilidad y equilibrio social. Pero también en sociedades y ciudades ricas es difícil preservar el patrimonio. Fenómenos socio-espaciales como la especulación inmobiliaria descontrolada, la gentryfication y su radicalización urbanística en forma de las gated communities (comunidades blindadas) cuestionan la presencia de arquitecturas históricas. Frente al deseo de ganar dinero con la especulación o de crear zonas del hábitat exclusivo, como demuestra el caso de Nueva York, el valor comunitario de la herencia histórica parece prescindible. No obstante, como Tung explica en su análisis de Londres, aun la especulación puede generar contribuciones sustanciales a la cultura urbana: hasta hoy, los conjuntos lujosos del siglo XVIII en Londres, como Regent's Street, destacan como modelos integrativos del desarrollo comercial de las ciudades; ya son patrimonio nacional y además contienen un potencial activable en la actualidad.

Otra categoría de análisis es el efecto del turismo. Por un lado, la importancia económica del turismo fomenta la preservación del patrimonio. Éste es el caso de Singapur, ciudad hipermodernizada y globalizada donde los preservacionistas lograron frenar la destrucción de la memoria arquitectónica sólo con el argumento de que los turistas internacionales no quieren visitar una ciudad sin atributos, sino una ciudad con identidad histórica y diversidad estética. Y aunque los logros preservacionistas son modestos, frente a la aplastante neutralización del espacio urbano, descrito drásticamente por Rem Koolhaas (una fuente que Tung desafortunadamente no aprovecha), destaca el resultado de preservar algunas zonas históricas, lo que permite a Singapur distinguirse de ciudades completamente neutralizadas por estándares globalizadores como Atlanta o Houston.

Por otro lado, el turismo masivo es capaz de aniquilar toda una cultura urbana, como lo demuestra el caso de Venecia, donde la expansión de hoteles y la consecuente explosión de los precios para inmuebles expulsa a los habitantes antiguos hacia los suburbios industriales.

Venecia también ejemplifica la dimensión ecológica en la argumentación de Tung. Para entender con profundidad el valor cultural de una ciudad y sus edificios hay que investigar también su ecosistema. Las fundamentaciones de las casas venecianas fueron una tecnología inteligente, vigente hasta la contaminación brutal del ambiente acuático por la industria de Mestre y la introducción de grandes barcos de vapor en la laguna. No tiene sentido preservar la fachada de un palacio antiguo si su estructura interna está dañada y se hunde. El conocimiento básico de una ciudad como ecosistema es fundamental para el rescate de la herencia arquitectónica; además es un tema de las investigaciones estéticas e históricas. La grandeza de Roma antigua no sólo se mide por sus templos y arcos antiguos, sino también por su capacidad de abasto de agua y la canalización de las aguas negras; los acueductos y la cloaca maxima también son altos valores dignos de preservación.

Es obvio que esta conexión de la historia cultural y la ecología de las ciudades causa inquietud entre muchos funcionarios municipales en el mundo, porque provoca un compromiso más profundo —y más costoso— de la preservación arquitectónica como rescate ambiental. Desafortunadamente, como lo demuestran El Cairo y Atenas, es frecuente el abuso del gran monumento cultural —las pirámides, la Acrópolis— para disimular el ecocidio cotidiano de estas caóticas aglomeraciones urbanas.

Que la calidad estética de una ciudad necesariamente forma parte del concepto de ecología lo ilustra en ex negativo el caso de Kyoto, donde la fuerte industrialización y la ilimitada especulación de bienes raíces arruinaron una estética minimalista, sublime y equilibrada de casas y templos tradicionales, lo que Tung denuncia como "clash of cultural, social, economic, and environmental values" (p. 372). La lectura de este capítulo sobre Kyoto entristece, porque los fenómenos mencionados, la contaminación visual que estrangula los restos de la herencia arquitectónica, que sólo sobrevive como artefacto turístico, es muy conocida en otras partes del mundo, incluidas las ciudades latinoamericanas.

Finalmente, el autor incluye en sus estudios de ciudades la dimensión religiosa como un factor importante para las estrategias de preservación. Mientras muchas ciudades en el Medio Oriente sufren conflictos destructivos de las religiones musulmanas, judías y cristianas y sus correspondientes costumbres e ideologías culturales —en concreto, en el caso de Jerusalem—, otras capitales, como Amsterdam, verifican a lo largo de su historia el efecto positivo de la tolerancia, donde la convivencia establecida entre protestantes, católicos y judíos fortaleció el espíritu comunitario, favorable para el desarrollo económico.

De las múltiples propuestas que surgen de la lectura del libro Preserving the World's Great Cities, ésta sería una: que la preservación de la herencia urbana del pasado sirve para reflexionar sobre los modelos sustentables de la convivencia humana. Para integrar la preservación en los procesos democráticos es necesario estimular la participación de los habitantes en el rescate de sus propias culturas. Sin proyecto social, el esfuerzo de la preservación se aborta en las zonas exclusivas de los ricos. Produce cierta esperanza la idea de combinar los fines culturales de la preservación con la lucha contra la miseria social, por ejemplo con proyectos de capacitación a albañiles en técnicas tradicionales de la construcción, que ayuden al rescate de monumentos y disminuyan la dependencia de muchos países de la importación de materiales industriales desde Estados Unidos y otras naciones del llamado primer mundo.

En suma, es un libro informativo y comprometido, altamente recomendable para un amplio círculo de lectores. Sin embargo, los expertos en la materia encuentran algunos déficit en esta publicación. Por su carácter comercial, el autor tuvo que renunciar a la inclusión de notas a pie de página. Aunque esta falta la compensa un aparato bibliográfico, este mismo sólo contiene títulos en inglés; de esta manera queda excluida la amplia y profunda investigación urbana de cada uno de los países mencionados. Desafortunadamente, esta restricción es característica del mercado de ideas en Estados Unidos, donde centros editoriales como Nueva York pretenden definir y globalizar los estándares del pensamiento.

Esta tendencia implícitamente se articula también en la explicación de conceptos políticos. Con la crítica emocional —y no académica— del sistema comunista (p. 92), el autor hace un guiño a la capacidad comprensiva y estereotipada de los lectores estadounidenses, y, según esta lógica, glorifica la democracia supuestamente lograda en el propio país. Con una mirada distante, surgen dudas acerca de si el desarrollo de Nueva York es en efecto un showcase of American democracy (p. 346) o nada más una simulación, como lo demostraron los debates recientes sobre la reconstrucción del World Trade Center: sin tomar en cuenta los amplios y plurales foros de debate con los habitantes de Lower Manhattan, que cuestionaron la re-erección de un rascacielos en este terreno por diferentes razones, el inversionista tomó la decisión autocrática de reconstruir la misma cantidad de espacio para oficinas, y pretendió callar a la opinión pública, democrática, con un nuevo récord mundial de altura del nuevo WTC —cabe mencionar que el libro ya estaba publicado cuando ocurrió la catástrofe del 11 de septiembre; y, posiblemente, Tung tematizará este proceso de reconfiguración urbana en uno de sus próximos textos.

La construcción del antiguo World Trade Center, así como de un sinnúmero de rascacielos similares, cubiertos de vidrio y aluminio durante los años sesenta y setenta en todas las grandes ciudades del mundo, ha provocado una profunda crítica cultural a la arquitectura moderna, lo que al mismo tiempo impulsó el movimiento preservacionista. Tung repite los tópicos centrales de esta crítica, en primer lugar el efecto desintegrador de urbanismos modernos. No obstante, aquella crítica razonada a veces se refugia en evaluaciones y criterios no fundamentados, tal como la simple división de los fenómenos visuales en "bello" y "feo". Desafortunadamente, Tung, en varias partes del libro, también cae en la trampa de asegurar su argumentación con un presunto gusto común, calificando un conjunto urbano histórico como beautiful o glorificando the beauty de un edifico histórico frente a la fealdad de las arquitecturas modernas y contemporáneas (por ejemplo, véanse pp. 21 y 306). Toda una extensa investigación estética ha comprobado que la definición de lo bello en las artes y la arquitectura es una categoría relativa, con cierta caducidad determinada por las modas e ideologías.

Además, esta percepción del ambiente arquitectónico, limitada por una óptica populista, obstaculiza la evaluación de la arquitectura de los años cincuenta (siglo XX), un tema que cobró enorme importancia en la teoría y práctica de la preservación durante las últimas dos décadas a nivel internacional. En Inglaterra, por ejemplo, Andrew Saint luchó en sus escritos contra el desprecio populista del príncipe Carlos por toda la arquitectura de posguerra;1 en México, todavía queda pendiente un inventario sistemático de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX para definir sus valores estéticos y los ejemplos representativos, dignos de ser preservados.

Sin duda, el rescate de la arquitectura moderna no es muy popular, y además se enfrenta con el problema de que las superficies pulidas de vidrio y metales no envejecen con dignidad; la pátina sobre un curtain wall arruina su integridad estética, mientras un muro de piedra gana un atractivo visual "romántico" durante su lento proceso de descomposición a lo largo de los siglos. En este contexto también hay que mencionar el malentendido del autor —y de muchos otros más— del término y concepto "orgánico" (p. 102). Frecuentemente en las publicaciones sobre la historia urbana se contrapone el diseño "orgánico" al diseño racionalista, modernista o mecanizado. Empero, según el origen conceptual en la filosofía aristotélica, lo "orgánico" se refiere más a la productiva relación de funciones y menos a la forma de los órganos. Por eso, también un diseño radical modernista, en estructuras rectangulares, puede alcanzar la calidad de lo orgánico.

Para definir la estética y función de las estructuras urbanas tratadas, el lector dispone de una muy instructiva serie de planos que permiten comparar soluciones urbanísticas de la misma escala. Por medio de la comparación surgen diagnósticos sorprendentes de los ejes centrales de Pekín, París y el grid de Nueva York. Aquí, la teoría de Collage City(elaborado por Colin Rowe y Fred Koetter) hubiera enriquecido la argumentación de Tung. Pero aun sin considerar la gran diversidad teórica de los estudios urbanos, el libro Preserving the World's Great Cities, con su concepto pragmático y su buena narración historiográfica, es en extremo útil para todos los interesados en la memoria construida del mundo y su rescate.

Para el público mexicano, el libro ofrece un fondo valioso de informaciones e introspecciones en la materia, aunque el subcapítulo mismo sobre la ciudad de México no contiene nuevos aspectos de la investigación. Estimulante para revisar la ciudad de México de acuerdo con parámetros de la preservación patrimonial es el acercamiento empírico al objeto de estudio y las diferentes contextualizaciones culturales, sociales y ecológicas de la arquitectura histórica. Tung advierte —y esto también es un aviso claro para México— que la sustancia histórica de edificios y estructuras urbanas con valor mnemotécnico es un recurso limitado. Hasta que la cultura de Disneyland tome el control total sobre la ciudad de México, cada pérdida de una casa con valor estético e histórico es irreparable.

Además, a lo largo del libro, conociendo las ciudades escogidas, se expresa con claridad la dimensión ecológica de la preservación; así, una extensión vertical de carreteras urbanas no sólo aumenta la contaminación del aire, sino también destruye los espacios socioculturales de la ciudad. Mucha atención merecen estos casos analizados, donde los urbanistas, en colaboración con los preservacionistas, lograron restablecer una cultura del peatón en escenografías aptas para la percepción contemplativa de la herencia construida en el pasado.

La preservación del patrimonio de la ciudad, nación y humanidad no es un acto cosmético, superficial, sino un concepto integral donde se exige la confluencia productiva de las capacidades diversas de una sociedad en favor de su sustentabilidad, fundada en la memoria y desarrollada hacia un futuro en contextos urbanos viables. Last but not least: no sólo el libro estimula a todos los ciudadanos del mundo interesados en el rescate de sus culturas, sino la biografía misma del autor: su compromiso extraordinario con la preservación, su manejo de conocimientos arquitectónicos, urbanísticos, históricos, jurídicos y su presencia en los discursos públicos lo perfilan como modelo del ciudadano ilustrado que piensa globalmente y actúa en lo local en contra de la deshistorización y estandarización globalizadora de las actuales estéticas urbanas.

 

Nota

1 Andrew Saint, A Change of Heart. English Architecture Since the War. A Policy for Protection, Londres, Royal Commission on the Historical Monuments of England-English Heritage, 1992.         [ Links ]

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