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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.23 no.78 Ciudad de México mar./may. 2001

 

Libros/reseñas

 

David Alfaro Siqueiros. Pintura de caballete de Xavier Moyssén

 

por Julieta Ortiz Gaitán

 

México, Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1994*

 

"Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía", decía José Vasconcelos. Para mí, este libro fue ese viaje inquietante que me dio, a la postre, tres razones fundamentales para aceptar con gusto la invitación de presentarlo ante ustedes: primero porque el autor del texto es Xavier Moyssén, mi maestro; también porque se trata de una edición del Fondo de la Plástica Mexicana que tiene una larga y rica trayectoria en la industria editorial del arte mexicano y, finalmente, porque el tema aborda la pintura de caballete de David Alfaro Siqueiros —El Coronelazo—, pintor sobre quien han corrido ríos de tinta y sin embargo todavía ofrece filones de oro a quien se acerque a su obra con ojos escrutadores y ánimo dispuesto.

Eso es lo que sucede con la versión tratada por Xavier Moyssén en este libro que reúne, cuidadosamente, una selección de la obra de caballete del controvertido pintor. En dicha selección, fotografiada y reproducida espléndidamente, figuran algunos cuadros que no eran conocidos y que ahora se publican gracias a la infatigable perseverancia y a las pacientes investigaciones del maestro Moyssén en el fascinante mundo de las colecciones de arte.

El libro conmemora el vigésimo aniversario de la muerte de Siqueiros y forma parte del preámbulo al gran homenaje nacional que se prepara por el centenario de su nacimiento, acaecido en Santa Rosalía, Chihuahua, el año de 1896. Cabe señalar aquí que el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana publicó, en 1992, un texto de Antonio Rodríguez (el último del maestro Rodríguez) sobre la pintura mural de David Alfaro Siqueiros.

Estoy de acuerdo con Xavier Moyssén cuando afirma que Siqueiros es más conocido como muralista que por su obra de caballete. Es indudable que la pintura mural significa una expresión pictórica más impactante y grandiosa que la obra de menor formato, y por algo representó cabalmente un momento específico y estremecedor de nuestra historia. No es gratuito que la tríada mítica —Rivera, Orozco y Siqueiros— sea punto de referencia obligado para el arte mexicano de la primera mitad de este siglo que agoniza.

Pero, como sucede con los grandes artistas, la producción plástica de Siqueiros no se restringe a determinadas técnicas y expresiones sino que, por el contrario, se manifiesta en una pluralidad rica y valiosa que la enriquece en su conjunto, y es en estos múltiples procesos creativos donde Siqueiros encuentra un lenguaje vigoroso, resultado de una actitud permanentemente crítica y experimental, tanto con los materiales y técnicas pictóricas como ante la sociedad de su tiempo, actitud que le llevó a expresar cabalmente el espíritu del arte del siglo XX.

Es de sobra sabido que las inquietudes del Coronelazo estuvieron indisolublemente ligadas al aspecto social y a la militancia política, por lo que, en este sentido, su pintura de caballete pareciera colocarse en una posición incómoda, máxime si recordamos los postulados radicales del legendario manifiesto de 1923 firmado por los que serían los principales exponentes del muralismo mexicano: "Repudiamos la pintura de caballete y cualquier otro arte salido de los círculos ultraintelectuales y aristocráticos. Nos proponemos socializar el arte y destruir el individualismo burgués...''

Sin embargo, como bien sabemos, no sólo no se dejaron de producir cuadros sino que éstos fueron colgados en las casas de los nuevos ricos formados entre las turbulencias de la Revolución, quienes se convirtieron en los principales compradores del incipiente mercado de arte mexicano. Al retratar a esta nueva burguesía, Siqueiros logra, desde mi punto de vista, la expresión más cabal de su pintura de caballete, testimonio fiel de un aspecto importante de la sociedad de su época. De la amplia galería de retratos hay que ver, por ejemplo, los de Jerónimo Bertran Cusiné y su esposa Adela, para no mencionar los muy conocidos de Angélica Arenal, "compañera de tempestades", retratos que se insertan en la más rica tradición retratística de la pintura occidental. Ello nos muestra cómo un pintor con talento puede colocarse más allá de aparentes contradicciones y pintar extraordinarios retratos por encargo sin abandonar un ápice sus convicciones políticas y sociales.

Seis son los temas en los que el maestro Moyssén agrupa la pintura de caballete de David Alfaro Siqueiros: lo político y social, lo erótico, el paisaje, las naturalezas muertas, los "ejercicios plásticos" y los retratos. Hay un trasfondo unificador en estos temas que, asevera Moyssén, pone en evidencia el espíritu combativo y vigente, rebelde e innovador, que le da, finalmente, una congruencia total a su obra. También en los temas aparentemente "neutros" podemos apreciar el carácter revolucionario de Siqueiros; su constante inquietud que lo llevó a experimentar con los medios y el espacio y a crear innovaciones que, aún hoy, nos impactan y son de sobra conocidas.

Pero Siqueiros antes de Siqueiros, parafraseando al maestro Moyssén, se formó en las complejidades del contexto cultural del fin de siglo y, aunque muy joven, no dejó de impregnarse de las exuberancias modernistas y de los rigores académicos.

Así lo apreciamos en Campesinos (paste, 1911) y en La danza de la lluvia (tinta y acuarela, 1918, retrato de Anna Pavlova) ambos publicados en el libro que nos ocupa y que nos muestran un Siqueiros de trazo sutil, refinado, preocupado por las tonalidades suaves del simbolismo y la línea ondulante. Ésta es una etapa menos conocida del artista en la que podemos encontrar paralelismo con los más destacados pintores finiseculares: Herrán, Gedovius, Zárraga, Montenegro y el mismo Rivera, quienes denotaban en su obra influencias de la pintura europea y de las múltiples facetas del art nouveau.

A partir de entonces, el joven Siqueiros se entrega de lleno a la consecución de un objetivo grandioso, trazado de antemano con una claridad casi vidente. Abandona la Academia para unirse a las Escuelas de Pintura al Aire Libre que significaban la innovación y el triunfo sobre los anquilosamientos académicos y, cuando estalla la lucha armada, no duda en unirse a las fuerzas rebeldes enlistándose en el ejército revolucionario. Desde entonces, Siqueiros estará en todas las trincheras y en todas las causas desde su lucha por el mejoramiento de la vida de los hombres; en los campos de batalla del Bajío y en las planicies españolas de la Guerra Civil; con los mineros, con los trabajadores; en las calles de su ciudad; en la cárcel y en el exilio... Y su pintura no daba, como recordatorio perenne del compromiso inherente a la condición humana, de la responsabilidad como seres sociales, de la imposibilidad de permanecer al margen.

Aun en sus retratos, aun en las turgencias de sus naturalezas muertas, en las ricas texturas de sus paisajes, la pintura de Siqueiros grita, gesticula, hace discurso político, nos recuerda que somos parte de una organización social y no espectadores indiferentes y lejanos.

Y el libro que hoy comentamos nos entrega parte de este legado, de esta hora en pie de lucha que es la obra de Siqueiros, el justiciero. Para que no decaiga nunca su presencia es conveniente mantener vivo el mito, renovar los rituales de la pervivencia. Para ello, vienen al caso las palabras de Nicolas Guillén a propósito de mantener viva la memoria de los grandes:

No olvides a Siqueiros. Su pintura, Oh pueblo amigo, pueblo mexicano, hecha está por tu mano, y es como tú: violenta, enorme y pura.

 

Nota

* Texto leído en la presentación del libro que se llevó a cabo en el Museo Carrillo Gil, el 13 de diciembre de 1994.

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