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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versão impressa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.22 no.77 Ciudad de México Set./Dez. 2000

 

Reseñas

 

La eternidad en un siglo: amor, creación y muerte en los hombres del 98 de Gilberto Prado Galán

 

por Jorge Abraham Zepeda Cordero

 

Puebla, Gobierno del Estado de Puebla, Secretaría de Cultura, 2001 (Lecturas Históricas)

 

A partir de tres de los grandes temas que dominan la trayectoria de la literatura, Prado Galán emprende en este volumen la exploración de la obra de ocho autores asociados bajo la égida del llamado problema de España y del 98: Valle Inclán, Azorín, Baroja, Unamuno, Machado, Maeztu, Ganivet y Benavente. No pasará inadvertida al lector la complejidad de un compromiso tal si tiene presente la indeterminación que la propia nómina del grupo ha experimentado merced a la perspectiva del crítico en turno. Este ensayo demuestra que el establecimiento de categorías y taxonomías generales debe sustentarse en la lectura de obras individuales para delinear rasgos singulares potencialmente comunes a un colectivo, corriente o generación literaria determinados.

El título de la obra se despliega a lo largo de los correspondientes capítulos, que recuperan frases y versos de los autores examinados, procedimiento que consigue reunir y potenciar las sugerencias presentes desde esas palabras que son el primer contacto con el libro: La eternidad en un siglo: amor, creación y muerte en los hombres del 98 encuentra su concreción primera en "La fuente de la piedra" (dedicado al tema del amor), "La eternidad desnuda" (centrado en la creación literaria) y "El camino de todos" (sobre la muerte). Así se pone en evidencia la escritura como puente entre los impulsos Eros-Thanatos, extremos a los cuales concilia y trasciende. Desde el umbral, dicha búsqueda y el signo peculiar que le otorgó la generación del 98 quedan cifrados en eternidad, término que sugiere, en una primera aproximación, la distancia entre el lector actual y esos hombres; en efecto, cien años son en la práctica una forma de nombrar aquello que no tiene fin y encarna la circunstancia puntual de todos ellos, radicalmente distinta al presente. Por la misma razón se hace patente el segundo sentido que Prado Galán vislumbró al titular su ensayo: la obra de los noventayochistas como superación de esa circunstancia puntual, contra la que definieron sus respectivos proyectos literarios. Y con dificultad pudiese haber sido más acertada la elección del objetivo: amor, creación y muerte para atisbar, compartir y delinear la eternidad de un siglo, la de los hombres del 98.

Tras el establecimiento de intersecciones y linderos temáticos desde las tres vertientes anteriores, el autor participa de una discusión que no podría haber eludido, excepto si se hubiese resignado a dejar incompleto su estudio, que habría quedado así en mero esbozo. Asumido como factor definitorio de la generación noventayochista, el problema de España es motivo de toma de posición en el cuarto capítulo ("El esqueleto sensible: la España del 98") frente a la tradición crítica, donde Prado Galán halla en Guillermo Díaz Plaja el espejo inicial que le permite establecer, a contracorriente, una imagen nítida del grupo, indispensable delimitación para iniciar su labor de análisis, confrontación y síntesis. La obra toda de la generación reivindica una actitud, una manera crítica de ser español, de asimilar el ser español, ya presente en una estirpe ilustre que la precede y conmina a la emulación: Saavedra y Fajardo, Gracián, Jovellanos y Larra son algunos nombres entre los antecesores en la que el autor llama "ruta crítica" y cuyo itinerario traza desde el precursor Ángel Ganivet, quien "ha puesto la inteligente desnudez de su mirada en la justa valoración del propio ser y, todavía más, en una ponderación que privilegia la esencia espiritual —la cultura, la religión y el arte— del pueblo español en su sentido más turbador, más auténtico" (p. 211). Siguiendo la estela de este ideario o leit-motiv generacional, el ensayista rastrea sus personales manifestaciones en los textos de los individuos que hicieron de España y su derrota el eje de una postura ante el mundo que fue escenario, fondo y razón de sus respectivas existencias.

En "Encarnación y sobrevida", quinto capítulo del texto, ocurre el espacio propicio para reivindicar en forma definitiva el énfasis depositado en la individualidad y su vehículo expresivo como constante de examen que contrarresta toda intención de uniformidad. Las conclusiones —si a ellas puede aspirar alguna tarea humana, antítesis de lo definitivo— se esbozan bajo la siguiente premisa: "En cada soñador es perceptible un tinte singular, el colorido que sugiere la pulsación amorosa, el vértigo imaginante o la esperanza significada por el viaje definitivo. El amor y el arte son inventos del hombre por eludir la muerte en la prosa de la vida. No obstante, como nos ha enseñado Unamuno, la muerte es parto, es inmortalizadora" (p. 247). Bajo estas palabras, bajo su divisa, Prado Galán ensaya, se ensaya (tal como Montaigne entendía y practicaba el género) en la obra de los hombres del 98; acaso haya descubierto en sus páginas, desde sus páginas, esa propia y humana sed de eternidad.

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