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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.31 n.89 México Jul./Dec. 2018

 

Artículos

Identidad persistente y nepotismo étnico: movilidad social de inmigrantes libaneses en México

Persistent Identity and Ethnic Nepotism: Social Mobility of Lebanese Immigrants in Mexico

Luis Alfonso Ramírez Carrillo* 

* Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología, Universidad Autónoma de Yucatán. Línea principal de investigación: globalización, desarrollo y pobreza. México. Correo electrónico: lramirezcarrillo@gmail.com


Resumen

Entre los inmigrantes de origen libanés asentados en México y América Latina se construyó, a lo largo del último siglo, una nueva identidad étnica como estrategia de sobrevivencia y movilidad social en el contexto del tránsito de una vida que se desplazó del campo a la ciudad. Esa identidad se conformó a partir de la vinculación de diversos tipos de redes sociales incluyentes y superpuestas basadas en el parentesco y en las alianzas personales, políticas y de negocios. En ese contexto se exploran aquí los conceptos relacionados tanto con la endogamia, la familia extensa y el asociacionismo, como con los de endogrupo y nepotismo étnico.

Palabras clave: migración libanesa; identidad; endogamia; endogrupo; movilidad social; nepotismo étnico

Abstract

In the transition from country life to city life during the last century, immigrants of Lebanese origin built a new ethnic identity in Mexico and Latin America as a strategy for survival and social mobility. This identity was created by linking various kinds of inclusive and overlapping social ties based on kinship and personal, political, and business alliances. In this context, throughout the article we explore concepts related to endogamy, the extended family and the formation of associations, as well as endogroups and ethnic nepotism.

Keywords: Lebanese migration; identity; endogamy; endogroup; social mobility; ethnic nepotism

Los inmigrantes de origen libanés llegaron en gran número desde Medio Oriente a México y a otros países de América entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX. En su mayoría encontraron en el comercio a pequeña escala su primera actividad económica, sin embargo, algunos de los que fueron sus primeros quehaceres para crear recursos se encuentran en el siglo XXI, en la cima de la labor empresarial y política. Sin negar la importancia de conocer las razones de la especialización económica de los inmigrantes, ya sea empresarial o laboral, el objetivo de este trabajo es analizar la organización y las redes sociales que les permitieron desarrollarla y los elementos culturales particulares de que dispusieron, tanto para sobrevivir como para obtener movilidad social. Entre estos elementos culturales destacaremos la identidad étnica, los códigos de relaciones interétnicas e interreligiosas y la transformación de la permeabilidad de las fronteras establecidas entre grupos étnicos a lo largo de la historia en Medio Oriente.

La pregunta que se plantea no es qué hacen los inmigrantes sino cómo lo hacen y sobre todo con quién lo hacen. Como un viejo empresario libanés, migrante nacido en Líbano me decía hace algunos años:

No me preguntes que negocio puse o voy a poner. Sé que voy a poner sólo el negocio que se pueda. Pregúntame con quién lo voy a poner y dónde. Ese es el problema. La decisión más difícil. Lo era cuando llegue. Lo sigue siendo ahora para mis hijos.1

Hablamos pues de la estructura social, del entramado cultural y de las redes sociales que están dentro del mercado y sostienen las actividades económicas de los inmigrantes, presentes desde la búsqueda de un empleo hasta que se cierra el negocio. Estos elementos culturales influyeron durante el medio siglo cuando México recibió grandes contingentes de inmigrantes levantinos y continuaron siendo importantes para las siguientes dos generaciones, antes de disolverse en la marea de la nacionalidad mexicana primero y de la globalización hace poco tiempo.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD ÉTNICA

La identidad étnica, fuera libanesa, siria o palestina, parecería haber sido la primera condición del inmigrante, la que marcaba su trato, la que de nía el núcleo de sus iniciales relaciones sociales. Pero todos los recién llegados eran para los mexicanos “árabes” o “turcos”, por su idioma o por su pasaporte, súbditos del Imperio otomano. A su vez los inmigrantes, rechazando la identidad turca, se sabían pertenecientes a distintas regiones dentro de la Gran Siria que correspondían a territorios históricos identificados en torno al Monte Líbano, al Sultanato Sirio de Damasco o a Palestina.

Había una identidad común, pero la analogía en torno a la comunidad de origen era con mucho la más fuerte: se era primero de Trípoli, de Beirut, de Batrumin, de Hamas. Después se era de alguno de los seis grandes grupos religiosos: maronitas, drusos, chiítas, sunitas, ortodoxos del Patriarcado de Antioquía y hasta algunos pocos ortodoxos del Patriarcado de Alejandría, extraviados por las tierras del protectorado otomano que era entonces la Gran Siria. Obviamos a los inmigrantes católicos o judíos provenientes de la región, que se colocaron en otra categoría desde el principio y se instalaron de otra forma en América.

De esa manera, surgió una nueva identidad en América Latina y, por supuesto, en México. Ésta puede considerarse una afinidad étnica particular que incluía en una sola categoría a los tres grupos, dado su origen común y su diferenciación cultural, lingüística y religiosa, con la sociedad indígena o mestiza que la rodeaba. No se trataba de una personalidad trasplantada de Medio Oriente, sino de una nueva construcción colectiva ideada y desarrollada para adaptarse a México y América Latina. Podemos mencionar algunos de sus rasgos nuevos, distintos a los que regían sus códigos de conducta en el Levante: la fusión de orígenes y la aceptación de alianzas sociales y matrimoniales entre individuos originarios tanto de Líbano como de Siria o Palestina; una mayor tolerancia religiosa entre maronitas, ortodoxos y drusos y, aunque en menor medida y no sin conflictos, también con musulmanes chiítas y sunitas; apertura a realizar actividades distintas a las que efectuaban en sus comunidades de Medio Oriente y la mayor mezcla entre individuos provenientes de diferentes clases sociales, en especial para la realización de negocios conjuntos.

La identidad libanesa vinculada al Estado-nación y al territorio libanés actual es un proceso que, si bien tiene viejas raíces políticas en el siglo XIX, se inició en forma después de la Primera Guerra Mundial, pero no fue visible de manera consolidada sino hasta terminar la Segunda Guerra Mundial. La creación de Líbano como Estado-nación en 1946 permitió a los inmigrantes consolidar no sólo una identidad étnica, sino una nacionalidad como libaneses en todo el mundo. La politización en el proceso de construcción de esta identidad no se ha detenido. Bajo otras vías y con otros significados, se ha extendido a sus descendientes en la actualidad, como es el caso del libanismo en el siglo XXI, corriente cultural y estrategia política impulsada por el Estado libanés y apoyada por las asociaciones nacionales de sucesores de este origen, para crear identidades, recuperar compatriotas y otorgar nacionalidades en el extranjero. Pero el libanismo es un fenómeno exógeno en las sociedades locales de herederos libaneses y tiene connotaciones internacionales de otro tipo, las cuales observamos aquí.

En este prolongado proceso de creación, consolidación y transformación de la identidad étnica de los inmigrantes entre 1880 y 2017, se pueden distinguir varios tipos de relaciones sociales: algunas incluyentes y estructuradas, otras exclusivas y otras más personalizadas.

LAS RELACIONES SOCIALES VINCULADAS A LA MIGRACIÓN

La primera etapa fue la de la migración individual, que observamos a partir de la llegada del primer inmigrante en 1879.2 Estas migraciones individuales obedecían a razones personales de viajeros, exiliados políticos o aventureros en busca de fortuna que avisaron a sus amigos de las posibilidades de establecerse en algunas de las regiones de México. Aquí la relación social estructurante fue la amistad y la relación individual cara a cara. Este tipo de inmigrante solitario duró poco tiempo pues, desde mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, se dio paso con rapidez a una migración escalonada de carácter familiar. Los migrantes individuales se concentraron en traer a sus familias: esposas, hijos, hermanos y en menor medida padres. Este tipo de migración familiar escalonada que parece haber predominado hasta 1900, se transformó en otro tipo de desplazamiento: la migración comunitaria, que se volvió común a partir de inicios del siglo XX y luego predominó hasta generalizarse a partir de 1914 con el inicio de la Primera Guerra Mundial.

La migración comunitaria se volvió el patrón por excelencia de los libaneses maronitas. Fue aún más fuerte al terminar la Gran Guerra y abrirse la navegación al tráfico trasatlántico. En el caso de América Latina y de México en particular, la migración comunitaria trasplantó segmentos importantes de población de muchas comunidades libanesas durante más de una década, pues la intensidad migratoria no se detuvo sino hasta la emisión en México de la Ley de Inmigración de 1926 y su aplicación a partir 1927. La migración de comunidades abrió paso a nuevas estrategias adaptativas basadas en las relaciones preferenciales para el trabajo, los negocios y el matrimonio. Las redes de parentesco se ampliaron para incluir a los nativos de los mismos pueblos en las nuevas actividades económicas que los primeros migrantes ya estaban desarrollando. Los tres tipos de inmigración no fueron excluyentes en este medio siglo, pues éstos se siguieron practicando, pero acabó predominando la migración comunitaria. Sucedió lo mismo con las redes sociales: a las de amistad originales se sumaron las de parentesco y a éstas las comunitarias en el país receptor, que ya empezaban a ser identificadas con claridad como redes étnicas; es decir establecidas más allá del conocimiento personal y de la relación filial o parental por la identidad de origen.

LAS RELACIONES SOCIALES VINCULADAS AL MATRIMONIO: “LA COMPRA DE ESPOSAS” Y LA ENDOGAMIA

Este tipo de relaciones fue fundamental para construir una comunidad y mantener la identidad étnica casi un siglo; duró mucho tiempo pues llegó hasta los años setenta del siglo XX y a partir de entonces se impuso un patrón de mestizaje y de asimilación que continúa hasta el día de hoy en México. Desde principios del siglo XXI están disponibles nuevas fuentes que arrojan información: a partir de 1926 se cuenta con datos no sólo sobre la inmigración sino también sobre las prácticas matrimoniales, que son las tarjetas migratorias de identidad F143 de inmigrantes árabes levantadas entre 1926 y 1950 por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), que también cuenta con censos de registros de inmigrantes de entre 1950 y 1990. En esas tarjetas se consigna la presencia de 7 533 inmigrantes de origen árabe en México entre 1926 y 1950, menos de la mitad de los consignados en otras fuentes,4 por tanto, en estricto sentido, el conteo de Relaciones Exteriores debe ser considerado una aproximación.

Un análisis de los inmigrantes que quedaron contabilizados en las F14 muestra que 79% entró por el puerto de Veracruz, 6% por Tampico y sólo 3% por Progreso. No se conoce la ruta de ingreso del porcentaje restante. La mayor parte eran comerciantes independientes. Los maronitas libaneses representaban más de 60% de la comunidad árabe registrada en ese periodo y el resto practicaba otras doctrinas, como los ortodoxos de Antioquía, los drusos y musulmanes (Zéraoui, 2004: 7). Por otra parte, entre los inmigrantes registrados de 1926 a 1950, 63% se declaraba dedicado al comercio independiente. También se subrayaba el éxito económico que ya habían alcanzado los libaneses hacia 1950 y se consideraba que los árabes tenían en sus manos la mitad de los negocios de los inmigrantes de todas las nacionalidades que había en México (Marín y Zéraoui, 2003; Marín, 1996 y 1997: 123-154).

En la muestra oficial de datos, que es como debemos considerar las F14, se observa que una tercera parte de los inmigrantes eran mujeres y el resto varones, pero lo más interesante es que 75% de los hombres estaban casados con libanesas.5 Este dato no coincide con el número de mujeres registradas como inmigrantes que se declararon casadas, lo que significa que algunos de los varones que se declararon casados al momento de llenar las chas de identidad F14, levantadas entre 1926 y 1950, años después del arribo de la mayoría, llegaron solteros y se habían casado con mujeres libanesas más jóvenes de la segunda generación ya nacidas en México, o bien, recurrieron a la “compra de esposas” o matrimonios concertados entre familias, trayéndolas de Líbano sin registrarlas, una práctica usual y fácil de realizar en las aduanas por medio siglo. El subregistro migratorio parece haber sido una constante hasta 1950. Sólo 12% del total de hombres y mujeres inmigrantes declaró haberse casado con una mexicana o mexicano en el cuarto de siglo, que fue de 1926 a 1950, al menos en las declaraciones oficiales hechas a las autoridades.

Es decir, hasta 1950 el patrón endogámico se mantuvo con singular fuerza en todo México, con un bajo mestizaje y una lenta integración cultural. Este dato es de la mayor importancia, pues si consideramos los tres cuartos de siglo de inmigración hasta entonces transcurridos, en los años cincuenta no podía hablarse todavía de una mezcla étnica ni de una fusión social con los mexicanos. No fueron motivos religiosos los que impidieron el mestizaje y la integración durante tres cuartos de siglo sino, por el lado de los inmigrantes, la práctica de una estrategia de sobrevivencia que buscaba primero la seguridad y luego el ascenso y la movilidad social, estableciendo alianzas con los connacionales del mismo nivel social o de clases más altas.

Tampoco estuvo ausente en esta falta de integración la discriminación negativa hacia los grupos indígenas y menos pudientes de la sociedad receptora, por indicadores de color de piel, pobreza y raza. No olvidemos que, así como ellos rechazaban a los indígenas, a su vez, la primera generación de inmigrantes también tendió a ser rechazada por la sociedad mexicana, lo que dificultaba los matrimonios. Las chas migratorias de 1950 a 1990 registran un descenso de la inmigración árabe al mismo tiempo que hubo un crecimiento de su descendencia, pues otra fuente menciona que se pasó de 1 365 familias en 1942 a 5627 en 1982 (Ruiz, 1992: 24).

Las relaciones sociales de parentesco: familia extensa y empresa

Los matrimonios arreglados cambiaron la naturaleza inicial de la migración y permitieron extender en el tiempo las cadenas de salida y transformarlas de lo individual y familiar a lo comunitario. El intercambio matrimonial de la segunda generación siguió fortaleciendo la endogamia temprana, extendiendo los lazos de reciprocidad y confianza más allá de las familias de origen y sentando las bases de una nueva comunidad en el país receptor, que al crecer se transformaría en un endogrupo con personalidad propia. La endogamia fue la base para mantener en las primeras tres generaciones la organización familiar con la que esta población árabe y mediterránea llegó a finales del siglo XIX. Ésta dio origen a familias trigeneracionales, es decir, grupos de parentesco extenso viviendo en un mismo hogar por tres generaciones y trabajando en la misma empresa familiar bajo la autoridad de un patriarca.6

En términos generales la familia extensa se mantuvo como modelo durante casi un siglo, y empezó a debilitarse desde 1970 hasta el día de hoy a favor de la nuclear. Fueron cuatro las características de esta estructura parental que se repitieron7 en los numerosos casos en que los inmigrantes emprendieron negocios particulares. La primera fue una organización patriarcal centrada en el varón dominante de la generación primaria, cuya autoridad y decisiones de negocios fueron respetadas por hijos y nietos. Esta potestad podía mantenerse por la centralización en su persona de las redes de crédito, compras y ventas de la empresa, en la que los demás miembros de la familia participaban de manera subordinada. La estancia del jerarca al frente del negocio sólo terminaba por su muerte o inhabilitación.

La segunda fue la adscripción patrilocal de las tres generaciones de la familia. Es decir, cuando la esposa del abuelo y las de los hijos y los nietos se incorporaban a los esfuerzos de la familia. Esto incluyó su trabajo no sólo doméstico, sino su rápida inclusión en muchas de las etapas de los negocios familiares, desde la venta ambulante, de alimentos, de ropa o de mostrador, hasta el cobro de abonos, la confección, la contabilidad, el transporte, los pagos, entre otros. El tercero fue la transmisión patrilineal de las redes del parentesco y de la empresa. Es decir, la identidad y pertenencia a las asociaciones pasaba de abuelos a padres e hijos varones, y el hecho de mantenerse en esta línea de transmisión otorgaba derechos de participar en los negocios y establecía deberes de lealtad comercial y empresarial entre sí, por encima de los compromisos asumidos con otras personas o compañías. Esta lealtad establecida por la patrilinealidad les otorgó mayores posibilidades de supervivencia ante las crisis que a otros empresarios.

El cuarto y último rasgo fue un patrón hereditario caracterizado por no otorgar a los hijos la herencia de la o las empresas en vida del patriarca, manteniendo juntos todos los activos y propiedades de las organizaciones por décadas. Además, así se evitaba o demoraba en lo posible la apertura de nuevas corporaciones en los mismos sectores del mercado, disminuyendo con ello la competencia. Cuando se lograba mantener el control patriarcal de los negocios, y llevarlos con éxito hasta tercera generación, lo que era una conjunción difícil, se heredaban empresas más ricas y capitalizadas que si se hubieran heredado en vida.

Si bien la lógica del parentesco es el elemento que explica con mayor fuerza la capacidad de crear empresas y hacerlas crecer con el paso del tiempo, superando las crisis, hay que sumar la lógica del endogrupo que considera la tendencia al aumento de la actividad empresarial del conjunto de inmigrantes. Lo que nos lleva al siguiente tipo de relación social.

Relaciones sociales y endogrupo

El concepto de endogrupo está ligado de manera íntima a las teorías de la identidad social y la autocategorización (Tajfel, 1978; Brewer, 1979; Turner, 1999; Quiles, Leyens y Rodríguez, 2001; Simon, 2004; Morales, 2007),8 según las cuales, las personas necesitan establecer una comunicación social positiva a través de la identificación, comparación y clasificación, y esto se hace más rápido y fácil con los afines que con los distintos. El endogrupo sirve para preservar el sentido positivo de la identidad social. En principio no tiene que depender de un espacio físico ni de un origen común, pero sí de relaciones sociales compartidas y más o menos fijas. Lewin en sus estudios pioneros sobre el tema (1947a y 1947b), ya mencionados, planteaba que el endogrupo está unido al espacio vital colectivo y no individual, y es el conjunto de personas con las que un sujeto particular se identifica.

El endogrupo se re ere en primera instancia a una comunidad de relaciones preferenciales entre individuos con quienes se reconocen semejanzas, frente a otras comunidades formadas por individuos con los que se reconocen diferencias y se consideran como exogrupos. El primero opera mediante un código dual en el que los mismos elementos que generan identificación, son los que generan diferenciación. La con figuración de la identidad social de los grupos se da porque sus miembros perciben sus semejanzas de manera positiva (Rocca y Schwartz, 1993: 581-595). Se atribuye mayor corrección y eficacia a las características propias, que se pueden extender a otros cuando se acepta que las tienen. En otras palabras, se elige privilegiar, por ejemplo, el aspecto físico, el color de la piel, la lengua, la religión o la historia común para establecer cualquier tipo de relación social.

En el caso de los inmigrantes libaneses, su similar origen geográfico y luego nacional se convirtió en clave de la identidad étnica al entrar en contacto con grupos culturales distintos al migrar a América. Reconocer esa afinidad fomentó una mejor integración entre ellos a la manera en que la define Barth (1993, 1976, 1975), privilegiando la similitud grupal sobre las diferencias individuales. La percepción de la semejanza intergrupal tendió a disminuir los prejuicios particulares y religiosos que podían impedir la creación de un endogrupo entre las comunidades originales en Líbano, pero que dejaban de tener sentido en México. La primera generación de libaneses percibió una mayor similitud entre sí que con los hispanos, mestizos o indígenas de cada región de México, a los que identificó como exogrupos. Trasladado al mundo del empleo y los negocios, esta percepción apoyó que los recursos propios y comunales, desde el trabajo hasta el crédito, la información y la proveeduría, se aprovecharan para las empresas del grupo migrante. La capacidad de mantener al endogrupo vigente prolongó este apoyo durante tres generaciones.

Los libaneses se inclinaban desde el principio a instalarse en centros urbanos, o después de una temprana inserción rural buscaron migrar lo más pronto posible a la ciudad, como parte de su proceso de movilidad social. Para el surgimiento del endogrupo fue primordial el desarrollo de un referente espacial urbano mediante la creación de una base territorial, de un barrio o de un ghetto libanés al confinarse el grueso del grupo en una zona del centro de las ciudades latinoamericanas. Lo podemos encontrar en Buenos Aires, en los barrios de Floresta, Palermo y San Cristóbal; en los alrededores del mercado de La Merced y en las calles de República del Salvador, Tres Cruces y Mesones de la Ciudad de México; en la calle 50 de la ciudad de Mérida; en el famoso Barrio Turco junto al viejo mercado de Santiago del Estero en Argentina, y en muchas otras partes del continente. Estos barrios o ghettos acompañaron la formación del endogrupo y fueron el campo privilegiado de la interacción social, económica y matrimonial de los miembros de la colonia. Terminaron y desaparecieron también con el endogrupo, cuando la movilidad social dispersó a sus miembros hacia nuevos puntos de las ciudades, que empezaron a expandirse con fuerza desde los años cincuenta en toda Latinoamérica.

Además de la concentración espacial urbana, el endogrupo se formalizó mediante asociaciones que no dejaron de sucederse unas a otras desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Sin embargo, éstas no representaban en sí a la totalidad del endogrupo ni crearon la identidad étnica; ambos tipos de interacción humana vivían y se realizaban en el uso de las redes sociales, en la percepción y el trato diario de los individuos que se reconocían como parte de un colectivo. Por ello, la mudanza de los inmigrantes a los espacios urbanos, y la subsecuente creación de ghettos, fue un factor que permitió a las asociaciones consolidar la identidad y las redes sociales. Con el paso de los años las asociaciones fueron una expresión institucional del endogrupo y su cara formal, tanto hacia el interior de la colonia como hacia la sociedad circundante, al exterior, y mostraron algunos de los contenidos estereotipados de la identidad étnica (la cultura libanesa, el “ser” libanés), pero nunca fueron en sí el endogrupo.

Dicho grupo de referencia lo constituía la gente unida por las redes sociales y el parentesco, el conjunto de individuos que compartían la percepción y creían en una serie de valores y conductas comunes. Se transformó y al n murió después de un siglo, cuando el tipo de relaciones sociales que lo crearon y mantuvieron se volvió innecesario o imposible de sostener por el número de descendientes de los libaneses, por la desigualdad económica y social entre ellos y la asimilación a la identidad nacional de la mayoría a partir de la tercera generación. Las asociaciones, sin embargo, han mantenido la bandera de la identidad étnica, pero ahora abrazan una identidad nacional libanesa externa al grupo local, vinculada a la narrativa del Estado-nación libanés, a la propuesta internacional del libanismo y son selectivas en su membresía.

DEL ENDOGRUPO AL ASOCIACIONISMO LIBANÉS

El asociacionismo libanés ha sido fundamental para desarrollar una colonia que en lo social ha funcionado como un endogrupo, cuyos miembros realizan todo tipo de actividades empresariales ancladas a los compromisos sociales cotidianos. Para los inmigrantes se volvió indispensable desarrollar una identidad pública y política que los ayudara a identificarse como parte de una comunidad. Por ello, a lo largo de un siglo se han desarrollado en México multitud de asociaciones, sin incluir a las iglesias y a las sociedades religiosas, a través de las cuales también se hacen negocios, pero que en esencia tienen un credo, un fundamento ideológico y un objetivo eclesiástico propio. En el 2012 se podían contar en distintas entidades de todo México 14 centros libaneses, que son el club “oficial” de la colonia; a ellos habría que añadir 6 sociedades de distintos tipos de profesionistas, 4 sólo de mujeres, 3 de jóvenes, 1 mutualista, 2 de beneficencia, 1 cultural, 6 de tipo religioso sin vinculación directa con las iglesias, 2 que reúnen a familias originarias de un mismo poblado, un premio nacional anual y un festejo mundial reflejado cada año en todo el país:9en total existían 39 agrupaciones y dos grandes eventos anuales.

ENDOGRUPO Y NEPOTISMO ÉTNICO

Las relaciones sociales basadas en la identidad reconstruida en el territorio mexicano, se conjugaron con relaciones preferenciales en la vida económica y social de las comunidades receptoras que, en el proceso de construcción del endogrupo, fueron más allá del parentesco entre los inmigrantes de primera generación y de los que siguieron llegando durante muchos años. Si en un principio se traía y apoyaba a los parientes, al transitar hacia un modelo de migración comunitaria se empezó a apoyar a los miembros del propio pueblo o barrio de origen, en especial para acomodarlos y emplearlos a su llegada. La larga duración de la migración y el número creciente de personas permitió que, en sus propios negocios y oficios, los que ya estaban instalados utilizaran a los que iban llegando.

La red de favores y lealtades se consolidaba aceptando también ayudar a los recomendados; de tal manera, en pocos años el endogrupo libanés se consolidó porque pudo transitar del parentesco a las alianzas comunales, y de allí a las coaliciones por identidad recurriendo al nepotismo étnico. La solidaridad creada acabó sobrepasando incluso a la comunidad de origen. Después de cincuenta años, la “comunidad de origen” para hacer negocios, conseguir un empleo o crear pactos no se encontraba en algún pueblo de Líbano o Siria sino en la propia comunidad libanesa en México y en el tener la recomendación de un paisano.

Esta conducta solidaria preferencial se manifestaba de múltiples maneras, pero era en especial visible en las actividades económicas. Nos encontramos con casos tan extremos como el de un pequeño tendero que vivía en Peto, en el corazón de la zona maya al sur de Yucatán, en la frontera con la selva de Quintana Roo, que empleó durante muchos años hasta a dos docenas de paisanos como vendedores ambulantes, “aboneros” de sus géneros y mercancías que ofrecían a los campesinos mayas en pueblos, rancherías y campamentos chicleros diseminados por las selvas del sur. Los alojaba en su casa y nunca empleó más que paisanos,10 aunque éstos aún no hablaran bien ni maya ni español y hubiera sido más simple y barato emplear indígenas como vendedores. Pero con los coterráneos recién llegados sentía confianza y control, y ellos a su vez se comportaban agradecidos y subordinados. Y el proceso de captación y contratación le permitía a su vez mantenerse como un miembro activo y hasta aumentar su importancia como parte de las redes del endogrupo libanés en la península, aun viviendo en las lejanas selvas de Peto.

Tenemos también el caso del influyente empresario Domingo Kuri, quien abordaba los barcos que arribaban al puerto de Veracruz preguntando quién hablaba árabe para identificar a sus paisanos y después les ofrecía empleo en su idioma, facilitando su desembarco y llegando a contratar decenas y quizás centenares de personas para trabajar en las fábricas textiles de empresarios libaneses en Puebla y la Ciudad de México, o como buhoneros en Toluca. Una conducta que era mitad solidaria y mitad empresarial, pero que generó el agradecimiento colectivo de los recién llegados y se mantiene hasta el presente entre los descendientes y en la memoria de la colectividad libanesa.

Se pasó así de la lealtad del parentesco a la lealtad de la identidad y de allí a la solidaridad étnica, en una conducta social que puede ser considerada como una manifestación del “nepotismo étnico”. Esta categoría defendida y popularizada por Pierre Van den Berghe (1981, 1983, 2015) y ampliada y discutida por otros autores como Frank Salter (2003), no goza de mucha popularidad en la antropología pues se le vincula con los planteamientos de la sociobiología, cuyos críticos, sacando conclusiones extremas, la vinculan con determinismos biológicos o raciales. El planteamiento del nepotismo étnico en realidad es difícil de sostener en su totalidad por la carga genética y evolucionista que implica, más que por el racismo, pero sostiene que en la selección del parentesco (kin selection) los individuos tienden a preferir a los parientes cercanos que a los más lejanos o ajenos, y que inmediatamente existe una preferencia innata por el propio grupo cultural y étnico, y se identifican con su etnia como quien se identifica con su familia.

Aunque se antoja descartarlo con rapidez como racismo, el planteamiento no es tan ingenuo, y Van den Berghe aclara que lo que importa es la percepción y creencia que el individuo tenga de tal parentesco más que su realidad; o para el caso que nos ocupa, la percepción que tenían de su identidad étnica libanesa. En ese sentido, el papel de la carga genética parecería ser secundario. En efecto, se ha señalado que:

[...] los seres humanos son entes culturales y sociales por definición, y no sólo conjuntos de genes y que la sociabilidad humana y la producción cultural se manifiestan a través de cierto número limitado de principios de integración social, es decir principios alrededor de los cuales el ser humano se realiza como ente cultural y social. Por lo tanto... junto con el género, la familia y la comunidad, la etnia parece ser uno de estos principios básicos de integración social (Stavenhagen, 1992: 63-64).

La formación del endogrupo y la movilidad social de los libaneses se puede comprender en parte bajo el concepto de nepotismo étnico estudiado por el propio Van den Berghe, en la medida en que intenta explicar las bases sociales por las que la gente pre ere interactuar con gente de su propia etnia, raza o familia. En este caso, yo identifico el concepto más asociado al ámbito de las actividades profesionales, económicas y políticas. Este nepotismo étnico con su secuela de altruismo hacia los iguales y rechazo y discriminación a los diferentes, generó una conducta de inclusión/exclusión en el otorgamiento de empleos y en las alianzas para emprender negocios y empresas, consolidando así la creación del endogrupo libanés.

En el caso mexicano debemos comprender el nepotismo como una conducta derivada de una identidad étnica construida y codificada en las tierras de acogida, no la que se tenía en las tierras de origen. En Medio Oriente, hombres y mujeres de distintos pueblos, clases sociales, oficios y educación difícilmente hubieran interactuado ni ayudado entre sí como los obligó a hacerlo el crisol de la emigración hacia las distintas regiones de América Latina. El nepotismo étnico es mejor comprendido en el ámbito de lo público que en el de lo privado, como estrategia de interrelación social sobre todo en la distribución de recursos, ya fueran prestamos de dinero, mercancías a crédito, empleos o para establecer sociedades de negocios. Pero no se trata sólo de altruismo, sino de la búsqueda de beneficios mutuos entre individuos desiguales, con distinto poder y riqueza; y el concepto encubre también relaciones verticales basadas no sólo en la confianza sino también en la subordinación y el dominio.

POR ÚLTIMO

Más allá de la capacidad personal de los inmigrantes y sus descendientes, y de su alta motivación individual al logro, hay que destacar la importancia de la identidad étnica y la organización colectiva, así como de la cobertura de sus redes sociales para acumular capital cultural, social y político, que con el tiempo se convirtió en capital económico y también derivó en mejores alianzas con el poder. La identidad y las comunidades étnicas no son estáticas, responden a amplios cambios sociales y gran parte de su éxito adaptativo se refleja en una movilidad social ascendente, tanto respecto a las sociedades de origen como a las de acogida.

Se trata de dinámicas generacionales dentro de procesos de movilidad, pues los hijos y nietos mejoran su posición en la estructura social, sin olvidar que también presentan toda una gama de distinciones de clase, como ha sido el caso de los libaneses en las distintas regiones de México, que se distribuyen en las categorías superiores y media de la estratificación social en la actualidad. Por otra parte, la disolución de las redes sociales que sostuvieron la comunidad étnica de origen y del endogrupo se intensificó a partir de 1970 y se ha completado en la segunda década del siglo XXI.

La desvinculación se fue dando por sustitución, conforme se construyeron otros espacios y asociaciones negociando redes adaptadas a nuevas situaciones sociales. También ha tenido lugar mediante la ubicación de los descendientes en los espacios de interacción y las redes de los grupos sociales locales. La consecuencia ha sido la integración cultural a las sociedades de las regiones y ciudades donde se han establecido, lo que es común cuando se estudian procesos de movilidad social en países multiétnicos como México.

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1Empresario Asís Abraham Dáguer, comunicación personal, 2002.

2El asunto del “primer inmigrante”, aunque es anecdótico, suele llamar poderosamente la atención. La colonia de la Ciudad de México lo ubica allí en 1878; mientras que otras fuentes ubican a un señor de apellido Simón afincándose en Yucatán en el mismo año (Cuevas, 2009), y otra más considera a Santiago Sauma el primero en llegar vía el puerto de Progreso, y se afincó en Mérida en 1879 (Julio Sauma, bisnieto, comunicación personal y archivo familiar, Mérida, 12 de diciembre de 2010). Otros ubican a Pedro Dib llegando al puerto de Veracruz en 1882; en ese sentido, también podríamos considerar al reverendo Boutros Raffoul, sacerdote maronita, pues estaba presente en México en 1872, aunque no era propiamente un inmigrante. Lo cierto es que también hay un censo elaborado por el Ayuntamiento de Tampico, en 1852, que ubica a un comerciante Salvador Darquí, y a una niña con el de nombre de Mónica Salam, originaria de Yucatán, quienes eran vecinos del puerto y estaban registrados como personas de origen árabe (Zéraoui, 2004: 7). Para una discusión al respecto, véase a Ramírez Carrillo (1994: 451-486; 2014: 38-46 y 2015).

3Las F14 son tarjetas individuales levantadas por la SRE y guardadas en el Archivo General de la Nación (AGN). Son poco más de 164 000 registros de extranjeros que se internaron en México entre 1926 y 1950. El 16% son asiáticos o del Medio Oriente, 35% estadounidenses y 49% europeos.

4En el caso de México contamos con los censos nacionales de Población y, además de las formas F14, existen registros de 1950 a 1990 en archivos de la SRE. Tenemos otras fuentes adicionales para calcular —siempre un aproximado— la intensidad de la migración libanesa, que nos muestran más del doble de los consignados en el AGN (Abud y Nasr, 1948; Castro, 1965; Zéraoui, 1997 y 2006; Pastor de María y Campos, 2009a: 31-71. Para el caso de Yucatán véase Cuevas, 2009; Ramírez, 2014 y 2016).

5Cálculo de la Embajada de Líbano en México, 20-28 de enero de 2011; Club Libanés de México A. C., 17 de octubre de 2012 (comunicación personal).

6La migración de carácter familiar y la incorporación de una creciente presencia femenina fue la base que permitió desarrollar con rapidez una estructura parental y una red de apoyo que se tejió en el intercambio entre mujeres, permitiendo la construcción de una identidad colectiva. Los lazos comunales llevaron a la rápida construcción de un endogrupo, donde se organizaron de manera jerárquica las primeras redes empresariales para desarrollar su temprana actividad comercial.

7Estudios longitudinales realizados sobre una decena de casos de empresarios libaneses exitosos que se han mantenido al menos por tres generaciones en la élite de la actividad económica de la península de Yucatán, muestran que la familia trigeneracional con estas cuatro características fue la base sobre la que se montó y articuló la empresa familiar. En la medida en que el modelo familiar fue funcional, también lo fue el modelo de empresa y tuvieron mayor éxito en los negocios a largo plazo. En sentido contrario, la debilidad o ruptura del ciclo familiar extenso detenía el crecimiento de las empresas (Ramírez, 1994a: 451-486; 1994b; 2000: 145-166; y 2015: 103-124).

8El concepto de endogrupo como una forma de autocategorización con un alto contenido emocional, basado en la percepción de iguales, ayuda a comprender la construcción afectiva de la identidad social que rige la identificación de miembros y los mecanismos que motivan y mantienen en el tiempo la solidaridad moral entre ellos.

9Embajada de Líbano en México, 20-28 de enero de 2011; Club Libanés de México A. C., 17 de octubre de 2012. Comunicación personal.

10Rubén Calderón Cecilio, nieto del personaje, comunicación personal, Peto, Yucatán, 12 y 13 de diciembre de 2015.

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