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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.30 no.87 México jul./dic. 2017

 

Artículos

El don y la construcción de confianza por parte de jóvenes artistas en contextos de violencia física y estructural en Medellín, Colombia

The Gift and the Building of Trust by Young Artists in Contexts of Physical and Structural Violence in Medellín, Colombia

Ells Natalia Galeano Gasca* 

* Doctora en Antropología por el CIESAS, Unidad Ciudad de México. Docente en la Universidad Manuela Beltrán (Bogotá, Colombia). Grupo de Investigación: ocupación humana. Línea principal de investigación: participación social. Correo electrónico: nataliagaleanog@gmail.com


Resumen:

El artículo analiza la manera de construir la confianza por parte de jóvenes artistas pertenecientes a un grupo de acróbatas de la ciudad de Medellín, Colombia. A pesar de experimentar precariedad económica y vivir en territorios controlados violentamente por grupos armados ilegales, los jóvenes se decantan por construir tejido social a través del arte. Ello se entiende como una gestión de la seguridad a través de la confianza personal y colectiva. Para el análisis retomo el concepto del don de Mauss, analizando los intercambios de bienes o servicios entre los miembros del grupo artístico, donde se refuerzan lazos y gestiona la confianza en el desarrollo de proyectos colectivos que refuerzan las identidades personales y colectivas.

Palabras clave: juventud; construcción de confianza; resistencia frente a la violencia; construcción de paz; el don

Abstract:

This article analyzes the way young artists belonging to a group of acrobats in Medellín, Colombia build trust. Despite the precarious economic situation and living in territories violently controlled by illegal armed groups, the young people are inclined to build social tissues through art. This may be understood as management of safety through personal and collective trust. For the present analysis, we refer to Mauss’ concept of gift, analyzing the ties and administration of trust in the development of collective projects which reinforce personal and collective identities.

Keywords: young people; building trust; resistance in the face of violence; building peace; the gift

Hace más de 30 años Medellín comenzó a destacarse a nivel internacional por sus altas tasas de homicidio, donde la mayoría de las víctimas y los victimarios eran hombres jóvenes provenientes de barrios de bajos ingresos. De acuerdo con Franco et al. (2012), 1991 fue el año de mayor expresión de esa violencia. Se calculó una tasa de 443 homicidios por cada 100 mil habitantes. Esta realidad llamó la atención de los analistas que rápidamente asociaron esta situación con la condición de pobreza y falta de oportunidades para salir de ella por parte de los jóvenes, ya que este fenómeno no sucedía en sociedades con mayores oportunidades económicas para los jóvenes y para la población en general.

No obstante, al mismo tiempo se evidenció cómo muchos de los jóvenes que atravesaban la misma condición de violencia estructural, vecinos de aquellos victimarios, buscaban combatir la violencia física por medio de proyectos artísticos y comunitarios (Alcaldía de Medellín, Fundación Social, 1995).1 Este bastión, del cual echaron mano los grupos juveniles desde finales de los años ochenta hasta la actualidad, resulta el eje de reflexión de este trabajo. El interés sobre el fenómeno surge de la necesidad de entender las estrategias que despliegan los jóvenes para construir confianza y tejido social en medio de contextos socioeconómicos adversos, donde a diario se presentan problemas, como el control territorial por parte de los grupos armados ilegales, el tráfico de estupefacientes, las extorsiones, el consumo de sustancias psicoactivas y la violencia en el ámbito doméstico.

En este documento presento un trabajo de campo etnográfico en el que indagué las estrategias para enfrentar la violencia estructural y física, que son parte de la cotidianidad de un grupo de jóvenes artistas.2 Por tanto, parto de un análisis microsociológico, a través del concepto del don, que me permite detallar la manera en que se construye la confianza en torno a intercambios de bienes o servicios, donde se evidencia cómo éstos tienden a gestionar la seguridad por medio de la confianza en el desarrollo de proyectos grupales que refuerzan las identidades personales y colectivas.

Confianza

Entendemos por confianza la relación que mantiene un agente con el tiempo, en la que se anticipa al futuro en una forma de seguridad per se en el presente, propiciada por la certeza personal y social en la capacidad que tiene el agente de determinación de su acción. Al confiar, este asume que las posibilidades en el futuro son limitadas. En relación con la supervivencia, se trata de una disposición respecto al futuro que aumenta la tolerancia a la incertidumbre.

Esta concepción se inspira en la definición de Luhmann (2005), quien a su vez hace una distinción sobre dos dimensiones: la confianza personal y la interpersonal. Por un lado, la primera la entendemos aquí como una actitud positiva soportada por una hipótesis que el agente tiene en relación con su capacidad de determinar la acción. Mientras que la segunda, supone la expectativa de que un agente dado manejará su libertad en el futuro, sin pretender o hacer daño, y obrará para el beneficio común. Es decir, supone una hipótesis de un agente sobre la capacidad de determinación de la acción de otro, que además se espera que actúe en beneficio común. Esto quiere decir que la dimensión de la confianza antes mencionada es, por condición, relacional. Se necesita de alguien que confíe y a quién se le otorgue la confianza.3 Asimismo, la confianza personal y la interpersonal se relacionan, de modo que si hay una persona que se encuentra débil, la otra también tenderá a estarlo. Si la confianza interpersonal se encuentra sólida, se refleja directamente en la confianza personal, por lo cual, esto último resulta deseable para cualquier sociedad.

De modo que la confianza interpersonal se construye a partir de una relación entre dos o más personas que intercambian la buena fe que se recibe o deposita en el otro. Nuestra propuesta radica en que se puede utilizar el concepto del don, acuñado por Marcel Mauss, para analizar el proceso de construcción de la confianza-desconfianza interpersonal y personal. El concepto nos permite analizar el intercambio y, en particular, con este acto fundador de la confianza: “el otorgar” la buena fe, a cambio de, aparentemente, nada. Encontramos su potencialidad cuando revisamos el planteamiento según el cual, todo aquello que se otorga, incluso cuando parece generosamente ofrecido, tiene una contraparte de deber social e interés material. El autor lo plantea de la siguiente manera:

[…] el carácter voluntario, por así decirlo, aparentemente libre y gratuito, y sin embargo obligatorio e interesado, de esas prestaciones, prestaciones que han revertido casi siempre la forma de presente, de regalo ofrecido, incluso generosamente incluso cuando, en este gesto que acompaña la transacción, no hay más que ficción, formalismo, y mentira social, cuando en el fondo hay obligación e interés económico [Mauss, 1979: 157].

Posteriormente se plantea que el don se caracteriza por tres obligaciones: donar, recibir y devolver. “Negarse a dar como olvidarse de invitar o negarse a aceptar equivale a declarar la guerra, pues es negar la alianza y la comunión” (ibidem: 169). Las tres obligaciones mencionadas contribuyen a crear una comunidad donde circulan bienes o servicios entre los participantes, en la que al mismo tiempo circula el reconocimiento, lo que propicia que se generen una serie de valoraciones compartidas. Por otro lado, el intercambio mismo crea efectos que contribuyen al establecimiento de una comunidad donde intervienen normas implícitas (donar, recibir, devolver) y valoraciones asociadas.

Así pues, el autor plantea que quien recibe un regalo material o un servicio no sólo obtiene eso, sino también una solicitud de lazo social. Sin embargo, el aspecto refutable del aporte de Mauss es su escasa reflexión sobre el poder en este proceso de intercambio y establecimiento de lazo social. Esta carencia viene a ser enmendada por las refle xiones posteriores de Golderner, quien retoma el concepto del don y propone que el intercambio recíproco puede ser asimétrico, con una parte obligada a dar más que la otra (Van Oorschot y Komter, 1998; Komter, 2005). Su innovación se fundamenta en tomar en cuenta que las asimetrías se relacionan con dos aspectos clave: el nivel de recursos del donante y el donatario, así como la necesidad del que recibe y la libertad del que da. Esto implica que el dar y el recibir se dan en el marco de restricciones vinculadas con el contexto socioeconómico más amplio. Esta contribución lleva a complejizar el concepto del don, porque además supone que allí donde se establece un lazo, debido al acto del intercambio, también puede derivarse el sometimiento, si hay una parte obligada a dar o a recibir. Aunque ello no necesariamente obstaculiza la cohesión y la solidaridad. Los derechos y obligaciones que tienen los participantes de una institución, incluso cuando son inequitativamente distribuidos, mantienen los lazos sociales y la solidaridad. Dicho orden puede soportarse a través de una ideología hegemónica caracterizada por la diferencia, donde el dar y el recibir son fundamentales para mantener su funcionamiento (Van Ooroschot y Komter, 1998).

De igual modo, esta interpretación del don nos permite analizar otros fenómenos, como el “otorgamiento” de la “buena fe” en el proceso de construcción de la confianza. El otorgar esta puede entenderse como un favor. La utilidad radica en que el donatario puede solidificar la imagen de sí mismo sobre la base de esa relación y atribución de la capacidad de llevar a cabo un logro. El donante tiene el poder de otorgar una imagen que puede ser soporte para construir un relato de sí. Aunque aparentemente este último no recibe nada, y más bien se expone al riesgo de la no correspondencia, al otorgar la “buena fe” también hace posible que obtenga una atribución de la misma naturaleza.

Esta manera de entender el don coincide con el aspecto de las sociedades que Mauss ha llamado de tipo agonístico, es decir, las que se orientan por la competencia. De modo que el don resulta una herramienta para explorar el tema del liderazgo, ya que, si existe competencia, también jerarquía, sistemas de autoridad y estatus asociados. En este trabajo defino el liderazgo como la posición que ocupa la persona en un grupo, en función de las contribuciones que implican un grado de control de las decisiones grupales, a través de procesos de comunicación y cohesión social. La función del líder tiende a diferenciarse debido a que su rol se asocia a la creación de una atmósfera que influye en la motivación y rendimiento de los miembros, de modo que los intereses individuales se pueden transformar en colectivos (Reyes, 2013). En ese sentido, el reconocimiento de las dimensiones (individual y colectiva) en la construcción de liderazgos basados en la confianza, refuerza la capacidad descriptiva y analítica del concepto del don, el cual forma parte de la propuesta que quiero hacer en este artículo.

Partimos de la afirmación, según la cual, si un donante espera que el donatario actúe en beneficio común, entonces mantiene el interés soterrado de que el receptor actuará de la misma forma. Esta es la base de la construcción de confianza, que se logra a través de transacciones de bienes o servicios. En este sentido, la función del líder es posicionarse de manera adecuada en una serie de intercambios analizables a partir de la noción del don. Estas transacciones pueden tener éxito si existe un nivel de identidad respecto de ciertas normas, códigos y valoraciones. Considerando la información recopilada en campo, me interesa presentar el análisis sobre cómo funcionan los intercambios a partir del concepto del don.

Zanqui Banqui

A mi llegada, el grupo se componía por un aproximado de 15 jóvenes y niños, entre los 9 y 17 años de edad, y sólo una mujer. Todos se encontraban estudiando, primaria o bachillerato, y dedicaban su tiempo libre a la propuesta artística que se basaba en espectáculos de zancos, payasos y acrobacias. Adicionalmente, el arte era entendido como una herramienta para luchar en contra del estigma que pesaba sobre los jóvenes del sector al que pertenecían.4

El don y el liderazgo

Mauss hace una separación entre las sociedades de tipo agonístico y no agonístico; las primeras son las que se orientan por la competencia, mientras que las segundas, por la reciprocidad. De esta manera, aquí nos interesa la contribución respecto a las últimas, donde se dan competencias, jerarquías y, por tanto, una atribución de la autoridad diferenciada para los miembros de un grupo.

De este modo, el concepto del don puede ser útil para entender el liderazgo en sociedades contemporáneas donde opera la desigualdad en términos materiales o simbólicos, o entre donantes y donatarios que se vinculan directamente con las jerarquías dentro de un colectivo. Por tanto, si queremos revisar cómo son las relaciones en las que se dan los procesos de construcción de confianza en un grupo, es menester entender las dinámicas internas de liderazgo.

En el colectivo Zanqui Banqui la población fue fluctuante durante la etnografía, lo que evidenció que había jóvenes más constantes y comprometidos que otros. Los fundadores eran los de mayor compromiso, los que también reportaban más beneficios por ser parte de la agrupación, y quienes tenían mayor jerarquía. Eran cinco los criterios con los que parecía establecerse la atribución de liderazgo: antigüedad, conocimientos técnicos, manejo de información, habilidades y constancia. A partir de diferentes combinaciones de estos se observan varias formas de liderazgo. Además, esto aparece vinculado al reconocimiento que recibían tanto en el grupo como fuera de él, es decir, con la familia, otros espacios donde participaban, el colegio y las organizaciones comunitarias barriales.

En Zanqui Banqui el liderazgo no recaía en una sola persona, sino que las formas de autoridad se repartían en un subgrupo que podría ser catalogado de líderes. Durante la mayor parte de mi estancia con ellos, este subgrupo estuvo integrado por Santiago, Juancho, Tomás y Katerine.5 Posteriormente se incorporó un joven más, Javier, quien hizo méritos para ser considerado líder.6 Con el fin de entender cómo funciona el don en el proceso de atribución de la autoridad, a continuación comenzaré a analizar cada liderazgo.

Javier realizó sus propios méritos para ser considerado dentro de este subgrupo, además, dicho logro fue obtenido sin entrar en disputa con los demás. Comenzó por comprometerse con tareas logísticas y volverse indispensable para ellas, sumado a que tenía habilidades motrices notables que le permitieron posicionarse rápidamente en un nivel similar al de los más experimentados en zancos y acrobacias. Sin embargo, como payaso, maquillador y muralista, sus habilidades eran superiores a las de los más antiguos, por lo que se convirtió en un miembro fundamental.

Sus opiniones eran igualmente tomadas en cuenta, por ejemplo, cuando sugirió cambios para organizar la bodega y realizó un mural del grupo en ella, o bien, en la determinación de cómo debían ser usados los recursos, la elección de proveedores, y en la planeación y diseño de vestuarios. Cuando se requería hacer algunas compras o gestiones él siempre estaba dispuesto, por lo que su opinión era escuchada. En la medida que fue otorgando mayor tiempo y esfuerzo al grupo, también fue recibiendo más reconocimiento.

No obstante, sería preciso decir que cada forma de autoridad se podía configurar de una manera particular, de acuerdo con las habilidades de quien se tratara. Es decir, cada joven le ponía una impronta propia a la lucha por el reconocimiento que emprendía, pero la autoridad se establecía de acuerdo con un sistema meritocrático. Dentro de la lógica del don tendríamos que considerar que estos insumos (tiempo y esfuerzo) que el joven otorga al grupo, le son recompensados en forma de reconocimiento y autoridad. El grupo lo anima para que invierta sus dones y, a cambio, reciba otros. Si él acepta este reto que el grupo le propone de manera implícita, queda entonces inserto en la dinámica del dar, recibir y devolver. En este caso, ambos, donante y donatario, deben estar de acuerdo en que la transacción es justa. El joven recibe la autoridad que cree merecer y el grupo otorga la autoridad que supone conveniente.

Asimismo, Javier da la cantidad de trabajo que entiende necesaria, en cuanto que el grupo espera un determinado esfuerzo. Estos dos movimientos de toma y daca no están preestablecidos, sin embargo, el grupo, y sobre todo sus miembros más comprometidos, respondían de manera espontánea frente a la manera de comportarse del nuevo miembro, otorgando o no reconocimiento, lo cual aparece en relación directa con lo que se considera conveniente para el proyecto. En este proceso de intercambiar servicios por autoridad es como se construye la confianza. En la medida en que el donante de un servicio es concebido por el grupo como “capaz” de realizar tal acción, y el grupo, que es el donatario, le otorga ese estatus, se solidifica la confianza interpersonal. A pesar de que el joven no contaba con muchos conocimientos qué ofrecer, sí tenía disposición, compromiso y habilidades. Al dar su trabajo de manera generosa, recibió como recompensa un lugar en el subgrupo de los líderes.

Sin embargo, esta forma de otorgar reconocimiento por parte del grupo era flexible y consideraba las capacidades de los miembros. Esto fue evidente en el caso de Katerine, ya que su autoridad se definía acorde con diferencias de género. Si bien cumplía con los requisitos de antigüedad y constancia, sus habilidades y conocimientos técnicos no correspondían con los de los chicos.

Ella gustaba más de la soledad y se apartaba del grupo para realizar su entrenamiento. En ocasiones se reunía con los nuevos para ensayar o instruirlos en algún aspecto, pero casi siempre hacía su trabajo de manera aislada; Katerine se concentraba más en la elasticidad, algo que no preocupaba mucho a los hombres, pues parecían divertirse con las acrobacias que, cabe decir, eran más riesgosas y requerían mayor fuerza física.

A pesar de que Katerine montaba en zancos y hacía acrobacias (lo cual puede ser riesgoso y requiere fuerza física), no era la más ágil en esto. Sin embargo, ella hacía pericias a la perfección, que sus compañeros no sabían, como la abertura de piernas a 180 grados, arco, o la vuelta estrella. De este modo, se hizo evidente que la elasticidad, en este contexto, se asociaba mayormente con la feminidad, mientras que la fuerza y el riesgo, con lo masculino; esto no era algo que ellos reflexionaran conscientemente, pero resultaba evidente en sus prácticas. Esta pauta parecía marcar una ritualidad femenina, en contraposición a una masculina. Es importante destacar que las habilidades de ellos parecían tener más prestigio, lo cual hacía que se propiciara cierta desigualdad. En cuanto que las mujeres se decantaban por el equilibrio y la destreza, los varones lo hacían por actividades de mayor riesgo. No obstante, lo que matiza, aunque no elimina tal desigualdad en el sistema de prestigio, es que tanto varones como mujeres se relacionaban de una manera similar con el reto de superar los propios límites respecto a las habilidades del cuerpo. A partir de estos logros se ganaba confianza personal, lo cual soportaba la meta grupal que todos tenían muy internalizada.

[…] además de los inconvenientes que he tenido aquí, siempre he estado para este grupo. Lo he querido como si fuera mi familia y para cualquier cosa que necesita, siempre quiero estar ahí. A mí no me gusta sentirme innecesaria y a mí este grupo me tocó […] me tocó el corazón, por su labor que están haciendo aquí en la comuna, por lo que tratan de hacer, por lo que tratan de formar y todo eso me gustó.

N: ¿Y cuál es la labor que tú crees que hacen en la comuna?

K: Mostrar que en la comuna no solamente hay guerra y conflicto, sino que también hay arte y talento. Y es algo que me movió, me movió desde el principio. Y hacer lo que estos chicos hacen aquí, es como […] un honor, para mí es un honor [Entrevista con Katerine].

La forma de autoridad de Katerine no se caracterizaba por su participación en actividades logísticas, el manejo de información clave para la gestión de los recursos, o en la toma de decisiones logísticas. Ella no estaba disponible para ir al centro de la ciudad a comprar cosas, ya que su territorialidad era restringida debido al control ejercido por sus padres. Por tanto, no participaba en las decisiones sobre dónde y qué ir a comprar, pero tampoco lo hacía sobre cuestiones relativas a, por ejemplo, el orden y la disposición de los insumos en la bodega, o sobre el diseño de las prendas que mandaban confeccionar. Sin embargo, su participación sí era destacada en las actividades formativas y coreográficas. Ella dedicaba un tiempo considerable y esfuerzo a la formación de los nuevos integrantes del grupo y, sobre todo, mantenía una especial empatía con los más pequeños y las mujeres que eventualmente llegaban. De este modo, el trabajo que ella otorgaba al grupo se enfocaba en el aspecto formativo respecto a sus habilidades de elasticidad. El grupo la destacaba por su constancia y disciplina, y consideraba su autoridad, lo cual se reflejaba al exterior, pues en las organizaciones comunitarias barriales era reconocida como la mujer que más tiempo había formado parte del grupo. Resulta de importancia que la atribución de reconocimiento y autoridad, en el caso de Katerine, se definía por el hecho de ser mujer y por desarrollar otro tipo de habilidades, pero también porque su participación era bien apreciada por el grupo de jóvenes, que manifestó estar interesado en proyectarse como heterogéneo e incluyente.

Por su parte, la autoridad de Tomás se basaba en su constancia, habilidades, conocimientos técnicos y antigüedad, además, por ser fundador del grupo, junto con Santiago y Juancho:

N: ¿Hace cuánto empezaste a meterte en estos grupos artísticos?

T: Yo, yo me acuerdo que estaba en octavo. Estábamos como en agosto, me parece, Santiago, Juancho y yo. Nosotros veíamos que Mario, el profesor de pedagogía vivencial, ellos ensayaban ahí. Y a nosotros nos llamó mucho la atención los zancos, hasta que un día nosotros vinimos acá al colegio y le dijimos al profesor que si podíamos ensayar con él. Y ya luego al transcurrir de los meses, de los días, esa corporación se acabó, la pedagogía vivencial se acabó. Y nosotros quisimos seguir ensayando y nosotros quisimos montar un grupo entre todos. Primero éramos 3 y ya somos como 17, y ya hasta ahora vamos bien [Entrevista con Tomas].

Tomás se inclinaba por perfeccionar los malabares, en lo cual tenía notable pericia. Esto llamaba mucho la atención de los nuevos, quienes se acercaban a él para pedirle instrucciones al respecto. Su estrategia era buscar por internet nuevas figuras, que a fuerza de repetición dominaba en pocos días. También había creado un personaje como payaso, a través del cual pasaba de ser una persona tímida y reservada, a una sociable y extrovertida. Esto era valorado al interior del grupo, ya que, junto con Javier, representaba los personajes de payaso más complejos.

De igual modo, el joven participaba de los zancos y de las acrobacias, siendo en muchas ocasiones de los más competentes. Entre sus habilidades se encontraba, fabricar insumos para las acrobacias y actuaciones de payasos, a partir de materiales reciclados, con lo que lograba copias exactas de aquello que se proponía reproducir. Su visibilidad en el exterior no era tan destacada, ya que su conexión con otros líderes y espacios comunitarios no era tan sólida, tal vez por su personalidad tímida. Sin embargo, se destacaba por su implicación en las actividades logísticas. Tomás otorgaba su tiempo y conocimiento experto de malabares y pi ruetas, sumado a las habilidades mencionadas, además, su disciplina y constancia. El grupo, entonces, lo reconocía con una especial legitimidad, sobre todo, entre los más novatos y pequeños, que lo admiraban de manera considerable.

Santiago y Juancho eran los de mayor reconocimiento dentro y fuera del grupo. Se trata de un par de hermanos que orientaban las actividades de mayor riesgo. Los jóvenes habían participado en la Liga Antioqueña de Gimnasia y contaban con un poco más de conocimientos sobre pulsadas y piruetas. Aunque todos sugerían directrices para proponer los esquemas de las presentaciones, los hermanos conocían pulsadas vistosas, por su nivel de complejidad y riesgo. De igual modo, tenían una actitud muy positiva con sus compañeros, lo cual fortalecía la confianza en ellos mismos y en los demás. El hecho de realizar una pirueta que implicaba riesgo y fortaleza hacía que los jóvenes se confrontaran con sus habilidades y posibilidades. Entre más riesgosa era una pirueta, más prestigio y autoridad se tenía. De modo que los hermanos eran los que ostentaban en mayor peso estas atribuciones.

Por otra parte, tenían claro que las piruetas requerían un trabajo en conjunto, que suponía el fortalecimiento de la confianza mutua. De esta manera, su tarea era de gran importancia porque implicaba volver más fuertes los vínculos de los jóvenes al interior del grupo, pero al tiempo, asumían el rol de orientar la disciplina y constancia, lo cual en ocasiones no era bien recibido. Si bien yo no entendía estas intervenciones como impositivas, sino más bien amables y educadas, resultado de su formación deportiva previa, algunas personas dentro del grupo no opinaban de la misma manera, sobre todo las que asumían una postura de rivalidad. Tal fue el caso de Jorge, quien dejó de asistir porque tenía la idea de que le caía mal a Juancho. Verse sometido a las orientaciones o intervenciones de este, así fueran formuladas amablemente, le hacía sentirse bajo el influjo de su poder.

Un sentimiento similar de rivalidad hacia el par de hermanos lo percibí de Tomás, quien en algún momento protestó porque Juancho y Santiago no llegaron a los entrenamientos de dos domingos consecutivos. Esta situación no sólo ocurría al interior del grupo, sino también fuera de este. Así pues, un día que comí en casa de Tomás advertí una conversación que dejó en evidencia esta situación. Él y su madre hablaron de un amigo que había empezado a tener vínculos con un joven perteneciente a un grupo armado, y que estaba en riesgo inminente de integrarse a este. La discusión se armó en torno al tipo de reacción que Tomás y sus amigos deberían tener: si excluirlo rotundamente o, más bien, integrarlo de modo que no quisiera regresar al grupo armado. Yo me apresuré a su gerir que lo invitaran a pertenecer a Zanqui Banqui, pero la respuesta de Tomás fue que el amigo en cuestión no se llevaba muy bien con Juancho y Santiago, por lo que no había posibilidad de que ingresara. Fuera del grupo la autoridad y reconocimiento que se atribuía a Juancho y Santiago generaba en algunos sentimientos de admiración, mientras que en otros producía envidia, rechazo, o simplemente eran percibidos como autoritarios, pues aducían que no se relacionaban desde una posición de iguales. Si esta percepción tenía fundamento o no, no es algo que estuviera fuera del alcance de mi observación. Lo que sí pude notar es que los hermanos hacían hincapié en las cualidades personales de cada quién y promovían la meritocracia del grupo. Podríamos decir que en la forma de entender la autoridad intervenían las experiencias intrafamiliares y microgrupales, lo cual contribuía al rechazo de los jóvenes líderes, por tanto, algunos quedaban fuera de las propuestas de asociación grupales artísticas.

Me interesa destacar que los jóvenes permanecían en Zanqui Banqui si voluntariamente aceptaban las formas de atribución y distribución de autoridad, lo que estaba en completa relación con las maneras de reconocimiento que se construían al interior, a partir del intercambio de dones y contra-dones. Es decir, aquellos que coincidían espontáneamente en que el trabajo y esfuerzo realizado por los jóvenes líderes era bueno, otorgaban reconocimiento, quienes no, no se articulaban a la propuesta grupal y quedaban excluidos. Es necesario resaltar que no había quién orientara este consenso que se expresaba más en actitudes y prácticas que observé, pero tales asuntos no pasaban por una discusión reflexiva.

Entre los hermanos también se daban diferencias en sus roles y autoridad. Santiago era un año mayor que Juancho, y esta característica parecía ser relevante sobre su autoridad. Santiago era el más aventajado en el dominio de la técnica para las piruetas y acrobacias, pero también tenía mayor comunicación con otros líderes de la zona y, por tanto, accedía a información sobre los posibles eventos. Esto le daba más autoridad en el grupo, pues constantemente trabajaba en las presentaciones. Con frecuencia orientaba reuniones informativas en los entrenamientos. También se evidenciaron otras manifestaciones simbólicas de autoridad, como el ostentar los zancos más altos, aunque Santiago era el único que se atrevía a usarlos. Igualmente, era el que hacía mayor énfasis en transmitir a los novatos la narrativa sobre los objetivos del grupo, como lo relata a continuación:

[…] aquí también se ha tratado de la guerra, la guerra y la guerra, y no sé si por ser de la comuna le dan más fama y le dan más cuerda a esto y dicen que la comuna es lo peor que hay. Yo también he sabido valorar esto, porque uno que vive acá todos los días, yo sé cómo es el ambiente acá. No voy a sacar en limpio que a veces sí se producen las muertes, las balaceras, toda esa cantidad de cosas que hay en todo el mundo. Acá también hay muchas cosas buenas, demasiadas cosas buenas, acá hay mucho arte, mucha cultura, mucho talento. Entonces pues, yo me guío por las cosas buenas y yo he querido que todo el mundo se dé cuenta de lo que hay acá. Yo he querido echar a ver, mostrar otra cara de la comuna, yo quiero ver que la gente vea que allá, que la comuna, que la gente diga, allá no sólo hay guerra, allá también hay artistas, hay personas que quieren sacar adelante esa comuna. Entonces esa ha sido mi mentalidad [Entrevista con Santiago, 2012].

La mayoría de los integrantes, sobre todo los más antiguos, coincidían en esta apreciación a partir de la cual se articulaban y llenaban de contenido en la interlocución con las diferentes personas e instituciones interesadas en su proceso artístico. De este modo, podríamos considerar que este liderazgo impactaba en los sentidos que los participantes otorgaban a sus prácticas colectivas.

Por lo general aquellos que tenían más conocimientos guiaban a los nuevos, al tiempo que los entrenaban, pero esto no era exclusivo de los líderes, más bien, se trataba de una actividad que se promovía de manera explícita dentro del grupo y en la que todos participaban.

El trato que se daba entre los jóvenes era respetuoso y los que orientaban siempre destacaban los logros de los demás. Igualmente, cuando una pirueta no salía se resaltaba más el esfuerzo que el error, lo cual motivaba a continuar. De esta manera, se escuchaban frases como: “¡Estuvo bien!”, “¡Ya casi lo hace!”, “¡Muy bien hecho!”, sobre todo si las tareas eran riesgosas. El reconocimiento no estaba destinado para algunos, sino que todos accedían a él en diferentes proporciones.

Por su parte, los más pequeños no tenían vedada su participación en cuanto a la lucha por las formas de autoridad, sin embargo, estaban limitados en gran medida porque no se postulaban para las actividades logísticas que demostraban involucramiento y compromiso, pues la mayoría de las veces esto implicaba ir a los territorios estipulados por sus padres como no transitables. Esta norma de restricción también era implementada en el caso de las mujeres. Esto no significaba que la movilidad no fuera fuente de amenaza para los jóvenes varones, ya que según las estadísticas y relatos, eran los que morían de manera violenta en el barrio. Para ellos operaban con más contundencia las fronteras invisibles, impuestas por los grupos armados, que limitaban su movilidad de manera importante. No obstante, los jóvenes tenían una licencia de mayor libertad dentro de sus familias, a diferencia de los niños y las mujeres, bajo el supuesto de que sabrían cómo cuidarse o que serían menos vulnerables. Esto supone una contradicción entre los riesgos y las medidas de protección de la población, lo cual está relacionado con ideas de género, dado que a los hombres se les otorga más libertad en el espacio público, aunque sean ellos los que corren riesgo.

De igual modo, salvo las presentaciones, los niños no contaban con una red de contactos que contribuyera al flujo de información, lo que también limitaba su reconocimiento en espacios fuera del grupo. Por otra parte, el reconocimiento que necesitaban probablemente lo encontraban en cantidades necesarias en sus hogares, lo cual parecía incidir en su participación irregular, que hacía difícil que acumularan antigüedad. Por tanto, para los pequeños resultaba de menor importancia el grupo, pues al interior la gestión de su reconocimiento era más compleja, aun cuando contaban con habilidades y conocimientos técnicos para ser valorados como artistas. No obstante, podría vincularse la permanencia de algunos niños dentro del grupo al hecho de que gozaban las presentaciones y porque conocían otros sitios de la ciudad. Esto también fue una motivación frecuentemente aludida por parte de los participantes más grandes, es decir, la posibilidad de experimentar otros sitios y realidades a las que normalmente no se tenía acceso.

El don en la confianza interpersonal

El grupo ensayaba entre 5 y 7 horas semanales. No había mucha estructura en la forma de comenzar el trabajo. Procuraban iniciar por el calentamiento, aunque a veces lo omitían. Sin embargo, cuando sí lo hacían trataban de organizarlo de modo que siempre alguien diferente lo dirigiera. En ocasiones los ejercicios de zancos o acrobacia eran propuestos por los más expertos, pero no se exigía que todos participaran. Cada quién se incorporaba de acuerdo con sus intereses y capacidades, de modo que con frecuencia el grupo se dividía en subgrupos, cada cual haciendo sus actividades. Si había un ejercicio que no todos eran capaces de realizar, aquellos que no podían se cambiaban al subgrupo que estuviera más acorde con sus posibilidades.

A la hora de los montajes de sus presentaciones esta dinámica variaba, pues se requería la implicación de todos. Así que cuando las preparaban escogían a los participantes de acuerdo con la constancia que habían mostrado los días de preparación. De modo que en los eventos no siempre participaban los mismos. Los montajes colectivos implicaban depositar confianza en otros compañeros, que cargaban en sus hombros una persona de pie o sentada. En ocasiones se hacían figuras en el aire, lo cual requería apoyo de otros que tenían que estar atentos en el momento adecuado para prestar el soporte inicial de la acrobacia. En caso de fallar, la integridad física del acróbata se veía comprometida. Este hecho suponía una fuerte carga de confianza interpersonal, que se construía justamente cuando el que se montaba encima confiaba en la capacidad del otro para soportarlo y no dejarlo caer. Allí se evidenciaba la suposición de que el otro actuaría en beneficio común. De igual modo, sucedía en situaciones donde se esperaba que los más aventajados pudieran dar a los novatos la orientación adecuada respecto de algún movimiento. Tanto el que daba la instrucción como el que la recibía confiaban en el conocimiento técnico del orientador, y a su vez, este atribuía la capacidad de lograr la acción a quien se disponía a hacerla.

Sobre la base de este tipo de acciones se puede observar de manera clara la construcción de confianza interpersonal. El toma y daca de confianza contribuía, entonces, a reforzar la hipótesis que tenían los agentes en cuestión sobre su capacidad de determinar acciones. De esta manera, construían microespacios de cohesión social.

Ingresar a Zanqui Banqui

En condiciones ideales la confianza personal e interpersonal no se atribuye de manera ilimitada, sino que ocurre dentro de ciertos límites establecidos a través de una evaluación respecto al pasado de la persona que recibe la confianza. Esta persona debe, por lo menos, proyectar una imagen que brinde seguridad y que sea acorde con lo que se espera de ella en el futuro. De ser negativa esta evaluación se atribuye desconfianza. Así, la confianza se controla con la desconfianza y es necesaria tanto la una como la otra, aunque la primera sea más deseable y considerada como un bien social preciado y necesario para la construcción de proyectos colectivos (Luhmann, 2005).

Asimismo, en Zanqui Banqui se aplicaban una serie de reglas tácitas que parecían orientarse a establecer unos criterios mínimos para el ingreso de los miembros a la red de confianza. Si bien cuando pregunté por las reglas de ingreso ellos siempre manifestaron que no había, en la práctica se podía observar otra cuestión. A pesar de que el grupo decía no ser excluyente, tenía pocos los espacios para los nuevos. Aduzco que esto era así porque ellos debían procurar mantener un nivel entre todos, además, porque el ingreso de nuevo elementos implicaba destinar cierto trabajo en la formación, de modo que se puede entender que si este trabajo era menor el grupo se beneficiaría. No obstante, con frecuen cia los que tenían mayor autoridad eran los que escogían a los nuevos integrantes, que se destacaban por tener algún tipo de conocimiento previo, de acrobacia, de malabares, o simplemente porque demostraban una habilidad destacada para aprender. Así, el ingreso al grupo era limitado y fortuito. No sólo implicaba tener interés, sino poseer habilidades reconocidas por alguno de los líderes. Aun así, entraban y salían muchos jóvenes que eran, sobre todo, los que aprovechaban los espacios de formación de la Alcaldía. Con las mujeres no había este tipo de filtro, pues su presencia escaseaba en el grupo. A las que estaban interesadas se las animaba a participar, sin exigencia de habilidades previas. Si bien aprendían fácil y rápido, ellas no se encontraban muy animadas a continuar. Las chicas que se incorporaron por un espacio de tiempo pequeño normalmente se concentraban a trabajar aquellas habilidades que no requerían mucha fuerza o riesgo. Es importante destacar que aquellos ejercicios de fuerza física y riesgo no eran en absoluto tareas que no pudieran ser desarrolladas por ellas. Más bien, simplemente se promovían más entre los hombres. De esta manera, el espacio del grupo se proyectaba como principalmente masculino, ante lo cual, las chicas no lograban encontrar un beneficio en el sistema de reconocimiento. En otros grupos como Zanqui Banqui el reconocimiento femenino estaba centrado en el aspecto físico y en el prestigio obtenido en espacios externos, por lo cual, ellas no requerían hacer malabares o algún esfuerzo físico extra, ya que por derecho propio formaban parte de la categoría de “mujeres bellas” y, por ende, se encontraban en una situación de “inclusión”. La ritualidad femenina asociada con la seducción y la belleza sustraía, entonces, a las mujeres de este tipo de espacios de participación. De modo que no era extraño que Katerine fuera la única mujer entre 14 hombres.

La dinámica inclusión-exclusión en Zanqui Banqui se daba de manera muy orgánica, es decir, de acuerdo con las presentaciones del grupo, pues entre más se participaba y más compromiso se demostraba, mayor reconocimiento se recibía. Ello contribuía a reforzar los vínculos, mientras que también marcaba la pertenencia débil de otros. En términos de dones, esto implicaba que quienes más habían donado su tiempo y esfuerzo al proyecto recibían mayor reconocimiento y beneficios asociados. Aquellos con una pertenencia débil eran los que probablemente saldrían del grupo con mayor facilidad, aunque no había una norma al interior del grupo respecto a esto, la autoexclusión era lo esperado.

Las participaciones más estables tenían que ver con el nivel de implicación en los ejercicios y con la constancia en los ensayos, pero también se relacionaban con la concordancia entre los criterios valorativos del grupo y los del nuevo integrante. Es así que los jóvenes más constantes eran aquellos que mantenían asuntos que iban más allá del ensayo. Esto no quiere decir que en el grupo se diera una suerte de adoctrinamiento sobre la manera de pensar y actuar, sino más bien que aquellos que coincidían en algunos puntos tenían la posibilidad de engancharse de manera más estable a este.

Así, la construcción de confianza implicaba cierto acuerdo tácito sobre lo que se dona y lo que se recibe, pero, además, propiciaba acuerdos respecto de lo que es bueno o malo, justo o injusto, ya que la dualidad del reconocimiento y del don también opera cuando implica ese tipo de valoraciones morales. Por ejemplo, en una ocasión llegó al grupo un chico, invitado por uno de los líderes, que era bastante habilidoso para las piruetas, que le gustaba trabajar su cuerpo y que parecía sentirse orgulloso de él. Sus gustos, hábitos y valores coincidían tanto con los del grupo que pensé que tenía todas las características para adherirse con facilidad y convertirse en uno de los líderes. Sin embargo, no fue así. Si bien los primeros días fue muy regular en los entrenamientos y mantuvo buena amistad con la mayoría, especialmente con los líderes, con el tiempo se fue haciendo evidente que no compartía algunos hábitos y valores con los demás. A él le gustaba fumar cigarrillo y eventualmente marihuana, ambos asuntos ampliamente reprobados por la mayoría del grupo. Aun así, esto no parecía interferir con la dinámica del grupo, toda vez que él mantenía estas prácticas por fuera. Esto comenzó a ser un problema cuando en una ocasión el grupo salió a realizar una presentación a la sede de otro grupo artístico con el que tenían buena relación.7 Ese día el joven fumó cigarrillo y marihuana, además, en el lugar donde se quedaron a dormir comenzó a ver videos pornográficos en su celular.8 El resto de los jóvenes del grupo reprocharon su comportamiento de diferentes maneras. Lo que más molestó a las mujeres fue el asunto de los videos pornográficos, mientras que a los chicos el consumo de marihuana y cigarrillo. Los líderes varones se acercaron a él y le hablaron sobre el con sumo de marihuana. El argumento planteado por ellos se basó en el tipo de imagen que proyectaban hacia afuera, la cual no estaba asociada al consumo de sustancias. De este modo, le solicitaron que se abstuviera de llevar a cabo este tipo de prácticas en espacios de Zanqui Banqui, aunque no tenían problema si las realizaba en otros sitios. Sin embargo, el joven no escuchó los argumentos y continuó infringiendo las reglas. La mayoría de los jóvenes del grupo coincidía en caracterizar el consumo de marihuana y cigarrillo como negativo, y si bien no lo excluyeron por esto, la sola solicitud de abstenerse de fumar en espacios de presentaciones de Zanqui Banqui le representó un cuestionamiento moral que le incomodó lo suficiente para no sentirse incluido e identificado con el grupo. Si lo miramos desde la perspectiva del don, se podría decir que los jóvenes líderes otorgaron como donantes un razonamiento respecto de la imagen del grupo y el consumo de sustancias, en cuanto que el joven no dio como contra-don el reconocimiento a esa razón, por lo que rompió la cadena del dar, recibir y devolver, y decidió autoexcluirse del grupo.

Por otro lado, los niños novatos eran considerados valiosos para el grupo, principalmente por los líderes, que insistían en que participaran, pues se mostraban atentos a los patrones de comportamiento, argumentación y posturas de los mayores. De modo que allí los menores encontraban un modelo en cuanto a las posturas en temas organizativos, relativos a la comuna, y sobre todo, a la violencia en la que estaban inmersos algunos jóvenes del barrio. Sin embargo, si los niños tenían comportamientos de riesgo, que estuvieran asociados con sus experiencias familiares, y se reflejaban al interior del grupo, era muy probable que no lograran vincularse a este. Esto quedó evidenciado con un par de pequeños que se apoderaron de una pertenencia de otro joven del grupo. Al saberse que el objeto estaba perdido se procedió a una inspección, con lo cual salió a la luz la identidad de quienes lo habían sustraído. Si bien los compañeros del grupo hablaron con ellos de manera cariñosa, corrigiendo amablemente su error, los niños no soportaron el escarnio al que se vieron sometidos, y no regresaron. A pesar de que el agraviado no quiso darle importancia al incidente, el sólo hecho de la revisión fue entendida por algunos como una agresión y una ruptura de los códigos de confianza, que él mismo consideró incumplidos desde la pérdida del objeto. Otros jóvenes entendieron su disgusto, se identificaron con él y asumieron la revisión sin protestar.

Uno de los niños que incurrió en la ofensa parecía ser uno de los más vulnerables dentro del grupo, en términos de las relaciones familiares. Esto era evidente porque su madre se negaba a atenderle un padecimiento de salud, a pesar de que un grupo de jóvenes del barrio, que trabajaba con salud, le gestionaba la atención de su enfermedad de manera gratuita. De este modo, el apoyo que el niño recibía en el grupo parecía de vital importancia y a pesar de que igualmente tenía habilidades destacadas que aportaban al grupo, el sistema de valores que imperaba chocó de manera tal con su práctica que no se reforzó su pertenencia. Pasado un tiempo algunos jóvenes del grupo se acercaron de nuevo a él para que regresara, sin embargo, no aceptó. Es posible, entonces, que el niño tuviera este tipo de comportamientos como una forma de llamar la atención, pero el grupo se quedó sin herramientas ante esta situación.

Así, pareciera que no sólo las habilidades artísticas eran suficientes para pertenecer al grupo, sino también el sistema de valores de acuerdo con el cual se llevan a cabo ciertas prácticas cotidianas que tienen que ver con el tipo de relaciones que se establecen entre ellos y con otros. Lo preocupante es que, si bien el grupo Zanqui Banqui se presenta como un soporte para luchar en contra de ciertos sufrimientos asociados con un contexto adverso, es difícil que la labor de educación en ciertos valores se realice exclusivamente desde este espacio, ya que los jóvenes no cuentan con las herramientas para ser un apoyo lo suficientemente sólido para los niños, como sí lo puede representar el apoyo familiar o del Estado. Por tanto, los niños que presentan vulnerabilidades en su crianza resultan poco hábiles para relacionarse socialmente con otros chicos que provienen de ambientes familiares más protectores y, por ende, son excluidos (así la exclusión sea autoimpuesta) de los espacios donde se genera reconocimiento y donde se refuerzan los apoyos y los valores.

Si los niños son socializados en estilos de comunicación y acción violentos, tenderán a estar más vulnerables, a buscar otros espacios de reconocimiento donde los comportamientos que atentan contra las normas de respeto hacia los otros o hacia ellos mismos sean la norma. No obstante, si tiene la posibilidad de encontrar protección en un grupo donde su dignidad y sentimiento de orgullo personal se vean alimentados, es probable que se revierta la tendencia en favor de la autovaloración del agente a través de la construcción de confianza personal e interpersonal.

Relaciones intragenéricas: ¿barreras para la confianza?

Aunque la relación intragenérica se desarrollaba en términos de respeto y afecto, existía una lealtad más fuerte entre los varones, mientras que con Katerine era secundaria. De cualquier manera, en ocasiones la lealtad hacia ella se podía fortalecer en detrimento de la de ellos. Esto se evidenció en un relato de Katerine sobre un desencuentro que tuvo con Tomás, cuando apenas iniciaban un noviazgo. Santiago y Juancho tomaron partido por ella en ese conflicto, debido a que encontraron más razón en sus argumentos. De modo que sus consideraciones, en términos de lo que era entendido como justo en la situación, contribuyeron a orientar la lealtad de un lado u otro. Sin embargo, esto sólo lo podemos entender como una excepción momentánea. La inclinación de los jóvenes varones a relacionarse y hacer pactos tácitos de lealtad entre ellos era lo que operaba la mayor parte del tiempo, si bien la lealtad con Katerine era algo que también se esperaba, no se daba en la misma medida.

Posteriormente fui testigo de una situación donde la lealtad entre los varones se vio fragilizada a causa de las relaciones intragenéricas. Javier quiso cortejar a Katerine, pasando por encima de Tomás, que en ese momento era su novio. Esto fue rechazado de inmediato por Santiago y Juancho, quienes presionaron a Javier para que cambiara su comportamiento. No importó que fueran buenos amigos, pues se incli naron a apoyar a Tomás. El conflicto generó cierta desestabilización momentánea de confianza entre pares. Pero la dificultad se tramitó a través del diálogo. Tomás soportó la situación hasta que pudo estar a solas con Katerine para conversar sobre el asunto. A partir de ese momento la actitud de Katerine hacia Javier cambió, mientras que Santiago y Juancho hicieron sutiles reproches a Javier, quien al sentirse aludido rectificó su actitud. El conflicto no pasó a mayores y el fin de semana siguiente las relaciones se habían normalizado.

En otra ocasión presencié un conflicto con Katerine, situación que fue reveladora en términos de las relaciones intragenéricas entre los jóvenes. Un niño de aproximadamente 8 años le había palmeado un glúteo. No era la primera vez que esto sucedía y que ella había respondido con un reclamo. En esa ocasión la chica manifestó su disgusto enérgicamente y se aisló llo rando. Los demás también se vieron afectados y uno de ellos le impuso una sanción moral y física al niño: le solicitó que le pidiera perdón a la agraviada y que hiciera una serie de abdominales y sentadillas, al tiempo que le aconsejaba no hacerlo de nuevo, en un tono delicado y diligente. Para algunos la reacción de Katerine fue sobredimensionada, sobre todo, decían, porque se trataba de un niño. En cambio, para Tomás la reacción fue acorde con las circunstancias. Este debate hacía sentir mal a Katerine, que no entendía cómo podían poner en cuestión su reclamo y recalcó el machismo de quienes no le daban importancia al hecho. Seguidamente, el grupo ejerció influencia para que el niño pidiera perdón, a lo cual este fue receptivo. Este acontecimiento contribuyó a que la pertenencia de Katerine se debilitara, pues se sintió cuestio nada por los que no querían darle importancia al hecho en un inicio, sin embargo, también hubo quienes la apoyaron.

Las tensiones entre el grupo se orientaban y se resolvían de acuerdo con una serie de juicios morales y éticos que reafirmaban ciertos valores y actitudes, en rechazo o detrimento de otros. En este caso, el consenso se conseguía cuando varios de los miembros aceptaban un juicio que expresaba un valor. Estos asumían una postura reflexiva, de manera individual y colectiva, que también puede analizarse a través de la dinámica del don. En primera instancia, quien ofrece una interpretación espera recibir reconocimiento de otro que, a su vez, lo pasa a través de su examen crítico y acepta o no otorgar dicho reconocimiento. Si se acepta, se crea la posibilidad de mantener valores compartidos, de no ser así, se propicia el rechazo. La experiencia de género resulta de crucial importancia, ya que es un reto más grande para construir procesos de confianza interpersonal en relación con la otredad. No obstante, esto supone la posibilidad de poner en práctica los mecanismos que usamos en el día a día, puesto que siempre estamos inmersos en relaciones intragenéricas, donde es necesario construir confianza con otros diversos.

Violencia cotidiana y retos para la construcción de confianza

Las presentaciones se hacían en espacios dentro y fuera de la comuna. La regularidad cambiaba de acuerdo con muchas variables; en algunas ocasiones tenían dos o tres presentaciones en el mes, y en otras sólo una. Lo que transcurría en la puesta en escena contribuía a reforzar la confianza entre los integrantes del grupo, de manera individual y colectiva. Las presentaciones a las que asistí siempre transcurrieron con el mayor éxito, y si sucedían pequeñas equivocaciones, estas se pasaban de largo por el grupo, de modo que nunca eran fuente de conflicto. Más bien, ellos transmitían alegría y satisfacción de que las cosas hubieran salido bien. El reconocimiento otorgado por la comunidad contribuía, entonces, al afianzamiento de dicha zona de cohesión social y confianza construida por los jóvenes. De esta manera, Zanqui Banqui hacía el papel de donatario (del espectáculo), en cuanto que el público respondía con un contra-don (de reconocimiento). Sin embargo, cuando los espectadores eran escasos se entendía como un no re conocimiento, lo cual también llegó a suceder.

Por otro lado, los problemas emergían cuando los grupos armados ilegales se relacionaban de manera violenta con los jóvenes artistas. Así pues, con frecuencia durante los ensayos se hacía alusión a la situación de inseguridad del barrio. Se hablaba de un vecino asesinado, o de quien se había comenzado a “juntar” con un integrante de los combos, o bien, si estaba “muy caliente el barrio”. No se trataba de la conversación central del encuentro, sin embargo, siempre aparecía un momento para hablar de estos temas. Ello permitía generar una distancia crítica del asunto y reforzar su posición frente a la violencia. El que más traía a colación este tema era un líder social cercano al grupo, quien además trasmitía su visión y rechazo a la violencia, situación que lo llevaba a plantear que la única solución consistiría en la construcción del tejido social.

El tema salía a flote también para advertir sobre los horarios en los que podían ensayar, ya que cuando estaba “muy caliente”9 no era prudente quedarse hasta tarde. Dado que las balaceras de los grupos armados podían llegar hasta el colegio, los padres de familia se preocupaban sobremanera.

El tiempo que estuve con ellos me tocó presenciar siete balaceras. En una ocasión que sucedió una yo estaba muy preocupada, mientras que ellos no pusieron atención y siguieron con su entrenamiento. En otra oportunidad reaccioné y le sugerí a Katerine que nos resguardáramos, a lo que ella respondió: “¡no es para tanto eso, no pasa nada!”. Era evidente que teníamos una relación diferenciada con el riesgo. Tampoco se puede decir que ellos normalizaran la violencia y no tomaran medidas, pues el hecho de hablarlo y transmitirlo en el grupo, reestructurar horarios, poner el debate en los espacios comunitarios, e ir en contra del miedo que inmoviliza, eran medidas que permitían construir confianza. La vida tenía que seguir, a pesar de que en el barrio otros jóvenes gestionaban su seguridad a través de la violencia, y con ello, paradójicamente contribuían a la inseguridad de la comunidad. De algún modo todos estaban forzados a acomodarse a la situación, aunque no fuera deseable. Y la manera que los jóvenes encontraron para responder fue, justamente, mediante la creación de microespacios de confianza personal y colectiva.

En una ocasión no pude llegar hasta el colegio debido a un enfrentamiento armado entre estructuras ilegales y la policía. Los jóvenes de Zanqui Banqui estaban justo en medio del fuego cruzado, pero por fortuna el colegio les sirvió de refugio hasta que pasó lo peor. Estas situaciones eran vividas con mucho dramatismo por sus padres, quienes siempre que se reunían con los jóvenes del grupo sacaban a colación el tema. Asimismo, los jóvenes vivían la tensión desde la propia angustia y de sus familiares. Es decir, no había una postura de neutralidad al respecto, sino más bien de actuar acorde con las posibilidades analizadas. De este modo, la cotidianidad de los jóvenes no solamente estaba centrada en la búsqueda de esparcimiento, creatividad, construcción de lazos comunitarios y confianza, sino que también estaba atravesada por la angustia y el sufrimiento de vivir en un territorio en constante disputa. Así pues, la estrategia colectiva es el último recurso que tienen los jóvenes artistas para escapar de la disputa por los territorios, de la economía ilegal del narcotráfico y de las fronteras invisibles.

Una tarde hablamos sobre el miedo a los grupos armados ilegales. Santiago recuerda que un día se fue con unos amigos a recolectar marañones a los árboles que quedan en un barrio vecino de clase media. Esto no fue entendido de la misma manera por un grupo de muchachos que “cuidaban”10 este barrio, pues los persiguieron y amenazaron de muerte, además de que los tacharon de presuntos ladrones. Este relato fue narrado con particular angustia. De esta manera, entendieron que no era posible transitar libremente por la ciudad. Una experiencia similar le sucedió a Tomás y a Javier cuando buscaban una dirección en un barrio donde iban a comprar unos implementos para el grupo. Iban en sus bicicletas y no podían encontrar el domicilio, de modo que pasaron varias veces por la misma calle. El celador de un edificio se percató que los jóvenes habían pasado varias veces y comenzó a interrogarlos. Al saber el barrio del que procedían comenzó a golpearlos mientras los acusaba de ladrones. Posteriormente llamó al ejército para que los detuvieran; los militares los trasladaron al cuartel del ejército por un periodo de tiempo.

Los grupos armados ilegales abundan dentro de su barrio y luchan por controlar el narcotráfico en pequeños te rritorios. De modo que los artistas tienen que estar atentos sobre cuáles son los grupos ilegales y los territorios asociados, cuándo están en tregua y cuándo en disputa. Esta información circula a través de los vecinos y, a su vez, se comparte dentro de Zanqui Banqui a modo de prevención. Con frecuencia escuché decir que un joven no podía visitar a otro porque los de su calle estaban en disputa, así que ambos, al pertenecer a territorios enemigos, no podían visitarse, aunque ninguno perteneciera a un grupo armado. La sospecha que suscitaba el tránsito de vecinos para los armados estaba asociada al movimiento de drogas y armas. En este aspecto, los más criminalizados siempre eran los jóvenes. De modo que para controlar el territorio, estos ilegales establecían barreras de movilidad y eventualmente asesinaban a vecinos que no cumplieran sus prohibiciones, lo cual era una dolorosa y latente advertencia que permanecía en la memoria.

El hecho de pertenecer a un grupo artístico con cierta visibilidad les brindaba seguridad, ya que los jóvenes transitaban diariamente un territorio determinado, en cuanto que los actores armados no los consideran una amenaza ni se sentían en competencia con ellos. Sin embargo, el peligro era mayor cuando visitaban lugares poco frecuentes, pues podían ser confundidos con enemigos.

Simbólicamente los grupos artísticos hacen rupturas con esta lógica, por ejemplo, en una ocasión el grupo se presentó en la cancha de un barrio que era parte del territorio de los ilegales. Por ese día los jóvenes del grupo habitaron ese territorio junto con unas personas de la comuna y otros grupos juveniles, a pesar de que normalmente estaba prohibido. Pintaron la cancha y realizaron actividades durante todo un día. Este romper con lo cotidiano, a través de un espectáculo que atraía a niños y adultos, era una forma de fisurar los poderes asociados a los grupos armados de la comuna, pero sin generar una lógica de confrontación. Los mismos jóvenes de los grupos armados ilegales se vieron apreciando el espectáculo y siendo incluidos en la zona de cohesión social, de manera no violenta.

Conclusiones

El proyecto colectivo de los jóvenes artistas se articula en contra de la estigmatización o criminalización de las que son sujetos a causa del barrio que habitan. De esta manera, los jóvenes buscan visibilizar propuestas artísticas y culturales al interior del barrio. Las relaciones entre ellos se articulan mediante el desarrollo de sus capacidades y habilidades en función de tal o cual pirueta, lo que contribuye a generar el sistema de estatus al interior y exterior.

El estatus de los jóvenes es diferenciado de acuerdo con sus habilidades, pero es notable que las capacidades masculinas y femeninas son valoradas de manera desigual, aunque se podría decir que tienen mayor prestigio las primeras. Esta inequidad termina siendo matizada por la voluntad del grupo de incorporar y mantener mujeres al interior, es decir, mediante la valoración de sus aportes y disuadiéndolas a participar más activamente.

A partir del principio del don podemos ver cómo se organiza el sistema de valores y se articula la confianza. Si un joven confía en otro para realizar una pirueta donde puede perder la vida, supone con esto una noción del donante, que es capaz de determinar la acción en beneficio común. Si el que recibe la confianza acepta el reto, también acepta la noción sobre él mismo que el donante le plantea. El desafío es aceptar que confía en su propia capacidad de determinar la acción. De igual modo, el donante se compromete, o no, a responder con el servicio que se requiere y con esto puede reconocer o desconocer al donador.

En el caso de Zanqui Banqui sucede que quien más otorga dones de confianza, tiempo y esfuerzo, a cambio recibe más autoridad y, adicionalmente, genera mecanismos para animar a los participantes a que concedan dones en las actividades del grupo. De este modo, el reconocimiento no se encuentra depositado en una sola persona, sino que está repartido entre varios, aunque de manera desigual.

A pesar de que el espacio de Zanqui Banqui se pueda presentar excluyente para aquellos que tienen unos valores que no corresponden con los que promueven, esta sigue siendo una estrategia colectiva para contrarrestar la violencia y propiciar una confianza en otros y en ellos mismos, lo que genera zonas de cohesión social y lleva a construir una forma de luchar contra el sufrimiento e incertidumbre de la violencia estructural.

Se pueden observar los dones, en este caso, a través de los servicios que prestan los jóvenes artistas para alcanzar un objetivo colectivo. De modo que el espacio de construcción de confianza atraviesa todos los niveles, individual, microgrupal y comunitario. Esto resulta una manera efectiva, económica y culturalmente viable para combatir los procesos de violencia en un territorio, además, para construir procesos de cohesión y paz al interior de una comunidad, así como una manera de reconfigurar feminidades y masculinidades que asuman posturas críticas frente a la violencia. No obstante, estas estrategias siguen siendo poco reconocidas como salidas alternativas para agenciar seguridad, sobre todo, por parte de la administración municipal y nacional, que bien podrían considerar este esfuerzo una defensa del territorio, de los derechos humanos y de los valores democráticos asociados a una sana convivencia y, por tanto, de la paz.

Bibliografía

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1Para revisar más experiencias sobre grupos artísticos, consultar en el observatorio de la juventud adscrito a la Secretaría de Juventud de Medellín.

2Este artículo está basado en un capítulo de mi tesis de doctorado (Galeano, 2016) en Antropología por el CIESAS, Unidad Ciudad de México. La información fue recolectada entre el año 2012 y 2013. Esta investigación fue cofinanciada por Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el CIESAS.

3Parto de la idea que la confianza personal es relacional, puesto que el proceso de socialización primaria implica una serie de creencias de los sujetos socializadores sobre el niño. Erikson (1993) plantea que las habilidades del bebé son construidas por sus mentores. Estos otorgan confianza de que él podrá realizar una serie de habilidades y, de esta manera, constituyen la confianza básica desde la cual se crea la identificación personal que le permitirá convertirse en lo que otra gente confía que el sujeto en cuestión llegará a ser.

4Omito el nombre de la comuna para mantener el anonimato de los jóvenes que participaron en la investigación. No obstante, cabe señalar que se trata de una que ha tenido históricamente una tasa alta de homicidios y que ha sido estigmatizada por un sector de habitantes de la ciudad.

5Todos los nombres son seudónimos.

6Cabe aclarar que la categoría líder es establecida por mí, pues los jóvenes no la usaban. Este concepto es una herramienta que he utilizado para el análisis, y que se fundamenta en la observación de las prácticas.

7El líder del grupo anfitrión tuvo gran influencia en la conformación de Zanqui Banqui, de modo que algunos le tenían mucho respeto.

8Esta situación no la presencié porque ese día no pernoté con ellos, sin embargo, tiempo después me lo informaron cuando pregunté por su ausencia.

9“Caliente”, en parlache, el dialecto juvenil de la ciudad de Medellín, hace referencia a una situación de amenaza o riesgo inminente de muerte. Se aplica para situaciones o personas, por ejemplo: “Ese muchacho está caliente”; “El barrio está caliente”.

10En este caso se hace alusión a jóvenes pertenecientes a grupos armados ilegales, encargados de proporcionar seguridad privada.

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