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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.30 no.86 México ene./jun. 2017

 

Artículos

Territorio, asentamientos residenciales y migración: el caso de jornaleros indígenas de La Montaña de Guerrero en Morelos

Adriana Saldaña Ramírez* 

*Profesora investigadora de tiempo completo. Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México. Línea principal de investigación: Migración de jornaleros indígenas en México. Correo electrónico: asaldana@uaem.mx


Resumen:

Este artículo analiza el papel que cumplen un conjunto de asentamientos de población jornalera oriunda de La Montaña de Guerrero en el oriente del estado de Morelos, dentro de un amplio “territorio migratorio”. Dicho territorio cuenta con múltiples nodos ubicados en lugares geográficamente distantes, los cuales presentan ventajas y desventajas para las familias de jornaleros que se desplazan dentro de éste. Se destaca el caso de Tenextepango, Morelos, donde miles de familias indígenas guerrerenses se han asentado, puesto que cumple un doble papel, el de “espacio de repliegue” al que se puede retornar cuando no hay labores en otros nodos y el de “punto de pivote” desde donde se distribuyen diversos flujos migratorios.

Palabras clave: Territorio; asentamientos; jornaleros agrícolas; migración laboral

Abstract:

This article analyzes the role played by a series of settlements of laborers from the Montaña region of Guerrero who have settled in eastern Morelos, within a broad “migratory territory.” This territory has multiple nodes located in geographically distant places which present advantages and disadvantages for the family of laborers who move there to work in agriculture. Among the various settlements Tenextepango, Morelos stands out. Here thousands of Indigenous families from Guerrero have settled since it has become a “gathering place” as well as a “pivotal point” for various migratory flows.

Keywords: Territory; settlement; agricultural laborers; labor migration

Introducción

En este artículo se hace una lectura desde la dimensión del territorio de un conjunto de asentamientos de población indígena cuyos miembros arribaron para laborar como jornaleros agrícolas en las cosechas de hortalizas en la localidad de Tenextepango, municipio de Ayala, en la región oriente del estado de Morelos. Es importante mencionar que las familias de trabajadores llegaban por temporadas, sin embargo, en las últimas décadas un gran número de éstas ha fincado su residencia en ese lugar y lo ha tomado como punto de partida hacia otras regiones agrícolas dentro y fuera del estado.

El tema del asentamiento de jornaleros en las regiones de trabajo ha sido escasamente tratado en la literatura sociológica y antropológica en México, a pesar de su importancia empírica. De acuerdo con Velasco, et al. (2014: 35) no existen investigaciones sobre el proceso de asentamiento ni tampoco sobre los factores y dimensiones que lo caracterizan. Por ello, el presente artículo pretende ser una contribución a la discusión del tema.

Nos centraremos principalmente en el papel que cumplen estos asentamientos en Morelos, en particular, dentro de un “territorio migratorio” o “territorio de migración” construido por jornaleros agrícolas originarios de La Montaña de Guerrero y que incluye a las localidades de origen, a Tenextepango y otras localidades en el oriente de Morelos, al Valle de Mezquital en Hidalgo y al Valle de Culiacán en Sinaloa. Estos diferentes lugares son vinculados por densas redes de relaciones sociales de tipo familiar, amistad y paisanaje que establecen los migrantes.

De acuerdo con la postura de Velasco, et al. (2014: 35), se considera que la construcción de este “territorio migratorio” no sólo responde a la capacidad de las familias de jornaleros indígenas para movilizar recursos y capital, sino también a presiones económicas, políticas y sociales en los lugares de origen, por ejemplo, la crisis de la agricultura maicera de subsistencia. Al mismo tiempo, los cambios en los mercados laborales en zonas agrícolas dinámicas demandan trabajadores cada vez más disponibles, lo que ha impactado en nuevas formas de movilidad. Esta situación ha obligado a miles de familias jornaleras a extender sus “espacios de vida”1 entre diferentes localidades geográficamente distantes.

El territorio es concebido como “el producto de una apropiación espacial a partir de un conjunto de acciones puestas en marcha por un grupo con el objetivo de lograr su reproducción social” (Le Berre, 1992: 623 citado en Lara, 2011: 29).

La noción de “territorio migratorio” o “territorio de migración” es retomada de la geografía humana francesa, particularmente de Laurent Faret que lo define como un campo de relaciones que articula a los lugares de origen con los lugares de desplazamiento y que el movimiento de varias generaciones de migrantes ha logrado estructurarlo.

En un contexto de movilidad multiforme (múltiples direcciones y múltiples temporalidades) se construye un espacio social continuado a pesar de las distancias geográficas (Faret, 2003). Se trata de un territorio con centralidades múltiples, en una especie de maillage, donde cada nodo se ha construido con distintos atributos (Lara, 2006; Faret 2003). Estos nodos cuentan con una importante densidad relacional, puesto que son espacios de intercambios, encuentros, conflictos y negociaciones (Lara, 2006) entre la población diferenciada en los planos económico, social y cultural. Es importante señalar que cada uno de los nodos cumple una función o un papel en el conjunto.

Hablar de “territorios de migración” es partir de la idea de que en el ir y venir los espacios de trabajo por los que se transita son parte de los espacios de reproducción de los jornaleros (Lara, 2011).

Lo anterior refiere a una forma de apropiación del espacio que no es continua y que se superpone a algunas de las escalas tradicionales del territorio, como son, la localidad y la región (Giménez, 2001: 8).

La noción de “territorio migratorio” o “territorio de migración” es un esfuerzo por superar las dicotomías en los estudios sobre migración que resultan de la concentración de los investigadores por realizar estudios en el lugar de origen o en el de destino o sobre migraciones internas o internacionales. En cambio, nuestro enfoque está centrado en la circulación e interconexión entre lugares de origen y destino y entre migraciones internas e internacionales.

A finales de los ochenta en México, Jorge Durand llamaba la atención sobre esto al proponer la noción de “circuitos migratorios”, considerándolos como la integración de diferentes modalidades migratorias en un complejo entramado de relaciones sociales y económicas donde se pueden encontrar varias “centrales de interconexiones” (Durand, 1988).

Otros investigadores parten del enfoque transnacional y han analizado la circulación (de personas, ideas, bienes, etcétera) entre los diferentes lugares por donde se mueven los migrantes, así como la construcción de comunidades extendidas. Tal es el caso de Liliana Rivera, que ha estudiado la conformación y consolidación de lo que llama el “circuito migratorio transnacional Mixteca - Nueva York - Mixteca” (Rivera, 2007), que incorpora e interconecta destinos migratorios internos e internacionales. La propuesta de la autora consiste en señalar que se han construido “espacios translocales”, es decir, espacios históricamente configurados por las relaciones entre las personas y los distintos lugares por donde éstas se mueven; asimismo, a través de dichas relaciones circulan personas, bienes simbólicos y dinero (Rivera, 2010). Como manifestación de esta translocalidad son referidos los grupos y organizaciones de identificación colectiva, tales como los clubes sociales; equipos de futbol; bandas de música; pandillas, entre otros, que son lugares donde los migrantes performan su identidad local y proyectan la continuidad con su lugar de origen en la Mixteca, pero con ubicación física en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, o en Nueva York, Estados Unidos (Rivera, 2005).

Otra investigación que destaca la conformación de comunidades extendidas es la de Federico Besserer sobre las “topografías transnacionales” a partir de la teoría de la comunidad transnacional. En su trabajo, Besserer analiza la toponimia de San Juan Mixtepec, Oaxaca, y cómo se construye una comunidad transnacional con múltiples centros especializados en diferentes dimensiones, tales como economía, educación, política y trabajo, entre otras. Asimismo, Besserer (2004) expone que las diferentes dimensiones de la vida comunitaria son desempeñadas en varios centros; en algunos los niños y jóvenes estudian; otros son los centros de trabajo, mientras que las danzas y los grupos musicales se desarrollan en un lugar diferente. Lo que analiza en esta investigación es que San Juan Mixtepec no es una comunidad dispersa, sino una fuertemente interconectada a partir de flujos multidireccionales.

Si bien estos estudios reconocen que existen articulaciones entre migraciones internas e internacionales, el foco está puesto en las segundas. Sin embargo, sus aportaciones han sido de utilidad para analizar las migraciones internas; de hecho, la noción de “territorio migratorio”, utilizada en este artículo, es una propuesta que Faret aplicó para analizar la migración internacional de una localidad en el estado de Guanajuato.

El esfuerzo por aplicar esta noción a las migraciones internas, particularmente de jornaleros indígenas de Oaxaca a campos agrícolas del noroeste del país, se puede consultar en las investigaciones de Lara (2006 y 2010), quien analiza las transformaciones del patrón migratorio pendular que predominó hace varias décadas. Por otra parte, la autora muestra que a partir del año dos mil estos patrones se han complejizado, pues hay trabajadores agrícolas que no regresan a su lugar de origen, sino que circulan por varias regiones a partir de un campamento; en cambio, otros viven en la itinerancia permanente y algunos se asientan en el lugar de trabajo y desde ahí se dirigen a otros destinos en busca de empleo (Lara, 2010: 251). Los trabajos de Lara son tomados aquí como referente en la aplicación de la noción de “territorio migratorio” a la movilidad jornalera interna.2

El presente artículo está basado en datos obtenidos de primera mano a través del trabajo de campo llevado a cabo entre 2009 y 2016 en la zona de Tenextepango. En este periodo se realizó observación participante y entrevistas a pequeños productores, transportistas, intermediarios laborales y comerciales y jornaleros; también a promotores de programas gubernamentales de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS). Asimismo, el trabajo etnográfico está basado en la premisa de Rosberry (1991), en el sentido de que la formación de regiones y comunidades está ligada con transformaciones que ocurren fuera de sus fronteras. Esta manera de entender a las regiones es compartida por los autores de la corriente procesualista en antropología, guiada por Max Gluckman, la que se propuso hacer trabajo etnográfico a partir del “análisis de caso ampliado”, que consiste en tomar las relaciones entre los actores y analizarlas lo más “atrás” posible. En este sentido, la presente investigación no se debía detener sólo a explicar lo que pasaba entre ejidatarios productores y jornaleros agrícolas en Tenextepango, sino también sus relaciones con otros actores que, si bien no se encontraban físicamente en ese lugar, sus intereses y maneras de actuar desencadenaban nuevos procesos.

Aunque la investigación en la zona comenzó hace ocho años, se ha reconstruido la historia de las migraciones definitivas y temporales, de los asentamientos y las migraciones a partir de estos en un largo periodo de tiempo, desde los cincuenta, para dar cuenta de sus transformaciones, como lo plantea la escuela procesualista. El objetivo inicial fue entender los procesos que convergieron para que la zona de estudio (Tenextepango) se configurara como “centro de contratación” de jornaleros agrícolas de alta movilidad, por ello, la investigación se realizó desde uno de los “nodos” del “territorio migratorio” (Morelos); además, se tuvo contacto con otros actores que físicamente no estaban ahí, como fue el caso de trabajadoras sociales sinaloenses, intermediarios comerciales, entre otros; de igual forma, se analizaron procesos que sucedían en los diferentes nodos, pero que se articulaban para conformar el “territorio migratorio”.

El contexto: la polarización en el campo mexicano

Actualmente en el contexto rural en México existe una polarización de las unidades productivas, resultado de políticas neoliberales aplicadas al campo. Hay regiones donde la producción está en manos de grandes empresas que se caracterizan por ser capitalizadas, que comercializan en el mercado internacional y nacional, y que han ido en constante crecimiento marcando tendencias en las innovaciones tecnológicas. Dichas empresas han pasado por procesos de reestructuración productiva, es decir, estrategias para posicionarse en un mejor lugar en el mercado; o bien, que se despliegan en algún momento de crisis a partir de la introducción de nuevas tecnologías y de la administración más eficiente de la fuerza de trabajo. Sin embargo, no todas las empresas han seguido las mismas vías de reestructuración, según Carton de Grammont (1999); por un lado, se encuentran aquellas que mejoran el paquete tecnológico de la revolución verde -más y mejores agroquímicos, semillas de maduración homogénea-, el uso de maquinaria y una mejor gestión de la mano de obra en tareas que son manuales. Y, por otro, empresas consideradas “de punta” que se integran a consorcios globales que adoptan prácticas que permiten el ahorro de agua y de tierra, es decir, que optan por la disminución de agroquímicos, el uso de semillas de maduración homogénea, la plasticultura y la fertirrigación. Este tipo de empresas están ubicadas al noroeste de México.

Mientras que en estados como Veracruz, Morelos, San Luis Potosí y Chiapas hay zonas agrícolas que también se orientan al mercado (Carton de Grammont, 2007: 17-18), pero que son manejadas por pequeños y medianos productores que, con rendimientos mucho más modestos, abastecen a las ciudades más grandes del país. Cabe mencionar que dichos productores no tienen las mismas oportunidades para innovar que las empresas ubicadas en la posición más alta de la jerarquía. Los hogares de este tipo de productores han tenido que diversificar sus estrategias, intensificar las búsquedas para garantizar su subsistencia, incluir empleo y opciones agrícolas y no agrícolas; además, han tenido que recurrir a la migración dentro y fuera del país para sortear los vaivenes del mercado con su producción comercial (Guzmán, 2009).

Finalmente, hay un tipo de agricultores campesinos que tienen como objetivo el autoabasto y la venta en plazas cercanas; estos han ido perdiendo fuerza y se han tenido que vincular como trabajadores de los pequeños productores y de las grandes empresas.

Esta polarización tuvo lugar bajo un modelo de desarrollo agrícola concentrador (Lara, et al., 2014) que se ha agudizado aún más en las últimas décadas del siglo XX debido a las políticas de corte neoliberal que apoyaron al crecimiento y mayor dinamismo del sector exportador. Es en este contexto que se intensifica el proceso de concentración productiva y el surgimiento de enclaves agrícolas, mientras que las regiones de producción tradicional se hunden en la pobreza extrema (Lara, et al., 2014).

Pese a las grandes diferencias entre empresas agroexportadoras y pequeños y medianos productores, ambos han generado mercados de trabajo migratorios articulados a regiones pauperizadas, en su mayoría indígenas (Sánchez, 2008). Estos se basan en una jerarquización de tareas, en cuya base se ubican las “devaluadas técnicamente y desvalorizadas socialmente” (Sayad, 1989, citado en Pedreño, 2011: 15), que se caracterizan por una precariedad absoluta, reflejado en la continuidad del trabajo (temporal), ingresos salariales que impiden al trabajador planificar su futuro, duración indeterminada de la jornada laboral, ausencia de pagos de horas extraordinarias y vacaciones, ritmos de trabajo variables y la insuficiencia de prestaciones sociales (Sánchez y Cano, 1998: 226, citados en Marañón, 2003: 23). Las condiciones en que se desarrollan los sistemas de pago y la percepción social hacen que sean puestos indeseados y pensados como “naturales” para una población que se encuentra discriminada en la estructura social: migrantes, indígenas y mujeres.

En el caso de las grandes empresas, los procesos de reestructuración productiva están basados en formas de empleo precario y condiciones laborales desfavorables (Lara, 2011: 259), todo ello para aumentar la acumulación de capital. Sin embargo, para los pequeños y medianos productores morelenses, contar con mano de obra especializada y barata es un factor determinante para aumentar sus márgenes de ganancia, ya que no controlan otros factores de producción, como los costos de los agroquímicos y el precio de su producto en el mercado (Sánchez, 2006).

Para un amplio sector de campesinado tradicional (indígena o no) que se incorpora como trabajador a esos mercados laborales se ha determinado una inserción subordinada. Como se ha señalado, estos han extendido sus “espacios de vida” desde sus lugares de origen y hacia múltiples espacios de trabajo o sólo entre diferentes lugares de trabajo en una itinerancia absoluta.

La conformación del “territorio migratorio” aquí analizado corresponde a tres momentos históricos específicos:

  1. A finales de los cincuenta, la expansión de comerciantes mayoristas de la Ciudad de México con el afán de financiar a pequeños productores de Tenextepango (Morelos) para la siembra de hortalizas en temporada invernal y con el objetivo de abastecer sus espacios de venta. Este hecho supuso un mayor dinamismo de la producción agrícola y, por lo tanto, un incremento en la demanda temporal de trabajadores para llevar a cabo las cosechas de esos productos.

  2. En los ochenta, el fortalecimiento del sistema de abasto en el país, ligado al incremento de la demanda de productos frescos de los sectores medios y altos de las ciudades. Esto intensificó el financiamiento de mayoristas a pequeños productores de Tenextepango y provocó su expansión hacia el Valle del Mezquital (Hidalgo) para asegurar el suministro de hortalizas. En esa misma década en La Montaña de Guerrero se incrementó el número de personas que buscaron laborar en diferentes regiones agrícolas del país. Además, en este periodo está ubicado el inicio de los asentamientos y la formación de las primeras colonias de jornaleros agrícolas en Tenextepango.

  3. Asimismo, el tercer periodo, que comprende la última década, está caracterizado por políticas basadas en el apoyo a las grandes empresas agrícolas, a la vez que los pequeños productores ven el aumento en los costos de producción. De igual forma, las grandes empresas ubicadas en el noroeste de México viven procesos de reestructuración productiva que demandan trabajadores casi durante todo el año. Además, en este lapso se intensifican las migraciones desde los asentamientos en Tenextepango hacia el noroeste del país, particularmente a Sinaloa.

La llegada y el asentamiento de jornaleros agrícolas migrantes en Tenextepango

Es en un contexto de polarización en donde se ubica la construcción del “territorio migratorio” de varias poblaciones indígenas originarias de la región de La Montaña de Guerrero, en el cual los asentamientos en Tenextepango cumplen un papel fundamental.

Tenextepango es una localidad en el ejido del mismo nombre en el municipio de Ayala, cercano a la ciudad de Cuautla, en la región oriente de Morelos. Los comerciantes mayoristas de la Ciudad de México arribaron a mediados del siglo XX y apoyaron con diversos créditos a los pequeños productores (1 a 2 hectáreas) para la introducción de hortalizas en tierras con infraestructura de riego, particularmente ejote verde.

Para realizar las distintas tareas alrededor de estos nuevos productos se requirió mano de obra, que fue abastecida por locales sin tierra o con poco capital. Sin embargo, para las cosechas fue necesaria la contratación de jornaleros extrarregionales, ya que los locales resultaron insuficientes (Sánchez, 2006).

Los pequeños productores alentaron la llegada de familias completas de diversas localidades empobrecidas de la Mixteca oaxaqueña y poblana y de La Montaña de Guerrero, quienes arribaban entre noviembre y abril, mientras que los restantes meses del año permanecían en sus comunidades de origen en donde desempeñaban actividades agropecuarias.

Es a partir de los ochenta que un número importante de familias migrantes comienzan a asentarse en las “tierras de temporal” del ejido, es decir, en las faldas de los cerros y en las lomas que rodean a Tenextepango, con lo cual se conforman las primeras colonias de migrantes. No obstante, es hasta el año 2000 que se incrementan los asentamientos y la población registrada en estos. Para dar una idea de los cambios descritos, en 1990 el IX Censo de Población y Vivienda registraba a Tenextepango y a los dos primeros asentamientos con una población total de 8 041 habitantes. Diez años después los asentamientos se incrementaron de dos a nueve que, junto con Tenextepango, sumaban 10 184 habitantes. Para el 2010 el número de asentamientos se mantuvo, pero la población aumentó a 11 982 (INEGI, 1990; 2000 y 2010). En cuanto a las colonias, podemos mencionar a las dos con las dinámicas más dramáticas: Valle de Morelos fue censada por primera vez en el 2000, los resultados arrojaron un total de 59 personas; en tan sólo cinco años la población total se había incrementado a 321 habitantes, en cuanto que en el 2010 tenía 510 habitantes; por otro lado, en el 2000 la colonia Loma Bonita contaba con 131 personas, mientras que en 2010 la población se incrementó a 496 (INEGI, 2010). Aunque no se cuenta con datos estadísticos más actuales, a través del trabajo de campo se puede afirmar que es un proceso que continúa, de manera particular en algunas colonias que todavía cuentan con parcelas para la venta.

Estos asentamientos han sido considerados por las autoridades locales como “colonias indígenas” incluidas en el Catálogo de Pueblos y Comunidades Indígenas para el Estado Libre y Soberano de Morelos, publicado en 2012. Este reconocimiento ha sido una estrategia para lograr aplicar distintos programas de gobierno de instituciones como la Secretaría de Desarrollo Social y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, con el objetivo de mejorar las condiciones de infraestructura a nivel de las colonias y de las familias, dado que los bajos presupuestos de la administración del municipio de Ayala no alcanzaban para satisfacer la demanda de servicios de una población recién llegada.

Cada uno de estos asentamientos está conformado por población inmigrante mestiza e indígena (nahua y mixteca), pero también por nativos que no alcanzaron espacios en el núcleo urbano, aunque predomina la población indígena de la región de La Montaña de Guerrero.3 A la par de los asentamientos, continúan los flujos de jornaleros que llegan sólo para la temporada de cosecha.4

Los asentamientos en Tenextepango como punto de partida

Para las miles de familias, particularmente las indígenas, el asentamiento no representó el fin de sus rutas migratorias, sino un punto de partida hacia otras regiones agrícolas. En los ochenta las cuadrillas de trabajadores partían desde Tenextepango hacia el Valle del Mezquital (Hidalgo),5 donde se comenzaron a sembrar hortalizas a partir de la extensión de los mayoristas de la Ciudad de México que se encontraban financiando la producción en Morelos. Cabe señalar que ha existido una complementariedad en las temporadas de producción entre las dos regiones, mientras que Tenextepango produce en otoño-invierno, Hidalgo lo hace en primavera-verano. Así, los jornaleros han podido seguir las cosechas en ambos estados, pues sus temporadas no se traslapan.6

Las cuadrillas de trabajadores para las cosechas en el Valle del Mezquital se han formado, desde ese momento y hasta ahora, con familias asentadas en Tenextepango y por migrantes temporales enganchados desde Morelos, pero también por aquellos que llegan hasta esa región desde sus comunidades de origen en La Montaña de Guerrero.7 Un aspecto de suma importancia para el nacimiento y desarrollo de un patrón migratorio que incluye las dos regiones agrícolas, fue la conformación de un sistema de intermediación basado en los “capitanes”. Estos surgen en los sesenta de las mismas cuadrillas de jornaleros y tienen la función de vincular a productores y trabajadores (Sánchez, 2006). Cabe mencionar que este tipo de intermediarios tienen acceso a ambos mercados de trabajo.

No obstante, a partir de los primeros años del siglo XXI los destinos laborales se diversificaron. Sin abandonar la migración hacia Hidalgo, cuadrillas de trabajadores parten desde Tenextepango al noroeste del país (Sinaloa) para incorporarse a mercados de trabajo generados por grandes empresas, que destinan su producción al mercado internacional.

De acuerdo al trabajo de campo realizado en las últimas tres temporadas de corte, una empresa sinaloense de capital extranjero, que abastece al mercado canadiense, contrata alrededor de 500 trabajadores de Tenextepango (la mayoría nahuas) para las cosechas de diferentes variedades de hortalizas vietnamitas. Los periodos de trabajo se han ido extendiendo desde 2009, pues si bien la migración era de sólo seis meses, en 2014 se identificaron cuadrillas que iban por seis, nueve y hasta por once meses.

Al mismo tiempo que se inició la migración a Sinaloa se dio una modalidad de migración intraestatal, ya que las familias asentadas se están desplazando para laborar en otros municipios del oriente de Morelos -Tepalcingo, Axochiapan, Jonacatepec y Jantetelco- hacia donde se ha extendido la producción de hortalizas en la última década. Durante seis meses algunas cuadrillas viajan en la madrugada y regresan por la noche, pero también hay quienes durante la temporada se mudan a localidades de esos municipios para estar más cerca del trabajo, a pesar de su cercanía a los asentamientos en Tenextepango (alrededor de 32 km).

Por otra parte, han sido identificadas cuadrillas de jornaleros que trabajan en las cosechas en Tenextepango, pero también otras que se desplazan hacia diferentes localidades en la misma región morelense, o bien, las que van al Valle del Mezquital (Hidalgo) y al Valle de Culiacán (Sinaloa); todo este ir y venir construye un “territorio migratorio”.

Atributos de los nodos del “territorio migratorio”

Cada uno de los nodos del “territorio migratorio” cuenta con atributos objetivos y subjetivos (Lara, 2011). Estos presentan ventajas y desventajas para las familias jornaleras, de acuerdo con sus propios proyectos de vida, los cuales son valorados para decidir desplazarse o no hacia ellos. Se trata de una estrategia de división territorial de la reproducción social (Gadea, et al., 2014).

Empezaremos por los atributos de Tenextepango y los asentamientos de población jornalera. El fenómeno del asentamiento ha sido analizado en regiones agrícolas del noroeste del país donde se han instalado empresas que dirigen sus productos al mercado internacional y que han pasado por procesos de reestructuración productiva, los cuales han derivado en la desestacionalización y dispersión geográfica de las unidades productivas. Esta situación ha impactado los circuitos migratorios, pues se requiere de un trabajador disponible por periodos más largos de tiempo, lo que ha dado lugar a los asentamientos (Lara, et al., 2014; Coubés, et al., 2009; Zlolniski, 2011).

Sin embargo, los asentamientos en Tenextepango8 responden a fenómenos diferentes a los que se han registrado en el noroeste. En primer lugar, no se han dado cambios en las formas de producir hortalizas, es decir, se siembra en parcelas de extensiones pequeñas, a cielo abierto; además, se sigue usando el riego rodado y no se utilizan semillas de maduración homogénea. Asimismo, se constata un menor interés de los ejidatarios por la siembra de ejote verde -el producto más importante y que dio trabajo a miles de familias jornaleras-, lo que se ha visto reflejado en una disminución significativa de parcelas dedicadas a este cultivo.

Los asentamientos en Tenextepango no tienen que ver con un incremento real en la demanda de mano de obra para las cosechas de hortalizas en la zona, como en el noroeste del país, sino a que se ha conformado como un centro de contratación para diferentes mercados laborales y debido a que se han concentrado distintos tipos de intermediarios laborales que tienen acceso al trabajo. Actualmente ahí habitan y operan los “capitanes” que abastecen de mano de obra a las cosechas en Morelos (Tenextepango y otras regiones) e Hidalgo, que se caracterizan por ser zonas de pequeños y medianos productores. Mientras que para trabajar en Sinaloa la vinculación entre jornaleros y la gran empresa agrícola es a partir de los “mayordomos”. En el caso de estos últimos, no tienen relación directa con la empresa, sino que dependen de otra figura intermediaria, un “contratista” que se ubica en Ayotzinapa (en La Montaña de Guerrero), que tiene en los “mayordomos” a sus representantes en Morelos. En un conteo realizado durante el trabajo de campo se logró identificar a una treintena de intermediarios laborales, aunque de acuerdo con los propios testimonios de los trabajadores se dice que son más.

Tenextepango se ha configurado como una “puerta de entrada” hacia diferentes regiones agrícolas, pues desde allí se distribuyen flujos migratorios en múltiples direcciones. Por otra parte, ha tenido una limitada capacidad de absorción de trabajadores, pero una ilimitada capacidad para distribuir población hacia diferentes destinos. El hecho de que un número significativo de familias se haya asentado ahí, pero que no se haya incrementado la superficie sembrada de hortalizas, sino al contrario, ha resultado en una sobreoferta de trabajadores.

Para miles de familias el permanecer ahí les ha permitido conseguir un lugar en alguna cuadrilla, ya que Tenextepango funciona como un “punto conector” o “nodo de convergencia” (Rivera, 2007) dentro del “territorio migratorio” que las comunidades han ido construyendo. De igual forma, la región destaca por su capacidad distribuidora, ya que desde ahí se trazan migraciones hacia diversos destinos. Además, esta zona es al mismo tiempo punto de salida, de retorno y destino de migrantes (Mapa 1).

Fuente: elaboración propia basada en trabajo de campo en las temporadas agrícolas de 2010 a 2016.

Mapa 1 

Los jornaleros consideran a la localidad morelense como un lugar de asentamiento debido al acceso a diferentes mercados de trabajo agrícolas, además, por su cercanía a la segunda ciudad más grande de Morelos (Cuautla), y porque les ha permitido encontrar trabajo durante todo el año -aunque de manera eventual y precaria- en la albañilería o en el servicio doméstico.9 Otros aspectos no menos importantes tomados en cuenta por las familias han sido la cercanía a las comunidades de origen, donde aún viven sus familiares, y la apertura de los nativos (Sánchez, 2014) a la venta de “terrenos de temporal”.

Los atributos de los otros nodos del “territorio migratorio” son ilustrados a través de los diferentes patrones de movilidad de las familias jornaleras asentadas en Tenextepango, pues su construcción está articulada a una compleja dispersión familiar (Prunier, 2015).

En primer lugar, encontramos a las familias que se integran a las cosechas de ejote durante todo el año, alternando Morelos (Tenextepango y otras localidades de municipios del oriente del estado) e Hidalgo. Estos grupos valoran que en ambos lugares no se establezcan compromisos de antemano con algún productor, aunque sí con un intermediario (“capitán”) que aprueba su dispersión por distintas huertas si él no tiene trabajo que ofrecer a los miembros de su cuadrilla (Sánchez, 2006); por otro lado, las familias aprecian la oportunidad de no trabajar a diario por si se presenta algún imprevisto; asimismo, que los gastos de la vivienda y el transporte, en la mayoría de los casos, están resueltos por los “capitanes” y que está permitido el trabajo infantil para las familias dispuestas a que sus hijos se incorporen a las cosechas.

En segundo lugar, están las familias que viajan al noroeste (Sinaloa) para emplearse con grandes empresas agrícolas entre los meses de octubre y abril, y que a su regreso a Morelos se incorporan a las cosechas de elote, producto que se desarrolla en el momento del retorno. Las familias que siguen este patrón prefieren intensificar su trabajo durante una parte del año, pues en Sinaloa, a diferencia de Morelos e Hidalgo, se trabaja diariamente debido a que los empleadores son las grandes empresas exportadoras, que no permiten la ausencia a las labores. A este mercado de trabajo se adscriben las familias que no cuentan con un gran número de hijos menores de edad, pues las empresas no sólo no permiten el trabajo infantil, sino que restringen el acompañamiento de niños pequeños. Otros aspectos tomados en cuenta son que laborar ahí permite un “ahorro” significativo, ya que entre las prestaciones otorgadas por el empleador se encuentran el transporte y la vivienda en campamentos; además, se tiene acceso a los “apoyos” económicos otorgados por el Subprograma de Movilidad Laboral Interna (Sumli) de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS).

Por otro lado, laborar en el noroeste de México permite el encuentro con aquellos familiares que se han quedado en el pueblo, pero que se enganchan para trabajar en los mismos campos de cultivo. A su regreso a Tenextepango, los hombres suelen ser contratados en la cosecha de elote, que es considerado un trabajo pesado pues es necesario cortar las mazorcas y luego empacarlas en costales.

Finalmente, las familias que viajan a Sinaloa (y que regresan a Morelos) para emplearse con las grandes empresas agrícolas, envían a algunos miembros a las cosechas de ejote en Hidalgo, donde laboran para pequeños productores.

A la par de estas familias que se mueven durante todo el año, coexisten aquellas que han dejado de migrar y que permanecen en Tenextepango. Éstas distribuyen a sus miembros entre el trabajo agrícola (cosechas de ejote verde y elote) y el servicio doméstico o la albañilería.

Las familias jornaleras evalúan las condiciones de trabajo y de vida ofrecidas en cada nodo; que van desde el pago, el costo del transporte, la distancia y los riesgos de desempleo, entre otras (Sánchez, 2002: 192). Dicha evaluación se hace de acuerdo con sus intereses y prioridades, que en muchos casos va más allá de los posibles ingresos a percibir, otros aspectos son: la educación de los hijos, la recepción de programas de gobierno, quedarse a cuidar la casa, etcétera. Es decir, se dan procesos de evaluación de las oportunidades disponibles en cada nodo y en el lugar de origen. Sin embargo, la decisión de viajar a uno u otro destino también depende de su relación con los sistemas de intermediación laboral, por ello no es difícil entender que sean los nahuas los que desarrollen estrategias migratorias que incluyan al Valle de Culiacán, ya que el contratista que controla los flujos migratorios es un nahua de Ayotzinapa y los “mayordomos” son de la misma etnia. Mientras que los mixtecos viajan al igual que los nahuas a Hidalgo, donde operan “capitanes” de la misma filiación étnica.

El conocimiento de lo ofrecido en cada nodo del “territorio migratorio” es considerado por Tarrius (Saldaña, 2009) como un “saber circular”, es decir, un conocimiento colectivo que en la medida que va madurando representa información disponible para todos los migrantes y aún para aquellos que no se mueven, sea que se encuentren en el lugar de origen o en otros nodos del “territorio migratorio”.

Vinculación entre los diferentes nodos del “territorio migratorio”

De acuerdo a Faret (2003), este “territorio migratorio” está conformado por múltiples nodos vinculados por densas redes de relaciones sociales en las que circulan las personas, mercancías, divisas, imágenes, prácticas e ideas. De esta manera se conectan los diferentes lugares en los que los migrantes se establecen (Prunier, 2015; Faret, 2003).

Para dar un ejemplo de estas conexiones podemos señalar el caso de los nahuas de Chiepetepec (Tlapa de Comonfort) o Tlatlauquitepec (Atlixtac), que se han asentado en Tenextepango y que a lo largo del año reciben a familiares de sus lugares de origen como migrantes temporales, a los que apoyan y ofrecen habitación e información sobre el mercado de trabajo, y que incluso encaminan para que sean contratados por los intermediarios laborales de los asentados. Por otra parte, los asentados suelen viajar a sus pueblos de origen en las fiestas del santo patrono o el Día de Muertos para visitar las tumbas de sus seres queridos, entre otras razones.

Otro caso a destacar es el de familias asentadas en Tenextepango que trabajan en Sinaloa en una agroexportadora, la cual no acepta a las que tiene más de dos hijos menores de 16 años. Por ello, algunas “encargan” a los miembros más pequeños con parientes que también se encuentran en Tenextepango; en cambio, otros van hasta su pueblo de origen en La Montaña de Guerrero para dejarlos ahí. Al respecto, observamos que este movimiento se da a la inversa, es decir, que muchas veces aquellos que se encontraban en el lugar de origen viajaban a Morelos para dejar a los hijos más pequeños con los parientes asentados. De esta manera, la organización de los grupos domésticos se “desdoblaba” entre la comunidad de origen en Guerrero, el asentamiento en Morelos y el lugar de trabajo en Sinaloa.

No menos significativa es la circulación de objetos, principalmente aparatos electrónicos y ropa, comprados por algunas familias en Sinaloa y que llegan a Tenextepango antes de llevarlos hasta los pueblos de origen en La Montaña de Guerrero. Aunque también otros menos comunes como semillas, varetas de árboles frutales, entre otros objetos. De esta manera, las familias establecen lazos intensos entre las comunidades originarias y los diferentes espacios por los que circulan.

Una de las experiencias más significativas de estas conexiones tiene que ver con las bandas musicales formadas en Tenextepango por jóvenes mixtecos, algunos ya nacidos en Morelos y otros en La Montaña guerrerense. Dichas agrupaciones son espacios donde los mixtecos performan su identidad, pues los remite a sus localidades de origen o a las de sus padres (Rivera, 2005); además, de que las maneras de tocar y las canciones son originarias de Guerrero. Algunos de los integrantes no conocen los pueblos de sus antecesores porque ya nacieron en Tenextepango; mientras que otros, aunque nacieron en Guerrero, llegaron muy pequeños a vivir a Morelos. El pertenecer a las bandas musicales permite que los jóvenes acompañen sus promesas a algún santo patrono de los lugares de origen; mediante dichas promesas se genera un compromiso con las bandas de los pueblos, compromiso que afirman con las fiestas que realizan en Morelos. Por ello, no es raro encontrar en alguna celebración en los asentamientos de mixtecos en Tenextepango, camionetas o transporte público que hacen rutas a los pueblos montañeros.

Reflexiones finales

En este artículo se ha tratado de mostrar el papel de los asentamientos en Tenextepango dentro de un “territorio migratorio” o “territorio de migración” construido por diversas comunidades de la región de La Montaña de Guerrero que se incorporan a las cosechas de productos agrícolas.

Este “territorio migratorio” cuenta con diferentes nodos con distintos atributos, que tienen una valoración por parte de las familias jornaleras y por los cuales se mueven para lograr la sobrevivencia; estos nodos despliegan una serie de complejas estrategias entre los miembros de la familia, que les permiten captar las ventajas de cada uno. En esto subyace un saber colectivo que se ha ido construyendo, que según Tarrius (Saldaña, 2009) es el “saber circular” que se refiere al conocimiento de las condiciones de vida y de trabajo a los que se puede acceder en cada lugar, es decir, las experiencias de otros, incluso para los que no han migrado.

En cuanto a Tenextepango, para los asentados cumple la función de “espacio de retaguardia” (Kim Sánchez, comunicación personal) o “espacio de repliegue” (Prunier, 2015), a donde se regresa cuando no hay trabajo en algún otro “nodo” del “territorio migratorio”: ahí es donde tienen acceso a espacios para vivir; además, pueden engancharse a diferentes mercados de trabajo y es donde se gestionan los programas de gobierno, etcétera. Mientras que para los migrantes temporales que aún continúan llegando en temporada de cosechas de hortalizas o fuera de ella, los parientes asentados son la oportunidad de conseguir empleo en el sector agrícola y no agrícola; también son el centro de información sobre los intermediarios laborales que tienen más trabajo y el acceso a un lugar para vivir.

Como señala Prunier (2015), es un “espacio de repliegue, plataforma, seguridad social y económica”. Aunque Tenextepango también se ha construido como un “punto de pivote”, “punto conector” o “centro distribuidor” de flujos de jornaleros hacia otras regiones agrícolas.

En el proceso de consolidación del asentamiento y de las nuevas migraciones desde Tenextepango, el Estado ha tenido una presencia muy importante a partir de la implementación y puesta en marcha de diferentes iniciativas gubernamentales. En la última década se han aplicado diversos programas asistencialistas para el mejoramiento de la infraestructura a nivel de la colonia y de las casas familiares, no en pocos casos la posibilidad de acceso a un “piso de tierra firme” o “pie de casa” ha sido determinante para que las familias de jornaleros compren un terreno. Programas de Sedesol y CDI “apoyan” a la población en su calidad de pobre e indígena. Por otro lado, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, a través del Subprograma de Movilidad Laboral Interna (Sumli), otorga recursos económicos para que los jornaleros se desplacen a trabajar a Sinaloa; este aspecto es tomado en cuenta por las familias en su decisión de desplazarse para trabajar en mercados laborales en esa entidad. De esta manera, el proceso de territorialización que aquí tratamos ha sido resultado de la acción de los jornaleros, pero también del quehacer de las instituciones (Lara, et al., 2014).

Las comunidades de origen en La Montaña de Guerrero, para los asentados en Tenextepango, han dejado de ocupar un lugar privilegiado en su reproducción, aunque se regresa ahí para visitar a los familiares, o porque se tiene un terreno o una casa o para pasar las fiestas, es decir, la relación con la comunidad de origen es a través de la familia. De hecho, durante las entrevistas algunos asentados señalaron que su pueblo es “muy feo”, “que ahí no hay nada” o que ya “no se hallan”.

Cabe señalar que un aspecto presente en este ir y venir de los jornaleros, que no fue tratado aquí, son las relaciones asimétricas que establecen con otros actores tales como las grandes empresas agrícolas, los pequeños productores, los intermediarios laborales, la población nativa, los promotores de programas de gobierno, entre otros. En estas relaciones las familias tienen una posición subordinada debido a su estatus migratorio, su condición de clase, su adscripción étnica y por la dominación cultural.

A través del trabajo asalariado se conectan en un “territorio migratorio” regiones (social, cultural y económica) diferenciadas, donde las comunidades de La Montaña de Guerrero son abastecedoras de mano de obra especializada, dócil y con poca experiencia organizativa. Otros espacios como Tenextepango se han constituido como reservorios y contenedores de esta mano de obra cuando no es requerida por grandes empresas insertas en la economía global, como las de Sinaloa.

La construcción del “territorio migratorio” no sólo se debe considerar como resultado de la capacidad de las familias de jornaleros agrícolas en la movilización de recursos por las redes de relaciones sociales que han permitido procesos de asentamiento y novedosos procedimientos de movilidad, sino también tienen que ser tomadas en cuenta las políticas puestas en marcha por el Estado (Velasco, et al., 2014; Saldaña, 2014). Las actuales políticas neoliberales han derivado en una polarización del campo mexicano, donde por un lado se encuentra la conformación de enclaves agrícolas sumamente dinámicos y, por otro, regiones campesinas sumidas en la pobreza.

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1Se entiende “espacio de vida”, de acuerdo con Domenech y Picouet (1990, citado en Flores, s/f), como la porción del espacio donde las personas llevan a cabo actividades relacionadas con la vida familiar, económica, política y social.

2De 2004 a 2008 participé en el proyecto de investigación Los territorios migratorios como espacios de articulación de las migraciones nacionales e internacionales. Cuatro estudios de caso, que bajo la modalidad de “redes de investigación” fue financiado por el Conacyt. En este trabajo participaron, bajo la dirección de Sara María Lara Flores: la UAEM-Morelos, El Colegio del Estado de México, El Colegio de San Luis y el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Los ejes de análisis más importantes fueron las nociones de “territorio migratorio” y “encadenamientos migratorios”.

3Las localidades de origen pertenecen a los municipios de Atlixtac, Chilapa de Álvarez, Copanatoyac, Metlatónoc, Tlalixtaquilla de Maldonado y Tlapa de Comonfort (Sánchez, 2006; Saldaña, 2014).

4El tema de los asentamientos de jornaleros agrícolas en las regiones de demanda han sido escasamente estudiados, cabe destacar el caso del Valle de San Quintín que ha llamado la atención de Velasco, et al. (2014). Esa región se diferencia de Tenextepango porque dirige su producción al mercado internacional y porque está en manos de grandes empresas agrícolas; además, hasta la llegada de los indígenas era un espacio escasamente poblado. En el caso de Tenextepango, se trata de una zona que dirige su producción al mercado nacional, es decir, que los pequeños productores son los que sostienen la producción de hortalizas; por otro lado, ya era una zona poblada. Asimismo, el asentamiento en la región norteña se dio a partir del cambio de residencia de campamentos manejados por las empresas a colonias, mientras que en Morelos, desde que la presencia de los jornaleros era temporal, siempre se han asentado en medio de la población local.

5Se trata de localidades de los municipios de Mixquiahuala, Francisco I. Madero y Tezontepec de Aldama.

6Morelos e Hidalgo son los productores más importantes de ejote verde en el país, desde el 2000 cada año alternan el primer lugar en cuanto a superficie sembrada.

7La información obtenida a través de entrevistas a intermediarios laborales y trabajadores demuestra que el mercado de trabajo alrededor de la producción hortalicera hidalguense, particularmente de ejote verde, empleó desde el inicio a población jornalera indígena de Guerrero, algunos de ellos asentados en Morelos. Al parecer en las cosechas de ejote verde también participó población hñähñú en una migración intraestatal. Sin embargo, a principios de los sesenta los hñähñús redireccionaron sus salidas hacia las ciudades para laborar en el sector servicios; asimismo, en los ochenta comenzaron a migrar a Estados Unidos (Rivera y Quezada, 2011). Justo cuando se consolida la producción ejotera en la región los indígenas de Hidalgo ya migraban “al norte”, mientras que los montañeros guerrerenses, asentados o no en Morelos, continuaban participando en ese mercado de trabajo. No encontramos elementos para señalar que se trate de un “encadenamiento migratorio”, que de acuerdo con Lara (2010) es el enlace entre movimientos de población local que se desplaza hacia otros destinos (al interior o exterior del país) y los movimientos de nuevos pobladores que llegan a sustituirlos.

8Cabe destacar que los procesos de asentamiento en el estado de Morelos son de larga data, pues los jornaleros cañeros se han asentado de manera más temprana que los trabajadores de las hortalizas. Lo que ha sido novedoso es el incremento de éstos en las últimas décadas.

9Es importante señalar que el proceso de asentamiento permitió la creación de nuevas formas de empleo y generación de recursos (Velasco, et al., 2014), ya que algunos inmigrantes han establecido pequeños negocios para abastecer a las mismas colonias de asentados.

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