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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.29 n.85 México Jul./Dec. 2016

 

Reseñas bibliográficas

Gabriel Mendoza y Jorge Atilano González, Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz

Jorge Alonso* 

* Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Occidente, México.

Mendoza, Gabriel; González, Jorge Atilano. Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz. México: Centro de Investigación y Acción Social por la Paz del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, 2016.


Gabriel Mendoza y Jorge Atilano González coordinaron un equipo de investigación cuyos resultados fueron publicados en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz que editó el Centro de Investigación y Acción Social por la Paz Del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (México, 2016). La presentación del libro corre por cuenta del antropólogo Alfonso Alfaro, quien resalta que el estudio de este libro ofrece los destellos de una serie de facetas de un México habituado a la penumbra. Hace un recorrido por la problemática aterradora del México de nuestro tiempo. Apunta que ante el problema acuciante de la violencia existen también búsquedas de paz. Precisa que los testimonios que se exponen son imágenes en movimiento. Argumenta que la investigación invita a la esperanza.

Una decena de investigadores se dio a la tarea de hacer 14 diagnósticos territoriales en contextos urbanos, semiurbanos, campesinos e indígenas en nuestro país, pero dio un paso que urgía porque se atrevió a delinear propuestas concretas para tratar de enmendar ese terrible problema.

La degradación de un voraz capitalismo ha llegado a desatar una sangrienta guerra contra la población y hasta contra la vida en el planeta. La violencia que sufre México es parte de esa despiadada guerra mundial. La muestra de los casos investigados en este libro surge de la actividad social de la Compañía de Jesús en México. El periodo de estudio abarca los últimos 25 años y toca a 10 entidades federativas. La pregunta rectora de la investigación quería indagar cómo se había ido deteriorando el tejido social. Otra ventaja de esta publicación es que se presenta detalladamente su metodología, hay una cuidadosa descripción de cada uno de los casos, y los análisis son muy profesionales. Otro mérito del escrito es que, antes de ofrecer las propuestas, hubo una lectura transversal de todos los casos, que resultaban fácilmente comparables con los indicadores utilizados.

Se partió de la inseguridad y la violencia porque resultó lo más visible para adentrarse en la fragmentación social que afectaba los ámbitos de todos los colectivos abordados. Los autores no se contentaron con la utilización de lenguajes que podrían contener muchos supuestos. Fueron definiendo los términos. Así, por tejido social entendieron la configuración de vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social. Destacaron las relaciones de confianza y cuidado para vivir conjuntamente, la construcción de referentes de sentido, pertinencia y la participación en las decisiones colectivas. No se contentaron con quedarse en los conflictos sino que hurgaron en sus relaciones subyacentes.

Los investigadores fueron elaborando un diagnóstico del tejido social en cada localidad, y fueron detectando las trasformaciones en cada uno de los barrios. Trataron de calibrar cómo se hacían las decisiones colectivas y cómo esto se fue perdiendo. Indagaron la influencia de la desintegración familiar y lo que consideran abuso de las redes sociales entre los jóvenes.

Se toparon con sitios, como la Tarahumara, en donde las condiciones conflictivas de la localidad no les permitió realizar el trabajo de campo y hacer las entrevistas como en otros lugares, y se tuvieron que contentar con explorar los documentos de los equipos pastorales. Hallaron que los males en esa región no sólo provenían del narcotráfico sino también de la minería extractiva y de la migración. La conflictividad de esa zona la podemos constatar en una noticia de inicios de mayo de 2016 en la que se dice que varios estudiantes de la Universidad Tecnológica de la Tarahumara habían sido secuestrados y después se encontraron asesinados a algunos de ellos.

Una vez que los autores de este libro dieron cuenta de cada uno de los casos, se dispusieron a buscar elementos generales. Una primera constatación fue que los tejidos sociales se encontraban en un franco proceso de fragmentación. Pero no se conformaron con hacer esa generalización sino que fueron especificándola según las características de los casos. En los que correspondían a los casos urbanos en los que se incrementaron las construcciones de viviendas y adquisición de electrodomésticos se vio que se había dado una reducción de tiempo para la convivencia barrial y familiar, pues el tiempo dedicado al trabajo y a su transportación dejaba poco o casi nada de espacio para lo común. Encima estaba la precarización laboral y el corporativismo asistencialista de todos los partidos políticos que creaban dependencias y segregaban. De esta manera había ido disminuyendo la capacidad de llegar a acuerdos, y los vínculos sociales se habían ido debilitando. Se detectaron conflictos por el narcomenudeo, por pleitos vecinales, por escasos espacios públicos para la convivencia. La fuerza de integración que pudieron haber tenido las fiestas barriales también se iba esfumando y crecía la dificultad para identificar necesidades comunes.

En los casos pertenecientes a zonas en proceso de urbanización se atisbaba la crisis del campo y las pérdidas de empleo. Aunque las fiestas religiosas habían servido para las relaciones vecinales, su proceso de mercantilización iba degradando su anterior potencia. Se iban perdiendo tradiciones como compartir alimentos. La incorporación de las madres a la vida laboral urbana dificultaba la vida familiar, y se notaban divisiones por las adscripciones partidistas. Había alto consumo de alcohol y crecía el de drogas; se incrementaba la desconfianza y la inseguridad; se iba asentando una cultura de indiferencia y de resignación ante los problemas.

Hubo zonas de acelerada descampesinización con deterioro de las organizaciones sociales que antes impulsaban la vida comunitaria. Se presentaban dificultades para llegar a acuerdos. La cohesión producida por las fiestas religiosas había entrado en deterioro; pero todavía se conservaban espacios para mejoramientos comunitarios. No obstante, había desvinculación familiar e incremento de la violencia.

En el mundo indígena, por el consumo de alcohol y drogas se iban debilitando los vínculos vecinales y familiares. Se daba fractura de vínculos comunitarios y desarraigo de identidad cultural propiciado por la migración. El clientelismo partidista dañaba la lógica comunitaria. Se iba suplantando la forma organizativa colectiva y horizontal por lógicas verticales y de subordinación política. Los programas asistenciales gubernamentales vulneraban las capacidades organizativas de los pobladores. Otra ruptura venía de la educación centrada en la competencia. No obstante, todavía había elementos que ayudaban a la reconstrucción de los vínculos como las asambleas comunitarias y los trabajos colectivos. Se vio el peligro existente, sobre todo entre los jóvenes, de desarraigo cultural por la influencia de los medios masivos de comunicación y de Internet. Se vio que había programas gubernamentales que al entregar bonos por tierra cultivada, aceleraban el proceso de mercantilización de la tierra. Los programas sociales iban incidiendo en que las comunidades perdieran poco a poco sus capacidades organizativas propias. Crecía la dinámica de intercambios por medio de dinero. No obstante, había resistencias y luchas contra los megaproyectos turísticos y extractivos. La construcción de acuerdos se mantenía por medio de asambleas y de los cargos comunitarios.

El estudio pudo llegar a identificar que el núcleo generador de la fragmentación se encontraba en el proceso de mercantilización de la vida, lo cual desvirtuaba las relaciones con la tierra y la comunidad. Había incremento de la violencia en un proceso de individualización que obstruía la identificación de lo común.

El libro destina un capítulo para examinar los determinantes que afectan el tejido social. Los autores nos dicen que la precariedad laboral, la desigualdad social, la violencia y la cultura del miedo propiciada por los grandes medios de comunicación debilitan los vínculos entre las personas. La sobrevaloración de lo económico y del consumo afecta la construcción para acuerdos comunitarios y debilita lo familiar. Otro elemento es el proceso de desvinculación de los integrantes familiares. La individualización del trabajo y su escasez provocan crisis. Los medios de comunicación promueven lo individual.

El estudio considera que la Iglesia católica tiene un espacio privilegiado para la vinculación social. No obstante, si se queda en un espiritualismo individualista y se llevan a cabo acciones pastorales asistencialistas, aquello se boicotea. El territorio y el medio ambiente condicionan el tejido social. En las comunidades indígenas la armonía con la naturaleza alienta lo comunitario, que es atacado por los proyectos de desarrollo capitalistas.

Ante la fragmentación social, el estudio propone encontrar sujetos que articuladamente promuevan un proceso de reconstrucción del tejido social. Se plantea la utopía del buen convivir, lo cual no es una receta ni un modelo cerrado. Tampoco se puede imponer. Se perfila por cada una de las comunidades según su contexto. Tiene que ver con experiencias de vinculación en una situación de respeto entre las personas y de su actividad con el medio ambiente. Es factible que las comunidades puedan ir reconociendo el buen convivir como base de la armonía social que vaya irradiando las prácticas diarias. Puede brotar del encuentro comunitario y en las búsquedas de lo común. Necesita un diálogo intergeneracional, intercultural, interdisciplinar que detone reflexión colectiva. Se apunta a la festividad integradora, a la construcción instituyente y no a la instituida porque se burocratiza.

El libro propone una compleja definición del buen convivir que convendría examinar, estudiar, debatir, pero sobre todo practicar. Se lanza una dinámica hacia el encuentro de una alternativa radical de estilo de vida, construyendo colectivamente condiciones sociales, económicas, políticas y culturales basadas en la solidaridad con los otros y en el cuidado de la casa común, nuestro planeta.

En las propuestas se encuentran abandonar el consumismo, la mercantilización y las visiones antropocentristas; intentar practicar reconciliaciones familiares, y hacer énfasis en una educación para el bien convivir; buscar significados comunes en relatos locales que vinculen a las personas con la comunidad y la naturaleza; favorecer las prácticas de examinar, debatir y llegar a acuerdos comunes construidos horizontalmente sin la relación que establece la existencia de dirigentes y dirigidos; insistir en la autonomía comunitaria; provocar actitudes que valoren la conexión entre todos, y abandonar el antropocentrismo para promover el biocentrismo, esa libertad responsable de saber vivir con lo necesario sin dañar la naturaleza.

En el libro todavía encontramos formulaciones acerca del concepto de desarrollo; pero tal vez podrían encontrar los autores que las visiones desarrollistas riñen con su propuesta de la dimensión ecocomunitaria.

Otro de los grandes aciertos de este libro es que plantea una metodología viable para la reconstrucción del tejido social propiciando la vinculación de sujetos locales con capacidad para realizar un diagnóstico compartido de su situación y para construir un proyecto común. El libro resulta muy aleccionador sobre cómo hacer precisamente dichos diagnósticos, y da pistas sólidas para impulsar soluciones de convivencia social profundamente solidarias. Las propuestas concretas de este libro se dinamizarían si entraran en diálogo explícitamente con las experiencias zapatistas. Los zapatistas nunca han dicho que sean un modelo a seguir, ni que no tengan contradicciones ni problemas que examinan constantemente. Insisten en que cada comunidad debe ejercer su autonomía según sus propias condiciones y de acuerdo con su creatividad. Se han abierto a ser visitados para que se constate que muchos problemas sí se pueden resolver, como abandonar el alcohol y la droga, no tener una agricultura con semillas modificadas, pesticidas y fertilizantes químicos que dañan la tierra, resolver autónomamente la justicia, la educación, la salud y la incorporación de los jóvenes al proyecto de autonomía. Un gran logro que han alcanzado es que las mujeres zapatistas tomen un papel primordial tanto en la vida comunitaria como en sus órganos de gobierno autónomos. Examinar esas experiencias siempre será provechoso para otros proyectos de biocentrismo.

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