SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.28 número83Vivienda mínima obrera en el México posrevolucionario: apropiaciones de una utopía urbana (1932-2004) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.28 no.83 México jul./dic. 2015

 

Reseñas bibliográficas

 

Fernando Barrientos del Monte, Buscando una identidad. Breve historia de la ciencia política en América Latina

 

Joel Trujillo Pérez

 

México, Fontamara/Universidad de Guanajuato, 2014

 

Las ciencias sociales, como campo de conocimiento específico, se han desarrollado de manera desigual. Esto es más claro cuando nos encontramos insertos dentro de alguna de las disciplinas que abarca, sobre todo si se piensa que cada una puede coadyuvar a resolver problemas reales y cotidianos de la vida en sociedad. Probablemente esto ya se ha señalado para el caso de la antropología que, desde sus inicios y profesionalización en México, a principios del siglo pasado, se encontraba dispuesta como herramienta de Estado para la incorporación de las poblaciones indígenas, y donde los recursos -sociales, económicos y políticos- fluían desde el centro rector comandado por el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), posteriormente Partido Revolucionario Institucional (PRI), a la causa "legítima" e indiscutible de hacer un país mayormente homogéneo con las características de los países de Europa o Estados Unidos. Como ejemplo de las políticas de incorporación, se olvidó -o no se reconoció- que este último país llevó a cabo, desde su conformación, una cruenta campaña de limpieza étnica para conformar la nación que hoy conocemos, con estatutos fenotípicos muy particulares, pero siempre aspirando al arquetipo del hombre blanco, protestante y con propiedades.

La búsqueda de una identidad mexicana se hizo tarea propia de Estado posrevolucionario, y para ello se hacía factible fortalecer la antropología como herramienta para la incorporación del indio, del atrasado, a la moderna sociedad de mediados de siglo. Como señaló Claudio Lomnitz en una ponencia reciente en el Museo Nacional de Antropología (MNA), la antropología se coronaba como "la reina de las ciencias sociales" (2014) y sus estudios eran apoyados con cuantiosas posibilidades. El caso de Manuel Gamio y la construcción del MNA eran el pódium sobre el cual se edificaba una concepción donde "la antropología debe ser el conocimiento básico para el desempeño del buen gobierno, ya que por medio de ella se conoce a la población que es la materia prima con que se gobierna y para quien se gobierna" (Manuel Gamio, Forjando patria, México, Porrúa, 2006, p. 15). La antropología como ciencia de Estado, la cual ha sido sustituida recientemente por la economía.

Para entonces, la ciencia política no era parte del debate nacional en México. Dicha disciplina se encontraba afín a las problemáticas y fenómenos de países llamados como de "primer mundo". Se encargaba de estudiar los sistemas políticos altamente formalizados, institucionalizados, sus variantes y posibilidades de la democracia en un mundo poco constante y estable con apariciones de regímenes clasificados estrictamente, donde la democracia era el ideal a seguir mientras que el autoritarismo y la dictadura hacían su aparición en diversas partes del mundo, incluyendo América Latina -tal vez el mejor ejemplo de ello sea David Easton y sus obras en torno a los sistemas políticos entre la que destaca The Political System-, donde el principal fenómeno estudiado se centra en "The Study of Politics" (1953: 1). Cito en inglés pues la problemática acepción y traducción anglosajona de política ya ha sido discutida en numerosos espacios en los que no agregaré más. Mientras tanto en Francia, Duverger realizaba la obra de lo que sería el caldo de cultivo de la ciencia política: Les partis politiques (1951), con lo que inauguraba la temática central para la ciencia política que continúa hasta nuestros días, ambos con cierto recelo de exclusividad. Ambos estudios y autores seguían la ya característica funcionalista de los estudios sociales llenos de inputs, outputs, feedbacks y demás semántica utilizada para otorgar la cientificidad necesaria que legitimara los estudios de la ciencia política en singular. No es casual, entonces, que Fernando Barrientos rastree esta historia de la ciencia política, allí donde el contexto y las posibilidades permitían el estudio libre fuera de problemáticas de represión, cruentas batallas, asesinatos y persecución política de toda índole.

Epistemológicamente, y como lo hace notar Guillermo Bonfil Batalla (México profundo. Una civilización negada, 2011: 121-228), la antropología había tomado, reformulado y adaptado al sujeto indígena -al indio- como su "objeto" propio y exclusivo de estudio. Por su lado, la ciencia política realizaba esfuerzos por delimitar su campo de estudio alejado de las tradiciones que Barrientos hace bien en puntualizar:

Hasta hace algunos años no solamente existía consenso entre los científicos sociales alrededor de la idea de política, sino que tampoco lo había respecto a la denominación de la materia. De la sociología, el derecho, la economía y la historia se importaron teorías, conceptos y metodologías de las cuales emergieron varios enfoques que enriquecieron a la disciplina, pero al mismo tiempo dificultaron su autonomía (p. 21).

La cita permite ejemplificar que nombres como Herman Heller y Hans Kelsen, si bien fueron los que dieron génesis a la ciencia política contemporánea (pp. 46-56), se encontraban insertos en el derecho como principal aporte al estudio de los fenómenos políticos, la influencia jurídico-constitucionalista.

La formalización de la misma en los años cincuenta en Estados Unidos va de la mano con la implementación de un método científico capaz de controlar las contingencias propias de la sociedad con la implementación de "variables". La teoría de sistemas se había apoderado de la disciplina. Por un lado se encontraban los hardliners (duros) con leyes, correlaciones, causas y explicaciones que definían la esencia de los fenómenos estudiados de manera dura, cargada hacia la omnipotencia con estándares estadísticos y numéricos. Para historiar y delimitar los puntos de quiebre, Barrientos hace un recorrido tanto sincrónico como diacrónico que le permite observar aquellas coyunturas y contextos que propician los cambios empírico, sea en personajes, revistas, universidades y, sobre todo, de los enfoques al interior de la nueva disciplina que definirán su rumbo y le darán la forma con la que la conocemos actualmente.

Los fenómenos propios y característicos de la región hasta entonces se habían analizado y estudiado desde la historia, la sociología y la antropología, ya que la ciencia política parecía inexistente. La sociología era entonces la encargada de problemáticas latinoamericanas donde sobresalen nombres como Octavio Ianni, Pablo González Casanova y Ruy Mauro Marini, quienes encabezan el estudio de fenómenos políticos, originando "una disciplina sociologizada", nombre del cuarto capítulo de la obra reseñada. Aún quedaba en segundo plano la ciencia política, en tanto no se lograba posicionar del todo dentro del pensamiento intelectual y académico, tanto en México como en América Latina. Para entonces, las fluctuaciones e influencias de la región incorporaban al marxismo como herramienta en el estudio de la política, como método de las ciencias sociales. Entonces eran identificadas dos corrientes de marxismo: el dogmático y el crítico. El autor realiza una provocativa clasificación e identificación de corrientes que buscaban un método, categorías y conceptos propios en el centro de la disciplina, pero la ciencia política encontraría otro obstáculo en su proceso de autonomía como disciplina. La poca democracia con la que se contaba no permitía, de muchas maneras, el desarrollo de la ciencia política y los pocos estudios que se realizaban daban cuenta de que los estudios propiamente latinoamericanistas provenían aún de Estados Unidos, de autores como Schmitter, Stephan, O'Donnell y Linz.

"El impacto de la democratización como proceso" es el título del capítulo cinco, donde el autor realiza un balance de los años ochenta donde "el rol del politólogo empieza a ser reconocido como un experto en las cuestiones estrictamente políticas". Se dilucida entonces una disciplina acorde a las condiciones reales de América Latina y comienzan a surgir nombres y posicionamientos que el autor identifica a la perfección.

Es hasta mediados de los años ochenta que diversos factores dan paso a la institucionalización de la disciplina en nuestra región. Acompañada de procesos de liberalización económica, elecciones libres y el resurgimiento de los partidos políticos, es que la correspondencia entre procesos políticos y ciencia política permite su desarrollo acompañada de medios, revistas, libros e instituciones verdaderamente especializados en el tema. En distintos países aparecen publicaciones con prestigio propio y acorde a las necesidades particulares, favoreciendo el conocimiento producido desde la región para la región.

Fernando Barrientos contabiliza las publicaciones de ciencia política, señalando a México, Brasil y Argentina como centros productores de conocimiento científico en sus diversas áreas pero atendiendo a las ciencias sociales, y en especial a la ciencia política, disciplina que se ha fortalecido con el transcurso de los años. Corresponde también señalar que muchas de las publicaciones, editoriales y textos han sido efímeros, ya que este campo del conocimiento no se valora lo suficiente respecto a otras que tienen una aplicación inmediata, como en la física, la química y la biología, entre otras.

Como un balance de la situación actual de la ciencia política, en el capítulo ocho, "El futuro de la ciencia política en América Latina", el autor hace referencia a las situaciones que la disciplina enfrenta en estos tiempos. La endogamia persistente o sectarismo visto en muchas instituciones elimina la posibilidad de crecer como área del conocimiento político de las sociedades. A ello se suma la permanencia de paradigmas, metodologías y conceptos que ya parecían superados y que no corresponden a sus funciones para las cuales habían sido creadas. Además, la lucha constante entre los cuantitativos y cualitativos no permite la cohesión de la ciencia política y, a su vez, no les permite entender que dichos enfoques son complementarios en un mundo donde la complejidad de los fenómenos rebasa posibilidades numéricas o empíricas de estudio.

Por último, Fernando Barrientos apunta de manera acertada que "nuevos retos enfrenta la ciencia política latinoamericana, fenómenos políticos que requieren interpretaciones novedosas a la relectura de los clásicos: la emergencia de nuevos actores que retan el poder hegemónico del Estado, como el crimen organizado transnacional y las grandes empresas que dominan las economías". Esto parece de suma importancia en un contexto de constantes cambios; podemos entender que la ciencia política no puede estar más alejada, como lo hicieron sus autores, sus discursos y textos fundantes, de la realidad concreta en que se desarrolla, por lo que deberá incorporar los nuevos elementos sociales de la realidad. No puede estar alejada de las condiciones que la originan y dan vida.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons