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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.26 n.79 México Jul./Dec. 2013

 

Artículos

 

La "consagración" de un sacerdote en las "asambleas" de sabios americanistas: el caso de monseñor Pablo Cabrera (1910)*

 

Mariela Eleonora Zabala**

 

** Doctora por la Facultad de Filosofía y Humanidades-Universidad Nacional de Córdoba. Línea principal de investigación: Historia de la antropología argentina y su modo de hacer teoría antropológica.

 

Resumen

A partir del reconocimiento de un espacio expositivo montado en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), en este artículo se indaga y reconstruye la consagración académica-científica de monseñor Pablo Cabrera en dos congresos de americanistas que tuvieron como escenario Buenos Aires en 1910. El XVII Congreso Internacional de Americanistas y el Congreso Científico Internacional Americano fueron el lugar donde Cabrera ingresó, se presentó a través de sus investigaciones y se consagró como un hombre de ciencia. Pero lo detonante es que en el primer congreso se debatió el origen del hombre. Entonces, ¿cómo un hombre cristiano, profeta de las verdades del dogma escuchaba las verdades racionales de la ciencia?

Palabras clave: americanismo, 1910, monseñor Pablo Cabrera, verdad.

 

Abstract

Based on the acknowledgement in an exhibition at the National University of Córdoba (Argentina), this article investigates and reconstructs the academic-scientific consecration of Monsignor Pablo Cabrera at two Americanist congresses that took place in Buenos Aires in 1910. The 17th International Congress of Americanists and the International American Scientific Congress were where Cabrera was accepted, presented his research, and was consecrated as a man of science. However the spark was that in the former there was debate on his origin. How then could a Christian man, a prophet of the truth of the dogma, listen to the rational truths of science?

Keywords: Americanism, 1910, Monsignor Pablo Cabrera, truth.

 

Al ingresar a la Sección de Estudios Americanistas de la Biblioteca Elma K. de Estrabou de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (FFyH-UNC), se veía al fondo un armario antiguo y al continuar la marcha se ampliaba nuestro campo visual y se armaba ante nuestra mirada cautivada un "estudio".1 Así se podía ver el espacio solemne:

¿A quién se le estaba rindiendo homenaje? Nada estaba por escrito al respecto, sólo que la viga del techo estaba tapizada por títulos y retratos de monseñor Pablo Cabrera. Ante esta evidencia busqué la confirmación por parte de la bibliotecaria Silvia Fois, quien raudamente comenzó a señalarme cada objeto y contarme algo de su histórica pertenencia y derrotero hasta llegar allí. "El sillón había pertenecido al deán Gregorio Funes; esos dos libros fueron confeccionados con motivo de sus bodas sacerdotales y todo el resto del mobiliario hasta la lámpara fue de monseñor. El atril por supuesto que lo hemos puesto nosotros y es actual" (comunicación personal del 30 de agosto de 2008).

El deán Funes fue obispo provisor de la Diócesis de Córdoba en 1793, rector de la universidad en 1807 y defensor de la Revolución de Mayo de 1810. Este espacio estaba separado de la sala de lectura por una soga bordo con un cartelito colgante que nos advertía: "Prohibido pasar". Tal vez a alguien, alguna vez, se le ocurrió sentarse en ese sillón o abrir el armario o sólo el cartelito nos indicaba que atrás había algo de "valor" histórico y económico.

Este espacio expositivo es susceptible de varias lecturas, pero puesto en contexto sólo encontramos uno similar en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), dedicado a Dalmasio Vélez Sarsfield (1800-1875). La sala de exhibición está separada de la de lectura, conservando allí los manuscritos originales del Código Civil argentino de 1869, la biblioteca personal, una mesa y un busto de Vélez Sarsfield. A este lugar se ofrecen servicios de visitas guiadas.

De alguna manera monseñor Cabrera quedaba equiparado, por este montaje, a un prócer nacional de la jurisprudencia, y el escenario era también una biblioteca, aunque sin sus libros, documentos y manuscritos, y sin las marcas que dieran cuenta de su adscripción eclesiástica, exceptuando su fotografía. De todos modos, debía quedar claro que el escritorio del homenajeado era su lugar más destacado, su fuente de ideas, su taller de conocimiento. Para el contexto de la Facultad la significación de Cabrera residía en el escritorio (y el sillón), no en el púlpito, el confesionario y lo que se observaba en el atril era un documento histórico y no una Biblia.

La Sección de Estudios Americanistas era el "vestigio" del pasado instituto de nombre homónimo, del cual sólo quedaba la colección de mapas, fotografía, documentos y libros. El instituto se había proyectado el 14 de agosto de 1936 por iniciativa del rector de la UNC, doctor en derecho Sofanor Novillo Corvalán, con el objetivo de "promover e intensificar las investigaciones de carácter histórico". Esta iniciativa surgió a partir de "los libros, documentos, manuscritos y museo" de monseñor que ofreció en venta su hermana Teresa a la UNC. La propuesta fue aceptada y la transacción se efectuó el 23 de julio de 1936, meses después al deceso de su dueño que había ocurrido el 29 de enero de dicho año (Requena, 2009).

Ante este espacio expositivo histórico surge la pregunta de qué hizo para el desarrollo de la ciencia —y más específicamente para el campo del americanismo— monseñor Pablo Cabrera, que mereció este homenaje en un espacio académico en la Universidad que fue la cuna de la Reforma Universitaria de 1918, en pleno siglo XXI, y a casi 70 años de su muerte.

Pero antes un dato más: el otro instituto que surgió en 1940, en el seno de la misma Universidad, fue el Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore "Monseñor Pablo Cabrera", el cual años más tarde pasó a llamarse Instituto de Antropología, y hoy parte de aquel instituto es el Museo de Antropología (FFyH-UNC) (Ferreyra, 2006). Hasta 2008 la biblioteca de dicho Instituto se encontraba en la Sección Antropología de la Biblioteca. Será que para la época de creación de ambos institutos se consideraba que las investigaciones de monseñor Cabrera pertenecían al campo de las ciencias antropológicas. Las secciones de antropología y americanistas han permanecido separadas hasta el año 2008, cuando fueron reunidas en un mismo espacio físico y aún no está definido el nombre pero los usuarios seguimos llamándola "americanistas".

Siguiendo los indicios de "Americanistas", en este artículo analizo e interpreto el surgimiento de monseñor Pablo Cabrera a partir de su consagración pública en 1910, con su participación en dos reuniones de "sabios" en el corazón académico de la Argentina, La Plata y Buenos Aires, siendo ésa la categoría con que se designaba a las personas de conocimiento y que pertenecían a la comunidad de científicos, esto es, a los cultores y promotores del saber racional y empírico.

 

UN POCO DE SU VIDA

Pablo nació el 12 de septiembre de 1857 en la provincia de San Juan, hijo de Pablo José Cabrera, comerciante de mulas oriundo de Chile, y Melitona de Fesas Mercado.2 Era uno de los seis hermanos, según me lo transmitió su sobrina nieta y biógrafa Delia: Arturo Rufino,3 Pablo, Teresa, Mercedes, Virginia y Clara Rosa. Clara fue monja de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora, radicada en Godoy Cruz (Mendoza); Teresa y Virginia vivieron con monseñor Cabrera en Córdoba (comunicación personal del 25 de septiembre de 2008).

Su madre tenía ya dos hermanos sacerdotes: Domingo (miembro de la orden de los Padres Dominicos) y Eleuterio (miembro del clero regular de la Diócesis de Córdoba). Domingo había traído a Eleuterio a formarse como sacerdote en la Diócesis de Córdoba. Eleuterio alcanzó el cargo de vicerrector del Seminario Nuestra Señora del Loreto de Córdoba en 1874, y fue él quien costeó y acompañó los estudios de Pablo hasta su ordenación, que tuvo lugar en la Diócesis de Cuyo el año 1883.4

Pablo fue estudiante del seminario ocupando una beca de la diócesis de San Juan de Cuyo.5 Estas becas eran resultado de acuerdos entre diócesis que carecían de un centro formador de sacerdotes, con una diócesis que contaba con un seminario, como era el caso de Córdoba. Eleuterio Mercado, quien para la fecha de formación de Pablo, estando residiendo en Mendoza, pagó sus estudios, pero su "padrinazgo" no fue sólo éste. Además, lo vinculó con el mundo de la Iglesia y con sus contactos personales, sobre todo a partir de haber ocupado el cargo en el seminario. Ello le permitió vincularse con la familia de los demás seminaristas, gente de clases acomodadas de estas provincias viejas. Por su parte, y en tanto que comerciante de mulas, su padre, también lo vinculó con un amplio campo de relaciones sociales. Recordemos que, hasta la primera mitad del siglo XIX, Córdoba se especializaba en la producción mular para los mercados mineros andinos, a lo que se suma que desde 1770 comenzó a exportarse ganado en pie hacia Chile. Las guerras de la independencia generaron "una crisis social de masas", es decir la transformación del mercado, la pérdida de fuentes de trabajo y la reducción de quienes se dedicaban al fructífero mercado mular, lo que probablemente afectó la fortuna del padre de Pablo y lo habría llevado a abandonar a su familia y emigrar a Chile, su tierra natal. Cuando quise aclarar este punto, Delia me respondió con la ya sabida barrera: "son secretos de familia que nunca nos enteraremos" (comunicación personal del 24 de septiembre de 2008). Sin embargo, puede inferirse que la carrera sacerdotal le ofrecía a uno de los dos hijos varones de una familia del interior a cargo sólo de la madre, un futuro relativamente promisorio y de prestigio.

Cuando Pablo cursó sus estudios en la universidad, en tiempos en que no había diferencias entre quienes aspiraban al sacerdocio y quienes aspiraban a ser abogados, sus relaciones se ampliaron. Según el libro de exámenes que se conserva en el Archivo General Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba (AGHUNC), Pablo rindió materias entre 1872 y 1881, aunque no está asentado en ningún libro su egreso como licenciado.

Durante los años de estudio de Pablo, la Iglesia y la Universidad venían manteniendo serios conflictos, que se generaron cuando el Poder Ejecutivo Nacional creó la carrera de teología en 1880. El rector de la Universidad, Alejo Carmen Guzmán, decidió nombrar a los docentes de la carrera de teología, pese a que el obispo fray Mamerto Esquiú apeló por considerar que le cabía a él esta potestad, según el Concilio de Trento. Tal diferencia condujo al cierre temprano de la carrera y al pase de formación de los seminaristas al Seminario Mayor Nuestra Señora de Loreto del Obispado (Ansaldi, 1997). Por esta decisión, los seminaristas perdieron la formación universitaria y el espacio de socialización con futuros intelectuales y políticos cordobeses laicos. Pese a este corte, Pablo rindió el examen de teología en la Universidad el 24 de noviembre de 1881.

En el mismo proceso de secularización, otro conflicto se suscitó entre la Iglesia católica y la Universidad, debido a las tesis doctorales de José del Viso (aprobada en 1883) y Ramón J. Cárcano (aprobada en 1884), respaldada por su "padrino" de tesis Miguel Juárez Celman. Del Viso debatía la "libertad de testar" y Cárcano sostenía la igualdad de derechos civiles entre "hijos naturales, adulterinos, incestuosos y sacrílegos". Ambos afirmaban la defensa de la libertad de pensamiento y conciencia, y dichas tesis fueron aprobadas por los docentes universitarios pero condenadas por el obispo, monseñor Jerónimo Emiliano Clara, porque cuestionaban un terreno donde la norma jurídica estaba, hasta entonces, impregnada de principios y fundamentación teológica (Ansaldi, 1997; Buchbinder, 2005).

La ordenación sacerdotal de Pablo fue aún más compleja, aunque dicha complejidad se desplegó al interior de la institución eclesiástica. El director del seminario en 1877, "monseñor Eduardo", autorizó a Cabrera a recibir la tonsura clerical y las cuatro órdenes menores, esto es, el primer grado clerical de preparación para la ordenación sacerdotal final.6 Pablo escribió entonces una carta al obispo de Córdoba, afirmando su deseo de "ser un sacerdote de Córdoba". Pero, llamativamente y como ya señalé, la ordenación se llevó a cabo en la Diócesis de Cuyo en 1883. De modo que es factible que esta opción no fuera bien recibida por el obispo cordobés que siendo Pablo "un hombre de la Iglesia" de Córdoba había decidido ordenarse en otra diócesis, cuando ya había manifestado su aspiración a pertenecer a esta diócesis habiendo allí recibido la "Tonsura y cuatro órdenes menores". Este desplazamiento a otra provincia, cierto que temporario, debe haberle obstaculizado su reinserción en Córdoba, siendo asignado a su regreso como capellán en el Colegio Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, al otro lado del río Suquía, el cual separaba a la ciudad de los nuevos "pueblos" que surgían a la sazón de la modernización provincial a fines del siglo XIX.

Entre 1884 y 1896 la capellanía fue en el colegio que era un establecimiento de niñas y sede del noviciado de la congregación, fundada años antes en Pueblo Nuevo General Paz, en terrenos donados por Augusto López. Luego, en dicho lugar se fundó el Colegio Calasancio bajo la dirección de los Reverendos Padres Escolapios (Boixados 2000: 69-106). La importancia de estos espacios religiosos católicos radicados en ese Pueblo Nuevo se fundaba en la presencia de una cantidad considerable de personas que profesaban el protestantismo, oriundos de Inglaterra y arribados como obreros del ferrocarril. Luego, el presbítero Cabrera fue asignado como párroco en la Parroquia del Pilar, ubicada a las márgenes de la ciudad colonial. Sobre un total de poco más de 20 000 habitantes en dicha parroquia, según el presbítero Cabrera, a partir de los datos que le ofreció la Oficina de Estadísticas de la Provincia, había unos 300 protestantes con dos salones (templos), uno dedicado a la primera enseñanza y otro al canto.7

El presbítero Cabrera ejercía como párroco en un espacio de frontera con la modernización, la periferia de la ciudad colonial y de cara a una población nacional y socialmente diversa llegada de la inmigración europea de finales del siglo XIX a la ciudad de Córdoba. Toda su vida sacerdotal hasta su retiro, el 31 de julio de 1929,8 permaneció en la Parroquia del Pilar, a pesar de haber recibido su distinción como "monseñor" antes de 1910, a pedido del obispo Zenón Bustos al papa Pío X. Como no es un grado en la ordenación sacerdotal, ni un sacramento, no queda asentado en ningún libro de la Iglesia.

 

LAS "ASAMBLEAS" DE SABIOS DEL AMERICANISMO EN 1910

Un año muy particular para la Argentina fue 1910, y también para monseñor Cabrera. Como parte de las celebraciones por el Centenario de la Revolución de Mayo, se hicieron en el Río de la Plata dos reuniones científicas en las que él participó como "representante" de la Universidad Nacional de Córdoba. Ambas reuniones tenían por temática convocante al "americanismo": uno fue el relevantísimo XVII Congreso Internacional de Americanistas (CIA) organizado por la sociedad homónima, que se llevó a cabo entre el 17 y el 23 de mayo en la Ciudad de La Plata, cumpliendo tres décadas como capital provincial, y otro, el Congreso Científico Internacional Americano, entre el 10 y el 25 de julio en la ciudad de Buenos Aires.9

Los asistentes llegaban a estas reuniones por previa invitación del comité organizador; algunos asistentes, además, presentaban o "leían" los resultados de sus investigaciones. Auspiciaban estos trabajos y reuniones instituciones públicas como la Universidad, los museos y las academias nacionales, y espacios privados como las sociedades eruditas (Learned Societies se les llamaba en Europa y en EE.UU.), la Sociedad Científica Argentina (1872) y la Junta de Historia y Numismática Americana (1893), para el caso de Buenos Aires. En Córdoba, la Academia Nacional de Ciencias contaba con financiamiento para desarrollar viajes de campaña, labor editorial para publicar los resultados de las investigaciones y una biblioteca especializada que se enriquecía por medio del intercambio con instituciones del extranjero.

Veremos a continuación que los eventos de sabios de 1910 en La Plata y Buenos Aires, deben haber puesto al presbítero Pablo Cabrera —título con el cual consta en las actas y referencias a los congresales— ante un dilema entre la verdad racional y la verdad revelada. Cabrera transitó entre ambas verdades con una maestría que difícilmente haya sido casual e inocente.

 

El Congreso Internacional de Americanistas

El cía era una "comunidad científica" internacional, que se estaba construyendo desde su creación en 1875 en Francia, reuniendo a científicos dispersos geográficamente, y unidos por la preocupación fundamental de estudiar a la América precolombina. Era una red que se constituía en torno a una problemática específica, buscando demarcar su campo de saber y generar una producción y flujo de conocimientos que incidiera en la creación de autoridad dentro del mismo campo disciplinar y la irradiara para diferenciarse de otros campos disciplinares (López-Ocón, 2002).

Esta comunidad reunida en Viena, Austria, eje de la ciencia europea en 1908, eligió La Plata como sede de la futura reunión del CIA. En 1910 sería la primera reunión organizada en suelo americano. "El Americanista", como se lo llama habitualmente, tendría como sede a una ciudad de urbanización reciente y modernista, que se ufanaba de su proximidad con la ciencia y el saber, con una flamante universidad que daría prueba del desarrollo de las ciencias en el nivel más avanzado de la ciencia occidental. Allí estaba el gran laboratorio del naturalismo, el Museo de Ciencias Naturales, con las colecciones más diversas de objetos, materiales y culturas más representativas de todo el territorio de la República, con los implementos más sofisticados de medición, clasificación y exposición, y con encumbrados profesores contratados en el extranjero, especialmente en Alemania.

No sólo era ésta la primera reunión convocada en América, sino que en Viena se les habían encargado los trabajos preliminares para la organización a los representantes argentinos: el profesor J.B. Ambrosetti, delegado por la Universidad de Buenos Aires; el profesor Robert Lehmann-Nitsche, delegado de la Universidad de La Plata; y el socio ausente Francisco P. Moreno, fundador y ya ex director del Museo de La Plata.

Esta sesión del Congreso estaba fechada para el mes de mayo, y se planificó complementar con la que se efectuaría en el mes de septiembre de ese mismo año en México, que también conmemoraba el centenario del "Grito de Dolores" del 16 de septiembre de 1810. Aunque las reuniones de americanistas se hacían cada dos años, desde su creación en 1875 en el Congreso que tuvo como sede Nancy (Francia), 1910 sería una excepción.

Los delegados del Congreso por Argentina, y encargados de iniciar la organización del próximo en 1910, fueron ratificados en sus tareas por el ministro de Relaciones Exteriores, Victorino de la Plaza, y el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Rómulo S. Naón, según decreto del 8 de julio de 1909 en Buenos Aires. La Comisión Organizadora del Congreso tuvo por "protectores" a dichos ministros y como "presidente" a José Nicolás Matienzo, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Hasta aquí nada indicaba el vínculo entre la especificidad del tema del Congreso con sus autoridades, pero entre los vicepresidentes de la reunión se vislumbra a las "autoridades académicas" ligadas a los estudios del americanismo en la Argentina: Ambrosetti, director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, catedrático suplente de Arqueología Americana de la misma unidad académica y profesor de Arqueología en la Escuela Normal Superior de Buenos Aires; Angel Gallardo, catedrático de Botánica en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires; ingeniero Otto Krause, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires; Samuel Lafone Quevedo, director del Museo de La Plata y catedrático de Arqueología americana en las universidades de Buenos Aires y La Plata, y Enrique Peña, presidente de la Junta de Historia y Numismática Americana, Buenos Aires.

Estos perfiles coinciden en ser universitarios de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de La Plata (UNLP), salvo Peña, y dedicados a distintas disciplinas académicas, como eran la Arqueología, la Botánica y la Ingeniería, pero con una raíz común como era su vínculo a las Ciencias Naturales. Otra recurrencia es que los dos museos universitarios más importantes, por su antigüedad y colecciones, el Etnográfico de Buenos Aires y el de La Plata, estaban representados por sus máximas figuras, sus directores. Sin embargo, no se cuentan hasta aquí representantes del interior del país, los que sólo aparecieron como parte de los 27 vocales. No consta cómo fueron elegidos, aunque es muy probable que conformaran una red que venía tramada desde algún tiempo atrás.

Los vocales fueron Miguel Lillo, químico y naturalista tucumano; Tomás Miguel Arañarás, catedrático de Historia del Derecho; Santiago F. Díaz, catedrático de Historia de las Instituciones Representativas; Guillermo Bodenbender, de Geología, y Pablo Cabrera, presbítero, los cuatro por la UNC; otro presbítero fue el salteño Julián Toscazo y el vicario de las Posadas (Misiones) Federico Vogt; el coronel Luis Jorge Fontana, director de la Escuela de Vitivinicultura de San Juan; y un extranjero de nacionalidad uruguaya, Benigno T. Martínez, profesor de Historia y Geografía en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal de Uruguay. Así, no todas las provincias estaban representadas; Córdoba seguía a Buenos Aires y La Plata en número de vocales. En el mismo sentido tres provincias —Salta, Misiones y Córdoba— participaban con un sacerdote de la Iglesia católica.

¿Qué lugar ocupaban los sacerdotes católicos en el saber científico de gestión provincial? Si retomamos lo interpretado por López-Ocón (2002) acerca de los orígenes de los congresos de americanistas, él considera que en estos espacios coexistieron diversos estilos de pensamiento, basados en diferencias ideológicas, adscripciones nacionales, o tradiciones disciplinares. Entonces, no nos debería sorprender que entre los "científicos americanistas" hubiera "sacerdotes".

Pero volvamos al tema del provincialismo y la presencia de los sacerdotes en el quehacer del americanismo. Córdoba era la sede de la primera universidad fundada por la Compañía de Jesús y establecimiento escolar argentino. Salta era también una provincia vieja y contenía a una tradicional sociedad hispana. Misiones, aún territorio nacional, limitaba con Paraguay y Brasil, y estaba sujeta a una masiva colonización agraria europea, después de ser escenario aledaño de la Guerra del Paraguay. Su aporte al americanismo estaba probablemente ligado a que se trataba de una antigua provincia jesuítica con misiones indígenas largamente desaparecidas. Para la fecha, Misiones, Salta, San Juan y Tucumán carecían de universidades.

San Juan, Salta y Tucumán eran viejas provincias marcadas por la presencia indígena, durante el periodo colonial ruta de paso del comercio a Chile y al Alto Perú, respectivamente, y para finales del siglo XIXpujantes productoras de materias primas para la exportación, como el vino y la caña de azúcar. En el campo intelectual San Juan fue la cuna de Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la nación argentina en el proceso conocido de conformación del Estado moderno y laico, y Tucumán, de Juan Bautista Alberdi, redactor de las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina en 1852. Tucumán y San Juan proveían de dos nombres nodales para la conformación de las ideologías rectoras del Estado nacional moderno.

Si este CIA fue trascendente porque por vez primera se reunían los científicos europeos y americanos en el continente estudiado, los americanistas del norte confiaban ahora la organización de su espacio de socialización más importante a los americanistas del sur. Pero ¿a quién? Precisamente a los argentinos, que durante el periodo histórico conocido como la formación del Estado nacional argentino (1862-1880) había sido un momento de afianzamiento del orden, el progreso y la organización nacional. Sarmiento, durante su presidencia (1868-1874), tuvo una decidida política para atraer maestros, profesores y científicos de los países del norte europeo para que dirigieran el sistema escolar público, así como las nuevas instituciones científicas para el desarrollo y la enseñanza de la ciencia moderna. Por entonces, en Argentina residía una masa crítica de científicos del norte que se sumaba a un entusiasta plantel local.10 La ciencia debería servir a la modernización y, por ende, a la secularización de la sociedad argentina y de sus instituciones.

Precisamente, los asistentes a las reuniones en Buenos Aires y La Plata procedían de varias especialidades disciplinares, y algunas de las personalidades que nos interesan rescatar son Lehmann-Nitsche, Lafone Quevedo y Ambrosetti, a quienes José Imbelloni caracteriza en su historia de la antropología argentina como los "antropólogos pioneros". Estos hombres dejaron de hacer antropología exclusivamente en los museos, para ampliar su radio de acción a la docencia universitaria (Fígoli, 1990: 370).

Córdoba participaba del evento desde otra posición, entre clerical y modernizada. Sede de la Universidad fundada por los padres jesuitas, sede de la Diócesis de Córdoba que albergaba al Seminario Mayor de Córdoba Nuestra Señora de Loreto y, más tarde, hacia finales del siglo XIX, sede de la Academia Nacional de Ciencias, lo cual confirmaría una orientación secular. La definición de científico y de sabio atravesaba la filosofía definitoria del cónclave.

Para Alejandro Rosa (1854-1914), primer director del Museo Mitre y miembro fundador de la Junta de Historia y Numismática Argentina al momento de recibir a los congresistas en el Museo, "Deben pasar por estos Congresos vuestros estudios personales, como pasan por el prisma de colores del iris, y las conclusiones a las que lleguéis, serán la luz blanca que disipará con su esplendor y brillo las tinieblas de la América Precolombina" (Actas del XVII Congreso, 1912: 60).

En estas palabras Rosa ponía de manifiesto la importancia de estos congresos como ámbitos de esclarecimiento e iluminación sobre periodos que aún estaban en el misterio, como eran el periodo de la América precolombina y las poblaciones indígenas. En estas reuniones de sabios se ponían en contacto "hombres de distintas patrias para realizar una tarea que interesaba en común a toda la humanidad", con el objetivo, según los estatutos votados en el primer Congreso Internacional de Americanistas, de "contribuir al progreso de los estudios etnográficos, lingüísticos e históricos". Allí se cotejaban y legitimaban saberes y se establecían "las verdades" sobre el pasado americano. En los congresistas residía "la virtud de avivar el sentimiento de solidaridad que vinculaba entre sí a los investigadores de todos los países del mundo, por encima de todas las fronteras internacionales". Los conocimientos que estos sabios generaban no servían sólo para escribir la historia local y nacional, sino también para la historia mundial que, en un mismo movimiento, constituía a la comunidad científica del mundo. El saber cómo las verdades religiosas eran consideradas un bien de la humanidad, y los sabios y consagrados también.

José Nicolás Matienzo, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en su discurso inaugural como presidente del CIA valoraba los "criterios distintos" y "los puntos de vista diferentes" porque impiden "la formación de opiniones y doctrinas unilaterales". Con claridad diferenciaba el conocimiento de las opiniones. La posibilidad de hacer una doctrina única y monocorde, y el lugar exclusivo de la autoridad sobre el saber, quedaba desmerecida, más aún si no podía discurrirse en función de comprobaciones o evidencias, como era en el caso de la doctrina cristiana.

Como todos aquellos que se dedicaban a las Ciencias Naturales a comienzos del siglo XX, los americanistas querían conocer el origen y la antigüedad del hombre pero, como su nombre lo indica, sus esmeros se orientaban a los orígenes del hombre en el continente americano desde disciplinas de las más diversas: Arqueología, Geografía, Etnografía, Lingüística, Prehistoria, Historia y Antropología Física. Para Rosa era tarea de los americanistas "[...] investigar el pasado del continente, buscando en las nebulosas de la tradición las civilizaciones aborígenes, estudiar su lingüística tan sorprendente, su arquitectura, su arqueología, sus usos y costumbres, para luego ofrecer a la ciencia el conocimiento del alma indígenas [...]" (Actas del XVII Congreso, 1912: 60).

El XVII CIA de 1910 es recordado por la academia del mundo como el debate entre el naturalista platense Florentino Ameghino y el checo-estadounidense Alex Hrdlicka, acerca del origen y la antigüedad del poblamiento americano. Ameghino sostenía su "teoría autoctonista", según la cual el hombre habría nacido en la región platense, y más específicamente pampeana. En contrapunto Hrdlicka postulaba la "teoría monogenista asiática", considerando que la cuna de la humanidad había sido el continente asiático, y que el hombre habría ingresado a América por el Estrecho de Bering 10 000 años atrás. Esta discusión se mantiene hasta la actualidad en la comunidad de arqueólogos; los del norte y los del sur siguen discutiendo el poblamiento y la antigüedad del hombre americano, comparando los fechados más antiguos de los restos orgánicos hallados en las exacciones, y analizados por el método del Carbono 14. Estas discusiones se recrudecieron cuando los del sur pudieron tener sus propios laboratorios donde realizar sus estudios de Carbono 14, dejando de depender de los laboratorios del norte.11

Quienes participaban en estos eventos, en tanto que autoridades y expositores, eran aquéllos considerados personalidades de sus respectivas especialidades, pero también representantes del Estado nacional, la Universidad, algún museo o asociación, lo cual demandaba un posicionamiento ante la ciencia en el concurso general de saberes. Y la provincia de Córdoba enviaba como delegado al CIA a un "presbítero", término que habitualmente usa la Iglesia para designar a sus ministros ordenados.12 Tenemos pocos registros de su actuación en la reunión, pues Cabrera no figuraba en las Actas del CIA que publicó Lehmann-Nitsche en 1912. ¿Se debía esta omisión a que para un académico y eminente científico naturalista dedicado a la Etnología, el folclore y, sobre todo, a la Antropología Física (sinónimo por entonces de la "antropología") y la presencia de un sacerdote en ejercicio era impensable en un congreso científico?

Desde 1906 Cabrera era el responsable de "las investigaciones históricas de los archivos institucionales" de la UNC, y en 1908 el Consejo Superior le encargaba la investigación de los personajes ilustres que fueron alumnos, profesores, rectores y protectores de la casa a lo largo de su historia para publicar una galería biográfica en 1914, el tercer centenario de la Universidad. Era lógico que la Universidad lo enviara como uno de sus representantes. Pero esta misión no puede soslayar el interrogante acerca de cuál sería su interés en participar de un espacio donde se valoraba lo distinto y diferente, las voces en disonancia, la luz de la ciencia iluminando a la humanidad, en disidencia con el dogma de la Santa Madre Iglesia. Es difícil creer que la otra autoridad que pendía sobre el presbítero Cabrera, el obispo de Córdoba, desconociera que un miembro de su clero participaba en estos espacios tan modernos y tan laicos donde se discutían los últimos avances del saber científico. ¿Cómo creer que el presbítero escucharía impávido que el hombre nació de un proceso evolutivo en la Pampa húmeda argentina? Seguramente habrá escuchado estas postulaciones contradiciendo a la "teoría creacionista" cristiana, formulada por parte un sabio argentino como Ameghino. Y sin embargo, no sólo permaneció en la reunión sin conocerse queja, sino que regresó al Congreso siguiente.

 

Congreso Científico Internacional Americano

En el Congreso Científico Internacional Americano, Cabrera leyó su trabajo sobre "Los lules". Este hombre de la Iglesia, cuya misión era predicar la verdad revelada en la Biblia, fue invitado a formar parte de un mundo intelectual nucleado en la Universidad más antigua del actual territorio argentino, y cuyo prestigio alcanzó distintos medios académicos del país y de América Latina tras un movimiento estudiantil conocido como la Reforma Universitaria de 1918, con una clara postula anticlerical y modernizadora (Vidal, 2005; Aguiar, 2008; Requena, 2008).

Esta segunda reunión se llevó a cabo entre el 10 y el 25 de julio en la ciudad de Buenos Aires (decidido por ley del Congreso Nacional n° 6286, en la sesión del 8 de febrero de 1909). En sus considerandos, el artículo 6 señalaba que "La comisión propenderá a la celebración en la capital de la república de un Congreso Científico Internacional Americano" en el marco de los festejos por el "Centenario de la Revolución de Mayo". La organización quedaba a cargo de la Sociedad Científica Argentina, "la institución científica nacional más arraigada y difundida". La Sociedad contaba con un espacio editorial, los Anales, que en ese mismo año ya había publicado el volumen 66 donde sus miembros "reflejan el movimiento científico del país, en todas sus manifestaciones y aplicaciones". En el campo de la investigación había "promovido y realizado las primeras exposiciones científicas e industriales, en 1875 y en 1876, y costeado la primera expedición a los Andes de la Patagonia en 1875". Estos viajes eran planificados como medio para la resolución de uno o varios problemas científicos. Entre ellos estaba la detección de riquezas minerales, las vías de comunicación por los Andes de la costa atlántica y pacífica, y la defensa de la grandeza y de la integridad territorial argentinas ante las pretensiones de Chile (Podgorny, 1999). También inició y organizó "los congresos científicos latinoamericanos que han tenido lugar en esta capital, en Montevideo, en Río de Janeiro y en Santiago de Chile". Así el Estado argentino reconocía estos méritos, dejando en manos de dicha sociedad la organización de un congreso, acaso menor que el CIA pero de una magnitud comparable. El Congreso tenía una notable "Comisión Honoraria" formada por su presidente, José Figueroa Alcorta, presidente de la República Argentina; los vicepresidentes ocupaban el gabinete nacional y las principales asociaciones científicas y de educación superior.13 Nada aún mostraba el recorte disciplinar del Congreso ni sus diferencias con respecto al CIA. Al analizar la formación de la "Comisión Directiva" vemos que su presidente fue Luis A. Huergo, presidente de la sección ingeniería. Los vicepresidentes fueron el presidente de la Sociedad Científica Argentina y Francisco P. Moreno, a quien ya mencionamos en el CIA. Cada "vocal" representaba un área del saber instituida a nivel del Estado argentino y esa misma persona presidía una sección del congreso.

El Congreso se organizó en las siguientes secciones: Ciencias Jurídicas y Sociales, Ciencias Militares, Ciencias Navales, Ciencias Químicas, Ciencias Antropológicas, Ciencias Geográficas e Históricas, Ciencias Geológicas, Ciencias Físicas y Matemáticas, Ciencias Biológicas, Ciencias Psicológicas, Ciencias Agrarias, de Propaganda y Redactora. Ameghino fue el presidente de la Sección Ciencias Antropológicas.

La comisión organizadora giró invitaciones a instituciones del país que desarrollan las más diversas disciplinas. La UNC fue invitada en carta del 23 de enero de 1910, donde se expresaba la importancia del acontecimiento como espacio donde "evidenciar ante los países civilizados de la tierra, el estado de desenvolvimiento científico que alcanzamos, más alto, por cierto, que su renombre". Seguidamente se la invitaba a "llevar la labor científica desarrollada por sus instituciones y los métodos de enseñanza y planes de organización que la individualizan". Por tal motivo se le solicitaba al rector el envío "de uno o varios delegados que se sirviera designar". Firmaba la carta Huergo, presidente de la Sociedad Científica Argentina. Una carta de características similares recibió el presidente de la Academia Nacional de Ciencias el alemán, doctor en matemáticas, Oscar Doering.

Los delegados enviados por la UNC fueron Virgilio Ducceschi, profesor de Fisiología y Psicología, autor de numerosos estudios experimentales, investigador de la técnica psicofísica y docente libre de la Universidad de Roma; el médico e historiador Félix Garzón Maceda, y el profesor Ferruccio A. Soldano. Sumados al representante por la Provincia de Córdoba, Jerónimo del Barco, diputado nacional. Cabrera no aparecía formalmente como representante de la UNC.

Sin embargo, por la portada de su libro Los lules sabemos que intervino con un "Trabajo leído por el autor en el 'Congreso Científico Internacional Americano' de 1910 en su carácter de delegado de la Universidad de Córdoba". La publicación se titula Ensayos sobre Etnología argentina tomo I. Los lules, y fue editada en el año de 1911 en el Establecimiento Tipográfico de Francisco Domenici, en Pueblo General Paz. A sólo meses de su presentación en el congreso.

A diferencia del CIA, asistieron a este Congreso más miembros en representación de sus países, aunque también estuvieron presentes los representantes de universidades, asociaciones y sociedades.14 El Congreso tenía un carácter marcadamente político-académico, incluía una mayor cantidad de campos disciplinares que el CIA, y a una gran diversidad de grados de formación profesional y militar que se manifestaba en sus vocales. En tanto, la Iglesia católica no aparecía convocada, pese a ser constitucionalmente parte del Estado argentino.

Lo que sí queda claro es que el presbítero Cabrera se presentó en esta reunión de sabios con un trabajo propio y de carácter científico, no teológico. Y si bien no constan los documentos que evidencian quién lo invitó o en representación de qué institución asistió, la Universidad rápidamente capitalizó la investigación con la cual participó del cónclave al publicarla. Esta decisión institucional quizás nos hable de cuán ponderada fue la intervención del presbítero Cabrera en el Congreso.

La Comisión de Ciencias Antropológicas, donde presentó el presbítero su trabajo, la presidió Florentino Ameghino (1854-1911)15 y los secretarios generales fueron el maestro normal y profesor de la UBA y la UNLP Rodolfo Senet (1872-1938), y el profesor del Museo de La Plata y prehistoriador Luis María Torres. Por entonces las ciencias antropologías comprendían "Antropología y Paleoantropología", "Arqueología y Paleoarqueología", "Etnografía" y "Lingüística".

En su discurso inaugural de la sección, Ameghino afirmó: "Argentinos y extranjeros, del nuevo o el antiguo mundo, los que nos hemos dado cita en este recinto, somos prosélitos de una misma escuela que representa el más alto ideal de la humanidad, aquella que sin prejuicios busca la verdad, venga de donde viniere. Por el culto de la verdad, que es el culto del porvenir, salud a todos, y a trabajar" (Actas del Congreso, 1910).

Con estos votos, Ameghino definía una comunidad que no estaba sujeta a países ni regiones, ni siquiera a especialidades, sino que, yuxtapuesta con la humanidad toda, proclamaba un culto a la verdad, pero una verdad que no parecía depender de un dogma o de un credo, sino de la de los hombres de ciencias. El culto de la verdad era, claramente, una contrapropuesta a la intervención de otros cultos acaso más estrechos y prejuiciados.

Entre los vicepresidentes de la Sección de Lingüística estaba el director del Museo de La Plata, Samuel Lafone Quevedo, quien ya había participado en el cía. Los "temas generales" propuestos en esta sección se referían al estado actual de los estudios lingüísticos referidos a las lenguas americanas; las relaciones entre éstas y las del antiguo continente, y entre las lenguas indígenas de América del Norte y las de América del Sur se agregaba la cuestión del lenguaje figurado e ideográfico, los "jeroglíficos, petroglifos, pictografías, simbolismos", quipus y otros sistemas mnemónicos.

Los "temas específicos" se referían a las provincias lingüísticas argentinas, al Brasil meridional, Uruguay y Paraguay, aunque también a las lenguas patagónicas y fueguinas, y a las de pueblos históricos como los calchaquíes, los charrúas y los querandíes.

La mesa sesionó el 18 de julio y participaron Ameghino, Ambrosetti y Lehmann-Nitsche, entre otros. Cabrera participó en la Comisión de Ciencias Antropológicas, aunque no había misionado en los antiguos pueblos de indios. Sin embargo, algún conocimiento tenía de ellos, quizá de primera mano por su trabajo en la Universidad y la Iglesia.

Ciertamente conoció la política llevada a cabo por el gobierno de la Provincia de Córdoba en 1881, sobre los territorios ocupados por los pueblos de indios, que ordenó mensurar y repartir una parcela de tierra a cada familia indígena y subastar la tierra restante en remate público. En la ciudad de Córdoba estaba asentado el pueblo de indios conocido como La Toma, al oeste del ejido de la ciudad y junto al camino que conducía a las sierras.16 El lugar que ocupaba este pueblo fue rebautizado el 6 de septiembre de 1910 como Alberdi, en conmemoración del centenario del natalicio del constitucionalista Juan Bautista Alberdi (Gleser 2009). Presumiblemente, el presbítero también pudo conocer algo de ese modo de vida indígena cuando fue designado miembro de la Comisión de Liturgia del Obispado en 1905, con la tarea de "controlar el cumplimiento con exactitud de los ritos y ceremonias del culto externo y público", según el decreto del obispo Zenón Bustos y Ferreira. El pueblo de indios de La Toma tenía un "modo muy particular de vivir y expresar la fe", tal como consta en el informe de la visita del obispo que se quejaba por "la irregularidad de sus costumbres". En el caso de los casamientos, se promovía que los novios contrajeran el sacramento en forma gratuita, pero aún así "huían de la Iglesia".17

En esta sesión "El padre Cabrera lee su trabajo sobre los 'Lules' trayendo una interesante prueba documental sobre las distintas regiones ocupadas por los indígenas del antiguo Tucumán". Al finalizar la exposición no recibió comentario alguno, según consta en las Actas.

En la sesión del 19 de julio Ameghino designó al presbítero como su presidente y al químico italo-cordobés Roberto Dabbene18 como secretario. Lehmann-Nitsche presentó su trabajo sobre "El problema indígena. Necesidades de destinar territorios reservados a los indígenas en Patagonia, Tierra del Fuego y Chaco según el proceder de los Estados Unidos de Norte América". Era éste un tema de gran preocupación para la época y que fue abordado desde el campo jurídico por Joaquín V. González, quien elaboró un proyecto de Ley Nacional del Trabajo en 1904 que no fue aprobado. Ese mismo año Juan Bialet Massé redactó su famoso "Informe", donde proponía medidas legales de protección al indígena y la creación de colonias aborígenes en los territorios nacionales que dependían del Ministerio del Interior. Esta postura sería retomada tiempo después por el suizo Alfred Métraux desde su estadía temporaria en la Universidad del Tucumán. Recordemos que la guerra contra el indio en el sur no tenía más que tres décadas, y que aún no había concluido en el nordeste, donde en 1924, brotaría el movimiento de rebelión milenarista Qom y Mocoví en la localidad de Napalpí, a pocos kilómetros de Resistencia, capital del entonces Territorio Nacional del Chaco (Brunatti, Colángelo y Soprano, 2002).

La presentación de Lehmann-Nitsche generó un gran debate que fue retomado en el documento final de ciencias antropológicas. En coincidencia, Ambrosetti destacó que "los indios estaban condenados a desaparecer por la codicia del blanco, el alcohol, la sífilis, la viruela, el sarampión y en general, porque las enfermedades de los blancos hacían estragos en los indígenas". Finalizaba sugiriendo que "para salvar a los indígenas el progreso no debía llegar a las regiones donde ellos vivían". Evidentemente era demasiado tarde, teniendo en cuenta la enorme dependencia que generaba el reclutamiento de mano de obra para la zafra azucarera. La condición indígena en el Gran Chaco era tan crítica que se buscó reglamentar su trabajo a los indios. Según el informe de Bialet Massé "el estado del Chaco exigiría una legislación obrera enérgica y previsora, que corta de raíz los abusos rayanos al crimen" (Brunatti, Colángelo y Soprano, 2002: 71).

Ameghino se plegaba luego a la propuesta de Lehmann-Nitsche por "sentimiento de humanidad". Seguidamente un señor de apellido Fritz se refirió no a los capataces de los ingenios, ni a los militares fronterizos, sino a los frailes mercedarios. Estos "misioneros rebajaban el nivel moral de los indios, los explotaban de una manera inicua con el fin de sacarles dinero, llegaban a hacerles celebrar ceremonias como el casamiento, bautismo, etcétera, cuatro, seis y más veces". Sabemos que ante estas afirmaciones, Cabrera replicó argumentando que "desconocía tales cosas pero que no le extrañaba que hubiesen acaecido", ya que los misioneros mercedarios abundaban en estos territorios. Pero aseguraba que en el presente se seleccionaba más cuidadosamente "el elemento al que se le confiaba la misión". Dijo desconocer el accionar de los misioneros mercedarios en el pasado, quizás porque pertenecían al clero regular y el presbítero pertenecía al secular. Los misioneros identificados con las órdenes religiosas cuentan con organización interna y externa propia, aunque esta pauta se modificó desde 1865, cuando la diócesis de Buenos Aires fue elevada a arquidiócesis. La Iglesia se adaptaba a la conformación del Estado nacional, centralizando su autoridad y aplicando la racionalidad administrativa. Esta medida de modernización eclesiástica se expandía a todo el clero, tanto regular como secular. Por eso la afirmación del presbítero era más que plausible y no tanto una evasiva; quizás efectivamente existía un mayor control sobre los misioneros.

En esta sesión, entonces, el tema central de debate fue qué hacer y cómo tratar a los indios en el presente. Desconocemos por qué Ameghino le confió al presbítero la coordinación de una mesa en la que el lugar de la Iglesia sería necesariamente puesto en discusión, y más aún tratándose de un sacerdote de la ciudad de Córdoba pero proveniente de Cuyo. Llamativamente, cuando el presbítero tomó la palabra, no desmintió los dichos de Fritz, aunque se limitó a señalar que la Iglesia se había vuelto más "cauta" con aquéllos a quienes enviaba a misionar; quedaba claro, de paso, que continuaba evangelizando a las poblaciones indígenas.

En la sesión del día posterior, el presbítero volvió a intervenir. En esa oportunidad Cristina Correa Morales, esposa del arqueólogo Francisco de Aparicio, disertó sobre el uso y costumbres de los indios tehuelches y acompañó su conferencia con ilustraciones pertinentes que objetivaban el grado de adelanto al que había llegado dicha tribu, puesto de manifiesto en sus industrias, sus costumbres y sus indumentarias. Lehmann-Nitsche tomó la palabra para disentir con la "señora" porque agrupaba a los puelches y tehuelches como un mismo grupo, y señaló que lo que ella llamaba tehuelches del norte eran en verdad puelches. Ante la divergencia, Lafone Quevedo pidió al presbítero que "en virtud de conocer a fondo este asunto" también lo ilustrase. Él respondió mencionando las obras de Lafone Quevedo y de Lehmann-Nitsche al respecto, y se extendió en algunas consideraciones con relación a varias designaciones que se había dado a las "tribus". Lehmann-Nitsche concluyó acordando con el presbítero y agregó que la cuestión "de designar a los tehuelches del norte no tenía razón de ser". Cabrera habló desde sus "conocimientos científicos", demostrando, de paso, su conocimiento de las obras paradigmáticas de la etnología argentina de avanzada.

En la sesión del 20 de julio Ambrosetti leyó su "Relaciones de la civilización calchaquí con las civilizaciones del Perú y con los pueblos de América del norte". Al concluir, Lafone Quevedo señaló que la influencia inca había llegado hasta Córdoba, lo cual quedaba demostrado por algunas denominaciones toponímicas. Seguidamente Am-brosetti preguntó al presbítero sobre el origen de la palabra "capayana", y él le respondió que "según mis pesquisas" "significaba sencillamente camino del jagüel", lo cual, afirmaba, se traducía como "camino del Inca". Pero "capi" significaba "jagüel". Sobre esta disquisición lingüística Lafone Quevedo agregó que "capayana" quería decir ambas cosas: "camino real" y "camino del jagüel" indistintamente, y subrayó que con estas palabras ocurría lo mismo que con muchas otras del mismo idioma que, según el contexto podían tener distintas traducciones, derivando en dos o más acepciones. Finalmente, el presbítero hizo un análisis lingüístico a propósito del vocablo en cuestión, y añadió que muchas palabras usadas en esa reunión servían para indicar la existencia de una denominación incásica. Ambrosetti retrucó afirmando que los nombres exclusivamente no constituían prueba suficiente de la presencia incaica en territorio argentino y que hacían falta "pruebas arqueológicas". El presbítero estaba en verdad creyendo que las poblaciones indígenas de Córdoba eran parte del antiguo imperio inca, una de las altas culturas americanas e imperiales.

En la sesión del 22 de julio, que presidieron Lehmann-Nitsche y el coronel Antonio Romero, Lafone Quevedo expuso sobre "Provincias lingüísticas argentinas" y sobre "¿Qué es lo que se sabe de las lenguas que hablaban los calchaquíes, los charrúas y los querandíes?". Nuevamente Córdoba cobraba valor. Luego de su exposición, Romero preguntaba "qué posición lingüística les corresponde a los indios matacos?". Lafone Quevedo respondió con sus investigaciones, y "alude además a los trabajos del padre Cabrera". Éste agradeció "los conceptos benévolos vertidos por el señor Lafone Quevedo", y se extendió "respecto del uso de los términos en los distintos idiomas y llega a ejemplificar con los documentos antiguos". Para concluir señaló que "no ha hecho otra cosa que formar vocabularios" aunque "no es un lingüista". Seguidamente Ambrosetti confirmó con ejemplos los aportes del Padre Cabrera, a lo que Ameghino asintió (Actas del Congreso, 1910).

En el debate sobre la localización de las comunidades indígenas en el territorio nacional el presbítero aparecía como una persona versada en el tema, y además reconocida por sabios de la talla de Lafone, Ameghino y Ambrosetti. Estos saberes del presbítero seguramente emanaban de la institución a la cual pertenecía, porque las parroquias, hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, eran las que registraban y conocían la población. Las secretarias parroquiales eran los únicos lugares a donde se anotaban las personas al momento de recibir el sacramento de bautismo y la extremaunción, luego surgieron las primeras oficinas de "registros civiles".19 Entonces, no es de extrañar que el presbítero poseyera una información muy detallada de las poblaciones indígenas y de sus territorios. Los conocimientos del presbítero merecían la confianza de los científicos porque se fundaban en pruebas empíricas: los documentos y libros parroquiales, y "estar" en la parroquia del lugar (Malinowski, 1922).

En la sesión del 23 de julio el presbítero Cabrera expuso sobre los "vilellas", un grupo acaso marginal y extinto de indígenas de origen precolombino. Señaló que databan de épocas recientes como invasores de la región chaqueña en tiempos coloniales. Además convocó a revisar los conocimientos tradicionales sobre ellos, porque a su entender "no constituían un tronco principal sino una simple rama derivada", y agregó: "Estando estos indios a punto de extinguirse urge el verificar la tradición" (Actas del Congreso, 1910).

En suma, no obstante su paso por el CIA, el Congreso Científico Internacional Americano fue decisivo en la incorporación pública del presbítero Cabrera al mundo académico americanista, no sólo porque fue allí donde presentó su propia investigación, y muy especialmente porque mereció posiciones de privilegio en la dinámica del evento, concedidas por personalidades encumbradas y ya reconocidas de las ciencias antropológicas. ¿Por qué confió Ameghino en Cabrera para dirigir la sesión de lingüística? ¿De dónde conocía Lafone la competencia en estas cuestiones del sacerdote cordobés? Y por último, ¿cómo incidió el paso de Cabrera por el CIA y el Congreso Científico para integrarse a una comunidad universal cuyo único culto era la verdad, pero una verdad que dudosamente procediera de un (solo) libro sino, más bien, de distintos documentos y artefactos producidos por el hombre.

 

CONCLUSIONES

La espacialidad, la materialidad y el nombre de la Sección de la Biblioteca fueron los indicios que seguí para descubrir e interpretar el desarrollo intelectual y académico de un religioso cordobés como Cabrera en el campo de estudios internacional del americanismo. A un siglo de su consagración en el "americanismo", intento dar una explicación acerca de la participación y ubicación del presbítero en dos congresos tan significativos que se dieron en Argentina en 1910.

En aquellos tiempos, la histórica universidad cordobesa estaba administrada por la elite tradicional surgida en el periodo colonial, tiempo en que el poder estatal y el religioso estaban sumamente imbricados. Esta intimidad comenzó a replantearse con la modernización de la sociedad en las últimas dos décadas del siglo XIX, cuando diversas medidas de orden nacional y provincial condujeron a profundizar la brecha entre la autoridad universitaria y la autoridad eclesiástica, en este caso el obispo de Córdoba.

Pero lo que queda claro del tránsito del presbítero por los dos congresos de 1910 es que fue la elite universitaria quien le abrió las puertas al mundo de los sabios y la ciencia universal. Ciertamente no porque la Iglesia careciera de internacionalismo, pero ahora Cabrera era reposicionado de cara a una verdad de autoría, gestión, transmisión y reproducción netamente humana. En el ciA se discutió un tema "sagrado" para la fe cristiana como es "el origen el hombre" americano, verdad incuestionable, revelada por Dios a los hombres y redactada en las Sagradas Escrituras.

"El origen del hombre" era uno de los temas que la Iglesia no estuvo nunca dispuesta a reformular y sobre la cual los científicos modernos racionalistas se habían atrevido a discutir desde la "teoría evolucionista". ¿Qué llevó a un hombre de la Iglesia a "sentarse a comer" con los sabios que negaban las verdades reveladas por Dios y creaban otras nuevas basadas en su experiencia?

En el segundo Congreso el presbítero discutió temas de política indígena y el rol de la Iglesia. Para evangelizar era necesario conocer a la comunidad y algo de su lengua. Por eso su interés en participar del debate sumado a que aún en la ciudad de Córdoba existían poblaciones indígenas, según la visita pastoral de 1905. El presbítero Cabrera debía controlarla "uniformidad del culto divino" en la Diócesis de Córdoba como miembro de la comisión. Esta decisión se comprende desde la búsqueda de la Iglesia de unificar su poder y, por ende, sus prácticas desde la conformación de la Arquidiócesis de Buenos Aires en el proceso de romanización de la Iglesia a principios del siglo XX (Di Stefano y Zanatta, 2009).

Reconociendo este rol histórico de la Iglesia los misioneros han sido "los más fieles" cronistas sobre el modo de vida de otras comunidades, y por eso el presbítero no dudaba en consultarlas para su investigación tratándolas como fuentes primarias. Luego pasó a analizar lo que sobre ellas habían escrito los "historiógrafos", y finalmente la obra de Lafone Quevedo, quien ya en 1894 diferenciaba su labor de la que habían realizado los misioneros, señalando que "Para los misioneros alcanzaba el vocabulario castellano-Lule, para el Americanista es indispensable el Lule-Castellano" (Lafone Quevedo, 1894).

Con la publicación de la obra del presbítero Cabrera la UNC materializaba su participación en el congreso y se posicionaba en los congresos internacionales. Por su parte, Cabrera se ubicaba en el debate de los "sabios" científicos de La Plata y la UBA sin dejar de ser "un hombre de la iglesia".

 

ARCHIVOS

Archivo del Arzobispado de Córdoba, Córdoba.         [ Links ]

Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba.         [ Links ]

 

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Notas

* Agradecimientos a Silvia Fois, Delia Cabrera y Nicolás Alessio, por su generosidad en cada comunicación.

Esta investigación la hice en el marco de mi tesis de maestría en antropología en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, titulada, "Las verdades etnológicas de Monseñor Pablo. Una etnografía de archivos"; y como parte del Proyecto de Investigación PICT/R 2008-2011 "Antropología Social e historia del campo antropológico en la Argentina, 19401980", dirigido por Rosana Guber. Asimismo conté con una beca de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba.

1 El trabajo de campo lo hice entre 20072008 antes de la inauguración del nuevo edificio de la biblioteca que significó la unificación de la Sección Americanistas y de la Sección Antropología en un único espacio físico y con la consecuente pérdida de este montaje expositivo.

2 Según figura en su legado sacerdotal conservado en el Archivo del Arzobispado de Córdoba.

3 Era el abuelo de Delia y padre de Arturo Cabrera Domínguez, quien trabajó como ayudante de monseñor en el Museo Histórico Colonial de la Provincia de Córdoba.

4 Para que se consumara la ordenación el tío debió iniciar el expediente solicitándole al obispo Jerónimo de Clara de la Diócesis de Córdoba la autorización. El obispo respondió afirmativamente por "la escasez de sacerdotes" que había en las diócesis y sugería al obispo que le otorgara la "Sagrada Orden del Presbiterado" a Pablo Cabrera, pero antes recomendaba que se le tomara un examen. Archivo de la Arquidiócesis de Córdoba, legajo de Ordenación de Pablo Cabrera.

5 Diócesis creada el 19 de septiembre de 1834 con la bula "Ineffabili Dei Providentia", de Gregorio XVI.

6 Junto con Pablo Segundo Cabrera recibieron la tonsura clerical y las Cuatro Órdenes menores José Domingo Martínez, Maximiliano Sindar Ferreira, Jacinto A. Correas, Juan José Purcell. Libro de Órdenes 1876-1905, Archivo del Arzobispado de Córdoba.

7 Información declarada por monseñor Pablo Cabrera ante la Visita Canónica de 1905. Archivo del Arzobispado de Córdoba, caja 2, Monseñor Pablo Cabrera.

8 Carta dirigida por monseñor Pablo Cabrera al obispo de Córdoba Dr. Fermin E. Lafitte. Biblioratos de monseñor Pablo Cabrera en la Sección de Estudios Americanista de la Biblioteca de la FFyH-UNC.

9 El Congreso Científico formó parte de las celebraciones que se sancionaron en el Congreso Nacional (ley 6286/8/2/1909), junto a otras medidas, como la realización de una plaza frente al edificio del Congreso Nacional, con dos monumentos conmemorativos, uno de la Asamblea Nacional de 1813 y otro del Congreso de 1816. Se decidió erigir un monumento dedicado a España, un monumento a los ejércitos de la independencia en la Plaza General San Martín, y un monumento a la Marina de Guerra argentina en la isla de Martín García, y uno a la bandera nacional en la ciudad de Rosario en la provincia de Santa Fe; en Córdoba se haría una estatua al deán Funes, y en Salta una estatua ecuestre al general Martín M. de Güemes. Vale señalar que sólo en Córdoba se decidió conmemorar la revolución con un monumento a un sacerdote que fuera obispo de Córdoba, rector de la universidad y protagonista en los hechos de mayo, como fue el deán Funes. El mismo al cual pertenecía el sillón del escritorio de monseñor.

10 En el caso de Córdoba había recibido, como política del Poder Ejecutivo nacional, la creación de la Academia Nacional de Ciencias, fundada el 8 de septiembre de 1869, y el Observatorio Astronómico, fundado el 24 de octubre de 1871. Ambos espacios dirigidos por esos científicos inmigrantes, pero en el caso de la academia por el alemán Carlos Germán Conrado Burmeister, y el observatorio por un estadounidense Benjamín Apthorp Gould (Tognetti, 2000).

11 Valga la paradoja, el primer laboratorio para hacer dataciones a través del método conocido como Carbono 14 en territorio argentino se radicó en el Museo de Ciencias Naturales de la Ciudad de La Plata, bajo el nombre de Laboratorio de Tritio y Radiocarbono (Latyr), en 1964 y con el apoyo económico del Conicet (Relaciones, 2009).

12 Para la Iglesia Católica Apostólica y Romana existen siete sacramentos y uno de éstos es "el sacramento del orden". Dicho sacramento actualmente se compone de tres grados jerárquicos, el más bajo es el de los diáconos (personas que pueden celebrar el sacramento del bautismo y del casamiento además de predicar, pero no pueden celebrar misa, ni confesar como tampoco administrar el sacramento de la unción a los enfermos), seguido por los presbíteros (pueden administrar los siete sacramentos menos consagrar a sacerdotes u obispos) y el de los obispados (con potestad para administrar todos los sacramentos). El título de monseñor es honorífico, no es parte del sacramento del orden (comunicación personal con el presbítero Nicolás Alessio, 28 de septiembre de 2008).

13 José Gálvez, ministro del Interior; Victoriano de la Plaza, ministro de Relaciones Internacionales Exteriores y Culto; Rómulo S. Naón, ministro de Justicia e Instrucción Pública (estos últimos, los mismos que en el CIA); Ezequiel Ramos Mejías, ministro de Obras Públicas; teniente general Eduardo Racedo, ministro de Guerra; contralmirante Onofre Betbeder, ministro de Marina; ingeniero Pedro Ezcurra, ministro de Agricultura; Manuel de Iriondo, ministro de Hacienda; Manuel J. Guiraldes, intendente municipal de la Capital Federal; Eufemio Uballes, rector de la UBA; Joaquín V. González, presidente de la unlp; Julio Deheza, rector de la UNC; doctor Doering, presidente de la Academia Nacional de Ciencias; Estanislao S. Zeballos ex ministro de Relaciones Exteriores y Culto; ingeniero Luis A. Huergo, académico, consejero y ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Ameghino, director del Museo Nacional de Buenos Aires; Juan J.J. Kyle, profesor jubilado de Química Inorgánica en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Pedro N. Arata, decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, profesor de Química en la Facultad de Medicina; coronel ingeniero Luis J. Dellepiane, consejero y profesor de Geodesia en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, inspector del arma de ingenieros.

14 Los países que enviaron delegado fueron Francia, Italia, México, Paraguay, El Salvador, Perú, Colombia, Ecuador, Chile y Santo Domingo; y las universidades fueron las de París, Burdeos, Roma, Padua, la prestigiosa Columbia University de Nueva York, donde trabajaba Franz Boas (dirigió el Departamento de Antropología de la Columbia University desde el año 1899). Por otra parte, las sociedades científicas y centros que tuvieron su representante fueron la Academia dei Lincei, Societá Lingustica de Scienze Naturali e Geografiche, Societá Degli Ingegneri e Degli Archietti Italiani, Soceidade de Geographia de Rio de Janeiro, Asociación de Educación de Santiago de Chile, Sociedad Jurídico Literaria de Quito, American Philosophical Society, Washington Academy of Sciences, Smithsonian Institution, Inspección Sanitaria de Ferrocarriles del Perú, Sociedad de Ingenieros de Lima, Reale Academia di Scienze, Lettere ed Arti degli Agiati.

15 Parte de la vida académica universitaria, así como las investigaciones, Ameghino las realizó en Córdoba. Con respecto a este último punto, hizo excavaciones arqueológicas en las sierras de Córdoba, donde descubrió la existencia de un poblamiento temprano de bandas de cazadores recolectores anterior a los pueblos agroalfareros; se desempeñó como docente titular entre 1885 y 1886, de la cátedra de Zoología de la UNC; y fundó y dirigió el Museo Antropológico y Paleontológico de la misma Universidad (Laguens y Bonnin, 2009: 14).

16 El nombre de este pueblo se debe a que allí fue construida la toma de agua desde el río Suquía para abastecer a la ciudad de Córdoba. El primer registro sobre la construcción de la acequia data de 1573, según las Actas Capitulares. La construcción de la acequia y su mantenimiento estuvieron siempre a cargo de los grupos indígenas. Desde el siglo XVII allí fueron reducidos los indios de la ciudad de Córdoba y trasladados otros grupos de "indios desnaturalizados" como fueron los hualfines (1647-1650), pampas (1659) y quilmes (1666) (Page, 2007).

17 Según Visita Canónica de 1905. Archivo del Arzobispado de Córdoba

18 Nació en Turín, Italia, el 17 de enero de 1864 y murió en Buenos Aires en 1938. Estudió en las universidades de Turín y Génova. Llegó a nuestro país en 1887, cuando sólo tenía 22 años. Inició su actividad laboral en Córdoba como profesor de Química general, a la vez realizó algunos viajes de estudios por esa provincia, Tucumán y Salta, coleccionando material biológico. Apenas tuvo la oportunidad se trasladó a Buenos Aires para radicarse definitivamente en esta ciudad en 1890 (Aguilar, 2009: 6-7).

19 El Registro Civil surgió como una institución estatal más de la modernidad desbancando a la Iglesia de su poder de "registrar a la población". El 1 de enero 1881 comienza a funcionar el registro civil municipal de Córdoba, el más antiguo del país.

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