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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.23 n.72 México Jan./Jun. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

Francisco Mendiola Galván, Las texturas del pasado. Una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, México

 

Mechthild Rutsch

 

México, INAH (ENAH–Chihuahua), 2008, 382 pp.

 

* Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.

 

Doy la bienvenida a este texto de historia de la arqueología en Chihuahua. En verdad, me parece una excelente y fundamental obra que contribuye –diríase que desde los márgenes del centro mesoamericano–no sólo a rescatar una memoria histórica de la que poco sabíamos, sino que contribuye a la historia de la ciencia en México y, en particular, a una muy necesaria reflexividad en el ámbito de la arqueología y antropología mexicanas. Presentada como tesis de maestría, me parece una obra meritoria que destaca de manera muy favorable entre tantas tesis, víctimas de los dudosos esquemas de excelencia hoy prevalecientes en los posgrados del país.

El amplio y ambicioso texto está dividido en cinco capítulos con sus notas explicativas y analíticas que enriquecen y esclarecen al lector diversos puntos de vista y ofrecen bibliografía desconocida, además de los anexos de entrevistas a colegas del mismo ámbito laboral del autor. Éstas últimas se extrañan en el volumen editado y de haber sido por un dictamen mío, habría sugerido incluirlas en la publicación. Pero, ya que se omitieron, creo que mucho valdría la pena editarlas para su publicación posterior. Esto así, pues pocas veces se oyen las voces de quienes día con día forjan la antropología, en este caso, la arqueología del norte. Además, las voces vivas al final del texto en su versión de tesis de maestría refrescan el espíritu –a veces un tanto árido– de las discusiones teóricas frecuentes en la obra.

La obra incorpora un recorrido –a través de textos históricos y etnohistóricos ocupados del área– desde los siglos XVI al XIX de lo que podrían llamarse antecedentes relevantes de la arqueología norteña moderna (cap. II). Francisco Mendiola nos ofrece un amplio análisis comparativo de fuentes desde el padre Kino, Clavijero, Escudero, Bartlett y otros para destacar que el mito de la migración azteca fue mencionado por el primero y luego retomado por varios viajeros, misioneros y militares quienes adscriben la factura de Casas Grandes a los aztecas. Me parece que este capítulo proporciona no sólo una documentación histórica muy rica para el lector quien –como el que esto escribe– ha sido ignorante de ello, sino también muestra una preocupación del autor, que en mi opinión resulta muy saludable y necesaria: la de no convertir a la arqueología en una entidad divorciada de la historia y de la antropología misma;, es decir, no convertirla en una mera técnica. Lo anterior muestra que el autor está consciente que la arqueología debería ser una ciencia que trata de hombres, seres humanos, no sólo de materia inerte. En mi opinión es precisamente este capítulo en el que el autor se inclina por la reflexividad, esto es, Mendiola nos muestra el carácter histórico de su pensamiento y análisis. Pero además, también descubre la relevancia de estos análisis para los problemas del presente de la arqueología, pues escribe:

La constante en las distintas fuentes aquí consideradas así como en muchas otras, es que la peregrinación de los aztecas es de norte a sur con sus moradas entre las que se encuentra Casas Grandes[...] [pero ¿por qué se afirma –en sentido mítico– la presencia de un rey al que llaman Moctezuma en Casas Grandes? Así que arqueológicamente ¿qué relaciones existen con estas ideas míticas derivadas de la información etnohistórica?] [...] La discusión no ha terminado del todo, aún cuando la información de Charles Di Peso et al. (1974) ha comenzado a rebatirse en los albores del siglo XXI.

La cita fue tomada de la segunda parte del capítulo II, al que anteceden capítulo y medio de reflexiones teóricas. Como escribe su autor, aquí se trata de un texto en el que:

[...] se buscó la congruencia entre los aspectos teóricos y la historia de la arqueología, la cual, en principio, no debería ser ajena a dichas cuestiones teóricas, por lo que no sólo fue justificable tratarlos, sino también y en la medida de lo posible, hallar los vínculos entre la historia de la arqueología, de la antropología y la metodología aplicada (p. 30).

Este anuncio se va realizando a lo largo de la obra, que ciertamente es congruente con tales propósitos, tanto en un sentido que debe aplaudirse como también en alguno criticable o debatible a lo que me referiré más adelante. En el capítulo y medio con el que inicia la obra, me parecen de gran provecho el apartado sobre las historias de la arqueología, divididas en mundiales, nacionales y regionales o "pequeñas" historias. El panorama que nos ofrece Francisco Mendiola ciertamente provoca reflexión y un posible debate. Las cuestiones nodulares aquí podrían ser varias preguntas: ¿cómo, en un momento histórico de escritura de las obras, se conectan las de historia universal con las nacionales y regionales? ¿Qué papel desempeña, en este contexto, el sujeto que escribe, su formación y su contexto social? ¿A qué público se dirige o qué ideología/epistemología representa? La revisión de obras como las de Bruce Trigger, por ejemplo, evocan tales preguntas que el autor intenta responder. Es más, me parece que a partir de este tipo de descripción/análisis podría incluso preguntarse sobre el papel que la historia de la ciencia, o más bien dicho, las historias de la ciencia han tenido en un momento dado, así como sus propósitos y justificación.

En este orden de ideas el autor escribe que: "la relevancia de la historia de la ciencia se halla en que ésta es un efectivo instrumento que aumenta la cientificidad de disciplinas tales como la antropología" (cursivas mías), siguiendo a su director de tesis, el cual por cierto dejó una huella importante –con aspectos muy favorables y otros discutibles– sobre la obra. Más adelante reitera: "lo adecuado que resulta hacer la historia de la ciencia en tanto que da claridad a la naturaleza misma de su desarrollo, situación que indirectamente aumenta el conocimiento en su propio ámbito científico".

En mi concepto, el aserto de que la historia de la ciencia "sirve" para subir una escala de progreso, de menos a más "cientificidad", directa o indirectamente, tiene algunos problemas. En lo que coincido es que en verdad muchos de los que hemos leído o producido alguna historia de la ciencia nos provoca por lo común una mayor reflexividad, es decir, muchas veces deja más preguntas que respuestas, pero no siempre lo que uno encuentra puede convencernos de que haya una trayectoria de menor a mayor cientificidad (entendida como lo hace Karl Popper, por ejemplo). Para mi gusto, modificaría lo sostenido por Francisco Mendiola cuando dice que la relevancia de la historia de la ciencia radica en que –para todas las disciplinas– puede ser capaz de hacerlas más críticas respecto de su propia actividad de políticas científicas, de la relatividad de los consensos científicos, de las motivaciones y conflictos económico–políticos y de prestigio (capital cultural) de las comunidades científicas en un momento dado, entre otras cosas.

Argumentando sobre lo mismo, más adelante el autor afirma:

[...] de tal manera que lo que trasciende no es el hecho de no contar con todos los datos de periodos históricos determinados en los que la ciencia tiene lugar, lo que rompe con la idea de que la historia de cualquier disciplina científica tiene que forzosamente ser enumerativa o marcar la continuidad de su desarrollo interno integrando todos y cada uno de los conjuntos de información y datos que la componen –sino saber cómo algunos de éstos– los más importantes que estructuran paradigmas y generan cambios– se desprenden del o de su contexto social [cursivas mías].

El proceso aquí descrito me parece que depende también de quién interroga, y de la manera en que lo hace, a los "datos". ¿Hasta dónde, pregunto, el historiador de la ciencia no está también sujeto a la "producción" de sus datos en el sentido que les asigna una importancia jerárquica en función de un problema, una pregunta? En fin, dejemos este comentario sobre la mesa de discusión y regresemos a la obra de Francisco Mendiola.

En las reflexiones teóricas del capítulo I, y como prometió, de manera congruente en toda su obra, el autor se mueve entre los binomios aparentemente opuestos de presentismo–historicismo, continuismo–descontinuismo de la ciencia, a propósito del pensamiento arqueológico en Chihuahua. Sigue la línea de indagación de lo que llama el modelo Casas Grandes–Paquimé vs. Mesoamérica en sus diversas concepciones a lo largo del tiempo y rastrea, en su "núcleo duro", la esencia no sólo de un monumentalismo sino intenta referirlo al modelo ario de civilización y el orientalismo de Edward Said. Creo que estas últimas dos referencias teóricas son muy sugerentes, tanto en el contexto académico como el socio–político, al que el autor hace alusión al hablar de los factores o influencias externas. Éstas explicarían de manera general el por qué la arqueología del norte en general y la de Chihuahua en particular ha estado bajo el eje dominante de la arqueología del suroeste norteamericano hasta la década de 1950, y posteriormente bajo el eje del paradigma "Mesoamérica". Ello también permite al autor diagnosticar los inicios de una contracorriente todavía muy incipiente, a la que no se le podría llamar aún como "contratradición", misma que se manifiesta en aquellos escritos e investigaciones que se ocupan de la gente (cazadores–recolectores) del desierto. Pero en general, nos dice Francisco Mendiola, el modelo Casas Grandes–Paquimé "llegó para quedarse".

Pero, en cierto sentido: "el Modelo Casas Grandes–Paquimé, no es más que una réplica proporcional del Modelo Mesoamericano (su núcleo duro)"; es decir, "monumentalidad en el contexto de la ausencia de monumentalidad: Casas Grandes–Paquimé en el contexto de lo que no es Casas Gran–des–Paquimé". La segunda parte de esta frase resulta un poco oscura, pero supondría que lo más monumental del norte es Casas Grandes–Paquimé precisamente.

Por el lado, en cuanto a los aspectos menos favorables, para mí, de la obra argumentaría que en lo formal de la misma (y a pesar de que estoy consciente de que aquí se persigue el propósito de concientizar no sólo históricamente sino también en el nivel teórico a la comunidad arqueológica), la discusión de las parejas antagónicas interno–externo, continuidad–ruptura no siempre resulta muy afortunada o convincente. Decidir si una opinión de un autor, de una corriente o una interpretación es claramente internalista o externalista tal vez pueda ofrecer un primer acercamiento, pero cuando uno baja a un nivel más subjetivo de las realidades históricas, éstas pueden ser más complejas e imbricadas. Es decir, el mismo hecho de que el tema de la obra se ocupa de asuntos por lo común poco pensados, conscientes o reflexionados en el ambiente académico –lo que a veces también resalta en las entrevistas–, creo que delataría, que lo externo (por ejemplo, el colonialismo de ciertos modelos o epistemologías) se ha internalizado a través de los mismos sujetos que son los actores de la arqueología. Si estamos de acuerdo en esto, entonces la distinción entre externo–interno no agregaría gran cosa al análisis. La obra aboga finalmente por un "presentismo controlado".

De los aspectos "internos" del monumentalismo se podría argumentar, por ejemplo –como lo ha hecho Susan Stewart (1984) a propósito del amor por las colecciones y la nostalgia burguesa– que todo lo grande atrae, pues en lo grande se reconoce y se simboliza la autoridad y la fortaleza. Pero también lo pequeño puede atraer, pues reproduce en escala y en las colecciones, un mundo perdido y se convierte así en la expresión de una nostalgia burguesa. Si esto es así, entonces ¿qué función tendría distinguir entre afuera y adentro? Esta distinción podría tener más sentido explicativo cuando "lo grande" –en su dimensión económica de ingresos turísticos y otros asuntos– se vuelve intersubjetivo, pero ni aún así escapa a una dimensión subjetiva en sus varias expresiones.

Los términos contrarios historicismo–presentismo se emplean sobre todo en el contexto de la crítica al positivismo por parte del pensamiento arqueológico que para el autor carece de reflexividad y debe ser superado. El otro binomio opuesto que el autor maneja de hecho desde el principio de la obra es el de positivismo versus romanticismo, mismo que en el capítulo ni indica los orígenes de la antropología en Chihuahua en lo que serían sus representantes respectivos: Adolf Bandelier y Carl Lumholtz. No obstante, resulta sugerente que, a mí como lectora, en esta discusión me habría gustado encontrar un poco más de análisis y comparación de sus respectivas posiciones, con el objeto de que hubiese quedado convencida de esta interpretación. En cambio, disfruté mucho los relatos de sus vidas y creo que la fuente del financiamiento de su trabajo y sus respectivos éxitos y fracasos académicos pueden hablar también de otros contextos de la antropología estadounidense de esos tiempos (es decir, del conflicto de intereses al interior de la antropología estadounidense que por cierto nunca fue un bloque del todo homogéneo).

Me quedé con dudas también en relación con los conceptos de Oasisamérica y Aridoamérica de Kirchhoff, que el autor desde un principio y de tajo tilda como "colonialistas". En este momento no tendría mayores argumentos para dichas dudas, al igual que me sucede con aquello del "método cuantitativo" de Kroeber. Pero ciertamente los juicios por el autor vertidos incitan a mayor investigación, que de suyo me parece un importante mérito del texto aquí reseñado.

En fin, la obra de Francisco Mendiola despierta muchas inquietudes que deben conocerse y discutirse. En resumen, creo que esta obra contribuye algo muy valioso a la historia de la antropología del país: la reflexión teórica, la crítica sustentada y la búsqueda por nuevos caminos o, como diría el mismo autor, nuevas texturas.

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