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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.21 no.69 México jul./dic. 2008

 

Reseñas bibliográficas

 

J. Luis Seefoó Luján, La calidad es nuestra, la intoxicación... ¡de usted! Atribución de la responsabilidad en las intoxicaciones por plaguicidas agrícolas. Zamora, Michoacán 1997-2000

 

Elsa Guzmán Gómez*

 

Zamora, El Colegio de Michoacán, 2005

 

* Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

 

Luis Seefoó nos presenta un libro que tiene como centro las percepciones, sentimientos, creencias y vivencias del riesgo que para los jornaleros agrícolas de un asentamiento marginal de Zamora significa su trabajo, especialmente el manejo de agroquímicos.

Este es un estudio producto de una investigación profunda y minuciosa, que no puede dejar de comentarse y darle vueltas. Es decir, el libro da mucho qué decir, preguntarse, reflexionar y seguirse preguntando. Precisamente con esto cumple uno de los objetivos más importantes del trabajo, que se refiere a poner sobre la mesa, abiertamente y con todo detalle, en el centro de los auditorios y frente a la conciencia de todos nosotros, una realidad difícil de ver, pero aunque no la veamos lacera a nuestro país y, en general, a la humanidad: el riesgo del trabajo frente a procesos marcados por la modernización.

Este trabajo muestra una realidad que no termina en los campos de Zamora, ni en la colonia Casita Blanca, pues la problemática ocupa otras regiones y múltiples escenarios del país, en los que este análisis podría ampliarse. La aceptación del riego en trabajos que generan la riqueza en escalas sociales lejanas a los peones mismos, y particularmente en el uso de agroquímicos, podemos encontrarlo en diferentes partes del país: en las plantaciones tabacaleras, en los invernaderos de los estados de México y de Puebla, en los campos del estado de Morelos, en fin, tan cercanos a todos que nos haría ver de frente que estos procesos se encuentran atrás de los propios productos que consumimos. Así que, sin otra salida, creo que todos nosotros debemos entrar a la reflexión y toma de conciencia desde los distintos lugares en que nos encontramos como académicos, técnicos, políticos, o ciudadanos.

El autor elige una manera particular de explorar el problema: la percepción del riesgo y las construcciones culturales que sustentan dicha percepción. Al adentrarse en esta problematización, nos dice que todo el tiempo se mantuvieron en su mente las preguntas: "¿es moralmente aceptable que los individuos más vulnerables soporten los riesgos de aplicar plaguicidas en la producción de alimentos? ¿Tienen otras opciones o no hay salida y, en consecuencia, en vez de riesgos ante los que se toman decisiones deberíamos hablar de peligros impuestos?".

Estas preguntas marcan y direccionan los ejes de la investigación y las reflexiones ante la misma, pues denotan que no son los riesgos aislados ni los plaguicidas por sí mismos los que dañan a poblaciones de trabajadores agrícolas (independientemente de la prohibición y letalidad de sus componentes), sino que se trata de develar las formas de uso de estos productos (pero no el uso práctico, sino el uso social), así como el lugar en que se ubican los riesgos y vulnerabilidades en una determinada sociedad, en la que vivimos, y esto (el uso social y el lugar social del riesgo) es lo que impone los peligros.

Los peligros y riesgos de que se trata son mucho más complejos que si nos encontráramos ante riesgos por siniestros naturales, pues no basta trazar una ruta de evacuación de emergencia y tomarla oportunamente, sino que se trata precisamente de riesgos socialmente construidos, engarzados por procesos mercantiles donde los actores y las relaciones entre ellos se encuentran atados por procesos de negociación en condiciones desiguales. Entonces, si el mercado rige a la sociedad misma, ¿cómo evitar las consecuencias de los procesos que sostienen dicho mercado, por ejemplo los daños que provocan los plaguicidas en poblaciones desprotegidas y dedicadas a sostener diversos cultivos que van al sistema agroalimentario nacional e internacional?

Esta sociedad ha sido marcada por la llegada, instauración y desarrollo de la modernización, carácter que se ve como el gran mérito de la humanidad, quizá lo tenga en algunos aspectos, pero también valdría la pena desmenuzar un poco sus costos. En el contexto de este caso, nos preguntamos: ¿modernización para qué? ¿Para contar con hortalizas y frutas de alta calidad que se exportan a Estados Unidos, con grandes derramas económicas, sí, pero para quién? Seguramente no para los trabajadores que cultivan las hortalizas, pues más bien a ellos les toca el costo de las intoxicaciones y el desgaste físico, sin derechos laborales.

Pareciera que cuando hablamos de eficiencia y productividad, de producción para exportación, se nos olvida mencionar que el paquete tecnológico, adjunto y necesario, incluye para la población trabajadora: flexibilidad laboral, intoxicaciones cotidianas, insalubridad, no acceso a servicios de salud, pésima calidad de vida, riesgo y vulnerabilidad permanente, desposesión, pobreza. ¿Éstas son consecuencias o "males necesarios" de la modernización? ¿Es imprescindible ante las necesidades de producir alimentos para una población creciente y para dinamizar los mercados? ¿ Se trata de sostener un mercado de agroquímicos que empresas trasnacionales están produciendo y que estamos obligados a comprar? ¿Es inevitable este uso social de la modernización con todos sus costos? ¿Es la única manera en que las poblaciones de trabajadores pueden insertarse en la modernización? ¿De qué modernización hablamos, si los trabajadores que sostienen la productividad no tienen garantía de acceso al trabajo, a los mínimos derechos y protección laboral, a servicio médico, pensión de jubilación, ni una vida sana segura?

Bueno, las reflexiones y preguntas que van surgiendo pueden llevarnos a escenarios muy amplios, como problemas de contaminación ambiental, legislación sobre el uso de plaguicidas, los monopolios de las trasnacionales en estos ramos, la reforma y crisis del IMSS, etcétera, y que de hecho en el transcurso del estudio se van mencionando a través de los procesos particulares locales, centrados en el objetivo de abordar las prácticas discursivas y construcciones culturales en entornos laborales de riesgo.

En el libro, estos escenarios locales son abordados con una construcción metodológica muy interesante, pues muestra un camino propio para definir las pautas de acercamiento al problema, que ahora comento. Primeramente define cuatro unidades de análisis: experiencia próxima, percepción del riesgo, confianza y atribución. Éstas se refieren a construcciones socioculturales que se llevan a cabo para permitir o "sortear las vicisitudes de la vida y trabajo" de los jornaleros agrícolas, de tal manera que "enmarcan la elaboración de una cultura de riesgo".

La idea de "experiencia próxima" está basada en que el recuerdo de condiciones pésimas anteriores ayuda o permite soportar las presentes, que representan al menos un mínimo cambio y mejoría: pasar del desempleo y nulo ingreso frente a cualquier empleo, por duro y mal pagado que sea; pero sostener la idea de mejoría requiere una fortaleza lograda por una vida difícil, de limitaciones y riesgos.

"La percepción del riesgo" refiere la idea de que el peligro del trabajo es parte natural del mismo, así que se asume y se hace porque el trabajo es así, y las consecuencias, malestares e incluso intoxicaciones son parte del trabajo mismo, lo que les lleva a aceptarlos.

"La confianza o inmunidad subjetiva", que en términos coloquiales se refiere al "pero si no pasa nada", requiere una construcción cultural que encamina a los jornaleros a una fortaleza y aguante físico, así como a un condicionamiento y disponibilidad para permanecer en el trabajo, rendir más y ampliar su visión de no enfermedad, no dolor y no malestar para poder resistir. Esto, por ejemplo, los lleva a trabajar sin ropa adecuada ni equipo de protección personal.

La cuarta unidad, "la atribución de responsabilidad", se aborda como la disolución de responsabilidad o culpa en los daños mismos de los agroquímicos, donde ni los fabricantes de agroquímicos, ni los distribuidores de productos prohibidos, ni los agricultores ni nadie es responsable, y la culpa se atribuye más bien al propio jornalero por descuido o debilidad; de hecho, ni siquiera se plantea como prioridad el servicio y seguro médico, a pesar de la recurrencia de daños, y la gravedad y letalidad de las consecuencias.

El autor pasa de una construcción conceptual de cada uno de estos elementos, a una revisión amplia, discutida, multidisciplinaria: reflexiona sobre las aportaciones realizadas desde distintas disciplinas (filosofía, ética, antropología, sociología, etcétera), para luego acercarse al lugar y a los actores de trabajo a través de las vivencias, opiniones de los jornaleros y habitantes del asentamiento.

Pero ¿qué busca, cuál es la intención de su estudio? Se trata de "identificar creencias y valores (riesgo, confianza) y explicar cómo esos valores subordinan más a los trabajadores agrícolas respecto de sus patrones". Con esto volvemos a encontrar una interesante manera de abordar las relaciones entre los micro y los macro procesos, y las dependencias mutuas entre las dinámicas de dichos niveles. Es decir, el análisis se introduce a los sentimientos y creencias de los actores como elementos de su vida cotidiana, pero en ese transcurso nos muestra cómo los microprocesos son producidos en los marcos de estructuras sociales –como se menciona en las conclusiones–, y queda claro que no se trata solamente del riesgo, sino ante todo del lugar social donde éste se encuentra.

Entonces, al indagar en los diferentes tipos de empresas agrícolas las maneras de contratar a los jornaleros, la tecnología agroquímica empleada y las posibilidades de ofrecer seguridad médico-laboral a los jornaleros, además de entrevistas a los mismos y a sus familias, nos dibuja una realidad que la sociedad no quiere reconocer, invisible para muchos de nosotros y que es necesario develar. Con tal propósito, con lujo de detalles, mediante una descripción que no permite dudas ni pasar cosas por alto, narra y muestra testimonios de las condiciones de trabajo, el esfuerzo y dolencias en el paso de cada labor, el caminar y trabajar en cuclillas por horas o con la espalda doblada, el paso descalzo en el lodo helado, la carga del canasto al cosechar, el manejo de machetes y cuchillas, las cortadas en manos o heridas en pies.

Al llegar a los agroquímicos, el libro ofrece testimonios de las condiciones en que preparan las mezclas, realizan las aplicaciones y los efectos de tal manipulación. Esos últimos van desde permanentes dolores de cabeza, males estomacales y desmayos, hasta convulsiones, coma y paro respiratorio. Los jornaleros cuentan sus experiencias: intoxicaciones propias y de sus familiares, accidentes y muertes cercanas; así como las percepciones que tienen de estos hechos: las curas caseras, la información con que cuentan y lo lejano del servicio médico especializado, principalmente si los efectos no son inmediatos –al contacto con el agroquímico– y se manifiestan fuera del trabajo.

Si bien los jornaleros aceptan los riesgos como parte de una realidad ineludible, pues "el peón no pone ni dispone las dimensiones de la arena ni las reglas del juego, aunque en la agricultura –como en otros escenarios– el patrón no puede imponerse totalmente al trabajador", es claro que los trabajadores son necesarios no sólo como trabajo base –que incluye la fortaleza, resistencia, disponibilidad al riesgo, y condición social y cultural que garantice su disponibilidad al riesgo–, sino también en tanto experiencia, conocimiento y dominio de técnicas adquiridas; esto les da ciertas pautas de negociación, que incluye a veces competencia entre ellos, así como espacio para la resistencia pasiva. Pero de cualquier modo, el lugar que cada actor ocupa en esta interacción está marcado por el poder, no sólo por el que detentan los agricultores locales en particular, sino el poder que sustenta a patrones y peones en lugares distintos e inequitativos dentro del sistema social que vivimos.

No puedo evitar la relación con el libro de Astorga,1 quien vislumbra a los campesinos como jornaleros en un mercado donde tienen un papel similar a mercancía, y el trato a los productos es más importante que el de los propios trabajadores. Ciertamente, para los agricultores de Zamora es más importante la calidad de las fresas que la salud de quienes las cultivan. Para Astorga, los jornaleros tienen la función de generar procesos de trabajo útiles al capital; es decir, son factores de la producción, como tantos otros necesarios, regidos por un mercado de trabajo cuyo funcionamiento se da bajo condiciones antihumanas, de desprotección y despotismo; generando así al peón libre "tan libre, que ha quedado a merced del capital".1

Por supuesto que la visión que marca a los jornaleros de esta manera es desgarradora, y cuestionar esta idea desde una posición humana, moral y social nos lleva al acercamiento que Seefoó hace a las voces de los propios trabajadores, "a los sentimientos y creencias de los actores", que si bien marcan los términos de la subordinación, también denotan las necesidades de los trabajadores y sus familias de vivir. Esas construcciones culturales que los lleva a aceptar condiciones de vida difíciles, la convivencia con plaguicidas que a todas luces les hacen daño y la aceptación de condiciones laborales inseguras y desfavorables se originan en principios que tienen que ver con la naturaleza humana –preferir una situación menos desfavorable que otra, sentir que a pesar de todo uno puede lograrlo, que el peligro existe pero, ¿qué otra me queda?... los ejemplos con que el autor explica se podrían ubicar, en otras situaciones, en vivencias nuestras o de cualquier gente. Es decir, son tan humanos como cualquier otra persona que no tenga la necesidad de asumir esos riesgos: sienten, viven, construyen sus propias estrategias, pero buscan por todos los medios mejorar su vida dentro de la marginalidad y la vulnerabilidad ante las relaciones de poder en la sociedad. Me parece que este libro nos confronta con la urgencia de problematizar la disolución de la responsabilidad del riesgo, de fondo en toda su complejidad, lo cual nos lleva a cuestionar la imposición social del peligro en poblaciones como Casita Blanca, Zamora ––como hace el autor––, y de muchas otras poblaciones en nuestro país.

 

Notas

1 Enrique Astorga, El mercado de trabajo rural en México. La mercancía humana, México, ERA, 1988.         [ Links ]

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