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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.21 n.69 México Jul./Dec. 2008

 

Artículos

 

Identidades sexuales y prácticas corporales entre trabajadores del sexo de las ciudades de Xalapa y Veracruz

 

Sexual identities and pratices among sex workers in the cities of Xalapa and Veracruz

 

Rosío Córdova Plaza

 

Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana. Diego Leño 8, Centro, Xalapa, Veracruz, C. P. 91000., ecorova@uv.mx

 

Resumen

Este artículo ofrece un acercamiento antropológico a algunos aspectos centrales del ejercicio del comercio sexual masculino, principalmente a la relación que existe entre las prácticas sexuales y la conformación de identidades en trabajadores sexuales de la ciudad de Xalapa y del puerto de Veracruz, a partir de los protocolos culturales que sustentan las prácticas homoeróticas en relación con el género, el cuerpo, el deseo y la sexualidad normativa. Asimismo, se analizarán desde una perspectiva comparativa los diversos tipos de trabajadores que prestan servicios sexuales a varones, sus anclajes identitarios a partir de una serie de supuestos convencionales sobre lo que deben ser los papeles y las jerarquías de hombres y mujeres.

Palabras clave: identidad sexual, sexo-servicio, cuerpo, homo-erotismo.

 

Abstract

This article offers an anthropological approach to some crucial aspects of male sex work, mainly the relationship between sexual practices and sexual identities in the two most important cities of the state of Veracruz: the capital city of Xalapa and the city and port of Veracruz. It discusses self-definition of different types of sex workers and the cultural features that support homosexual practices related to gender, the body, desire and sexuality. Also, from a comparative perspective, it analyses the different types of sex workers, their identity in relation to conventions over the human body, and the sexual hierarchies that arise from sexual practices.

Key words: sexual identity, sexual services, human body, homo-eroticism.

 

INTRODUCCIÓN

La proliferación del trabajo sexual masculino en México, al igual que en otras parles del mundo, suele asociarse con las actuales condiciones del mercado de trabajo, que han deteriorado la calidad del empleo y mantienen a grandes sectores de la población en permanente exclusión social (Moya y García, 1999). La precarización, terciarización e inestabilidad de la oferta laboral parece estar convirtiendo al comercio del sexo en una opción atractiva y de fácil acceso para muchos jóvenes subempleados o desempleados. A esto se suman factores culturales que han propiciado una mayor tolerancia hacia tipos de conductas diferentes, apoyada en el ideal de respeto a las libertades y los derechos individuales, que resultan de ese impulso civilizatorio en la sociogénesis de Occidente que propone Elias (1994).

No obstante, el aparente crecimiento de la oferta de sexoservicios masculinos bien puede ser una modalidad más abierta y pública de un fenómeno que ha estado presente en otros momentos históricos (Schifter, 1999) y que en la actualidad está sufriendo modificaciones en la manera en que es percibido y sancionado por la sociedad. Esta variante se ha relacionado con el debilitamiento de los lazos de dependencia familiar y los procesos de urbanización provocados por el capitalismo, que crearon las condiciones para la emergencia de grupos cuya vida colectiva se organizaba alrededor de deseos homosexuales (D'Emilio, 1999:239-245), generando demandas de servicios específicos. En México, es posible encontrar algunas referencias a esta actividad durante el Porfiriato, cuando se denunciaba que los clientes visitaban burdeles y casas de asignación para tener prácticas sexuales con hombres o eran solicitados por prostitutos en el Zócalo durante las madrugadas (Bliss, 2001: 52-53). En los años veinte, la policía reportaba que la Plaza Mayor de la ciudad de México "... era frecuentada por traficantes de drogas, afeminados y sodomitas, quienes competían con las mujeres prostitutas por la clientela masculina en esta céntrica zona" (ibidem: 90. La traducción es mía).

Pero, a pesar de su existencia, el trabajo sexual masculino había estado fuertemente invisibilizado debido a que con lleva una serie de transgresiones con respecto a las normas sociales sobre el género, la sexualidad y el deseo. En un esquema donde la sexualidad "correcta" se basa en un modelo que privilegia el papel masculino heterosexual, agresivo, predador y centrado en el coito, además de que otorga una valorización diferenciada a los comportamientos sexuales insertivo/activo y receptor/pasivo, las prácticas homoeróticas cuestionan el orden y las jerarquías sociales (Córdova, 2003). No obstante, la irrupción de la epidemia de VIH-SIDA, al convertir a los grupos de hombres que tienen prácticas sexuales con hombres en foco de satanización social y considerarlos la población huésped del virus por excelencia (Lancaster y Di Leonardo, 1997; Parker, 1999), hizo emerger a esta actividad como centro de atención pública. Ahí el creciente interés por conocer las condiciones de los varones trabajadores del sexo en nuestro país.

En esta dirección, el presente trabajo examinará los ejes en torno a los cuales articulan su experiencia y construyen su identidad sexoservidores de las ciudades de Xalapa y Veracruz, a partir de protocolos culturales que ofrecen una serie de supuestos convencionales sobre lo que deben ser los papeles y las jerarquía sexuales, y que tienen al cuerpo como eje de diversas tensiones.

La información etnográfica fue recopilada en el marco de un estudio de corte antropológico, en diversos periodos comprendidos entre 2000 y 2003 en la ciudad de Xalapa, así como en 2006 y 2007 en el puerto de Veracruz.1 Durante el transcurso de la investigación, además de la observación sobre terreno en las zonas de oferta de servicios y de la realización de un sinnúmero de conversaciones no grabadas, se aplicaron cuarenta y nueve entrevistas a profundidad, abiertas y semidirigidas, tanto en el lugar de trabajo como en diferentes cafés o bares donde se dio cita a los sexoservidores. La distribución de tales entrevistas es la siguiente: ocho a bailarines desnudistas, veintinueve a trotacalles masculinos o mayates, siete a trotacalles travestis, cuatro a masajistas y una al gerente de una agencia de acompañantes; de ellas, treinta proceden de Xalapa y diecinueve de Veracruz. También se obtuvieron tres entrevistas a usuarios de estos servicios, pero solamente una logró ser grabada.

 

CUERPOS, GÉNEROS E IDENTIDADES SEXUALES

Weeks (1998) afirma que la problemática de la sexualidad se halla en el centro de los dilemas contemporáneos sobre la identidad y, al mismo tiempo, conforma un locus de movilización y lucha política. Así, no sólo la feminidad o la masculinidad, la renuncia o el ejercicio, sino la orientación, preferencia y tipo de consumo sexuales, la competencia y las capacidades, la normalidad o patologización son factores que nos construyen como sujetos y nos proporcionan un lugar en el mundo (Córdova, 2005), además de ser elementos de cohesión y reclamo sociales. A tal grado que la sexualidad se ha convertido en "un campo de batalla moral y político" (Weeks, 1993:21).2

Como herramienta analítica, la categoría de identidad se ha empleado para lograr un acercamiento a la recurrente problemática en ciencias sociales de la relación entre individuo y colectividad de una forma dinámica y no dicotomizada (Córdova, 2005). El concepto hace alusión a un imaginario socialmente construido que eslabona características, cultura e historia compartida y adquiere significados reales para aquéllos que se adscriben a él (Altman, 2001: 86), es decir, contempla un carácter histórico. Pero también se refiere a la toma de posición de los sujetos con respecto a su propio proceso de semejanza y diferenciación frente a la sociedad más amplia (Valenzuela, 1997: 27), en el entendido que posee una dimensión subjetiva. De tal manera permite, por un lado, vincular la biografía individual con los rasgos culturales del grupo societal, evidenciando el carácter multívoco y dialéctico de la construcción de la subjetividad —entendida como los modos en que los sujetos hacen la experiencia de sí mismos en un contexto histórico y socialmente determinado (Foucault, 1991)—; y, por otro, posibilita subrayar la agencia del individuo en la elaboración, actualización y selección de los significados sociales. 3

En este tenor, el examen de lo que Butler (1999) denomina "género inteligible" permite entender la manera en que se crean, mantienen y transforman las identidades sexuales y las identidades de género.4 El "género inteligible" responde a un orden que exige linealidad entre sexo, género, sexualidad y deseo; linealidad que se encuentra sustentada por una concepción binaria de los cuerpos. En la conformación de tales identidades, tal como lo expresa Lamas (2000: 69) "... se articulan subjetividad y cultura: ahí están presentes desde los habitus y estereotipos culturales hasta la herida psíquica de la castración simbólica, pasando por los conflictos emocionales de su historia personal y las vivencias relativas a su ubicación social (clase social, etnia, edad)".

Bajo esta óptica, el análisis del cuerpo, su categorización, sus valoraciones y sus usos se torna fundamental. El cuerpo ya no es más un dato biológico, elemental, inmutable, sino que conforma una arena política donde las normas, los valores y las creencias encuentran un receptáculo para su objetivación (Bourdieu, 1991:117 y ss). Esto significa que la relación que guarda el individuo con su cuerpo se encuentra desde el inicio mediada por la colectividad, pero desde imaginarios elaborados a partir de múltiples registros —como la clase, la etnia, la edad y el género (List, 2007: 8). Podemos entender, entonces, la vivencia corporal del individuo en tres direcciones: 1) frente a sí mismo, mientras desarrolla una estrategia para conducir su cuerpo hacia los fines que considera correctos o valiosos; 2) frente a los otros, porque las prácticas demarcan la separación social entre lo apreciado como permisible o intolerable para determinadas categorías de personas, jerarquizando comportamientos, actitudes y estados; y 3) frente al Otro simbólico, en tanto introyecta los contenidos significativos que se le ofrecen y hacen del cuerpo signo de lo que se es, pero también de lo que no se es (Córdova, 2003). La identidad, entonces, estará atravesada por esta triple matriz de la vivencia corpórea, los límites de la experiencia, así como los significados y los valores propios de cada momento histórico.

Por ello, la instrumentación de prácticas disciplinarias que hacen del cuerpo su objeto, intenta generar identidades coherentes a través de normas de género inteligible, mediante el rechazo y la descalificación de otros tipos de identidades que no se ajustan a ellas (Butler, 1999: 50). En esta dirección, los varones prestadores de servicios sexuales a otros hombres "... se enfrentan con un proceso nada simple de negociación de entendimientos e identidades" (Cáceres 2003:123) al colocarse en los márgenes del modelo de sexualidad dominante. Examinemos.

 

MODELO HEGEMÓNICO DE SEXUALIDAD Y EROTISMO ENTRE VARONES

Los estudios sobre masculinidades han documentado cómo los sistemas de género bicategoriales, excluyentes y complementarios, exigen a los varones un alejamiento de lo femenino, de lo infantil y de la homosexualidad, los cuales pueden poner en cuestionamiento la calidad de su hombría (Badinter, 1993). Esto se traduce en concepciones dicotomizadas en las que el único tipo de homosexual estimado como posible (y tolerado) es el "invertido", cuyo referente básico es la feminidad, y es así subsumido a una categoría que resulte compatible con las definiciones sociales y con las identidades de género (Enguix, 1995) de manera que confirma la "'realidad objetiva" del sistema de genero binario (Córdova, 2006).5

En la región, corno se ha documentado en el resto de América Latina, el modelo hegemónico de sexualidad posee un sesgo masculinista, el cual concibe que los deseos sexuales de los hombres requieren satisfacción inmediata (Lancaster, 1999; Parker, 1999; Cáceres y Jiménez, 1999; Schifter, 1999). El papel dominante asociado a la masculinidad favorece el hecho de que la condena social hacia conductas homoeróticas desempeñado el papel entendido como activo sea relativamente ligera y poco estructurada. Si bien es cierto que tales comportamientos no son aprobados, no existe sanción social efectiva en contra del transgresor. Atrás de tales apreciaciones es posible encontrar dos supuestos interrelacionados: por un lado, el carácter apremiante de los deseos sexuales masculinos que es necesario satisfacer bajo cualquier circunstancia y sin importar la condición del objeto sexual, en tanto se colmen desde el papel activo, es decir, la virilidad se mantiene incólume mientras se continúe siendo el penetrador y no el penetrado (Lancaster, 1999; Cáceres y Jiménez, 1999; Serrano, 1999). Por otro lado, apuntala la idea de que a mayor ejercicio de la sexualidad, mayor confirmación de la masculinidad (Schifter, 1999). En consecuencia, el desempeño del papel "pasivo" demerita automáticamente al varón y le resta hombría, feminizándolo.

De esto se deriva que sólo tengan significado social dos tipos de varones involucrados en relaciones homoeróticas: por un lado, el homosexual o "choto" que posee una virilidad disminuida y estigmatizada que lo lleva a jugar el papel pasivo en el coito en su calidad de penetrado, o el papel activo en los contactos oral-genitales. Por otro lado, encontramos al llamado mayate.6 —el cual no es considerado socialmente ni se asume a sí mismo como homosexual, aunque participe de contactos homosexuales—, cuya condición puede incluir la práctica de la bisexualidad, que mantiene su virilidad completa por ser o bien el penetrador o bien a quien se brinda una felación; por ser, además, quien permanece siempre como sujeto de deseo, en tanto tiene la posibilidad de elegir al compañero o compañera erótica de su preferencia, y cuyo valor de cambio dentro del mercado de trabajo sexual depende de su posición como solicitante o solicitado (Córdova, 2003). Si bien es cierto que este esquema no responde a la realidad, en el sentido de que las relaciones homoeróticas entrañan una gran variedad de prácticas que no se circunscriben al coito, pueden funcionar como referente para la evaluación pública de las conductas al enfrentarlas a una bipartición entre lo valorado positivamente y lo marbetado como transgresión (Córdova, 2003a).

A estas consideraciones se suma una añeja percepción de la prostitución como una actividad deshonrosa,7 la cual continúa vigente en nuestro país, y permea la imagen que tiene la sociedad de los trabajadores sexuales, exacerbada por su asociación con aspectos sórdidos de la vida social, como el crimen y las adicciones al alcohol y las drogas. Ello explica por qué el sexoservicio masculino sea una ocupación casi siempre desempeñada por sujetos marginales, aunque exista un sector de hombres de clase media, que laboran como masajistas o acompañantes, destinados a una clientela más selectiva (Altman, 1999: XV).

 

TRABAJO SEXUAL MASCULINO EN EL CENTRO DE VERACRUZ

Las ciudades de Xalapa y Veracruz presentan dos contextos divergentes en muchos aspectos, pero comunes en otros. Por un lado, Veracruz, como principal puerto del país, exhibe gran dinamismo económico, una planta industrial diversificada, es la urbe más poblada de la entidad y, como destino de playa, recibe una importante cantidad de turistas a escala nacional y, en menor medida, internacional, sobre todo en épocas específicas del año, como en el Carnaval, Semana Santa y durante la temporada de fiestas navideñas. Esto también la convierte en un polo de atracción de fuerza laboral para población de todo el territorio del país, que se emplea tanto en la industria formal del turismo como en ocupaciones temporales, o en el sector informal, al tiempo que fomenta el crecimiento de un porcentaje de población desocupada.8

Xalapa, por su parte, al ser la ciudad capital aglutina los poderes gubernamentales y concentra desde hace más de medio siglo la mayor parte de la vida científica y artística de la entidad, debido a la presencia del principal campus de una de las universidades más grandes del país, la Veracruzana. Por tanto, representa un destino para la población estudiantil de todo el estado que se integra a la educación superior, pero también para la rural que se desplaza del campo a la ciudad en busca de mejores opciones de vida. Sin embargo, la escasa planta industrial, la amplia oferta de fuerza de trabajo estudiantil para el sector servicios en empleos temporales o de medio tiempo y el crecimiento acelerado de la población migrante, dejan pocas opciones a los jóvenes de conseguir un puesto medianamente remunerado.

En ambas localidades se presenta un nutrido tránsito de población flotante cuyas estancias son de variada duración: desde los turistas que permanecen unos pocos días en el destino, los trabajadores commuters que pasan los días laborales y regresan a sus hogares durante los fines de semana, hasta los estudiantes fuereños que se quedan gran parte del año en ellas, durante el periodo lectivo. Esta concentración de personas favorece la movilidad y el anonimato sociales, lo que a su vez permite la incorporación al trabajo sexual, brindándole fluidez y versatilidad.

A ello podemos sumar los cambios culturales con respecto a la valoración de la homosexualidad y la ampliación de los umbrales de tolerancia hacia el ejercicio público de prácticas antes perseguidas, los cuales también han contribuido a la propagación de servicios sexuales, ya sea en la vía pública —en la forma de trottoirs de prostitutos transgénero, también llamados travestís o vestidas, y de prostitutos viriles (Perlongher, 1999) conocidos vernáculamente como mayates—, en los centros nocturnos de diversiones o a través de servicios de masajistas o acompañantes que se publicitan ampliamente en los periódicos locales. Por añadidura, se encuentra un número indeterminado de lugares de ambiente9 como galerías, cafés, discotecas o bares, donde se suelen ofrecen sexoservicios (Córdova, 2005).

Aunque la variedad y origen geográfico de los prestadores de estos servicios es bastante heterogénea, para los fines de este trabajo se abordarán tanto los trotacalles, mayates y travestis, como los bailarines, strippers, go-go dancers y chippendales. Estas categorías de personas reivindican para sí ciertos rasgos distintivos que las diferencian y que permiten destacar algunos referentes identitarios en relación con el cuerpo y sus usos. Estos rasgos posibilitan la vinculación entre la autodefinición de los sujetos y los contenidos que los protocolos culturales sobre el género y la sexualidad les atribuyen y, en cierta medida, les exigen como asideros de inteligibilidad genérica.

 

MAYATES Y CHACALES

Como parece ser una constante en diversas ciudades donde se ha descrito la geografía de la prostitución, los parques más céntricos son el lugar por excelencia para el trottoir de los trabajadores sexuales (Perlongher, 1999; Allman y Myers, 1999). Por un lado, la concentración de actividades comerciales y de diversiones en las áreas centrales de las urbes ha depreciado su valor como zonas residenciales, lo cual ha propiciado que en sus alrededores se concentren las viviendas de las clases populares, de donde se supondría que provienen la mayor parte de los sexoservidores. Por otro, la presencia de tráfico vehicular constante garantiza el flujo de la clientela y la red de transporte colectivo conecta al centro con todos los restantes sectores de la ciudad para facilitar el desplazamiento hasta altas horas de la noche.

Esto es así en ambas localidades estudiadas. En Xalapa, a lo largo del circuito formado por cinco cuadras y el parque central, conocido como la "putivuelta", se distribuye una población de alrededor de cincuenta mayates a la búsqueda de clientes. Los mejores días para salir a trabajar son los de pago quincenal y los fines de semana desde el jueves por la noche, viernes y sábado. Al decir de los entrevistados, los días menos productivos son los lunes, martes y miércoles. El horario de trabajo suele comenzar alrededor de las once o doce de la noche y se prolonga hasta las cinco o seis de la mañana, dependiendo del día de la semana y de las condiciones meteorológicas, siempre cambiantes, que se estén observando en la ciudad. El número de trabajadores también oscila en relación con los operativos policiacos que esté realizando el ayuntamiento, ya sea tendientes a la búsqueda de traficantes de droga o por simple hostigamiento a los sexoservidores.

En Veracruz, por su misma condición de destino turístico, las áreas de prostitución masculina se hallan más diversificadas: la Plaza de Armas, el parque Zamora y las inmediaciones del mercado Hidalgo, las avenidas Díaz Mirón y Gómez Farías, así como ciertos tramos de la playa, principalmente en Villa del Mar. El turismo también puede ser un factor para que en el puerto los servicios se oferten durante las 24 horas del día y los siete días de la semana. Una amplia infraestructura de hoteles baratos, edificios que rentan cuartos por hora o día, bares y cantinas, farmacias y un local de baños públicos circundan el parque Zamora, conocido por ser el principal punto de oferta de trabajadores viriles. Es digno de destacar que si bien el interior del parque es un área exclusiva para este tipo de sexoservidores, en las aceras de las calles que lo rodean las mujeres compiten con ellos por la clientela, que acude a pie o circula en automóvil alrededor del parque a todo lo largo del día. "Pues el parque es un lugar muy céntrico del centro, pasan muchos autos y es una avenida muy circulada, por eso recurro a venir aquí, porque pues todos los carros pasan por ahí, casi la mayoría, ¿no?" (Johnny, 23 años, Veracruz).

Los mayates se dedican principalmente a atender a homosexuales conocidos y a veces de tipo más afeminado y entrados en años, aunque también suelen dar servicio a los llamados "tapados", es decir, varones marbetados como heterosexuales, con frecuencia casados y con hijos, que desean mantener ocultos sus deseos por otros hombres. Algunos de ellos son clientes estables de los trabajadores:

Por lo regular son señores ya de respeto, señores ya grandes, yo... de hecho no me voy con muchachos así aunque sean... por muy maricones que sean no, no me voy yo con esas personas. Me voy con señores ya grandes que son de edad, ya que no me meten en problemas ni yo los meto en problemas a ellos y así. Porque los chamacos pues por la edad les vale bolillo todo, pueden traer muchas enfermedades (Javi, 32 años, Veracruz).

Pues son dos señores nada más que me hablan de vez en cuando, nada más. Y pos es como una enfermedad, ¿no? Es como todo, les gusta a ellos, les gusta eso, tienen mujer tienen hijos y pos dice aquel "nadie se ha muerto de eso", ¿verdad? (José, 22 años, Veracruz).

El éxito entre la clientela es directamente proporcional a la juventud y la figura bien conformada. Algunos de ellos no han alcanzado la mayoría de edad y, en el caso de Veracruz, fue posible detectar a varios grupos donde un par de adolescentes eran tutelados por un joven varón de mayor edad, sin que fuera posible esclarecer en las entrevistas si fungía como facilitador de la inserción del neófito al sexoservicio, como una suerte de tutor o como proxeneta. Dentro del grupo de mayates existe una variante a la que se denomina "chacal", que hace referencia a los mayates de aspecto hipermasculino. El "chacal" debe mostrar dosis de agresividad, vulgaridad y rudeza que el imaginario social adjudica al tipo supermacho, aunque también es común que aluda a los mayates de extracción socioeconómica más baja, muchos de ellos pertenecientes a las colonias populares de las zonas del centro o de la periferia de la ciudad, incluso identificados como "chavos banda", razón por la que son vistos con cierto desdén por parte de los otros mayates.

Cuando llegué del pueblo, como primero no sabía ni qué onda, hasta que me metí con un tal Jesús y un tal Daniel... Esos desgraciados luego luego me clasificaron. Mira, me decían chacal, mayate barato, piojo y no sé que tantas madres... porque no sabían de dónde madres era yo. Y luego me dicen "quién sabe, ha de venir de por acá de la colonia Benito Juárez, ha de venir de por acá de la Progreso, ha de venir de acá...". Creían que venía yo de las peores colonias... (Enrique, 20 años, Xalapa).

Los mayates reivindican para sí una masculinidad sustentada en el aspecto viril y en la constante afirmación de su sexualidad desbordada. Dos razones aducen para justificar su vínculo sexual con otros varones: la presencia continúa de urgencias eróticas y las necesidades económicas. La apreciación de que el sexoservicio es una forma de ganar dinero "fácil" estuvo presente en la mayoría de los entrevistados:

El cotorreo es divertido, ¿no? Desgraciadamente sí. A veces uno lo busca porque pues... como en la casa, mi esposa está joven y yo no sé qué mmm... qué chingaderas tengo que yo quisiera estar a cada rato con ella y ella no quiere. Ella nomás quiere una vez, dos veces y ya no quiere. Y hay veces que la verdad ella se va a dejar a la niña a la escuela y yo estoy de pendejo viendo la tele. Y con ver viejas encueradas en la tele ya estoy de pendejo, ya se me paró esa madre y ya me estoy masturbando yo solo (Javi, 32 años, Veracruz).

Yo soy "hombre". Lo que hago, lo hago por conseguir dinero fácil y ese dinero lo ocupo para mis gastos que tengo, por ejemplo de ahí sale para pagar la renta, la comida y cosas así... y de ahí mismo sale para comprarme mi droga. A mí me gustan las mujeres y me llaman la atención ellas. Lo que hago en el parque no es que me guste y que sienta yo placer. Más bien lo estoy agarrando como costumbre para ganar dinero, pero placer no siento. A mí me llaman la atención las mujeres" (Daniel, 24 años, Xalapa).

Ya que representan la figura varonil por excelencia del comercio sexual, suelen autodefinirse como heterosexuales, o incluso como bisexuales, pero nunca como homosexuales. Como parte del éxito de los mayates depende de su imagen de macho, de "hombre-hombre", una constante en sus relatos es la insistencia en que ocupan siempre la posición activa durante el ejercicio de su trabajo, es decir, siempre son o bien los penetradores o bien los que son estimulados manual u oralmente. Aseguran que jamás aceptan ocupar la posición pasiva, pues esto equivaldría a feminizarse como lo hacen sus clientes, manifestando su desprecio hacia los homosexuales, sobre todo a los del tipo más "loca" o "loca torcida", es decir, los más afeminados:

Yo más bien me considero bisexual... me gustan hombres y mujeres. Tal vez me gusta más el sexo con un hombre porque desde el punto de vista del erotismo, estás con un hombre que puede ser afeminado o bien digamos muy masculino, es más erótico ser dominante con alguien que parece ser también muy masculino (Richard, 21 años, Xalapa).

Yo soy activo. Pasivo no, nunca lo he intentado. Bueno, lo intenté una vez, porque pagan más, y la verdad duele y no me gustó y por eso opto por lo otro. Ahorita en lo que me he prostituido por aquí, siempre lo he hecho como activo (Antonio, 23 años, Xalapa).

De esta manera, el cuerpo se convierte en espacio simbólico de lo que se es, pero también de aquello de lo que se pretende diferenciar. Sin embargo, en los relatos siempre aparece que es otro y no el entrevistado quien acepta proporcionar al cliente "la ida y vuelta", término con el que se conoce la penetración mutua. Por añadidura, la pretensión de hipermasculinidad puede ser también un mecanismo para incrementar el precio del servicio:

Algunos cuates de por aquí que se dicen muy machitos, que ellos no permiten que se los atornillen y que no, que no. Pero bien que uno se da cuenta, pues muchos clientes te piden, ¿no? que te doy tanto por la ida, pero tanto más por la vuelta... y pus la lana o porque bien que les gusta, pues le entran (Luis, 19 años, Xalapa).

¡Nooo!, ¿qué pasó? Nel, sí me han querido a veces estar agarrando las nalgas. Les digo "nel, mejor pégate acá". Porque eso es lo que me gusta nada más y que me la mamen, la verdad sí. Yo soy cien por ciento activo. Pasivo no, activo cien por ciento. Por algo soy moreno y soy negro, soy raza latina... más calientes. Yo puedo hacer el amor hasta... yo cuando tenía mi chava, y siempre he tenido mi novia, a veces hago el amor hasta nueve veces con ella, o las hago venir hasta nueve veces en una sola relación. Cojo seis, cinco veces al día cuando se puede, cuando se siente el cachondeo, cuando se siente la sensación (Kalimán, 24 años, Veracruz).

La construcción identitaria de los mayates pasa, sin duda, por la negación al acceso a sus glúteos como antesala del ano, que el imaginario social ha asociado con la noción de pasividad y feminidad (List, 2007: 104). La insistencia en el desempeño del papel activo parece ser un punto de anclaje en la narrativa de este tipo de trabajadores del sexo, acorde con las normas culturales para el género masculino que dictan que la sexualidad de los varones debe ser activa, agresiva y predadora. Esta manera de encarar la dominación simbólica del principio masculino sobre el femenino se reproduce, al menos en el discurso, en la asignación dicotómica de los papeles sexuales al interior de la relación homoerótica y la reducción falocéntrica de las zonas erógenas.

Asimismo, es de destacar que la fluidez de la ocupación puede permitir a los trabajadores dedicarse a ella de forma intermitente o esporádica, así como complementar ingresos provenientes de otras fuentes: "La verdad yo lo hago por necesidad, ¿no?, por tener una moneda extra. Si cobro mil pesos en una chamba de albañilería a la semana y si me cobran mil quinientos de renta, lógico que tengo que recurrir a otros medios, ¿verdad?, porque pues tampoco andaría robando, o sea, no es lo mío verdad" (Jorge, 22 años, Veracruz).

Estas circunstancias permiten a los trabajadores combinar actividades generadoras de ingreso, o dedicarse al sexoservicio de manera intermitente, de acuerdo con sus necesidades económicas o sus urgencias sexuales.

 

TRABAJO SEXUAL "TRANS"

Los protocolos culturales que sustentan el sistema de género binario en la región permiten una salida inteligible a la orientación homosexual, echando mano a una noción de "anormalidad", producida por circunstancias biológicas o sociales, pero ajena a la voluntad de los sujetos y que se manifiesta tanto en el deseo erótico hacia individuos del mismo sexo y el uso "equívoco" de los orificios corporales, como en una suerte de necesidad de cambiar o afirmar una identidad de género diferente. El resultado deviene en la manifestación de rasgos asignados culturalmente como característicos de uno de los géneros, en un cuerpo que tiene como base atribuida dominante al considerado opuesto dentro del modelo.

Es que al pollo le inyectan mucha hormona. Entonces la mujer cuando está embarazada come mucho pollo y después asimila la sustancia hormonal y de ahí salimos nosotros [los homosexuales] (Claudia, Veracruz).10

Yo lo considero mal, pero pues no encuentro solución para eso. Ya Dios nos hizo así y hay que aceptar cómo somos, qué le vamos a hacer. Luego me decían mis hermanos "¿por qué eres así?". Yo siempre fui discreto, para que ellos nunca se dieran cuenta. Por eso ellos creen que a los quince, dieciséis años me volví así, pero no. Luego mis hermanos decían "es que se volvió así por alguna depravación". Pero no, en mi caso no (Yesenia, 24 años, Xalapa).

Lograr una apariencia y una estética femenina es un ejercicio de creatividad que se logra mediante el uso de prótesis externas, algunas emplean terapias hormonales para lograr el adelgazamiento de la voz y la disminución del vello corporal, mientras otras prefieren el uso de inyecciones de aceite vegetal para conseguir un aumento en el volumen de senos, glúteos y piernas.11 La dificultad de encontrar un empleo cuando se ha iniciado el proceso de transformación canaliza a muchas personas transgénero o transexuales hacia el ejercicio de la prostitución.12

Estuve trabajando en un antro como dos años y medio de barman. Pero me salí porque entraba a las diez de la mañana, salía tres, cuatro de la mañana y era muy pesado. Porque exigía un sueldo más por el tiempo que yo estaba y [más horas libres para] poder dormir, fue por eso que lo dejé. Después estuve en una juguetería nada más como tres meses, por lo mismo de la aceptación personal de uno, porque supuestamente pasaban clientes que les molestaba que yo los atendiera. Ahorita tengo como año y medio de trabajar de sexoservidora y me siento más a gusto, la verdad sí. Aunque recibe uno también insultos de la gente que pasa, agresiones. Pero me siento más aceptado ahí que en cualquier otro trabajo (Yesenia, 24 años, Xalapa).

En Xalapa, el área exclusiva de trabajo de las sexoservidoras trans se ubica al norte de la avenida que sale por un extremo a la carretera que va al Distrito Federal y por el otro la que lleva al puerto de Veracruz, donde se halla un corredor comercial que va desde la ciudad de Xalapa hasta la vecina localidad de Banderilla, en el cual se concentra una zona de hoteles de paso, bares y otros centros de diversiones nocturnas. Esta localización es de vital importancia para captar a la principal clientela de los travestis, constituida por los conductores de los camiones de carga que transitan hacia ambos puntos de destino.

En cambio, Veracruz presenta una mayor interrelación en los espacios destinados al trabajo sexual, donde a veces conviven mayates y vestidas. Tal es el caso de los portales de la Plaza de Armas y la avenida Díaz Mirón, principalmente en los alrededores de la estación de autobuses, donde se encuentran hoteles de todos los precios, e incluso un cine porno donde se realizan diversos servicios sexuales.13

Las vestidas, al igual que los mayates, suelen atender a la población de tapados. Sin embargo, podemos encontrar una diferencia fundamental en cuanto a las motivaciones de los clientes por contratar sus servicios. En el caso de los mayates es la búsqueda de rasgos más masculinos, mientras la inclinación de la clientela por los travestis implica el contacto con un cuerpo de varón con apariencia de mujer. Algunos de las entrevistadas pertenecientes a esta categoría afirman que los tapados prefieren involucrarse con vestidas porque les causa menos conflictos para pretender que no sostienen relaciones homosexuales, como defensa de una virilidad más acorde con los valores aceptados.14

La mayoría de travestis entrevistadas aseguraron sólo sentirse cómodas, seguras y deseables mediante la caracterización dramatizada de la feminidad. Por añadidura, ninguna de ellas manifestó haber recurrido a cirugías de reasignación de sexo ni estar en disposición de hacerlo:

Yo no mutilaría parte de mi cuerpo para sentirme mujer porque no lo necesito... yo para sentirme mujer creo que debes tener alma de mujer independientemente de tu sexo para poder vivir como tal. Primera, no necesito mutilarme para sentirme tal, que no me hace mujer, creo que no, digo me corto un dedo, me corto un pie y no me hace mujer eso o este hombre se corta el pene y no va a ser mujer por eso. Esa sería una razón. Segunda, porque lo que te cortan, porque la forma que te hacen es una forma de vagina... pero eso no es una vagina, no te haces mujer. El día que a mí me dijeran: "¿sabes qué? por ahí vas a poder menstruar", porque yo jamás en mi vida voy a menstruar, jamás en mi vida voy a tener un orgasmo y mucho menos voy a poder parir... Entonces eso no es una vagina, es un hueco con forma de vagina, es un pene mutilado con forma de vagina pero eso no es una vagina, ni te hace mujer. Una vagina menstrúa, tienen un orgasmo y puede parir. Que a mí me digan: "te vamos a operar pero de ahí vas a sacar... vas a dar vida", entonces sí lo haría, cosa que a la fecha no se ha podido hacer. Y en tercera, no lo haría porque creo en Dios y es ir en... yo sé que voy en contra... voy en contra de todo... (Viridiana, 21 años, Xalapa).

Parte del anclaje identitario de este tipo de sexoservidoras se refuerza al tratar de mantener el papel considerado como pasivo durante la relación sexual y evitar en lo posible la manipulación de sus genitales por parte de los clientes:

Nunca me han gustado las mujeres y mucho menos penetrar a un hombre. Yo me siento cien por ciento mujer.

Mis parejas nunca me gusta que me vean mi parte y es posible que me bañe con ellos, con tanga o desnuda, pero siempre les doy la espalda. Me gusta que me vean mis senos, mi cuerpo, si es posible, cuando hay cierta confianza; pero siento que si me vieran esa parte se rompería el encanto. Entonces siento que mi pareja se iría, me dejaría (Coral, 36 años, Xalapa).

Por un lado, el acto de travestirse y el deseo de ser penetrado se presentan como un perverso desafío a las leyes de la naturaleza y al orden social, incomprensible para los espectadores; desafío que supone no sólo la transgresión hacia la sexualidad correcta, sino a la relación mimética que debe mantenerse entre sexo y género. Por consiguiente, el travestismo introduce elementos de ambigüedad y confusión que resultan reprobables y peligrosos para el resto de la sociedad, al poner en entredicho la linealidad que debe existir normativamente entre ellos. Pero, por otro lado, esta forma de asumir la adopción de imagen y comportamientos femeninos como una necesidad ubicada fuera de la voluntad del sujeto, es explicable si consideramos que el tipo de homosexual más afeminado es el más manejable por el sistema de género dicotómico, no sólo en términos de desplazamientos de género sino de un reduccionismo clasificatorio que indica que todo homosexual es afeminado y todo afeminado es homosexual, de ahí que una exacerbación de los rasgos femeninos garantizaría una mayor tolerancia, e, incluso, una incursión abierta y de mayor aceptación en el mundo heterosexual, como en el caso de las artistas de espectáculos travestis (González, 2000).

 

STRIPPERS, GO-GO DANCERS Y CHIPPENDALES

Los bailarines desnudistas que se presentan en centros de diversión nocturna no son estrictamente trabajadores sexuales, pero el medio donde ejercen su actividad les hace posible combinar satisfactoriamente el baile y el comercio sexual. A diferencia de los trotacalles, quienes se relacionan con demandantes de todas las clases sociales por ofrecer sus servicios en el espacio público, la clientela de los bailarines está conformada por los asistentes a estos establecimientos, lo que garantiza que posean cierto nivel adquisitivo. Algunas de las características indispensables para lograr ingresar al medio son la juventud, la belleza física y la apariencia muy masculina. Es requisito casi indispensable que desarrollen una buena figura, "esculpida" en los gimnasios y agreguen otros elementos estéticos identificados como propios de los súper machos: cabello corto, tatuajes, piercings y vestuario simbólicamente asociado a la masculinidad, como policías, vaqueros o soldados (Hernández, 2006): "Yo creo que los 26, 27 años es el momento de la cúspide, ¿no? Al menos te va mejor, porque uno todavía se ve bien en la pista... ya pasando 29, 30, pues ya no te contratan tan fácil, pues ya dicen 'está bien ruco'" (Giovanni, 21 años, Xalapa).

El puerto de Veracruz, como la ciudad de mayor tamaño y más cosmopolita del estado —aunque no necesariamente más tolerante hacia la manifestación pública de la homosexualidad—,15 ofrece una variedad de lugares de ambiente, y en algunos de ellos se puede asistir a espectáculos de desnudismo. Los establecimientos ofrecen show de strippers o chippendales, así como go-go dancers transgénero y viriles,16 los cuales bailan en plataformas elevadas en distintos puntos de los locales, ya sea acompañando el espectáculo principal del stripper o animando el baile del resto de los parroquianos. En algunos hay duchas con paredes de vidrio donde el bailarín simula tomar un baño mientras se mueve y acaricia al compás de la música. Asimismo, existe un centro nocturno situado en la zona portuaria que a veces presenta funciones de sexo gay en vivo.

En la ciudad de Xalapa, los espectáculos de desnudismo están prohibidos por la legislación municipal; sin embargo, existen algunos locales donde se presentan shows del tipo llamado table dance, "teibol", de manera más o menos clandestina. La dificultad de lidiar con las autoridades correspondientes hace que estos locales sean clausurados con cierta frecuencia, por ello los espectáculos de desnudismo se ofrecen a veces en unos "antros" y a veces en otros, ya sea en Xalapa o en los municipios circundantes. Durante la investigación sobre terreno, el local que ofrecía estos espectáculos se encontraba en el vecino municipio de Emiliano Zapata, en una discoteca gay que abría sus puertas tanto a hombres como a mujeres y fue posteriormente clausurada por "falta de permisos". El local ofrecía dos funciones, una a las dos de la madrugada y otra a las cinco. En cada una de ellas participaban dos bailarines y un imitador fonomímico de cantantes famosos(as) en el medio artístico, que se presentaba travestido o no. En la primera de las funciones cada bailarín realizaba su rutina mientras se despojaba de la ropa, sin llegar al desnudo total, acercándose a los parroquianos y, a veces, estableciendo contacto corporal con mujeres y hombres. El espectáculo finalizaba con la aparición del imitador. Durante la segunda, el bailarín llegaba al desnudo completo y permitía una mayor interacción por parte de los espectadores. El grado de desnudez hace la diferencia entre los bailarines strippers, que realizan desnudo total, en tanto los chippendales conservan una diminuta tanga que cubre sus genitales: "El chippendale lo que hace es bailar con su vestuario y estar en tanga. Un stripper lo que tiene es que volver a bailar pero erecto, excitado y, o sea... ahora sí grande" (Charlie, 23 años, Xalapa).

Para estos trabajadores del espectáculo, además de la figura musculosa, es necesario mantener una semierección a todo lo largo de los diez o quince minutos que dura cada rutina de baile, lo cual se logra mediante la estimulación previa, la aplicación de pomadas y aerosoles, o el uso del anillo de un preservativo apretado en la base del pene, para evitar el vaciamiento rápido de los cuerpos cavernosos: "Usa uno xilocaína. Es un anestésico que usan los jugadores de fútbol cuando les pegan. Te lo echas y se te quita el dolor, eso se lo echa uno en el pene y demora uno tres, cuatro horas" (Joe, 21 años, Veracruz).

Aunque el bailarín nudista está obligado a exhibir una apariencia hipermasculinizada, el estereotipo está acompañado de la puesta en duda de su virilidad, porque se supone que su actividad implica ciertas dosis de exhibicionismo y narcisismo que el imaginario colectivo relaciona con la homosexualidad. En esta dirección, dos aspectos que aparecieron como constantes en las entrevistas con este grupo fueron particularmente interesantes. El primero de ellos fue encontrar que, al ser interrogados respecto a su orientación sexual, todos los entrevistados sin excepción hicieron énfasis en autodefinirse como "cien por ciento heterosexual", "totalmente buga",17 "ser heterosexual muy bien definido":

Un stripper no te va a decir "yo soy gay" porque está más en juego la hombría, como que se debe manejar una imagen de fuerza, de hombre, de masculinidad. Entonces, obviamente si sale uno y tiene movimientos afeminados, pues ya no gustó. Claro que a la gente gay le gusta la imagen supermacho y a las chavas también les gusta. Entonces hay que cuidar esa imagen... los músculos, el cuerpo, te cuidas, cuidas tu salud, cuidas tu cuerpo y tratas de dar una imagen bonita. Creo que a todos nos gusta ver caras y cuerpos bonitos (Víctor, 28 años, Xalapa).

Es posible observar un aspecto que pareciera contradecir la manifestación recurrente de total heterosexualidad de los bailarines: a pesar de un discurso muy trabajado de constante negación del acceso a sus cuerpos por parte de los parroquianos, durante la presentación del espectáculo los clientes los tocan con frecuencia. Al ser interrogados, todos los bailarines aseguraron que evitaban tales acercamientos:

Te fijaste ahorita que bailé, yo no me acerqué con los hombres, o sea, les bailo enfrente pero no me acerco porque me siento incómodo y no les voy a hacer una grosería, o sea, si se acerca el chavo y trata de tocarme pues no le voy a hacer una grosería. A eso me expongo y procuro evitarlos no acercándome (Christopher, 22 años, Xalapa).

No me gusta que me toquen, porque al tocarte tu miembro, como las personas están tomadas, o sea los gays, te lo aprietan como si fuera de plástico, y eso duele. En mi caso, yo me considero muy mamón, muy arrogante. Cuando yo salgo erecto me pongo exclusivamente en medio de la pista y dejo que me vean... (Charlie, 23 años, Xalapa).

Durante la observación, sin embargo, resultaba evidente que los bailarines se acercaban a los asistentes, hombres y mujeres, e interactuaban con ellos, permitiéndoles que tocaran sus cuerpos. Todo parece indicar que este tipo de trabajadores se ven sometidos a dos clases encontradas de exigencias que tienen al cuerpo como foco de tensión: por un lado la exacerbación de su masculinidad, en la cual radica su éxito en el negocio; y por otro, el acercamiento físico por parte de la audiencia a la que se dirige el espectáculo, que puede responder a sus deseos o no, pero que debe ser aceptado como parte del contrato tácito entre el trabajador y la clientela masculina y femenina. Asimismo, ya sea durante la función o en el intermedio, se establecen los contactos para realizar contactos sexuales con alguno de los asistentes, a veces en los propios locales.

 

COMENTARIOS FINALES

La existencia de discursos y comportamientos que establecen una ruptura entre la linealidad de los elementos que conforman el género inteligible, pone en cuestionamiento interpretaciones simplistas sobre el sexo, el género y el erotismo. Es necesario señalar la diferencia entre el deseo y los objetos que lo movilizan, frente a las prácticas sexuales de los individuos. Es decir, "... que los sentimientos y los deseos sexuales son una cosa, mientras que la posición subjetiva, la identificación con una posición social particular y la organización del sentido del yo, es decir, la identidad, es otra. No hay conexión necesaria entre comportamiento e identidad sexual" (Weeks, 1998a: 216). De esto se deriva que la relación entre actos y significados sexuales no es fija y que una práctica fisiológicamente igual puede ser entendida y regulada de muy diversas maneras, en función de los esquemas de pensamiento desde los que se esté evaluando (Vance, 1991).

En esta dirección, la existencia de prácticas homoeróticas puede carecer de significado social, en tanto las personas no las incorporan como parte de su sentido de identidad, o bien su negación o disociación puede constituirse como un punto de anclaje en su construcción como sujetos.

El modelo hegemónico que deriva de una concepción de la sexualidad masculina, entendida como predadora, apremiante y multidirigida, favorece una aprehensión dicotómica de las prácticas como pasivas y activas, asignándoles valoraciones jerarquizantes, de manera que se establece desde el cuerpo una relación entre dominadores y dominados. Los papeles sociales, posiciones sexuales, gustos y deseos son evaluados simbólicamente y se permite su ejercicio a un tipo de personas y se condena en otros. De esta forma, la gimnasia corporal no únicamente afirma las concepciones sobre lo permitido y lo prohibido, lo decente y lo indecente, sino que evidencia, al mismo tiempo, tanto lo que somos como aquello que rechazamos (Córdova, 2005).

En esta dirección, el trabajo sexual masculino es un claro ejemplo de la diversidad de posiciones identitarias que pueden elaborarse a partir de una práctica similar, donde el ámbito de lo social establece matrices culturales en torno a las cuales articulan su experiencia los sexoservidores entrevistados. Estas matrices señalan las prácticas adecuadas para cada papel social y permiten a los individuos autodefinirse y construir una identidad mediante su adscripción a ellas. En el caso de los bailarines, la labor de seducción está centrada en los atributos del cuerpo hipermasculinizado que comunica el lenguaje del erotismo al ser "... la representación del objeto de deseo viril ideal (y por ende inalcanzable) de los hombres homoeróticos" (Hernández, 2006:10). La misma exigencia de masculinidad en los mayates, el destierro de todo rasgo que consideren femenino de su persona y conducta, la insistencia en la heterosexualidad o en el papel activo durante el coito, protegen de manera simbólica contra la feminización del varón que realiza conductas correspondientes a las mujeres, como exhibirse y bailar desnudo o tener relaciones sexuales con otros hombres. Esto les permite situarse en el extremo dominador de una relación marcada por el poder, sin perder sus privilegios de género.

Por otro lado, en el caso de los travestís, el nexo naturalizado que un sistema de género dicotómico imprime entre sexualidad y anatomía, condiciona que las infracciones a la normatividad se contemplen como inversiones o usurpaciones de los rasgos atribuidos al género contrario, como resultado de anomalías o perversiones. Así, la condena social dirigida a conductas, apariencia o prácticas femeninas que suponen que el varón se está ubicando por decisión propia en el extremo dominado de las relaciones de género, tiene que ser justificada simbólicamente, mediante el convencimiento de estar en el cuerpo equivocado, lo que opera como elemento reparador del orden social trastocado, situando la transgresión en un espacio fuera de la voluntad y/o control del sujeto.

Simon y Gagnon (1999:33), apoyándose en Freud y siguiendo su metáfora teatral, sugieren que lo que denominan guiones sexuales, entendidos como una sintaxis operativa para la puesta en escena de la sexualidad, puede ser descompuesto a nivel intrapsíquico en un elenco de personajes para enfrentar materiales incongruentes que permitan darle coherencia a una identidad. Esta idea sobre la posibilidad de disociación entre prácticas, símbolos e identidades sexuales individuales, permite explicar la convivencia entre relaciones homoeróticas y la afirmación de total heterosexualidad que exhiben algunos de estos trabajadores. De tal forma, el contacto entre varones puede cargarse de significados extrasexuales y circunscribirse a una operación laboral o mercantil. Como ha señalado Altman (1999: XIII-XIV), al desestabilizar las estructuras normatizadas de los papeles sexuales se suele caer en la tentación de considerar al comercio sexual masculino como una simple transacción económica, carente de otros significados sociales. Estas otras dimensiones no pueden ser entendidas si no se examinan los protocolos culturales que cargan de sentido los límites sociales de los cuerpos.

 

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Notas

1 Agradezco la colaboración de Emilio Espronceda y Brenda Salguero para la realización de algunas de las entrevistas en Veracruz que aquí se incluyen. Esta fase de la investigación recibió apoyo del CONACyT, en el marco del proyecto "Dimensión territorial del turismo sexual en México", número de convenio J-50367-S.

2 Aunque la sexualidad ha sido centro de las preocupaciones de Occidente desde principios de nuestra era, Weeks (1998) señala que es a partir de la década de 1960 que ha tenido verdadero impacto y resonancia la idea de una política sexual como resultado de la crisis de las relaciones entre los sexos. Esto ha sido resultado de tres factores: la "secularización" del sexo con la consecuente liberalización de actitudes en Occidente, la mercantilización del erotismo y la supuesta "crisis" de la familia, que deriva más bien de la proliferación de distintos arreglos domésticos. Los rápidos cambios de los significados han llevado a la búsqueda y validación de identidades sexuales diversificadas.

3 El concepto de agencia surge desde la ciencia política y aborda al sujeto a partir de su capacidad de actuar desde la controversia, la historicidad y la contingencia, constituyéndose como tal en su propia acción, al "... estar en situación (relacional) de funcionar cuestionando-generando conexiones a partir de otras conexiones (Ema, 2004: 20).

4 Desde el "género inteligible", las identidades sexuales y las identidades de género guardarían una relación mimética, donde los comportamientos, el tipo de prácticas sexuales y los objetos de deseo estarían definidos por la genitalidad. Cualquier ruptura de la linealidad entre ellos sería indicativa de transgresión o patología.

5 Enguix dice al respecto que el homosexual afeminado "... es tolerado y a la vez degradado, puesto que, por una parte es compatible con las definiciones de género, pero igualmente las quebranta con su transgresión" (Engmx, 1995:50).

6 Mayate es una palabra de origen náhuatl con la que se denomina a los escarabajos estercoleros y, por extensión, a los varones que penetran a otros varones, en alusión al coito anal.

7 Existe un debate sobre la pertinencia de dejar en el olvido el término prostitución para referirse a la venta de sexo a cambio de algún pago en dinero o en especie, en el afán de quitarle el contenido criminalizante y peyorativo. El argumento es que una persona adulta tiene el derecho de alquilar su cuerpo como modus vivendi (Altman, 2001:100). Sin embargo, al higienizarla, la noción de trabajo sexual o sexoservicio oscurece las causas que llevan a la gente a practicarla, como la pobreza, el hambre y la indefensión, y los efectos que provoca: degradación, privación, estigmatización y marginalización, que hace que para muchos y muchas sea la única opción viable de subsistencia (Khan, 1999). Aquí serán usados indistintamente, con el objetivo de considerar ambas posibilidades.

8 El INEGI reporta una tasa de desempleo abierto de 5.2 por ciento en 2004 para la ciudad de Veracruz, la más alta del país (http://www.inegi.gob.mx). Sin embargo, los informes oficiales anuncian con bombo y platillo un descenso en la tasa de desempleo estatal de 2.60 a 2.18 por ciento durante el primer trimestre de 2007 (El dictámen, 18-05-07), lo cual puede deberse a la creciente incorporación de veracruzanos a los circuitos migratorios internacionales (Córdova, Núñez y Skerritt, 2007).

9 Con este término se suele aludir a la subcultura gay.

10 Citado en Pretelín (2002: 51).

11 Utilizo el femenino para referirme a este tipo de sexoservidores, con el objeto de respetar su propio posicionamiento respecto a su identidad de género, aunque no todas hablen de sí mismas de esta forma.

12 Es preciso distinguir entre travestista —persona cuya identidad de género es coherente con su asignación de género pero que obtiene placer al usar prendas, accesorios o vocablos socialmente asignados al "otro" género—, tra-vesti —quien exhibe una identidad de género no coherente con la asociada a sus genitales, incluyendo conductas y expresiones—, transgénero —quien decide vivir permanentemente la identidad de género concebida como opuesta y puede realizar cambios corporales sin desear cambiar de sexo—; y transexual —quien se ha sometido a procedimientos quirúrgicos y endocrinológicos para alterar su cuerpo (véase Córdova, 2006).

13 En su excelente etnografía sobre este espacio, Pretelín (2002) documenta la flexibilidad de tales servicios, en los que puede no haber transacción económica alguna, o bien puede algún intercambio monetario por parte del "activo" o del "pasivo".

14 Malcolm (2000) sugiere que el fenómeno de bisexualidad u heterosexualidad defensiva, que consiste en mantener una identidad pública de tipo heterosexual y suscribir deseos privados de tipo homosexual, es una manera de protegerse contra el estigma social vinculado a la orientación homoerótica.

15 En su investigación sobre el proceso histórico de la visibilización homosexual en Xalapa, Barffusón (2006) encuentra que para sus entrevistados Xalapa resulta una plaza menos homofóbica y agresiva que Veracruz, que les permite una existencia homosexual más segura e integrada y, por ende, menos ghettorizada.

16 Las y los go-go dancers surgieron en bares y discotecas durante la década de 1960 ubicados enjaulas o plataformas elevadas y acompañaban el baile o la música practicando una suerte de danza erótica (http://www.dancermag.com/articles/go-go-dancers/).

17 Término para referirse a los heterosexuales dentro del ambiente.

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