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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.20 no.65 México may./ago. 2005

 

Artículos

 

La costumbre de matar: proliferación de la violencia en Ciudad Juárez, Chihuahua, México*

 

The custom to kill. The proliferation of violence in Ciudad Juárez Chihuahua, Mexico

 

Patricia Ravelo Blancas**

 

** Profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y profesora visitante de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN/Unidad Juárez) y de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP).

 

Texto recibido el 1 de noviembre de 2003
Aprobado el 11 de noviembre de 2004

 

Resumen

En Ciudad Juárez la violencia es parte de su historia, de su cultura, de su economía y de su sistema político, por lo que la costumbre de matar forma parte de un contexto donde nada es seguro ni mínimamente estable. La vida en la frontera y su cercanía con la muerte produce una diversidad de sentimientos, emociones y sensaciones, pues el peligro es permanente. Las muertes son violentas y se producen en un escenario dominado por el miedo, donde la ley es instaurada por las mafias, mediante el control soterrado del sistema político y económico. Muchos sectores de la población están al servicio de los llamados "picaderos",*** cientos de jóvenes operan desde las bandas y, obviamente, las mujeres constituyen uno de los botines de los mañosos. El tráfico de mujeres forma parte del tráfico ilegal, pero es más complejo por todo lo que lo rodea, como veremos en este artículo.

Palabras clave: violencia sexual, fronteras, narcotráfico.

 

Abstract

In Ciudad Juárez, the violence is part of its history, its culture, its economy and its political system. That's why the custom to kill springs from a context where nothing is safe nor minimaly stable. The life in the border and its proximity with death produces a diversity of feelings, emotions and sensations, because the danger is permanent. The deaths are violent and they take place in a scene dominated by fear, where the law is enforced by the mafias, through the hidden control of the political and economic system. Many sectors of the population are in the service of "the picaderos" hundreds of young people operate from the gangs and, obviously women constitute one of booties of these mafias. The women illegal traffic, is the more complex problem because it is surrounded by many social and cultural aspects that this article tries to show.

Key words: sexual violence, borders, drug trafficking.

 

INTRODUCCIÓN

Las formas legitimadas de relación social basadas en la violencia son parte del contexto cultural en la zona fronteriza aledaña a Ciudad Juárez. Constituyen una norma, una costumbre para interactuar, comunicarse, socializar, negociar y resolver cualquier tipo de conflicto, sea entre narcotraficantes, pandillas, partidos políticos, poderes locales, familias, parejas o géneros. En una palabra, las manifestaciones de violencia en esta frontera son formas de relación inmersas en los espacios micro y macrosociales, donde se ha instaurando una cultura del terror propia de los intereses de las mafias y, al mismo tiempo, una cultura del sacrificio y el castigo, pues se potencia el sentimiento de victimización y el control de las mujeres —y también de algunos hombres—, estén o no cercanos a las redes del narcotráfico, la delincuencia y las mafias policiacas.

Esta terrorización feminicida, como la llama D. Russell,1 y homicida son caldo de cultivo para la impunidad: la norma es el abuso de autoridad en todos los niveles, sin mediar sanción alguna. La proliferación de la violencia instaurada por mafias del narcotráfico y la delincuencia organizada incluye a la policía y el grado de complicidad y los nexos de fondo entre estos tres poderes son aún desconocidos.

Aunado a esto están los prejuicios sociales que dominan la vida de las mujeres. René Girard plantea la existencia de una sociedad sacrificial, lo cual nos obliga a plantearnos varias preguntas en cuanto a la relación entre la violencia y el sacrificio, más tratándose de comunidades como la juarense, con una mezcla de culturas debida a las migraciones, donde los rituales colectivos son una práctica real, sea entre las pandillas o entre los narcos, quienes tal vez buscan una víctima ritual, una inocente que pague por algún culpable, en medio de una intensa religiosidad que las relaciona con el sacrificio divino o con el castigo, es decir, que la violencia aparentemente "irracional" no carece de razones aunque no las conozcamos con certeza. Según Girard, el común denominador de la eficacia sacrificial es la violencia intestina; son las disensiones, las rivalidades, los celos, las peleas entre allegados lo que el sacrificio pretende eliminar para restaurar la armonía de la comunidad y reforzar la unidad social. Vista así, la violencia se relaciona con todos los aspectos de la existencia humana (Girard, 1998:16). Por eso, la concepción moralista de los asesinatos de mujeres y hombres vinculados con el narcotráfico, el consumo de drogas o cualquier actividad ilícita se orienta hacia este tipo de castigo sacrificial.

Esta violencia sin sentido está constituida por actos que ponen en peligro la vida o provocan la muerte de personas inocente. Son hechos inmersos en sistemas culturales de desigualdad social, de discriminación de género y de clase, de xenofobia, racismo, misoginia y homo-fobia, donde los hombres y las mujeres son formados para preservan un orden social que se apoya en una cultura de la opresión2 y la exclusión.

La violencia en esta cultura fronteriza ha pasado a formar parte de la costumbre, de cierto estilo de vida, de hábitos configurados en una vida cotidiana donde muchos hombres entre sí y en su relación con las mujeres se enfrentan a muerte, a golpes, insultos, amenazas y ningún respeto.

Creemos que las muertes violentas en esta frontera representan un sufrimiento colectivo, un trauma social,3 un dolor histórico4 que permanece en la memoria de la sociedad, en una memoria lastimada y herida. Este fenómeno se manifiesta en hombres y mujeres, y es diferente; transfigura una cultura misógina y patriarcal en ambos, pero con un matiz distinto. La mayoría de los hombres son asesinados con armas; sus crímenes representan mucho de lo que significan los atributos de la masculinidad hegemónica, la embestidura patriarcal de los guerreros, de los soldados, de los poderosos, de los que saben, pueden y deben ejercer la fuerza, el dominio, la autoridad, la agresividad, y expresan su hombría empuñando las armas, incluso las corporales y simbólicas. Las mujeres son asesinadas y violadas la mayoría de las veces; sometidas por la fuerza física, por la dominación de sus cuerpos y de su sexualidad, debilitadas por el miedo, las amenazas, el acoso y la discriminación en una sociedad jerarquizada donde la mayoría de ellas son violentadas contra su voluntad.5

Los crímenes contra mujeres y hombres en Ciudad Juárez se han incrementado desde la década pasada. De 1993 a la fecha (2004) más de 340 mujeres han sido asesinadas. Varias de estas muertes se deben a la violencia sexual y de género. En el caso de los hombres, las muertes violentas6 ascienden a más de 1600 de 1993 a 2002 y se presume que varias de ellas están asociadas directamente al narcotráfico.

En este artículo pretendemos explorar las características que configuran la costumbre de matar, derivada de la relación violencia-género-muerte en el contexto fronterizo de Ciudad Juárez. Para entender estas características, describimos los rasgos de los homicidios y crímenes contra mujeres que se produce en los puntos de intersección de esta relación, atravesada por asesinatos perpetrados con una fuerte carga genérica (patriarcal, misógina y en cierto sentido homofóbica), aunque diferenciada entre hombres y mujeres. Posteriormente, analizamos las particularidades del sistema sexo genérico en esta frontera, describimos los planteamientos de algunos grupos que trabajan con hombres violentos alrededor de lo que implica la violencia masculina en ellos mismos y en las mujeres, y de lo que significan la muerte y la vida en un grupo de madres y familiares de mujeres desaparecidas y asesinadas. Por último, perfilamos algunas reflexiones metodológicas que se desprenden, principalmente, de las implicaciones del estudio en un campo de investigación donde diariamente hay pequeñas o grandes explosiones de violencia, donde cada quien participa de manera directa o indirecta en la determinación de pautas de comportamiento social y cultural derivadas de un contexto en el cual las muertes violentas, entre otras cosas, se constituyen y son constituyentes de la vida cotidiana.

 

HOMICIDIOS. LAS EJECUCIONES DE HOMBRES, LOS LEVANTADOS Y ENCOBIJADOS

Los homicidios perpetrados contra los hombres ascienden en esta frontera a 1668 en los últimos siete años (hasta mediados de 2002). Los homicidios relacionados con el narcotráfico o con el crimen organizado, de acuerdo con la información proporcionada por el Departamento de Homicidios de la Procuraduría General de Justicia del Estado, de 1995 a principios de 2002 constituyen cerca de 15% (249 casos), dato muy significativo por sus implicaciones en la configuración de una cultura del terror, pues vinculado con otros homicidios, como el doloso, cuyo porcentaje es de 85% (1419 casos), incluye diferentes categorías, entre ellas riñas entre pandillas, venganzas, peleas y robos, lo que, en conjunto, forma parte de la configuración social relacionada con la delincuencia generalizada.7

"El homicidio es la forma suprema de violencia en el sentido que priva a la víctima de la totalidad de sus derechos y en forma definitiva" (Franco, 1999: 11). Además, en el caso de Ciudad Juárez, es una muerte violenta resignificada, porque está relacionada con la discriminación social (Hernández, 1989: 22), étnica-migrante y con una "cultura mafiosa" en un país con características similares a Colombia, donde la violencia política y social ha desbordado la capacidad de las autoridades para controlarla (Restrepo, 2000: 113).

Georgina Martínez encontró, en su revisión de las tasas de mortalidad por homicidio en Ciudad Juárez, una tendencia al incremento de muertes violentas durante el periodo 1985-1997: 1433 asesinatos de hombres y 192 de mujeres. De 1985 a 1994 las tasas de mortalidad por feminicidio se mantuvieron constantes: de una a cuatro muertes violentas, pero de 1993 hasta 1997, sin considerar las de los años posteriores, esta tasa se incrementa casi 300%. Según este estudio de Martínez, particularmente de 1995 a 1997 las tasas se duplican y triplican, llegando a elevarse en 1995 hasta diez crímenes por cada cien mil mujeres. En Ciudad Juárez, cerca de 28% de los homicidios contra hombres se ubican en el grupo de edad de 25 a 37 años, mientras que en las mujeres, la mayor incidencia se da en el grupo de 15 a 19 años. Un porcentaje significativo de asesinatos corresponde al grupo de cinco a 14 años (15.3%); 6.3% de las asesinadas han sido menores de cinco años.8

Las ejecuciones, los levantones y los encobijados también forman parte de la vida cotidiana en esta frontera, como los sanguinarios asesinatos de mujeres, las riñas callejeras entre las pandillas, los ajustes de cuentas por pequeñas o grandes cantidades de drogas entre adictos, los golpes y asesinatos donde intervienen el alcohol o las tesgüinadas propias de los habitantes de la región, y los asesinatos cometidos por los maridos o algún familiar contra las mujeres y los hijos(as). Así, muchas formas de resolución de conflictos entre grupos e individuos culminan con la muerte, sea bajo los efectos de las drogas, del alcohol o del coraje, los celos, la furia intestinal y la venganza, el resentimiento o las carencias humanas.

Las ejecuciones en Ciudad Juárez se han legitimado y vuelto costumbre y, por tanto, se han convertido en una ley fuera de toda legalidad y normatividad jurídica. Esto ocurre desde el momento en que algunos hombres que tienen en sus manos el poder y el control político dan órdenes de juzgar, de sentenciar y de ajusticiar a otros hombres al margen de la institucionalidad legal, por cobrarse una deuda o resolver alguna venganza pendiente, incluso relacionadas con el narcotráfico. Es bastante común que los policías se vinculen con estas actividades; la mayoría de las ejecuciones son contra ex policías o ex agentes, aunque también sean ejecutados algunos civiles. Esas muertes se justifican en la sociedad juárense por esa razón principal: por estar ligadas al tráfico de drogas, lo cual las reviste de un sentimiento colectivo de castigo, como decíamos anteriormente, parecido al de los asesinatos de mujeres, cuando se les juzga por su supuesta vida inmoral.

Durante el 2002 se registraron 39 ejecuciones con 55 víctimas, entre las cuales se encontraban ex policías. La cifra es muy cercana a la de 2001, que fue de 43 ejecuciones, según reportes de la Procuraduría General de Justicia del Estado.9 El reporte de homicidios directos señala que hasta noviembre del 2002 sumaban más de 269 las muertes directas, de las cuales 55 víctimas correspondían a ejecuciones de hombres.10

Aunque las ejecuciones se incrementaron a mediados de 2001 en centros comerciales, a principio de 2002 se registraron otras muertes de policías, principalmente de ex agentes de la Dirección de Seguridad Pública Municipal y del desaparecido Grupo Fortac (grupo antidrogas de la Policía Municipal), las cuales ocurrieron en otros lugares, incluso cerca de sus domicilios.11

Los levantones son un fenómeno similar a las ejecuciones, sólo que estos hombres son atrapados por comandos fuertemente armados, en ocasiones encapuchados, muchas veces identificados con judiciales y policías, y las víctimas no siempre aparecen vivos, pero tampoco muertos; quedan en la categoría de desaparecidos. Generalmente se les relaciona con el narcotráfico, pero con frecuencia se desconoce la causa de esta desaparición, sobre todo cuando no hay antecedentes de narcotráfico y sólo los testigos presenciales refieren algún acto previo al levantón entre quienes levantan y quienes son levantados.12 Algunos aparecen asesinados de manera sanguinaria, sus cuerpos son envueltos en cobijas —por eso se les llama encobijados—, amarrados, mutilados incluso en vida y muchas veces con señales de tortura.13

Ante este panorama, el grupo Hombres por Relaciones Igualitarias de Género (Horigen) se pregunta qué tipo de hombres y de relaciones sociales están produciendo nuestra cultura. Los datos muestran una violencia potenciada por los hombres, la mayor parte de denuncias son contra ellos como perpetradores de violencia. También entre las mujeres ocurren actos de violencia, sobre todo hacia los menores, lo que puede derivar en el infanticidio.14

La manera tradicional de ser hombres en esta frontera, manifestada principalmente en la práctica de sus valores, denota una muy pobre capacidad de relacionarse con los otros intelectual y afectivamente; los valores de estos hombres le impiden tener otras vías de convivencia que no sea la franca agresión llegando no pocas veces a la violencia, estos hombres poseedores de una raquítica vida emocional, sexual y de convivencia social están a la expectativa y con la guardia siempre en alto para defenderse de sus fantasmas internos, que proyectados en los otros le son amenazantes y queriendo aplacarlos lo llevan hasta el homicidio. En otros casos esta amenaza deriva de la actividad a la que se dedica y que lo pone en riesgo de perder la vida en cualquier momento. Por otro lado estos mismos valores están entrando cada vez más en conflicto con las necesidades de respeto, libertad y autoafirmación de las mujeres, estas necesidades siempre han existido pero es hasta mediados del siglo pasado en que se han dado las condiciones socioculturales para que ellas hayan empezado con toda su fuerza intelectual a impulsar cambios en diversas áreas para exigir lo que por derecho les corresponde, estos cambios tienen profundas consecuencias y configuran determinados sistemas sexo/genéricos.15

 

SISTEMA SEXO-GENÉRICO EN LA FRONTERA NORTE. LOS CRÍMENES Y DESAPARICIONES DE MUJERES16

En la mayoría de los espacios de socialización y de interacción, las relaciones de género están inmersas en una estructura tradicional de dominación masculina, en la cual los estereotipos de femineidad y masculinidad tienen una fuerte carga patriarcal, a pesar de que muchos espacios tradicionalmente considerados masculinos han empezado a ser ocupados por las mujeres, sea en las esferas del poder político, la economía, la educación y la cultura y, en general, en los espacios públicos diseñados por y para los hombres, como son las propias calles y los lugares de diversión.

Desde que Ciudad Juárez se industrializó y urbanizó desproporcionadamente, en particular cuando se inició el desarrollo de la industria maquiladora de exportación (a mediados de los sesenta) y el narcotráfico comenzó a operar de manera indiscriminada, las mujeres y algunos hombres padecieron con más agudeza la cultural patriarcal. Las agresiones sexuales, sea por el acoso y hostigamiento característico del sistema maquilador; los peligros de "ser mujer" y exponer su cuerpo y su sexualidad en los espacios públicos y privados; los conflictos de las relaciones de pareja agravados por la creciente independencia económica de las mujeres y por la crisis del modelo de masculinidad tradicional, y el despertar de la conciencia de algunas mujeres con respecto a sus condiciones de desigualdad frente a los hombres, entre otros, son elementos que ponen en tela de juicio al sistema patriarcal que ha dominado las relaciones de género en esta frontera.

En el nivel estructural, algunos cambios —que, obviamente no sólo se producen en los terrenos de las leyes y la economía— no estuvieron acompañados de otras modificaciones necesarias, como las culturales. Y para que no se vea alterada la armonía social, estos cambios se tienen que generar también desde las estructuras culturales de la vida cotidiana, la educación, la familia, la pareja, la religión, la ideología y la política, entre otras.

A los hombres y a las mujeres tendría que formárseles con otros valores éticos, humanos y de género que den paso a relaciones de respeto y cooperación, y eviten las vivencias por las cuales pasan sus vidas en esta frontera a fines y principios de siglo, cargadas de una agresividad intestina colectiva que nadie alcanza a comprender con objetividad. Me refiero a varias cosas: primero, que el sistema sexo-genérico está hundido, desde hace tiempo, en una crisis profunda que no se ha canalizado de manera positiva, si partimos del supuesto de que estas crisis no necesariamente tendrían que ser negativas, sino que podrían favorecer un cambio positivo de este estado de cosas dañino no sólo para los individuos, sino para la sociedad en su conjunto y, sobre todo, para las nuevas generaciones. Segundo, estas crisis, desafortunadamente, son aprovechadas de manera perversa por sectores interesados en mantener una situación de conflicto, de dolor y de terror entre los géneros, con todas las implicaciones sociales, culturales y políticas que ello implique. Tercero —obviamente relacionado con lo anterior—, el sistema patriarcal, que permea todas las estructuras e instituciones, no hace concesión alguna que permita los cambios que den paso a una nueva sociedad donde las mujeres puedan caminar solas por las calles sin peligro de ser agredidas, violadas o asesinadas; donde puedan asumir su sexualidad y sus relaciones de pareja con libertad y placer; donde los hombres no se vean obligados a agredirlas y a matarlas porque "así los formaron", porque es propio de su "naturaleza" o porque al no estar cumpliendo con los roles que les fueron asignados socialmente y ante las crisis de masculinidad que ello provoca, existe una permisividad social que les condiciona a reaccionar de manera violenta.

Cuando decimos que el sistema patriarcal no hace concesiones, nos referimos también a sus instituciones.

Basta ver la manera en que el sistema de gobierno en esta frontera asume esta situación: simplemente no le da la importancia necesaria, ya no se diga a la crisis de los estereotipos de masculinidad y femineidad tradicionales, sino a la violencia de género y sexual que forma parte de esta crisis pero que es reforzada por el manejo y el control de los instrumentos del Estado y del gobierno, que incluyen al sistema judicial, las leyes y la política, con todas las instancias y órganos de decisión, impartición y procuración que las conforman.17

Tal vez de ahí se deriva que los crímenes de mujeres en esta frontera sean considerados crímenes de Estado,18 debido a que su crecimiento, desde 1993, se produce dentro un sistema de gobierno, como el mexicano, caracterizado por la impunidad, la represión, los asesinatos y desapariciones de quienes se han atrevido a cuestionarlo y hacia los sectores más vulnerables, como las mujeres, los estudiantes y los indígenas,19 cuando sus sistemas judiciales manifiestan formas de corrupción e impunidad cada vez más abiertas y descaradas; cuando los estilos de hacer política, divorciados de la justicia y plagados de demagogia, se alejan de las demandas ciudadanas; cuando las políticas públicas y los programas de gobierno desatiendan las apremiantes necesidades y urgencias de la sociedad juarense y de la nacional.20

Los crímenes en esta zona reflejan, además, una crisis binacional, según refieren expertas en estudios fronterizos y, por lo tanto, la comunidad de los dos lados, de ambos países, organizados en redes y coaliciones ciudadanas, demandan que se declare a Ciudad Juárez zona de emergencia nacional y binacional.21

Estos asesinatos de mujeres, que desafortunadamente siguen en aumento, sumaban más de 340 y cientos de desaparecidas hasta 2004. No vamos a entrar en la desgastante polémica que ha implicado el manejo de las cifras, porque no existen datos confiables debido a subregistros y a que no existen mecanismos adecuados para procesar la información.

Las sobrecogedoras cifras dejan toda explicación en un agujero negro. Son masas de cuerpos a las que sólo una cifra se les adhiere. La diferencia entre un millón, cien o diez se vuelve cínica y raya en el absurdo. Podríamos pensar en una especie de falta de vergüenza estadística en las ciencias sociales y los medios de comunicación. En términos éticos un ser humano asesinado merece la misma atención que miles (Segura, 2000: 40).22

Alrededor de estos crímenes se han formulado muchas hipótesis. Unas sostienen que son perpetrados por delincuentes comunes o por psicópatas; otras las atribuyen a un grupo criminal organizado para desestabilizar el orden social y la tranquilidad de una frontera donde están en juego muchos intereses económicos y políticos; también se culpa de estos crímenes a la descomposición social y cultural de la ciudad debida al desarrollo de las maquiladoras y el crecimiento del narcotráfico; algunas plantean el desplazamiento de la fuerza de trabajo masculina en los mercados laborales fronterizos que favorece la contratación de mujeres, y pocos plantean la misoginia y la cultura patriarcal. Varias hipótesis más achacan a estos crímenes una esencia clasista y racista; se habla de grupos adinerados que quisieran eliminar a los pobres y a las morenas, gente de El Paso que va al "otro lado a cometer delitos; otras incluso han planteado que se trata de grupos satánicos",23 de brujería, de rituales pandilleriles, de tráfico de órganos o de la filmación de películas snuff. Pero cualquiera que sean las hipótesis más cercanas a la realidad, lo cierto es que esta situación ha provocado en Ciudad Juárez un estilo de vida basado en la inseguridad, el miedo, la angustia, la impotencia y el deterioro de la calidad de vida, de las relaciones sociales en general, y las de género en particular (Limas y Ravelo, 2002; Domínguez y Ravelo, 2003).

Muchos de los cuerpos de mujeres encontrados de 1993 a 2002 expresan una saña y un odio patriarcal que no se había registrado de esta manera en las sociedades contemporáneas, por lo menos de fines del siglo XX y principios del XXI. Varios fueron mutilados de los pezones y les dejaron marcas raras; algunos tenían las ropas de otras desaparecidas, sus cuerpos fueron desfigurados e incinerados y varias mujeres más han sido desnucadas. Por las autopsias, cuando se ha logrado obtener resultados, se sabe que fueron estranguladas mientras eran violadas, lo cual, según expertos en sexología, revela un trastorno típico de personas con preparación intelectual y posición económica altas. Al respecto, entre la ciudadanía también se maneja información acerca de mujeres secuestradas por juniors que han sido vistos merodeando las maquiladoras con autos lujosos y e invitando a las obreras a subirse a ellos.24

Para justificar estas muertes, mucho se ha dicho de la doble vida que llevaban, pero las obreras, como cualquier otra persona, tienen el derecho de ejercer su sexualidad, de disfrutar su cuerpo y de tener las relaciones eróticas con la libertad que ellas elijan y eso no debe compeler a juzgamientos moralistas de su comportamiento, aunque varias de las asesinadas fueran trabajadoras de los antros, bailarinas o prostitutas.25

En los crímenes de mujeres han intervenido factores misóginos y propios del sistema patriarcal, como los celos irracionales y el derecho que social y culturalmente se le ha otorgado a los hombres para sentirse dueños del cuerpo y la sexualidad de sus mujeres, sean esposas, hijas o cualquier otro parentesco. Incluso, aunque no tengan parentesco alguno, los hombres se sienten con la libertad de poseer a cualquier mujer, aun en contra de su voluntad, porque en la cultura y la ideología que les han inculcado las mujeres son su de propiedad. A tal grado, que en 2002 se produjeron, por lo menos, dos asesinatos donde los maridos incendiaron sus casas, con las mujeres y los hijos en el interior. En uno de ellos, él mismo se suicidó al quedarse dentro. Esta situación es compleja, pues implica crisis de masculinidad y de pareja, en casos en los cuales los hombres, al no poder cumplir con su papel de proveedores y pasar por una difícil situación económica, deciden asesinar a la familia completa; claro está, sin el consentimiento de las mujeres. Como consecuencia, otro sector importante de mujeres asesinadas son las amas de casa.26

Estas mujeres están inmersas en un sistema de relaciones sociales donde el intercambio o el tráfico, como diría Gayle Rubin, no es sólo de productos como las drogas, sino también de mujeres que valen el precio que el mercado les marca (Rubin, 1986). Nadie sabe qué les pasa durante el tiempo que están desaparecidas, a veces no sólo días, sino meses y hasta años, según refieren sus familiares.27

Otras han sido víctimas circunstanciales, es decir, se encontraban casualmente en algún lugar donde se produjo una balacera, un asalto o cualquier evento de violencia y murieron como consecuencia de él. Pero el problema es que son muertes violentas producto de un sistema donde la violencia forma parte de la cultura y la vida cotidiana. Además de los hombres que asesinan por celos o por crisis de masculinidad o de pareja, en este sistema sexo-genérico está legitimado el tráfico de mujeres, sea por intercambio o, según se dice, por sacrificios satánicos o pandilleriles; independientemente de que algunas mujeres caigan en las redes del tráfico y el consumo de drogas, son tomadas como rehenes para cumplir venganzas relacionadas con el narcotráfico.

La vinculación de los asesinatos con el patriarcado se manifiesta en el propio sistema judicial, que deja de manifiesto actitudes misóginas con respecto a estos crímenes. La ciudadanía juarense considera que los judiciales están involucrados en los asesinatos; eso manifestaron en la consulta ciudadana del 16 y 17 de febrero del 2002 y en innumerables casos aparecidos en la prensa local.28 No sólo los judiciales, sino el mismo gobierno, fueron señalados como cómplices de esta red de criminales, pues además de que hacen poco, lo hacen mal, como ha ocurrido con las detenciones de los supuestos inculpados, quienes han demostrado que fueron objeto de atropellos, torturas y falsas acusaciones.29

Por eso, el problema debemos mirarlo no desde las concepciones moralistas o policiacas —como lo han juzgado varios sectores de la clase empresarial, política y religiosa, y otros sectores de la ciudadanía en esta frontera—, sino como un asunto estructural y cultural que requiere ser tratado y resuelto en todas las dimensiones de la vida social. Se debe atender las demandas de la ciudadanía y las propuestas que emanen de la comunidad fronteriza —las cuales son muchas y han estado surgiendo desde hace varios años— y respetar el sentimiento de las familias que no pueden superar el dolor porque no reciben la justicia que exigen.

 

LA MUERTE Y LA VIDA EN LA MEMORIA COLECTIVA

Las muertes violentas aparecen y se mantienen no sólo en la memoria de las familias y los amigos que guardan el recuerdo de sus seres queridos. Por eso, no es gratuito que grupos como Nuestras Hijas de Regreso a Casa, formado desde el 2001 por familias que han perdido a sus hijas, organicen actos para recordarlas y para que estos hechos no queden en el olvido, como fue Un duelo por la vida, realizado el 9 de noviembre del 2002 en el campo algodonero donde fueron localizados ocho cadáveres en noviembre de 2001. Allí, se recordó a las mujeres asesinadas en forma violenta por razones principalmente de género, sexuales y de clase y no sólo fue un acto de duelo, sino que movió las entrañas y los sentimientos de quienes formamos parte de esta sociedad y aspiramos a la paz y la justicia sociales. "Los muertos son todos iguales a la luz de las estadísticas. Lo que los diferencia es más vivido que pensado: no es su dimensión numérica, estadística, sino la forma como habitan en nuestra memoria" (Segura, 2000: 40).

Las frases de Un duelo por la vida fueron significativas: "Nuestras mujeres no se han ido ni se han muerto: están en la mirada de quienes seguimos teniendo esperanza"; "Hagamos presencia por cada ausencia y recobremos la vida de entre la muerte"; "Gritemos en una sola voz que no sólo arrebataron la vida de estas mujeres junto con sus sueños y sus ilusiones, sino que han descompuesto también la vida de tantas otras mujeres, niñas y niños, hermanas y hermanos, esposos, hombres, compañeros..."

Asimismo, en el informe que presentaron ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 26 de febrero de 2002, se alude a la esperanza de que "algún día la justicia para la injusta muerte y desaparición de nuestras hijas pueda ser posible. Ya que será la única forma de recuperar nuestra propia vida". En este informe se hace una fuerte crítica a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chihuahua, que "ha dejado de contar la pérdida de la vida como vida misma, pues la muerte requiere también de un trato con dignidad". En el acto conmemorativo del Día V, Hasta que la violencia termine, realizado a nivel internacional el 7 de febrero de 2003, un grupo de artistas de Ciudad Juárez, agrupados en el Colectivo Antígona, invitaron a portar las 300 máscaras que diseñaron "para mantener viva la memoria de las mujeres asesinadas, para darles rostro". En su discurso señalaban: "su ausencia nos duele, nos hacen falta para estar completos [...] el dolor de sus familias nos afecta a nuestro carácter de sociedad [...] Venimos a sumarnos a la desesperación y a exigir solución a todos y cada uno de esos crímenes. Venimos a exigir justicia". Micaela Solís, una prestigiada poeta chihuahuense, interpretaba también el sentimiento de estas muertes: "llevan el nombre de la hija sepultada en la mandíbula", "[Murió] Morí de una muerte colectiva".

Estas frases cargadas de dolor que evocan los grupos en sus discursos y sus actos manifiestan la necesidad de mantener viva la memoria de quienes han sido asesinadas. Así, el sufrimiento de la muerte resignifica un anhelo de justicia y de esperanza, una revaloración de la dignidad y el respeto a la vida y a la muerte. Este sentimiento se resignifica en el mismo sentido cuando se alude a las desapariciones, no sólo en el caso de las mujeres, sino también de los hombres levantados. La Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas ha denunciado por años la relación de policías con dirigentes de las organizaciones del narcotráfico. Ellos piden que se "tenga un gesto de humanidad hacia los familiares de los desaparecidos y hagan saber dónde quedaron los cuerpos, ya que para las esposas, padres y hermanos es mejor tener la resignación de saber dónde quedaron sepultados que seguir llenos de aflicción al no saber nada sobre su paradero".30 Tampoco pierden la esperanza de encontrarlos con vida algún día.

Así como hay hombres que violentan y asesinan a sus pares, hay muchos que enfrentan sus conflictos con las mujeres de la misma manera, utilizando la violencia. Pierden los estribos y erigen su poder y su fuerza misógina y patriarcal contra ellas. Por eso son necesarias acciones que planteen otra manera de resolver los conflictos, de erradicar la costumbre de matar; es necesario crear organizaciones civiles que atiendan a los hombres violentos. El Centro de Desarrollo Familiar Contigo y el grupo Hombres por Relaciones Igualitarias de Género (Horigen) son dos organizaciones locales que están llevando a cabo un trabajo terapéutico y educativo en ese sentido. Contigo surgió en febrero de 2001, a raíz de una inquietud en torno a la falta de opciones para los hombres con problemas de violencia en la familia: "Simplemente se le envía al Cereso o se le tacha de irresponsable, de culpable, se le etiqueta como el agresor, sin embargo detrás de cada agresor hay una historia, algo que lo predispuso a volverse agresor", dice Aurora Araujo, psicóloga y presidenta de la mesa directiva de esta asociación civil.31

Este grupo ha impartido talleres educativos para prevenir y disminuir la violencia interfamiliar. Silvia Domínguez, directora del centro, informó que iniciaron una terapia grupal de ocho sesiones con nueve hombres: "En esta terapia grupal los hombres aprenden por primera vez a hablar con otros hombres de sus cosas más íntimas, de sus sentimientos y limitaciones, lo cual no tienden a hacer por temor a los comentarios que se generan .

Por su parte, Horigen es un colectivo formado por profesionales de la salud y de las ciencias sociales desde fines de 2001. Su preocupación se centra en el deterioro de las relaciones humanas en Ciudad Juárez. Según un documento del grupo, este deterioro se manifiesta en el maltrato físico, sexual o emocional que se ejerce sobre la persona humana de cualquier edad y de cualquier sexo, lastimando y afectando su integridad y dignidad. Por ello, Horigen se propone trabajar con hombres para que, en un proceso de reflexión conjunta, vayan descubriendo otras maneras de relacionarse con los otros hombres, con las mujeres y, principalmente, con la propia pareja. Este proceso le permitirá explorar su vida emocional y erótica, su capacidad de dar y recibir ternura, de expresar sus necesidades sin sentir menoscabo de su masculinidad, de reconciliarse con su humanidad para encontrar, hombres y mujeres, otros caminos de reconocimiento y canalización de la agresión, evitando en lo posible que se transforme en violencia; caminos en donde ambos se auxilien en las diversas actividades, tanto domésticas como laborales, según sean sus necesidades o sus acuerdos.33

Creemos que el malestar, el sufrimiento y el dolor son resignificados entre las y los vivos no como seres íntegros sanos, normales, socializantes y autónomos, sino como sujetos desestructurados, enlutados, lastimados, incompletos y tristes, que se debaten entre la acción y el silencio. Por ello, nos proponemos desarrollar una metodología de intervención antropológica-dialógica, es decir, trabajar con quienes sufren ese dolor y sentimiento de desolación, como lo describe Rosario Acosta, ex integrante de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, para que lo narren, lo dialoguen, lo piensen y lo reflexionen en términos sociales y culturales, no sólo en los términos de su significación trágica, aunque la tenga, sino como "un atributo de la existencia humana concreta [y no meramente individual, que] no puede ni debe vivirse sin ilusiones y esperanzas". Como señala Martha López Gil: "Muerte y corporalidad no son 'humanas' sino molestas fisuras del ser, las cuales expresan el dolor ante la armonía perdida entre individuos y cosmos, entre el individuo y los otros" (López, 1999: 17).

Entonces, lo importante es intervenir mediante un trabajo que permita el constante diálogo entre investigador/ a-sujeto e investigado/a, para que se pueda reflexionar en otro nivel ese dolor, el sentimiento del sufrir-padecer y el significado de la pérdida-muerte en una cultura cuyas relaciones del individuo/a con el mundo —las cosas, las personas, la naturaleza, las instituciones, el Estado, etcétera— se han endurecido, principalmente si consideramos la "condición" de la mujer y del hombre no como algo innato, natural, sino como construido social y culturalmente. Como dice Marisela Ortiz —integrante de Nuestras Hijas de Regreso a Casa—, las mujeres son vistas como "desechables". Eso hay que discutirlo a fondo y revalorar y resignificar otro "ser mujer" y "ser hombre" en otro sentido al patriarcal, misógino y homofóbico, es decir, excluyente.

 

ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICO-METODOLÓGICAS

Las diferentes manifestaciones de la violencia son estructurantes y estructuradas en culturas donde las relaciones de poder entre los géneros y las relaciones políticas en general forman un cuadro complejo. En ese sentido, no sólo corresponde a la criminología, a la psicología o a la salud pública estudiar estos hechos; la antropología también trata de desmenuzar la violencia que produce no sólo la muerte, sino un sufrimiento colectivo doloroso y traumático, cuyo campo de conocimiento ha configurado la creación de la antropología del sufrimiento social.34

Estudiar estos hechos no es tarea fácil; lleva implícita toda una carga emocional y subjetiva tanto de los colectivos y sujetos estudiados como de quienes hacemos la investigación. Es aquí donde la teoría, los datos y los conceptos de la ciencia tradicional-positivista no funcionan, no nos sirven para entender el fenómeno de la muerte como un hecho colectivo, social, que es significado y resignificado cotidiana y culturalmente en los sentimientos de la comunidad.

La violencia no es un objeto de estudio sencillo. Menos cuando expresa una tragedia humanitaria, como en Colombia, una hecatombe humana con múltiples autores aparentes, sin propósito expreso documentado ni responsabilidad específica identificable (Tokatlian, 2000: 53) que nos involucra como sujetos. De ahí la importancia de asumir la observación imparcial, objetiva, pero no desprovista del calor humano, de sensibilidad y de la confianza, de aprender a comprender, a sentir profundamente lo que significa la violencia, la familiaridad con la muerte, la angustia y el fatalismo (Soustelle, 1985: 12).

La mayor dificultad que enfrentamos quienes estudiamos la violencia con un sentido humanista es sentirnos un cuerpo extraño, ajeno. Para superar esa sensación se necesita intuición, humildad y sentido de lo humano, tener una experiencia personal, un vínculo emocional con los contextos donde se produce el sufrimiento y con la gente que vive ese sufrimiento, para reflexionar y no sólo exponer cifras, datos espectaculares (Segura, 2000: 37). En el caso de Ciudad Juárez es importante considerar a todos los protagonistas, no sólo a las víctimas y los posibles perpetradores, sino a los políticos, los empresarios, las oligarquías locales, los narcotraficantes, los partidos políticos, las Iglesias y las organizaciones no gubernamentales; todos juegan un papel vinculante en estos escenarios de la violencia.

La complejidad de esta situación puede producir en quien investiga un shock existential que desestabiliza la dialéctica entre empatia y distanciamiento (Nordstrom y Robbens, 1995) y puede, incluso, producir cierta paranoia. Hay que aprender a mantener cierta distancia, pues es muy problemático trabajar en campos sociales dominados por la desconfianza y la muerte. Asimismo, es difícil llevar a cabo una investigación de campo en lugares donde el miedo, la sospecha, el secreto y el silencio son componentes fundamentales y crónicos de la memoria e interacción social. Este es el caso de los escenarios de guerra y de otros contextos donde domina la represión política, la violencia delincuencial o el tráfico ilegal,35 como el caso de Ciudad Juárez.

Pero no sólo debemos estudiar los aspectos objetivos y estructurales de la violencia, hay que incorporar el estudio de la subjetividad, las miradas del dolor, los silencios, la supuesta pasividad y la aparente desinformación de la gente, porque esos detalles expresan los mecanismos de defensa en un ambiente hostil, insano e inseguro. Por eso, tal vez no todos los sectores de la ciudadanía prefieran hablar, participar en las movilizaciones, expresar su nivel de conciencia acerca de los hechos violentos; no porque no la tengan, sino porque les abre las heridas de la muerte y la memoria de la pérdida.

Falta mucho por comprender y reflexionar, porque el marco de investigación en estos contextos implica muchos retos, de variada complejidad e intensidad, como lo es el objeto-sujeto de investigación que aquí hemos expuesto.

 

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---------- (1999), "Exigen seguir investigando los homicidios de mujeres en Juárez", La Jornada, México, 19 de junio, p. 44.

 

Notas

* Los resultados que se presentan en este artículo forman parte del proyecto de investigación: "Protesta social y acciones colectivas en contra de la violencia sexual y de género en Ciudad Juárez", auspiciada por el CIESAS, con financiamiento del Conacyt. Agradezco a Juan Vargas, del grupo Hombres por Relaciones Igualitarias de Género (Horigen) y a Rosario Acosta, por su amabilidad de proporcionarme información y compartir su amistad, sus reflexiones y propuestas.

*** Lugares identificados popularmente con ese nombre porque ahí se obtienen "piquetes" de heroína. Ahora son territorios ocultos en tiendas o casas de barrios, donde se vende cualquier tipo de droga al mayoreo o al menudeo.

1 Seminario internacional Feminicidio, derecho y justicia", Comisión Especial para Conocer y dar Seguimiento a las Investigaciones Relacionadas con los Feminicidios en la República Mexicana y a la Procuración de Justicia Vinculada, 8 y 9 de diciembre de 2004.

2 S. Devalle define la cultura de la opresión como "el agregado de significados y valores dominantes, acompañados con prácticas en Las cuales la violencia y la coerción entran como elementos constitutivos de importancia en la reproducción del orden hegemónico, por el cual los poderosos intentan mantener y fortalecer su posición superior" (2000: 21).

3 Sztompka propone una noción de trauma que debe superar su connotación biológica para representar también el impacto que las grandes transformaciones sociales tienen sobre el tejido social y cultural (2000: 449-450, cit. en Ferrándiz y Feixa, 2002).

4 En la mesa redonda "Violencia y muerte en Ciudad Juárez", realizada en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM el 21 de enero de 2003, se definió éste como un dolor histórico.

5 En el estudio comparativo de mortalidad por homicidio en Tijuana y Ciudad Juárez, 1985-1997, Martínez y Howard registraron que los homicidios con armas se encuentran entre 60 y 66^ para cada sexo, a excepción de las mujeres en Ciudad Juárez, donde corresponde a 40% de estos asesinatos (2002).

6 No consideramos en estas muertes violentas suicidios, lesiones autoinfligidas ni accidentes, los cuales forman parte de la nomenclatura de la Clasificación Internacional de Enfermedades.

7 Horigen, Justificación del Proyecto del grupo, 2002.

8 Martínez, G., 2002.

9 Aunque estas cifras no coinciden con las que manejan los medios de comunicación. No se contabilizan otras ejecuciones, como la de la paseña Deisy Ruedas y su primo, ya que este caso pasó a ser investigado por la Fiscalía de Homicidios de Mujeres. Tampoco se integran otros casos de ejecución turnados por el Grupo Zeus a la Fiscalía de Homicidios de la PJB, lo que provoca un subregsitro en la información (Salvador Castro "Ejecuciones: 55 víctimas", en Norte de Ciudad Juárez, 16 de diciembre de 2002, p. 9A).

10 Salvador Castro, idem.

11 Los registros periodísticos señalan que el 30 de enero un ex agente de la Policía Municipal fue ejecutado en El Chamizal con ráfagas de cuerno de chivo y su cuerpo fue encontrado a bordo de su camioneta. Federico Ceniceros Torres, alias El Gamita, de 38 años de edad, recibió por lo menos 16 impactos de bala en diferentes partes del cuerpo. El 7 de febrero, el ex jefe del desaparecido grupo antidrogas de la Policía Municipal (FORTAC), Raúl Rodríguez Quiroz, fue ejecutado con ráfagas de cuerno de chivo en el estacionamiento de un centro comercial. El 6 de marzo un ex agente de la Policía Federal Preventiva y una mujer que lo acompañaba fueron acribillados con ráfagas de cuerno de chivo en la glorieta del kilómetro 20. Además, fue asesinado Roberto Corral Barrón en las cercanías de su domicilio en la colonia El Granjero. A finales de septiembre tres agentes municipales fueron ejecutados por un comando de sicarios, entre los cuales se encontraban judiciales del estado que después fueron liberados por sus superiores (Salvador Castro, op. cit.).

12 Tal fue el caso de un joven de 17 años desaparecido a principios de 2003, al parecer después de una discusión de tráfico de drogas con alguien que trabajaba en el Cereso.

13 Similar fue el caso de los cuatro hombres que celebraban un cumpleaños en un bar local (el Hooligans) y fueron levantados porque uno de ellos invitó a bailar a una mujer que acompañaba a un grupo de narcos. Aunque la mujer no aceptó, ese solo hecho les costó la vida a los cuatro.

14 Horigen, op. cit.

15 Ibid.

16 Este apartado forma parte del informe "Heridas y cicatrices de la protesta social. Acciones colectivas de la ciudadanía en contra de la violencia sexual y de género en Ciudad Juárez, Chihuahua", presentado como resultado de un financiamiento que recibí del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México (septiembre de 2001 a septiembre de 2002).

17 En la consulta ciudadana realizada en Ciudad Juárez el 16 y 17 de febrero de 2002 por la Red Ciudadana de No Violencia y por la Dignidad Humana, aplicada a 9 454 ciudadanos, mujeres y hombres, 94% opinó que los gobiernos federal, estatal y municipal no han cumplido con su responsabilidad de resolver, esclarecer y prevenir los crímenes de mujeres; 64% opinó que para atender la violencia, muerte e impunidad en Ciudad Juárez deberían cambiar los funcionarios y la política; 17% dijo que deberían cambiar los funcionarios, y 15% las políticas (Domínguez y Ravelo, 2003).

18 Diana Washington, periodista de El Paso Times, en la mesa redonda "Horizontes de solución contra el problema de violencia contra mujeres y menores", presentación del proyecto FacingFaces, Museo de Arte del INBA, Ciudad Juárez, 1 de septiembre de 2001.

19 Rosario Ibarra de Piedra, representante de la organización de presos políticos y desaparecidos Eureka, en la mesa redonda "El papel de las ONG en el esclarecimiento del delito en contra de la mujer", Semana de Psicología, Centro Cultural Universitario, Ciudad Juárez, 1 de mayo de 2002.

20 De 332 papeletas de la consulta ciudadana revisadas por mí, respecto del sector maquilador, hubo una frecuencia de 128 respuestas de trabajadores y trabajadoras que consideraron como uno de los principales problemas de inseguridad en Ciudad Juárez al propio gobierno, la policía, la corrupción, las leyes, la política y la impunidad (Ravelo, 2002).

21 Según Irasema Coronado, profesora de UTEP, así como existen comisiones binacionales para atender problemas de migración, de comercio, de agua, etcétera, debería haber comisiones que atiendan los derechos humanos de las mujeres y sus familias contra la violencia sexual (comunicación personal, febrero de 2002). También véase Staundt y Coronado (2002).

22 Según información que me proporcionó la Fiscalía Especial de Homicidios contra Mujeres en junio de 2002, de 279 crímenes cometidos entre enero de 1993 y abril de 2002, 76 mujeres fueron asesinadas por homicidas múltiples y 203 por homicidas cuyos móviles fueron robo, narcotráfico, riña y venganza, aunque curiosamente aparecen también los móviles pasional y sexual, que corresponderían a la categoría de crímenes sexuales y de género (Domínguez y Ravelo, 2003).

23 Rosa Isela Pérez (2001: 1A y 3A).

24 En reuniones con las ONG durante 2002, en particular con los grupos Las Hormigas y Nuestras Hijas de Regreso a Casa, y en las conversaciones con ellas, me informaron de jovencitas de las maquiladoras que han comentado en sus comunidades el miedo que les provocan hombres jóvenes que las siguen en sus autos durante calles enteras, por varios días, y les insisten que acepten su invitación a bailar.

25 Según datos proporcionados por la Fiscalía de Homicidios de Mujeres de la Procuraduría General de Justicia del Estado, de 279 casos registrados hasta abril de 2002, siete eran prostitutas, tres empleadas de bar y dos bailarinas. No precisaron cuántos asesinatos correspondían a crímenes sexuales porque no lo tienen en sus registros (entrevista a Liliana Herrera, 7 de junio de 2002, Fiscalía Especial de Homicidios de Mujeres de la PGJE. Ciudad Juárez, Chihuahua).

26 De loe 279 casos de mujeres asesinadas hasta abril de 2002, según los datos de la Fiscalía Especial de Homicidios de Mujeres, 26 están registradas como amas de casa. Sabemos que seguramente hay muchas más, pero al considerarse socialmente que ser ama de casa no es una ocupación, en los registros judiciales se anota principalmente aquella que les retribuía algún salario o ingreso.

27 Comunicación y diálogo con las integrantes de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, A.C. En el documental Señorito extraviada, de Lourdes Portillo, se evidencia la sospecha de que los estudios fotográficos que se acostumbra realizar a las obreras en la industria maquiladora sirven para armar catálogos.

28 El testimonio de María, una de las protagonistas del documental Señorita extraviada, es elocuente al respecto.

29 Tal es el caso del egipcio Omar Latif Shariff, detenido en 1995, acusado inicialmente por 19 casos, pero consignado en 1996 por tres y en 2003 por uno. Similar fue la detención de los seis miembros de la banda Los Rebeldes, consignados por siete casos en 1996; del grupo Los Ruteros, encabezado por Jesús Manuel Guardado Márquez, alias El Tolteca, detenidos en 1999, consignados por seis casos, y de dos choferes, Víctor Javier García Uribe (El Cerillo) y Gustavo González Meza (La Foca), detenidos a dos días del hallazgo de los ocho cuerpos de mujeres, el 6 y 7 de noviembre de 2001, y acusados de su asesinato; todos presentan irregularidades y falta de probidad, por lo que no se les podía emitir sentencia. Apenas en 2004 fue sentenciado El Cerillo a 50 años de prisión; Los Rebeldes y El Tolteca acaban de ser consignados en 2005 entre 35 y 50 años de prisión. Información recopilada de los archivos de la Fiscalía Especial de Homicidios de Mujeres en junio de 2002, véase también Rubén Villalpando (1998: 56; 1999: 44), Irma Castañón (1999: 1) y Juan de Dios Olives (2001: 5A).

30 Salvador Castro (2002: 9A).

31 Aproximadamente 40% de los usuarios de este centro son hombres. Del 1 de febrero de 2001 a marzo de 2002 ha atendido a 230 mujeres y 175 hombres. Los problemas familiares son los que más se han presentado, con 184 casos, seguidos de los conflictos de pareja, con 60 (comunicación personal durante 2001 y 2002; véase Igmar Prieto (2002).

32 Esta terapia consta de tres etapas: la primera dedicada al autoconocimiento; la segunda, a aceptarse y quererse como son, y la última, a perdonarse aspectos físicos o emocionales que no pueden cambiar (Gabriela Mijares, 2002, y conversaciones personales con integrantes del grupo).

33 Horigen, Justificación del proyecto, 2002.

34 En el documento introductorio elaborado para el Simposio "Violencias y culturas" del IX Congreso de Antropología, en Barcelona, en junio del 2002, presentado por sus organizadores, Francisco Ferrándiz Martín y Carles Feixa Pampols, se sugiere como muestra de esta corriente antropológica, consultar la importante serie de libros editada por Arthur Kleinman, Veena Das, Margaret Lock y otros colaboradores (Kleinman, Das y Lock, 1997; Das et al., 2000 y 2001).

35 Green (1995: 105-128), cit. en Ferrándiz y Feixa, 2002.

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