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Nueva antropología

versão impressa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.19 no.63 México Out. 2003

 

Artículos

 

Juventud rural. Trayectorias teóricas y dilemas identitarios*

 

Rural Youth: Theoretical Trajectories and Identitarian Dilemmas

 

Yanko González Cangas**

 

** Departamento de Antropología Social y Cultura, Universidad Autónoma de Barcelona.

 

Texto recibido el 18 de noviembre de 2002
Aprobado el 15 de enero de 2003.

 

Resumen

Este artículo hace un recorrido crítico de la producción de conocimiento sobre la juventud, particularmente rural, en América Latina. Plantea, entre otros aspectos, la falta de investigación científico-social —especialmente desde la antropología y la sociología rural— en dimensiones fundamentales como la conformación de las juventudes rurales como sujetos identitarios y actores sociales. Se analizan los elementos teóricos contextúales que han provocado esta carencia, así como los aportes que pudieran cimentar una preocupación científico-social sistemática.

El estudio propone una reelaboración conceptual de algunas aproximaciones teóricas sobre identidad juvenil, con el fin de resolver las carencias en la generación de conocimiento sobre estos actores, la mayoría de las veces negados, por lo que se vuelven "invisibles" o estereotipados desde el punto de vista de su existencia sociocultural. Finalmente, se presentan algunos avances de la investigación antropológica en Chile a partir de historias de vida cuyo fin es retroalimentar la discusión sobre el surgimiento de las juventudes rurales como actores sociales y sujetos identitarios desde una perspectiva diacrónica.

Palabras clave: juventud rural, identidad, cultura, construcción teórica.

 

Abstract

This article takes a critical journey through the production of knowledge on youth, particularly rural, in Latin America. It suggests, among other things, a lack in social scientific investigation — especially on behalf of rural anthropology and sociology — in fundamental areas such as the formation of rural youth as identitarian subjects and social actors. It analyzes contextual theoretical elements that provoke this deficiency, as well as the contributions that could cement a systematic social scientific concern.

The study proposes the conceptual restructuring of some theoretical approximations to youth identity with the aim of filling some of the gaps in the generation of knowledge on these actors, more frequently than not denied and thus made "invisible" or stereotyped from the point of view of their socio-cultural existence. Finally, it presents some advances in anthropological investigation in Chile, starting from life histories with the aim of offering feedback to the discussion on the emergence of rural youth as social actors and identitarian subjects from a diachronic point of view.

Key words: rural youth, identity, culture, theoretical construction.

 

Mi juventud... ¿fue juventud la mía?

Rubén Darío

La emergencia —al menos en el terreno de la nombradía— de la(s) juventud(es) rural(es)1 como actor(es) social(es) y sujeto(s) identitario(s), ha renovado y agudizado la vieja tensión entre la sociología, la antropología de la juventud y las ciencias sociales rurales respecto de este segmento sociocultural. Tal situación estriba en los cambios radicales que ha experimentado la sociedad rural latinoamericana en estos últimos veinte años. En un escenario deseado o impuesto, constatado o prescrito de una "nueva ruralidad", las y los jóvenes rurales aparecen como agentes protagónicos. Subsecuentemente, la carencia de investigación y la presencia de interregnos teóricos que operan en forma recursiva y circular en la solución de esta crisis son factores que radicalizan esta tensión y evidencian la urgencia por investigar e intervenir.

Tales carencias e interregnos aparecen en América Latina prácticamente desde el inicio de las investigaciones científico-sociales sobre juventud y gran parte de ellas continúan sin resolverse. Ya en 1971 —en lo que se constituiría junto con los escritos de Mattelart & Mattelart (1970) como la primera obra científico-social empírica sobre juventud latinoamericana—, Gurrieri, Torres-Rivas y otros expresan: "La primera pregunta que cabe formular al respecto es si existe una juventud rural como entidad objetiva, como grupo social, o sólo se trata de una categoría analítica" (1971: 28). Este aserto, que constituye una breve pero contundente parte del capítulo introductorio a la obra, dedicado a la "juventud campesina" (que es igualmente una de la primeras referencias científicas sobre el tema en América Latina), revela el primer problema al que se han enfrentado los investigadores al aproximarse al "objeto", a saber, la existencia "independiente" del actor en relación con el sujeto cognoscente. Así, estos investigadores constatan ya para la década de los setenta —que en gran parte de América Latina coincide con la profundización de las reformas agrarias—, la disyuntiva entre la "nombradía" identitaria propia (de los mismos sujetos como jóvenes rurales) en relación con las ajenas (los investigadores o interventores de la realidad).

Este dilema tiene continuidad hasta nuestros días y ha sido resuelto precaria e instrumentalmente con base en supuestos empíricos parciales y teóricamente limitados. Si bien es cierto que la solución a esta problemática es en sumo compleja e involucra necesariamente el correlato con realidades rurales específicas tanto sincrónica como diacrónicamente, una parte fundamental del cuestionamiento se sitúa en las propias teorías dominantes sobre la condición juvenil y en los programas de investigación sociocultural levantados desde la segunda década del siglo XX en Europa y los Estados Unidos y, particularmente, desde los años cincuenta en América Latina. Por ello intentaré, en primer término, exponer sucintamente los fundamentos de esta interrogante a partir de la revisión de las investigaciones y teorías sobre la condición juvenil dominantes tanto en América Latina como en el contexto internacional, desvelando lo que es un problema teórico y conceptual, antes que contextual, que ha operado como una piedra de tope para el desarrollo de un programa de investigación sistemático sobre estos actores.

En segundo término se presenta una propuesta de reconceptualización sobre la identidad juvenil —apoyada tanto en aportes teórico-disciplinarios como en algunos estudios y casos etnográficos—, cuya pretensión es la de servir como referente de profundización para futuras investigaciones. En este sentido, se exponen breves referentes histórico-sociales y algunos avances de nuestra investigación antropológica en Chile que intentan retroalimentar la discusión sobre el surgimiento de las juventudes rurales como actores sociales y sujetos identitarios.

 

EL EPICENTRO TEÓRICO DE LA INVISIBILIDAD IDENTITARIA

Tras un primer acercamiento al problema se puede concluir rápidamente que la desatención por parte de las ciencias sociales hacia estos sujetos se explica por dos fenómenos entre sí potenciados: la juventud y lo rural, en tanto constructos teóricos, aparecen como contradictorios e irreconciliables. El primero está forjado y conceptualizado al calor de la "máquina a vapor" (Musgrove, 1964, citado en Feixa, 1990:5) y por tanto es un fruto del capitalismo, la industrialización, la urbanización y la modernización (cfr. Ariés, 1973; Gillis, 1981), y en consecuencia de la superación de la sociedad comunal, "tradicional", "simple", rural. Desde esta óptica, la juventud histórica y occidental-mente descansa en el meollo de la modernidad-urbana, es el fruto y motor de su expansión. Se engrasa a sí misma con la complejidad de la urbe —la invención de la familia, la escuela y la niñez, como planteara Philippe Ariés (1973)—, las transformaciones económicas y tecnológicas, la migración campo-ciudad, la necesidad de especialización, etc. La carga semántico-teórica de "lo rural", elaborada clásicamente desde la ideología de la modernidad industrial, es la arcadia atrasada, reactiva, conservadora, homogénea, con un solo actor protagónico: el campesino, hombre y adulto. Por tanto, la juventud rural aparece como un interregno, una categoría sitiada en intersticios oscuros, casi invisibles.

De este modo, se constata que las tradiciones de investigación sobre juventud, provenientes de la microsociología urbana (Escuela de Chicago y Escuela de Birmingham) y la antropología (la Escuela de Cultura y Personalidad, por ejemplo), focalizarán su atención en las fricciones sociales intraurbanas provocadas por las nacientes culturas juveniles, o bien, en fenómenos como la enculturación y el tránsito hacia la adultez en sociedades no occidentales (cfr. Whyte, 1943; Monod, 1968; Hall y Jefferson, 1976; Mead, 1985). Ninguno de estos programas abordaron ni remotamente la juventud rural. En medio de la producción intelectual de la Escuela de Birmingham, y ya entrados los años setenta, comienzan a oírse voces disidentes acerca de la "población sesgada" a la que tomaban como objeto los estudios sobre juventud: hombres, con culturas juveniles espectaculares.

En el contexto latinoamericano, donde la mayor parte de estas tradiciones no tuvieron mayor influencia, la desatención se agudiza. Las miradas teóricas y los enfoques que diversos investigadores hicieron suyos (básicamente a partir de los años sesenta), no van más allá de las posibilidades que las ciencias sociales precariamente institucionalizadas, como la psicología y la sociología, tuvieron para hacer de la realidad juvenil un fenómeno aprehensible. Miradas y enfoques que se prenden de un estructural-funcionalismo norteamericano estigmatizador o de un marxismo sociológico cuasi-instrumental. El primero, preocupado por normalizar a los "jóvenes disfuncionales o desviados" producto de los procesos de industrialización y migración rural-urbana, y el segundo, más abocado a la concientización de clase y la intervención y fomento de la irrupción de los movimientos sociales juveniles, básicamente estudiantiles.

En cuanto a las ciencias sociales rurales, éstas rompen su desatención casi de manera simultánea con su institucionalización (básicamente con la fundación de las revistas Rural Sociology en 1936 y Rural Sociological Society en 1937) (Newby y Sevilla-Guzmán, 1981). En efecto, en 1938 aparece en Varsovia Mlode pokolenie Chlopów (La joven generación de agricultores) de Josef Chalasinski, libro muy desconocido fuera de la tradición polaca y del que no hay traducción en otra lengua. Se basa en autobiografías de 1544 jóvenes campesinos recogidas a través de un concurso del género, originalmente creado por su mentor Florian Znaniecki en 1921 (Gutiérrez, 1998). Siendo director del Instituto de Cultura Agraria, Josef Chalasinski, y a través de la revista Landwirtschafiliche, convoca a la juventud rural polaca a un concurso autobiográfico bajo el lema: "Descripción de mi vida, actividades, reflexiones y esfuerzos" (Pujadas, 1992). Su sistematización intenta dar cuenta de la migración campo-ciudad y del papel de estos actores en la organización de la familia campesina (Galeski, 1979).

Sin embargo, este esfuerzo se descontenta durante las tres décadas siguientes, tanto en el plano internacional como en América Latina. En las ciencias sociales rurales latinoamericanas la desatención se fundamenta en que éstas estuvieron ligadas y traslapadas durante mucho tiempo respecto de la sociología del desarrollo y la antropología aplicada, bajo el paraguas de los dos modelos dominantes de desarrollo: el de la "modernización", inspirado teóricamente en el estructural-funcionalismo y promovido por la CEPAL, y el de la "dependencia", anclado en el materialismo-histórico. Ambos condujeron casi monopólicamente la atención de sus estudios hacia la esfera productiva. Los debates tanto de la sociología rural como de las escuelas alternativas (la tradición rusa inaugurada con V. I. Lenin, exceptuando a A. Chayanov, o la de Estudios Campesinos en América Latina), estuvieron signados por la idea "moderna" de los desarrollismos, del cambio estructural, que más tarde o temprano haría desaparecer la sociedad rural. Sólo algunos enfoques, tildados por la misma tradición como "culturalistas" se zafaron de estos dominios y significaron un avance intenso en el estudio de otras esferas de la vida social y cultural. Es el caso de antropólogos como R. Redfield (1944). Otros, como E. Wolf (1971), siguieron interesados en las esferas "energéticas", materiales o infraestructurales de las sociedades campesinas y desatendieron la diversidad de actores en el medio rural. La mayoría de los estudios se centraban bien en el campesino o en la familia, como unidad básica de producción y reproducción económica. Sólo a principios de la década de los setenta se comienza a indagar tímidamente en la realidad juvenil rural. En América Latina, sobre todo desde la sociología rural, se emprenden investigaciones de carácter socio-demográficos y estructural, preocupadas exclusivamente por los fenómenos migratorios y expectativas de los "objetos", y centradas en la incidencia de estos actores en el desarrollo. Claramente pasaban por alto la adscripción identitaria generacional, dando por hecho que la "juventud" en el mundo rural existe, sobre la base de criterios biológicos, como la edad y su residencia espacial. Véase al respecto un ejemplo augural y paradigmático de la FAO (1972).

En la actualidad, y desde la década de los ochenta, las trayectorias investigativas sobre juventud latinoamericana —si bien siguen denotando un sesgo metropolitano y urbanizante (Agurto, Canales et al., 1985; Margulis, 1996; Padilla, 1998)— nos muestran las primeras señales de cambio, que van desde los aportes de Verdejo (1979), Jünemann (1979), Hernández (1980), UNESCO (1981), Rodríguez (1983) , Amtmann, Moraga y González (1984) , Díaz y Durán (1986), Vio Grossi (1986), Méndez (1986), Amtmann y González (1986), Kmaid (1988), CEPAL, (1994); hasta los de Reuben (1990), Rodríguez y Dabezies (1991), Caputo (1994) y Durston (1997)). Últimamente el Instituto Iberoamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), a través de Relajur (Red Latinoamericana de Juvenutes Rurales), ha iniciado diversas acciones y estudios referidos en su mayoría a programas de fomento y desarrollo organizacional juvenil en el mundo rural.

No obstante, históricamente se constata una ausencia de tradición investigativa sistemática que supere la mirada estructural y macrosocial así como la instrumentalización desarrollista, puesto que la mayoría de las entradas al fenómeno han sido tensionadas por la urgencia de la intervención modernizante. Primero, en las décadas de los cincuenta y los sesenta bajo la fuerte dependencia norteamericana, con el objetivo de expandir la educación, controlar la natalidad y aumentar la productividad por la vía de la transferencia tecnológica (la llamada Revolución Verde y la Alianza para el Progreso). Y después, para redistribuir la propiedad de la tierra y radicalizar las reformas agrarias (Morandé, 1982; Heynig, 1982). Asimismo, desde finales de la década de los setenta, para paliar los efectos negativos de los ajustes estructurales neoliberales en el agro, vía el "desarrollo rural integral" o "local", que complementa la transferencia tecnológica, la educación y otras variables culturales, que intentan cualificar las economías campesinas desfavorecidas y permitir su supervivencia, asegurando la reproducción del mundo rural vía articulación de éste con el mercado, en el que ahora los "jóvenes" serían los protagonistas. Por otro lado, se hace evidente una ausencia de espesor teórico y empírico sobre los contenidos específicos que supone la emergencia y consolidación de estas identidades juveniles en el mundo rural. Este aspecto, que encierra problemas conceptuales mayores, sobre todo en la diversidad histórica y cultural, es uno de los tópicos menos requeridos en la investigación precedente. Gran parte de los supuestos definitorios sobre la conformación de una juventud rural aparecen como una "imposición identitaria", con asideros parcialmente empíricos, debido a que las adscripciones identitarias juveniles o no han sido indagadas o lo han sido residualmente, y de la peor forma posible. Esta imposición identitaria no fundamentada en la mayoría de los casos es además sesgada, en la medida en que se reconoce sólo "parcialmente la identidad joven rural" (como mucha de la teorización juvenil urbana), toda vez que estos estudios perciben a las juventudes rurales no como actores en sí, sino como "promesas", como futuros adultos campesinos que asegurarán la continuidad de sus "estilos de vida" .

Muchos de estos problemas se asientan, como advertimos, en limitaciones teóricas, comenzando por las conceptuales. La definición de lo "joven" supone un trayecto teórico casi siempre divergente, pero que ha tenido como soporte referencial la sociedad urbana. Veamos inicialmente sólo algunas definiciones que en América Latina se manejaron sobre este segmento.

Las que han dominado las investigaciones y políticas sociales juveniles han sido las de carácter biologicista y demográfico, con su concepción de la juventud como un grupo de edad específico. Las definiciones que han dado históricamente la CEPAL, la ONU y la OIT para implementar políticas de desarrollo social han privilegiado un tipo de definiciones que intenta acotar este periodo según rangos etarios específicos. Así, por ejemplo, en América Latina la ONU considera en este rango a la población que está entre 15 y 29 años de edad. La OIT, en cambio, cataloga de jóvenes a las personas de entre 15 y 24 años. Los enfoques biologisistas han definido a la juventud como una transición de la niñez a la adultez, que se inicia con la pubertad y la adquisición de la capacidad biológica reproductiva, clausurándose la etapa en el momento de la madurez fisiológica, distinguiendo una serie de fases intermedias: pre-adolescencia, adolescencia post-puberal, etc. La mayor parte de estas definiciones están sustentadas tanto en la biología como en la psicología del desarrollo y la cognitiva. Una visión sumaria sobre estas visiones se puede encontrar desde G. Stanley Hall, pasando por Arnold Gesell, hasta Jean Piaget, Robert Selman, Albert Bandura, todas analizadas tanto por Lutte (1991) como por Rice (2000).

Esta concepción se alternará y matizará desde la década de los sesenta con los aportes de las primeras vertientes teóricas científico-sociales que arribarán a América Latina: el estructural-funcionalismo de Talcott Parsons, vehiculizadas por el primer desarrollismo impulsado por la CEPAL. Parsons, que sólo teorizó marginalmente sobre la juventud (cfr. Parsons, 1963, citado en Feixa, 1990), tuvo una fuerte influencia en los dentistas sociales latinoamericanos a partir de sus obras teóricas más generales (1951). Fruto de ello se centra y conceptualiza la juventud —provocada por el paso de la sociedad tradicional a la moderna— como un "problema": como un segmento social desajustado por esta transición abrupta que necesitaba espacios de integración a la nueva sociedad. Así, su herencia provocará que durante más de tres décadas mucha de la investigación sobre el objeto "joven" se alimente desde esta visión. Las repercusiones provocadas por las obras del psicólogo social Erik Erikson retroalimentarán las perspectivas estigmatizantes anteriores, pero sobre todo dotarán a las investigaciones de definiciones teóricas más complejas. Primero, al proponer el concepto de moratoria psicosocial como periódo intermedio y eminentemente juvenil que es aceptado socialmente, y gracias al cual el individuo ensaya su futuro papel en la sociedad a través de la experimentación de funciones, sin la responsabilidad de asumir ninguna. Después, al concebir lo juvenil como una búsqueda de identidad individual (Erikson, 1971b, publicado originalmente en 1968). Este proceso que lo caracterizaría ("identidad frente a confusión") se llevaría a cabo a partir de la resolución de una serie de conflictos, como la perspectiva temporal que lo dotaría de un proyecto de vida; la seguridad en sí mismo; experimentación y asunción de funciones; aprendizaje y elección de un trabajo; la polarización sexual —fijación de identidad de género—; liderazgo y autoridad y compromiso ideológico y establecimiento de valores. Su perspectiva enfatiza la identidad como un proceso individual, que no se detiene en el transcurso vital del individuo, pero que tiene su máxima expresión en la "adolescencia", puesto que es el periodo donde se condensa la confusión identitaria.

Estos y otros aportes conceptuales impresionarán a la mayoría de las investigaciones sobre juventud en América Latina y serán difundidos por el mismo E. Erikson (1971b) y por los sociólogos S. Eisenstadt (1969) y L. Rosenmayr (1972), entre otros, que tienen presencia en los primeros estudios "científicos" en la región (Gurrieri et al., 1971, y Solari, 1971), hasta llegar a la década de los ochenta.

Por cierto, este tipo de definiciones ha convivido y "mestizado" teóricamente con otras aproximaciones a lo juvenil que provienen de la antropología y la sociología: un acento en lo social y cultural más que en lo biológico, individual o demográfico.

El énfasis en el concepto de generación o en la socialización por parte de algunos investigadores situó al "objeto", en forma progresiva, dependiente más de las condiciones socioculturales e históricas que de las individuales o "genéticas" (Weinstein, 1985). No obstante, estas perspectivas se fueron convirtiendo tardíamente en las centrales para conceptualizar la juventud. Se apoyan en las características biológicas observables, pero se sustentan en forma determinante en las pautas socioculturales que cada sociedad y comunidad sostiene para definir lo "juvenil". Esta postura, difundida masivamente por Pierre Bourdieu en una entrevista concedida en el año de 1978 pero con antecedentes en las investigaciones antropológicas de la segunda década del siglo XX, pondrá en evidencia que "la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre viejos y jóvenes" (Bourdieu, 1990:164). Esta postura plantea que la juventud es una categoría social y culturalmente definida y construida, por ende de duración y características específicas según la sociedad en que se inserte o el estrato que se considere al interior de la misma. Se sobrevalora en esta definición la capacidad del propio entorno para generar un lapso, una moratoria entre la niñez y la adultez, y las adscripciones identitarias que van aparejadas a este periodo. El punto de término lo establecería la propia cultura y sociedad, como ocurre por ejemplo en parte de la sociedad occidental, en lo que se refiere a la consolidación de una vida independiente a la familia, a la autosubsistencia e ingreso al mundo laboral, a la construcción de una familia propia, etc. En la entrevista concedida por Bourdieu, la concepción de la juventud como "moratoria" queda en entredicho. Para muchos investigadores influidos por Erikson la "moratoria es un privilegio", un espacio de libertad sostenido socialmente para que el joven ensaye y encuentre su posición en la sociedad y en el mundo adulto. Bourdieu cree que ese espacio no es gratuito, es "impuesto" por el mundo adulto y se paga con la subordinación y la exclusión: es, sobre todo, una construcción sociocultural que se guía por el control del poder. Lo mismo plantea Gerard Lutte (1991), que cree que la adolescencia es un periodo de marginación causado por las estructuras sociales fundadas históricamente sobre la desigualdad. De este modo, en sociedades más igualitarias, como la que estudió en la Nicaragua sandinista, la juventud tendería a mostrar una disminución de las condiciones de marginalidad. Esto supone un matiz en el concepto dominante de moratoria que orientó las investigaciones sobre juventud en América Latina. Así, a contrapelo de este concepto, se comenzó a levantar investigación sobre juventud urbano-popular, lo que arrojo una moratoria mínima, al igual que para la "juventud agraria", dada la temprana incorporación al trabajo, pero también obligada por la incapacidad del sistema para ofrecer oportunidades de acción y desarrollo (cesantía y tiempo disponible). Por tanto, este sector de la población se encuentra "aparcado", esperando un ensayo que no llega nunca. La moratoria, según nuestra perspectiva, como constructo teórico, pierde su valor explicativo, en la medida en que ha ido decreciendo su capacidad para entender la proliferación de identidades juveniles, aun sin este espacio, o con "moratorias negativas". Así lo demostró la investigación sobre juventud urbano-popular en la década de los ochenta y ya lo venían demostrando las sociedades "sobremodernas", al decir de Marc Augé, con altos índices de desempleo, lo que no impidió —es más, alimentó— la proliferación de tribus juveniles.

Pero, ¿qué significan estos referentes teóricos para nuestro caso? Básicamente el punto de partida de una serie de constricciones teóricas que dificultan la mirada hacia la alteridad juvenil y un punto de término que potencialmente la facilitan.

 

¿JÓVENES RURALES O CAMPESINOS DE MENOS EDAD?: EL DILEMA DE LAS IDENTIDADES

En 1986 Díaz y Duran realizaron una investigación que cristalizó en el libro Los jóvenes del campo chileno, una identidad fragmentada. Mediante encuestas y entrevistas semiestructuradas realizadas a jóvenes rurales de sectores agrícolas aledaños a la región metropolitana de Santiago de Chile, los autores intentan una caracterización en torno a los tópicos de la educación y el empleo. En este libro se discute sobre la existencia de una "juventud" propiamente rural a partir de los cambios que el productor agrícola había sufrido en la década de los ochenta. Parte de los resultados apuntan a la existencia de "un esbozo de una identidad como generación que incluso puede ser compartida por la juventud urbana". Además, Díaz y Durán constatan la variabilidad del periodo juvenil según la pertenencia a determinados segmentos sociales subalternos: proletarios agrícolas, parceleros, minifundistas, campesinos tradicionales o comuneros. Dan cuenta igualmente de la importante función productiva de estos actores (combinada con los estudios), lo que sin embargo no influía en la independencia del hogar, al cual estos jóvenes se presentaban fuertemente subordinados. En esta misma dirección se mueve la investigación realizada por Amtmann y González (1986) en la comuna de Los Lagos, en el sur de Chile. Esta concluye que los jóvenes encuestados se quedaban sin trabajo en el campo y sin trabajo en la ciudad, y que por tanto revelaban "(...) un estado de moratoria, en lugar de una integración efectiva a la sociedad" (1986:126). O, lo que es igual, una moratoria "negativa", o un estado forzado de juventud.

Aquí conviene detenernos, puesto que estas dos investigaciones ejemplifican la médula de la discusión sobre los antecedentes teóricos que definen la juventud y que explican con más precisión la "invisibilidad" del sector.

El conjunto de las definiciones sobre la condición juvenil que han predominado en las prácticas de investigación en América Latina plantean fricciones importantes para distinguir al sujeto joven rural. Por un lado, se apela a determinantes económicos y sociales, que harían al "supuesto joven" rural asumir funciones adultas rápidamente debido a sus regímenes de matrimonios más tempranos, ausencia de periodos formativos que extiendan el lapso y una inserción laboral temprana. De manera que el periodo de moratoria no existiría o se disminuiría considerablemente, no alcanzando a formar un cuerpo social con identidad y convirtiéndose los sujetos en "campesinos de menos edad u obreros de menos edad", como se advierte en los trabajos de Vio Grossi (1986): "Juventud rural, ¿nuevos actores en el campo?"; en Méndez (1986), "La impertinencia de hablar de juventud rural", o en Kmaid (1988), "Los jóvenes en el medio rural ¿una cuestión social? Durston lo expone en los siguientes términos:

Entre algunos investigadores de juventud, la invisibilidad es prácticamente total, al punto de que se preguntan: "¿Existe la juventud rural en América Latina?" Por supuesto, se entiende el porqué de la pregunta: si a los 15 años un joven o una joven rural es jefe de hogar, casado y con hijos, y no estudia sino trabaja para sobrevivir, parece legítimo suponer que su juventud terminó antes de comenzar [1997: 5].

Rodríguez y Dabezies (1991) sistematizaron esta idea a partir de los resultados que habían arrojado las escasas investigaciones hechas hasta ese momento sobre juventud rural en la región. Sus conclusiones transitan los mismos supuestos que sus "fuentes", llegando a plantear que en la juventud rural latinoamericana se presenta "una difícil identificación como juventud" y por tanto una "infrecuente emergencia como actor" (1991: 194), a causa de los siguientes fenómenos: un contacto temprano y próximo con el mundo del trabajo; una socialización conflictiva que tiene a la familia como agente fundamental y en la cual la escuela, el mundo del trabajo, el grupo de pares y otros agentes de socialización tienen una relación secundaria; un periodo de moratoria de roles más acotados en el tiempo que en el contexto urbano, dada la temprana asunción de responsabilidades laborales, la difícil permanencia en el sistema educativo y la temprana formación de familia (Rodríguez y Dabezies, 1991).

En este sentido una hipótesis a evaluar a la luz de la antropología de la juventud es la naturaleza diferencial de la constitución del mundo juvenil rural en comparación con el joven urbano, en la medida en que los fenómenos de moratoria, socialización, dinámica generacional, etc., adquieren significados distintos en los jóvenes del agro, pero tienen igual ocurrencia: periodo de moratoria no siempre con características formativas, menos importancia del agente socializador escuela en relación con amigos, la familia y los medios de comunicación, incorporación temprana a las labores productivas, dependencia familiar, y pueden generar eventualmente cierta "identidad juvenil" (Díaz y Duran, 1986).

En este sentido lo planteado por Caries Feixa en relación con la definición de la juventud cobra especial relevancia:

[...] La juventud aparece como una "construcción cultural" relativa en tiempo y en el espacio. Cada sociedad organiza la transición de la infancia a la vida adulta, aunque las formas y contenidos de esta transición son enormemente variables. Aunque este proceso tiene una base biológica, lo importante es la percepción social de estos cambios y sus repercusiones para la comunidad: no en todos los sitios significa lo mismo que a las muchachas les crezcan los pechos y a los muchachos el bigote. También los contenidos que se atribuyen a la juventud dependen de los valores asociados a este grupo de edad y de los ritos que marcan sus límites. Ello explica que no todas las sociedades reconozcan un estadio nítidamente diferenciado entre la dependencia infantil y la autonomía adulta. Para que exista juventud, deben existir, por una parte, una serie de condiciones sociales (es decir, normas, comportamientos e instituciones que distingan a los jóvenes de otros grupos de edad) y, por otra parte, una serie de imágenes culturales (es decir, valores, atributos y ritos asociados específicamente a los jóvenes). Tanto unas como otras dependen de la estructura social en su conjunto, es decir, de las formas de subsistencia, las instituciones políticas y las cosmovisiones ideológicas que predominan en cada tipo de sociedad [Feixa, 1999:18].

Para dar cuenta de nuestro problema, esta definición revela que la juventud no es una categoría esencialmente urbana, pero sobre todo que el sujeto joven rural enfrenta contracciones en su constitución como tal, puesto que su grupo de edad cuenta con débiles espacios culturales propiamente juveniles y un periodo de moratoria o postergación de la asunción de roles adultos diferenciales. Esto, que sería la esencia de la "juventud", en los grupos de edad rural no ha sido percibido por parte de los investigadores, quizás por la falta de investigación y porque estas condicionantes se han asumido sin matices, lo que ha llevado con certeza al estereotipo y a la in visibilidad de estos actores.

No es del todo fácil afirmar dicha constitución identitaria juvenil, puesto que esta condición se ve afectada por una evidente tensión. Por un lado, los medios de comunicación, la escuela y el servicio militar, por ejemplo, construyen y reafirman una condición juvenil con base en la moratoria y el consumo de bienes simbólicos vehiculizados por el mercado ligado a lo juvenil, y, por otro, se dificulta por "la herencia gerontocrática y patriarcal de las culturas campesinas, donde estos actores carecen de espacios propiamente juveniles" (Durston, 1997: 5).

Los espacios y tiempos para la cristalización de las identidades y culturas juveniles, según la mayoría de las investigaciones y teorizaciones actuales situadas en el mundo urbano, confieren a la vida cotidiana y el ocio (tiempo libre y relaciones intergeneracionales, por ejemplo) los lugares privilegiados para vivirla (Contreras, 1996). Estos instersticios espacio-temporales se asientan precariamente en los espacios rurales subalternos, ya sea por la escasa población juvenil actual (migración temporal inter-rural o urbana en busca de trabajo), bien por la ocupación prioritaria como mano de obra familiar en las actividades productivas, o por la poca oferta de bienes y espacios culturales propiamente juveniles en el campo. Así, muchos de los lugares y tiempos donde estas condiciones se encuentran dadas se sitúan fuera de la localidad, ya sea en los colegios —o al menos en la periferia del aula—, el propio trabajo asalariado en otras localidades rurales, los bares y "discotecas" del pueblo, el servicio militar, etc. Sin embargo, situados en su historicidad, estas condiciones podrían haber sido otras, si se hubieran habilitado espacios para vivir la identidad en comunidades más integradas producto del menor contacto con la urbe y la capacidad de autosostenimiento económico al margen del mercado.

En este sentido, los referentes históricos y antropológicos evidencian que lo que ha primado para distinguir lo joven de lo no joven son las concepciones "presentistas" y "etnocéntricas" sobre lo juvenil dadas por las características sancionadas culturalmente por el Occidente industrial y posindustrial. Algo que no nos permite hacer visible la alteridad.

Es decir, es necesario plantear una distinción importante a la hora de dar cuenta de la emergencia de la "juventud sociocultural". Si nuestro criterio heurístico se guía por la generalización temporal, tendríamos que convenir, como muchos de los autores anteriormente citados, que los hitos explicativos de la emergencia masiva de una juventud como la conoce el occidente actual es el resultado de la "máquina a vapor" —la modernidad y la modernización—. Pero si nuestro enfoque se detiene en profundidad en la particularidad, iluminados por la historia y la diversidad cultural, nos encontraremos con fenómenos inadvertidos, cuyos contenidos son casi desconocidos por cierta reducción y sesgo urbanizante.

Las etnografías que han indagado sobre los ritos de paso o iniciación nos ilustran, casi todas, sobre el tránsito repentino de niños a adultos, como en las desaparecidas culturas cazadoras-recolectoras yámanas y selknam del extremo sur de Chile, a través del "kloketen" (Gusinde, 1986). Pero la "porfiada realidad diversificada" nos enseña aún más. Si juzgáramos con criterios urbanizantes y occidentales la constitución de lo joven en la cultura de los pastores nuer, estudiada por Evans-Pritchard, tenderíamos a ver igualmente un paso abrupto de la niñez a la adultez, sin distinguir que muchas de las culturas africanas tradicionales se organizaban por grupos de edad, unidades que aglutinan a los varones iniciados en un mismo tiempo y cuya condición era la de guerreros (Feixa, 1993). Lo mismo entre los kayapó-gorotiré de Brasil, donde la mayoría no desea convertirse en adulto y perder los privilegios de guerrero, por lo que retrasan la paternidad y la consumación del matrimonio por diversos métodos (Soares, 1962). Pero no es necesario recurrir a la "alteridad radical" para dar cuenta de este fenómeno. En un brillante estudio, Fabre (1996) describe con gran habilidad etnográfico-histórica los registros identitarios juveniles en un típico pueblo rural de Francia en la década de los sesenta, posibilitado todos los años por la realización de la fiesta mayor del pueblo. En este "rito", que dura tres días, la comunidad adulta ofrece un espacio autónomo de socialización propiamente juvenil, que incluye la preparación de la fiesta, las excursiones a campos cercanos y el disfrute de la misma a los jóvenes como actores protagónicos. Lo destacable es que el autor enfatiza que "la fiesta del pueblo" es, en cierta medida, el antecedente de la expresión juvenil "moderna", el lugar donde se sintetizaban los marcadores generacionales anteriores a la irrupción industrial. En directa relación se inscribe un invaluable trabajo anterior de Natalie Zemon (1971) sobre el papel de las sociedades de jóvenes (Bachelleries o Abbayes de la jeunesse) en los carnavales y charivaris de la Francia rural del siglo XVI. La autora cuestiona las ideas de P. Ariés (1973) acerca de que los europeos no hacían distinción entre la niñez y la adolescencia antes del siglo XVIII (Zemon, 1971: 55) y plantea que si bien las sociedades rurales no estimulaban la posibilidad de explorar identidades alternadas, estos grupos de jóvenes jugaban muchas de las funciones atribuidas a la adolescencia actual (Zemon, 1971:55-57).

Feixa (1993), por otra parte, detecta la utilización, para el caso de los jóvenes campesinos del Pirineo, del término "mosso" o "mossa" para referirse a los jóvenes como a los sirvientes, en una suerte de identidad articulada por la soltería, la dependencia y la condición subalterna, pero perfectamente evidenciable. Igualmente, el pionero esfuerzo de Cecilia Díaz y Esteban Durán del Grupo de Investigación Agraria (GIA) logra recuperar incipientemente al joven rural a partir de algunas fuentes documentales: "Quizás el vocablo lujo' fue uno de los denotativos de aquel grupo de personas que, no siendo niños, eran dependientes de la autoridad paterna y estaban en procesos de alcanzar la adultez. Esta idea se refleja en escritos de fines del siglo pasado [...]" (Díaz y Durán, 1986: 16).

Esto dilucida dos problemas importantes. Por un lado, alerta sobre la especificidad de la identidad juvenil en el mundo rural, entendida como alteridad, sobre todo antes de los procesos de modernización intensa, lo que nos conduce a dar cuenta de los contenidos específicos de los marcadores vitales en estas sociedades y de la forma en que se desarrollaron en el tiempo. Y, por otro, da cuenta también de los procesos de transformación de los marcadores vitales en las sociedades rurales actuales, en procesos acelerados de descomposición y contacto urbano, donde la mirada urbana occidental, más que evidenciar, ha sancionado o impuesto la aparición "real" de la juventud. ¿Pero cómo visualizar teóricamente identidades juveniles que aparecen a primera vista como difusas o inexistentes en comparación con las urbanas? ¿Cómo zafarse del sesgo teórico urbano y de las imágenes juveniles dominantes que sólo ven en las "subculturas juveniles" las adscripciones identitarias definitorias de lo juvenil?

 

HUELLAS DE IDENTIDAD, GRADACIONES DE IDENTIDAD: UNA PROPUESTA DE (RE)CONCEPTUALIZACIÓN

No podemos acercarnos al problema a partir de dicotomías estancas o generalizaciones abstractas. Es decir, a la luz de la historia y la diversidad cultural, no se puede hablar simplificadamente de "jóvenes con o sin juventud" sin referirse al contexto cultural particular de procedencia de los actores aludidos. Tanto P. Ariés (1973) como Balardini (2000b), por citar un ejemplo actual latinoamericano, caen en la tentación (muy contradictoria en el caso de Ariés) de amplificar, generalizar y sobreponer la concepción juvenil occidental del momento industrial para dar cuenta de la misma en el antiguo régimen, "sociedad tradicional" o precapitalista, donde según Ariés se representaba con dificultades la infancia y la adolescencia (Ariés, 1973:14, 18-19). Balardini (2000b), por ejemplo, distingue entre un periodo precapitalista en que existían "jóvenes", pero no la "juventud", entendida esta última como un marcador sociocultural específico con existencia propia. Estos planteamientos generalizantes, que son a estas alturas sobreentendidos con escasa indagación empírica relacional, han minado la posibilidad de hurgar y conectar muchas especificidades divergentes —occidentales y no occidentales— con estos supuestos para anclarlos en una visión no simplista y realmente plural, en el entendimiento de la juventud como constructo sociocultural. Estos sobreentendidos, al parecer, desempeñaron un papel teórico justificador de la atención predilecta hacia las juventudes de medios urbanos y se encuentran en la mayoría de los autores que condensan la historia y los contenidos específicos de ella, elaborando cuadros "neoevolucionistas" muy parecidos al construido por Brito (1996), donde no es difícil ubicar a las sociedades rurales (cuadro 1):

Una distinción fundamental que proponemos como una aproximación a "otra" juventud es la diferencia entre el "espesor" de los marcadores "juveniles" que, ofrecidos o impuestos por la sociedad adulta y coordinados por los propios jóvenes, permiten vivir esta fase con más o menos intensidad y extensión. Lo que queremos diferenciar en el fondo, para distinguir las propiedades y características del marcador, es fundamentalmente la gradación identitaria juvenil construida históricamente y presente en una comunidad.

Un primer desplazamiento que facilita nuestros objetivos es situar la identidad juvenil no en su acepción psicosocial eriksoniana, centrada en el sí mismo, como proceso conflictivo de conformación del individuo adulto, sino en su dimensión sociocultural: como una adscripción esencialmente gregaria, posibilitada y construida colectivamente y variable en el tiempo. Esta concepción es compartida por un grupo de individuos en la sociedad que tienen referentes simbólicos comunes propios o apropiados (estilo, estética y lenguaje), y de comportamiento (roles en el grupo mayor) que marcan su accionar y pertenencia, producidos y autoproducidos por un segmento en un tiempo variable y facilitados por la sociedad y cultura mayor.

Ésta no es un todo o nada, más bien es un continuo. Por ello intentaremos recifrar una gradación conceptual (interna como externa) que nos permita distinguir este continuo, valiéndonos de algunas definiciones teórico-disciplinarias sobre juventud e identidad juvenil que irían desde su precaria existencia sociocultural hasta una autonomía sociocultural mayor.

a) Del grupo de edad a un estadio psicológico. Este continuo de conceptos refiere a un determinado grupo sociocultural cuyas características se basan en referentes biológicos "objetivos" —fisiológicos observables, como la primera menstruación, el crecimiento del vello, etc.—, o las etapas de maduración psicosocial e individuación que los diferencian de otros actores. Denota más un conjunto de estadios que atraviesa un sujeto en el transcurso de su existencia, independientemente del peso o importancia que tiene cada estadio en el grupo mayor. Conforman la base desde donde se pueden distinguir identidades asociadas a clases de edad socioculturales específicas y culturas juveniles, pero no son capaces de dar cuenta de ellas. Se manifiestan con claridad en los ritos de paso o iniciación en que un sujeto transita de un estadio a otro (niñez a adultez), sin poder vivir otros estadios, por lo que el marcador juvenil sólo existe por su negación. Clásicamente, el joven es traducido desde estos referentes como "púber" o "adolescente" por parte de la biología y la psicología.

b) Del ciclo vital a la generación. Entendemos estos continuos conceptuales —construido el primero desde la biología y posteriormente utilizado por la antropología; y el segundo desde la sociología — como constructos teóricos que intentan distinguir la existencia social de un determinado sujeto y su correspondiente comportamiento en un momento de su transcurso vital. En lo que se refiere a éste, revela una preocupación por la determinación sociocultural de los capitales culturales contenidos en el sujeto en un determinado momento de su existencia por parte de una "época" estructural u objetiva externa y una subjetiva, y sus correspondientes funciones y representaciones asignadas por la sociedad en ese lapso. La idea de generación apela a los sujetos que tienen la misma conciencia histórica y conciencia de pertenecer a una misma cohorte generacional (Mannheim, 1993); y, a su vez, es un "nexo que une biografías comunes" (Feixa, 1999: 88). Relaciona a los sujetos que comparten y compartieron una contemporaneidad cronológica, que fueron determinados y determinantes por y para una estructura social y cultural particular en un tiempo dado y que pueden tener o no características comunes y forjar identidad:

Lo que constituye la posición común en el ámbito social no es el hecho de que el nacimiento tenga lugar cronológicamente al mismo tiempo —el hecho de ser joven, adulto o viejo en el mismo periodo que otros—, sino que lo que la constituye primariamente es la posibilidad, que en ese periodo se adquiere, de participar en los mismos sucesos, en los mismos contenidos vitales; más aún, la posibilidad de hacerlo a partir de la misma modalidad de la estratificación de la conciencia. Resulta fácil probar que el hecho de la contemporaneidad cronológica no basta para constituir posiciones generacionales afines. Nadie querría sostener que la juventud china y alemana se encontraban en afinidad de posición en torno a 1800. Sólo se puede hablar, por tanto, de afinidad de posición de una generación inserta en un mismo periodo de tiempo cuando, y en la medida en que, se trata de una potencial participación en sucesos de vivencia comunes y vinculados. Sólo un ámbito de vida histórico-social posibilita que la posición en el tiempo cronológico por causa de nacimiento se haga sociológicamente relevante [Mannheim, 1993:216].

La existencia de una "identidad generacional" posibilitada, según se colige de Mannheim, por una "unidad generacional" (generationseinheit) autoconsciente (Mannheim, 1993: 228), manifiesta un grado de importancia mayor que el grupo le da al marcador juvenil, puesto que los sujetos se reconocen e identifican con los contenidos y referentes asignados por el grupo a ese determinado estadio en la biografía. Supone, por tanto, el paso de una edad biológica a una edad socio-cultural. Esta identidad tiene un espesor menor, pero es la base sobre la que se construyen tanto las clases de edad como las culturas juveniles dentro de un grupo. No obstante, en forma aislada, esta categoría no constituye grupos identitarios específicos por sí misma: "La unidad de generación no consiste en absoluto en una adhesión que aspire al desarrollo de grupos concretos, aunque ocasionalmente pueda ocurrir que el hecho de la unidad de la generación se convierta en la base para establecer la unidad consciente en el proceso de formación de grupos más concretos" (Mannheim, 1993:206).

Sin embargo, el concepto de generación es un concepto intermedio, que contiene la semilla donde se fecunda una identidad juvenil con más grosor: las culturas juveniles.

c) De las clases de edad a las (sub)culturas juveniles. Estos conceptos se centran en una traducción sociocultural de la edad biológica, psicológica y generacional que nos remiten a las divisiones socioculturales objetivadas dentro del grupo social con base en atribuciones específicas definidas por los privilegios, derechos y obligaciones, roles, comportamiento y cosmovisión de los sujetos en relación con otros en un momento temporal particular, incluido el campo de representaciones sobre la misma. Las clases de edad, como concepto antropológico específico (que para nuestro caso sólo tiene una función ilustrativa puesto que es difícilmente extrapolable a Occidente), remiten clásicamente a las culturas pre-capitalistas o "primitivas" que basaban su organización social en torno al tránsito por determinados periodos etáreos signados por los ritos de iniciación de cada clase de edad en un tiempo determinado. Ejemplos paradigmáticos de su uso los encontramos en los estudios de Evans-Pritchard sobre los nuer y en Beraardi sobre los massai (1985, citado en Feixa, 1988). El concepto de cultura juvenil se ha pluralizado y se le ha restado el prefijo "sub" para dar cuenta de la diversidad de respuestas simbólicas juveniles (de clase, género y cultura) y asignarle un significado alejado del campo semántico de la disfunción, desviación, exclusión, discriminación y degradación que tenía amplia presencia en la sociología de la marginación (cfr. Feixa, 1999). El mismo autor define las culturas juveniles como:

[...] La manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre o los espacios insterticiales de la vida institucional. En un sentido restringido designan la aparición de "microsociedades juveniles" con grados significativos de autonomía de las sociedades adultas que se dotan de espacios y tiempo específicos, y que se configuran históricamente en los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial, coincidiendo con grandes procesos de cambio social en el terreno económico, educativo, laboral e ideológico [Feixa, 1999: 84].

Las clases de edad —repetimos, sólo como ejemplo de otredad cultural que nos ilustra estas gradaciones— suponen la existencia de marcadores para referirse a un grupo particular que atraviesa cierto ciclo vital, pero que puede carecer de expresiones identitarias profundas que transformen a esa clase de edad en un grupo social marcadamente diferenciado, más allá de un momento concreto, por una débil construcción cultural de esta entidad en el seno del grupo social —ya sea por restricciones en la esfera productiva o reproductiva o por la falta de espacios y recursos materiales y simbólicos—. El concepto de culturas juveniles implica una mayor complejidad, densidad y autonomía del marcador de los actores que lo viven respecto del mundo adulto. Clásicamente y como referencia paradigmática, serían aquellos jóvenes aglutinados en microsociedades, como las bandas, pandillas o tribus, con estilos espectaculares surgidos en las urbes metropolitanas que, corporeizados por la clase, la etnicidad, el territorio y la estética, son creados y recreados por los medios de comunicación masiva y el mercado.

Estas distinciones nos permiten iluminar un poco más la ambigüedad argumental con que los contados investigadores preocupados por el tema se han manifestado; unos defendiendo la existencia de una identidad juvenil rural y otros, negándola. Posiciones maniqueas que no pueden resolver el interregno y que encuentran su referente más próximo en las dicotomías utilizadas por Ruth Benedict (1938) para referirse a las culturas con "continuidad"—las "primitivas"—, en que el paso de niño a adulto es abrupto, en comparación con las occidentales, que asignan un tipo de conducta a cada clase de edad. La investigación actual necesita este punto de partida. Reconceptualizaciones que puedan hacer aparecer los matices de estas señales identitarias inadvertidas.

Así, con base en las disquisiciones anteriores, una pregunta significativa que surge es: ¿podemos hablar de culturas juveniles en el mundo de la pequeña agricultura en ciertos contextos específicos latinoamericanos, tanto sincrónica como diacrónicamente? Feixa (1999) plantea que si bien las culturas juveniles se asocian a las metrópolis (Chicago, Londres, París, etc.), sus "orígenes no determinan el destino", por lo que su difusión "trasciende las divisiones rural/urbano/metropolitano" (Feixa, 1999:96). La condición cultural híbrida, superpuesta, del pastiche de nuestras sociedades (premodernas-modernas-posmodernas) pudiera dar más sentido a esta afirmación, aunque esto es algo que habría que probar empíricamente. Pero más que de su existencia, es necesario dar cuenta de los contenidos de aquellas probables culturas juveniles que nos puedan hablar de su grosor e intensidad.

Las implicancias de estos asertos nos obligan a vincular las especificidades culturales locales con las generales para hacer visibles las señales de identidad, así como la configuración, alcance y relevancia de éstos en la sociedad rural latinoamericana. Una búsqueda empírica que debe preguntarse por los dispositivos socioculturales específicos que permiten vivenciar estos fenómenos identitarios en el mundo rural, tanto en el presente como en el pasado.

En este sentido, los resultados preliminares de nuestra investigación, con base en historias de vida generacionales desde las primeras décadas del siglo XX en la pequeña comunidad rural costera de Chaihuín (Región de Los Lagos, Chile), nos muestra abundantes indicios de una conformación identitaria juvenil que va de una tenue adscripción tensionada por el ciclo vital, pasando por una identidad generacional, hasta la simiente de culturas juveniles. Esta última conformación es articulada desde las postrimerías de la década de los ochenta, no sin traumas y conflictos debido a la alta migración temporal, la llegada de la electricidad, los medios de comunicación de masas y de transporte y el desarrollo del turismo.

Edgardo, uno de los actores "biológicamente" más jóvenes entrevistados (17 años), reflexiona sobre estas transformaciones en el contexto de su conversión al estilo juvenil "metalero":

[...] No soy campesino para comportarme, pero me siento de aquí. Te puede gustar Metallica y ser rural, no es un cambio grande. Cuando me crié aquí no estábamos tan incivilizados como antes, cuando se criaron mis papas. Ahí, por ejemplo, no tenían radio, no podían escuchar música. No sabían nada de grupos. Por ejemplo, escuchaban el nombre de un artista y no estaban ni ahí [no les interesaba], porque no les sonaba, nunca habían escuchado la música hasta como cuando tenían unos 20 años que tuvieron una victrola [fonógrafo manual] [González, 2003].

Edgardo se explaya sobre los "grupos juveniles" presentes en la comunidad, conformados "por muy pocos chicos [jóvenes]" que él identifica como los "cumbiancheros", "hip hoperos", "metaleros" y "normales". Identifica, además, sus gustos estéticos, prácticas sociales y locus de expresión juvenil, como el recientemente inaugurado negocio de pool, taca-tacas (futbolito) y ping-pong, donde los jóvenes se reúnen asiduamente los fines de semana. No obstante, testimonia también la pugna al interior de su núcleo familiar por dicha adscripción (metalero), considerada "demoniaca" por su madre evangélica (protestante) y su tránsito de regreso al grupo de los "normales".

Distinto es el testimonio biográfico de Heriberto (nacido en 1969), que ubica su corta juventud a mediados de la década de los ochenta en el inicio de las transformaciones estructurales de la comunidad: "Pienso que sólo la viví cuando hice el curso de buzo mariscador en el pueblo, no más... Porque después me junté con mi señora y de ahí pura pega [trabajo]" (González, 2003). Heriberto emigró cerca de dos meses al pueblo más cercano (Corral) para realizar un curso de buzo y en tales circunstancias tuvo la oportunidad de vivir brevemente su identidad juvenil, sobre todo asistiendo a bares y discotecas:

Allí nos íbamos con los amigos a la "Lolo-teca", a escuchar música, a cantar, a bailar. Llegaba pura juventud, puros cabros [...] El primer día salimos mareados de adentro, porque era oscuro y tenía de esas luces que van y vienen y dan vueltas. Después nos volvimos para Chaihuín casi alcoholizados tanto salir a carretear [parrandear]" [González, 2003].

Las constricciones materiales y simbólicas presentes en la comunidad para vivir la juventud desaparecen con los cambios producidos en la nueva relación campo-urbe. Por tanto, es un ejemplo significativo de las primeras experiencias identitarias juveniles deslocalizadas, cuyos antecedentes se vislumbran de las décadas del treinta al setenta, con los abundantes enrolamientos al Servicio Militar por parte de los jóvenes y la alta ocupación en el servicio doméstico urbano por parte de las mujeres jóvenes. Sin embargo, en las décadas posteriores (ochenta y noventa) estas experiencias se radicalizan con la neoliberalización del agro, la modernización del transporte y las comunicaciones y la expansión educativa, que hacen a las nuevas generaciones acceder a la enseñanza secundaria, técnico-profesional o al trabajo fuera de la comunidad en pesqueras y buques factorías internacionales. La mayoría son experiencias de deslocalización estacional que implican el regreso e impresionan a la comunidad de origen con el fermento de un imaginario juvenil.

El contraste sólo se aprecia en la diacronía. Cerca de sesenta años antes de que Edgardo tuviera su experiencia metalera, don Pascual (nacido en 1929) sabía que su tránsito hacia la emancipación familiar, por tanto, al término de su subordinación y condición de "cabro" (niño-muchacho) tenía fronteras biológicas muy precisas, prescritas por la propia comunidad de Chaihuín:

[...] según el reglamento, el hombre tenía que tener 25 años pa' poderse casar, porque tenía que ser un hombre maduro, que sepa hacer todo lo que había en un hogar. Hacer su casa, sobre todo eso es lo que se exigía en esos años. No podía ser más joven, porque 18, 20 años para los antiguos era un niño todavía; aunque eran más maduros, porque un cabrito de 10 o 12 años comenzaba a trabajar en el monte, a trabajar con bueyes, qué sé yo. Pero en esa época sólo después de los 25 se podía casar [Gonzalez, 2003].

Así, lo importante es que no sólo la soltería articulaba su "niñez juvenil", sino que el dato vital se convertía en imprescindible para cambiar de estatus sociocultural, lo que el "joven" esperaba con ansias. La edad de 25 años aparece quizás como una muy conveniente negociación para el poder paterno dominante en relación con sus hijos, cuya dependencia se veía bastante alargada en el tiempo pese a cumplir duras tareas productivas. Sin embargo, no puede haber una mejor transacción para estos últimos, puesto que el momento de la 'liberación" tiene un límite objetivo que no da lugar a priori a la ambigüedad y la coacción por no abandonar la familia (fenómeno que don Pascual vivió intensamente antes de los 25 años). La recompensa a esta larga espera no era menor porque significaba en la mayoría de los casos de su generación la obtención de tierras y materiales para la construcción de una vivienda.

Pese a que estos relatos son sólo masculinos (el caso de las mujeres está en proceso de análisis y contrastación) y necesitan de una contextualización más profunda para ser comprendidos a cabalidad (lo que excedería en mucho el marco de este artículo), lo relevante es que estos testimonios se inscriben en el escenario de una comunidad rural todavía bastante "clásica" desde el punto de vista de su definición estructural: relativamente aislada, ocupación predominante en tareas agropecuarias y de pesca artesanal (todavía con una acusada economía campesina), reducida disposición de servicios, escasa población, etc. Sin embargo, se trata de una comunidad imbuida en un proceso acelerado de hibridación cultural, producto del cual se han generado respuestas eclécticas en cuanto a la producción y adscripción identitaria juvenil, tensionadas fuertemente por los bienes simbólicos urbanos y las contracciones estructurales propias de la ruralidad, como en nuestro segundo caso: la temprana incorporación al trabajo asalariado (pesca y labores agrícolas) y la migración temporal en busca de empleo y formación, que se mantienen hasta ahora. Así, lo que estos testimonios ejemplifican con claridad son las abruptas transformaciones de los locus de experiencia identitaria juvenil y los recursos culturales y materiales disponibles para vivirla. La tentativa de reconceptualización recogida en este artículo es capaz de dilucidar, al menos desde el punto de vista biográfico, aquellas huellas intersticiales donde se alojan identidades juveniles omitidas, tanto desde el punto de vista subjetivo como en un rango mayor: su corporeización en actores sociales.

Desde esta perspectiva, una visión comprensiva no debe prescindir del transcurso de las identidades juveniles en Chile y América Latina (Faletto, 1986; Goico-vic, 2000; Balardini 2000a, 2000b). Como lo hemos estudiado en otra oportunidad (González, 2002a, 2002b), éstas se mueven desde el "privilegio" (élites ilustradas masculinas) hasta la "omisión" (juventudes del bajo pueblo, urbano-populares, rurales e indígenas): desde los que lo "disfrutan" hasta los que lo "padecen". Para el caso de las juventudes rurales en su constitución como actores sociales, muy significativas aparecen las transformaciones modernizadoras, tanto en la urbe como en los propios espacios rurales y sus intermediaciones y relaciones. La mercantilización del agro o "modernización" (Gómez y Echeñique, 1988), la consolidación del sector agroindustrial y empresarial y, de manera preeminente, la descampesinización hacia abajo (proletarización) y el debilitamiento de amplios sectores agrícolas subordinados (campesinos y pescadores con economías de autosubsistencia) han provocado un proceso simultáneo de visibilización mayor por parte de investigadores y planificadores, como de los sujetos mismos, que se expresa con más intensidad en el contexto de la agricultura capitalista que en la de economías campesinas o de autosubsistencia. Así se demuestra en la organización de cooperativas de producción y comercialización, microempresas y otras organizaciones lidereadas y compuestas por jóvenes que reivindican su condición de tales (en el caso de Chile con el Servicio Rural Joven, del Instituto de Desarrollo Agropecuario, o en el plano latinoamericano, con las múltiples asociaciones afiliadas a la Red Latinoamericana de Juventudes Rurales). No obstante, las fricciones "rururbanas" comienzan a develar con fuerza no sólo a éstos jóvenes organizados dentro del campo, sino también a los subordinados y actualmente más omitidos, aquellos a los que les ha recaído la juventud como imaginario y "como forma forzada" (Rama, 1986: 114), sin espacios materiales para vivirla, desocupados, subocupados, sin tierras ni capitales. Aun así, ya se vislumbra en parte lo que había augurado Gurrieri en 1971: "Es probable que los próximos años posibiliten la aparición de una juventud rural con perfiles propios cuyo rasgo fundamental no sea oponerse a su propio mundo adulto sino intente ser, por el contrario, la avanzada de su liberación" (Gurrieri et al., 1971:29).

 

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Notas

* Deseo expresar mi agradecimiento a Gonzalo Díaz y Paola Lagos por su colaboración en el trabajo de campo. Igualmente a los doctores Caries Feixa, Verena Stolcke y Aurora González, profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, por su invaluable guía y recomendaciones. A su vez, dejar constancia del apoyo de la beca MECESUP para mis estudios de doctorado y los productos académicos generados.

1 Una primera aclaración importante respecto del concepto "juventudes rurales" o "juventud rural" en el presente trabajo tiene relación con su carácter inclusivo. Este término comprende no sólo las juventudes "campesinas" definidas por su ocupación primordial en labores agropecuarias, sino también aquellas que, involucradas en ésta u otras esferas productivas —como las silvícolas, acuíco-las o del sector servicios—, tienen una marcada vinculación y dependencia territorial con los espacios rurales. Sin embargo, se distinguen de esta categoría las recientemente denominadas "juventudes indígenas" que, pese a tener una vinculación histórica con los espacios rurales, no necesariamente están contenidas en ellos (como los jóvenes mapuches urbanos, por ejemplo). En este sentido, la noción definitoría de esta categoría —la etnia— presupone un marcador identitario que merece un tratamiento autónomo y específico (que excede en mucho este trabajo) y al que todavía no se ha dado suficiente atención en las investigaciones sobre juventud.

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