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versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.62 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2022  Epub 15-Ago-2022

 

Reseñas

Pierre Rosanvallon, Le siècle du populisme. Histoire, théorie, critique

Hugo Rangel Torrijo1 

1Universidad de Guadalajara, hugo.rangel@mail.mcgill.ca

Rosanvallon, Pierre. Le siècle du populisme. Histoire, théorie, critique. París: Éditions du Seuil, 2020. 288p.


El reconocido autor francés Pierre Rosanvallon señala atinadamente que se etiqueta de todas formas y contextos al populismo pero que no hay una teoría al respecto. En este sentido, su libro es efectivamente una primera propuesta de bosquejo de esta teoría faltante (p. 15). De entrada, propone una anatomía y una mirada histórica (capítulos 1 y 2). Asimismo, es esencial la crítica al populismo más allá de etiquetas, que caracteriza como iliberal o antiliberal, pero propone una crítica profunda de la teoría democrática que estructura la ideología populista (p. 23).

El nacional-proteccionismo (capítulo 4) del populismo ha sido una respuesta al libre comercio y al liberalismo. Si bien es una expresión del conservadurismo, el autor señala que se vincula a la soberanía, a la voluntad política y a la seguridad. El éxito del Brexit se explica por esta visión de la soberanía y seguridad ligada al control de la migración. De acuerdo con una noción de justicia, explica el rechazo de la mano de obra barata; el rechazo a la desigualdad distributiva entre el 1% y el 99% se trata de un populismo de izquierda europea (p. 62). Aquí se observa la limitante de una teoría que integre tanto a los populismos de izquierda y derecha, porque sus supuestos de justicia son contradictorios.

En el capítulo 5, el autor aborda las emisiones y pasiones; llama “régimen de pasiones y emociones” a los aspectos afectivos y emotivos que se abordan en las ciencias sociales. En este sentido, Braud acertadamente afirma que los estudios cognitivos actuales no se diferencian entre cognición y emoción. El bosquejo que se hace en el libro sobre la dimensión emocional es pertinente para explicar las emociones que explota el populismo. Aunque este aspecto es de tal importancia, que se esperaría que se hubiesen incluido más autores de psicosociología, por lo menos al pionero Gustave Le Bon. Rosanvallon señala con tino que, desde la esfera emocional, se entiende la fórmula que opone a “ellos” y “nosotros” y que utiliza el populismo, así como el resentimiento (p. 73). En este contexto, se da un auge de las teorías del complot producto de esta emotividad, frente a la cual, además, los políticos asumen una posición personal.

En el capítulo 6, se aborda la diversidad de los populismos, distinguiendo entre los difusos, en el que puede clasificarse el movimiento francés de los “chalecos amarillos” (p. 85). Es pertinente distinguir entre los movimientos y los regímenes populistas, como el de Modi, en India, y el de Putin, en Rusia, ejemplos de regímenes virulentos nacional-populistas. El belicismo de Putin en Ucrania es la prueba. Otros ejemplos son los movimientos de Fujimori en Perú o el chavismo venezolano. La tarea de distinguir los populismos de izquierda y derecha es laboriosa y se basa principalmente en el contexto francés. Melanchon encarna, efectivamente, un movimiento populista de izquierda (p. 90), mientras que Jean Marie Le Pen lo había representado en el populismo de extrema derecha. Pero como se menciona, apenas, este partido ha pasado de un 3% a un 30% en 2012 (p. 94), y no se menciona ya el crecimiento extraordinario en la actualidad de la candidatura presidencial del personaje misógino y extremista E. Zemmour y el 41% que obtuvo Le Pen en 2022. Se entiende que el autor quiera dar una imagen equilibrada, pero el populismo de extrema derecha ha capitalizado la vida política en Francia y en Europa en los últimos años y ha impuesto los temas de la identidad y la inmigración en la Europa de hoy (pp. 98-101).

En la sección 2, consagrada a la historia, se propone un marco de análisis del cesarismo basado en la soberanía del pueblo, enmarcada en el plebiscito como expresión popular; una filosofía de encarnación del pueblo en un jefe, y el rechazo de cuerpos intermediarios que obstaculicen el encuentro cara a cara del pueblo y el poder (p. 106). El autor demuestra que en el siglo XIX francés, la figura de Napoleón III representó este modelo de cesarismo, pues instauró el plebiscito, intentando encarnar al pueblo mediante el discurso, con una política de proximidad mediante eventos multitudinarios (p. 109). Asimismo, Napoleón III hizo una crítica cesariana constate a los partidos (por considerarlos intermediarios) y consideró la libertad de prensa como secundaria e, incluso, como un rival de los poderes públicos (p. 121) o una estructura capitalista antidemocrática (p. 122).

Así, se reúnen momentos populistas de la historia entre 1890 y 1914, como el Populist Party o el movimiento antisemita de Barrès en Francia. En este contexto, surge la necesidad de una prensa independiente. A fines del siglo XIX, en Francia se percibía el referéndum como una panacea para resolver los problemas. Asimismo, se observó un crecimiento del nacional-proteccionismo en ese país y, de esta manera, se impusieron impuestos a los productos extranjeros. Se percibieron entonces expresiones de proteccionismo xenófobo, como se denomina en el libro, es decir, agresiones contra trabajadores extranjeros en Francia, en 1890, y en 1870 en California, principalmente contra los trabajadores de origen chino. Fue desde esta perspectiva que el gobierno de Estados Unidos llevó a cabo una selección étnica de los inmigrantes (p. 140). Sin embargo, en ese entonces, el populismo no se expandió en Europa, pues los gobiernos ofrecieron otras alternativas y la Primera Guerra Mundial cambió la dinámica social.

La tercera parte de los momentos populistas en la historia está dedicada al laboratorio latinoamericano. En este continente, el autor ve una tierra fértil para el populismo debido a las condiciones económicas basadas en la agricultura y el escaso desarrollo industrial, que no había producido movimientos socialistas fuertes. Presenta al colombiano Gaitán como la figura fundadora, pues pretendía ser un líder conducido por la multitud, representante del pueblo y de los desposeídos. Insistía en que el pueblo es superior a sus dirigentes y se pronunciaba por una depuración moral (p. 152). Enseguida refiere el movimiento peronista, que con el auge económico de Argentina le permitió a Perón hacer importantes inversiones en gastos sociales. Perón se presentaba como humilde servidor del pueblo y pretendía construir un régimen acorde con el propio argentino, “una alternativa al molde demoliberal” (p. 154). Este régimen estaría basado en la constitución de 1949, que dio mayores poderes al Ejecutivo y redujo los de la Corte Suprema. Se mencionan las afinidades de Gaitán con Mussolini y de Perón con el nazismo, y se explica la connotación positiva que hay en Sudamérica al término populista, tema abordado justamente en conferencias que dictó en Argentina («Refundar la democracia», 5 de diciembre 2012). El populismo arcaico latinoamericano fue paradójicamente el fundador.

En la sección 4, “Historia conceptual”, el populismo como forma democrática, Rosanvallon hace una lúcida reflexión del populismo ante las contradicciones y límites de la democracia pues, para comprenderla, hay que partir de que en ella se entrelazan la historia de un desencanto y la de una determinación. (p. 162). En la aporía estructurante 1 (el pueblo perdido), señala con tino que la noción es ambigua desde la Revolución francesa y que el mismo Mirabeau se enfrentó a este problema. Es un pueblo-borroso, un pueblo-historia y un pueblo-problema (p. 165). Ante las identidades en mutación, el sujeto de derecho es el más concreto que existe (p. 166). En los equívocos de la democracia representativa (aporía 3), señala que, desde Rousseau, que calificó de aristocracia electiva, la representación ha mostrado sus límites. La aporía 4 trata sobre los avatares de la impersonalidad y muestra que desde la Revolución francesa se trató de eliminar la personalidad que representaba el poder real y, por eso, se adoptó un Directorio; es decir, se buscó una estructura objetiva e imparcial (p. 172). Sin embargo, esta explicación es contradictoria, ya que Michelet refiere al pueblo (p. 175). Como respuesta, el populismo reivindica el poder personal y, al mismo tiempo, se basa en el pueblo. La explicación es todavía más imprecisa en el contexto francés, en donde el presidente concentra un poder considerable. En la cuarta aporía sobre el régimen de igualdad, se advierte que la democracia supone una sociedad de individuos iguales. Aquí, una vez más, la explicación parece imprecisa y, si bien ciertos movimientos populistas de izquierda demandan dicha igualdad, el poderoso populismo de extrema derecha más bien exige la abstención del Estado de participar en la sociedad y la economía, como se observó en las protestas contra las medidas sanitarias en el marco de la pandemia de COVID-19 en el mundo.

A estos regímenes el autor los denomina democracias-límites porque exacerban ciertos problemas en detrimento de otros (p. 179). Propone la existencia de democracias minimalistas, esencialistas y polarizantes. La primera se limita al establecimiento del Estado de derecho (Schumpeter y Popper). Las esencialistas se fundaron sobre la denuncia de la mentira del formalismo democrático y lo ejemplifica con la noción de democracia comunista de Cabet y las conocidas críticas de Marx a la democracia formal. Si bien no se ofrecen ejemplos concretos de esta democracia esencialista, más bien ha sido una justificación o estratagema de los gobiernos autoritarios como el soviético o el cubano, que reivindican ser verdaderas democracias. La tercera familia de democracias es a la que pertenecen los populismos, con los mecanismos de identificación del líder y los referéndums.

Al clasificar los populismos en una “familia democrática”, el autor alimenta la ambigüedad en torno a ellos. Si se propone ofrecer una mirada objetiva sin maniqueísmos, al aceptar los populismos como democráticos peligra en legitimar no solamente sus numerosas contradicciones, sino sus características antidemocráticas, en particular del populismo de extrema derecha. Cabe mencionar que renuncia a hacer un análisis sobre el proteccionismo nacional por “falta de conocimientos económicos” (p. 190), la cual no está plenamente justificada, ya que el análisis político se fundamenta en la soberanía, no en la economía.

En la crítica al populismo, en el libro se analizan los límites del referéndum, como es el hecho de rivalizar con el sufragio universal y las pasiones instantáneas (p. 194). Afirma con acierto que la política consiste, en primer término, en construir políticas, es decir, proyectos que den cuerpo a orientaciones con cierta coherencia. Efectivamente, el Brexit mostró la falta de responsabilidad y su carácter irreversible. Sin embargo, también ha sido un instrumento que ha sido utilizado satisfactoriamente por diversas democracias occidentales para dirimir sujetos diversos (en Estados Unidos, Suiza, Francia, por ejemplo). Al criticar el referéndum como un recurso del populismo de intervención ciudadana (incluso como mecanismo de sustitución p. 216), parecería que el autor se centra en sus limitaciones.

En la sección “democracia polarizada vs democracia desmultiplicada”, se desarrolla una interesante reflexión sobre la connotación ficticia de la unanimidad del voto electoral (p. 222); se critica una visión aritmética de la voluntad general (p. 224) o de pueblo número (p. 228) y, en este contexto, se valoran las minorías (p. 226), aunque se esperaría un análisis más profundo de su calidad sociopolítica.

Rosanvallon afirma, con razón, que la figura abstracta de la soberanía, la nación, se vuelve sensible a través de la valorización y las prácticas de los principios que la fundan. (p. 231). Existe una necesidad de establecer un régimen competitivo que enuncie la voluntad general, afirma el autor haciendo eco de Jefferson (p. 232). Subraya la pertinencia de enmarcar el poder en un marco constitucional, judicial y legislativo independientes, y destaca la importancia de la imparcialidad ante los lobbies y los poderes privados, aunque no hay nunca una unidad que represente a todos los ciudadanos. (p. 234). Asimismo, señala que, justamente, hay que considerar las instituciones democráticas (transparentes y deliberativas), aunque haya una resistencia a considerarlas de esta manera por la concepción estrecha de la democracia electoral (p. 235).

En la sección “De un pueblo imaginario a una sociedad democrática en construcción”, la pregunta rectora es cómo constituir un pueblo como un cuerpo cívico capaz de inscribir su historia, de pensar el lazo de la sociedad con lo político (p. 239). Se muestra la ambigüedad del concepto pueblo y la contradicción que pretende defender el populismo. Es necesario pasar de una sociedad imaginaria a una sociedad real (p. 241), porque más allá de las interpretaciones ideales, o pueblo-masa, no se puede pensar y representar el pueblo real sin tomar en cuenta sus diferentes variables (p. 243). Incluso el sentimiento de pesimismo tiene un rol importante, independientemente de los factores objetivos. Es decir, el pueblo es una realidad en movimiento y problemática, como un sujeto a construir (p. 246). Incluso el llamado 1% de la población más rica es muy heterogénea (p. 248) y señala, con acierto, que no se trata de exaltar a un pueblo imaginario, sino construir una sociedad democrática (de iguales) fundada en los principios de justicia para constituir una comunidad política.

La politización del Estado ha sido una característica de los regímenes populistas que han polarizado las instituciones (p. 161) y éstos radicalizan la percepción de sus opositores como personas inmorales y corruptas (p. 266).

En las conclusiones, la reflexión final tiene “el espíritu de una alternativa”. El autor busca una alternativa ante la disminución de la funcionalidad democrática de las elecciones y la pérdida de la importancia del programa en los mandatos (p. 271). La solución es multiplicar las modalidades de expresión del ejercicio electoral hacia una democracia interactiva (de participación) y una representación narrativa que vaya más allá de la delegación (p. 272). Una alternativa que vaya más allá de la opacidad administrativa para construir una democracia de ejercicio de responsabilidad y de evaluación de políticas. Así, será posible llegar a una democracia de apropiación por los ciudadanos de las funciones democráticas. De esta manera puede lograrse una democracia de la confianza (p. 276).

En suma, este libro ofrece una serie de reflexiones lúcidas y pertinentes sobre el fenómeno internacional del populismo (y del actual gobierno mexicano, aun cuando no lo aborda). Clarifica confusiones conceptuales al recurrir a la historia y la evolución de la democracia en Occidente. Sin duda su reflexión enriquece la conceptualización de la democracia y ofrece alternativas para rebasar las preocupaciones legitimas y complotistas que dan origen a los diferentes populismos.

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