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Foro internacional

versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.62 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2022  Epub 28-Mar-2021

 

Reseñas

L’Appel des Amériques

Soledad Loaeza1 

1El Colegio de México maloa@colmex.mx

Rouquié, Alain. L’Appel des Amériques. París: Seuil, 2020. 276p.


A todos nos llega el apremio de mirar hacia atrás y la tentación de repasar el camino que nos trajo adonde estamos. El ejercicio es todavía más tentador si, como Alain Rouquié, nos contamos entre los afortunados para quienes la vida es “la suma de nuestras experiencias y de nuestros sueños”. Para responder a la pregunta “¿cómo llegué adonde estoy?”, Alain Rouquié escribió un libro que publicó en febrero de 2020, con el título L’Appel des Amériques, en el que comparte con nosotros ese corte de caja. Esta obra narra la historia de un latinoamericanista europeo cuya vocación se forjó en la curiosidad intelectual que le despertaban historias y culturas distantes de las suyas, y que, por tanto, guardaban enigmas siempre renovados que retaban -retan- su inteligencia y su imaginación.

L’Appel des Amériques (El llamado de las Américas) se suma a los más de quince libros que Rouquié ha publicado sobre política latinoamericana del siglo XX, con los que se ha colocado a la cabeza de los expertos no-latinoamericanos en la región. La lectura de su obra es indispensable si se quiere entender el poder de los militares en Argentina, el peronismo, la frecuencia repetitiva de los golpes militares, los conflictos centroamericanos de los años noventa, la tortuosa relación de América Latina con la democracia, el autoritarismo o el populismo. Lo prolífico de esta obra no le resta profundidad al análisis politológico que se alimenta de la historia y de la comparación entre los mismos latinoamericanos lo mismo que cuando el tema es el desempeño económico, entre ellos y con los países asiáticos que, como Corea del Sur, han alcanzado una prosperidad que los acerca a los países industriales, pero que elude a América Latina.

Este libro, sin embargo, es diferente a todos los anteriores porque la narración tiene un tono personal y entrañable que remite al lector a lugares y personas que dejaron una huella en la formación y en el desempeño profesional del especialista. Creo que hay que leer las menciones de Rouquié a su maestro de filosofía, Jean Lacroix, a Claude Lévi-Strauss, Marcel Bataillon, François Chevalier, François Goguel, Pierre Renouvin, Jean-Baptiste Duroselle, Jean-Yves Calvez, Jean Touchard, como un discreto homenaje a los conocimientos, la inteligencia y la generosidad de maestros cuya única retribución es algún día dialogar con el colega que fue su estudiante, en un ejercicio de mutuo enriquecimiento.

Entre los lugares que Rouquié recuerda destaca su emotiva descripción de los Pirineos centrales, donde está enclavada Millau, la ciudad en la que nació, que tantas veces recorrió a pie o en bicicleta. Entonces se entiende el placer que le causaba caminar los senderos de la Mujer Mariposa en Tlayacapan, cuando era embajador en México. En su formación subraya la influencia de Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París, una de las grandes escuelas en las que se preparan las elites administrativa y financiera francesas. Rouquié la eligió porque es un centro de excelencia para la investigación en ciencias sociales. Sciences Po también era atractiva porque contaba con una planta docente extraordinaria y porque cultivaba una orientación liberal que, en los años cincuenta y sesenta del siglo xx, sobresalía en un medio universitario dominado por el marxismo. Pero, además, Sciences Po es todo un estilo que Rouquié describe con un toque de afectuosa ironía.

Este libro es también la historia de un enamoramiento, que se apoderó de la imaginación del joven estudiante Rouquié en el primer viaje que hizo a América Latina, en 1964, y que no lo ha abandonado desde entonces. Como él mismo lo dice , nada en sus orígenes lo destinaba al Nuevo Mundo, salvo su gusto por mirar más allá de la región occitana -tan predecible- hacia la diversidad, encontrarse con la diferencia; con las “sociedades híbridas, los mosaicos étnicos, el pluralismo religioso”. El título mismo del libro evoca esta poderosa atracción que la diferencia de “lo exótico” ha ejercido sobre su ánimo y sobre sus decisiones profesionales. Todo eso que América Latina provee con generosidad a los europeos aburridos del efecto adormecedor de la uniformidad. Así Rouquié se fue a recorrer el barrio afrancesado de Buenos Aires, a lidiar con los embotellamientos en Caracas y con las populosas calles del centro de la Ciudad de México.

El libro es autobiográfico a su manera. En la primera mitad Rouquié nos habla de sí mismo, de sus años de estudio, de la tentación de dedicarse al cine o al teatro; en tanto que la segunda parte es un brillante ensayo sobre América Latina hoy, pero también nos habla del autor, de su sensibilidad, de su capacidad analítica y de su compromiso con un mejor conocimiento de los países latinoamericanos.

Los azares de la política -véase la elección de François Mitterrand a la presidencia de Francia en 1981- le dieron a Rouquié la oportunidad de empezar una segunda carrera y, a pesar de que jamás lo había considerado, su calidad de experto regional lo hacía el candidato ideal para ser designado embajador de Francia, primero, en El Salvador, donde había que restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas durante más de tres años, y después, en México y en Brasil, donde afianzó sus vínculos con la región y profundizó el conocimiento de sus entretelones, de sus traumas, de sus contradicciones, de sus efímeras victorias y de sus sonados fracasos.

En cada uno de los países en los que fue designado embajador, Rouquié cumplió sus tareas diplomáticas con “los reflejos del investigador” universitario que, en su carácter de diplomático, le permitía observar de cerca la política del país ante el que representaba al suyo. También tenía acceso privilegiado a información y a protagonistas que de otra manera habrían quedado fuera de su alcance.

Son varias y muy sugerentes las distintas tesis que apunta Rouquié en la segunda parte de su libro. En particular sus reflexiones a propósito de la muerte y resurrección de la democracia representativa en una región en la que el único horizonte político ha sido el “gobierno del pueblo por el pueblo”, dado que la soberanía popular, derivada del principio irrenunciable de la igualdad política, fue proclamada al mismo tiempo que la independencia nacional. En América Latina, dictaduras militares y presidentes autoritarios se refieren invariablemente a la legitimidad que extraen del imperio de los principios de la democracia representativa, y que se apresuran a refrendar en procesos electorales, que las elites locales han manipulado para asegurar posiciones de privilegio. La democracia representativa ha sido para los latinoamericanos el mito de Sísifo, condenados por ella a empujar hacia la cumbre de una montaña una roca inmensa cuyo control pierde a unos centímetros de su meta; la roca rueda hacia abajo y Sísifo la recoge para empezar un nuevo ascenso.

Del planteamiento de Rouquié se desprende que, para materializarse, la democracia representativa tenía antes que resolver las contradicciones de sociedades “heterogéneas, fragmentadas y multiculturales, en las que las jerarquías y las diferencias sociales tienen una base étnica” (p. 149). Mismas contradicciones que limitaban la posibilidad de acciones concertadas y que han persistido incluso después de dos siglos de independencia, y de irrefutables cambios sociales y económicos.

Las sociedades localistas y rurales del pasado fueron aniquiladas por las sociedades urbanizadas, las economías industrializadas y volcadas al exterior que se formaron en América Latina a partir de 1945. Sin embargo, la desigualdad original que está en la base de las sociedades latinoamericanas, según Rouquié, no es de orden exclusiva ni primeramente económico, sino que deriva de la diversidad racial que es el legado colonial y el fundamento de una jerarquización social y cultural calcificada, que se ha mantenido intacta, no obstante cambios sociales y económicos. Una de sus consecuencias más notables es que ha frenado el desarrollo de sociedades de clase, y ha mantenido una fórmula elitista que legitima la desigualdad política en términos de méritos de diferente naturaleza.

La descripción de Rouquié de la desigualdad latinoamericana y de sus efectos sobre la igualdad política no puede sino evocar la crisis actual de la democracia representativa en Europa y en Estados Unidos, donde la migración ha impuesto una heterogeneidad de orden étnico que desafía la igualdad y acentúa la fragilidad de la democracia. Por ahora no se sabe si en este caso, como en el latinoamericano que Rouquié discute, la democracia tendrá la fortaleza para mantenerse como el único modelo legítimo de organización política y de gobierno. En la Europa de los años treinta del siglo pasado aparecieron alternativas autoritarias antiliberales, que se definían por oposición a la democracia. Nada de esto ha ocurrido en América Latina, donde se mantiene vivo el entusiasmo por esa forma de gobierno, porque -según Rouquié- la democracia representativa es la fórmula que encontraron las elites latinoamericanas para ser parte del mundo occidental.

Es notable en este libro la ausencia relativa de Estados Unidos como factor de explicación de los obstáculos a la democracia en América Latina; también es refrescante, porque al señalar a otros responsables distintos de los sospechosos de siempre, Alain Rouquié propone una valoración nueva de una experiencia única, que invita a mirar desde la diversidad. Al mismo tiempo que llama la atención sobre el hecho de que el buen embajador no es muy diferente del buen investigador, ambos tienen que ser, en este caso, “sabios regionales”, que también tejen con su sabiduría los vínculos afectivos que iluminan la claridad de sus ideas.

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