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Foro internacional

versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.60 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2020  Epub 12-Feb-2021

https://doi.org/10.24201/fi.v60i4.2801 

Reseñas

Michael McFaul, From Cold War to Hot Peace, Nueva York, Mariner Books, 2019, 544 pp.

Antonio Nájera Irigoyen1 

1Instituto Mora, antonionajerairigoyen@gmail.com

McFaul, Michael. From Cold War to Hot Peace. Nueva York: Mariner Books, 2019. 544p.


En enero de 2014, pocos días antes de que diesen inicio los Juegos Olímpicos de Sochi, Michael McFaul abandonaba su cargo como embajador de Estados Unidos ante la Federación de Rusia y clamaba para sí mismo en sus notas personales: “Hacia 2014, grandes segmentos de la elite rusa se habían vuelto profundamente cínicos. Ningún tipo de entendimiento, ningún tipo de aprecio por la historia y cultura rusas, ningún tipo de compromiso me iban a ayudar a superar mis desacuerdos con aquellos cínicos. Aquella tarde, finalmente tomé la decisión de abandonar este puesto. Mi trabajo con aquel régimen había terminado”. Estas lamentaciones, propias de una misión no del todo exitosa, son el corolario de lo que encontramos en From Cold War to Hot Peace, las memorias de uno de los mayores especialistas actuales en cuestiones eurosiáticas que, entre otras discretas labores, formuló la política de la zona, durante su gestión como asesor de Seguridad Nacional en la administración de Barack Obama, y más tarde se encargó de implementarla ya como jefe de misión en Moscú.

Pero el libro de McFaul no sólo es el testimonio de un frío académico convertido en diplomático: es, antes que nada, una historia de amor de casi cuatro décadas de un californiano por Rusia que, como cualquier otra historia de amor, padeció un sinnúmero de altibajos a lo largo del tiempo. Comienza con la bella postal de cuando, todavía siendo un joven estudiante en la Universidad de Stanford, puso a prueba la tranquilidad de sus padres, para irse a estudiar a la Universidad Estatal de Leningrado el verano de 1983. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Eran tiempos de encono: los ochenta fueron la década de la doctrina Reagan, de las intervenciones en Líbano y Libia, de las invasión a Granada, del escándalo de los Contras; al tiempo que en el caso soviético, de la invasión a Afganistán y de la asfixia de Solidaridad en Polonia.

Terminados sus estudios de licenciatura en Stanford y de maestría en Oxford, la década de los noventa ofreció al joven McFaul una nueva oportunidad de volver a la Unión Soviética -ahora para un periodo más amplio y en una nueva faceta: la de activista-. Hacia 1994, McFaul se sumó al Fondo Carnegie de Moscú, donde se desarrollaría en terrenos no desconocidos para él, pero para entonces no explotados fuera de la academia. Participó en programas de desarrollo, en la defensa de los derechos humanos, en la promoción de la democracia y del sistema liberal; trabó relación con los personajes de la transición, ya fuesen oficialistas o de la oposición y, sobre todo, conoció a los dos artífices del rostro de la Rusia del siglo XXI: Boris Yeltsin y Vladimir Putin.

Para McFaul es imposible resistirse al ejercicio contrafactual: se pregunta qué hubiese sido de Rusia y del orden mundial si Yeltsin hubiese escogido a Boris Nemstov como su sucesor y no a Putin. La especulación no es inocua dado que, al menos para el estadounidense, el destino de los rusos no ha sido otro que aquel que ha decidido su “hombre fuerte” durante una veintena de años, ya sea desde el primer ministerio, la vicepresidencia o la presidencia de la Federación. Para McFaul, acaso Thomas Carlyle nunca ha estado más vigente: “la historia de las naciones es la historia de sus grandes hombres”.

El último tercio del relato se centra en los años de su adhesión a la candidatura de Barack Obama. Cuando hablamos de adhesión, es preciso decirlo, lo hacemos en el más amplio sentido de la palabra: si hubo alguien que abrazó el proyecto de Obama, ése fue Michael McFaul . Lo anterior se dejó sentir en su compromiso con la política exterior del demócrata: la formulación del RESET, la renegociación del START II y aun el apoyo con cuestiones relacionadas con el P5+1. El diálogo con Rusia, naturalmente, sufrió diversas mutaciones: pasó del optimismo de los primeros acercamientos con Dmitri Medvedev a las tensiones con Putin, tras su arribo a su segundo mandato como presidente.

La visión de McFaul es la de un funcionario estadounidense avant la lettre: férreo creyente del excepcionalismo norteamericano y en la supremacía de la democracia liberal como sistema político, no atina a mostrar las complejidades de un siglo multipolar ni las especificidades de los enemigos geopolíticos de Estados Unidos sin anatemizarlos. Dicho lo anterior, acaso sea ocioso precisar el impacto que tuvo un oficial como éste en el ánimo de Putin. Desde su primer encuentro privado, refiere el académico, el exespía de la KGB le transmitió estar al tanto de sus “interferencias” en la política doméstica rusa. ¡Menuda forma de anticiparle lo que vendría más adelante!

Toda esta animadversión se agudizaría desde su llegada como embajador en Moscú. En este pasaje que bien podría refutar muchas de los mitos que pululan alrededor de la diplomacia -la frivolidad del coctel, la asepsia de los comunicados conjuntos y el resto de las llamadas diplomatic niceties-, McFaul consigna la cara dura del oficio. La lentitud para alcanzar acuerdos, el estancamiento de las negociaciones, el trato diario y áspero con las burocracias, las dificultades para empatar objetivos políticos inmediatos con estrategias a largo plazo, los retos que comporta la diplomacia pública, la importancia del entendimiento personal entre jefes de Estado en las relaciones internacionales o el acoso de un país receptor en abierta violación a la Convención de Viena: todas éstas son algunas de las perspectivas desde las que McFaul refiere sus años en la Mansión Spaso.

Decíamos que McFaul fue un apasionado creyente de las políticas de Obama, por lo que las derrotas intelectuales, diplomáticas y políticas de uno serán también las del otro. La consolidación de Putin en el poder, aunado a delicadas coyunturas tales como la anexión de Crimea, la invasión a Georgia o las primaveras árabes y la Guerra de Siria, mandarían al traste muchos de los objetivos perseguidos por la administración Obama. Las memorias de McFaul son una bitácora de todo este proceso. Y lo son todavía de algo más: son un informado y entretenido repaso de las relaciones ruso-americanos desde la distensión en los años ochenta, pasando por el periodo de transición tras el resquebrajamiento de la Unión Soviética, hasta el resurgimiento de Rusia como un importante jugador de la geopolítica mundial. Son también, a su manera, una actualización de la vieja querella entre idealistas y realistas, que ha acompañado a los estudiosos en su esfuerzo por entender las leyes bajo las que operan las relaciones internacionales y, por esta razón son, finalmente, una lectura de una vigencia inusitada para enfrentar los desafíos del siglo XXI.

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