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Foro internacional

versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.60 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2020  Epub 14-Ago-2020

https://doi.org/10.24201/fi.v60i1.2642 

Reseñas

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, How Democracies Die, Nueva York, Broadway Books & Penguin Random House, 2019.

Hugo Rangel Torrijo1 

1Universidad de Guadalajara, hugo.rangel@mail.mcgill.ca

Levitsky, Steven; Ziblatt, Daniel. How Democracies Die. Nueva York: Broadway Books & Penguin Random House, 2019.


Los autores, politólogos de Harvard y ampliamente conocidos, publican este ensayo sobre la naturaleza de la democracia y en particular sobre las causas de su debilitamiento. Parten de una pregunta pertinente: ¿Está en peligro nuestra democracia? Esta interrogante que formulan en la introducción toma como punto de partida la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, pero el ensayo es de carácter internacional. Si antes las democracias morían por golpes de Estado, (tres de cada cuatro eran disueltas por coerción militar), ahora las democracias pueden morir por líderes electos (p. 3). El primer ejemplo es Hugo Chávez. Los autores establecen tipologías sobre los peligros que acechan a las democracias. El primer capítulo trata sobre las alianzas fatídicas (“Fatefull alliances” ). En el primer cuadro (p. 23) los autores establecen cuatro indicadores de la “conducta autoritaria”: 1) rechazo de las reglas democráticas; 2) negación de la legitimidad de los oponentes políticos; 3) tolerancia o promoción de la violencia; 4) limitación de libertades civiles de oponentes, incluidos los medios de comunicación.

Los autores describen alianzas entre partidos moderados y radicales populistas en Finlandia y Austria, lo cual ha aumentado la representación de los partidos populistas, pero celebran que se haya mantenido limitado para acceder al poder (“Model of gatekeeping”, p. 32). Sin embargo, desestiman el hecho de que, si bien los partidos populistas de extrema derecha no han accedido al poder, sí han difundido extensamente su agenda y discurso xenófobo en los medios de comunicación, contaminando y polarizando los debates nacionales y deteriorado no solamente la imagen, sino la confianza en las instituciones democráticas en Europa, tal como lo explica François Normand en su artículo “Le populisme affaiblit la démocratie européenne” (Les Affaires, 14 de abril de 2018).

En el capítulo 2, Levitsky y Ziblatt abordan las limitaciones al extremismo en Estados Unidos (“Gatekeeping in America”). Recuerdan que el gobernador de Alabama, George Wallace, con un programa segregacionista, y el senador de Ohio, Harding, han sido excluidos por el sistema político. Lo mismo sucedió con el antisemita industrial del automóvil, Henry Ford, quien, a pesar de sus ambiciones políticas, fue rechazado por los líderes de los partidos (p. 44). A pesar de que Wallace tuvo un apoyo similar al de Trump, el sistema bipartidista lo alejó de la Casa Blanca (p. 48). Si bien los autores describen cómo el sistema dejó fuera a los radicales de derecha como Wallace, los autores no examinan porqué las opciones alternativas de la época, como la pacifista de Robert Kennedy y antirracista de M.L. King fueron silenciadas mediante asesinatos y represión a cargo del mismo sistema político que aplauden.

En el capítulo 3, los autores abordan la gran abdicación republicana y tratan de explicar el ascenso de D. Trump a la presidencia de Estados Unidos. Describen las circunstancias en las que Trump, como candidato externo, pudo vencer a los líderes y las reglas del Partido Republicano para convertirse en el candidato presidencial, aunque no dan cuenta de cómo un discurso radical y marginal dominó primero al partido y luego convenció al electorado. En efecto, Trump explotó el discurso histórico de los grupos xenófobos en Estados Unidos, particularmente a inicios del siglo XX (así lo afirma Hugo Rangel, “The Conservative Discourse Behind the US-Mexico Border Wall vs. Co-operation for Cross-Border Regional Development”, Représentations dans le monde Anglophone, septiembre de 2018).

Asimismo, el discurso conservador mantuvo su fuerza en las “trincheras” de los medios y “think tanks”. Como lo analizó Chris Hedges en American Fascists: The Christian Right and the War on America (Estados Unidos, Free Press, 2007), estos grupos fundamentalistas construyeron un discurso fascista y por eso es que los analistas conservadores como Coulter, Hannity y Breitbart no solamente mostraron simpatía por él, como dicen los autores (p. 58), sino que lo apoyaron y difundieron su mensaje antiimigración, antimexicano y anti-NAFTA con ayuda de las redes sociales. Por eso es cuestionable el argumento de que el éxito de Trump obedeció a que los vigilantes del sistema (gatekeepers) fallaran en las elecciones y las primarias. De esta manera, se presenta como un fracaso de los mecanismos partidistas para vigilar y evitar el acceso a los extremismos. Los autores lo resumen así: si los líderes republicanos se hubieran opuesto a Trump, el electorado se habría dividido (p. 71), pero el proceso político reside no sólo en los partidos, también en los procesos discursivos y en los actores. Por ejemplo, la prensa estadounidense (incluso medios tradicionales y convencionales como USAToday o CNN) lo han criticado puntualmente y verifican sus acciones y discursos. No obstante, en el cuadro 2, los autores hacen un acertado diagnóstico de los indicadores que comprueban el autoritarismo de Donald Trump (p. 65-67).

El capítulo 4 (“Subverting democracy”) narra el ascenso de Alberto Fujimori al poder en Perú, presentándolo como un neófito de buena voluntad frente a un sistema político rígido y, debido a un conflicto con el congreso, éste lo disolvió. En el libro se describe este autoritarismo como fortuito, es decir, no premeditado ni demagogo. Señalan que el de la democracia es un trabajo tedioso, sin fin (p. 77). Asimismo, describen cómo los presidentes autoritarios destituyen jueces independientes e incluso atacan a los medios, como Rafael Correa, en Ecuador, y Tayyip Erdogan en Turquía. Los regímenes autoritarios, como el de Malasia o Hungría, han dominado las instituciones para prolongar su mandato (p. 88). Además, los gobiernos autoritarios han simulado el terrorismo para justificar sus medidas, como el gobierno de Marcos en Filipinas o el de George Bush, o el discurso de seguridad de Erdogan en Turquía (p. 96).

En el capítulo 5, “Las barandillas de la democracia” (“The Guardrails of Democracy”), Levitsky y Ziblatt estiman, con razón, que las constituciones son insuficientes para asegurar la democracia. Como ejemplo, presentan los países latinoamericanos y Filipinas, que imitaron la constitución estadounidense sin éxito (p. 99). Las democracias funcionan mejor y sobreviven más en países en donde las constituciones se refuerzan por leyes no escritas (p. 101). Hay dos normas fundamentales para la democracia en Estados Unidos: tolerancia mutua e instituciones indulgentes, como en la tradición británica (p. 103). Esto implica el reconocimiento de los derechos de los rivales para competir y gobernar (p. 103). Los autores ejemplifican con la ausencia de indulgencia y mesura en el chavismo, así como los excesos de los parlamentos para destituir de manera ilegal a Fernando Lugo, en Paraguay, y Abdalá Bucaram, en Ecuador (p.111). Exponen el caso chileno, en el cual la polarización puede destruir normas democráticas. “La política sin barandillas asesinó la democracia chilena”, afirman los autores (p. 117). Sin embargo, el análisis pareciera simplista porque el de Pinochet no fue un gobierno que resolviera la polarización a la falta de límites o “barandillas”, sino que impuso una férrea dictadura de extrema derecha (con apoyo de Estados Unidos), con experimentos neoliberales que tendían a imponer el individualismo, como lo señaló Noam Chomsky en su libro Secrets, Lies, and Democracy (Londres, Odonian Press, 1994).

El capítulo 6 versa sobre las reglas no escritas de la política estadounidense. Los autores señalan que, como país, Estados Unidos no nació con sólidas normas democráticas; la desconfianza partidista privó, por ejemplo, entre Hamilton y Jefferson (p. 120). Los actos de violencia fueron comunes en el senado, la guerra civil rompió la democracia y la animosidad en general fue causa de “rudeza constitucional” (p. 123). Los poderes legislativos y judiciales pertenecían al partido del presidente, lo que llevó a un poder presidencial sin límites o una “presidencia imperial” (p. 127). Sin embargo, se fue construyendo un poder judicial fuerte, de manera que la Suprema Corte fue el blanco de los ataques de las trampas partidistas (p. 131). Por eso es que existe un principio en el que los miembros de dicha corte se eligen de común acuerdo. Asimismo, los presidentes no son destituidos (p. 137). Después de todo, el sistema persistió por la similitud de los dos partidos gobernantes y la inclusión racial, que se consolidó con el acta de derechos cívicos. Sin embargo, el país se polarizó. Los autores no advierten la naturaleza política de tal polarización, exacerbada por los grupos conservadores.

En el capítulo “Descifrando” (“The Unraveling”), los autores tratan de explicar por qué hubo una oposición sin precedente para que el presidente Obama designara a miembros de la Suprema Corte. Señalan que fue el republicano Newt Gingrich quien introdujo un tono agresivo e intolerante en el debate político y lo polarizó valiéndose del descontento público. Así, los republicanos adoptaron un enfoque sin compromiso y buscaron la victoria a toda costa (p. 150). De esta manera, adoptaron una posición agresiva para intentar destituir al presidente Clinton e imponerse en las elecciones de 2000. La presidencia de G. W. Bush abandonó la tradicional gobernanza bipartidista y se adoptó el unilateralismo para imponer la guerra contra Irak. Incluso el congreso, dominado por la presidencia, hizo investigaciones superficiales de violaciones a los derechos humanos en esa guerra (p. 154). Los autores señalan correctamente que los medios conservadores adoptaron un tono intolerante, de modo que en la elección de Obama, en 2008, se vivió un clima partidista de intolerancia (p. 156). Fue así que la derecha y el Tea Party cuestionaron la legitimidad del presidente, y se instaló un radicalismo inusual en el Partido Republicano (p. 161). En 2011 se apoderaron del congreso y no solamente bloquearon al presidente, le negaron su americanidad y le impidieron la postulación de Merrick Garland para ser miembro de la Suprema Corte (p. 166). La polarización ha sido ideológica, entre liberales y conservadores, así como religiosa y racial, ya que los republicanos concentran el voto evangélico y blanco (p. 171). Esto, señalan los autores, ha acentuado el discurso de “verdaderos americanos” (true Americans, p. 174). Sin embargo, los autores no explican este nacionalismo nativista y racista que han explotado los republicanos. Tampoco lo confrontan a la tradición progresista de Estados Unidos (de acuerdo con W. Nuget en su libro Progressivism (Nueva York, Oxford University Press, 2010).

En el capítulo 8, “Trump contra las barandillas”, se critican los ataques del presidente contra jueces y el sistema judicial y los medios de comunicación. Trump ha atacado a las cortes, los cuerpos de inteligencia y a los organismos independientes desde la perspectiva de un autoritarismo clásico (p. 180). Amenazó a ciudades santuario por sus políticas opuestas en materia de migración. Asimismo, los líderes republicanos han presionado para que la posesión de una identificación personal sea requisito para ejercer el voto, con la intención de desalentar la participación de las minorías más próximas de los demócratas (p. 184). En el cuadro 3 (p. 188) expone la clasificación de diez líderes de nueve países. Los rubros son: si se capturan réferis, si se marginan actores y si se cambian las reglas. Considero que el cuadro resulta superficial al no tener explicaciones o aparente relación con el capítulo. Los autores señalan un factor que explota Trump para mermar la democracia: la crisis, ya que los ciudadanos toleran o apoyan medidas autoritarias cuando temen por su seguridad (p. 192). Trump carece de compromiso democrático, es nepotista y tiene conflicto de intereses (p. 196). Señalan, como Brook Gladstone en The Trouble with Reality (Nueva York, Workman, 2017), que las mentiras compulsivas a las que recurre Trump como candidato y presidente tienen consecuencias devastadoras sobre la democracia (p. 198). Retoman a Moynihan para afirmar que, con Trump, se ha redefinido la desviación política, ya que se aceptan conductas de mentira, incivilidad y ataques a la prensa (p. 201). Podríamos afirmar que sobre la erosión democrática coinciden con Christoph Scheuermann, en “100 Days of Chaos: Donald Trump and the Erosion of American Democracy” (Der Spiegel, 28 de abril de 2017).

En el capítulo final, “Salvando la democracia” (“Saving Democracy”), los autores se preguntan si la observación de Diamond es cierta en cuanto a que existe una recesión de la democracia a nivel mundial. Señalan que la mayoría de los países la democracia ha permanecido constante y en Venezuela, Tailandia, Turquía, Hungría y Polonia está en declive; en China, Rusia y el Medio Oriente la democracia desapareció de la agenda; Estados Unidos ya no es un modelo, lamentan los autores. Así, establecen varios escenarios pos-Trump: en el optimista, el presidente es destituido y hay un regreso a la democracia e incluso ésta se mejora como sucedió luego de la salida de Nixon (p. 206); el escenario pesimista es que se reelija y domine el congreso y las cámaras locales, que imponga estrictas credenciales para votar con el objetivo de reducir el voto de las minorías. El escenario más probable es que la polarización continúe y que las convenciones no escritas sigan desapareciendo. Continuará lo que Purdy llama hiperpartidismo y mutua desconfianza (p. 209). Más allá de Montesquieu y los fundadores estadounidenses, las constituciones sobreviven debido a los partidos y las normas políticas, afirman los autores. Aciertan al afirmar que los valores de procedimientos democráticos están en el centro del “credo americano”, sin ellos, la democracia no funciona. Sin embargo, sus ejemplos se asemejan al conductismo, es decir dependen de la conducta de los actores. Las “reglas no escritas” parecen en este sentido producto del voluntarismo. Los autores tienen razón cuando rechazan que los demócratas deberían actuar como los republicanos para ganar, pues se parecerían a los republicanos si tomasen a las minorías como blanco de ataque (p. 227). Asimismo, tienen razón al afirmar que disminuir la polarización implica reformar o refundar al Partido Republicano (p. 223). Más aún, es necesario desarrollar políticas de apoyo a la familia y seguro social para reducir la polarización. Esto ameritaba justamente mucha mayor atención en el libro. En efecto, más allá de reglas, se necesitan políticas sociales de equidad como las que implementó Obama (al respecto, véase el artículo de P. Krugman, “Obama’s Trickle-Up the Economy” (The New York Times, 16 de septiembre de 2016).

En suma, el de Levitsky y Ziblatt es un libro pertinente, actual y necesario en el contexto internacional de hoy en día. Ofrece reflexiones valiosas y casos para entender la consolidación y erosión de los regímenes democráticos.

No obstante, un problema del libro estriba en su dispersión entre un análisis de la situación en Estados Unidos y la caracterización internacional de fenómenos autoritarios. Al intercalarlos, no se profundiza ni en uno ni en el otro lo suficiente. Más aún, al plantear la situación de la democracia en varios países, no exponen un análisis de la dimensión internacional de las instituciones democráticas, lo cual es relevante toda vez que Estados Unidos ha pretendido promover la democracia e incluso ha intervenido militarmente en varios países con este cuestionable objetivo. Por otra parte, al centrarse en las “reglas no escritas”, los autores olvidan aquellas que no corresponden a la democracia, como los obsoletos colegios electorales estadounidenses (p. 40). Tampoco abordan otras cuestiones estructurales, como el excesivo uso de dinero en las campañas que pervierte la democracia americana, como lo sugiere Celestine Bohlen en su texto “American Democracy is Drowning in Money” (The New York Times, 20 de septiembre de 2017).

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