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Foro internacional

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Foro int vol.57 n.4 Ciudad de México Oct./Dec. 2017

 

Reseñas

Orlando Espinosa Santiago, La alternancia política de las gubernaturas en México

Rogelio Hernández Rodríguez

Espinosa Santiago, Orlando. La alternancia política de las gubernaturas en México. México: Fontamara, 2015. 247p.


Hace décadas que la democracia en México se discute recurrentemente. Según advirtió alguna vez Giovanni Sartori, al evaluar el desarrollo de la Ciencia Política como disciplina, uno de los más graves problemas que tiene es la falta de coincidencias en sus conceptos básicos, pero no porque carezca, como pudiera pensarse, de definiciones claras, sino porque los politólogos se empeñan en cuestionarlas, toda vez que -política al fin y al cabo- las preferencias e incluso las exigencias ideológicas se imponen al contenido conceptual. Si la democracia no siempre suscita acuerdos, el término “transición” aún menos. Desde que el mundo enfrentó la caída de los regímenes comunistas y dictatoriales en Europa Oriental y América Latina a finales del siglo pasado, se desató una fuerte corriente que no pretendió explicar los procesos de cambio, sino encontrar patrones de comportamiento que establecieran la secuencia de las transformaciones, su importancia y finalmente su obligatoria conclusión. El resultado fue enormemente pobre, porque los analistas que se embarcaron en el tema se preocuparon, en su mayoría, más por construir los modelos que por explicar los cambios específicos. Además de dejar al margen la realidad de cada proceso, los estudios llevaron a menospreciar los avances que cada país, cada sistema, cada transición, producían en la política y, según sus ritmos y condiciones históricas, fortalecían en la práctica a la democracia.

México no escapó a la tentación. Detalles aparte, el problema más serio que enfrentó el análisis fue reconocer cuándo y, sobre todo, por qué la democracia había llegado al país. Competencia partidaria y equidad electoral fueron elementos determinantes en el juicio, pero paradójicamente no se coincidió en sus resultados. La alternancia se convirtió en lo más apreciado, pero no en su sentido más preciso, sino en su manifestación más visible. A pesar de que esa consecuencia y su inseparable complemento, que es el pluralismo, fueron evidentes en México en congresos locales, municipios, gobiernos estatales, desde 1989, y en el congreso federal, desde 1997, no se reconoció ningún avance sustantivo hasta que el PRI perdió la Presidencia de la República en el año 2000. Puede comprenderse que se sobreestimara esta alternancia a causa de la fuerte tradición presidencialista del país, pero, al sobrevalorarla, se dejó de lado el profundo cambio que se había producido en los estados y, por extensión, en la política nacional.

La tendencia lamentablemente ha continuado. Hará poco más de diez años que hay una pretensión cada vez más explícita, aunque no necesariamente explicada, la cual demanda que todos los estados experimenten en sus gobiernos cambios de partido y, con mayor claridad, que el PRI sea derrotado para que la democracia realmente exista. La exigencia hasta ahora no cuenta con justificación teórica y, por el contrario, refleja una fuerte politización. Y, como en el pasado, se han menospreciado los avances. Si bien no todos los estados han tenido cambios de partido en sus gubernaturas, el pluralismo y la alternancia son hechos indiscutibles en el país: más de la mitad de las entidades han cambiado, algunas incluso dos y tres veces, y los ciudadanos de algunos estados han empezado a poner a prueba a los candidatos independientes. Si se agrega el pluralismo en los congresos locales y federal, los cambios en los municipios y, sobre todo, la sustitución de partidos en la Presidencia de la República, no debería haber ninguna duda de que la democracia, la competencia, el pluralismo y la alternancia son hechos comprobables y reconocidos en el país.

Sin embargo, la exigencia no ha desaparecido y el análisis político se ha convertido, una vez más, en la búsqueda de patrones, en la identificación de factores, procesos o condiciones que, si se cumplen, conducirá inevitablemente a la alternancia y, concretamente, a la derrota del PRI. En esas circunstancias, descuella aún más este libro de Espinosa Santiago. Es una contribución, porque pone a prueba precisamente la existencia de patrones de comportamiento. De diferente extensión y profundidad en su análisis, el autor estudia la renovación de gubernaturas entre 1989 y 2006 y reúne una amplia variedad de información -datos estadísticos, recopilación hemerográfica y entrevistas a políticos involucrados- para intentar explicar cuándo y por qué se produjeron las alternancias. El estudio examina posibles causalidades y, al desecharlas, se aproxima a explicaciones plausibles.

El autor inicia su estudio explorando las más conocidas condiciones que se han propuesto para producir la alternancia, reunidas en el amplio concepto de modernización. Recupera datos económicos para determinar grados de marginación y desarrollo humano y después añade otras de naturaleza política, como el avance de partidos de oposición al PRI en congresos y municipios, las remociones de gobernadores, alianzas de partidos, la participación ciudadana, el perfil y el origen partidarios de los candidatos. Su análisis confirma que no hay ninguna determinación de estos factores en la permanencia o sustitución del partido gobernante. Al revisar cada variable, va encontrando que ni los factores económicos ni los políticos tienen influencia decisiva en el resultado, pues lo mismo se produjo la alternancia en estados donde estaban presentes como en aquellos donde no existían o eran mínimos. Incluso variables tan políticas como la participación ciudadana no resultan relevantes, pues sorprendentemente en estados emblemáticos para la alternancia, como Michoacán, Guerrero, Baja California, Chiapas y San Luis Potosí, la derrota del PRI se produjo con una abstención electoral cercana al 50%. Ni siquiera cuando el autor aplica mediciones estadísticas elaboradas para correlacionar el conjunto de variables con elecciones para gobernador, con o sin alternancia en el largo periodo que corrió desde 1989 hasta 2006, el resultado cambia.

De los datos agregados y del conjunto de elecciones el autor pasa al análisis de tres coyunturas estatales: dos con alternancia conseguidas por el pan y el PRD (San Luis Potosí, en 2003, y Guerrero, en 2005) y el Estado de México, en 2005, donde el PRI retuvo el poder a pesar de la intensa competencia electoral. La primera exploración está dirigida a revisar el desempeño del PRI, su unidad, liderazgo expresado tanto en la dirección del partido como en el mismo mandatario saliente, la fortaleza de los partidos opositores y su grado de competencia. Los resultados, de nuevo, no arrojan ningún patrón común. En Guerrero, el gobernador ejerció un claro control del partido y de sus grupos, a grado tal que logró impulsar a un candidato afín a él sin provocar conflictos internos o fracturar la unidad del partido y, con todo, el PRI fue derrotado por el PRD. En San Luis Potosí, por el contrario, el gobernador no consiguió pacificar a los grupos priístas ni contrarrestar la fuerte influencia de liderazgos que disputaron la sucesión y finalmente impuso un candidato débil que provocó la renuncia de importantes priístas. El pan, también dividido y con un candidato cuestionado, consiguió una victoria indiscutible.

Si ambos casos prueban que la alternancia no pasa necesariamente por la división del PRI gobernante, la experiencia del Estado de México es conclusiva, pues a pesar de que el gobernador Arturo Montiel mantuvo el control del partido durante cuatro años, al aproximarse la sucesión su liderazgo fue cuestionado por el propio dirigente priista, fiel al mandatario hasta entonces. Nunca, como en esa delicada coyuntura, el PRI del Estado de México vivió una confrontación de tal tamaño, que puso en riesgo el control del partido, la autoridad del gobernador y la postulación del candidato sucesor. Aunque Montiel consiguió recuperar el mando e impuso a Enrique Peña Nieto, el PRI sufrió un serio descalabro que, sin embargo, no pudo aprovechar la oposición, fuerte en comicios locales pero incapaz de construir una opción estatal. De nueva cuenta, Espinosa Santiago prueba que no hay un factor común que determine el éxito opositor.

Al final, el autor regresa a reconstruir las coyunturas específicas de cada elección y la historia política de las entidades involucradas. El resultado es distinto y aleccionador, porque cuestiona la búsqueda de patrones y reglas políticas que conduzcan inevitablemente a la alternancia y porque recupera el valor de las coyunturas, influidas seriamente por las historias locales. La política recupera su espacio y muestra su influencia en las circunstancias específicas. La alternancia resulta de una combinación de factores del todo coyunturales que, no obstante, son resultado de largos procesos de incubación. Guerrero y San Luis Potosí sí ofrecen características comunes. En Guerrero, pobreza, violencia, inestabilidad política encabezada por fuertes y activos movimientos populares que provocaron enfrentamientos y una larga lista de remociones de gobernadores, los más violentos y arbitrarios. San Luis Potosí no es muy distinto, puesto que cacicazgos de larga trayectoria dominaron la política estatal, asentados en la violencia, la corrupción de gobernadores, la sumisión de grupos priistas, una oposición genuina que minó paulatinamente el poder de los caciques y enfrentamientos que, como en Guerrero, terminaron con la destitución de mandatarios. En San Luis Potosí, con más profundidad que en Guerrero, la autoridad del ejecutivo se vio disminuida hasta prácticamente desaparecer por la excesiva intromisión del presidente Carlos Salinas, que sumió el estado en una permanente crisis en la que ningún gobernador fue capaz de mantenerse tan siquiera dos años en el cargo.

Inestabilidad y conflictos históricos crearon naturalmente una oposición que se fortaleció con las arbitrariedades y violencia de los gobernadores. Espinosa Santiago descubre que no es tanto la unidad o ruptura del PRI lo importante, como el pésimo desempeño del mandatario que por corrupción, irresponsabilidad o incapacidad, se convierte en un lastre para los habitantes del estado. La oposición aparece fuerte, porque canaliza el fastidio ciudadano, no necesariamente porque sea una alternativa política. De ahí que el PRD consiga el triunfo en Guerrero con un empresario que no era ni simpatizante ni militante siquiera del partido, como Zeferino Torreblanca, y el PAN haga lo suyo en San Luis Potosí a pesar de la confrontación de sus aspirantes, porque canaliza la oposición que durante décadas desarrolló el navismo en la entidad. La alternancia resulta natural, porque el PRI y sus gobernadores colmaron la paciencia y la tolerancia de los electores.

Como puede resultar evidente, en el Estado de México la historia es distinta. La entidad ha mantenido una larga y reconocida estabilidad política, un amplio apoyo ciudadano al PRI derivado de la eficacia de sus gobiernos y la élite local ha logrado una envidiable unidad a pesar de su amplia fragmentación en grupos, gracias a liderazgos con autoridad. Eso explica por qué en la sucesión de 2005, aunque el gobernador se vio envuelto en un conflicto interno, incluso con el propio dirigente nacional del PRI, al pretender la candidatura presidencial, el partido ni se fracturó ni perdió el apoyo electoral. Ese buen desempeño también explica por qué los partidos de oposición han logrado una fuerte competencia que les ha permitido conquistar municipios, incluida la capital Toluca, y el congreso local, pero no las elecciones para el gobierno estatal. El autor demuestra que no hay modelos ni condiciones inevitables, sino coyunturas que responden a historias locales.

Hacia el final del libro el autor hace una reflexión que desconcierta. A pesar de que ha rebatido en todo su texto las explicaciones normativas y ha descartado los modelos, recomienda “agrupar las alternancias con base en las características” (p. 225) que ha analizado para encontrar lo que califica de “casos atípicos”. Desconcertante, porque parece que, pese a su propia evidencia, también pretende alcanzar un modelo explicativo.

Es de lamentar que el libro haya aparecido hasta finales de 2015, porque su análisis se centra en episodios de hace más de diez años. Aunque muchos de sus hallazgos conservan valor, habrían sido más aleccionadores si el azar editorial y académico no hubiera retrasado su presentación. Habría sido útil que el autor, con el conocimiento adquirido en esos sucesos, dedicara unas líneas a reflexionar sobre episodios más recientes, porque, a no dudarlo, los años han mostrado otras enseñanzas. La primera, y acaso más importante, es que la alternancia ahora ya no tiene al PRI como necesario partido derrotado, sino que lo muestra como una opción capaz de recuperar gubernaturas perdidas, lo que, por extensión, indica que el PRD y el pan no han conseguido siempre ser alternativas creíbles. Otra, no menos importante en términos de la democracia sustantiva, es que el PRI sigue siendo un adversario real, cuyos opositores deberían tomar en serio, pues mantiene gobiernos y recupera otros en medio de una fuerte competencia electoral. Por eso, la cada vez más obsesiva meta de sus adversarios de construir candidaturas comunes, cuyo único objetivo es derrotar al PRI, no representa una verdadera opción ideológica, programática o de gobierno y, por consecuencia, cuestiona el propio principio democrático de la alternancia. Cabe destacar también que muchas de las gubernaturas recuperadas por el PRI han contado con el desprestigio y la incapacidad de los mandatarios surgidos del PRD y del pan que han llevado al fastidio ciudadano. Una característica que Espinosa Santiago, con la información disponible, había atribuido en su momento únicamente al PRI.

Es de lamentar también que el libro no haya contado con una buena labor editorial, porque se habrían evitado los varios errores ortográficos, de redacción e incluso tipográficos que empañan la exposición del autor. Cosa menor en comparación con sus aportaciones, pero que afecta una obra destinada a tomarse en cuenta entre los estudiosos de la política mexicana.

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