UNA REVISIÓN de lo sucedido con los poderes1 emergentes durante la década y media ya transcurrida de este nuevo siglo deja al descubierto que gran parte de los análisis –periodísticos, financieros e incluso académicos– se han elaborado sobre reflexiones rimbombantes que oscilaron desde una exageración sobre las potencialidades de las naciones emergentes, y sus consiguientes repercusiones para el orden en su conjunto,2 hasta pronósticos –absolutamente desfavorables sobre el futuro de estos poderes, echando por tierra toda posibilidad de incorporación de estas potencias a la estructura de gobernanza mundial.3
La mayoría de estas observaciones se realizó tomando en consideración casi exclusivamente variables económicas (niveles de PBI, en especial) las cuales –sin desmerecer su importancia– resultan ser un indicador volátil e insuficiente para un análisis integral. En efecto, las economías emergentes se consolidaron, desde comienzos del siglo XXI, como las zonas más dinámicas de crecimiento del mundo. Esta aceleración se debió al ritmo de crecimiento de China que se expandió a una tasa promedio superior al 10% al año, e incluso llegó a crecer al 14% en 2007. India promedió un crecimiento de 8%, Rusia de 5% y Brasil y Sudáfrica alrededor de 4%.4
Como contrapartida, hoy en día, la debilidad del consumo global, el derrumbe de los precios de las materias primas y un conjunto de problemas económicos y políticos han hecho que dos miembros de los BRICS, Rusia y Brasil, caigan en recesión. La economía china, por su parte, se desaceleró. Esto a su vez ha desatado una fuga de capitales en los mercados emergentes. Sin embargo, India se ha diferenciado del resto, convirtiéndose en la economía de mayor progreso.5 Ahora bien, ¿hasta qué punto los vaivenes en las estadísticas nacionales influyen en la consideración o no de ciertas potencias susceptibles de generar reglas en el orden internacional? Se considera que el crecimiento nacional de cada uno de los agentes estatales es uno de los factores incidentes para conformación de un determinado orden internacional.6 Con todo, no es el único ni el decisivo.
La cuestión de la jerarquización de los estados en el sistema internacional constituye una de las preocupaciones centrales de las Relaciones Internacionales como disciplina, en especial para el realismo en cuanto que tradición teórica dominante. El análisis de esta cuestión lleva inevitablemente a repensar sobre la estructura y la dinámica que presenta el sistema internacional en su conjunto abriendo un abanico de interrogantes respecto a los modos en que los diferentes actores estatales se organizan y comportan bajo una determinada configuración mundial. En este sentido, cabe preguntarse: ¿Quiénes son los poderes emergentes? ¿Qué papel están desempeñando, a partir del nuevo siglo, en los diversos ámbitos de negociación multilateral? ¿Cómo se han desarrollado los vínculos entre los grandes poderes tradicionales y los nuevos poderes en ascenso?
En el presente trabajo se reflexiona sobre el papel de los poderes emergentes, haciendo especial hincapié en los niveles de actividad diplomática y negociadora que estas potencias vienen desarrollando en diversas esferas de deliberación mundial. De este modo, se pretende ampliar la mirada, desde una perspectiva sólo basada en indicadores económicos nacionales, para incrementar el número de variables por considerar.
Desde una perspectiva realista, se parte de la premisa teórica de que todo orden internacional es moldeado por los grandes poderes7 del momento.8 En este sentido, la hipótesis de trabajo aquí propuesta sostiene que los poderes medios emergentes han desplegado, a partir del nuevo siglo, una crecientemente significativa presencia en los ámbitos multilaterales de discusión global. Este accionar ha implicado mayores niveles de negociación con las grandes potencias tradicionales en un proceso caracterizado por relaciones predominantemente pacíficas, pero con altos grados de informalidad y pragmatismo. Esta dinámica implica el ejercicio de una cooperación limitada en el tiempo y focalizada en asuntos específicos –ya sean comerciales, financieros, sociales o medioambientales, entre otros. De este modo, el orden internacional se está moldeando bajo una lógica de manejo colectivo de los asuntos mundiales, en la cual participan tanto potencias tradicionales como emergentes y re-emergentes.
El presente artículo se adentra, en primer lugar, en una descripción del actual orden internacional, así como en una conceptualización de poder medio emergente, como categoría derivada de la noción de potencia media. Posteriormente, se focaliza en tres ámbitos de gobernanza mundial:9 esfera comercial (Organización Mundial del Comercio, OMC), esfera financiera (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, G-20) y esfera medioambiental (Cumbres de Cambio Climático). De este modo, se busca establecer si efectivamente el papel de los poderes emergentes ha provocado modificaciones en los esquemas decisorios internacionales y cómo se han reconfigurado las relaciones entre las potencias tradicionales, las emergentes y las re-emergentes.
La actual estructura de poder internacional: orden mundial y poderes emergentes
En el marco de la post-Guerra Fría, el mundo académico ha discutido extensamente sobre las transformaciones que están ocurriendo en el sistema internacional y sus posibles efectos en la distribución del poder global. Pese al paso de los años, y luego de casi 25 años del fin de la Guerra Fría, la mayoría de los estudiosos sigue considerando el actual sistema internacional como un orden “en transición”. Esta amplia definición pone de manifiesto la existencia de múltiples conceptualizaciones: momento unipolar,10 sistema unipolar,11 unimultipolar,12 no polar,13 interpolar,14 retrowestfaliano,15 entre otros.
Lo cierto es que la vieja idea de una pirámide mundial –propia de la Guerra Fría– comenzó a desdibujarse. Desde esta perspectiva, el mundo ya no puede entenderse sobre la base de un modelo de “hub and spokes” (‘eje y rayos’), en el cual todas las unidades remiten a un centro, puesto que la nueva configuración de fuerzas se acerca cada vez más a la imagen de un “mapa de metro”, con innumerables líneas interconectadas y múltiples estaciones, si bien algunas son más importantes que otras.16
Aunque Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia mundial (especialmente en términos estratégico-militares) su posición hegemónica se ha erosionado. Este proceso se explica por el protagonismo de ciertos estados que comenzaron a participar crecientemente en los procesos decisorios mundiales, junto a nuevos actores –originados tanto dentro, como fuera de las fronteras estatales– que se incorporaron activamente en el plano global.
En cuanto al concepto de poder emergente, como ya se mencionó, es una categoría que deriva de la noción de potencia media. Cabe recordar que este último tuvo un primigenio y significativo desarrollo en Canadá y en Australia, puesto que desde finales de la Segunda Guerra Mundial, y en vistas a la conformación de Naciones Unidas, los gobiernos de ambos países llevaron adelante una férrea defensa del papel de sus respectivos estados como potencias medias. En esas naciones entonces (o en muchas ocasiones relacionadas con ellas) se realizaron importantes contribuciones teóricas sobre el tema.17
Durante los primeros años de Guerra Fría, los poderes medios pertenecían a la esfera de influencia norteamericana. Eran occidentales, por lo general nórdicos, desarrollados y defensores de los sistemas de Naciones Unidas y de Bretton Woods.18 En este sentido, las llamadas potencias medias tradicionales, desarrolladas o de primera generación19 incluían países como Canadá, Australia, Noruega, Suecia, Austria, Suiza y Nueva Zelanda.
Las potencias medias desarrolladas cumplieron fundamentalmente, durante esta etapa, dos funciones: a) articulando nuevas ideas y liderando las negociaciones en aquellos temas sociales o económicos en los que las superpotencias no demostraban un interés especial y directo; b) ejerciendo una influencia moderadora de las tensiones entre las superpotencias en el contexto Este-Oeste (“bridge-builders”) con el objeto de lograr consensos y conservar la paz bajo los auspicios de Naciones Unidas.20
Posteriormente, durante el periodo de distensión, y ante la relajación de tensiones entre ambas cabezas de bloque, se produjo la aparición de nuevas potencias medias, las cuales “encabezaban la ofensiva del Tercer Mundo, demandaban un nuevo orden económico internacional, promovían la no-alineación y el fin de los bloques, levantaban temas como la paz y la igualdad en las relaciones internacionales”.21 Este segundo grupo de potencias en desarrollo o de segunda generación incluyó a India, México, Nigeria, Brasil, Argentina, Indonesia y Yugoslavia e implicó un renovado interés académico por el tema.22 Teniendo en cuenta que además poseían cierto peso demográfico, económico y militar en sus respectivas áreas de pertenencia geográfica, consolidaron espacios de influencia regional, por lo cual también se las llamó entonces potencias regionales.23
A partir de la post-Guerra Fría, especialmente luego de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, el papel de las potencias medias desarrolladas comenzó a erosionarse. Gobiernos como los de Canadá o Australia continuaron basándose en un discurso en el cual se autorreconocían como poderes medios, pero esta retórica quedó crecientemente desconectada de sus efectivas acciones.24 Esta realidad ha llevado a catalogarlas como potencias estancadas.25
Como contrapartida, algunas de las potencias medias en desarrollo surgidas en los años setenta comenzaron a ser identificadas como economías o poderes emergentes. Sobre este punto, cabe diferenciar entre mercado emergente,26 economía emergente27 y poder emergente. Mientras los dos primeros se asocian a factores meramente económicos, especialmente a las tasas de crecimiento nacionales; el segundo concepto implica un enfoque más integral, incluyendo no sólo aspectos económicos, sino también elementos vinculados a la política doméstica y a la proyección internacional de un determinado país.
En este contexto, el tratamiento académico de la cuestión aquí planteada se reposicionó a principios del siglo XXI. Diversos autores comenzaron a destacar el papel de estos nuevos poderes, desde apelaciones más generales como “el ascenso del resto”28 o “el Segundo Mundo”29 hasta teorizaciones más puntuales sobre el desempeño de los poderes emergentes en una diversa gama de cuestiones: seguridad,30 comercio,31 asuntos sociales32 o vinculados al cambio climático global.33
Desde un punto de vista rigurosamente conceptual, se han empleado diversas categorías. “Países intermedios”,34 “potencias regionales”35 y “poderes emergentes”,36 han sido las más utilizadas para hacer referencia a estos nuevos poderes en ascenso. Sin embargo, la elaboración de definiciones teóricas ha sido comparativamente escasa. En este sentido, es posible destacar las aportaciones de Detlef Nolte, quien propone un concepto analítico de potencia regional. El autor destaca los atributos de poder y las posibilidades de actuación de esta clase de estados en un ámbito geográfico determinado. De este modo, enfatiza la presencia de liderazgos regionales y el desempeño de estas potencias como representantes de los intereses de sus respectivas áreas de pertenencia.37 Sin embargo, resulta importante destacar que no todas las potencias medias regionales adquirieron mayor protagonismo en los inicios del nuevo siglo. En efecto, sólo un subgrupo de “grandes países en desarrollo”38 irrumpió con un alto perfil internacional en el escenario mundial. De allí el carácter de su “emergencia” en múltiples esferas globales de negociación. En sentido estricto, se trata entonces de poderes medios emergentes.
En cuanto al desempeño en el marco del binomio “esferas regionales / globales”,39 el accionar de estos nuevos poderes presenta la particularidad de una doble actuación, es decir es indudable que la posesión de una esfera de influencia regional es una condición necesaria para la consideración de un estado como poder medio emergente. Pero también es cierto que un poder medio emergente puede en diversas ocasiones desenvolverse en ámbitos globales de manera independiente a su respectiva zona de proyección regional, trascendiendo los límites de una mera representación geográfica. En este sentido, se coincide con lo sostenido por Andrew Hurrell, quien asegura que “hay una opinión común de que los actores globales emergentes también serán potencias regionales y que su estatus como líderes regionales es un elemento importante de su estatus global”.40 El autor advierte que “esta opinión es incorrecta desde el punto de vista histórico. Algunas de las grandes potencias más exitosas, Reino Unido y Estados Unidos, tuvieron éxito, precisamente porque lograron evitar quedar atrapadas dentro de sus respectivas regiones y pudieron establecer los términos para sus compromisos continentales”.41
En síntesis, un poder medio emergente es una potencia media que necesariamente posee un ámbito de influencia regional42 y, al mismo tiempo, un emergente con gran exposición global que no necesariamente representa, en todos los casos, los intereses de su región.43 Esto es lo que David Cooper define como un overlapping concept.44 Por tanto, la conceptualización propuesta en este trabajo, sostiene que un poder medio emergente puede definirse como aquel Estado que sobre la base de significativas capacidades materiales desarrolla un creciente activismo internacional en ámbitos multilaterales, tanto en su entorno regional más próximo, como en sucesivas y simultáneas negociaciones globales. Asimismo, se autopercibe y es percibido por otros agentes como diferente tanto de las restantes unidades estatales (pequeñas o iguales), como de las grandes potencias tradicionales.
La definición detallada líneas arriba engloba los principales postulados esgrimidos por las corrientes teóricas más importantes de la disciplina de las Relaciones Internacionales. Incluye tanto factores materiales (principal preocupación del realismo), aspectos procedimentales y de dinámica relacional entre agentes (foco de interés de los liberales institucionalistas), como el tema de las expectativas recíprocas (cuestión especialmente considerada por los constructivistas).45 Este concepto puede entonces ser analíticamente desagregado en tres dimensiones: capacidades materiales, activismo internacional y percepciones (propias y ajenas). Ahora bien, ¿quiénes son, hoy en día, estas potencias medias del sistema mundial y quiénes, en particular, están emergiendo?
Potencias medias y poderes medios emergentes en el siglo XXI
Sobre la base de las conceptualizaciones efectuadas en el apartado anterior, es posible mencionar, en primer lugar, un listado estimativo de las actuales potencias medias del orden internacional, entre las cuales se encuentran: México, Corea del Sur, España, Canadá, Indonesia, Turquía, Irán, Australia, Taiwán, Polonia, Argentina, Países Bajos, Arabia Saudita, Tailandia, Egipto, Pakistán, Colombia, Malasia y Nigeria.46 Asimismo, y a partir de la actuación del G-20 financiero frente a la crisis económica de 2008, es posible destacar, en este primer grupo, la actuación de México, Argentina, Arabia Saudita, Turquía, Corea Del Sur, Australia e Indonesia.
En cuanto a los poderes medios emergentes, se incluye a la mayoría de los países miembros de BRICS, esto es Brasil, India, China y Sudáfrica. El caso de Rusia merece una explicación especial. Dado que este país euroasiático fue el eje sobre el cual se forjó la Unión Soviética, una de las superpotencias durante la Guerra Fría, resulta importante diferenciarla del resto de los poderes medios emergentes, puesto que su verdadera situación se asocia en mayor medida a un proceso político que busca su “reemergencia” en el orden internacional.
Con respecto a Sudáfrica bien vale señalar que, históricamente, se ha desempeñado como una importante potencia regional del África subsahariana.47 Sin embargo, su incorporación a IBSA, en primer lugar, y luego a BRICS, la catapultó a los principales ámbitos globales de discusión multilateral. Por tanto, su emergencia responde, en menor medida, a sus atributos materiales de poder, que son incomparables a los de China, India o Brasil. Empero, su mayor fortaleza reside en el hecho de ser considerada por las restantes grandes potencias del escenario mundial como la principal y, muchas veces, única representante del continente africano en las esferas globales de negociación. En otros términos, el aspecto relativo a las percepciones propias y, sobre todo, ajenas –en el marco de la definición de poder medio emergente ya señalada– constituye en este caso un elemento decisivo para la inclusión de Sudáfrica en este grupo de poderes en ascenso.
En relación con las variables sistémicas que facilitaron la irrupción de estos nuevos poderes, cabe señalar que Estados Unidos, en virtud de su condición de superpotencia mundial, desarrolló una política exterior post-11-S, caracterizada por conductas unilaterales. Este accionar implicó además desentenderse de sus compromisos globales, con excepción de las áreas que consideraba estratégicas para su interés nacional. La situación descrita ofreció un marco de oportunidades para que algunas potencias medias del mundo en desarrollo incrementaran sus niveles de actuación y responsabilidad en las esferas globales.
En efecto, la llegada de nuevas administraciones, desde el año 2003 en adelante, a los gobiernos de Brasil, India y Sudáfrica puso de manifiesto la voluntad política de desarrollar una presencia internacional más activa, tal como quedó demostrado con la asunción de Lula da Silva en Brasil, Manmohan Singh en India y Thabo Mbeki (luego Jacob Zuma) en Sudáfrica. La pretensión de un bien delimitado perfil internacional se convirtió en una intensa participación de estos poderes emergentes en diversas esferas globales de negociación. En el caso de China, en cambio, desde el gobierno de Hu Jintao se cultivó un ascenso con bajo perfil para intentar convencer de que la emergencia político-económica del gigante asiático no constituye una amenaza para el resto del sistema mundial.
A la luz de los interrogantes aquí planteados, este artículo se concentra en el análisis de la segunda dimensión mencionada en la definición de poder medio emergente propuesta, esto es activismo internacional, puesto que por el comportamiento político-diplomático ejercido por estos poderes en los ámbitos globales será posible aproximarnos a la lógica actual de poder internacional instaurada entre poderes tradicionales y emergentes.
El papel negociador de los poderes emergentes: políticas exteriores proactivas y alto perfil en las esferas de decisión mundial
Desde la perspectiva del liberalismo institucional, los ámbitos multilaterales se han convertido en una esfera vital para el desempeño internacional de los poderes medios emergentes. Las esferas de negociación, regionales y globales, representan la oportunidad de contar con un espacio político, en el cual pueden orientar las normas emergentes según propios intereses, esto es desestimando aquellas reglas o procedimientos que pueden afectarlos o promoviendo aquellas que pueden favorecerlos. Esta práctica ha sido notoriamente desarrollada por los poderes medios emergentes con desempeños altamente satisfactorios en múltiples ámbitos de discusión global, lo cual permitió a países como Brasil, India, China y Sudáfrica participar en prácticamente todas las negociaciones internacionales de relevancia ocurridas durante las últimas décadas. Para este trabajo, cabe destacar dos coaliciones surgidas en la primera década del nuevo siglo: IBSA y BRICS.48
Es de recordar que en el año 2001 el economista Jim O’Neill, perteneciente a la consultora internacional Goldman Sachs, acuñó el acrónimo BRICS, haciendo referencia a Brasil, Rusia, India y China y a las potencialidades económicas que estas cuatro economías presentaban.49 Este concepto adquirió gran notoriedad tanto en los medios periodísticos, como en las audiencias en general, sobre la base de su aparente “novedad” en cuanto a la aparición de nuevos poderes que vendrían a reemplazar a los ya existentes. Sin embargo, la iniciativa no tuvo, en un principio, respaldo gubernamental, puesto que su principal objetivo radicaba en orientar a los inversionistas trasnacionales hacia buenos negocios.
Como un proceso paralelo, el 6 de junio de 2003 se produjo por iniciativa de Brasil la creación de IBSA, coalición gubernamental conformada con el propósito de potenciar la presencia de India, Brasil y Sudáfrica en el escenario internacional. A lo largo de los años, el grupo coordinó posiciones en múltiples esferas de negociación global como Naciones Unidas, la OMC, la OMPI, las Cumbres de Cambio Climático, el FMI, la FAO, la OMS y la OIT, entre otras. De igual manera, el bloque dio a conocer, por medio de distintos documentos oficiales, su posición conjunta frente a los conflictos bélicos más importantes de los últimos años, tales como Medio Oriente, Irak, Afganistán, Libia y Siria.
Tiempo más tarde, en 2008, BRICS se transformó también en una iniciativa gubernamental que incluye a los gobiernos de Brasil, Rusia, India, China y, a partir de 2011, a Sudáfrica. Sin dudas, la crisis financiera internacional desencadenada ese mismo año incentivó esta decisión, teniendo en cuenta que el bloque exhortó por una mayor participación de sus estados miembros en las decisiones de gobernabilidad económica internacional. Esta demanda colectiva fue, además, uno de los factores que impulsó la inmediata reconfiguración del G-20 financiero.50
Durante sus primeros años de funcionamiento, BRICS se concentró especialmente en cuestiones de índole financiera tendientes a promover una reforma de la vigente arquitectura global. En los últimos años, empero, y considerando una serie de conflictos bélicos que acentuaron su importancia en el escenario mundial, el grupo se ha preocupado también por consolidar una posición común ante los que enfrentan Medio Oriente, Libia o Siria. En suma, los poderes medios emergentes se han distinguido crecientemente en los últimos años, convirtiéndose en interlocutores válidos y cada vez más necesarios para el establecimiento del orden internacional.
La actual estructura de poder mundial manifiesta dos elementos que han contribuido a estas transformaciones. Por un lado, la interconexión global derivó en mayores grados de institucionalización mundial, lo cual resultó en una regulación multilateral internacional cada vez más invasiva de espacios que tradicionalmente eran exclusivos de las esferas estatales. Esta situación exigió un duro aprendizaje técnico-diplomático para los países en desarrollo, para evitar verse perjudicados por las negociaciones realizadas sobre múltiples asuntos en variadas esferas globales. En este sentido, poderes medios emergentes como China, India, Brasil y Sudáfrica y re-emergentes como Rusia demostraron estar a la altura de las circunstancias para poder sentarse en una misma mesa de negociación junto con el club de los grandes poderes tradicionales (otrora reunidos en el G-7). Por otro, el orden mundial presenta paradójicamente mayores grados de informalidad. En efecto, las instituciones internacionales multilaterales, centros históricos del debate global (Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI, OMC) perdieron legitimidad en los últimos años y comenzaron a convivir con otras instancias de diálogo informal, en las cuales los poderes medios emergentes encontraron mejores vías de acceso (G7+O551 en un primer momento, luego G-20 financiero y más tarde IBSA/BRICS). En consecuencia, los poderes medios emergentes han actuado indistintamente, por dentro o por fuera de las organizaciones internacionales, según las circunstancias de negociación.
Asimismo, el ámbito formal de discusión que corresponde a cada temática de la agenda internacional se ha diluido significativamente. Esta situación da cuenta de un gran proceso negociador que atraviesa todas las instancias formales e informales y donde los temas son de naturaleza interméstica, se yuxtaponen y se vinculan entre sí en los distintos ambientes de discusión global. El rediseño del G-20 financiero aparece como el ejemplo paradigmático. La crisis financiera de 2008 benefició a las potencias emergentes permitiéndoles incorporarse en el seno de un grupo que se postuló como el punto de partida para una reconfiguración del orden mundial. En cuanto que miembros del G-20, los poderes emergentes pudieron demostrar su peso político-económico, así como el hecho de que representan diferentes regiones del mundo.
Cabe también preguntarse cuál es la estrategia de las grandes potencias tradicionales ante la emergencia de estos nuevos poderes. Teniendo en cuenta a Estados Unidos, Fareed Zakaria recomienda sobre la necesidad de que el gobierno norteamericano facilite la integración de los poderes emergentes en los principales órganos decisorios políticos y económicos internacionales. Esta nueva función, asegura, es muy diferente del papel tradicional de superpotencia e implica consulta, cooperación y compromiso. El poder deriva, en este sentido, de establecer los temas de agenda, definir las cuestiones y movilizar coaliciones: “It is not a top-down hierarchy in which the United States makes its decisions and then informs a grateful (or silent) world. But it is a crucial role because, in a world with many players, setting the agenda and organizing coalitions become primary forms of power”.52 Zakaria agrega: “in an age of rising new powers, the United States’ overriding goal should be the latter, so that even as these countries get more powerful, they will continue to live within the framework of the current international system”.53 De este modo, Estados Unidos podrá evitar que los poderes emergentes actúen de forma independiente, esto es según sus propios intereses, pudiendo desestabilizar el sistema en su conjunto.
En este mismo sentido Daniel Drezner sostiene que, en el actual sistema internacional, Estados Unidos debe “mantener cerca a los viejos amigos del país, y a sus nuevos amigos, aún más cerca”. Caso contrario, las potencias emergentes podrían crear organizaciones internacionales alternativas que podrían ir en contra de los intereses norteamericanos.54 Por tanto, la estrategia de las grandes potencias tradicionales, especialmente de Estados Unidos pero también de los miembros del G-7, ha sido una política de creciente incorporación de los poderes medios emergentes en los ámbitos de decisión multilaterales con el propósito de poder influir e incluso condicionar sus comportamientos para que sus eventuales acciones sean más predecibles y calculables.
Para poder establecer si efectivamente el papel de los emergentes ha provocado modificaciones en los esquemas decisorios internacionales, los posteriores apartados se concentran en tres ámbitos de gobernanza mundial: esfera comercial, financiera y medioambiental.
Esfera comercial: la OMC
El ámbito de la OMC fue uno de los primeros espacios en los que los poderes medios emergentes desarrollaron una presencia preeminente. La conferencia ministerial de Cancún en 2003 constituyó el punto de partida con una destacada actuación de los países miembros de IBSA, especialmente de Brasil, que promovió la creación del G-20 agrícola. El abierto desafío de este grupo a las políticas agrarias de los países centrales alteró el clima general de las negociaciones, convirtiéndolo en un actor que Estados Unidos y la Unión Europea tuvieron que empezar a tomar en consideración. El surgimiento del G-20 demostró que la vieja estructura de poder y toma de decisiones en la OMC era obsoleta y que era necesario expandir el círculo de poder a fin de reactivar la organización.
Lo cierto es que, aun con el paso de los años, las negociaciones no pudieron prosperar sino que, por el contrario, se ralentizaron significativamente. La búsqueda de un equilibrio aceptable, por parte de todos los estados miembros, entre agricultura y NAMA (productos no agrícolas) se transformó en la llamada “batalla grande”. En efecto, todas las restantes negociaciones desarrolladas durante la ronda Doha se paralizaron a la espera del cierre de este gran tema. Asimismo, la persistencia de un contexto internacional convulsionado, producto del marco recesivo que prosiguió a la crisis financiera internacional en las regiones centrales, acentuó las divergencias entre los países miembros de este organismo.
El proceso negociador, además, frecuentemente se trasladó fuera de Ginebra con reuniones excluyentes que sólo contemplaron a un pequeño grupo, entre los cuales se destacan los FIPS (sigla con la que se conocen las llamadas “cinco partes interesadas”: Estados Unidos, Unión Europea, Brasil, India y Australia). En esta circunstancia, cabe nuevamente diferenciar el papel de Rusia, quien a diferencia de los restantes poderes medios emergentes, ingresó a la OMC en 2012 (diecinueve años después de haber solicitado su adhesión), por lo cual su situación dista en gran medida del resto de los miembros de BRICS.
Un nuevo capítulo comenzó para los emergentes a partir de 2013, cuando el brasileño Roberto Azevêdo fue elegido como Director general de la OMC, convirtiéndose en el primer latinoamericano en acceder al cargo. En efecto, siete de los nueve candidatos que se postularon provenían de países en desarrollo o emergentes.55 Además, los países desarrollados no tuvieron un candidato propio en la instancia final de la selección. Por un lado, se podría afirmar que la elección de Carvalho de Azevêdo confirma la importancia creciente de los países emergentes en la esfera comercial multilateral. Por otro, el triunfo del candidato brasileño muestra un menor interés de los países desarrollados en buscar ejercer su influencia en la dirección de este organismo. “Por el contrario, éstos parecen estar más interesados en la negociación de los acuerdos mega-regionales como la Asociación Transpacífica (TPP) y, más recientemente, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP)”.56
De este modo, la OMC sigue siendo considerada un espacio de relevancia para la administración de los acuerdos alcanzados hasta la Ronda Uruguay y para la solución de diferencias al interior del régimen. Sin embargo, su importancia como foro de negociación entre los miembros ha decaído. Para los poderes tradicionales el riesgo de dejar la OMC en manos de los emergentes “resulta muy reducido, en tanto que la OMC sólo administrará lo ya acordado”.57 En efecto, a partir de 2010, y a raíz de los serios estancamientos que presentaba la Ronda Doha, las cuestiones comerciales fueron incluidas en la agenda del G-20 financiero con el propósito de lograr el ansiado consenso entre las partes.
Con la llegada de Carvalho de Azevêdo, se intentó imprimir cierto dinamismo a la organización. Durante la novena conferencia ministerial de la OMC, realizada en Bali (Indonesia) en 2013, se alcanzó un acuerdo catalogado como “histórico”, que tenía el propósito de simplificar los procedimientos burocráticos para impulsar el intercambio internacional de mercancías. Sin embargo, el acuerdo no logró prosperar por la oposición de India. El gobierno de este país adujo la falta de garantías que tiene el protocolo para salvaguardar la seguridad alimentaria de su población y solicitó una renegociación sobre este punto.58 Esta petición, sin embargo, fue rechazada por Estados Unidos y la Unión Europea. Los sucesos mencionados supusieron una nueva parálisis de la negociación y un duro revés para la ronda Doha lanzada hace ya dieciséis años y estancada desde 2008.
Pese a ello, los estados miembros del BRICS se siguen mostrando comprometidos con el logro de una economía global abierta. Reconocen, con todo, que los países tienen diferentes capacidades y se encuentran a diferentes niveles de desarrollo: “Reafirmamos nuestro apoyo a una apertura del comercio multilateral, inclusiva, no discriminatoria, transparente y un sistema basado en reglas al tiempo que seguiremos nuestros esfuerzos para la conclusión exitosa de la Ronda de Doha”.59 Así, los poderes emergentes pretenden consolidar el espacio de la OMC como el ámbito pertinente para la deliberación de las cuestiones comerciales internacionales, intentando circunscribir el ámbito de acción de los poderes centrales a este recinto. En definitiva, la situación demuestra un cuadro de tensión, en el cual las disímiles realidades sociales entre los poderes tradicionales y los emergentes impiden el ansiado acuerdo para un ordenamiento de la estructura de comercio global.
Esfera financiera (Banco Mundial, FMI, G-20)
La crisis financiera internacional de 2008 puso de manifiesto la creciente incapacidad de las instituciones de Bretton Woods, para hacer frente a las nuevas realidades mundiales, ante lo cual, los BRICS exhortaron fuertemente por modificaciones en la estructura de la gobernabilidad económica internacional: “Acreditamos que o mundo precisa, hoje, de uma arquitetura financeira reformada e mais estável, que fará a economia global menos propensa a crises futuras e mais resistente a elas. O FMI e o Banco Mundial precisam urgentemente resolver seus déficits de legitimidade”.60 Como consecuencia, el bloque propuso en 2010 modificaciones importantes para tales organismos multilaterales tendientes a: 1) una reforma del sistema de votos en favor de los poderes emergentes; 2) un método de selección, abierto y basado en el mérito, para los cargos directivos del FMI y del Banco Mundial; 3) la posibilidad de introducir una moneda de reserva alternativa al dólar o una nueva moneda global.
Años más tarde, en 2014 los gobiernos miembros de BRICS continuaron promoviendo cambios en la arquitectura financiera mundial a partir de la creación del Nuevo Banco de Desarrollo,61 –destinado a proyectos de infraestructura– y la puesta en marcha del Acuerdo de Reservas de Contingencia,62 orientado a ofrecer a sus miembros, fondos de estabilización para hacer frente a dificultades en sus balanzas de pagos o a ataques especulativos contra sus monedas. Mientras que el primero se presenta con funciones similares a las del Banco Mundial, el segundo emula los principales objetivos del FMI. Los primeros resultados de todas estas proposiciones realizadas por los BRICS se dieron en torno al Banco Mundial. A principios de 2010, la organización crediticia multilateral introdujo una reforma en los derechos de voto,63 la cual otorgó mayor peso a los emergentes reconociendo su creciente importancia en la economía global.
Con respecto del FMI, también en 2010, se aprobó un programa de reformas de gran alcance del régimen de cuotas64 y de su estructura de gobierno. Sin embargo, el congreso norteamericano se opuso durante varios años a realizar la ratificación de este acuerdo. Pese a estas demoras, la reforma del FMI fue finalmente aprobada por Estados Unidos a fines de 2015, por lo que el acuerdo ha entrado recientemente en vigor a partir del 26 de enero de 2016. Las modificaciones implementadas implican una importante reorganización de las cuotas para reflejar mejor la evolución del peso relativo de cada país miembro del organismo en la economía mundial, reforzando la representación de las potencias emergentes. De este modo, China se convierte en el tercer país miembro más grande del FMI mientras que Brasil, India y Rusia pasan a encontrarse entre los 10 principales accionistas de la organización.65 En cuanto a la estructura de gobierno, la reforma aprobada deja de lado la práctica consuetudinaria por la cual siempre se elegía un Director Gerente de nacionalidad europea, previendo que éste sea designado mediante la elección transparente de todos los miembros del Directorio Ejecutivo66 de la organización, el cual, luego de esta reforma, tiene dos representantes menos provenientes de países europeos.67
Tomando en consideración las posibles estrategias esgrimidas por las potencias tradicionales ante estos cambios –ya señaladas en el apartado anterior–, es posible pensar que tales poderes, especialmente Estados Unidos, decidieron finalmente aceptar y acelerar el proceso de reformas de las instituciones de Bretton Woods ante la inminente puesta en marcha del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, el cual comenzará a operar a partir de 2016. En efecto, con estas dos estructuras clave, el grupo podría encaminar la construcción de una arquitectura financiera global alternativa al Banco Mundial y al FMI y, por consiguiente, alternativa a la superpotencia norteamericana.
Estas percepciones de los poderes tradicionales podrían explicar también la decisión de rediseñar el funcionamiento del G-20 financiero a partir de 2008 con un reconocimiento implícito –a través de su convocatoria– del creciente papel de los países emergentes en la nueva distribución del poder económico y político global. En 2016, además, China asumirá la presidencia del G-20 y será entonces la primera vez que el gigante asiático encabece uno de los principales foros de cooperación económica global. En este marco de negociación, el gobierno chino pretende avanzar en el proceso de reformas con el objeto de obtener la inclusión del yuan en la cesta de divisas68 que el FMI utiliza como referencia para fijar los derechos especiales de giro.69
El grado de coordinación y eficacia que puedan lograr las nuevas instituciones planteadas es lo que finalmente permitirá constatar cuán exitoso ha sido el camino propuesto por los BRICS y cuán dispuestos se encuentran a desempeñar un papel destacado en la gobernanza de la economía global.
Esfera medioambiental: cumbres de cambio climático
Las cumbres sobre cambio climático constituyen otro espacio en el cual los poderes emergentes tuvieron un papel destacado en los últimos años. Cabe recordar que en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) –acuerdo internacional celebrado en 1992 en Río de Janeiro– fue establecido el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, por el cual se dividió a los estados en dos grandes grupos con diferentes niveles de compromiso: “los países desarrollados”70 y “los países en desarrollo”.
En virtud de este acuerdo, los países desarrollados eran los únicos obligados a adoptar políticas destinadas a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEIS). Asimismo, los más industrializados de este primer grupo estaban obligados a ofrecer recursos financieros que permitiesen a los demás países emprender actividades de reducción de las emisiones contaminantes. Al segundo grupo de naciones en desarrollo, en cambio, sólo se les exigía compilar un inventario de las emisiones y presentar periódicamente informes sobre las medidas que estaban adoptando respecto al cambio climático.71
Al paso de los años y las consiguientes transformaciones ocurridas en la distribución del poder político y económico mundial, comenzaron a discutirse nuevos esquemas. En ocasión de la llamada COP15, organizada en 2009, en Copenhague, se abrió el debate sobre si los grandes países en desarrollo, vueltos potencias emergentes, deberían también asumir compromisos de reducciones de gases. Esta discusión se hizo polémica, porque China se había convertido en el país que más contamina, superando a Estados Unidos. Sin embargo, cada chino emite la cuarta parte que un norteamericano. Por tanto, el proyecto de acuerdo de Copenhague buscaba crear una categoría intermedia de países que incluyera a los “grandes emergentes” e incitarlos a asumir compromisos de reducción.
En este contexto, se produjo la formación del basic (IBSA+China). Este bloque se había comenzado a gestar al interior de IBSA, grupo que ratificaba su apoyo al principio de una responsabilidad común, pero diferenciada en relación con la responsabilidad histórica de los países industrializados. En las reuniones preparatorias, el BASIC acordó “cuáles serían las líneas rojas (o puntos no negociables) y también se decidió que se retirarían en conjunto de las negociaciones si los países desarrollados intentaban imponer sus condiciones”.72 En suma, tras largas y en parte caóticas negociaciones, el Acuerdo de Copenhague no pudo ser aprobado por consenso. En los posteriores y sucesivos encuentros, los poderes emergentes siguieron manteniendo una posición común que se enfrentaba a las posturas de los poderes tradicionales imposibilitando un acuerdo vinculante sobre el tema.
En los primeros días de la cop21, celebrada en 2015 en París, los gobiernos de Brasil, India, China y Sudáfrica reafirmaron –por medio de una declaración conjunta– el principio de la “diferenciación” asegurando que los países desarrollados son quienes deben asumir el grueso de los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático. Los poderes tradicionales, como la Unión Europea, argumentaron que esta diferenciación ha quedado desfasada, teniendo en cuenta que China y ahora también India se encuentran entre las cuatro economías más contaminantes.73 De modo tal que se presentó un esquema de negociación internacional, en el que los poderes emergentes se vieron obligados a dejar de exhortar tan sólo por sus “derechos” en la esfera global, para asumir las “responsabilidades” que conlleva un papel crecientemente destacado en el ámbito mundial. Todo ello, con el explícito reconocimiento de su condición por parte de los poderes tradicionales, que ahora exigen un desempeño a la altura de las circunstancias.
Sorprendentemente, la Cumbre de París logró cerrar un acuerdo histórico por el cual todos los países firmantes se comprometieron a limitar sus emisiones. De este modo, se dejó de lado la disputa sobre la diferenciación abarcando a todos los signatarios. El texto estableció, empero, mayores exigencias para los países desarrollados quienes deberán “seguir encabezando los esfuerzos”.74
En este sentido, China logró imponer sus posiciones, dado que el documento final establece que los compromisos de reducción de emisiones serán revisados cada cinco años. Sin embargo, incluye una excepción para aquellos que ya se hayan comprometido con recortes hasta el año 2030 (entre los cuales se encuentra Beijing). Pese a esto, la actitud del gobierno chino ha sido muy diferente de la que mostró en 2009, en Copenhague. En ese entonces, “China se encontraba en plena aplicación de un modelo que primaba el crecimiento por encima de cualquier cosa, incluidas las preocupaciones medioambientales. Hoy ese modelo está agotado y su población protesta de modo cada vez más contundente por el deterioro ecológico”.75 Consecuentemente, el gobierno chino ha prometido recortar sus emisiones por unidad de PIB entre un 60 y un 65% para 2030, con respecto de los niveles de 2005. Asimismo, aseguró que aumentará al 20% el porcentaje de combustibles no fósiles (renovables y energía nuclear) en su cesta de consumo energético (hoy representa el 11%).76 Es importante apuntar que las conversaciones bilaterales establecidas entre el presidente de los EE.UU., Barack Obama, y el chino, Xi Jinping, fueron uno de los factores determinantes para el éxito de este proceso negociador, al posibilitar un acuerdo entre las dos actuales economías más importantes y contaminantes del mundo.
Consideraciones finales
El análisis del papel desempeñado por los poderes medios emergentes en distintos esquemas decisorios internacionales demuestra que su actuación está produciendo ciertas modificaciones, pequeñas, progresivas, pero constantes de la estructura de gobernanza mundial. Como se sostuvo en la hipótesis de trabajo aquí propuesta, se observa que por medio de la ejecución de políticas exteriores proactivas y de alto perfil internacional, los gobiernos de estos poderes en ascenso se han involucrado crecientemente en múltiples ámbitos de deliberación global.
Desde el punto de vista de los poderes medios emergentes, India, Brasil y Sudáfrica han venido construyendo un largo camino que, a partir del nuevo siglo, tiene sus inicios en IBSA y continúa posteriormente en el marco de BRICS. Pese a los sucesivos cambios de gobiernos en cada uno de ellos (con los consecuentes cambios de estilo y/o de posicionamiento ideológico), la voluntad política de llevar adelante una mayor participación en las esferas globales se ha mantenido intacta. En este sentido, por lo que hace al discurso, han reivindicado su pertenencia al Sur, exhortando por ámbitos multilaterales que contemplen la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Del mismo modo, han abogado por la defensa de los valores democráticos, la multietnicidad y la valorización de la figura del Estado, con un claro apoyo al respeto de la soberanía.
En el caso de China, también ha experimentado un ascenso internacional, que la coloca en el grupo de los países emergentes. Sin embargo, el gobierno del Gigante asiático ha cultivado un bajo perfil, con el propósito de convencer de que su emergencia político-económica no constituye una amenaza para el resto del sistema mundial.
En cuanto a Rusia, se observa que, pese a su pertenencia al BRICS, la realidad de la otrora superpotencia socialista de la Guerra Fría dista, no poco, de la situación de sus restantes compañeros de sigla. Tomando sólo en consideración las esferas multilaterales aquí planteadas, se advierte que recientemente, en 2012, logró ingresar a la OMC, por lo que sus condiciones en tal organismo son diferentes a las del resto de los emergentes. Con respecto de las esferas financieras, cabe recordar que el G-7 se convirtió en G-877 con su incorporación al finalizar la Guerra Fría, es decir ya participaba en estas reuniones de los poderes centrales. En cuanto al cambio climático, Rusia ya se encuentra incorporada en la categoría de países desarrollados, por lo que la reciente polémica de los emergentes no la involucra. Por todas estas razones, se distingue a Rusia del resto de los poderes emergentes, ya que su verdadera situación se asocia en mayor medida con un proceso político que busca su “reemergencia” en el orden internacional.
El creciente protagonismo de los poderes medios emergentes ha implicado mayores niveles de negociación con las grandes potencias tradicionales. En este sentido, la estrategia tanto de Estados Unidos, como de los restantes miembros del G-7, ha sido una política de creciente incorporación de los poderes emergentes en los ámbitos de decisión multilaterales, con el propósito de poder influir e incluso condicionar sus comportamientos, para que sus acciones futuras sean más predecibles y calculables. En efecto, los poderes tradicionales posibilitaron la incorporación de los emergentes en el G-20 financiero, paralizaron las conversaciones en la OMC ante posiciones contrapuestas –aunque continuaron negociando por fuera de esta institución– y exigieron una mayor responsabilidad de los poderes en ascenso con respecto del cambio climático. De modo tal que buscan impedir además la conformación de estructuras de poder alternativas a las ya existentes.
A la luz de lo hasta ahora expuesto, es posible asegurar que los asuntos mundiales están siendo manejados crecientemente bajo una lógica colectiva, en la cual participan poderes tradicionales, emergentes y reemergentes. Los cambios acontecidos en los últimos veinticinco años han delineado progresivamente un nuevo escenario que difícilmente tendrá marcha atrás. Es de advertir que el paulatino ascenso de estos nuevos poderes no tiene como correlato una caída del poderío norteamericano. Antes bien, se trata del nacimiento de una estructura de poder más compleja, donde los canales de negociación entre los poderes tradicionales, los emergentes y los reemergentes, son más frecuentes, necesarios e inevitables.
Asimismo, la actual dinámica de relaciones entre viejos y nuevos poderes se caracteriza por relaciones predominantemente pacíficas, pero con mayores grados de informalidad y pragmatismo. Como prueba de ello es posible observar que se negocia por dentro o por fuera de las históricas organizaciones internacionales –Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI, OMC–, según las circunstancias de deliberación. Esta dinámica implica además el ejercicio de una cooperación limitada en el tiempo y concentrada en asuntos específicos –ya sean comerciales, financieros, sociales o medioambientales, entre otros. Lo cierto es que los temas son de naturaleza interméstica, se yuxtaponen y se vinculan entre sí, en los distintos ambientes de discusión global. Las alianzas, por tanto, son transitorias, cambiantes y dependen del espacio de negociación que se tome en consideración. En este sentido, las relaciones entre Estados Unidos y China resultan ilustrativas. Según el caso, ambas potencias se muestran dispuestas a alinearse, pactar informalmente o distanciarse. La táctica radica en nunca “dar jaque mate al rey”.78
Resulta importante señalar que las transformaciones a las que aquí se hace referencia de ninguna manera implican un cambio del sistema económico e ideológico imperante, esto es del capitalismo internacional. La verdadera motivación de los nuevos emergentes radica en ingresar plenamente al sistema capitalista con mayores cuotas de poder, que, en todo caso, los habilite a cambiar o modificar las reglas internacionales según sus necesidades e intereses.
Los nuevos poderes pretenden ingresar al “club de los grandes” y constreñir cualquier posible comportamiento unilateral de Estados Unidos con arreglos multilaterales que, en principio, parecerían aspirar al establecimiento de un proceso decisorio con rasgos propios de un nuevo equilibrio del poder mundial. En otros términos, las actuales vinculaciones entre poderes tradicionales, emergentes y re-emergentes están dando lugar a un modus operandi caracterizado por relaciones ambiguas y verdaderamente pragmáticas.