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Foro internacional

Print version ISSN 0185-013X

Foro int vol.56 n.4 Ciudad de México Oct./Dec. 2016

 

Reseñas

Juan Carlos Mendoza Sánchez y Alejandro Pelayo Rangel, La cultura como instrumento de política exterior. El caso de Los Ángeles

Guillermo Gutiérrez Nieto

Mendoza Sánchez, Juan Carlos; Pelayo Rangel, Alejandro. La cultura como instrumento de política exterior. El caso de Los Ángeles. México: Grupo Editorial Cenzontle, 2015. 287p.


El imaginario que genera un Estado respecto a sus similares es lo mismo diverso que relativo. Mientras que algunos países son recordados como lugares de civilizaciones ahora extintas o de donde proviene algún ingrediente culinario singular, un jugador o actor connotado, otros son vinculados con algún desastre natural, con situaciones políticas específicas o con delincuentes o personajes corruptos. El abanico es amplio, aunque siempre fragmentario. De ahí que desde hace cierto tiempo una de las acciones permanentemente practicadas por las naciones sea la promoción internacional de su cultura a fin de presentar una imagen positiva ante sus similares.

Estudiar este tema reviste complejidad ya que las interpretaciones teóricas y prácticas son además de numerosas multi e interdisciplinarias. No obstante, considerar la cultura como una herramienta de política exterior es algo fundamental para comprender el papel que puede desempeñar un país en el contexto internacional. Sobre todo a partir de la recomposición en la balanza de poder que motivó el fin de la Guerra Fría, cuando se constató que además de los poderes militar, político y económico, los Estados podían recurrir a la cultura para posicionarse internacionalmente.

Todo lo anterior viene a colación de la obra de Juan Carlos Mendoza Sánchez y Alejandro Pelayo Rangel, la cual aborda este tema de manera comprensiva. Es un libro sustantivo que conjuga la interpretación de dos miembros del servicio exterior mexicano -uno de carrera y otro asimilado de forma temporal- quienes al alimón hacen un recorrido de gran magnitud por los aspectos sociológicos e históricos del tema, acotando de manera singular su análisis en la ciudad de Los Ángeles, California: espacio temporal donde se conjuga la identidad nacional, la transpolación de significados y la estrategia pública cultural.

Al tomar como referente “la ciudad con más mexicanos fuera de México”, los autores realizan en su obra un vasto recorrido por los aspectos fundamentales de la identidad y la cultura de México, así como por los episodios más trascendentes de la historia diplomática de nuestro país. Aunque es difícil de imaginar un periplo de tales proporciones, los autores logran condensar referentes capitales que facilitan la comprensión de su objeto de estudio. Igualmente, antes de compartirnos sus vivencias de la cotidianidad laboral que afrontaron durante varios años en el consulado más grande de México en los Estados Unidos, ofrecen, a modo de instrumentos de viaje, los referentes conceptuales necesarios para el recorrido, específicamente lo que tiene que ver con el “poder suave” y la diplomacia cultural, que han analizado académicos como Joseph Nye, Simon Anholt o Nicholas Cull.

Vista en conjunto, y tomando en consideración el objetivo de la obra, el libro de Carlos Mendoza y Alejandro Pelayo es valioso por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque más allá de la perspectiva conceptual e histórica que ofrecen en la primera parte describen de manera precisa los hitos de la promoción internacional de la cultura de México, tanto en materia de estrategia gubernamental como a través de las acciones de los agregados culturales. Así, ellos asumen como hipótesis que, si bien la cultura ha estado presente en múltiples formas en la política exterior de México, no fue incorporada como instrumento de política exterior para apoyar la consecución de un objetivo nacional estratégico hasta la negociación del Tratado de Libre Comercio con América del Norte y, posteriormente, con la estrategia del excanciller Jorge Castañeda, quien intentó incorporarla como política de Estado.

Al asumir esta postura, Carlos Mendoza y Alejandro Pelayo destacan como primer vestigio de una presencia organizada y con proyección internacional la participación de una delegación mexicana, encabezada por José María Velasco, en la Exposición Universal de París en 1889. A partir de entonces, y durante varios años, la presencia cultural de México, como lo subrayan los autores, en lugar de una política sistemática fue resultado de la labor de artistas que viajaron al extranjero tanto a consolidar sus conocimientos como a realizar obras específicas: Rivera, Orozco, Siqueiros, Tamayo, entre otros. A ellos habrían de sumarse escritores que fueron integrados paulatinamente al servicio exterior mexicano para realizar labores diplomáticas: Federico Gamboa, Amado Nervo, Efrén Rebolledo, Alfonso Reyes, José juan Tablada, Enrique González Martínez, Octavio Barreda, José Rubén Romero y Antonio Castro Leal, de entre una larga lista, todos los cuales han recibido reconocimiento a través de una obra cimera publicada por la Secretaría de Relaciones Exteriores Escritores en la diplomacia mexicana.

Aunado a la labor que esos creadores realizaron en su momento, los autores también hacen mención a las aportaciones que algunos hicieron para proyectar de manera institucional el acervo cultural de nuestro país en el mundo. Así, la labor de Jaime Torres Bodet, José Gorostiza y Carlos Fuentes ocupa un lugar singular dentro de la obra. Sobre todo, la de Fuentes, por haber sido quien fundó en la Secretaría de Relaciones Exteriores, en 1958, el Departamento de Relaciones Culturales, de donde posteriormente surgirían el Organismo de Promoción Internacional de la Cultura y la Dirección General de Relaciones Culturales, encargados de coordinar las actividades de promoción de la cultura mexicana.

Algo fuera de duda es que el parteaguas de la promoción internacional de la cultura y de la modernización del sector cultural en todo el país fue el surgimiento del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), con el cual se descentralizan las instituciones culturales y se incrementa la participación del sector privado. Así, durante los últimos años del siglo pasado la presencia de intelectuales involucrados directamente en las labores de promoción cultural en el exterior fue exigua. En esta tendencia, los autores señalan que la llegada del presidente Vicente Fox y la designación de Jorge Castañeda como secretario de Relaciones Exteriores detonaron una estrategia sustentada en “una diplomacia cultural pragmática con la finalidad de ejercer el poder de persuasión y la promoción de los diversos valores artísticos en el extranjero en beneficio del país”. Para ello, se incorporó a 28 personajes de la cultura y las artes con la misión específica de realizar actividades de promoción cultural en todo el mundo. También se fortaleció la Dirección General de Cooperación Educativa y Cultural y se rescató una de las ideas planteadas por Carlos Fuentes, la creación de un Instituto Mexicano de Cultura, a semejanza del Cervantes o del Goethe.

El balance que hacen los autores es que la corta estadía de Castañeda como titular de la cancillería mexicana no permitió desarrollar esta estrategia, conque el primer intento de considerar a la cultura como un instrumento fundamental de la diplomacia mexicana no llegó a convertirse en una política de Estado. Arguyen que el breve periodo de tiempo de este proyecto de promoción cultural “no permite una evaluación fidedigna ya que el proyecto no alcanzó su madurez, ni el enorme potencial que representó, de igual manera, no alcanzó a consolidar ni siquiera los cimientos de una política de Estado en materia de promoción cultural”.

Lo que resalta de este balance es la prioridad que entonces se otorgó a la promoción cultural en los Estados Unidos, aspecto que se consideraba prioritario en la cooperación entre ambos países.

De ahí que en otro apartado del libro se detalle el efecto de esa estrategia en Los Ángeles, California, ciudad que alberga alrededor de 1.3 millones de mexicanos, con que representa la tercera parte del total de la población angelina. En esta ciudad, desde 1897 México tiene una representación consular y es precisamente este microcosmos el que los autores utilizan como objeto de estudio para detallar ciertos aspectos de la promoción cultural de México en época reciente.

Así, refieren ciertos pormenores de la organización, en 2010, de la conmemoración del bicentenario de la Independencia mexicana y del centenario de la Revolución mexicana, todo lo cual se denominó Programa México 2010 en todas las representaciones de México en el exterior. Es precisamente su análisis de este evento lo que representa la segunda aportación fundamental de los autores al tema de la promoción internacional de la cultura de México. Al describir los tres niveles o ámbitos en los cuales se desarrolló el programa referido en Los Ángeles, los autores convalidan el esquema en el cual se han sustentado las labores culturales de México en el exterior en época reciente. De esta manera, no obstante los limitados recursos de que disponen las representaciones para actividades culturales, se subraya que éstas realizan eventos bajo su propia responsabilidad por medio de programas anuales de trabajo. En el mismo sentido, ante las limitaciones de presupuesto, una labor fundamental de las embajadas y consulados es encontrar aliados dispuestos a realizar actos culturales de manera conjunta, mayoritariamente en el lugar de la representación, aunque en ocasiones también se realizan en México. Igualmente, confirman la importancia de que las embajadas y consulados identifiquen actores locales que realicen eventos sobre la cultura mexicana a fin de sumarse por medio de actividades de apoyo y difusión.

Con el objetivo de precisar estos niveles de acción en la promoción de la cultura, Carlos Mendoza y Alejandro Pelayo refieren gran cantidad de actividades realizadas en Los Ángeles; sin embargo, lo que enriquece su aportación es el desglose del plan de trabajo seguido por Alejandro Pelayo como agregado cultural del consulado. Al respecto, lo que bien podría considerarse un método probado de promoción cultural -en este caso para una representación consular, aunque también podría aplicar a una embajada- incluiría acciones en tres diferentes ámbitos:

  1. institucional, que conlleva identificar y trabajar con organizaciones artísticas y culturales públicas o privadas que desarrollan eventos de contenido mexicano;

  2. académico, que implica contactos con instituciones de educación superior en el lugar donde se encuentra la representación diplomática a fin de organizar actividades académicas y culturales;

  3. comunitario, que contempla la realización de eventos orientados a las comunidades radicadas en la circunscripción que atiende el consulado.

Para concluir, y en sintonía también con modelos o esquemas que pueden replicarse en el terrenos de la actividad cultural que desarrolla México en el exterior, los autores refieren un proyecto puesto en marcha por el actual cónsul general de México en esa ciudad, Carlos Sada Solana, quien ha logrado que las autoridades angelinas celebren, en 2017, el “Año de México en Los Ángeles”, para lo cual ha diseñado un estrategia peculiar: México Innova-Red Global Mx, que comprende las siguientes etapas: 1) acercamiento con la comunidad mexicana de esa ciudad; 2) estrechamiento de los contactos entre las comunidades mexicana y méxico-americana y 3) Integración de personas, instituciones y corporaciones extranjeras con intereses en y por México.

La lectura de La cultura como instrumento de política exterior. El caso de Los Ángeles es provechosa tanto para quienes están involucrados en la promoción internacional de las expresiones culturales de México como para quienes desean conocer los resultados que se pueden alcanzar con una actividad añeja y siempre en maduración. Sin duda es un referente de alcance amplio, en el cual sobresalen aspectos metodológicos de gran valía que, indudablemente, podrían tomarse en cuenta en la definición de la estructura y las responsabilidades de la próxima Secretaría de Cultura, ámbito de gestión gubernamental que definitivamente atenderá el móvil primigenio de la obra aquí reseñada: el establecimiento de una política de estado en materia de promoción internacional de la cultura de México.

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