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Foro internacional

versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.56 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2016

 

Reseñas

Michael L. Mezey, Presidentialism: Power in Comparative Perspective

Génesis Alida Topete Sánchez

Mezey, Michael L.. Presidentialism: Power in Comparative Perspective. Boulder: Lynne Rienner, 2013. 259p.


Según Theodore Roosevelt, "decir que no se debe criticar al presidente o que lo apoyamos, tenga o no razón, es servilismo antipatriótico y también traición moral al pueblo". Sobre esto, y también acerca del papel de los diferentes poderes de gobierno en las democracias, han debatido ampliamente los estudiosos de la ciencia política; hay quienes sostienen que el alcance del poder legislativo debe ser mayor al del ejecutivo, mientras que otros opinan que se debe contar con un poder ejecutivo más fuerte que logre hacer cumplir las leyes sin excesiva intromisión del Congreso. Es precisamente esta relación, aunada al lugar que ocupa el Jefe del Ejecutivo en un panorama más complejo, lo que Michael L. Mezey, profesor de Ciencia Política en la Universidad de DePaul, analiza en un ensayo comparativo que pretende ser transnacional. Por medio del estudio de las raíces históricas del poder ejecutivo y su evolución a lo largo del tiempo, Mezey discute hasta dónde se expande y constriñe el poder del presidente, y qué fuerzas son las que conducen el presidencialismo contemporáneo.

Presidencialismo es "más que una simple categoría constitucional; incluye una serie de percepciones públicas, acciones políticas, así como acuerdos políticos formales e informales que, de alguna u otra manera, caracterizan a todos los países con instituciones presidenciales o semi presidenciales" (p. 8). Mezey considera que son tres las fuerzas que han moldeado al presidencialismo contemporáneo en el mundo: a) el incremento del papel del gobierno en la vida de los ciudadanos -la expansión de la burocracia y la extensión o restricción del poder del presidente en ella-, b) la globalización de los asuntos políticos en el panorama internacional, c) la democratización y comunicación política moderna.

Define el primero como la expansión de la burocracia y la especialización de las tareas de gobierno. Con el crecimiento de la burocracia, la tarea de ejecutar la ley se convirtió también en algo mucho más complejo, cuyo componente ejecutivo, que el presidente dirige, crece en tamaño y poder. La segunda fuerza corresponde a la creciente importancia de la interacción de naciones. Los conflictos han dejado de ocurrir sólo entre países vecinos y ahora se desarrollan en ámbitos y con consecuencias globales. Las decisiones que rigen estas interacciones se encuentran en manos del ejecutivo, que en sistemas presidenciales cumple la función de jefe de Estado y puede disponer de estas facultades como desee. La tercera fuerza concibe al mundo como un espacio virtualmente democrático en el cual el presidencialismo puede debilitar el constitucionalismo. Al reforzarse, debido a los medios de comunicación electrónico, los lazos entre población y gobierno, se cae en la personalización del presidente, quien puede argüir que la legitimidad que la democracia le confiere también le permite superar las restricciones impuestas por la constitución del país y deriva en la concepción de gobierno y presidente como una misma entidad.

Estos tres argumentos permiten comprender fácilmente cuáles son las características de este tipo de sistemas. El método para analizar los casos es sencillo. El autor hace un recorrido cronológico de la historia intelectual del ejecutivo desde la concepción aristotélica del gobierno constitucional, cuyo poder ejecutivo se encontraba en los magistrados; menciona las ideas de Maquiavelo en El príncipe y resume brevemente las aportaciones de Locke y Montesquieu, que pretendían limitar el poder arbitrario y fortalecer la legislatura, hasta culminar en 1787 con el diseño institucional de la presidencia estadounidense que, según el autor, influyó para que décadas después se establecieran modelos similares en África y América Latina.

De manera elocuente, Mezey enumera las variaciones del presidencialismo en distintos países, las restricciones constitucionales a las que ha sido sometido el ejecutivo para disminuir las facultades unilaterales y los elementos que permiten al presidente ejecutar sus decisiones como jefe de Estado. Aunque el ensayo en sí ofrece una visión clara del presidencialismo en la actualidad y sus características, la obra de Mezey tiene varios puntos débiles.

En primer lugar, el autor señala constantemente cómo el poder del presidente se expande y constriñe, cómo aumenta mientras más globalizado se encuentra y cómo la concepción de los alcances de ese poder ha evolucionado con el tiempo; sin embargo, en ninguna parte del libro proporciona una definición de poder. En ese sentido, el concepto se ve relegado al criterio del lector y lo que entienda por la palabra. No queda claro si Mezey se refiere a poder en términos de Steven Lukes1 como la capacidad de obligar a otros a hacer algo que de otra manera no harían, o de Arendt, quien concebía el poder como una concesión que el pueblo otorgaba y que podía ser revocada en cualquier momento. Esta falta de definición representa un problema grave, sobre todo por ser éste el concepto principal que analiza como factor del presidencialismo. Sabemos que se expande y limita el poder del presidente, pero no sabemos para qué es ese poder o en qué ámbito lo posee.

El argumento de los peligros de un presidencialismo que derive en un híper presidencialismo aparece reiteradamente en el desarrollo del libro. Según el autor, el presidencialismo es un continuo que, dependiendo de los límites o libertades del poder o del presidente, puede derivar en autoritarismo. Esta visión contrasta claramente con la desarrollada por Juan J. Linz, quien sostenía lo contrario: que el autoritarismo no formaba parte de un continuo, sino que era una esfera de gobierno separada del totalitarismo y la democracia.2 El argumento de un presidencialismo -el cual posteriormente se convertiría en autoritarismo- sería válido si Mezey ahondara más en él, pero le dedica sólo dos páginas, que no explican por qué insiste en llamarlo continuo y no un fenómeno particular y se limita a resumir, nuevamente, qué factores transforman al presidencialismo en un gobierno constreñido o a la inversa.

Ahora bien, hay algunos académicos que centran el estudio no en quien ostenta el poder, sino en quienes están subordinados a él. Tal es el caso de Bárbara Kellerman, quien concede importancia, quizás mayor, a los seguidores3 como factores esenciales del éxito del líder. Sería interesante que Mezey profundizara sobre las características del presidente como líder y no sólo como poder con ciertas facultades, pues aunque reconoce la personalización del jefe del ejecutivo según la concepción weberiana del carisma político, Mezey parece evadir el tema y no ofrece argumento más allá de ésta personalización como resultado de la expansión de los medios masivos de comunicación. Éste es un punto indispensable de la figura presidencial que queda apartado del resto del estudio y al cual sólo se refiere vagamente.

La tercera crítica al ensayo de Mezey está orientada a la metodología. Es cierto que la selección de casos para el estudio tenía que hacerse con base en la variable dependiente, ya que no todos los países del mundo se encuentran bajo un sistema de gobierno presidencial y una selección aleatoria habría significado un problema, Mezey, consciente de tal desventaja, empieza comparando tres naciones: Francia, Bolivia y Estados Unidos durante los gobiernos de Nicolas Sarkozy, Evo Morales y Barack Obama, respectivamente. No obstante, conforme se adentra en el argumento del ensayo parece perder de vista los casos seleccionados y recurre a diversos ejemplos de otras partes del mundo como América Latina, Sudáfrica y Europa, lo cual resta uniformidad al estudio y no permite generalizar a partir de sus observaciones.

El trabajo de Mezey bien podría haberse limitado a los tres casos que presentó al principio de la obra, pues sus hipótesis no son demasiado complejas, pero al continuar añadiendo naciones el estudio pierde rigor y se remite a realizar una enumeración de particularidades constitucionales a las que aplica las características generales del presidencialismo. Por ejemplo, al referirse a las herramientas constitucionales que limitan el poder del presidente, Mezey alude a los vetos, decretos y actas presidenciales como mecanismos para apelar a las decisiones del Congreso, mas no se apega a los casos de Francia, Bolivia y Estados Unidos como el primer capítulo parecía sugerir, sino que toma ejemplos de México, Argentina e incluso Europa para sostener el argumento, restando rigor a su trabajo.

En general, el libro es una obra ambiciosa. En virtud a que el lenguaje no es demasiado especializado, la lectura se vuelve accesible y casi para cualquier público. Es un ensayo que, de manera clara y sistemática, recoge las características del presidencialismo en tiempos modernos y las presenta con ejemplos sencillos y empíricos. A pesar de que el método es completamente cualitativo y tiene sus limitaciones, no le resta importancia a la obra, buena opción para quien busca acercarse por primera vez a la estructura y funcionamiento de los sistemas presidenciales. El trabajo de Mezey logra capturar bien la esencia del jefe del ejecutivo y el papel que desempeña en el espectro político así como en relación con los ciudadanos y las políticas públicas, y es, sin duda, un esfuerzo por proponer nuevos argumentos a los debates sobre poder y su ejercicio en los regímenes contemporáneos.

1A Radical View, Londres, Macmillan Inc., 1974.

2"An Authoritarian Regime: Spain", en Eric Allardt y Stein Rokkart (eds.), Mass Politics: Studies in Political Sociology, Nueva York, Free, 1970, pp. 251-283.

3"Barbara Kellerman and the Leadership Industry", entrevista de Ross Volckmann, Integral Leadership Review, 2012, núm. 3, pp. 1-9.

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