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Estudios de cultura náhuatl

versión impresa ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.46  Ciudad de México jul./dic. 2013

 

Reseñas bibliográficas

 

Sara Ladrón de Guevara et al., Culturas del Golfo

 

Eduardo Matos Moctezuma

 

Milán, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Jacabook, 2012

 

Primero unas palabras acerca de la colección que hoy se engalana con el libro Culturas del Golfo, coordinado por Sara Ladrón de Guevara. Esta serie surgió por el interés mostrado por Sante Bagnoli, reconocido editor italiano que dirige la editorial Jacabook de Milán, y el doctor Román Piña Chán, maestro de varias generaciones de estudiosos del México prehispánico. El primer volumen publicado en 1989 del Corpus Precolombino, nombre que se le asignó a la serie, fue Los olmecas, de Román Piña Chán. Esto nos lo recueran, 25 años después, las palabras introductorias de Sara en el libro que ahora reseñamos cuando dice "Los estudios acerca de la historia precolombina de Mesoamérica suelen comenzar por explicar, definir y describir a la cultura olmeca" (p. 6). Sin embargo, después del comienzo de aquel corpus, Piña Chán ya no pudo continuar al frente de la misma y tuve la enorme responsabilidad de asumir la coordinación. Hasta el momento, se han publicado 14 títulos, algunos escritos por varios autores –como es el caso que nos ocupa– que no sólo atienden al mundo mesoamericano, sino que ha rebasado las fronteras de la superárea para adentrarse en otras latitudes. Es así como se pusieron al alcance del público temas que abarcan culturas como la Anasazi o regiones como los Andes. Hoy, celebremos este primer cuarto de siglo con un recuerdo a Román Piña Chán y con la publicación de Culturas del Golfo, en la que participan especialistas que son, al decir de la coordinadora, "actores activos de la arqueología veracruzana" (p. 7). Y hay sobradas razones para decirlo. Aquí sólo quiero agregar que cuando invité a Sara a que escribiera el libro, ella me propuso que podrían ser varios autores, lo que vi con agrado. El resultado es un volumen que nos da una amplia visión de una de las regiones fundamentales de Mesoamérica: la Costa del Golfo.

El libro tiene ocho capítulos. El primero de ellos, "Características regionales: el Centro de Veracruz, una cultura única en Mesoamérica", corresponde a Annick Daneels. En él se nos da un panorama de las características propias de la región. La autora comienza hablando de presencias más antiguas que la olmeca, pues los primeros habitantes cazadoresrecolectores también poblaron esta región rica y pródiga en recursos naturales. Algo que hay que destacar de sus palabras es la importancia que da al juego de pelota, del que asevera: "El factor determinante parece ser la creación del ritual de decapitación asociado con el juego de pelota, que dará sentido a la cultura del centro de Veracruz durante el Clásico" (p. 11). Más aún, considera al ritual del juego como "una religión de Estado controlada por la elite" (p. 22). Sobre este tema, cabe señalar lo planteado en 1972 acerca de la relación que existe entre tres elementos íntimamente asociados durante el posclásico: juego de pelota, tzompantli y decapitación (Matos, 1973; 2011). También habría que agregar que el juego de pelota en sí es una de las expresiones de una religión estructurada que veía un universo en movimiento en donde la dualidad tiene un papel preponderante.

Un aspecto con el que no estoy de acuerdo es aquel en el que la autora plantea que al jugador que se sacrificaba era al que ganaba en el juego de pelota. Hay sobradas razones en diversos documentos que muestran lo contrario. Es el caso del Popol-Vuh, donde leemos cómo los gemelos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú pierden en el juego de pelota contra los señores de Xibalbá y son destinados al sacrificio:

Hoy será el fin de vuestros días. Ahora moriréis, seréis destruidos, os haremos pedazos y aquí quedará oculta vuestra memoria. Seréis sacrificados, dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé [...]. En seguida los sacrificaron y los enterraron en el Puchal-Chah, así llamado. Antes de enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunapú [...] (Popol-Vuh, 1971: 57).

Entre los mexicas tenemos el muy conocido mito de la lucha entre Huitzilopochtli y Coyolxauhqui y sus hermanos, que se lleva a cabo en el interior del juego de pelota. Fray Diego Durán relata que en el juego de pelota de los dioses (Teotlachco) se enfrentan ambos personajes y finalmente sale triunfante el primero, quien decapita a su hermana conforme al mito. Dice Durán: "venida la mañana, hallaron muertos a los principales movedores de aquella rebelión, juntamente a la señora que dijimos se llamaba Coyolxauh, y a todos abiertos por los pechos y sacados solamente los corazones [...]" (Durán, 1951; 25-26).

Los estudiosos del juego de pelota dicen que la práctica de este ritual simbolizaba una guerra entre opuestos. Al igual que ocurría en el combate, los prisioneros que eran capturados y por ende habían perdido en la guerra eran sacrificados a los dioses, a la vez que revestían el carácter divino de éstos y sus corazones servían de alimento al Sol para que no detuviera su andar, lo que contradice lo que piensa esta autora en el sentido de "¡Un dios no estaría dispuesto a tal sacrificio a favor de un perdedor! Por eso parece probable que el sacrificado sea el ganador y no el perdedor, como parecería más lógico desde la perspectiva occidental" (p. 19). Recordemos que la "perspectiva occidental" difiere en mucho del pensamiento indígena.

Finaliza el capítulo con una interesante proposición de las formas de organización regional y del papel que el Estado juega en todas ellas, haciendo ver la diversidad que se presenta en relación al mismo.

El capítulo II lleva por título "Los Olmecas: sus predecesores y sucesores" y correspondió escribirlo a Roberto Lunagómez. En él, Lunagómez nos da un panorama bastante amplio de lo que fueron los olmecas, comenzando con el medio ambiente de sus lugares de asentamiento y el aprovechamiento que hicieron del mismo. De igual manera se refiere a los predecesores, denominados preolmecas, asentados desde momentos muy tempranos (4000 a.C.) cerca de pantanos y ríos en caseríos o campamentos semipermanentes que aprovecharon para su explotación. No deja de ser asombroso el salto cualitativo que va a ocurrir cuando hacia el año 1200 a.C., surjan los primeros asentamientos con carácter urbano como San Lorenzo (1200-900 a.C.). Parte destacada del capítulo es aquella que nos habla, precisamente, de la secuencia cronológica que se dio en el control que ejercieron diversas ciudades olmecas a lo largo del tiempo. Así lo expresa el autor: "Fue así como el sitio de San Lorenzo se convirtió en el nodo principal de la región que utilizó la ideología para promover sus intereses económicos y políticos de control en la cuenca del río Coatzacoalcos y posiblemente en otras regiones vecinas" (p. 40).

A continuación plantea cómo correspondió a La Venta, en Tabasco, convertirse en la sucesora de San Lorenzo en lo que al control de su propia región se refiere. Nos dice el autor:

Cuando el centro regional olmeca de San Lorenzo y los sitios en su hinterland inmediato empezaron a perder su importancia, alrededor del año 900 a.C., La Venta, Tabasco, asentada sobre una isla rodeada de pantanos, creció en tamaño e incorporó otros sitios cercanos y distantes dentro de su esfera de poder, como Arroyo Pesquero, Los Soldados y Arroyo Sonso, en Veracruz; La Encrucijada, Tabasco, y San Isidro, Malpaso, Chiapas, entre otros (p. 40).

La subsistencia del sitio ha sido interpretada de diferentes maneras. Así, Lunagómez menciona las ideas de Drucker y Heizer en relación a que las tierras elevadas del río Tonalá, especialmente las del lado oeste, fueron básicas para el cultivo del maíz. Por otra parte, plantea lo dicho por otros estudiosos como Acosta, Coe y Diehl, en el sentido de que el sostenimiento de los habitantes de La Venta se basó en la producción agrícola del maíz en zonas bajas húmedas y pantanosas de gran fertilidad pero susceptibles de que se perdieran los cultivos.

Después del auge de La Venta, otros sitios van a cobrar importancia regional. Tal es el caso de Tres Zapotes, que con una larga ocupación logró alcanzar el estatus de centro rector. De ella proviene la Estela C que, aunque rota en dos partes, nos da la fecha más temprana de 32 a.C. Ya para esos momentos, y poco antes, se había dado un proceso de regionalización en el que los sitios mayores como Cerro de las Mesas y Tres Zapotes, dominaron su área inmediata como áreas rectoras o "zonas capitales", como las llamó Stark.

Después de este panorama, el autor atiende lo concerniente a los grupos que sucedieron a los olmecas durante los periodos posteriores. Destaca la presencia de la fase Villa Alta de San Lorenzo Tenochtitlan (600-1100 d.C.), durante la cual ya no vemos interés en el labrado de monumentos en roca pero se advierte en el sur de Veracruz la presencia de montículos hechos de tierra apisonada que forman plazas. En ocasiones existen dos montículos paralelos alargados que se han interpretado como canchas para el juego de pelota. No se conoce a ciencia cierta la etnia ni la lengua de estos grupos, pues, como asienta el autor, "no tiene sus raíces directas en la ocupación olmeca" (p. 50).

Para terminar, sólo añadiré lo que dice Beatriz de la Fuente en uno de sus muchos trabajos sobre los olmecas: "El universo plástico olmeca del primer milenio antes de Cristo está [...] en el umbral de los conocimientos del hombre cercano al siglo XXI" (De la Fuente, 2004:40).

Lourdes Budar nos ofrece en su escrito titulado "Los Tuxtlas, el Tlalocan terrenal" las razones por las que se refiere a esta región con tal nombre: "si existe un paraíso terrenal –nos dice– indudablemente estaría en los Tuxtlas, no sólo por la exuberancia sino por la abundancia de agua y vegetación" (p. 54). En efecto, además de las fuertes lluvias tenemos nueve tipos de vegetación en la región. A esto agrega lo que nos muestra la etnografía actual en donde vemos serpientes que cuidan el agua, chaneques, sirenas que lloran en una laguna y otras expresiones de pensamiento que enriquecen las prácticas cotidianas de sus habitantes actuales. En relación a la presencia arqueológica, muestras de polen indican la fecha del año 2300 a.C., de grupos precerámicos dedicados a la recolección, caza y pesca alrededor de la laguna. Sin embargo, con seguridad es entre 1200-900 a.C., en el sitio La Joya, en donde vemos posibles relaciones con el centro y sur de la Costa del Golfo a través de sus figurillas, cerámica y artefactos. Años más tarde, La Joya muestra rasgos de ser un importante centro económico con una organización compleja y estratificada de asentamientos menores. También hay evidencias de esculturas olmecas del preclásico tardío (400 a.C.-200 d.C.).

La autora nos va dando la evolución de la región y pone atención en un fenómeno ocurrido hacia los años 100-300 d.C., consistente en la erupción del volcán San Martín Tuxtla, lo que ocasionó reacomodos poblacionales en el lugar. Surgen nuevos centros políticos y se va a dar una relación con otras áreas mesoamericanas. Interesante resulta el planeamiento de Santley y Arnold en el sentido de que, hacia el año 300 d.C., en Teotihuacan ocurren acontecimientos notorios en el Templo de Quetzalcóatl en la Ciudadela, lo que produjo, quizá, el desplazamiento de un sector de la población de la gran urbe hacia Los Tuxtlas, con el surgimiento de Matacapan. La importancia de este centro vino a menos por la competencia con otro sitio importante, Ranchoapan, que se convierte en el mayor importador de obsidiana, lo que provoca que Matacapan se fragmentara en varios centros menores. Hacia el posclásico pocos son los datos que existen para establecer una cronología, pero hay presencia de materiales del centro de México y concretamente mexicas, además de tener el dato de que el señorío de Toztlan remitía tributo a Moctezuma I de hule, cacao, plumas, jade y turquesa.

El capítulo siguiente corresponde a la pluma de Sara Ladrón de Guevara y se intitula "La Mixtequilla: hombres de piedra, mujeres de barro". Dos tradiciones consecutivas destacan en esta región: por un lado, la más antigua que presenta estelas pétreas en las que por lo general se representa a un personaje acompañado de fechas en cuenta larga o corta. Estos gobernantes, pues se piensa que ellos son los allí representados, portan atavíos que hacen pensar a la autora que pueden ser símbolos de poder: cinturón con hebilla en forma de flor; una larga cauda que cae en la espalda y el rostro de los personajes suele estar en parte oculto por una máscara bucal. Y agrega: "A su lado suele estar registrada una fecha que seguramente celebraba su ascensión al poder, como después habrá de suceder en las inscripciones mayas" (p. 81). Estas fechas indican los años 468, 528 y 533 correspondientes a las estelas 6, 5 y 8 respectivamente del sitio de Cerro de las Mesas, lugar por excelencia con estas características. Cerca de 160 montículos de tipo ceremonial y habitacional han sido localizados en el lugar edificados en elevaciones para evitar las inundaciones temporales. Así describe Ladrón de Guevara la importancia del lugar:

Se trataba sin duda de un centro rector de sitios subsidiarios más pequeños en la región. Su arquitectura compleja muestra construcciones de tierra que funcionaban como plataformas para sostener templos, edificios administrativos y palacios que habrían sido construidos con materiales perecederos (p. 77).

Otros sitios muestran también la tradición de las estelas como es el caso de La Mojarra. Se trata de una sola pieza pero de enorme importancia, según se colige de lo que los estudiosos han interpretado de la misma, pues tiene 611 glifos que nos dicen de una escritura que antecede a la maya y, como dice Sara, comparte con ésta el preciso sistema de registro del tiempo. Otro monumento es la estela del Papaloapan, labrada por sus cuatro lados, en los que vemos algo relevante: el sacrificio por decapitación que después veremos repetido de múltiples maneras y en diferentes expresiones.

La segunda tradición, la de esculturas cerámicas, se da dentro del clásico y la vemos presente de manera sorprendente en El Zapotal y en otros sitios como El Cocuite y Dicha Tuerta, aunque en este último sitio las figuras son de menor calidad. El Zapotal se distingue no solo por la gran calidad de sus figuras, sino por todo el complejo encontrado que guarda estrecha relación con el culto al señor del inframundo y a las mujeres muertas en parto. Desde el principio de la excavación realizado por Manuel Torres y sus colaboradores, se vio la importancia que tenía lo encontrado. La mayor parte del capítulo lo dedica la autora a describir todo el contexto y no es para menos, pues a mi juicio se trata de uno de los hallazgos más relevantes realizado en esta región, no solo por la calidad estética de las figuras hechas en cerámica, de las que podría decirse que son únicas en su género y que mucho nos dicen del alto grado de perfección alcanzado por los alfareros anónimos que las elaboraron, sino que son portadoras de toda una cosmovisión relacionada con el transcurso del sol por el firmamento para finalmente ir al mundo de los muertos. Allí está la figura del Señor del inframundo, sentado, y la procesión de cihuateteos que muestran los rasgos propios de las mujeres muertas en parto y que se les destina ir a acompañar al sol del mediodía al ocaso. Llevan los ojos cerrados; entonan cantos y como guerreras en ocasiones llevan escudo como es el caso de la figura encontrada en Dicha Tuerta. Las figuras humanas se suceden unas a otras: allí está el hombre sentado con círculos de Tláloc en los ojos; los gemelos que cargan una urna; la cantidad de silbatos y flautas de barro. He dejado para el final las caritas sonrientes hechas en molde, con esa expresión que Octavio Paz, Francisco Beverido y Alfonso Medellín inmortalizaran en el libro La Magia de la risa. Por su parte, Sara Ladrón de Guevara las inserta en el ámbito universal y nos dice: "La representación de la risa en la historia del arte universal es un fenómeno escaso y Mesoamérica no es la excepción". Pero la regla se rompe y allí están estas caras que, junto con toda la escena de El Zapotal, lleva a la autora a sintetizar así el significado de este encuentro con la muerte:

Además, el hecho de acompañar esta vasija única un entierro de un hombre y una mujer, ratifica el mensaje plasmado que equilibra la posición de los elementos masculino-femenino, este-oeste, día-noche, dualidad que sintetiza el discurso de la cosmovisión mesoamericana y que se plasmó con dramatismo en la arquitectura, la escultura y la cerámica de este excepcional sitio (p.101).

El capítulo V lo escribe Annick Daneels y se refiere al "Centro de Veracruz, zona semiárida y cultura Remojadas". Una vez más y como vemos a lo largo del libro, son muy marcadas las diferencias orográficas y climáticas de toda la región estudiada. Daneels describe con toda claridad las diferencias del Centro de Veracruz. Sin embargo, lo más interesante es la visión que nos da de esta área y la importancia arqueológica que tuvo en el pasado y también con Mesoamérica, tema este último que atiende en la parte final de su escrito. Para empezar, la autora trata acerca de dos aspectos importantes: por un lado, el concepto de cultura Remojadas acuñado por Alfonso Medellín allá por 1952 y en años subsecuentes unido a la estratigrafía planteada. En palabras de Daneels:

El más antiguo, llamado Remojadas Inferior, ahora se entiende como un complejo de la fase Protoclásica, que tiene una distribución desde el piedemonte norte de la Sierra de Chiconquiaco, en Viejón, hasta Macuiltépetl y Yerbabuena en los flancos de la sierra, y hasta Amatlán y Cerro de las Mesas en la cuenca del río Blanco al sur; o sea, un área más extensa y ecológicamente diversa que la zona semiárida (p. 105).

En cuanto al segundo complejo denominado Remojadas Superior (dividida en Superior I o Clásico temprano, ubicado entre 100 a.C. a 400 d.C., y Superior II o Clásico tardío entre 400 y 900 d.C.), Annick hace ver que los elementos diagnósticos que reporta no ocurren en el territorio o se dan fuera de él.

El otro aspecto es la crítica al planteamiento de Sanders, quien a partir de sus recorridos por el Cotaxtla, dice que no existen desarrollos estatales basados en agricultura de roza y quema. Esto queda descartado, a juicio de la autora, por recorridos en los años ochenta que indican otra cosa. En ambos casos, los planteamientos de Medellín para Remojadas y los de Sanders ya citados, nos llevan a la reflexión de que aquellas ideas que en un momento dado prevalecen están sujetas a cambio por nuevas investigaciones que vienen a enriquecer el panorama arqueológico. Es, simplemente, el proceso normal de la ciencia: lo que hoy es, mañana deja de ser...

El artículo continúa con una detallada descripción de las características propias de la región y acude al análisis de la arquitectura y la organización política. Hace ver cómo hacia el Preclásico Superior y el Protoclásico ya existían en sitios como La Joya espacios palaciegos circundados por una plataforma a la manera como se ven en Teotihuacan alrededor de la Pirámide del Sol y en la Ciudadela, y más tarde en el Templo Mayor de Tenochtitlan. He estudiado estos espacios cerrados, de acceso restringido, que en un momento dado jugaron el papel de "centros del universo" en estas ciudades. Sobre el palacio de La Joya dice Daneels: "En su interior tenía basamentos de función residencial y ritual, cuyo acceso y uso estaba restringido, a diferencia de la plaza abierta. Desde la plaza era imposible ver lo que pasaba dentro del espacio" (p. 108).

Como dijimos antes, la última parte la dedica la autora para hablar acerca de las relaciones del área Centro-Sur con otras culturas mesoamericanas. Destaca aquí la idea, planteada desde Seler, García Payón y Medellín Zenil, de la influencia de esta región en Teotihuacan, misma que parece confirmarse a raíz de nuevos trabajos. Finalmente, las palabras siguientes nos dicen de la manera en que el área interactúa con otras partes de Mesoamérica:

Así es posible observar que para el Clásico tardío, mientras el conjunto de Centro-Sur sigue el patrón tradicional desde el inicio de la era, sin abrirse a novedades, la estrecha franja meridional a lo largo del río Blanco se reorienta e integra al dinámico eje de interacción comercial e ideológico que liga el gran apogeo del mundo maya con las nuevas capitales epiclásicas del Altiplano (p. 133).

Corresponde a Yamile Lira López darnos el panorama arqueológico de otra región veracruzana de suyo importante. Con el nombre de "Maltrata, un valle intermontano en las tierras altas del Centro de Veracruz", la autora conforma el capítulo VI, en donde va analizando la ocupación del lugar desde épocas muy tempranas hasta nuestros días. Lo anterior se ha logrado gracias a la colaboración entre el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y el Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana. Así, la "cultura Maltrata" tiene un lugar estratégico por ser un punto intermedio para el cruce de la sierra desde el Preclásico medio, entre la parte Centro-Sur de Veracruz y el Altiplano Central de México. Lo anterior sirvió, como señala Yamile, para permitir "el constante comercio e intercambio entre la Costa del Golfo y los valles de Puebla-Tlaxcala, la Cuenca de México y la región oaxaqueña, a diferencia de los grandes centros ceremoniales y ciudades cuyo esplendor duró cortos períodos" (p. 137).

Un hallazgo interesante resulta la localización de restos de fauna pleistocénica que puede alcanzar hasta 10 mil años de antigüedad. Su asociación con el hombre no se ha comprobado, pero un proyecto de investigación en este sentido puede arrojar frutos relevantes. Por otra parte, los primeros asentamientos corresponden, según la autora, a cuatro asentamientos principales, los que proporcionaron datos sobre las casas, prácticas mortuorias, cerámica, instrumentos de piedra y hueso y otros más. Ya para el Clásico, Maltrata tiene una posición que, como señala Yamile, fue decisiva para el tránsito comercial que controlaba Teotihuacan: "La ruta de comercio teotihuacana pasa por Maltrata, continúa por el río Blanco y probablemente el Atoyac para alcanzar Matacapan en la región de los Tuxtlas, lugar considerado como un enclave teotihuacano..." (p. 154).

En el Epiclásico y el Posclásico (900-1521 d.C.), diversos grupos llegaron al valle como es el caso de olmecas-xicalancas, toltecas y chichimecas, entre otros. El altépetl de Matlatlan tuvo un papel preponderante y la región de Maltrata fue punto de convergencia entre los valles centrales de Oaxaca, Cholula y el Valle de México. Por cierto, al parecer el nombre náhuatl de Matlatlan (lugar de redes) es representado en la Mapa de Cuauhtinchan por un cerro con una red y de él devino en Maltrata, como hoy se conoce.

"El Tajín, tradición e innovación" es el título del capítulo VII que cierra la visión arqueológica del volumen. Sara Ladrón de Guevara nos da con buena pluma y mejor conocimiento un amplio resumen –valga la contradicción– del proceso de desarrollo de este sitio que tanta importancia tuvo en el México prehispánico. Después de darnos su ubicación y medio ambiente, pasa a situarnos en su cronología que parte de la fase preurbana (600-800 d.C.) y le sigue la de consolidación (800-900 d.C.), momento en que la población rural es tributaria del centro y la arquitectura se define con base en la utilización de nichos entre los tableros y se cubren con cornisas, lo que le da una presencia especial diferente al talud y tableros teotihuacanos. Sin embargo, será en la siguiente fase, la de expansión urbana (900-1100 d.C.), cuando El Tajín alcanza su máximo apogeo con un gobierno centralista que controla otros sitios como Yohualichan y Coatzintla. Hacia el año 1100-1200 d.C., la ciudad viene a menos y es abandonada sin saberse a ciencia cierta las causas. Esta fase se denomina de destrucción, a la que le sigue otra más llamada Pos-Tajín que va de 1200 a 1500 d.C., cercano a la llegada peninsular. El artículo continúa con el análisis de la arquitectura, la escultura, la pintura y la cerámica, además de la enumeración de dioses cuyas imágenes se han encontrado en el lugar. La importancia del juego de pelota es traído a colación y Sara aporta una tercera posición en relación al sacrificio del jugador: se trata –nos dice– de que este individuo que va a morir se designaba antes del juego, ganara o perdiera. Finalmente hace una revisión de la cosmovisión que no difiere mucho de la mesoamericana en general y termina con estas palabras:

A partir de todas estas consideraciones, reconocemos en El Tajín un centro con un discurso gráfico coherente con la cosmovisión mesoamericana, que hereda elementos de los centros culturales principales en Mesoamérica, como las culturas del centro o las de los mayas, pero que también se nutre de ideas y modelos desarrollados en la Costa del Golfo de México desde los inicios de la civilización, desde la formación del urbanismo, desde los primeros registros calendáricos, desde los pequeños cacicazgos, hasta los grandes señoríos organizados como ciudades-Estado (p. 221).

El capítulo VIII y último es una magnífica recopilación que hacen los autores participantes sobre las investigaciones arqueológicas en la Costa del Golfo. Comienza por el área olmeca cuando en 1862 José María Melgar visita la monumental cabeza de Hueyapan hasta los múltiples trabajos que se han realizado en distintos lugares con resultados a todas luces reveladores. De la misma manera se nos dan las investigaciones realizadas en otras regiones como Los Tuxtlas, La Mixtequilla, la zona semiárida central, las Altas Montañas para culminar con El Tajín, lugar reportado en 1785 en la Gaceta de México y al que, dada su importancia, se ha prestado especial presencia en este libro.

Esta reseña nos da una idea aproximada del contenido del libro. Sólo añadiré que Culturas del Golfo pone al alcance de los lectores una visión global pero a la vez detallada regional y cronológica de lo que fue el proceso de desarrollo de esa importante área mesoamericana. Me atrevo a decir que estamos ante el más completo compendio de la arqueología de la Costa del Golfo. Complementan el volumen una amplia bibliografía concentrada al final de la obra y las magníficas fotografías que nos permiten conocer las expresiones, variadas y excelsas, del poder creador de los hombres que habitaron estas tierras y que, sin lugar a dudas, supieron dialogar con los dioses...

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