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Estudios de cultura náhuatl

versión impresa ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.45  Ciudad de México ene./jun. 2013

 

Reseñas bibliográficas

 

Cantares mexicanos, 2 v., edición de Miguel León-Portilla

 

Rodrigo Martínez Baracs

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México/Fideicomiso Teixidor, 2011.

 

Mi amigo el poeta Antonio Deltoro inició el prólogo de su antología México en la poesía mexicana con una frase que desde el principio me desconcertó: "México ha tenido grandes poetas desde antes de la conquista, durante la colonia y en el siglo XIX, pero tuvo que aparecer López Velarde para que nuestra poesía diera el grito de Independencia". Podría uno aceptar, sí, que la poesía mexicana del periodo colonial y del siglo XIX no fue "independiente", pero no sé en qué sentido pueda decirse lo mismo de la poesía prehispánica. Al contrario, era tan independiente que hasta la fecha no alcanzamos a aprehenderla. Ha conservado su independencia, y sus secretos.

Lo curioso es que la más contundente refutación a la implicación de mi amigo estaba, y está, en mi mesa de trabajo, los Cantares mexicanos. La nueva gran edición, tan esperada, coordinada por Miguel León-Portilla, con la participación de un grupo de muy capaces colaboradores, en tres gruesos y bellos volúmenes editados por la UNAM y el Fideicomiso Teixidor, nos da por primera vez la posibilidad de acceder a esta fuente y muestra fundamental de la creatividad lingüística y poética en el México prehispánico. El libro nos permite acercarnos a la compleja visión del mundo predominante, tan ajena a nosotros y sin embargo tan nuestra, y nos permite ver cómo esta poesía filosófica era vivida, interiorizada por la comunidad entera a través del canto, la música y el baile colectivos.

Algunos cantares tienen una temática netamente prehispánica, aunque el manuscrito que se conserva, de finales del siglo XVI, incluye en estos cantares algunas interpolaciones cristianas: Dios, Santa María, el obispo, los ángeles. Otros cantares fueron compuestos en el curso del siglo XVI y se refieren a la conquista militar, la cristianización y otros episodios, lo cual es una prueba de que la creatividad poética de los poetas y cantantes no se interrumpió con la conquista española.

La importancia de la edición de Miguel León-Portilla de los Cantares mexicanos aumenta si tenemos en cuenta que la publicación y acceso al público de tan importante fuente y monumento fue muy tardado. Aunque varios autores de los siglos XVI y XVII lo conocieron y utilizaron (recuérdense los juguetones "tocotines" de Sor Juana), fue olvidado durante el siglo XVIII y el XIX, hasta que en 1895 José María Vigil anunció su descubrimiento en la Biblioteca de la antigua Universidad (y hoy se conserva en la Biblioteca Nacional, que resguarda la Universidad Nacional). Miguel León-Portilla refiere con precisa y oportuna erudición cada una de las ediciones y traducciones que se hicieron, todas ellas imperfectas, incompletas y, sobre todo, inaccesibles.

La difusión de los Cantares mexicanos aumentó con las diversas publicaciones del padre Ángel María Garibay K., el gran impulsor de la lengua y la cultura náhuatl durante el segundo tercio del siglo XX, hasta su fallecimiento en 1967. Aparte de diferentes muestras y antologías de poesía prehispánica, una de las grandes realizaciones del padre Garibay fue su gran edición bilingüe, náhuatl y español, que tituló Poesía náhuatl, en tres volúmenes publicados por la UNAM en 1964, 1965 y 1968, dedicado el primero al otro gran manuscrito de poesía náhuatl, los Romances de los señores de la Nueva España, que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin, y el segundo y el tercero dedicado a los Cantares mexicanos. El aporte de Garibay fue grande, pero la traducción no siempre es segura y no es una publicación completa ni crítica de los dos manuscritos, que fueron reordenados, dispuestos en versos y depurados de las referencias e interpolaciones cristianas que contienen, con el objeto de presentar ante el lector una idea de lo que fue la Poesía náhuatl prehispánica.

Entre los discípulos del padre Garibay sin duda el más notable es Miguel León-Portilla, quien bajo la guía del maestro aprendió la lengua náhuatl y estudió con amplitud y gran capacidad de percepción los códices y las grandes obras nahuas antiguas, particularmente los Cantares mexicanos, para producir algunos de sus grandes libros como La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, de 1956, Visión de los vencidos, de 1959, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, de 1961, y Trece poetas del mundo azteca, de 1967.

Miguel León-Portilla calculó que en Poesía náhuatl y otras publicaciones el padre Garibay tradujo alrededor del setenta por ciento del total de los Cantares mexicanos. Por ello León-Portilla fue el primero en reconocer la necesidad de elaborar una edición completa y más rigurosa, y puede decirse que este fue su empeño durante los siguientes cincuenta años de su vida. Se tardó debido a la dificultad y complejidad de la tarea y a la realización de varios otros igualmente imprescindibles menesteres. El manuscrito de los Cantares mexicanos es extenso (85 fojas r y v) y está escrito en un náhuatl difícil, simbólico, con largas palabras aglutinantes, e intercaladas con interjecciones de ritmo y canto, no sólo entre las palabras sino también dentro de ellas.

El orgullo se nos picó a los mexicanos cuando en 1985 un investigador estadunidense, John Bierhorst, publicó una edición crítica y bilingüe (náhuatl e inglés), en dos gruesos volúmenes, de los Cantares mexicanos. Lamentablemente, expertos de renombre como el mismo Miguel León-Portilla y James Lockhart se dieron cuenta de que, si bien se trata de un aporte muy valioso, por la transcripción del texto original náhuatl de los Cantares mexicanos, correcta y por primera vez completa, y por los útiles aditamentos gramaticales, la traducción misma tiene serios problemas. Sucedió que, antes de interesarse por la lengua náhuatl, Bierhorst era experto en la mitología de los "indios pieles rojas" de Estados Unidos, y leyó el lenguaje florido de los nahuas como si fueran canciones de espíritus (ghost songs) escritas en el siglo XVI con un espíritu nativista subversivo y en un lenguaje cifrado, en el que se invoca a los bravos guerreros del pasado para que vengan a matar a los españoles.

La traducción de Bierhorst sin duda es intrincada (por ejemplo, a Cuauhtémoc le llama "Eagle-Going-Down"), pero fue utilizada con provecho y espíritu crítico por los estudiosos, junto con el estudio preliminar, la segunda transcripción, analítica y el diccionario y concordancia. Pero, conscientes de los problemas de la edición mexicana de Garibay y de la estadunidense de Bierhorst, se fortaleció la percepción de la necesidad de contar con una gran edición confiable y mexicana de los Cantares mexicanos, sobre todo para salvar la separación entre los lectores y esta expresión compleja y profunda de la visión del mundo prehispánica.

Las críticas severas de León-Portilla y Lockhart consiguieron descalificar la lectura nativista de los Cantares mexicanos hecha por Bierhorst, pero no disiparon su crítica a la visión del padre Garibay sobre la presencia en ellos de una poesía prehispánica. Contra esta visión, Bierhorst destacó que los Cantares mexicanos fueron escritos en el siglo XVI, con la perspectiva propia de los conflictos de ese siglo, y no se pueden tomar de manera inmediata como base para la reconstrucción de una poesía prehispánica y de poetas particulares. Además, destacó Bierhorst, los Cantares mexicanos no son poemas, sino cantares, destinados a ser cantados y bailados con acompañamiento instrumental durante las fiestas del calendario en ceremonias organizadas por la teocracia militarista.

Esta situación de escepticismo y orfandad perduró varios años respecto al más importante legado poético del México prehispánico, hasta que por fin, en 2011, apareció la edición dirigida por Miguel León-Portilla de los Cantares mexicanos, que cumple plenamente con las expectativas y necesidades para que no solamente los expertos sino todos las personas cultas los puedan disfrutar, aprovechar y comenzar a entender.

Mencioné que los Cantares mexicanos son una prueba contundente de la existencia de una tradición poética prehispánica que se mantuvo viva durante décadas después de la conquista española. Esto se puede apreciar a través del magnífico trabajo de transcripción, traducción y anotación realizado por Miguel León-Portilla, con la ayuda de los nahuatlatos Librado Silva Galeana, Francisco Morales Baranda y Salvador Reyes Equiguas, que abarca dos gruesos tomos de la bella edición. A ellos debe agregarse la edición facsimilar, realizada en 1994 por Miguel León-Portilla y José G. Moreno de Alba, del manuscrito original de los Cantares mexicanos, el Manuscrito 1628 bis de la Biblioteca Nacional, que incluye además varios otros textos producidos por el grupo de investigación y de cristianización de fray Bernardino de Sahagún (que forman parte igualmente del proyecto de edición de los Cantares mexicanos).

Debe destacarse la decisión de Miguel León-Portilla de respetar escrupulosamente el texto original, pero disponiéndolo en forma de versos, tanto en la transcripción como en la traducción. El objetivo es facilitar el acceso del lector a un texto poético y filosófico difícil, que esconde muchas bellezas y verdades sobre lo que fuimos y sobre lo que somos. León-Portilla y su equipo lo logran plenamente, pues el lector dotado de un conocimiento elemental de la lengua náhuatl consigue, gracias a la disposición del texto en versos, comenzar a entender las complejas formas aglutinantes de las palabras-frase nahuas, intercaladas con exclamaciones ("ya", " ohuaya"). Ahora se puede leer la poesía náhuatl como verdadera poesía, dotada de una muy expresiva concisión. Y con la tremenda fuerza de provenir, realmente, de otro mundo, marcado por el sacrificio y la guerra necesarios para alimentar con sangre a los dioses y las diosas, con una correspondiente conciencia de la brevedad de la vida y de sus goces, y fuertes interrogantes sobre lo que sucede después de la vida.

Con la disposición en versos del texto de los Cantares mexicanos (como lo hizo también en sus traducciones de los Colloquios de los Doce, de 1564, y del Nican mopohua guadalupano, de 1649), Miguel León-Portilla consiguió, además, transformar estos textos en magníficos instrumentos didácticos, que deberían aprovecharse mucho más para extender el conocimiento de la lengua náhuatl. No olvidemos que el título de Cantares mexicanos es original y significa literalmente "cantares en lengua mexicana", pues así se designaba en el siglo XVI a la lengua náhuatl.

La traducción, escribe Miguel León-Portilla, busca "ofrecer un sentido literal, más que una pretendida elegancia literaria, a la vez que se ha evitado violentar la lengua receptora, en este caso la expresión castellana". El resultado, gracias a su conocimiento de la lengua náhuatl y del manuscrito de los Cantares mexicanos y al apoyo de sus colaboradores, es un texto de clara belleza, que realmente consigue "turning darkness into light".

El lector acucioso irá descubriendo problemas y diferentes opciones de traducción, pues se trata de un texto difícil, con significados fluctuantes y plurivalentes. Lo importante es que el lector dispone para normar su juicio de la transcripción original en náhuatl, de concisas y útiles notas al texto náhuatl y al texto español, de la edición facsimilar de 1994 y ahora una edición fotográfica en Internet. Además de los instrumentos gramaticales de Bierhorst, que deben seguir aprovechándose.

No dudo de que en el futuro se seguirán intentando diversas traducciones parciales y aun totales de los Cantares, como toda gran obra literaria lo merece. Pero, de cualquier manera, debe tenerse claro que la verdadera poesía de los Cantares mexicanos no está ni puede estar en la traducción, por muy buena que sea, sino en la versión original en náhuatl. Esta dimensión es la que la nueva edición restituye. Es un servicio que la poesía rinde a la historia, y la historia a la poesía.

El primer tomo de la edición, con los estudios introductorios, está dedicado "A la memoria de Ángel María Garibay K.", y la reivindica plenamente mediante una presentación amplia, objetiva, rigurosa y serena del manuscrito de los Cantares mexicanos. Guadalupe Curiel Defossé, coordinadora técnica del proyecto de edición, entendió con fina percepción su significado:

Podemos afirmar, sin riesgo alguno, que los Cantares son fiel registro de la atmósfera cultural imperante en la entonces joven Nueva España, en la que fluían aún los aires ancestrales de Ehécatl, entretejiéndose con los de Céfiro, perfilando un retrato de dos rostros. Los autores de los Cantares se inspiraron en el nacimiento ritual del canto para expresar la aparición de Tloque Nahuaque, en un jardín florido y simultáneamente en el nacimiento de Cristo. De esa magnitud es la riqueza de su contenido y su significado cultural.

Está aquí formulada una idea central de todo el proyecto: la de ubicar los Cantares mexicanos y los demás textos del Manuscrito 1628 bis de la Biblioteca Nacional de México, en los contextos del siglo XVI en los cuales fueron producidos y transcritos en lengua náhuatl por los colaboradores nahuas de fray Bernardino de Sahagún.

Para fechar el manuscrito, Miguel León-Portilla analizó la ortografía del texto náhuatl y encontró una combinación del uso de la ortografía franciscana, que marca el saltillo con una h, con la ortografía jesuítica, que lo marca con un acento, además de las sílabas largas. Ahora bien, las normas ortográficas jesuíticas, presentes, aunque no predominantes, en el manuscrito, son prueba de que la versión que conocemos de los Cantares mexicanos es posterior a 1595, cuando el jesuita Antonio del Rincón publicó su Arte mexicana, gramática del náhuatl que introdujo muchas de estas normas ortográficas.

Por su parte, Ascensión Hernández de León-Portilla y Liborio Villagómez realizaron un acucioso y extenso "Estudio codicológico del manuscrito": proveniencia, papel y marcas de agua, relación entre la filigrana y el texto, tipos de escritura, caja de escritura, con la descripción de cada una de sus hojas. Este análisis los condujo a fechar la transcripción del manuscrito final de los Cantares a finales del siglo XVI. Pero, de cualquier manera varias fechas mencionadas en el manuscrito y otras evidencias, internas y externas de los Cantares, indican que comenzaron a ser compilados hacia 1550 en "el scriptorium de Santa Cruz de Tlatelolco" dirigido por Sahagún, junto varios otros trabajos de compilación de la memoria oral de los mexicanos.

Es de advertirse que los Cantares mexicanos no encontraran cabida en los doce libros de la gran Historia general de las cosas de la Nueva España (Códices matritenses, 1558-1571, y Códice florentino, 1575-1579) coordinada por Sahagún, y se haya transcrito a finales del siglo XVI, acaso como fuente para el estudio de la lengua mexicana por los jesuitas. La lingüística jesuita novohispana culminó con el Arte de la lengua mexicana publicada en 1645 por el florentino Horacio Carochi, que incluye varios ejemplos de construcción gramatical tomados de los Cantares mexicanos, como lo advirtió Miguel León-Portilla en su edición facsimilar del Arte publicada en 1979 por la UNAM.

Bien asentada la compilación de los Cantares en la segunda mitad del siglo XVI, León-Portilla en su magnífico y amplio estudio introductorio, encuentra que varios cantares tienen una temática en muy alta medida prehispánica, mientras que otros fueron obviamente compuestos en diferentes circunstancias del siglo XVI. Lo que en su conjunto muestran es, sin lugar a dudas, una tradición prehispánica de composición poética, hecha para ser cantada y bailada por la gente en las fiestas estatales, y que esta tradición poética continuó a lo largo del siglo XVI, y probablemente también, en cierta medida, durante los siglos siguientes. Debe tomarse en cuenta el cambio en el ceremonial religioso que trajo la cristianización forzada por los frailes. Pero la composición poética continuó y mucha gente se sabía de memoria los cantares prehispánicos. A falta ya entonces de ceremonias prehispánicas, se transmitían los cantares en las familias y en los barrios.

Varios cantares tienen al comienzo la indicación de una secuencia musical del huéhuetl, gran tambor vertical, y el teponaztli, madero hueco horizontal con una abertura en forma de letra H mayúscula, con dos lengüetas que se percuten con dos baquetas con puntas de hule. Una de estas indicaciones dice: "Tocotocotiquiti tocotocotiquiti totiquiti totiquiti". Aunque hay diversas conjeturas, todavía no ha sido descifrado este sistema de notación musical.

Es notable que esto que llamamos poesía náhuatl, con hondos sentimientos y reflexiones metafísicas y místicas, eran cantares que la gente se sabía de memoria, cantados en ceremonias estatales teocráticas y militaristas, a veces viendo, oyendo y oliendo sacrificios humanos. Ahora podemos reconsiderar la afirmación de mi amigo Antonio Deltoro: ¿era independiente la poesía prehispánica? Al considerar la organización estatal de las fiestas donde se cantaban y bailaban los Cantares, puede decirse que no lo era, pues era dependiente de una organización, de una ideología y de una propaganda estatal, militarista y sacrificial. Aunque en realidad, la poesía griega con la Iliada o la española con el Cantar de Mío Cid, nacieron en condiciones no menos militaristas y sangrientas.

En un determinado momento de la historia de muchas de las culturas de la humanidad, la religiosidad expresada en danzas colectivas, comunitarias, fue reemplazada por una religiosidad en la que se dejó de bailar, aunque no de cantar en común. Ya no bailan en sus ceremonias los judíos, los cristianos, los musulmanes, los hinduistas y los budistas. Es por esto que uno de los aspectos que conviene tener en cuenta al considerar los múltiples efectos de la conquista española de América, es el paso de una religión en la que se baila a una religión en la que no se baila.

Es cierto que la propensión a la religiosidad bailada se siguió expresando en México en una profusión de procesiones con música y pasos danzados, acompañados por el huehuetl y el teponaztli, las sonajas, las chirimías y los caracoles. Para cristianizar y controlar estas procesiones fray Bernardino de Sahagún escribió la Psalmodia christiana, su único libro impreso, en 1583, pero incorporando en estos cantares cristianos varios fragmentos y mucho del lenguaje de los Cantares mexicanos.

Este es uno de los tantos temas que trata Miguel León-Portilla en su estudio introductorio, ecuánime y bien documentado. Respecto a la organización interna, no lineal, de los cantares, rescata el estudio de Frances Kartunnen y James Lockhart, que reconoce que la mayor parte de los poemas no está construida a base de una jerarquía lineal; es decir, no tiene una línea de desarrollo lógico o narrativo en que cada verso sea el antecesor necesario del siguiente. Al contrario, es como si estuvieran los versos dispuestos alrededor de un centro -un tema, un sentimiento, un personaje, o todo ello junto- con lo cual se relacionen directamente de modo semejante, en vez de relacionarse unos con otros. De manera que el orden de los versos resulta mucho menos importante que su pertenencia al tema común y su distribución simétrica.

En las dos presentaciones que se hicieron de los Cantares mexicanos, en la Sala Nezahualcóyotl y en el Palacio de Minería, significativamente, Miguel León-Portilla recalcó la importancia que tienen los Cantares mexicanos para los mexicanos en estos tiempos tan difíciles. Las dos veces lo dijo, y no creo que se trate de un mero recurso retórico oratorio. De manera profunda, al mostrarnos de manera directa nuestro ser, nuestra manera de concebir la vida, en el México prehispánico y después en los inicios de nuestra cristianización, esto es, en los inicios de nuestro ingreso al mundo occidental, nos da una clave de la difícil y complicada transición en la que nos encontramos. Como dice la placa de la plaza de Tlatelolco: "No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy".

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