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Estudios de cultura náhuatl

Print version ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.43  Ciudad de México Jan./Jun. 2012

 

Reseñas bibliográficas

 

Eduardo Matos Moctezuma, Arqueología del México antiguo

 

por Leonardo López Luján

 

México, Jaca Book/ Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2010, 384 p.

 

En tanto disciplina científica, es innegable que la arqueología que practican actualmente nacionales y extranjeros en México ha alcanzado la madurez plena. En unas cuantas décadas, la capacidad de nuestro gremio para comprender los fenómenos y los procesos sociales del pasado se ha revolucionado. Esto ha sido posible gracias a la existencia de un verdadero ejército de investigadores armado de una tecnología siempre en avance, pertrechado con el incesante mejoramiento metodológico y bien guarnecido en el refinamiento continuo de las perspectivas teóricas. Esta feliz combinación ha propiciado que, día a día, nuestros conocimientos sobre milenios de historia se amplíen a la par de que se profundicen.

Tales logros, empero, no pueden atribuirse solamente a los especialistas que hoy trabajan entreverados de mil maneras para reconstruir las antiguas formas de existencia humana en nuestro país. Debemos reconocer que los avances que experimentamos son, en gran medida, el producto de una larga cadena de colectividades de las cuales nuestra generación no es más que el último eslabón. Por ello, no resulta vano que nos detengamos en forma periódica a reflexionar cuáles son los descubrimientos —materiales e intelectuales, remotos y recientes— que desde el presente resultan más significativos y cómo han incidido en los sucesivos esquemas conceptuales del gremio. Este ejercicio retrospectivo nos permite, con nuestros juicios y nuestros prejuicios, reescribir el largo devenir de la profesión, entender su situación actual y, sobre todo, construir estrategias de acción para el futuro.

Por tales razones, recibimos con gran beneplácito la Arqueología del México antiguo, obra erudita que nos ofrece Eduardo Matos Moctezuma y que es digna sucesora de la Historia de la arqueología en México, publicada ésta en el ya lejano año de 1979 por don Ignacio Bernal. La antigua y la nueva, lo sabemos, son ambiciosas empresas historiográficas que abordan un mismo objeto, a veces desde perspectivas muy semejantes y en ocasiones con puntos de vista disímbolos que son consecuencia lógica del cambio generacional. Como es bien sabido, la Historia de Bernal era hasta el día de hoy la única visión general del quehacer arqueológico en México, por lo que todos los especialistas de esta materia que estamos en funciones hemos abrevado en este bien documentado libro que editó Porrúa. Bernal, vale agregar, lo publicó cuando había alcanzado los 69 años de edad y gozaba de una sólida reputación a nivel internacional. No podía ser de otra manera, pues el componer el recuento crítico de cualquier disciplina, desde sus orígenes hasta el presente, es tarea sólo apta para mentes maduras y de conocimientos profundos.

En lo que a Matos respecta, él ha llegado a una etapa equivalente en su propia vida académica. Todos sabemos, sin embargo, del interés temprano de Matos por el tema. Evoquemos aquí sus precoces pesquisas en los años sesenta sobre la obra de Galindo y Villa, la de Humboldt y, un poco más tarde, la de Gamio. Conocemos igualmente el embrión del libro que aquí se reseña, intitulado Breve historia de la arqueología en México y publicado en 1992 por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Al igual que Bernal en su tiempo, Matos cuenta hoy con todas las credenciales para acometer la empresa, pues es y se sabe protagonista de esa historia: profesor por más de cuatro décadas e iniciador de la cátedra de historia de la arqueología; investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia desde 1959 y coordinador de los proyectos más innovadores de su tiempo; participante de reuniones académicas que transformaron el rumbo de la profesión; funcionario a cargo de centros de investigación, escuelas y museos; secretario de la Sociedad Mexicana de Antropología y presidente del Consejo de Arqueología.

Pero veamos más de cerca el libro. Desde las primeras páginas, Matos nos aclara su agenda:

cada capítulo presta atención a los momentos que considero parteaguas de nuestras disciplina. No sólo se trata de relatar y analizar lo relativo a la parte científica de la misma desde sus orígenes hasta el momento actual..., sino también ver a quienes protagonizaron cada etapa de la disciplina y el momento histórico, político y social en que vivieron. Además, por qué no, incluiré los datos curiosos, anecdóticos y hasta jocosos que también forman parte de la arqueología.

Matos estructura esta agenda con rigor cronológico. Sigue un plan de exposición dividido en nueve grandes periodos. Notamos que, años más años menos, sigue en mucho la periodización de Bernal y sus respectivas fechas de corte. Pero, a diferencia de éste, Matos no bautiza los periodos con nombres alusivos a las visiones dominantes en la arqueología de cada momento, sino con apelativos mucho más neutros que son eco de las grandes fases de nuestra historia patria. De esta manera, dedica un capítulo al México prehispánico, tres al colonial, uno al decimonónico previo al Porfiriato, otro al Porfiriato y tres más al siglo XX, referentes respectivamente a la Revolución, la Posrevolución y el México contemporáneo.

Una lectura cuidadosa, nos revelará que los énfasis y los acentos en la historia de Matos son muy distintos a lo que encontramos en el libro de Bernal y, más aún, a los de A History of American Archaeology publicada en 1974 por Gordon R. Willey y Jeremy A. Sabloff. En esta última obra, por ejemplo, los autores norteamericanos segmentan su narración en sólo cinco periodos, definidos todos con base en las teorías y los métodos arqueológicos en boga. Matos, ciertamente, nos habla de redes de individuos y de instituciones, y aborda las principales corrientes de pensamiento y algunos de los grandes debates académicos. Sin embargo, es claro que prefiere enfocar su lente de otra forma. Opta por comenzar y concluir cada capítulo con breves cuadros del contexto histórico general y con la enumeración de los logros específicos de la disciplina. Pero dedica el mayor espacio a los grandes protagonistas del momento. En efecto, Matos pone en primerísimo plano de su historia a aquellos individuos que con sus aportaciones personales transformaron la arqueología. Sigue para ello la misma fórmula que él mismo había desarrollado para la exposición Descubridores del pasado en Mesoamérica, la cual tuvo lugar en el Antiguo Colegio de San Ildefonso en 2001. Allí estableció un triángulo fundamental entre la persona, sus hallazgos arqueológicos y sus contribuciones al conocimiento expresadas principalmente a través de publicaciones. Desde la perspectiva de Matos, en cada periodo existe una pléyade de figuras, entre las cuales una suele dominar la escena, generalmente por sus extraordinarias cualidades académicas, aunque también por su posición política en el ámbito de la profesión. Al menos, esto sucedería en cinco periodos, en los que pudiéramos hablar de la sucesiva hegemonía de Carlos de Sigüenza y Góngora, Antonio de León y Gama, Leopoldo Batres, Manuel Gamio y Alfonso Caso. Para los dos últimos periodos y ante el crecimiento exponencial de arqueólogos, Matos cambia de estrategia y vertebra el recuento de manera distinta.

El primer capítulo de Arqueología del México antiguo está dedicado a tres formas de concebir el pasado remoto de México. Por un lado, tenemos la de los propios indígenas, quienes explicaban su existencia y legitimaban su posición erigiéndose como seres creados por la divinidad en los tiempos del mito. Esta visión motivó a las sociedades del Clásico y del Posclásico a recuperar su pasado material a través de una doble estrategia: reutilizando como reliquias las antigüedades que ellos mismos excavaban en sitios arqueológicos e imitando viejos estilos escultóricos, pictóricos y arquitectónicos para evocar e invocar a sus ancestros reales o ficticios. Una óptica muy diferente es la de los europeos de los siglos XVI y XVII, quienes entendieron bíblicamente la presencia humana en el Nuevo Mundo.

El tronco de Adán, la Torre de Babel, el diluvio universal y la migración de las tribus de Israel se encuentran una y otra vez como fundamentos interpretativos de tan inesperada presencia. Finalmente, Matos nos habla de la visión de los prehistoriadores, quienes se dedicaron a estudiar las evidencias tangibles de la presencia temprana del hombre en México. En los inciertos comienzos de esta subdisciplina, tales evidencias eran sobre todo esqueletos que, ante las cambiantes metodologías, cambiaban una y otra vez de sexo, estatura, edad y antigüedad. Sonado es el caso del llamado "Hombre de Tepexpan", osamenta de un supuesto varón de edad avanzada, altura considerable y con una antigüedad de 11 milenios, el cual súbitamente se convirtió en una mujer joven de complexión mediana y tan sólo 5 milenios. Mejores tiempos se vivirían con la aparición de figuras como Martínez del Río, Lorenzo, MacNeish y Flannery, quienes se dieron a la tarea de volver más rigurosas las técnicas de excavación y las metodologías de análisis. Según Matos, la mejor época de la subdisciplina concluyó con el desmantelamiento del Departamento de Prehistoria del INAH en 1988.

El segundo capítulo se consagra a la conquista española y a los numerosos soldados, religiosos, civiles e indígenas que consignaron las formas de vida de las sociedades recién sometidas. Más relevante al tema general del libro es la aparición esporádica de textos donde se hacen las primeras alusiones a monumentos arqueológicos. Buen ejemplo son las sorprendentemente precisas descripciones de las ruinas de Izamal y Chichén Itzá por parte de fray Diego de Landa, y las más tardías de Uxmal y Chichén de fray Diego López de Cogolludo. Extrañamos aquí la mención de la Recordación Florida, donde el capitán Fuentes y Guzmán describe más de veinte sitios arqueológicos mayas e incluye los planos más antiguos de Iximché, Zaculeu y Uspantán.

En su tercer capítulo, Matos nos habla de un momento seminal, en el que resplandece la figura de Sigüenza y Góngora. Este sabio novohispano, heredero de la biblioteca de Alva Ixtlilxóchitl y autor de numerosas obras alusivas al pasado prehispánico, fue pionero a nivel continental en lo que toca a la práctica arqueológica. De todos es conocida su exploración de la Pirámide del Sol, la cual puede fecharse alrededor de 1675 y que perseguía un propósito intelectual: saber si esa mole era totalmente artificial, y si estaba hueca y en su interior encerraba alguna tumba.

Matos nos explica en su siguiente capítulo cómo las críticas emanadas de la Leyenda Negra y el determinismo geográfico incitaron a los criollos novohispanos a revalorar el pasado prehispánico. Esto acontece a lo largo del siglo XVIII, cuando se dan a conocer las primeras publicaciones de arqueología. Curiosamente éstas no son acerca de los vestigios de las civilizaciones prehispánicas, sino sobre las excavaciones borbónicas en el sur de Italia. Pero no pasará mucho tiempo para que se impriman los primeros reportes sobre El Tajín y Xochicalco, y en 1792 la Descripción histórica de las dos piedras... de León y Gama, considerada por Matos como el hito que marca el nacimiento de la arqueología en nuestro país. Polemiza en este punto con Carlos Navarrete, quien prefiere marcar la inflexión en las expediciones a Palenque. Matos afirma que éstas tuvieron nulo impacto en su época y que, por el contrario, la erudita disertación de Gama no solo sería influyente por más de un siglo, sino que suscitaría en su momento polémicas que se ventilaron en las gacetas científicas, traería consigo un cambio en la percepción del patrimonio arqueológico, significaría el surgimiento de una suerte de arqueología de rescate y pondría de moda el tan poderoso empleo combinado de las evidencias materiales y las documentales.

Los primeros cincuenta años del México independiente son discutidos en el quinto capítulo. Matos pone en relieve, como acontecimientos más significativos, la idealización del pasado indígena y su uso en una estrategia de estado encaminada a crear una identidad nacional; la exposición de arte prehispánico organizada por Bullock en Londres; el establecimiento del Museo Nacional; la promulgación a partir de 1827 de leyes consecutivas que prohibían la exportación de las antigüedades; la presencia de la Commission Scientifique durante el segundo imperio, y la introducción de la fotografía como registro de campo. Es importante notar que, en contraste con lo que sucede en Guatemala, el gobierno de la joven república mexicana, no financió en este periodo proyectos arqueológicos de excavación. Por otra parte, Matos es muy claro al distinguir los verdaderos exploradores (como Waldeck, Nebel, Stephens y Catherwood), quienes penetran en las ruinas, excavan, elaboran planos e inquieren sobre los antiguos constructores, de los simples viajeros (como la marquesa Calderón de la Barca y de Fossey), quienes hacen narraciones impresionistas de los pocos sitios que visitan.

Con la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia comienza un nuevo periodo que se aborda en el capítulo seis. Es la época en la que domina la filosofía positivista y se crea la Inspección de Monumentos Arqueológicos. Sin embargo, tal y como nos lo indica Matos, el principal acontecimiento es la refundación del Museo Nacional, ahora como centro de investigación que agrupa a las principales mentes de su tiempo, publica los Anales y financia expediciones arqueológicas. Con profundo conocimiento, Matos dedica el mayor espacio del capítulo a Batres, figura polémica y omnipresente que hizo significativas aportaciones y múltiples publicaciones, pero que a la vez obstaculizó a cualquier espíritu creativo que le significó competencia. También hace rápida relación de instituciones como el Smithsonian y la Carnegie, y de investigadores como Seler, Maudslay y Maler, cuyas enseñanzas aún repercuten en la actualidad.

En el siguiente capítulo, Matos pasa a uno de los periodos que mejor conoce: el de la Revolución. Y centra de inmediato la discusión en dos hitos: la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología, y la presencia dominante de Gamio. Matos argumenta de manera convincente que La población del Valle de Teotihuacan se erige como la más fructífera empresa académica de la antropología mexicana del siglo XX. Para llevarla a cabo, Gamio instó a los integrantes de la Dirección de Antropología a realizar una colaboración multidisciplinaria y de carácter integral, en la que estudiarían la liga entre población y territorio a lo largo del tiempo. Esto los llevo a comprender las transformaciones históricas en la región, proceso que se documenta exhaustivamente en la colección de tres gruesos volúmenes que fue celebrada a nivel internacional. Lo interesante es que este estudio colectivo tuvo una repercusión práctica, pues Gamio y su equipo hicieron lo imposible para mejorar la situación social imperante. Como bien dice Matos, "Se trajeron los ojos hacia el pasado, sin olvidar el presente". Agreguemos que en este capítulo, Eduardo polemiza con Metchild Rutsch en torno a una supuesta actitud misógina por parte de Gamio y los demás antropólogos del periodo revolucionario, y sobre el papel que jugó Isabel Ramírez Castañeda como primera personalidad femenina de la arqueología mexicana.

Matos cambia su estrategia narrativa en el octavo capítulo. Ciertamente nos habla del dominio de Caso en la escena arqueológica. Pero dedica ahora el mayor espacio a otros tópicos. Por ejemplo, nos habla de la creación de la Sociedad Mexicana de Antropología y sus famosas mesas redondas. Además, aborda como acontecimientos clave la fundación del INAH y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la aparición de nuevas publicaciones periódicas como la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos y la acuñación del concepto Mesoamérica. Posteriormente hace una revisión sistemática de los principales trabajos arqueológicos del periodo, donde los protagonistas son agrupados por área y sitio arqueológico. En este contexto, Matos observa el dominio absoluto de los científicos norteamericanos en el área maya, principalmente en la porción correspondiente a los actuales países centroamericanos.

En el último capítulo, Matos sucumbe ante una tentación que Bernal evitó a toda costa: hacer un recuento de las contribuciones de sus contemporáneos. Esta tarea, lo prevenía Bernal, es un arma de dos filos: por un lado, se conoce con detalle el quehacer de colegas y amigos que viven en la época propia; pero por el otro, se carece de la dimensión histórica para distinguir cuáles serán a la postre las aportaciones más significativas. Debo confesar, empero, que tras la lectura cuidadosa del capítulo encontré una revisión bien sistematizada, así como un cuadro final bastante equilibrado.

Matos nos habla aquí de la consolidación de la disciplina y de cómo se ha logrado un conocimiento más integral de las sociedades antiguas, al dejar de privilegiar el estudio de las elites y los centros de poder. Como logros individuales, destaca la publicación de la Arquitectura prehispánica de Marquina, el descubrimiento de la tumba de Pakal por parte de Ruz y las propuestas revolucionarias sobre ecología cultural de Sanders. Y entre los institucionales celebra la creación del Consejo de Arqueología y su archivo técnico, de la Coordinación Nacional de Conservación, de la Dirección de Salvamento Arqueológico y de la Subdirección de Arqueología Subacuática. Enfatiza asimismo avances técnicos como la prospección y el fechamiento, pero ve con ojo crítico la llegada de nuevas corrientes teóricas:

En la mayoría de los casos, estas corrientes que en su momento se consideran novedosas llámense nueva arqueología, arqueología marxista, arqueología estructuralista, arqueología posprocesual, la teoría del caos aplicada a la arqueología y otras más, no sé si para bien o para mal, apenas rozaron la epidermis de la arqueología mexicana.

Para Matos, son tres las corrientes que han predominado en México: la de reconstrucción monumental, una tecnicista ateórica y la marxista, siendo la segunda la que más adeptos tiene y más logros ha alcanzado en el plano del conocimiento, pues la tercera, salvo contadas excepciones, siempre ha soslayado la praxis. Matos concluye su libro pasando revista al medio, prácticamente sin hacer omisiones: las misiones extranjeras, las instituciones nacionales donde se practica la arqueología y los principales proyectos de investigación.

En suma, el lector encontrará en este libro ricas descripciones redactadas en una prosa fluida y amena, acalorados debates y sabrosas anécdotas. Legos y versados apreciarán también el cuidadoso trabajo editorial de Jaca Book y la excelente investigación iconográfica de la historiadora del arte Lourdes Cué.

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