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Estudios de cultura náhuatl

versión impresa ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.41  Ciudad de México nov. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, Monte Sagrado-Templo Mayor

 

Eduardo Matos Moctezuma

 

México, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2009.

 

Tenemos ante nosotros un libro singular: Monte Sagrado-Templo Mayor de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján. el libro marca pautas metodológicas que llevan al lector, paso a paso, por los intrincados laberintos de la investigación histórico-antropológica. Pero vayamos por partes. En primer lugar, quiero atender lo concerniente a la metodología empleada por los autores para enseguida referirme a lo relativo al ejemplo que les sirve de aplicación de la misma: el templo Mayor de Tenochtitlan.

 

Metodología

Los primeros capítulos del libro están dedicados a la manera en que abordan desde perspectivas diferentes todo aquello que se refiere al tema a tratar. En primer lugar, habría que destacar las tres ramas del conocimiento de las que esencialmente parten para hacer acopio de información: la arqueología, las fuentes históricas y la etnografía actual. La feliz conjunción de estas disciplinas permite a los autores ahondar en distintos ámbitos del pensamiento mesoamericano. de todas ellas deviene el planteamiento de algunos postulados imprescindibles en el estudio como es el caso del "núcleo duro", entendido éste como un complejo sistémico de elementos culturales articulados entre sí; que presenta una fuerte resistencia al cambio; están actuando como estructurantes del acervo tradicional; permiten que nuevos elementos se incorporen a este acervo dentro del contexto cultural con un sentido congruente y que no conforman una unidad discreta (p. 27). Lo anterior se plantea dentro de la concepción braudeliana de los ritmos históricos y se aplica a la tradición mesoamericana viéndola como "un complejo compuesto por elementos muy heterogéneos en lo que toca a su vulnerabilidad al cambio: mientras algunos forman un sustrato resistente, pertinaz, frente al devenir histórico, otros son alterados radicalmente por los cambios sociales y políticos, y otros más son tan débiles que se pierden por completo al ritmo de la moda" (p. 27). Es precisamente el estudio etnológico el que permite ver la perdurabilidad de algunos de ellos a través del tiempo y la manera en que pueden presentarse dentro de determinados grupos actuales.

Otro concepto importante dentro del estudio es el del paradigma y más concretamente el "paradigma cosmológico", el cual, aunque perfectible como lo asientan los autores, presenta cuatro características que le son propias: 1) es un recurso heurístico que permite el estudio de la cosmovisión desde sus componentes, estructura y procesos de donde se derivan sus elementos fundamentales; 2) se le concibe como un modelo en cuanto a que es una representación sintética de la realidad además de ser una construcción lógica operable, que explica un extenso acervo de concepciones complejas difícil de entender en su particularidad; 3) el paradigma trata de descubrir y exponer, "al menos en parte, una abstracción que resulta de la lógica inherente a las concepciones que se estudian" (p. 36); 4) concebido como recurso, explica globalmente concepciones similares en sus variantes de manifestación. Dicen López Austin y López Luján: "Pretende trascender las particularidades que se dan en el tiempo, en el espacio y en las culturas específicas de una gran tradición, así como esclarecer algunas de las formas de expresión opacas que son comunes en ritos, mitos, metáforas, imágenes visuales y otras vías de transmisión de los principios cosmológicos fundamentales." (p. 36).

Los autores utilizan otros conceptos que dividen al cosmos en dos dimensiones espacio-temporales que los ayudarán en la empresa investigativa: el anecúmeno y el ecúmeno. El primero corresponde al tiempo-espacio de los dioses y de los muertos al que son ajenas las criaturas. El segundo es propio de estas últimas aunque también suelen aparecer seres sobrenaturales en forma definitiva o sólo transitoriamente. Los autores agregan que entre estas dos dimensiones los dioses transitan libremente por sitios peligrosos que sirven de comunicación.

A continuación tratan lo relativo al paradigma del Monte Sagrado y su aplicación a un caso concreto: el Templo Mayor de Tenochtitlan entendido por ellos como Coatépetl. La razón de tomar este ejemplo entre otros muchos reside en "la multiplicidad simbólica del edificio mexica, la abundante información arqueológica que a él se refiere y el interés que ha despertado en los mesoamericanistas contemporáneos" (p. 38). Todo lo anterior podemos sintetizarlo en el orden metodológico que conduce a núcleo duro-monte sagrado-Coatépetl/Templo Mayor de Tenochtitlan.

 

Aplicación del paradigma

Comienza esta parte medular del libro con lo que López Austin y López Luján entienden por "Coatépetl" y su análisis a través del tiempo. Así, parten de la historia mexica y la construcción de su edificio principal, además de analizar las diversas etapas constructivas del Templo Mayor. De inmediato atienden las primeras descripciones del recinto sagrado y aclaran y discuten, basados en diferentes autores, lo relativo al llamado coatepantli. Enseguida hablan del simbolismo presente en el Templo Mayor, de su valor mitológico y tratan un aspecto importante: la cueva y su problema iconográfico.

 

Recorrido del Templo Mayor

A partir de este momento (p. 265), comienzan un detallado recorrido que nos lleva por los diversos componentes del edificio. No sólo es una descripción de estos elementos, sino que lo acompañan de prolijas discusiones de los mismos a partir de las opiniones de quienes hemos hablado acerca de ellos y es así como corroboran, niegan o hacen nuevas proposiciones a lo dicho. Inician el recorrido con la plataforma sobre la que se asienta el edificio y van detallando cada parte de ella. Las serpientes y los braseros tienen un papel fundamental y se acompañan de detalles que tiene que ver desde las clases de los ofidios, hasta sus formas y simbolismo. Las serpientes colocadas rematando las alfardas del lado de Tláloc y las correspondientes al de Huitzilopochtli son diferentes tanto en forma como en colorido. Algo similar ocurre con los braseros que se encuentran sobre la plataforma del lado de Tláloc, en sus lados norte y poniente, en donde se ve el rostro de este dios en los que predomina el color azul, en tanto que del lado de Huitzilopochtli se representan con un moño rojo (que se relaciona con la deidad) y guardan un tono ocre o ígneo. Otros componentes son analizados como es el caso de lo que llaman Altar de las Serpientes Celestes y desde luego, la monumental figura de Coyolxauhqui, de la que hacen ver —como producto de trabajos en el lugar- que fue reubicada de un piso anterior y colocada sobre el que se encontró, correspondiente a 1469 d.C., conforme a la cronología hasta ahora aceptada. Se mencionan las diferentes figuras de la diosa que han sido encontradas y sus atributos, además de las cámaras y sus contenidos en la mitad de las escalinatas que conducen hacia los adoratorios de las deidades que presiden el Templo Mayor.

A continuación analizan la pirámide y sus diferentes etapas constructivas, en donde atienden a manera de pregunta lo relativo a si se trata de una pirámide unitaria o doble. Los autores se inclinan por considerar que "la pirámide es una y son dos a la vez. Por una parte —nos dicen— la pirámide es la proyección del cuerpo cósmico que funciona como motor de los ciclos de vida/muerte, como repositorio de las riquezas vegetal y acuática, como destino transitorio de cada criatura que ha sido destruida sobre la superficie de la tierra [...]". Más adelante agregan: "Pero, por otra parte, en el juego simbólico hay distinción de las dos mitades. Claramente marca en los taludes oriental y occidental la línea divisoria, y en forma más conspicua, en su parte frontal, las dos escalinatas que conducen a las capillas de los dioses opuestos y complementarios resaltan por sus correspondientes pares de alfardas. Otras marcas son el delantal y, al nivel de la plataforma, la distinción del predominio del azul o del ocre en las serpientes, las diferencias de los braseros y la presencia del Altar de las Serpientes Celestes por un lado y el Altar de las Ranas por el otro" (p. 370). A lo anterior habría mucho más que agregar. Conforme al dato arqueológico que proporcionaron las excavaciones y que son considerados por los autores con gran detalle, tenemos la diferencia entre los dos pares de serpientes que rematan las alfardas; la presencia frente al adoratorio de Tláloc de un chacmool en tanto que frontero al de Huitzilopochtli se encuentra una piedra de sacrificios; en el último escalón del lado de Huitzilopochtli vemos empotrado un rostro que no aparece del lado de Tláloc; los motivos pintados en la parte posterior del adoratorio de Tláloc muestra la figura de Centéotl, acorde con lo que significa este lado. Un dato interesante es el hallazgo de entierros de infantes colocados en el interior de una cista en el lado que corresponde a Tláloc, y que fueron degollados en honor de la deidad asociándolos a los años de sequía que azotaron a Tenochtitlan durante el gobierno de Moctezuma I. Por otra parte, las fuentes históricas nos proporcionan otras tantas diferencias entre uno y otro lado: cada uno estaba dedicado a deidades diferentes, atendidas por sacerdotes que practicaban cultos y rituales igualmente diferentes, entre ellos el sacrificio humano. Los adoratorios estuvieron decorados con colores específicos y aún las almenas que remataban en la parte alta eran diferentes para cada lado. ¿Por que, me pregunto, tanta insistencia en los antiguos mexicas por dejar claramente establecidas las diferencias entre un lado y otro? Como conclusión de todo esto no es de extrañar que me incline a pensar que se trata de dos montes sagrados, uno que corresponde al dios Tláloc, que representa la montaña en la que se le rendía culto y que sirve como depósito vegetal y acuático además de otras funciones, mientras que el otro lado la presencia de la guerra es evidente, no solo por el numen al cual está dedicada, sino por el mito en él representado del combate entre Huitzilopochtli y Coyolxauhqui. Esto se manifestaba en las festividades que se celebraban en uno y otro lado. Del lado del dios de la guerra tenemos la fiesta de Panquetzaliztli en la que, entre otras cosas, se rememoraba el triunfo de Huitzilopochtli sobre sus enemigos, acompañado al final del sacrificio de cautivos y esclavos. Del lado de Tláloc tenemos el relato de Durán en donde señala cómo se celebraba la fiesta en el mes de Huey Tozoztli: "Todos estos juegos y fiestas se hacían a un bosque que se hacía en el patio del templo, delante de la imagen del ídolo Tláloc, en medio del cual bosque hincaban un árbol altísimo, el más alto que en el bosque podían hallar, al cual ponían por nombre "Tota", que quiere decir "Nuestro Padre". Y agrega: "[...] antes del día propio de la fiesta de este ídolo hacían un bosque pequeño en el patio del templo, delante del oratorio de este ídolo Tláloc, donde ponían muchos matorrales y montecillos y ramas y peñasquillos que parecían cosa natural y no compuesta y fingida". Trataban, pues, de revestir este lado para dar la apariencia de vegetación y resulta muy significativo la colocación de "Tota", el árbol posiblemente relacionado con el árbol cósmico a que aluden los autores, sólo que esto se hacía, si creemos a Durán, del lado de Tláloc exclusivamente. Es posible que la representación pictórica que vemos en el mural de Tepantitla conocida como Tlalocan, pudiera corresponder a lo que observamos en la parte del dios del agua narrada por Durán: el edificio como depósito de los granos que habrán de alimentar al hombre y sobre él la imagen del dios y su relación con el árbol cósmico representado en la figura de "Tota". Por cierto, el predominio del lado del dios de la guerra sobre el de la lluvia (que se denota en diversos relatos, pictografías y aún en el dato arqueológico), prevaleció a grado tal que se atribuye al edificio el nombre genérico de Coatépetl. En varias fuentes históricas leemos cómo se alude a Huitzilopochtli en las primeras andanzas de los mexicas y la manera en que en Tenochtitlan se erige su templo sin que se mencione la presencia de Tláloc. Esto me lleva a pensar que el predominio del dios solar y guerrero tuvo preeminencia pero que la importancia de Tláloc como señor que preside la montaña que guarda el agua y los granos no podía quedar a un lado, por lo que el mexica incorpora todo lo que éste representa y de esa manera quedan juntos pero bien diferenciados en la imagen del Templo Mayor. Ésta podría ser, quizá, una explicación al plano de los Primeros memoriales de Sahagún, cuando vemos que un pequeño templo dedicado solo a Huitzilopochtli se encuentra exactamente detrás del Templo Mayor, indicando posiblemente que primero se estableció el edificio solamente al dios guerrero y después se incorporó todo lo relativo al monte que contiene los dones alimenticios para el hombre. Ahora bien, la imagen de los dos cerros o montañas dentro de la concepción de este pueblo está presente, por ejemplo, en la Historia de los mexicanos por sus pinturas, que dice cómo se a sentaron entre dos sierras donde colocaron el templo a Huitzilopochtli y también en lo que relatan los cronistas acerca de las dos montañas que chocan entre sí que deben salvar aquellos a quienes correspondía ir al Mictlan.

La lectura de este libro abre horizontes a la investigación. El orden metodológico, la documentación tanto de fuentes antiguas como la minuciosidad de la descripción del dato arqueológico, unido a un profundo conocimiento del pensamiento indígena actual, lo hace indispensable para conocer los prolegómenos de lo que en él se trata. Los autores dedicaron años y años para ir penetrando en los pormenores del Monte Sagrado y todo lo que conlleva su presencia en un mundo lleno de dioses, símbolos, fuerzas antagónicas, opuestos complementarios, en fin, todo aquello que el hombre antiguo creó y que, al fin y al cabo, explica su propia presencia en la tierra.

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