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Salud Pública de México

Print version ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.57 n.2 Cuernavaca Mar./Apr. 2015

 

Páginas de salud pública

 

Peter Piot. No hay tiempo que perder: una vida en búsqueda de virus letales

 

No time to lose. A life in pursuit of deadly viruses

 

 

Llegar a los 62 años es muy temprano para sentarme a escribir mis memorias... Ésta es la oración con la que Peter Piot inicia el relato de su vida. Para quien el nombre no le resulte familiar, podemos empezar diciendo que el doctor Piot destaca por ser belga de nacionalidad, microbiólogo de formación, epidemiólogo por accidente, sanitarista por convicción, trabajador social por obligación, defensor de los derechos humanos por solidaridad, funcionario internacional por modestia, político por necesidad más que por ambición y, por destino, luchador incansable por la salud de los menos privilegiados. Hoy, el Dr. Piot se distingue por dirigir la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de la Universidad de Londres, puesto académico que le resulta natural después de varias décadas dedicadas al descubrimiento y control de dos de los problemas sanitarios más importantes de la historia reciente.

Para empezar, muy pocas personas pueden jactarse de ser las descubridoras del virus del Ébola y formar parte del grupo de científicos que dirigió el descubrimiento del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Esto es todavía más importante al considerar que estos dos logros los realizó cuando todavía no cumplía los 40 años de edad. Después de eso, ¿qué estuvo haciendo el doctor Piot durante más de dos décadas antes de escribir sus memorias?

Uno se imagina a esos grandes científicos aislados en laboratorios muy sofisticados, con las puertas herméticamente cerradas, encapuchados y conectados a tuberías protegidas del mundo exterior y dedicados a observar mundos minúsculos sólo perceptibles con microscopios de muy alta precisión. El doctor Piot rompe con ese modelo desde que empieza su formación como microbiólogo en la Universidad de Antwerp (antiguamente llamada Antuerpia y hoy mejor conocida como Amberes). A la edad de 27 años es "invitado" a participar en una misión al Congo "belga" (Zaire y ahora República Democrática del Congo) para tratar de identificar una fiebre hemorrágica tropical muy letal y de origen desconocido. Esta misión comenzó a mediados de los años setenta como una aventura y se convirtió en una misión de vida que todavía hoy lo compromete a seguir luchando desde la trinchera académica.

En ese entonces estaba muy lejos de ser un experto en los temas que hoy lo distinguen —no había manera de serlo y nadie lo era— y la honradez y sencillez con la que nos narra sus aprendizajes continuos nos demuestran que Piot aprendió "a la brava" todo lo que hoy sabe y generosamente nos comparte. Sus primeras incursiones en la búsqueda de ese virus letal lo llevaron a aprender sobre la marcha los procedimientos más básicos para la toma y almacenamiento de muestras, los principios elementales de la hematología, las medidas de protección mínimas que hoy son indispensables para el manejo de infecciones menos peligrosas y los métodos para la captura de animales, en particular, de los murciélagos supuestamente implicados en la transmisión de tan feroz virus. Su ingenuidad, ignorancia y buena suerte lo protegieron ante infecciones potenciales que pusieron en vilo su vida y la de sus compañeros de campaña. Poco habituado al clima tropical y a las carencias, vivió aislado del mundo occidental y de sus comodidades durante semanas mientras perseguía los casos sospechosos, todo para para tratar de encontrar el origen del brote en las fincas de religiosas belgas, caseríos en el borde del río Congo o en asentamientos dispersos y perdidos adentrados en un mundo natural agreste. Finalmente, después de identificar el feroz agente infeccioso y en compañía de una botella de Kentucky Bourbon, él y sus compañeros decidieron cambiarle el nombre al virus: de Yambuku —la localidad en donde se identificó el virus—, a Ébola ("Río Negro" en lingala), en referencia al río más cercano a la localidad de origen. Esa era la costumbre de la época: para no estigmatizar los lugares, se optaba por señalar a los ríos como vertientes primigenias. El camino de la investigación del brote, la identificación de los enfermos, el aislamiento del agente infeccioso, la confirmación diagnóstica, el júbilo por la publicación del descubrimiento y la lucha intestina por la autoría del primer artículo científico sobre el virus del Ébola se acompañaron de largas y sudorosas travesías, del miedo, de la incertidumbre de volver a casa, de cierta algarabía durante las animadas noches en Kinshasa, así como también de una incesante preocupación por entender las incógnitas, las razones y las determinantes de esa fiebre hemorrágica tropical. Esa inquietud se asentaría en su espíritu crítico y en una personalidad modesta pero siempre humanista y solidaria, y le acompañaría a lo largo de otra travesía más larga y compleja: el descubrimiento del VIH/sida.

De vuelta en Amberes continuó con su labor de investigador. Su preocupación se centró en las infecciones de transmisión sexual (ITS) que empezaron a emerger en su Bélgica natal, en particular en ciertos círculos como el de las trabajadoras sexuales y el de la población homosexual. Eran los principios de los años ochenta y Amberes respiraba un ambiente más liberal que el resto del país. Su clínica empezó también a ser frecuentada por los migrantes del África central y occidental que llegaban a Bélgica en busca del tratamiento médico que no podían conseguir en sus países natales. Al enterarse por medio del Morbidity and Mortality Weekly Report del 5 de junio de 1981 de un reporte que por primera vez abordaba el diagnóstico de neumonía por Pneumocystis carinii en cinco jóvenes homosexuales, empezó a generar una serie de conexiones entre pacientes que revisó durante su estancia previa en África y a quienes no pudo adjudicarles un diagnóstico preciso dado su grave y rápido deterioro físico, aunado a las infecciones rampantes y devastadoras. La frecuente identificación de casos en su clínica de Amberes, la conexión con África y varios casos en la incipiente liga homosexual provocaron una búsqueda de financiamiento para regresar a Zaire y empezar lo que sería, quizás, una de las mayores empresas de investigación regional desarrollada en ese continente: el descubrimiento del VIH/sida y sus mecanismos de transmisión (homosexual, heterosexual, a través de la leche materna y transfusional). La historia es por todos conocida y está muy documentada; lo que pocos sabemos —y que descubrimos con la lectura del libro del doctor Piot— es el rol protagónico que éste tuvo y lo relevante que fue su participación para que esta enfermedad tomara las dimensiones políticas, sanitarias y sociales que hoy tiene como un problema de salud global sin precedentes.

Las etapas que comprende su trabajo describen la evolución de la epidemia y entre ellas destacan la implantación de centros de diagnóstico oportuno y tratamiento de las ITS prácticamente por toda África; esperar ansiosamente la disponibilidad de una prueba diagnóstica sensible que identificara al virus responsable; buscar e insistir en el reconocimiento de los mecanismos de transmisión como elementos indispensables para implantar medidas preventivas más efectivas, como el uso del condón; promover el acceso a los medicamentos y buscar mecanismos para bajar su precio hasta garantizar la cobertura universal a todo paciente infectado, y darle visibilidad a la epidemia para asegurar mayores recursos y financia-miento, acciones todas promovidas por el doctor Piot que fueron creciendo en magnitud y complejidad en la medida en que lo hacía la epidemia. Bien podría decirse que los primeros 100 000 dólares que recibió del doctor Krause, del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EUA, para la investigación de ITS en África se convertirían años más tarde (en 2011) en 22 billones de dólares otorgados por el Fondo Global gracias al ímpetu y constancia del doctor Piot a lo largo de los años. Alcanzar esta cifra significó librar una batalla en diferentes frentes y contra adversidades políticas, económicas, técnicas, culturales, y más. Su lucha lo llevó a convencer a personajes autoritarios en África, China, Cuba o Rusia —que antes de reconocer la problemática, la escondían— con evidencias y salidas políticas que beneficiaran más el control de la epidemia que la imagen de esos líderes. También supo aprovechar la imagen de otros líderes como Mandela para llevar su mensaje a las cimas ministeriales de salud y de economía del mundo y conseguir los fondos necesarios para profundizar en la investigación y en la búsqueda de tratamientos más accesibles a todos los afectados.

Su convicción lo llevó a visitar todos los rincones del mundo y en todos los países hizo conexiones con las poblaciones vulnerables, como las trabajadoras sexuales explotadas en India y África, los homosexuales en diferentes comunidades, los drogadictos en Rusia o en las plazas de ciudades de Suiza, por citar algunos ejemplos. En la mayoría de estos lugares fue recibido con los brazos abiertos, aunque no faltaron quienes le cerraran las puertas, lo insultaran y lo abuchearan en foros internacionales. Lo controvertido del tema, la necesidad de hacerlo presente en la agendas nacionales e internacionales de salud y desarrollo, la resistencia a la promoción del sexo seguro y la ignorancia frente a los riesgos fueron retos que lo ascendieron a posiciones de influencia hasta llegar a la dirección de ONUSIDA. Si bien su vocación por trabajar más en el terreno lo persuadió de mantenerse alejado de las esferas de la burocracia internacional y las oficinas centrales de la ONU; el riesgo de que pudieran llegar visiones más conservadoras —como la del doctor Jesús Kumate Rodríguez— a la dirección del programa de salud mundial más importante, lo obligó a postularse y encauzar sus esfuerzos hacia lograr la visibilidad que el VIH/sida hoy tiene, necesita y demanda.

Pocas experiencias personales en salud pública cubren tantos aspectos -técnicos, científicos, políticos, económicos, culturales, sociales- de un problema de salud; son menos las que nos aportan tantas enseñanzas sobre el origen y descubrimiento de un agente infeccioso, su diagnóstico, tratamiento y prevención. Esta experiencia única nos describe cómo se puso en marcha el proceso de investigación científica y operativa a nivel mundial más importante hasta la fecha con la finalidad de lograr una vacuna o un tratamiento efectivo. Dicha experiencia también nos muestra cómo van creciendo las estadísticas de infecciones y muertes y cómo va en aumento la demanda pública por mejores intervenciones y por el acceso a los medicamentos. Este libro nos introduce en las salas de los tomadores de decisiones —políticos, funcionarios, financiadores, figuras públicas— y nos acerca a los procesos poco tersos que hubo que enfrentar para garantizar el financiamiento y la apertura institucional que apoyara la prevención.

En esencia, se podría decir que no hay tiempo que perder para empezar la lectura de este libro que debe convertirse en un texto básico para toda aquella persona interesada no sólo en la salud pública sino en la salud como un derecho humano universal.

 

Hector Gómez Dantés

Centro de Investigación en Sistemas de Salud,
Instituto Nacional de Salud Pública

hector.gomez@insp.mx