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Salud Pública de México

Print version ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.49 n.1 Cuernavaca Jan./Feb. 2007

 

PÁGINAS DE SALUD PÚBLICA

 

 

 

Eliot Weinberger. Lo que oí sobre Iraq. México, D.F.: Editorial Era, 2006, 93 pp.

Thirty years ago we suffered military defeat –fighting an unwinnable war against a country about which we knew nothing and in which we had no vital interests at stake. Vietnam was bad enough, but to repeat the same experiment thirty years later in Iraq is a strong argument for a case of national stupidity.

Arthur Schlesinger Jr.

 

Sin contar las operaciones encubiertas –recuérdense las intervenciones en la Guatemala de Arbenz en 1954 y en el Chile de Allende en 1973, entre muchas otras–, de 1945 a la fecha, Estados Unidos ha participado en cerca de 200 incursiones militares.1 A éstas se suma ahora la reciente invasión a Iraq.

Los motivos de esta guerra nunca le quedaron claros a la opinión pública mundial. Durante meses se manejó el argumento de que el régimen dictatorial de Saddam Hussein contaba con armas de destrucción masiva. El presidente Bush habló de la existencia de armas nucleares y de aeronaves tripuladas y no tripuladas capaces de rociar armas químicas y biológicas en extensos territorios. En su discurso sobre el Estado de la Unión de 2002 afirmó que Iraq tenía escondidos 25 000 litros de ántrax, 38 000 litros de toxina botulínica y 500 toneladas de gases enervantes, sarin y mostaza. El vicepresidente Cheney aseguró que Iraq había adquirido armamento nuclear. Colin Powell habló en la ONU de 550 granadas de artillería cargadas con gas mostaza, 30 000 ojivas y 500 toneladas de agentes químicos. "Todos estos datos," afirmó, "están respaldados por fuentes sólidas. No se trata de simples afirmaciones."

Las armas de destrucción masiva nunca aparecieron y fue tal el ridículo que enfrentaron las autoridades de los gobiernos de la Coalición de los Dispuestos para tratar de justificar la guerra, que el secretario de Defensa de EUA, Donald Rumsfeld, llegó al extremo de declarar: "Es probable que les haya dado tiempo de destruirlas".

Lo que oí sobre Iraq es un collage de denuncias y torpes o cínicas declaraciones de los funcionarios del gobierno de EUA que descubre los verdaderos motivos de esta guerra, y su secuela de destrucción y muerte. Conserva el espíritu de la literatura antibélica anglosajona de los años sesenta. El periódico británico The Guardian comentó: "Toda guerra tiene su libro clásico antibélico, y éste es el de Iraq".

Su autor, Elliot Weinberger, es un viejo conocido de los mexicanos. Además de traductor al inglés de Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, fue corresponsal de la revista Vuelta en Nueva York y colaborador de Artes de México. En nuestro país publicó un libro de ensayos en los años noventa, Invenciones de papel, y una Antología de la poesía norteamericana desde 1950. En 2000 recibió la Orden del Águila Azteca, máxima condecoración que el gobierno mexicano confiere a un extranjero. En fechas recientes Editorial Era le publicó un conmovedor libro sobre los atentados de las Torres Gemelas, 12 de septiembre. Cartas de Nueva York, en donde, todavía bajo los efectos de la sorpresa, describe un Manhattan conmocionado, pero solidario y sensato:

A diferencia del resto de los estadounidenses, los neoyorquinos no han mitigado su pesar compartido con nacionalismo y bravuconería. No están comprando pistolas. En la ciudad judía más grande del mundo, no se está agrediendo a los árabes que despachan en las tiendas de comestibles de casi todos los barrios. (Imaginen lo que habría ocurrido en Londres o París.) En cambio, la respuesta ha sido un torrente emocional de apoyo a los rescatadores, los bomberos, los médicos, los albañiles y la policía.

Dentro del bien seleccionado caudal de denuncias que se presenta en este nuevo libro de Weinberger, llaman la atención las relacionadas con los riesgos y daños a la salud. Por el lado del ejército estadounidense destaca el hecho de que 7% de las muertes de militares estadounidenses en Iraq se deban a suicidios; que 20% de los soldados que han combatido en esta guerra sufran de estrés postraumático, y que el uranio empobrecido que se utiliza en muchas de las balas que se disparan en esta guerra se esté filtrando al semen de los soldados, lo que está produciendo, entre otras cosas, un número considerable de casos de endometriosis entre sus parejas. Por el lado de Iraq ofenden los enormes daños a la infraestructura, que entre otras cosas se refleja en la falta de acceso a servicios de drenaje de más de 65% de la población; la ausencia de servicios de vacunación, que explica que los cerca de 300 000 bebés nacidos desde el comienzo de la guerra no hayan sido vacunados; el incremento de las tasas de desnutrición infantil, que se acercan ya a las de Haití y Uganda, y el alto número de lesiones con municiones con fósforo blanco, que están prohibidas por la Convención sobre Armas Convencionales, y que dejan quemaduras profundas que con frecuencia llegan a los huesos. Estos y otros daños se expresan en un incremento de la tasa de mortalidad en Iraq de 5.5 por 1000 antes de la invasión a 13.3 por 1000 en los 40 meses posteriores a ella. Esto arroja un número total de muertes en exceso de 650 000, que corresponden a 2.5% de la población total.2 Por supuesto que la causa más frecuente de muerte son las lesiones por arma de fuego.

Y los estragos continúan y la calma no llega. Los Starbucks, McDonald's, 7-Eleven y Wal-Mart, promesa de la reconstrucción, no han aparecido. Los cajeros de HSBC no han podido operar. Poco a poco, los miembros de la coalición original, presionados por sus ciudadanos, se han empezado a deslindar de esta guerra. Primero fue la España de Zapatero. Le siguieron Hungría, República Dominicana, Nicaragua y Filipinas. Más tarde anunciaron su retiro Noruega, Polonia y los Países Bajos. "En dos años, comentó el presidente Bush, es probable que sólo los ingleses estén con nosotros. En algún punto podríamos ser los únicos en permanecer ahí. Por mí, perfecto. Somos Estados Unidos".

Por fortuna, los electores estadounidenses piensan diferente. Hartos de una guerra que ha cobrado la vida de más de tres mil soldados americanos y consumido 350 mil millones de dólares de recursos públicos, el pasado mes de noviembre le regresaron el control de la cámara baja y del Senado a los demócratas. Rumsfeld se vio obligado a renunciar. Un mes después, un panel de expertos republicanos y demócratas encabezado por James Baker, ex secretario de Estado en el gobierno de George Bush padre, sugirió retirar todos los batallones de combate en los siguientes 15 meses.

El fin de esta absurda incursión podría estar cerca, pero sería ingenuo echar las campanas a volar. Poco antes de dejar la dirección general de la ONU, Kofi Annan declaró: "En cierto modo, Estados Unidos está atrapado en Iraq. No puede quedarse ni marcharse. Hay quienes sostienen que su presencia es un problema y hay quienes dicen que si se retira en forma precipitada, la situación empeorará".

 

Octavio Gómez Dantés
ocogomez@yahoo.com

 

Referencias

1. Vidal G. Perpetual war for perpetual peace. How we got to be so hated. New York:Nation Books, 2002.

2. Burnham G, Lafta R, Doocy S, Roberts L. Mortality after the 2003 invasion of Iraq: a cross-sectional cluster sample survey. Lancet 2006;368:1421-1428.

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