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Salud Pública de México

versión impresa ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.47 no.3 Cuernavaca may./jun. 2005

 

PÁGINAS DE SALUD PÚBLICA

 

Viviendo por encima de nuestras posibilidades

 

 

Octavio Gómez Dantés

ocogomez@yahoo.com

 

 

Hoy la falta de realismo consiste en imaginar que el crecimiento económico todavía puede incrementar el bienestar humano, y que de hecho es físicamente posible.

André Gorz

 

 

Organización de las Naciones Unidas. Evaluación de los ecosistemas del milenio. Nueva York: ONU, 2005.

Según datos de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales, 47.7% de la superficie del país está gravemente erosionada.1 Alrededor de 93 millones de hectáreas del suelo mexicano se han prácticamente perdido como resultado de la deforestación y el cambio en el uso del suelo. "Ahora hay que ponerle una capa de 30 o 40 centímetros de tierra a prácticamente la mitad de nuestro territorio, lo que nos llevará varias décadas", declaró Alberto Cárdenas, titular de esa secretaría.

Una semana después de la publicación de estas declaraciones, diversos grupos ambientalistas denunciaron la pérdida de 9 900 hectáreas de manglares al año en el país, la muerte anual de entre 6 000 y 18 000 tortugas marinas asfixiadas en redes pesqueras, y la desaparición por deforestación de 5 de los 12 sitios donde hibernan en nuestro país las mariposas monarca.2

Estos datos se hicieron públicos apenas un mes después de que se dio a conocer un informe de las Naciones Unidas sobre el estado del ambiente en el mundo: Evaluación de los ecosistemas del milenio.3 El diagnóstico para el mundo que presenta este informe, en el que participaron más de 1 360 expertos, no es menos alarmante que lo declarado por el secretario Cárdenas y los grupos ambientalistas para México: casi dos terceras partes de la maquinaria natural que soporta la vida en la Tierra está siendo degradada por el ser humano y "ya no puede darse por seguro que los ecosistemas del planeta van a ser capaces de sustentar a las generaciones futuras". Estas presiones amenazan con generar colapsos mayúsculos del equilibrio ambiental. Los bosques, los humedales, las sabanas, los estuarios y muchos otros habitats que reciclan aire, agua y nutrientes están siendo dañados de manera irreversible. He aquí algunos datos escalofriantes:

  • cultivamos ya cerca de 24% de la superficie terrestre;
  • estamos utilizando entre 40 y 50% del agua fresca disponible;
  • cerca de la cuarta parte de los bancos de peces están siendo sobrexplotados;
  • hemos perdido 35% de nuestros manglares y 20% de nuestros corales;
  • alrededor de 12% de las aves, 25% de los mamíferos y 32% de los anfibios están en peligro de extinción, y
  • hemos incrementado la concentración de bióxido de carbono en la atmósfera en 32% de 1750 a la fecha.

No obstante, los gobiernos de izquierda, centro y derecha de todo el mundo siguen apelando al modelo tradicional de desarrollo, que se sustenta en una idea de bienestar que exige la creciente explotación de la naturaleza e ignora la necesidad de cambios radicales en nuestros estilos de vida. "Así –nos decía André Gorz hace 25 años– hemos sido testigos de la sustitución de las latas de estaño por las de aluminio, que requieren 15 veces más energía para producirse; la sustitución del transporte en tren por el transporte en carretera, que consume de seis a siete veces más energía y utiliza vehículos que deben remplazarse con mayor frecuencia; la desaparición de objetos ensamblados con tornillos y tuercas en favor de los objetos soldados, que son imposibles de reparar; la reducción de la durabilidad de las estufas y refrigeradores a alrededor de seis a siete años; la sustitución de las fibras naturales y el cuero por materiales sintéticos que se desgastan más rápidamente; la construcción de rascacielos de vidrio y aluminio que consumen mucha más energía tanto para enfriarse y ventilarse en el verano como para calentarse en el invierno."4

El ejemplo si no más dramático sí más visible de la salud de este modelo de desarrollo en nuestro país es el de la Secretaría del Medio Ambiente del gobierno de la Ciudad de México. En lugar de promover opciones de transporte eficientes y no contaminantes, la titular de esta Secretaría ha dirigido personalmente la construcción de una obra vial de 35 kilómetros de largo que se ha erigido en el mejor estímulo para ampliar, una vez más, el parque vehicular de la ciudad más contaminada de la Tierra. Habría que recordarle lo que hace ya décadas nos advirtió Illich: después de un cierto umbral, las medidas que buscan favorecer la circulación de los automóviles, lo que hacen es incrementar los congestionamientos. El periódico La Jornada, en un desplante de humor negro involuntario, calificó esta obra de "eje vial con rostro humano" y la actual administración de la ciudad la sigue presentando como la joya mejor de su corona.

Las propuestas para combatir el deterioro ambiental que se presentan en el informe de Naciones Unidas parecen razonables:

  • incluir la gestión sensata de los ecosistemas en todos los proyectos de planificación regional;
  • pagar a los propietarios de tierras para que protejan los ecosistemas que son valiosos para la sociedad, como la calidad del agua y el almacenamiento del carbono;
  • establecer áreas protegidas adicionales, particularmente en los sistemas marinos;
  • hacer educación pública sobre por qué y cómo reducir el consumo de los servicios de los ecosistemas que están siendo amenazados;
  • promover el uso de tecnologías que aumenten la eficiencia energética y reduzcan las emisiones de gases con efectos invernadero.

Sin embargo, en general, estas soluciones siguen atadas a la forma moderna de relación con el ambiente. De hecho, en ninguna sección del informe que aquí se reseña se plantea la necesidad de rediscutir conceptos tan centrales para el futuro de nuestros ecosistemas como "crecimiento económico" y "desarrollo".

Pero los problemas que amenazan la vida de nuestro planeta los podemos empezar a enfrentar los ciudadanos comunes. Podríamos, por ejemplo, utilizar lo menos posible los vehículos automotores; minimizar nuestro gasto de energía (luz, calefacción, aire acondicionado); bañarnos con la menor cantidad de agua posible; evitar el uso de las bolsas de plástico en nuestras idas al mercado; dejar de consumir productos embalados en desechables, y reciclar el papel y la basura. En colaboración con nuestros vecinos podríamos también vigilar el destino de los desechos de las industrias cercanas a nuestros hogares; limpiar los lechos de los ríos que bañan nuestras comunidades, y velar nuestros parques naturales. Extendidos estos comportamientos, tal vez podamos dar un paso más y proponer para el mediano plazo una conducta que, aunque parece radical, resulta vital para las generaciones del mañana: la adopción de estilos de vida sencillos y autosuficientes que nos lleven a consumir menos, cada día menos.

 

Referencias

1. López E. Sufre erosión el 47.4% de México. Reforma 2005 abril 26:2.

2. López E. Acusan deterioro ambiental. Reforma 2005 mayo 1:1.

3. Organización de las Naciones Unidas. Evaluación de los ecosistemas del milenio. Fecha de consulta: 2005 mayo 1. Disponible en: www.milleniumassessment.org.

4. Gorz A. Ecology as politics. Boston: South End Press; 1980:23-24.

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