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Salud Pública de México

versión impresa ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.47 no.3 Cuernavaca may./jun. 2005

 

IN MEMORIAM

 

Roberto Kretschmer, 1939-2005*

 

 

El pasado 22 de marzo murió en la Ciudad de México el eminente pediatra, inmunólogo y humanista Roberto Kretschmer, hecho que se traduce en una lamentable pérdida para el mundo de la medicina y la salud pública.

Nacido en abril de 1939 en el Distrito Federal, el doctor Kretschmer en 1963 se graduó como médico cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México y, más tarde, realizó estudios de pediatría e inmunología en la Universidad de Harvard. Fue director del Departamento de Inmunología Pediátrica en el Hospital Michael Reese, de Chicago, y jefe de la Unidad de Investigación Médica de Inmunología del Centro Médico Nacional Siglo XXI, del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Además de haber sido miembro fundador y presidente de la Sociedad Mexicana de Inmunología, tuvo una sobresaliente participación en distintas sociedades médicas nacionales e internacionales. Sus estudios sobre las inmunodeficiencias infantiles, la amibiasis y el Helicobacter pylori lo llevaron a hacerse acreedor, en tres ocasiones, de la condecoración Eduardo Liceaga, otorgada por la Academia Nacional de Medicina, y de otros importantes reconocimientos.

A partir de marzo de 1995 y durante más de siete años tuvimos la fortuna de contar con su valiosa y destacada colaboración como vocal de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional de Salud Pública, y con el propósito de rendirle un respetuoso homenaje, hemos decidido reproducir en este número de Salud Pública de México el artículo que, a propósito de la muerte de este excepcional médico, investigador y ser humano (gran apasionado también de la música y las letras), escribiera el doctor Adolfo Martínez Palomo.

 

 

Las últimas ocasiones en las que hablé con Roberto en el hospital lo noté tranquilo, pero con cierto dejo de cansancio. Pensé por un momento en la última grabación musical que habíamos comentado: un disco editado en Boston con cantatas de Bach; la primera, particularmente lacerante, la número 82, se inicia con las palabras Ich habe genug (Ya tengo suficiente) y se refiere a la serenidad frente a la muerte.

Confieso que al volverla a escuchar sentí una intensa angustia. El estado clínico de Roberto parecía todavía delicado, pero no grave. Sin embargo, mi angustia me hacía pensar… ¿y si muere? Si muere, pensaba, pierdo a un amigo cercano, pero también pierden todos los que tienen que ver en México con la ciencia, con la difusión de la cultura, con el combate a la ramplonería, a la simulación, a la deshumanización y a la tecnificación abusiva de la medicina.

Pierde la Facultad de Medicina al que fuera tal vez el más brillante de los alumnos que pasaran por sus aulas en la segunda mitad del siglo XX. Pierden los miles de niños que se beneficiaban de sus conocimientos como pediatra pero también, los padres a quienes su charla generosa e insuperable reconfortaba y fortalecía.

Pierden los médicos y los investigadores, que teníamos en él al mejor ejemplo de conjunción de los más altos estándares de la ciencia médica con los más elevados principios éticos.

Fue aquel estudiante rubio que conocí en 1960. Sonriente, con un gran mechón de pelo cubriéndole la frente, sentado en la última fila del anfiteatro de la Unidad de Patología del Hospital General, como oyente de la clase de patología que ya había cursado el año anterior, como siempre, con calificaciones perfectas. Nos llamaba poderosamente la atención a los estudiantes del curso piloto, porque a pesar de la lucidez y sabiduría del maestro, el doctor Ruy Pérez Tamayo, éste miraba hacia arriba de vez en cuando para que Roberto le precisara por ejemplo, las cifras exactas del estudio de Doll y Hill sobre la relación entre tabaco y cáncer pulmonar en los médicos. Roberto contestaba desde las alturas, sonriente, con precisión y naturalidad.

Durante varios años le perdimos la pista. Las universidades de Tubinga y Harvard se enriquecieron un tiempo con él. Volvió, para salir nuevamente al extranjero: la Universidad de Chicago lo nombró profesor asistente de pediatría, por lo que se temió que ya no regresaría. Por fortuna, volvió para reiniciar el despliegue formidable de su actividad profesional que sólo puede calificarse de wagneriana, por su calidad, vastedad e intensidad.

Luego vinieron los espléndidos años de trabajo en México, que él mismo resumió, saliéndose del cartabón habitual del frío currículo, en las líneas siguientes:

Su principal interés en la investigación radicó en la inmunología de la amibiasis, las funciones leucocitarias, las capacidades inmuno-inflamatorias del recién nacido y el Helicobacter pylori. Practicó privadamente la pediatría y la inmunología clínica, logrando con ello un balance entre las actividades académicas y la práctica clínica. Dicen que gustaba de la música y otros aspectos culturales y se dio tiempo de escribir aburridos ensayos sobre la vida de Schubert, Mozart, Wagner, Goethe y Bach.

Hace pocos años, en su carta a los jóvenes estudiantes de medicina dijo:

La esencia sigue siendo exactamente la misma que la de nuestros ancestros griegos: curar a veces, mejorar frecuentemente y consolar siempre. Los recursos diagnósticos y terapéuticos, sin embargo, han evolucionado impresionantemente, encareciendo la medicina, que no al médico. Optamos por la medicina científica, que a decir verdad, no es la única. Pero sí es la única que se casa consecuentemente con la razón, la lógica y el compromiso de cambiar y progresar con un limpio respeto a la verdad. Por eso, estimado colega, observa, cuestiona, piensa, actúa y vuelve a observar y a cuestionar… dudando.
Que tu profesión te haga mucho más rico espiritual que materialmente. Si sigues las antiguas y sabias reglas de nuestra profesión, eso ocurrirá. A lo mejor hasta te hará feliz.

De sus escritos, rescato su diagnóstico sobre la medicina institucional en México:

Al acercarse el fin del siglo XX, la medicina institucional mexicana puede con sereno orgullo contemplar sus logros, pero no debe dormirse en sus laureles si quiere afrontar con éxito los retos que la asediarán en el siglo XXI, cuando deberá dar renovadas pruebas de la bondad de la medicina científica, sobre todo por el preocupante crecimiento de actitudes irracionales y anticientíficas, mágicas y ritualistas, que ya se ven venir en el mundo, a veces eufemísticamente disfrazadas como medicinas alternativas.

Finalmente, mi angustia, que era la de muchos, se confirmó. Te perdimos Roberto.

Ya no habrá quien, como tú, siente las bases de la excelencia profesional con el modelo de tu propia vida.

Ya no habrá quien, como tú, alivie por igual el dolor del niño y la angustia de los padres.

Ya no habrá quien, como tú, abarque con profundidad e imparcialidad la inmunología moderna.

Ya no habrá quien, como tú, oriente a sus amigos con indicaciones culturales, históricas, geográficas y, por qué no, culinarias, sobre los más variados países europeos. ¿Te acuerdas de tu deliciosa sugerencia del Hotel Sacher en Viena y de tus sutiles refinamientos sobre el entrecruzamiento de culturas que forjaron Sicilia?

En mi última conversación contigo te preguntaba sobre la traducción del alemán de una obra de Mahler. Me contestaste: debe decirse "El Cuerno del Doncel" y añadiste: "porque así lo traduce Sergio Vela". Así eras de recto y preciso en tus comentarios.

Roberto: recuerdo, como tú decías "nuestras aventuras en la farándula", casi siempre con auditorio lleno, en las que repasábamos las tropelías de Mozart, de Schubert y de Bach. Nos quedaron muchos en el tintero. Quedó también pendiente el libro sobre estos temas, que tú querías que escribiéramos. Pero ya viene el 2006 y con él de nuevo llegará Mozart, para celebrar sus 250 años de haber nacido. En ese 27 de enero estarás tú presente.

De hecho Roberto créeme, en ésa, como en todas las acciones futuras que realicemos tus amigos, si son buenas acciones y si son placenteras, estarás tú con nosotros.

 

Adolfo Martínez Palomo**

 

Referencias

Krestchmer R. Joven Juan Pérez. Candidato a estudiante de medicina, México. En: Adalid M, coord. Cartas a un joven mexicano estudiante de medicina. México, D.F.: Miguel Ángel Porrúa; 2000: 273-276.

Krestchmer R. La medicina institucional en México: una perspectiva histórica. En: Aréchiga H, Benítez-Bribiesca L, coords. Un siglo de ciencias de la salud en México. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica; 2000: 119-160.

 

 

* Tomado del diario La Crónica de Hoy 2005 abril 22 [artículo en internet; consultado 2005 junio 14]. Disponible en: cronica.com.mx/nota.php?idc=177921
** Coordinador General, Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República

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