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Salud Pública de México

Print version ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.46 n.5 Cuernavaca Sep./Oct. 2004

 

PÁGINAS DE SALUD PÚBLICA

 

 

Manuel Alberto Santillana Macedo

Doctor en Ciencias en Salud Pública. Instituto Mexicano del Seguro Social/Coordinación de asesores, Instituto Sonorense de Cultura. Hermosillo, Sonora, México. Correo electrónico: msantillana@terra.com, msantillanam@hotmail.com

 

 

 

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Atlas de la infraestructura cultural de México. México, DF: Conaculta; 2004.342p.

Desde hace varios años se ha sugerido que el bienestar de una población depende de factores clave como nutrición, alfabetismo, trabajo, salario suficiente para cubrir necesidades básicas, acceso al agua potable, drenaje y características de una habitación, así como a los de acceso a servicios de salud. En esta discusión recientemente se ha tenido en cuenta el valor de la vida cultural, artística y recreativa, así como la incorporación de la población a la educación superior, la investigación científica y a la vida artística o cultural. Sin duda, la evidencia demuestra que los países más industrializados que cuentan con los mayores niveles de salud, alfabetismo y educación superior se correlacionan positivamente con el mayor número de científicos, bibliotecas, computadoras, universidades, artistas y medios audiovisuales por habitante.

Por eso la aparición del Atlas de la infraestructura cultural de México nos permite apreciar varios acercamientos a esta extraña y rara relación entre cultura y salud. Además, resulta relevante que los resultados entre las Encuestas Nacionales de Salud (ENSA) y la mostrada en este texto que comento son presentadas de forma muy similar, lo que nos permite inferir que el nivel de bienestar "o malestar" de la población mexicana se encuentra íntimamente vinculado.

Un ejemplo de estas similitudes en cuanto a salud y cultura es que los autores señalan explícitamente que la información sirve para construir conocimiento; éste no se da por sí mismo en una encuesta o Atlas, por mejor diseñados que estén. O sea que la ENSA y este Atlas nos proporcionan datos que se construyeron con base en una metodología, y a nosotros nos toca generar el conocimiento derivado de esto. De forma similar aportan los autores que decir y saber cuántos recursos hay, no quiere decir que se utilicen, cuánto y cómo. Lo mismo que en salud, decir que en un municipio hay una biblioteca o un centro de salud, no quiere decir que se utilice, o siquiera que se cuente con el personal mínimo en alguno de estos centros. Es decir, en una analogía a lo propuesto en salud en lo que pueden ser hospitales o clínicas de primer nivel de atención, una cosa es la infraestructura que en este caso se refiere a lo cultural (radios, bibliotecas, librerías, casa de cultura, teatros, cines, etc.) y otra la difusión, el uso adecuado, la utilización y sostenimiento por la comunidad o la administración pública o privada de estos centros culturales.

Otro elemento en el que se puede observar cierto paralelismo con salud, por lo menos en cuanto a planes nacionales de índole sexenal, fue el explícito interés de hacer este Atlas como un elemento metodológico para apuntar, a través de acciones posteriores, hacia una disminución de las inequidades en todo el país. Lo que nos lleva a una interesante hipótesis, que si bien no se explicita por parte de los autores de este Atlas, es fácil deducir: es decir, ¿donde hay menos recursos culturales hay, por tanto, menor bienestar de la población? Y su complemento lógico: ¿donde hay más recursos culturales hay, por tanto, mayor bienestar de la población?

Los resultados son sorprendentes en varios sentidos, pero en otros se constata el desigual nivel de bienestar entre el norte y el sur del país, con la terrible excepción de la zona metropolitana de la Ciudad de México. Por ejemplo, se sabe que existe una relación en cuanto a que los niveles de mortalidad por problemas infectocontagiosos se encuentran relacionados con los bajos niveles de escolaridad de la población. Y se constata en el Atlas que los estados de la federación con mayor proporción de población analfabeta, y menor instrucción formal en cuanto a población con primaria, secundaria, niveles medio y superior completos son, desde luego, Chiapas, Guerrero y Oaxaca. Por el contrario, los estados con mayor prevalencia de enfermedades crónico-degenerativas derivadas de trastornos de la nutrición, como la diabetes mellitus, o la hipertensión arterial y las hiperlipidemias, son los estados de la frontera norte (con la excepción de Tamaulipas), además del Distrito Federal (DF). De acuerdo con el Atlas, cuatro estados del norte: Baja California, Sonora, Coahuila y Nuevo León cuentan con la mayor proporción de alumnos en educación básica, secundaria y superior del país, incluso por encima del DF, y ahí se para el camino. Porque viene una sorpresa, no porque el DF cuente con 80% de todos los doctorados que se realizan en el país y la mitad de las maestrías, sino debido a que estados como Chiapas señalan que cuentan con el doble de posgrados que Baja California o Sonora.

Y siguen las sorpresas: Tabasco, Guerrero y Chiapas cuentan, en términos absolutos y relativos, con el doble de bibliotecas que Chihuahua o Sonora. Oaxaca tiene el triple de librerías que Baja California; Chiapas el doble de librerías que Sonora y el triple de círculos de lectores.

Lo que puede sugerir que no hay ninguna relación entre el número de librerías, o bibliotecas o círculos de lectores con el nivel de escolaridad de la población. Pero también que ha fallado como estrategia estatal y empresarial privada el interés por la lectura y el libro en estos estados con alta escolaridad y sobrealimentados.

Otro elemento que vale la pena señalar es el referente a la terrible e inequitativa desproporción entre la Ciudad de México, DF, y el resto del país en rubros como las galerías de arte, teatros, archivos fotográficos, fototecas, centros de imágenes. El DF cuenta con 10 veces más de estos centros que Puebla o Jalisco, que son las entidades con mayor infraestructura de esta índole. Algo similar sucede entre la infraestructura hospitalaria del país y las entidades de la federación, una terrible e inequitativa desproporción, pero que no garantiza mayor salud, mayor cultura, ni necesariamente mayor bienestar.

Otro aspecto que conviene resaltar es el recuento de las Zonas Patrimonio de la Humanidad declaradas por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). México cuenta con 26 Zonas en 17 estados desde su incorporación en 1987, y se proponen actualmente 21 más en 16 estados. Pero el punto clave es que esto implica un compromiso de varios sectores, tanto empresariales como de la sociedad civil, así como de los tres niveles de gobierno. Lo cual lo hace inviable, o por lo menos difícil, en una administración federal que ha privilegiado la mesiánica idea del neoliberalismo económico, que privilegia el individualismo, la ganancia financiera, la inversión extranjera y el apoyo a todo lo que se relacione con tecnología como sus ideales. O sea apoyo sí, y afirmativo en salud y cultura, si esto redituara ganancias de tipo económico.

Finalmente, hay dos pequeños puntos de crítica. Uno es que el estudio cuenta con algunas deficiencias de información puesto que tuvo varias fuentes de alimentación más que una sola encuesta y esto ocasionó un sesgo. Por ejemplo, en el conteo nacional de estaciones de radio culturales se omitió a varias estaciones de radio universitarias, estaciones de radio de zonas indígenas o el reciente y novedoso movimiento de las estaciones de radio comunitarias. El otro punto es, tal vez porque no da cuentas muy alegres, el de su escasísima difusión en el mundo cultural.

Por otro lado, un reto se abre entonces: el estudio de la vinculación de la cultura y la salud, sus repercusiones políticas o sociales, así como el impacto directo en el bienestar de los ciudadanos. Bienvenido tal.

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